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Capitulo3 / Límites

Dentro del auto están los tres adultos: Livia, Henry y Verónica. Se forma un incómodo silencio. La madre de Cera se arregla un poco el cabello esperando a que su compañero hable. Él no sé ve contento, después de largos segundos, dijo:

—Hace dieciocho años que no te veo, nunca me dijiste que tenías una hija... has cambiado mucho.

—Ser madre era la única posibilidad de vivir en paz, te pagan por cuidar a una niña. —Ella lee los papeles que su compañero le entrega. —. Días atrás, subieron a la pequeña dentro de una ambulancia, la secuestraron, intente pedir ayuda a las autoridades...

—Usaste Inseminación artificial, ¿de dónde salió ese esperma?

—...no lo sé.

El adulto mira enojado a otro lado y vuelve a preguntar lo mismo con seriedad en su voz. Ella no entiende bien la pregunta.

—Dime la verdad... ¡hablo en serio!

—Déjame refrescar mi memoria, no nos vemos desde que somos niños.

Años atrás, Banfield era una ciudad  conocida por sus delitos cuestionados por la ley de feminicidios, asesinatos, drogadicción, entre otros casos... cada semana alguien era asesinado a puños o tiros en la calle. Las autoridades preocupadas por la delincuencia buscaban nuevas medidas para controlar tales delitos que solo llenaban las calles de sangre y lágrimas. Livia era una joven de catorce años, ella con suerte cumplía los quince años de vida. Veía a sus padres discutir: gritaban, sé tiraban platos al suelo. Los vecinos varias veces llamaron a la policía en busca de una solución, era en vano

— ¡Tienes que parar! ¡Detente! —Henry la seguía por el oscuro bosque.

Ella dejó de huir, la pequeña estaba triste, sin esperanzas, veía a su madre: asustada, estresada, cansada. Su padre, solía decirle cosas feas, a veces le gritaba en su rostro, y ella no tenía otra que dormir en otras casas por el miedo y peligro que vivía.

—Hay que buscar una manera, no puedes seguir viendo eso.

—No sé cómo, no puedo seguir con esto. —sollozaba la jovencita, dejando de correr, miraba a su amigo.

—Debemos denunciarlo. —él se acercó a su amiga, vio que ella tenía un bisturí en su chaleco.

—¡No tengo pruebas! —Livia da pasos atrás, se tira su cabello con fuerza. —¡Mamá siempre miente! ¡La última vez que los grabé, mi papá se dio cuenta!

—¿Qué pasó con esa grabación? —Henry preguntó.

Ella se abrazó a sí misma con su respiración acelerada y contestó:

—Las eliminó... Hui de casa, ver esos ojos de furia. ¡Tenía que salir de ahí!

—Tengo un plan... Veo qué estás muy alterada. —Henry de su bolsillo sacó su grabadora: se escuchó unos gritos, vidrios cayendo al suelo.

—¿Tienes un audio?

—Una vecina lo grabó. Mi tía Verónica me lo dio. — El joven suspiró con fuerza, cerró sus ojos, movió su mano derecha hacia su ojo y luego de pensarlo por varios segundos... Se golpeó con fuerza.

Livia lo miro, ella veía que su amigo se mordía los labios con violencia, tiraba de su cabello. Cerraba sus ojos cada vez que se golpeaba con brusquedad en su rostro. Estuvo así casi tres minutos hasta que de su labio salió un poco de sangre y su ojo derecho se veía enrojecido.

—Pa... ¡Para! —gritó ella, caminó hacia él asustada.

—¿Suficiente?

—Tu labio está muy rojo.

—Es lo que quiero, ya verás mi perfecto plan—Henry sonrió un poco, era un adolescente en ese tiempo —Es tu turno... Dame golpes, lo que sea.

—¿Cuál es el plan? ¿Recibir golpes?

—Correcto. ¡Hazlo!

Livia, el nombre de la pequeña. Se alejó asustada, su vida era un lío.

—Lo siento, tienes que hacerlo, patéame, grítame, muérdeme. Lo que quieras, hazlo ya.

Ella volvió a negarse. El pequeño se encogió de hombros, él pensó en una manera para que su amiga lo hiciera añicos, pero, al mismo tiempo, no era su intención herirla.

—Si no lo haces, voy a tocarte... te recuerdo que estamos solos.

