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CAPÍTULO 4: Antes del final


La sorpresa llegó a las chicas que bebían en el Antro. Alma ingresó con compañía. Todos querían pasar un buen momento entre amigos, charlas y bebidas. El bar quedaría cerrado al público esa noche para que ellos pudieran disfrutar de sus espacios sin molestias. La música sonaba, cada uno tomaba lo que quería, jugaban en la mesa de billar o en los arcades.

—¿Qué sucedió? —Esa era la pregunta que le hacía Jazmín a Alma, la misma que todas se hacían.

—Tienen razón —respondió Alma, bebiendo de una cerveza sin alcohol. No la adormecía, pero al menos tenía el sabor de la malta—, me tomaré un respiro de toda la mierda.

Desde una de las mesas, Sofía comía pizza junto a Carmela. Lisandro se acercó a ellas, tenían una buena relación, sobre todo con la hermana de su líder, a quien había ayudado a ingresar a la universidad. Ella no le prestaba demasiada atención, tenía su vista puesta en Alma, no quería que nada se le pasara por alto. Sabía que sus actitudes cambiantes eran pequeñas señales a futuro. La conocía demasiado bien.

—Es sin alcohol —Lisandro sonrió, creyendo que la preocupación de Sofía se dirigía a la botella en la mano de Alma.

—El autocontrol de Alma se ha vuelto admirable —comentó Carmela—. Aunque los extremos no son buenos. Por suerte decidió regresar y pasarla bien.

—¡Chicas rompehuesos! —Alex y Sebastián aparecieron ante las viejas patinadoras.

Sofía sentía extrañeza con Alex buscando conversación, siempre se recluía con su grupo de amigos en el rincón más oscuro del Antro.

—Colgamos los patines el verano pasado —comentó Carmela.

—¿Pero siguen estando en forma? —inquirió Alex—. ¿Saben golpear a la gente?

Sofía frunció el ceño, Alex le caía mal desde el primer día. No entendía cómo su hermana había salido con un chico incapacitado para iniciar una conversación normal.

La expresión facial de Carmela fue de total confusión. Encogió su entrecejo y forzó una sonrisa. Trataba de ser amable, pero Alex lucía impaciente por una respuesta, y su amigo al lado parecía más como un guardaespaldas o un sicario a sueldo.

—Nunca dejamos de hacer ejercicio —Sofía alzó una ceja—, si a eso te refieres.

—Evitamos las peleas —Carmela volvió a sonreír—, y aunque el roller derby parezca un deporte agresivo, una pelea significa la inmediata expulsión.

—Alex, saben defenderse de los idiotas —Lisandro intervino—. ¿A qué viene ese interés?

—Vámonos —ordenó Sebastián a su amigo—. Lisandro está haciendo trampa.

Las chicas no entendieron, pero Alex se alejó antes de soltar la lengua. El siddhi que Lisandro desarrollaba no era un "lazo de la verdad", era un aturdimiento provocado por el agua generada de su habilidad, la cual conectaba a su víctima, para deshidratarla e intoxicarla , ocasionándole una confusión similar a una borrachera, ideal para desinhibir a las persona al punto de hacerlas hablar de más. Por lo que no se trataba de un segundo siddhi, como había creído en un principio. Luego de estudiarlo con el equipo, concluían que era otra función de la hidroquinesis.

Todos conocían a Alex como para saber que no movía un dedo sin un propósito. Por ello, cualquier gesto amable era tomado como una táctica. ¿Qué quería? Con solo dos palabras Lisandro no podía estar seguro.

—¿Cómo se encontraba tu familia, Yaco? —preguntaba Renata, mientras los chicos relatan sobre sus actividades campestres.

La vuelta de Yaco y Mao traía consigo varías anécdotas que hacían reír a las chicas. Pero no era algo que Alma pudiera disfrutar, su mirada estaba puesta en Gary que desde la llegada al Antro luchaba con una vieja máquina de Pac-Man. No existía cosa más deprimente que perder, una y otra vez, y mantener una expresión de profundo odio por ello.

—¿Tienes idea de qué le pasa? —Jazmín habló al oído de Alma y señaló a Gary con su dedo.

—Imagino que quiere jugar Pac-Man —Alma rodeó sus ojos—. ¿Por qué no le preguntas? Le caes bien, quizás puedas levantarle el ánimo.

—¿Por qué me lo dices a mí? —Jazmín le golpeó la espalda y carcajeó fuerte.

—Te gusta, y estoy segura que él gusta de ti —dijo Alma, mirando su botella.

—No lo creo —Jazmín rió con fuerza—. Además, ya descargué una aplicación de citas y estoy conociendo muchos chicos. Te lo dije el otro día.

Alma se encogió de hombros. La mitad de las cosas que Jazmín le contaba se perdían en una nebulosa en su mente. No era desinterés, adoraba a su amiga. Se trataba de los problemas que la inundaban.

Al final, sin que le insistiera demasiado, Alma tomó la responsabilidad de no dejar a Gary sufriendo en soledad.

Game over.

