CAPÍTULO 6: Ánima Mundi
Cuanto más lo pensaban más obvio se volvía. Tres sectas pioneras en la humanidad, con habilidades parecidas, y tres secretos ocultos. El primero: las habilidades de los centinelas; el segundo: la creación de un Gris mediante las habilidades salomónicas; y el tercero, evidentemente, tenía que ver con los Skrulvever. La tríada se cerraba al fin.
Alma recordaba que Alex lo había mencionado en una charla casual durante su falso noviazgo. En aquellos tiempos no había prestado suficiente atención, no le interesaba; pero los tres secretos estaban frente a sus narices, frente a las narices de todos, el problema era la finalidad, su ejecución y el motivo por el cual cada secta guardaba con recelo su potencial.
—Materia y energía son manipulables por centinelas y salomónicos —dijo Yamil—, el espacio-tiempo es controlado por Skrulvevers. Podemos crear dimensiones alternas como esta y cambiar pequeñas cosas de lugar. Los kadravés no son más que una ilusión, un truco de magia; una imagen reflejada en un lugar específico y manipulada mediante la energía de los muertos. Simples deformaciones de los planos, no son creaciones propias, como lo son los siddhis.
—No entiendo nada —murmuró Gary—, ¿cómo puede ayudarnos tu habilidad para detener a la Orden? ¿De qué nos sirve aprender lo que saben los Skrulvevers?
—Por sí sola, mi habilidad no sirve de mucho —contestó Yamil—, pero así como existen los Grises, por la unión de habilidades centinelas y salomónicas, es posible que un Gris incorpore las habilidades skrulvever. No hay registro de ello, más que un rejunte de manuscritos arqueológicos. Pero es simple, alguien que maneja la materia, la energía y el espacio-tiempo es capaz de crear un mundo completo, un universo. Podría abrir un agujero en el espacio y dotarlo de vida.
—El poder de la creación total sería el poder de un dios —afirmó Alex.
—Lo llamamos Ánima Mundi, y no conocemos su límite —añadió Yamil—, pero algo es seguro, un Ánima Mundi podría salvar a todos del apocalipsis creando un nuevo mundo y no habría forma de que la Orden llegara allí.
—Es una locura —habló Yaco—. A penas la Orden pudo lograr la creación de Grises, ¿cómo es posible que un "Ánima Mundi" exista o haya existido? Se supone que se necesita de las habilidades de las tres sectas.
Bautista carraspeó su voz para hablar:
—Nadie sabe con certeza. Lo que sabemos del pasado se debe a los viajes astrales, y lo que sabemos de los tres secretos es casi nulo, pero Orlando investigaba esto, me dijo que existían registros de la humanidad en lugares inhóspitos.
Yaco interrumpió.
—¿Nos vamos a guiar por una suposición de la que no hay registros? No hay nada que podamos hacer. No sabemos cómo opera la Orden. Ellos poseen ejércitos enteros y al órgano indiscutido de inteligencia de la Sociedad Centinela. Ganaron, Yamil.
—Deberíamos intentarlo —Lisandro dio un paso adelante—. Aún si la chance es casi nula, es mejor a nada.
—¿Y qué podemos hacer? ¡Nada! —intervino Romeo, agitando sus cabellos—. Si actuamos con rebeldía, podría ser peor. Podrían torturarnos por diversión, ¡o torturar a nuestros seres queridos!
—Tiene razón —susurró Sam—, hay cosas peores que la muerte.
—La única Gris es Alma —habló Gary, serio—. La única que podría convertirse en un Ánima Mundi es ella. Ya ha sufrido demasiado, ¿cómo sabemos que esto algo seguro?
—Es verdad —resopló Alex—, si bien podríamos obtener siddhis, no sabemos cómo crear Grises, si no podemos convertirnos en Grises no podemos ser Ánima Mundis.
Alex recordó el procedimiento para salvar a Mateo de la infección, y también recordó que corría riesgo de convertirlo en Gris. Sin embargo, al final del procedimiento, quien se había convertido en Gris era Alma, ¿por qué? No lo sabía. Según Leonardo le habían entregado la clave, pero él no podía verla. Le faltaba una pieza a su ecuación.
—Me queda poca energía —siseó Yamil—, mi habilidad se disipará, solo necesito que tomen una resolución para poder avisar a mi familia. Si quieren pelear, estoy dispuesto a darles esta última arma. No puedo asegurar el desenlace, pero no quiero ver morir a los que amo sin siquiera intentarlo.