Fuera del bosque se escucharon varios gritos, primero el de una niña, luego el de un chico, esos gritos alarmaron a una oficial que caminaba por la zona, seria y enfurecida corrió hacia el lugar de los gritos. Alumbrando con su linterna: vio a un chico atado con las manos en la espalda, sus brazos tenían marcas de rasguños, su ojo derecho estaba hinchado. Este se veía acompañado de una joven que lloraba.

Ambos eran muy jóvenes en esos días de invierno, fueron llevados a una clínica de emergencias, allí los doctores informaron a los policías al ver el estado de Henry. Él entregó el audio que la tía Verónica había grabado. Livia entregó un video que contenía los gritos de su amigo.

—¿Qué clase de hombre trata así a un niño? —La enfermera revisaba el ojo Henry.

Dentro de la casa de Livia: un hombre de espalda ancha, grandes brazos y ronca voz: revisó su celular por curiosidad. Entro de su Gmail había un mensaje de la comisaria de Argentina: el mensaje estaba escrito en rojo, salían imágenes de un chico golpeado. Él confundido. Leyó el mensaje con cuidado, alguien lo había denunciado por violencia intrafamiliar... y esta vez, había pruebas de que él era un padre abusador. Se levantó de la mesa y le habló fuerte y claro a su esposa:

—¿Fuiste tú?

Ella sintió una punzada en su pecho. No contestó.

—Responde, tengo una denuncia de alejamiento.

—Debió ser la vecina por tus gritos.

—Oh, esa tipa.

—No me extraña que alguien hiciera algo. —decía la mujer al revisar su cocina y notar que faltaba la fotografía de su hija y los cuchillos —. ¿Tú fuiste? ¿Dónde está la foto?

El tipo se veía sonriente.

—¿Esta? Veo que mi hija está muy mal.

—Dame la foto —Ordenó ella al caminar rápido. Era en vano.

Su esposo tiró al suelo la fotografía y la piso. Ella se vio molesta ese día.

—¿¡Quién te crees? ¿Por qué no te vas?

—Primero dime... ¿Quién carajo me denuncio?

Fuera de la casa se volvieron a escuchar los típicos gritos de cada noche, uno de la pobre señora y otra del hombre grande. Los chicos iban caminando a casa.

—¿Tenías que apretar mi cuello tan fuerte?

Henry estaba adolorido.

—Me dijiste que lo hiciera sin importar tus gritos—contestó Livia.

—Si esto no funciona, valdrá la pena ¿Te imaginas dormir sin miedo? ¿No más gritos?

Ella aprieta sus puños con fuerza. Era el comienzo de lo peor, muy en el fondo sentía rabia y angustia... Henry no conocía al padre de Livia. Los chicos se miraron entre sí por un instante, escucharon fuertes gritos, seguido de cosas caer al suelo. La pequeña fue la primera en entrar a su casa, su amigo la siguió rápido. El padre de Livia empuja a su esposa fuera de la casa gritando:

—¡Es tu culpa, te dije que ya no soportaba este matrimonio!

Henry entró rápido al hogar viendo la violenta escena, quería defender a la mamá de su amiga.

—Así no se trata a una dama. —Alegó el chico llamando a la policía.

El adulto lo miró con burla.

—Ojalá nunca crezcas, trabajar y dormir es tan agotador y ... ¡más soportar a esta mujer! —dijo él al sacar su revolver de su pantalón.

—¡Deja el arma! —La mujer se alejó del hombre.

—Das pena querida, años después quería el divorcio y tú insistías en volver a la relación. — contestó el papá de Livia.

—¡Sea razonable! ¡Tira esa cosa al suelo! —Una vecina les gritó.

Los vecinos salían de sus casas.

—Lo siento. —dijo Livia sin mirar a su padre a los ojos y suspirar triste —. Tenía miedo de tu ira, dormir con la idea de escapar. ¡Lo lamento!

—Niña de... —Su papá se calló por unos segundos al mover el arma a su garganta.

—No se dispare —Henry sentía sus manos temblando.

Nadie sabía a dónde iba a disparar ese hombre, la madre de la pequeña no soportaba más, de sus ojos brotaban lágrimas.

—Nunca te cases, no tengas hijos. —Se burló él tipo dejando el arma dentro de su boca.

El cartucho dio a parar en su nuca, con fuerza y velocidad le atravesó sus sesos, luego el cráneo. Dejó una mancha de sangre en el piso, las piernas del hombre cayeron al suelo temblando rápido, su cuerpo se empapó de sangre hasta el pecho. Eso le dio fin a su vida.

—¡Llamen a la ambulancia! —empezó a gritar un anciano mientras que los vecinos corrían en pánico para ayudar al tipo que se estaba desangrando.