La pantalla volvía a mostrar el letrero de perdedor a Gary. Su rostro estaba teñido de azul por la luz de la máquina, que resaltaba sus preciosas facciones enojadas, algo inusuales en él.

—Lo siento, Alma —dijo al presentirla a su lado, colocando una ficha en la ranura para reiniciar su juego—. No tenía intención de discutir con ellos. No podía creer que tuvieran el descaro de acercarse a nosotros.

—Gary, lo vi todo —Alma rió encogiendo sus cejas—. No tienes que disculparte. De hecho, es bueno saber que todos se contuvieron de maravilla. Olvídate de esos idiotas. Vamos a pasarla bien. ¡Y deja a Pac-Man en paz! —añadió con énfasis.

Gary soltó el mando y la vio a los ojos.

—También quiero disculparme por lo del otro día —Gary miró a sus zapatos—. No era el momento, quería estar un rato a tu lado y lo arruiné.

—Nunca será el momento —dijo Alma—, lo cual no significa que debas guardarte cosas.

—Nunca será el momento —repitió Gary—. ¡Carajo! —bramó con las mejillas rojas, dándose cuenta de su actuación—. ¡Lo estoy haciendo de nuevo! ¡Lo siento! Iré por una cerveza.

Alma lo detuvo del brazo.

—¿Por qué quieres estar conmigo? —preguntó, seria, no encontraba una buena respuesta a ese repentino interés—. ¿Tienes miedo de que llegue el apocalipsis y que la muerte te encuentre solo? ¿O sientes culpa por las cosas que pasaron? ¿Es eso? Porque si es así no lo quiero.

El chico se quedó congelado ante tan resolución.

—¿De qué estás hablando? —Gary parpadeó con velocidad—. Si nos gustamos, nos llevamos bien y nos conocemos, ¿por qué no podemos estar juntos? El apocalipsis no se va a adelantar por eso. La muerte es inevitable en cualquier escenario, ¿por qué lo único que hacemos es esperarla sentados? ¿Por qué no podemos disfrutar ni un poco?

Ella lo sabía, Gary tenía razón en lo que decía. Por otro lado, temía no poder ofrecerle nada bueno. No tenía tiempo para su vida, ¿podría dedicarle el tiempo que merecía? Aún peor, tenía que lidiar con el miedo a ser engañada, usada y traicionada otra vez. ¿Su sobriedad era real o fingía tenerlo todo bajo control? Con tantas inseguridades y miedos, consideraba egoísta la idea de querer estar junto a alguien, más aún si ese alguien era Gary. Él no merecía sus demonios.

Alma apretó sus ojos, no quería volver a rechazarlo. La mano de Gary la tomó por el mentón, ella abrió los ojos, devolviéndole una mirada agotada.

—No importa lo que suceda, quiero intentarlo —susurró él al momento de besarla.

Ella cerró los ojos al sentir la tibieza de los labios de Gary posarse sobre los de ella, fríos. El corazón de Alma dio un vuelco, no pudo resistirse más, los sentimientos adormecidos afloraban con locura. De un arrebato se alzó de puntillas y abrazó a Gary por el cuello, atrayéndolo más a su boca, devorando sus besos.

Todos vieron como ese beso se daba al fin. Temían interrumpirlos, así que fingieron no haberse dado cuenta de la pasión que crecía.

—Vamos a mi auto —jadeó Gary, al separarse de la boca de Alma.

Ella asintió, escapándose con él hacia el callejón, en donde aguardaba el viejo Chevy.

El asiento trasero del automóvil se incendió en un instante. La tensión acumulada podía generar un desastre. Las prendas de ropa se escapaban de los cuerpos. El beso de Alma y Gary parecía no tener fin, de un momento a otro sus piernas se habían enredado para no separarse hasta deshacerse de todo el fuego en sus pieles.

Sin decir a nadie, tras ese arrebato de lujuria, Alma y Gary encendieron el motor y se fueron lejos de los demás.



—No puedo creerlo —dijo Mao, y vació una copa de vino junto a Yaco—. Nuestro pequeño ha abierto los ojos.

Yaco lanzó un largo suspiro.

—Y eso me da mala espina —comentó—. No quiero ser aguafiestas, pero no sé qué tanto bien puede hacer iniciar una relación sin futuro.

—Eso sí fue aguafiestas —dijo Lisandro—. Gary ha estado mal desde el día del recital, luego de que Luca rechazara a Alma no dejó de pensar en ella, no tiene que ver con el fin del mundo.

—Ese es otro problema —insistió Yaco—, Gary suele sentirse culpable por cosas que no le corresponden. Lo último que necesita Alma es otra relación falsa. Lo peor es que él no se da cuenta y confunde pena con amor.

—Como sea, no es lo que importa —Lisandro se acercó más a sus amigos, y habló entre susurros—. ¿Tienen idea se sucede algo con Alex? Ha estado actuando algo extraño desde que ingresó al Antro, incluso trató de ser sociable con Sofía; además, Yamil se ha mantenido apartado, sin sonreír ni una vez.