—Tampoco yo —Alma dio un paso al frente—. Han sido demasiados meses de frustración; pero, si vamos a hacer esto debemos ponernos de acuerdo. Los que quieran pueden quedarse afuera; y los que no, deberíamos trazar un plan que nos lleve a desarmar a la Orden de Salomón. El poder que puedan otorgarnos los Skrulvever no garantiza nada contra una organización que desconocemos.
Alma miró a sus compañeros y elevó su mano.
—¿Quién está conmigo? —preguntó.
Alex levantó su mano primero, de inmediato lo siguieron Yaco, Sebastián y Mao; Ángeles levantó la mano con énfasis, luego Lisandro y Dante. Romeo, al ver a sus compañeros, la levantó, también lo hizo Sam, aunque su expresión no convencía; Yamil, por supuesto, elevó su mano, al igual que Bautista. Quien quedaba era Gary con su mirada cristalina, el miedo lo carcomía, y no era el miedo a la tortura o al apocalipsis, sino que Alma tendría que tomar una decisión que la ponía en riesgo, que la adentraba a lo desconocido.
—No deberías cargar con esto —le dijo Gary a Alma—. Es injusto, podemos trazar un plan, pero ¿por qué arriesgarse a convertirte en eso?
—Es todo lo que nos queda —respondió Alma—, si el apocalipsis se consuma, podré salvarlos a todos, si es posible podré crear un espacio con vida y sin la Orden. Tenemos que jugar todas las fichas.
Gary resopló, por primera vez era el único sensato y nadie le hacía caso, así que elevó su mano con desgana, Alma acudió a él para abrazarlo.
—Estaré bien —susurró.
—Debemos resolver lo del plan B sin ser descubiertos —dijo Ángeles.
Yamil intervino.
—Con ayuda de mi padre puedo transportarlos a un espacio donde nadie de la Orden puede interferir —explicó, y cerró los ojos ante una punzada en su cabeza, el tiempo se agotaba—. Es el escondite perfecto. No podrán ser atrapados ni rastreados.
La dimensión negra desapareció, todos volvieron al gimnasio y procuraron actuar con normalidad, volviendo a sus prácticas habituales.
Luego del entrenamiento, cada uno debía pensar sobre el próximo paso. Tal y como les habían advertido, quedaba poco tiempo para que la Orden tomara la resolución de destruirlo todo. ¿Cuánto tiempo? No lo sabían. ¿Cómo comenzaría el fin del mundo? No tenían idea.
—Necesitamos información —murmuraba Alex, caminando de un lado a otro.
La Legión del Mal estaba reunida en una de las salas de control, rodeados de computadoras y pantallas. Los demás miembros del equipo se habían retirado temprano. Quien se ausentaba era Yamil, que debía preparar el territorio para ejecutar su plan.
—Cierra el pico —le dijo Ángeles, concentrada en desensamblar el brazalete de Bianca.
—¿Qué haces todavía con esa basura? —preguntó Romeo, refiriéndose al tótem—, ¡¿acaso no te das cuenta que podrían estar leyendo nuestros pensamientos?!
—En serio, amigo —farfulló Sebastián—, necesitas tratar tu paranoia.
—No es mentira que nos vigilan hasta cuando vamos al baño —añadió Dante—. Por eso siempre me tapo con una toalla.
—Bianca no ha venido a buscarlo —Ángeles ignoró a sus compañeros y prosiguió y presionó una de las perlas, la cual provocaba un ruido blanco y deshacía las señales inalámbricas—. Lo dejó a propósito. En apariencia parece ser lo que necesitábamos, ya que es un manipulador de señales de la Orden y no será rastreado. Se supone que ahora mismo no estamos siendo escuchados, no solo eso, podemos oír conversaciones ajenas si nos acercamos a un determinado radio.
—¿Dices que Bianca ha traicionado a la Orden? —preguntó Alex—. Solo dejó su tótem, ella era parte de la DII, no hay forma de confiar.
—¡Lo sé! —Ángeles elevó su mirada y se colocó el brazalete—. Solo digo lo que me dice la ciencia. Este tótem no tiene otra función, lo desarme con Sam y lo volvimos a armar. Dibujé su plano y verifiqué su código de programación. No hay ningún truco.
Alex señaló a su amiga con el dedo índice y la mirada estática.
—Ángeles, no podemos fracasar.
