CAPÍTULO 36: Resiliencia
Máquinas excavadoras y grúas continuaban sacando los escombros para descubrir los cuerpos bajo ellos. Habían sido tres días de trabajo constante, y así seguirían las siguientes semanas, meses y años. Los daños eran incalculables, así como las muertes.
Dentro de un hospital, atestado de heridos, Carmen seguía abrazada a su hija que no dejaba de llorar desde la muerte de su amiga. La mujer le acariciaba el largo cabello como si fuese una pequeña niña, mientras hablaba por teléfono.
—Entiendo, gracias de todos modos —Carmen tomó aire y miró a su hija a los ojos—. Lo siento, Jaz. Los servicios funerarios están colapsados. El gobierno enterrará a los cuerpos en una fosa común y...
—¡No! —Jazmín se puso de pie, sus ojos estaban inflamados, su rostro enrojecido y con golpes y heridas de la batalla—. ¡Alma nos salvó a todos! ¡No merece esto!
Carmen se puso de pie y contuvo a su hija.
—Lo sé, hija —le dijo intentando conservar la calma por las dos—, pero nadie lo sabe, lo único que pueden permitirnos es que la sepulten en su hogar.
Jazmín no pudo soportarlo, no podía soportar que la despedida de su amiga no fuera de la forma que merecía, pero incluso si le hacían un desfile o una estatua en su honor, jamás superaría el hecho que ella no estuviera más en el mundo de los vivos, proyectando un futuro brillante junto a todas las personas que amaba.
Ese mismo día, Jazmín trató de rescatar algunas flores de los jardines de los vecinos cuyas casas no habían sido atrapadas por la devastación, tenía suerte de que su barrio estaba lejos del epicentro, así que el velatorio de Alma se realizaría en su propio hogar.
Luego de tres días, a la espera de que resucitara como por arte de magia, llegaba el momento de decir adiós.
Jazmín se aferró a su ramillete y contuvo las lágrimas frente a la puerta, miró hacia arriba, a la pequeña ventana del ático, casi creyó ver a su amiga saludándola, pero sabía bien que era su ilusión, la ilusión que tenía de verla y de abrazarla, de decirle cuanto la quería, cuanto la apreciaba y que sería capaz de intercambiar su lugar para que ella pudiera vivir otra vez.
Esos pensamientos lúgubres se disiparon al ver a Bianca llegar a la casa de Alma con un ramo de flores silvestres, lavanda, manzanilla y rosas chinas. El día anterior habían sepultado a su padre, a Yamil y a Kiran, ahora le tocaba despedirse de su prima.
—¿Entramos juntas? —le preguntó Bianca, tratando de sonreír, pero tras los lentes se podía ver una mirada agotada de tanto llorar.
Jazmín no respondió, solo la abrazó y la tomó del brazo para entrar junto a ella.
La puerta estaba entreabierta, así que solo empujaron para encontrarse con un desolador panorama, el mismo que se repetía una y otra vez en cada sitio de la ciudad y del mundo. Llanto y desolación.
Ángeles y Sam, Dante, Romeo, Sebastián y Alex estaban sentados en la sala de estar mientras bebían café tras días enteros sin dormir. Jazmín levantó la mano y los saludó con una mueca penosa en su rostro.
Dirigida por un llanto incontenible, se acercó a la cocina, en donde Cathy se desahogaba en el hombro de Carmen, su madre. Allí también estaban para acompañar Lizette, el doctor Emilio, la doctora Diana y los padres de Renata.
Bianca se dio la vuelta.
—Prefiero ir a despedirme de Alma —le dijo a Jazmín.
—Voy en un momento.
Jazmín subió por las escaleras y se dirigió al ático, todavía no se atrevía a ver el pálido rostro de su mejor amiga descansando en su lecho de muerte, entonces se dirigió a su habitación.
La puerta estaba abierta, allí estaba Sofía, quien rápidamente limpió sus ojos y contuvo su llanto. Jazmín no tuvo que decir nada, tan solo se acercó a Sofía para abrazarla con cuanta fuerza pudo, entonces Sofía ya no pudo fingir más. Ambas lloraron hasta sentir que sus lágrimas se acababan.
—No debes contener tu dolor, Sofi —dijo Jazmín.
Sofía negó con la cabeza.
—No lo hago, no sé hasta cuando seguiré llorando de esta forma —Sofía tomó algunos pañuelos y limpió su nariz y su rostro—. Creo que no podré superar esto. Es... tan injusto.
