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CAPÍTULO 2: UN ACCIDENTADO ENCUENTRO


Michael no puede dar crédito a lo que acaba de escuchar. Ese individuo le acaba de decir con total descaro que son viejos para trabajar, para seguir trabajando en algo que lleva desempeñando gran parte de su vida y con éxito además. Es increíble la desvergüenza y la crueldad de algunas personas.

El antiguo dueño de todo aquello era un gran hombre, pero sus familiares son unos indeseables, aunque no pueden hacer nada ya que ahora ellos son los jefes.
Los parientes del antiguo dueño entregan la carta de despido y el último cheque que percibirán allí, luego se marchan.

Michael y sus amigos, aquellos que han sido despedidos a igual que él debido a su edad, se quedan solos en la sala. Todos ellos, excepto el hijo de Joe se derrumban, todos tienen familias que mantener y no saben como se las van a arreglar a partir de ahora para seguir haciéndolo. El hijo de Katherine, en cambio, aún no puede reaccionar. Está en shock. Todavía tiene la palabra "viejo" en su mente. Les han despedido por su edad, no porque hagan mal su trabajo, solo por su edad. ¡Por su maldita edad!

¿Tener cincuenta años es ser mayor, es ser inservible?

De acuerdo que no es un chico de treinta, pero solo tiene cincuenta años. Aún es joven y puede dar mucho de si. Además en esos momentos se encuentra físicamente mejor que cuando era un muchacho de treinta años, no obstante lleva más de veinte años haciendo ejercicio a diario en un gimnasio y con una sana y cuidada alimentación. Es más sabio, más culto, acumula experiencia en en la vida y en su trabajo.

El hombre da un golpe en la mesa con uno de sus puños asustando al resto de sus compañeros.

—¡Maldita sea! Si esta empresa no nos sabe valorar por algo tan estúpido como nuestra edad marchémonos a otra donde si sepan apreciar nuestro talento.

Sus compañeros le miran.

—Eres demasiado ingenuo, Mike. Por desgracia en el mundo laboral desde hace ya años las personas que llegamos a cierta edad lo tenemos muy pero muy difícil para volver a encontrar trabajo.

—Eso no puede ser. Aún somos jóvenes. —dice el estadounidense. —No pueden hacernos esto. —comenta el hijo de Katherine muy molesto.

—¿Es qué no te das cuenta? Ya lo han hecho, Michael. Se han salido con la suya. Y debemos agradecer que nos hayan indemnizado por el despido porque se podrían haber inventado cualquier cosa, haber usado cualquier truco para no hacerlo y pelear por nuestros derechos además nos habría costado dinero. —dice otro de los compañeros del afroamericano.

—Para la mayoría de las empresas, las personas somos tan solo números —responde otro de los trabajadores que han corrido la misma suerte de él.

—Me niego a aceptar que ya no servimos para nada. Tiene que haber algo que podamos hacer. Algún lugar en el que podamos estar donde lo importante sea lo que hagas, lo que logres, no tu edad, ni tu condición física. Solo tu valía profesional y humana —asevera el hombre de mirada profunda y ojos del color del café.

Linda, lejos de allí disfruta de las mieles del éxito que su poco tradicional empleo le ha otorgado, aunque desde un principio le encantó la empresa y lo que podían ganar gracias a su esfuerzo, a pesar que se podía ver alcanzando el éxito con meridiana claridad, había algo que no la permitía avanzar.

A pesar que era algo sencillo de realizar, requería de dedicación y tiempo. A priori parecía algo sencillo de hacer, sin mayores problemas, pero a la hora de ponerse a hacerlo, se veía incapaz. Hablar con alguien que no conocía, romper el hielo, le resultaba imposible. Y por más que lo intentaba, por más que se decía a ella misma "hoy lo hago", no era capaz de ello.

Su líder le dio algunos consejos que por desgracia no le sirvieron de mucho. Entonces se dio cuenta que aquello escapaba a su control y que esa ansiedad que sentía a la hora de establecer conversación con alguien podría necesitar ayuda profesional especializada. Ella no podía sola con ello.

Y menos mal que recibió ayuda profesional a tiempo.
Gracias ello pudo superar aquello que la impedía relacionarse de forma natural con las personas. Linda comenzó a tener sospechas sobre el origen de aquello que le impidió tener una relación fluida y normal con desconocidos. Los años que pasó cuidando casi veinticuatro diarias a su padre enfermo al que tenía en casa y a quien tenía que atender en todo la fueron aislando del mundo exterior. Su madre trabajaba todo el día para mantener la familia y Linda estaba todo el día con su progenitor atenta a él y sus necesidades todo el día. Su madre llegaba a casa muy tarde y muy cansada de trabajar, y a pesar que su hija también lo estaba no le parecía justo dejar que su madre se encargara de él, aunque ella insistiera en colaborar también.

—Tú estás tan cansada como yo, hija.

—Lo sé mamá, pero tú eres más mayor que yo y además siempre has cuidado de papá y de mi. Ahora me toca sacrificarme.