—No usaremos esto —Ángeles sacudió su muñeca—. Crearé algo mejor, algo imposible de rastrear, me superaré. Por el momento puedes hablar tranquilo, no hay manera que rastreen nuestra charla, y si se dan cuenta que les ocultamos algo, nos morimos.
Alex resopló y, fiel a su estilo, acercó una pizarra blanca en la que escribió: plan de salvataje. Desde que Orlando White había sido capturado, su hijo no había pasado ni un solo día sin pensar en la posibilidad de salvarlo. Sus chances siempre parecían ser nulas, cualquier cosa que planificara tenía una contra. No quería fracasar, no quería poner más gente en riesgo, pero la Orden de Salomón no podía llevarse la victoria de forma tan fácil. Era insultante, humillante. Todo el tiempo se habían mantenido con la cabeza inclinada ante ellos, en completa desidia, sin una puerta, sin una ventana que les indicara el camino de salida. Ya no más. Existiendo una posibilidad, y teniendo a todo el equipo de su lado, Alex desarrolló sus ideas.
—Paso uno —dijo y escribió—: obtener siddhis.
—¿Nosotros? —preguntó Romeo, pestañeando rápido. La sorpresa los invadía a todos por igual—. ¿Para qué? ¿Cómo?
—Tenemos todo para desarrollarlos —explicó Alex—, necesitamos una herramienta de su nivel en caso que nos vuelvan a atacar. Tenemos un potencial que debemos descubrir. Ahora diré el paso dos: conseguir aliados.
—¿Aliados? —Dante rodó sus ojos—. Cualquier persona podría clavarnos un cuchillo en la espalda, no confío en nadie más de los que somos.
—Ya tengo unas personas en mente —dijo Alex—, las únicas de confianza. Paso tres: conseguir alianzas de las subsociedades. Desde el principio, el trabajo de la División fue tratar con ellos, Alma tiene un amigo anómalo, no es necesario involucrarlos más de lo necesario, pero pueden servir.
—Esto se complica mucho más. —Ángeles se recostó sobre su silla, con la mirada al techo—. Por lo que sé, los anómalos están recluidos en su isla por viejas órdenes de la Sociedad Centinela, y hace poco entraron en conflicto con los Nobeles de la Orden de Salomón. No querrán saber nada de nosotros.
—Paso cuatro —Alex inspiró hondo, llevó su mano a la boca y dio algunas vueltas antes de escribir en la pizarra—. Secuestrar a Luca, Bianca y a Mateo pata obtener información.
—¡¿Cómo haremos eso?! —Romeo saltó de su asiento—. Además, ¿qué sucederá con tu padre? ¿Dónde los meteremos?
—Podremos retenerlos con ayuda de Yamil —explicó Alex—, dijo que existe un lugar que podemos usar de escondite en tanto planificamos el resto. No sé dónde está mi padre, si lo supiera, mi objetivo sería salvarlo a él. Necesitamos información de primera fuente y una moneda de intercambio.
—No sabemos el valor tienen esos para la Orden —musitó Dante—, dudo que sea demasiado, están muy por debajo de Isaac o Leonardo.
—Pero son los únicos que conocemos en su totalidad —dijo Alex—, o al menos conocemos una parte de ellos.
—¡Creíamos conocerlos! —enfatizó Romeo—, de otro modo no nos habrían engañado.
—Sospechamos de ellos —recordó Alex—. Romeo, sé que la paranoia te abruma, y en este caso tienes razón. Tenemos un ojo que todo lo ve, acechándonos, pero ¿por eso vamos a detenernos? Nuestros días están contados.
Romeo se quitó los lentes y frotó sus ojos. Dante, a su lado, le palmeó la espalda con fuerza.
—No te preocupes, amigo —le dijo—, si nos descuartizan, nos descuartizarán juntos.
Con miles de detalles que pulir, debían ejecutar su plan. Nada era seguro, nada era confiable. La situación les hacía parecer que construían castillos de arena antes de una tormenta, un simple goteo y todo se iría al mismísimo infierno, pero la Orden de Salomón les había quitado todo, incluso aquello con lo que podían ser sobornados: la esperanza.
Las manos de Gary presionaban en la espalda desnuda de Alma, quien tenía la cara sobre la almohada. Él le propinaba unos masajes en su cama luego del entrenamiento. Ella leía y releía un mensaje de su padre, le pedía el favor de reunirse con él a la hora de la cena.