Sofía se sentó en la cama de Alma, y luego Jazmín se situó a su lado. Ambas miraron por la ventana y vieron a una silueta conocida. Era Luca en la vereda de en frente. Él fumaba con la vista puesta en la puerta.
—¿Ya se despidió? —preguntó Jazmín.
—Va y viene, pero no quiere entrar —respondió Sofía—. Habló con Lisandro, no puede con la culpa de no haber asesinado a Mateo antes. No puede con la culpa de todo lo que ha hecho... Además, no quería sepultarla, él cree que ella no está muerta, que un Ánima Mundi no debería morir y tenemos que esperar a que resucite.
—También lo pensé —dijo Jazmín—, pero su cuerpo ya no es el de una persona viva... es imposible que vuelva. Sin embargo, creo que deberían convencer a Luca para que le dé su adiós. Todos sabemos que no tiene la culpa de nada. Él ayudó a detener a la Orden tanto como todos.
—Será difícil hacérselo entender —respondió Sofía.
La pequeña charla se interrumpió cuando Lisandro ingresó a la habitación, él sabía que Sofía se escondía en el ático a llorar, pero era el momento de que todos se reunieran en el jardín.
—Es hora —dijo él, y eso bastó para que Jazmín y Sofía lo siguieran.
Luca seguía mirando la casa con indecisión mientras su cigarro se consumía en sus labios.
—Deja de pensarlo y entra de una vez —dijo Gary en su espalda, al igual que todos tenía heridas y el rostro demacrado por el llanto—. No te hagas esto, Luca. Ella fue la primera en perdonarte porque así de mucho te amaba. Por favor, despídete, no te quedes con el arrepentimiento.
Luca cerró sus ojos y las lágrimas cayeron, su garganta quemaba, tenía la angustia atravesada.
—Yo debería haber muerto.
—Deja de decir eso —replicó Gary, y lo tomó de los hombros para mirarlo a los ojos—. No estás solo, todos somos tus amigos y tu familia. Luca, esto es doloroso para cualquiera, y sé que para ti debe ser una tortura, pero créeme que a Alma lo último que le gustaría saber es que su sacrificio fue en vano.
Luca inhaló cuanto aire pudo, luchando contra las lágrimas que amenazaban con volver a caer.
—No puedo —Luca lloró con más fuerza, derrumbándose—. No quiero despedirme de ella. No puedo verla en ese cajón, no quiero que la cubran con tierra... no...
Luca se arrodilló en el suelo y cubrió su rostro con fuerza, ya no podía contener el llanto. Gary también quiso llorar, pero esta vez fue más fuerte y se agachó junto a su amigo para hablarle con firmeza:
—Despedirla no significa olvidarla o dejar de sentir dolor, significa reconocer el impacto que tuvo en tu vida. No te quedes atrapado en la oscuridad, amigo. Todos estamos aquí para apoyarte. Todos nosotros sabíamos las consecuencias a las que nos enfrentábamos, y Alma lo sacrificó todo por el bien común. Pero tú, Luca, tienes la responsabilidad de seguir adelante y vivir una vida que valga la pena en su honor.
Aún sintiendo una fuerte opresión en el pecho, Luca se puso de pie junto a su amigo, a quien abrazó con fuerza.
—Vamos adentro, yo estaré a tu lado —dijo Gary.
—Gracias, amigo.
El cuerpo de Alma descansaba en un ataúd improvisado, rodeado de flores silvestres. Su piel ya no tenía color, sus labios estaban blancos y sellados, lo mismo sucedía con sus ojos cerrados, pálidos y rígidos como todo su cuerpo.
Todos aquellos que la habían conocido dejaban su último adiós en un clima de perpetua tristeza.
Luca ingresó a la habitación y sintió su garganta cerrarse cuando las miradas se posaron sobre él. No podía controlarlo, aunque se forzara, seguía llorando y llorando, las lágrimas caprichosas empañaban su visión hasta que se acercó a Alma y se sintió a punto del desmayo. Gary lo contuvo, a pesar que también lloraba.
—Eres un Ánima Mundi, Alma —siseó Luca, con la angustia impostada—, por favor, no puedes estar muerta... no puedo despedirme de ti... despierta, por favor...
Gary le frotó la espalda, Luca seguiría en negación un tiempo más.
Cuando el cajón fue cerrado, Yaco, Mao, Alex y Gary lo cargaron hasta el jardín. Luca ya no pudo ver el momento del entierro. No quería hacerlo, no estaba dispuesto a ello.