—Pero cariño, tú también necesitas vivir, además tu problema de cojera no es poca cosa y tanto esfuerzo físico para cuidar de tu padre también puede pasarte factura, quizá no ahora pero sí más adelante. ¿Y qué pasa contigo? ¿Qué pasa si un día encuentras un trabajo? ¿Vas a tener energías suficientes para hacerlo?

En ese momento su hija sonrió con melancolía.

—¿De verdad crees mamá que alguien me va a ofrecer trabajo en mis condiciones?

—¿Y por qué no? Eres inteligente y eficiente. —le decía su madre.

—Gracias madre, pero por desgracia esa no es la realidad.

Linda tenía razón. Cuando su padre falleció años después y la mujer comenzó una intensiva búsqueda de empleo. Lo encontró aunque le costó demasiado y fue el único que pudo hallar.

Allí estuvo diez años, pero al final un día por recorte de personal la despidieron junto a otras personas, todas ellas pasadas los cuarenta años. Empezó a buscar empleo de nuevo, acudió a varias entrevistas pero en cuanto la veían, en cuanto veían su discapacidad, les cambiaba el rostro aunque se encargaban de disimularlo ante ella. Le hacían la entrevista con normalidad, como con el resto de la gente y se quedaban con su currículo, pero nunca, nunca la llamaban. Ella a pesar de esto, pese a saber que no la llamaban seguía acudiendo a entrevistas. Tenía la esperanza de que, tal vez en alguna ocasión, alguna empresa tuviera la decencia de contratarla.

Estaba lo suficientemente cualificada para los trabajos a los que optaba, su cojera realmente no debía ser un impedimento para ello, sin embargo lo era. Por si fuera poco existía otro factor que influía en la negativa de las empresas a rechazarla una y otra vez además de su minusvalía. Su edad
Linda ya pasaba de los cuarenta y tres años cuando intentó encontrar otro trabajo. Ese era otro punto negativo a su favor.
Y un día cuando pensó que debía resignarse a no encontrar empleo, no sabia como iba a poder vivir y comer, alguien se cruzó en su camino. Esa mujer que le había ofrecido una oportunidad.

—¿Le gustaría tener una entrada de dinero adicional a su empleo tracidional? —le dijo una mujer de unos cincuenta y seis años a la morena de ojos azules.

—Haga el favor de no tomarme el pelo. ¿Es qué no me ha visto? Llevo años buscando empleo, pero por lo visto tener una minusvalía y más de cuarenta años es un impedimento para encontrarlo. No se ría de mí. —le reprochó Linda.

—No me estoy riendo. Si usted confía en usted misma y le pone ganas puede lograr lo que sea. Que nadie le haga creer lo contrario. —la sonreía la agradable mujer.

Linda se dio la vuelta en ese momento y la miró.

—¿Qué es lo que me quiere proponer usted exactamente? ¿Sobre qué se trata su misteriosa propuesta? —preguntó la mujer intrigada.

—¿Por qué no la tomo los datos y le doy los míos? En uno o dos días la llamo para concertar una cita y explicarle. —le dijo la emprendedora. —Si por cualquier motivo no puede acudir, ¿sería tan amable de avisarle para dar mi tiempo a otra persona y citarla para otro día?

—¡Claro! —exclamó ella.

La mujer que se había dirigido a ella logró despertar su interés y dejarla con la intriga. Quería saber más. La curiosidad la estaba matando y tenía ganas de descubrir todo aquello, así que decidió ir con su madre.

Linda aparca esos recuerdos a un lado y aplaude a otra persona que ha logrado sus sueños. Esta persona era más mayor que ella cuando esa oportunidad llegó a su vida y a pesar de sus dudas iniciales supo darse una oportunidad a si misma.

La morena está feliz, en esta ocasión es alguien de los suyos quien está recibiendo su merecido reconocimiento. Una persona a la que en su momento ofreció la misma oportunidad que la habían ofrecido a ella.

—Quiero dar las gracias a Linda Clements por esta oportunidad. Por llevarme de la mano y enseñarme paso a paso. Por su infinita paciencia conmigo, porque la tuvo. Me costó mucho aprender y desarrollar pero una vez que lo logré mirad donde llegue con mi edad.

Linda sube en esos momentos y abraza a aquella mujer tan triste a la que un día decidió brindar una oportunidad al igual que habían hecho antes con ella.

Al acabar el evento, Linda y el resto de los asistentes salen del lugar dónde de ha celebra, mientras a unos metros de ellos, Michael Jackson y sus compañeros deambulan por la calle bastante bebidos,dando trompicones.

En esos momentos no quieren pensar en que van a hacer a partir de mañana con sus vidas. Ahora solo beben para olvidar que han sido tratados como inútiles por su edad y que sus nuevos jefes no se han tocado el corazón a la hora de despedirlos. Ninguno de ellos suele beber alcohol, sin embargo en esos momentos solo desean emborracharse y no pensar en nada.

Cuando Michael y sus compañeros se cruzan con Linda y sus compañeros, el hombre de ojos color café, totalmente ebrio, comienza a decir.

—So...mos...unos...vieejos...ya nooo...servimos para trabajar.

Nada más pronunciar estas palabras, la gran cantidad de alcohol ingerido por él y sus compañeros, hace que Michael vomite sobre los zapatos de Linda.

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