—Todo va a estar bien —decía Gary, pero no podía asegurarle nada. Luego de todo lo sucedido, lo único que imaginaba era que la pusieran en una celda, aunque fuera innecesario enviarle una invitación para ello.
—Me ha llamado a mí y a Ángeles —señaló Alma, poniéndose de pie para cambiarse, era momento de partir—. Tendremos que enfrentarlo.
Podía verse por la ventana que las luces de la ciudad alumbraban las aceras en un calmo anochecer.
—Te esperaremos fuera de su casa —dijo Gary, colocándose los pantalones—, ante cualquier rareza vamos a intervenir.
Con una chaqueta de cuero sobre sus hombros, y su cabello ondeado atado, Alma tomó un pequeño bolso rojo y siguió a Gary hasta su propio automóvil, el que Bautista le había regalado el día de su cumpleaños. El único lugar que tenía para guardarlo era el garaje del edificio, pero no le interesaba presumir, aunque el deportivo blanco nieve era, de por sí, demasiado ostentoso para la pequeña ciudad de Marimé.
Aceleraba y se sentía poderosa. El aire fresco ingresaba por las ventanas y Gary se aferraba más a su cinturón, viendo la velocidad aumentar. Llegarían antes de lo acordado a aquel barrio cerrado de acaudalados excentinelas.
Ante su llegada, el guardia de seguridad abrió las compuertas, y ella se acercó hasta la moderna casa de su familia, en donde Ángeles esperaba junto a su equipo. Todos estaban allí por ellas, temiendo una represalia, temiendo que la Orden se hubiese enterado de que tramaban algo en su contra luego de cuatro largos meses de plena obediencia.
—Estás muy linda —dijo Alma a su amiga, y le dio un fuerte abrazo al percibir un ligero temblor en la pelirroja.
Ángeles dio una vuelta para mostrar su vestido aterciopelado negro, luciendo con su cabello suelto y sus tacones violetas.
—Mi abuela siempre decía que uno debía verse lindo —explicó Ángeles—, sobre todo cuando hay riesgo de muerte. Nadie quiere un cadáver con calcetines rotos o ropa interior estirada.
—No vamos a morir —Alma la tomó de la mano y miró a los chicos a su alrededor—. Si quisieran ya estaríamos todos muertos. Es solo una cena.
Ella quería creer en sus palabras, pero la repentina situación no le generaba otra cosa que un terrible pavor. Odiaba eso, odiaba pensar en que se encontraría con su padre, con su hermano, quizás con su madre y su hijo recién nacido del cual desconocía su nombre, incluso con Bianca o, en el peor caso, tendría que enfrentarse a Luca.
Alex la miró con sus ojos firmes y habló:
—No va a morir nadie porque no lo permitiremos.
Alma dejó que los chicos se dispersaran por el barrio, entre las plazas o encima de los tejados; y no sin antes dar un beso a Gary, se dirigió a la puerta de entrada, presionando la mano de su amiga. Ella cerró su puño libre y lo elevó para golpear la puerta, pero esta se abrió al instante.
—Las estábamos esperando —dijo Leonardo. Era inesperado que fuera el encargado de recibirlas.
Los platos se disponían a lo largo de la mesa en lo que parecía ser una cena normal de gente pudiente; esa era la impresión que daban esas trufas blancas decoradas con hierbas y salsa de ingredientes desconocidos. A sus lados, cada comensal tenía una multiplicidad de cubiertos, y a su frente, al menos tres copas por persona.
Alma miró la comida con asco, le parecía una humillación más que un agasajo. Cualquiera que la conociera, o se atreviera a pensar por un instante, habría optado por un plato menos elaborado y más delicioso para su mundano paladar. Ella apretó los puños con rabia, manteniendo la mirada en la mesa, porque había otra cosa que le molestaba más, y era la presencia de Mateo, Bianca y Luca como un maldito trio de demonios que existían con el mero propósito de hacerla infeliz. Al menos agradecía la ausencia de su madre.
El ruido metálico de los cubiertos hacía eco en la sala.
—Puedo pedir que les cocinen otra cosa —dijo Leonardo, limpiando su boca con una servilleta para luego mostrar una mueca de falsa amabilidad.
—¿Por qué haces este teatro? —Alma cruzó la mirada con su padre—. Dinos, ¿por qué nos llamaste?
—Quería felicitarlas —Leonardo tomó un gran sorbo de vino—. Alma, trabajaste duro y superaste tu última prueba; y, Ángeles, tu proyecto de la plataforma espacial ha llamado la atención de muchos miembros de la vieja DII. Eres un genio, sin duda.