Mao lanzó un vistazo a todos los que presentes. Renata y Jazmín oían música junto a Dante y Romeo. Sofía y Carmela hablaban con Ángeles, Sam y Sebastián. Yamil se mantenía a un margen, mirando su teléfono, mientras que Alex se había situado en una esquina de la barra, en donde mordisqueaba sus uñas.

—Su padre sigue prisionero —dijo Mao—, a pesar que cumplimos todas las órdenes no lo liberarán hasta que diga lo que sabe del tercer secreto.

—Lo sé, pero trama algo —advirtió Lisandro—, intenté atraparlo con mis hilos de agua y lo advirtió al instante. Me preocupa que esté conspirando.

Lisandro tenía la vista fija en Alex, que seguía jugueteando con sus dedos. No era propio de alguien con su carácter avasallante e inquieto. En cambio se había convertido en la sombra del grupo y a la mayoría parecía no importarle.

Mao sirvió un trago y se lo llevó hasta su lugar.

—La casa invita —dijo, colocando el vaso frente a Alex—, ¿cómo te trata la noche?

Alex alzó la vista y se topó con la mirada picaresca de Mao.

—No muy bien —Alex bajó su vista, manteniendo una sonrisa genuina—. Sabía que no cumplirían su promesa. Lo asesinarán y no podré evitarlo. Estoy seguro que mi padre lo sabe y por eso mismo está dilatando el asunto. Prefiere la muerte a debelar el tercer secreto.

—Ese tercer secreto da más miedo que el apocalipsis —musitó Mao.

—Sí... —Alex miró a Yamil de refilón—. Por eso no sé hasta qué punto debemos mantenernos mansos. Parecería que no tenemos nada más que perder, excepto que todo puede ser peor.

Daba pena como nunca antes, era probable que Alex no pudiera calmar sus ideas y pensamientos, pero ya no había nada que pudieran hacer. La única pregunta que quedaba reflotando, en las mentes de todos, era si habían hecho lo correcto al sucumbir a la Orden de Salomón, su única recompensa era el prolongamiento de su vida, pues ni siquiera tenían un lugar asegurado en los búnkeres durante el apocalipsis.

—¿Cuándo dejamos de luchar? —preguntó Alex, tomando la copa y sorbiendo un gran trago.

Mao respondió:

—Cuando la Orden liquidó a la organización más poderosa de toda la historia de la humanidad.

—Hay que reconocer la derrota —Yaco se acercó a ellos y tomó una botella de la vitrina

—¿Te cuesta aceptar que perdimos? —preguntó Lisandro, acercándose a Alex—, ¿qué buscas de Sofía? Saliste espantado en cuanto usé mi siddhi.

Alex rió y desvió su mirada a las chicas rompehuesos.

—Ellas tampoco tienen nada que perder, pero no lo saben aún.

—Ni se te ocurra involucrarlas —advirtió Lisandro—, mantén tus locuras a raya.

—Yo no cometeré ninguna locura —afirmó Alex, vaciando la copa y sirviéndose otra vez—, el mundo ya es una locura, lo único que nos queda es jugar nuestras últimas cartas en el mazo.

Lo que podía pensar Alex perturbaba a cualquiera del grupo. La forma particular que tenía de ver el mundo era distinta a los que vinieran de afuera de la Sociedad Centinela. Él tenía entendido que las vidas de las personas se entrelazaban en un juego de poderes, que cada uno tenía fichas, cartas, dados con los cuales podían realizar sus jugadas y alcanzar sus objetivos. Algunos tenían ventajas por sobre otros, poseían brillantes cartas doradas repletas de privilegios, pero nadie carecía de debilidades, de puntos ciegos, y si alguien lograba ver esos puntos ciegos podía ganar cualquier partida, incluso con aquel que se declaraba como invicto, porque para Alex, la verdadera derrota era la muerte y él aún seguía de pie.



Como si un terremoto hubiese arrasado con su cuerpo, Alma dormía desnuda, con la boca abierta y la cabeza de lado en la cama de Gary, con brazos y pies colgando a los lados. El chico rió al verla y la arropó con las sábanas. Por un momento se quedó sentado a su lado, acariciándole el cabello enmarañado. Tomó aire y resopló agotado, no recordaba la última vez que había tenido un ejercicio tan intenso.

—Buenas noches — dijo Gary al momento de dejarle un beso en los labios.

Alma se removió y frunció su entrecejo.

—Luca... —murmuró.

Gary se apartó y sintió un soplo de aire frío recorrerle la espina. Ella seguía dormida, no se trataba de una equivocación, sino de un sueño.

—No me dejes aquí..., Luca —continuó Alma.

—Alma, tranquila —susurró Gary, intentando despertarla con suavidad. No podía tener celos de un mal sueño.

—Tengo miedo —dijo casi como un lamento.

—Todo está bien —Gary procuró no alterarse por el hecho que nombrara a Luca, tan solo intentó resguardarla entre sus brazos, comprendiendo que el miedo era natural ante la situación que vivían.

Alma no volvió a hablar entre sueños, siguió durmiendo, quien no pudo pegar un ojo fue Gary, el nombre de ese traidor solo lo sacaba de su eje.

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