En el jardín de su hogar de toda la vida, el cajón fue cubierto de tierra, y Yaco finalizó la ceremonia haciendo crecer hierba fresca con pequeñas flores.
Antes del atardecer, todos se dispersaron con la promesa que se mantendrían unidos, que la tristeza no los vencería; siempre agradeciendo que habían parado a la Orden de Salomón y que seguían con vida.
Los días fueron pasando, y dos semanas después las heridas cerraban dejando cicatrices imposibles de borrar, pero todos sabían una cosa: tenían que seguir adelante.
Cada día que pasaba, las cifras de muertos ascendía a miles de millones, pero nadie se daba un respiro para poder ayudar al prójimo. Cualquier guerra por cuestiones políticas, religiosas o ideológicas había quedado atrás porque la tragedia los había tocado a todos por igual. Al final, todos podían verse reflejados en el sufrimiento del otro. Los países se unían, se hermanaban con una única consigna: crear un mundo mejor para todos por igual.
Del mismo modo trabajaban los miembros de la vieja Sociedad Centinela, Alex tenía en claro que, destruidos los dos pilares que habían sostenido la coherencia del mundo, era necesario renacer como una nueva y mejorada sociedad secreta que se encargara de la misión principal: elevar la consciencia humana, ya sin la abominable corrupción de los centinelas, y sin el fascismo de los salomónicos. Sus amigos de siempre habían decidido apoyarlos, del mismo modo que lo hacía Bianca, también las novatas ansiaban aportar en lo que fuera; Lisandro, Gary, Yaco y Mao, sabían que tenían su cuota de responsabilidad. Luca se mantenía más al margen, pero sus amigos siempre le insistían para que participara como miembro de las juntas para dar su opinión. No pensaban dejarlo un minuto en soledad con sus pensamientos depresivos.
Por eso, cada día se reunía todo el equipo para charlar sobre los avances de su incipiente sociedad. Alex tomó la palabra frente a una gran pizarra.
—Ya logramos que se distribuyeran los recursos a los países desfavorecidos con las catástrofes —explicó—. Las obras están avanzando muy bien, debo decir que sus siddhis han trabajado muy bien para recuperar la tierra fértil y mejorar la contaminación que ha generado la catástrofe.
Carmela, Yaco, Lisandro, Gary y Jazmín habían trabajado en conjunto para mejorar el medioambiente, lo cual los hacía sentirse orgullosos de sus poderes. Por otro lado, Alex, Sofía y Bianca se habían encargado de ayudar con los desastres.
Ángeles levantó la mano antes de hablar:
—Estamos en un proceso de reorganización de la nueva Sociedad del Ánima Mundi, queríamos preguntarles en qué sector se sientes más a gusto para trabajar.
—¿La Sociedad del Ánima Mundi? —preguntó Jazmín.
—No somos centinelas ni salomónicos —dijo Sebastián—, el nombre nos pareció lógico.
—Es lógico —respondió Sofía—, pero, ¿cómo nos organizaremos con los puestos vacantes? Ya no hay Altos Mandos ni nadie que dirija esto.
Yaco tomó la palabra:
—Deberían llamar a votaciones y proponer nuevos Altos Mandos, es importante tener un orden, porque habrán personas que no quieran acatar lo que dicen ustedes, por más que estemos de acuerdo.
Mao rió con ganas.
—No tengas miedo, Alex, todos votaremos por ti —le dijo—. Nadie tiene más ganas de trabajar que tú.
Alex sonrió con amabilidad y respondió:
—Alguien debe trabajar, la mayoría de los viejos centinelas han renunciado a todo este mundo, y otros tantos están muertos. Imagino que los próximos Altos Mandos están dentro de este gran equipo, pero apoyo la idea de unas votaciones.
Renata levantó su mano, cada uno respetaba su momento para hablar.
—¿Podemos terminar esto e ir al Antro? —preguntó—. Sé que no tiene nada que ver, pero estás semanas han sido agotadoras. Necesito algo fuerte.
—Coincido —dijo Gary—, estamos haciéndolas cosas bien, debemos tomarnos un respiro.
Tras la guerra contra los salomónicos, les había seguido los funerales de decenas de muertos, porque no solo habían fallecido sus amigos, como Alma, Bautista, Kiran, Yamil y las decenas de anómalos, también habían muerto familiares cercanos de todos: tíos, primos, parientes lejanos, viejos amigos y conocidos, de hecho, los padres de Carmela habían fallecido tras el primer impacto en la ciudad. Desde entonces habían decidido refugiarse en las responsabilidades que se autoimponían. Día y noche trabajando en conjunto a todas las naciones del mundo para unificarlos en la tragedia, y ahora que todo iba sobre rieles, era momento de un descanso.