—Ah, eso... —murmuró Ángeles, demostrando una timidez impropia—. Sam me ha ayudado mucho, no habría podido sin él.
—No seas modesta —dijo Leonardo—, sabemos quién es el cerebro en esto, incluso eres como un anexo del cerebro de Alex White. Sé que no me equivoco, los estuvimos observando muy de cerca.
—Nos complementamos —Ángeles tomó la copa de vino y tragó cuanto pudo—. Creo en el trabajo en equipo, ellos me potencian. Alex es más estratégico y yo más tecnológica, es todo.
—Estratégico... —Leonardo llevó la mano a su mentón—, así que él tuvo que ver con la distorsión de señales que detectaron en la casa de Bautista.
Alma pestañeó rápido, ¿acaso ya sabían lo de Yamil?
Ángeles carcajeó, irrumpiendo en el silencio. Lejos de sentirse asustada, revisó sus bolsillos y lanzó el brazalete de Bianca al centro de la mesa. La enfrentó con la mirada y pudo ver a la blonda quedarse estática ante la situación.
—Creo que esa cosa fue la culpable —dijo Ángeles, viendo como Leonardo lanzaba una mirada fulminante a su sobrina—. Olvidaste eso en la casa de tu padre, Bianca. Nos pareció extraño, tardé un rato en descifrarlo.
—¿Así que visitaste a tu padre? —Leonardo entrecruzó sus dedos y mantuvo su temible mirada sobre Bianca—. Y olvidaste algo tan importante como tu tótem.
La situación daba a entender que Bianca no comunicaba a sus superiores todo lo que hacía. Podía ser que la estuvieran poniendo en un apriete, pero en ella se lo ganaba, por lo que Ángeles tomaba la mejor de las decisiones. Jaque mate.
—Actué por mi cuenta —Bianca bajó su mirada—. Lo dejé adrede para rastrear conversaciones. Lo siento, no creo en la obediencia de Alex y Alma ante esta situación.
—Olvídalo, lo hablaremos después —Leonardo alzó una ceja y volvió su vista hacia Alma y le habló—. Imagino que dilucidaste la finalidad de tu entrenamiento.
—Destruir el mundo, o rehacerlo —dijo Alma entre risas—, suena a la clase de plan de algún villano patético. Da igual, no voy a cumplir esas órdenes, porque no hay ni una sola chance en la que crea que la solución es el...
—¿Genocidio? —preguntó Leonardo—, prefieres que el mundo siga como está porque crees que nuestra solución es una monstruosidad, ¿no es así?
—Lo es —afirmó Alma.
—Las hambrunas están llegando a doscientas millones de personas en la población mundial —expuso Leonardo—, un gran porcentaje morirá este año, y el resto lo hará en años siguientes, ya sea por el mismo hambre o por enfermedades que no les serán tratadas debido a la negligencia. ¿Tienes idea cuantas guerras hay actualmente? ¿Cuántos civiles han muerto ya? Millones, tengo los porcentajes si te interesa, ya que eres tan humanitaria. ¿Tienes idea cuantos han muertos por catástrofes provocadas por el humano? ¿Qué me dices de las crisis climáticas y migratorias? ¿Qué me dices de las muertes por actos de corrupción, por estrategias políticas, cuestiones religiosas? —Alma quiso opinar, pero Leonardo continuó—. Podría seguir arruinándote la noche nombrando cada acto eugenésico de este mundo, porque este sistema es un sistema genocida; y que no haya una gran explosión frente a tu dormitorio no significa que, ahora mismo, estén muriendo miles de personas gracias al sistema que creó la Sociedad Centinela, este sistema que solo criticas en una charla de bar y de la que luego te olvidas porque no te toca a ti. Es tan fácil hablar, Alma, pero ¿qué haces por los demás? ¿Por qué estaría mal usar la misma receta para acelerar la muerte de este mundo de dolor? Tu incapacidad de acción ante las desgracias actuales es lo que ellos querían. Estás domada, adormecida y apestas a hipocresía.
Alma mordió sus labios y tensó sus puños sobre el mantel. ¿Estaba mal? ¿Era hipócrita? Lo único que tenía en mente era detener a la Orden de Salomón porque ya no tenía esperanzas en un futuro, pero si lo lograba ¿qué haría después? Su padre no mentía que ella había hecho la vista gorda ante las injusticias del mundo, como todos, ¿qué podía hacer? ¿Acaso no podía idear un plan para mejorar el mundo así como lo hacía para detener el apocalipsis? Parecía mucho más difícil pensar en arreglar el mundo a parar a una organización de dementes.