—¡Hijo, ven aquí! —gritó el padre de Henry entrando a la escena de tal crimen —No lo veas, no lo veas.

—Lo siento... ¡No quería que esto pasara!

El joven Henry se permitió llorar.

—¿Se irá? — preguntó Livia al abrazar a su madre.

Los vecinos se horrorizan al ver al tipo muerto, otros se taparon sus ojos. Henry abrazaba a su padre con fuerza. Livia a diferencia de todos. Solo dejo caer dos lágrimas al suelo y susurró:

—Lo siento, eras tú o yo.

Ese no fue ni el primer, ni el último caso de violencia intrafamiliar que vivió la ciudad de Banfield. Las autoridades escogieron a una mujer a cargo del país, ella dijo una simple frase: Sin violencia y orden, nada cambiará. Las medidas que ella puso fue dividir a hombres de mujeres. Muchos se negaron a salir de sus hogares, fue una semana oscura para todos. Los hombres fueron cazados igual que liebre por orden de la nueva líder. Henry lamentablemente fue encarcelado, mientras que Livia para salvarlo cometió un delito imperdonable.

—Podemos dejarlo libre si cumple con la ley.

Ella dudaba. No estaba de acuerdo con la Doctora.

—¿Qué harán con él? —preguntó impaciente.

—Su semilla puede ayudarnos a crear nuevas niñas para nuestro gobierno, será como en el paraíso, sin violencia, sin opresión... ¡un lugar mejor para todas!

Livia firmó los papeles de compras para darle la libertad a su amigo, a cambio: ella tendría que cuidar a la hija de Henry a partir de sus siete años de edad. Cera nació dentro de un vientre artificial, ella no mintió. Dijo la verdad desde el inicio.

—La pequeña es tu hija... fue la primera y última vez que te vi. —Dijo Livia en el presente.

La tía Verónica se ve tranquila. Henry al contario: siente una presión en su corazón.

—¡¿Por qué no me dijiste?! Era tu amigo, nos decíamos todo.

La mujer se encogió entre sus hombros y responde:

—No podía, me obligaron a guardar silencio... créeme, yo iba a decírtelo, pero, no encontré las palabras adecuadas. Pasaron muchas cosas, la ciudadanía se separó, algunos crearon sus propios bandos, una crisis social, económica y...

—La taza de bebes decayó en un setenta por ciento, fueron años oscuros. —Verónica interrumpió a Livia. —Yo, dejé de vivir en la sociedad perfecta, tengo un marido. No pienso en alejarme de él por culpa de un movimiento radical.

—Siento asco, lo lamento... es lo que ahora pienso de ti. —El adulto abrió la puerta del auto y miro a la madre de Cera con seriedad. —Vete de mi vista... por favor.

—... era la única manera de dejarte libre, intente salvarte...

—¡NO! Me usaste para que las mujeres de tu ciudad fueran felices, debo ir a terapia por tu culpa, y cuando creí que podría recuperarme... ¡sorpresa! Tengo una hija que es toda una adolescente.

Livia se baja del auto sin hablar, el enfado de su amigo la hizo razonar un poco. Mentir nunca es bueno, trae consecuencias desastrosas y este es un caso. Henry se esfuerza para no llorar, siente asco de aquellas mujeres que le hicieron pasar por esa tortura. Cera no entendía a los tres adultos: estaba en la ventana observando todo, no podía escucharlos bien.

...

El auto se marchó rápido, Verónica iba al volante, veía a su hijo sumido en una tristeza incurable, no le dijo nada en todo el camino. Llegaron a un territorio cerca de Banfield: un pueblucho pequeño de casas abandonadas, un hospital a medio construir, una gasolinera, un liceo con las paredes rayadas y por último una cabaña con una cerca eléctrica. Era del padre de Henry: un señor de sesenta años sale de su hogar con un bastón en manos: su tobillo está vendado.

—Puedes quedarte aquí unos días... no te dejaré solo, ¿me escuchas? Henry. —La mujer del anciano baja del auto, abraza a su esposo unos segundos. — Lo siento, no encontré nada para el pan.

El señor hizo una mueca alegre y contesto:

—La trampa de conejos al fin funciono, no te preocupes... tenemos para cenar. Veo que mi niño viene contigo.

Su esposa lo piensa por varios segundos, su hijo sigue dentro del vehículo con la mirada cabizbaja.

—Te lo explico dentro de la casa, es complicado.

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