En El Antro la música sonaba de fondo, Jazmín tocaba la guitarra junto a Renata mientras Carmela utilizaba un cajón de madera como bombo, ninguna quería decirlo, pero a su música le faltaba los sonidos más graves y la base rítmica del bajo.
—Bianca, ¿no quieres unírtenos? —dijo Jazmín a su compañera que bebía una cerveza junto a Ángeles y Alex.
—Olvídalo, ya tengo demasiado trabajo —rió Bianca—. ¿Qué tal Sofía?
Sofía levantó la vista, estaba en el rincón de Pac-Man junto a Lisandro. Él la miró y sonrió.
—¿No te gustaría tocar el bajo? —preguntó él.
Sofía resopló con desgana.
—Quizás pueda intentarlo —dijo, y luego sonrió—. Por un tiempo no tendré que estudiar, la universidad quedó hecha polvo.
—Entonces tendremos tiempo para salir —Lisandro la miró de forma desprevenida, Sofía se había sonrojado sin querer.
—Si eso es lo que quieres —respondió Sofía por lo bajo—, soy bastante aburrida. Ya me conoces.
—No eres aburrida, escondes muchas cosas —respondió Lisandro—, pero está bien, me gusta desentrañar enigmas.
Sofía apretó sus labios, no soportaba la presión.
—¡Voy por un trago! —dijo, a pesar que no solía tomar alcohol.
Sofía corrió a la barra, iba a pedirle a Mao que le preparara algo frutal, pero con un poco de alcohol, sin embargo, él estaba reunido con los demás chicos. Tampoco quería molestar a Renata, tendría que prepararse algo ella. Por primera vez todos la estaban pasando bien. Incluso Luca hablaba de forma calmada, sin lágrimas en sus ojos y con una amplia sonrisa.
Luca bebía una cerveza junto a Gary, tenía motivos de sobras para que su rostro se iluminara luego de tanto dolor, puesto que Lilian, la mujer que lo había criado, iba a ser tratada por lo anómalos a fin de restaurar su mente. Tras el apocalipsis, ella había sido abandonada por la Orden de Salomón, pero en cuanto todo finalizó, Luca fue a buscarla tan rápido como pudo. La quería, ella había sido su figura maternal durante un tiempo, aunque Leonardo se empecinaba en hacerle creer lo contrario.
—Los anómalos ya me han confirmado —dijo Luca—, las probabilidades son altas, así que mañana tendré todo listo para partir a Salamandra.
—¿No quieres que te acompañe? —preguntaba Gary.
—¿Quieres venir? —preguntó Luca.
—¡Quiero acompañarte! —Gary le dio un suave puñetazo en el hombro—. No sabemos qué puede pasar, no quiero que estés solo en un momento tan especial.
Luca sonrió con la vista en su vaso, Gary había vuelto a ser su amigo incondicional, uno protector que siempre estaba allí para levantarle el ánimo y no dejarlo caer. Todos hacían su trabajo por hacerlo sentir en casa otra vez, y también porque conocían de sus recaídas a la noche cuando el recuerdo de Alma pretendía hacerle bajar los brazos. Esta vez no sucedería, tenía que ser fuerte por Lilian, luego de toda la tragedia era la única familia que le quedaba.
Antes del amanecer, cada uno retornó a su hogar. Carmela y Renata se iban junto a Alex, Bianca, Dante, Romeo y Ángeles, ellas habían perdido sus casas durante la catástrofe, así que ahora vivían en el viejo barrio privado de los centinelas, ya que la mayoría de casas se encontraban deshabitadas. Jazmín y Sofía volvían a sus hogares, ya que todos los sitios circundantes a los suburbios habían sobrevivido a la destrucción; Gary y Luca descansaban de forma temporal en la casa de campo, aquel sitio que los había visto entrenar sus habilidades, ya que el edificio en el cual ambos tenían sus departamentos había sido de los primeros en recibir un impacto.
Tan solo quedaban Yaco y Mao en El Antro, ambos levantaban las copas y las botellas. Habían dejado que sus amigos se fueran sin ayudar ya que el agotamiento les ganaba a todos.
—Déjalo así —dijo Mao, guardando algunas botellas en su lugar—. No pienso ordenar todo hoy, puedes volver a tu casa.
—Quería aprovechar este momento a solas para hablar —dijo Yaco, dejando de ordenar.