Sus ideales comenzaban a desbaratarse, a entrar en un conflicto filosófico. Sabía que lo de la Orden estaba mal, pero no tenía argumentos suficientes para debatirlo cuando no conocía el dolor de la guerra.
—No ha pasado mucho desde que la Sociedad Centinela ya no está —musitó Alma—, y que ustedes tomaron el mando. Quizás es momento de correrse a un lado, de deshacer programas de manipulación como el proyecto Monarca, el Disociador M, las IPC, y ver cómo la gente se organiza sola, sin sus intervenciones fascistas.
Leonardo lanzó una carcajada insultante. Bianca, Mateo y Luca abrieron sus ojos con sorpresa. Las sonrisas y las risotadas eran impropias de él, pero desde que Alma había llegado a su vida no dejaba de hacerlo una y otra vez, como si fuera feliz de tenerla, aunque su forma de ver el mundo fuera opuesta a la suya.
—¿Fascistas? —Leonardo siguió sonriendo mientras limpiaba su boca con una servilleta—. Si nos corremos a un lado los Skrulvevers seguirán en la cúspide. ¿Nunca pensaste en eso? Son los verdaderos amos de los hilos y del tercer secreto que intentamos debelar, ¿sabes por qué? Los secretos solo sirven para las personas que se creen superiores. Todos sabemos de lo nefasta que era la Sociedad Centinela, y a la vez eran quienes resguardaban los secretos. Lo mismo sucede con los Skrulvevers, no son una organización hermana de los centinelas, han sido lo que el clero es para el rey, los verdaderos amos de la ley y la moral. Mi ideal de mundo es aquel en donde todos estemos en igual condiciones, donde todos sepan de donde vienen y decidan a donde ir, y la única forma de lograr un mundo sin dolor es destruyendo la máquina de destrucción continua que sigue funcionando.
Alma resopló y desvió su vista a un lado.
—No llegaremos a un acuerdo, porque mientes. Nunca habrá igualdad si tú eres quien decide quien vive o muere.
—Coincido, no llegaremos a un acuerdo —respondió Leonardo—, pero siempre es grato hablar contigo. Al menos espero que aceptes la misión final de tu entrenamiento como un Gris.
—¿Misión final?
—Una vez que la tierra quede arrasada, será tu responsabilidad, y la de otros Grises, recomponer la vida en el planeta.
—Imagino que puedo hacer eso —Alma se levantó de su asiento, dispuesta a retirarse, su amiga la siguió.
—Necesito hablar de algunos asuntos con Ángeles —interrumpió Leonardo, y se dirigió a la pelirroja—, ven a mi despacho.
Ángeles siguió a Leonardo y Alma volvió a sentarse, quedando a solas con las personas que más detestaba en la faz de la tierra. No podía siquiera verlos a la cara, hacía todo para evitar cruzar sus miradas con ellos. Por eso buscaba de forma apresurada su teléfono y enviaba mensajes a su grupo de aliados.
"Saldremos en un instante".
Sin embargo, el ruido de una silla la obligó a elevar un poco su vista. Bianca huía apresurada del comedor, siendo seguida por Mateo. De ese modo quedaba a solas con Luca, a quien no pudo evitar ver de refilón. Pretendía fingir que era invisible, pero la curiosidad la abrumaba.
Tragó saliva y lo vio. Tenía su cabello más largo, alborotado y de color negro, su color natural, ocultaba con cuidado su rostro quemado y vestía formal, con una camisa y unos pantalones en tonos oscuros. Mantenía su vista en su plato lleno, no había probado bocado alguno al igual que ella.
El corazón de Alma se aceleró, no podía mirarlo sin sentirse agobiada por miles de sensaciones confusas. No podía creer que él estuviera del lado de Leonardo y de la Orden, y si bien las banderas rojas siempre habían estado presentes en su relación, le parecía imposible que una persona mintiera tan bien, que hubiera jugado tan sucio.
—¿De verdad estás de acuerdo con esto? —preguntó Alma, con la voz comprimida. No podría volver a su casa arrepentida de no haberle preguntado.
Luca elevó su rostro y la miró. Se sintió como un puñal, ella no entendía esa expresión de dolor, esa mirada apagada, esa postura abatida.
—No, no estoy de acuerdo —dijo, provocando en Alma un intenso calor—, pero sé que no hay otra salida. Hace tiempo superé la etapa ingenua e idealista en la que estás atrapada. Yo sé lo que es perder toda esperanza, tú no, por más que lo creas.
Aunque sentía un profundo dolor con cada segundo a su lado, Alma prosiguió porque no podía concebirlo, no podía creer lo que oía. La respuesta de Luca la desbarataba por completo, seguía inmerso en ambigüedades, como siempre.
—Quizás es lo que te hicieron creer —Alma quería negar la idea de que Luca fuera parte de toda esa basura—. Cuando hablábamos de las injusticias siempre coincidíamos, parecías sincero. ¿Acaso no fue la misma Orden quien lanzó la infección que casi mata a Mateo? ¿La que mató a la madre de Mao? ¿La que me infectó?
Las palabras fluían solas.
—Siempre fui sincero con lo que decía —respondió Luca—, nunca mentí en mi postura. Respecto a la infección, fue una decisión de Mateo, él se infectó por cuenta propia para evitar un mayor daño.
—Sí, lo recuerdo —la voz de Alma sonó impostada, recobraba el aliento y el enojo—. Fingió salvar a las familias de sus amigos, todos lo creyeron un mártir, pero él mismo fue cómplice de la muerte de la madre de Mao y de todos los que murieron por esa infección. Ustedes son salomónicos.
—Hay mucha gente por encima de nosotros que tomó la decisión de infectar a los inocentes —explicó Luca—. Si hablábamos nos asesinaban, a nosotros y a ustedes. ¿Qué caso tendría? No salvaría a nadie y añadiría más muertes a la lista. Mateo sí se sacrificó, no quería que ustedes salieran afectados.
—Ya entiendo porque lo defendías, eres un psicópata de la misma calaña —contestó Alma—, si no quería perjudicarnos no nos habría involucrado en esto, mucho menos en el sector de sus enemigos, lo cual siempre me pareció una completa locura, sin pies ni cabeza.
—Y quizás nunca lo entiendas —Luca se levantó de su silla—. Es mejor así.
Alma se quedó con las palabras en la boca, con la incertidumbre y el malestar. Luego de cuatro meses hablaba con Luca y se sentía como un extraño del que nada sabía. Todo lo que habían vivido juntos era falso.
El esmalte negro de las uñas de Ángeles caía hecho trizas al alfombrado del despacho de Leonardo, ella rascaba con nerviosismo sus uñas, arruinando su manicura. El miedo la consumía, era una pobre nerd debilucha, sin habilidades de pelea, solo sabía burlarse de las personas a través de pantallas, audífonos y tecnología.
—Los pendientes bloqueadores fueron tu creación, ¿no es así? —dijo Leonardo, quien presenció el momento justo en el que Ángeles empalideció—, ya sabíamos de ello, por eso te lo prohibimos, no te traje a un interrogatorio ni te voy a encerrar.
—Bueno, sí —siseó la joven.
—También recuperaste la señal y las conexiones durante la infección de Mateo —Leonardo leyó entre sus papeles unos viejos informes—. Descubriste la huella digital de la tecnología de los Nobeles, lo que te llevó al Disociador M, una creación de la DII y finalmente descubriste el sector de traidores de la Sociedad Centinela.
—No se lo dije a nadie —la voz de Ángeles tembló—. Ustedes ganaron, y lo único que buscábamos era que los Altos Mandos no mintieran a su gente, porque ellos también lo sabían, sabían que la Orden estaba infiltrada en sus filas. Cualquier persona lo habría descubierto con un poco de ingenio.
Leonardo sonrió.
—Esta Sociedad Centinela carecía mucho de ingenio —Leonardo resopló—. No estés a la defensiva, quiero que sepas que hemos evaluado tu desarrollo, y toda la Orden cree que tu mente brillante es muy valiosa. De verdad queremos apoyar tus proyectos y darte el lugar que mereces en el futuro.
—Debo decir que me halagan —dijo Ángeles, recuperando el aliento—, pero siempre trabajé en equipo, soy una persona haragana en extremo, sin la motivación de Alex, o de mis compañeros, no podría hacer ni la mitad de las cosas que hago.
Leonardo se levantó de su asiento y entregó una tarjeta a Ángeles.