Mao bajó la mirada y negó con la cabeza a la vez que sonreía.
—No, amigo, no hace falta —le dijo—. El silencio también es una forma de dar una respuesta, ahorrémonos la incomodidad.
Yaco se cruzó de brazos y vio a su compañero dar vueltas por el lugar y evitaba el contacto visual.
—¿Qué es lo que te provocaría incomodidad? —preguntó Yaco, siendo insistente.
Mao le dio la espalda y apretó sus puños, pero no podía esconderse más.
—¡Bien! ¿Quieres que te lo diga? —Mao se dio la media vuelta y se acercó a Yaco, esta vez enfrentándolo—. Eres mi mejor amigo, la persona con la persona que entiende mi humor y mis estupideces, eres el único con el que podría estar días enteros hablando sin aburrirme. Supongo que eso fue lo que me enamoró de ti, pero no quiero hablar de eso, no quiero que me mires diferente, no quiero perderte... aquella vez... pensé que iba a morir y no me iba a tener que enfrentar a tu rechazo.
Yaco dio un paso adelante.
—¿Así que todo esto se trata de tu miedo al rechazo? —Yaco sonrió a pesar que Mao sostenía una mirada furiosa sobre él.
—¡¿No estás escuchando?! —exclamó Mao—. ¡No quiero perder nuestra amistad! No quiero que me mires diferente.
Yaco volvió a ponerse serio, Mao hablaba de verdad mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Mao, yo nunca tuve algo con otro chico —confesó Yaco.
—Lo sé, por eso nunca te dije nada —Mao volvió a poner su vista en el suelo.
—Pero quiero intentar —Yaco tragó saliva, esta vez él sintió sus mejillas arder por hacer tal confesión.
Mao lo miró, atónito.
—¿Qué...?
—Mao, estuvimos la borde de la extinción total —dijo Yaco y tomó a Mao de las manos—. ¿No es estúpido lo que nos hacemos? Deberías arriesgarte a hacer lo que quieres justo ahora que podemos tener un futuro.
—¿Por qué quieres intentarlo? —preguntó Mao, confundido.
—Quizás porque las cosas que dices de mí son las que yo siento por ti.
La habitación parecía más pequeña, más íntima, como si el universo se redujera a ese momento entre ellos dos. Mao lo miraba con sorpresa, sus ojos brillaban con la mezcla de emociones que luchaban en su interior.
—Ya no sé qué decir —murmuró Mao, apartando la mirada.
—No hace falta decir nada —respondió Yaco, acercándose un poco más. Las manos de Mao temblaban entre las suyas, pero Yaco las apretó con ternura.
La conexión entre ellos era genuina, como una corriente eléctrica que los unía de una manera que trascendía la amistad. Yaco se mordió el labio inferior, contemplando la indecisión en los ojos de Mao.
—El beso que me diste despertó algo dentro de mí, y no quiero vivir con la duda de qué podría haber sido. —Yaco deslizó su pulgar por la mano de Mao, buscando calmar sus nervios.
Mao asintió, procesando las palabras de Yaco. Un silencio tenso se apoderó de ellos, pero en ese silencio encontraron una complicidad que iba más allá de las palabras.
—¿Qué propones? —preguntó Mao, levantando la mirada para encontrarse con la sinceridad en los ojos de Yaco.
Yaco sonrió, decidido a romper la barrera que los separaba. Dio un paso más cerca y, sin previo aviso, atrapó los labios de Mao en un beso lleno de emoción contenida. Fue un gesto impulsivo, un acto de sinceridad que hablaba más fuerte que cualquier palabra.
Mao se quedó inmóvil por un instante, sorprendido, pero pronto se dejó llevar por la intensidad del momento. Sus labios se encontraron en una danza tímida al principio, pero que pronto se volvió más apasionada.
Cuando se separaron, sus respiraciones agitadas llenaron el espacio entre ellos. Yaco sostuvo la mirada de Mao, buscando cualquier rastro de arrepentimiento.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Mao, su voz apenas un susurro.
—Tomamos una decisión —respondió Yaco, con una sonrisa serena—. Ahora, depende de nosotros qué hacemos con ella.
La decisión de Mao y Yaco iba más allá de darse la oportunidad de amarse, ellos buscaban dejar el dolor atrás, ir en busca de ese futuro brillante que tenían por delante todos aquellos sobrevivientes. Se trataba de vivir sus vidas a pleno, de levantarse sin miedo a equivocarse, de adaptarse a la adversidad para ser más fuertes y mejores que antes.
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