—Hay gente interesada en tu plataforma espacial —le dijo a la joven—, puedes comunicarte con este sector de la Orden, muchos de ellos eran miembros de la DII, así que te resultarán conocidos. Te ayudarán en lo que necesites, siempre y cuando escojas nuestro bando, toda tu familia podría salvarse si así lo quisieras.
Ángeles revisó la tarjeta, era negra y tenía un número telefónico en dorado, nada más.
—Es buena opción —Ángeles sonrió y se precipitó a la salida, siendo seguida por Leonardo, quien le abrió la puerta.
Le parecía un poco inocente, por parte de ese temible hombre, querer sobornarla con algo tan obvio. Ángeles no era miembro de la Legión del Mal por ser una marginada, lo era porque sus convicciones eran tan fuertes como las de cualquiera de sus amigos. Ellos eran parte de su familia, y por ellos daba la vida. No existía forma alguna de traicionarlos.
Por un momento, miró la tarjeta imaginando las posibilidades. De ser Alex ya estaría planificando miles de cosas, y ella, ¿qué provecho podía sacar de esa situación?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una persona que hacía vibrar el suelo con cada paso. Luca se marchaba del comedor y se adentraba a los pasillos.
—¡Luca! —lo llamó Leonardo—, ¿dónde ha ido Bianca?
Luca frunció el ceño y pensó.
—Imagino que a su habitación —respondió.
—Dile que venga de inmediato a mi oficina.
La situación era llamativa para Ángeles, ¿acaso la forma en la que se refería a Bianca, con tanta seriedad, se debía a la situación con el brazalete?
Ángeles corrió a la sala, en donde Alma seguía sentada y con la vista en una copa de vino. Era un desafío permanecer allí, sin beber una gota luego de hablar con Luca.
—Vámonos, Alma —Ángeles la tomó de la mano y ambas partieron, a salvo.
El retorno al hogar era eterno. Alma le pedía a Gary que condujera, ya que su cuerpo se relajaba luego de tanta tensión y se creía incapaz de mantenerse despierta en el sinuoso camino de la ruta boscosa.
Gary la veía en el asiento de copiloto, hecha un ovillo y mirando a la nada.
—¿No quieres hablar? —le preguntó.
Alma chasqueó su lengua y encendió la música con el volumen bajo.
—No tengo mucho que decir —respondió ella, con la vista en el paisaje—, fue otra noche en la que me trataron de inocente, idealista, hipócrita, oveja de rebaño, adoctrinada, adormecida, esos son insultos demasiados duros para una persona que pretendía estudiar filosofía, ¿sabes?
—Tú sabes que no eres así.
Alma sonrió mientras negaba con la cabeza, Gary daba la respuesta más simplista posible.
—Quizás lo soy, quizás tienen razón —dijo ella en un hilo apresurado—, seguimos acatando órdenes, y si no estuviéramos contra las cuerdas no haríamos nada por el mundo, seguiría dejando la revolución para mi tesis, no para la realidad. A lo mejor no veo el panorama completo, a lo mejor no puedo ser crítica, y a lo mejor... no lo sé, quizás la Orden tenga la solución para el mal de este mundo.
—No —Gary aparcó el auto en una banquina y miró a Alma con seriedad—. Puede ser que para arreglar los errores de la humanidad todo tenga que reiniciarse, pero eso debe darse de forma natural. No tiene sentido que sea un pequeño grupo el que guie el futuro, ¿Quiénes son ellos? No son más que simples mortales, como tú o como yo, ¿qué lo exenta de cometer errores, de estar alienados por su propia mierda? Alma, no te engañes, ni salomónicos, ni centinelas, ni siquiera los skrulvevers son la respuesta a un cambio, sino todos juntos, como humanos.
Alma lo miró con asombro y luego lanzó una carcajada.
—Lo siento —dijo ella, aun riendo—, imagino que así me vio mi padre en la cena.
—Es lo que creo —Gary volvió a encender el motor—. Que el mundo tiene que cambiar es cierto, pero no debe darse a través de su mano, nada bueno puede venir tras un tsunami de sangre.
—Gracias —Alma le dejó un beso en la mejilla—. Pusiste mi cabeza en orden.
—A veces, lo único que necesita una mente aturdida es hablar.
El resto del trayecto pudo ser más ameno, Alma pensó por un instante que, así como se sentía subestimada por Gary cuando se trataba de peleas, ella también lo había subestimado a él, que era capaz de otorgarle la calma con unas pocas y simples palabras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro