Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 35: La noche de Marimé


Leonardo ha muerto.

El mensaje llegaba a los dos ex Altos Mandos, Marie Dolfin e Isaac Wolser, ambos eran parte del círculo de líderes de la Orden de Salomón, líderes que también incluían a Leonardo Santamarina. Ambos recibían las noticias poco alentadoras de Marimé.

A pesar que llevaban incontables civiles asesinados, y seguían arrasando el planeta como querían, todavía no podían neutralizar al grupo de rebeldes de esa pequeña ciudad.

—Tiene que ser una broma —murmuró Marie—. ¡¿Cuántos son?! ¡¿Por qué no pueden detenerlos?! —gritó a quienes estaban en la sala de control.

Isaac dio una cuantas vueltas y habló:

—Está claro, es culpa de Ángeles y Sam, los niñitos que ingresaron a nuestras instalaciones de inteligencia. Es posible que hayan hackeado los sistemas de la ciudad de Marimé, y enviaron toda la defensa civil, junto al ejército a la zona y países aledaños.

Marie apretó sus puños, contaban con que el pelotón de Grises y el batallón de soldados fuera suficiente para acabar con un pequeño grupo de insurgentes. Y, aunque las pantallas del búnker le mostraban que la destrucción seguía en pie, la situación comenzaba a preocuparle tras la muerte de uno de los líderes más leales a la Orden de Salomón.

El apocalipsis continuaba tal y como lo habían planeado: huracanes destrozaban el sur de Asia, el agua de los ríos de África era drenada y luego desechada sobre miles de islas que se hundían, mientras que algunos movimientos de placas tectónicas azotaban el norte de América.

Los representantes salomónicos de cada país enviaban sus informes de la situación. A pesar de las caídas y de la destrucción del mayor búnker, la misión podría seguir hasta el final. Quedaban cinco días más de destrucción, y los elegidos para ser salvados ya ingresaban a los refugios para esperar el nuevo mundo.

—Preparen el avión —dijo Marie—, iremos a encárganos nosotros mismos.

Marie e Isaac convergían de un largo linaje de salomónicos infiltrados en la Sociedad Centinela. Ambos habían sido los mejores alumnos de sus clases, los líderes implacables de los que nadie sospechaba. Ellos eran los responsables de los grandes avances de los salomónicos sobre los centinelas, ellos estaban a punto de lograr el sueño de sus antepasados, quienes habían tenido que acostumbrarse a las sombras de un mundo que los limitaba. Y ahora tenían que ver su ideal pendiendo de un hilo por un montón de imbéciles que no podían ver la luz al final del túnel: un mundo de completa libertad, un mundo donde la verdad reinara, solo porque no podían aceptar que millones de inútiles murieran en el camino.



Marimé estaba en ruinas. A donde mirasen las explosiones seguían, los edificios caían, los gritos y la desolación. Ni el Limbo se comparaba con el infierno que estaban viviendo.

Y, aunque los Grises cedían a la muerte, y los ejércitos salomónicos retrocedían al ser superados por la ayuda que Ángeles había conseguido, no había clima de victoria.

Alma seguía abrazada a Bianca que lloraba sin consuelo tras la partida de su padre, a quien había querido decirle que ella no lo odiaba, que lo perdonaba porque lo entendía, pero ya era tarde.

Luca realizaba primeros auxilios a Sebastián, y el resto del equipo se reunía para tratar sus heridas. Todos estaban devastados, incluso los anómalos demostraban estar en su límite.

Gary, con todo su cuerpo repleto de cortes y polvo, corrió hacia Alma para abrazarla con fuerza.

—Lo siento mucho —dijo Gary.

—Sabía que esto podía pasar —dijo Alma—, incluso así no pude hacer nada para evitarlo. Me paralicé cuando el poder comenzó a fluir.

—¿El poder? —preguntó Gary, confundido.

—Lo siento yo, Gary —Alma sonrió—, siempre supe que lo nuestro era mala idea.

—¿De qué hablas? ¿Qué tiene que ver eso? —Gary no podía entender que estaba pasando por la consternada mente de Alma.

Una guerra era más de lo que cualquiera podía soportar.

—¡Drasill! —Alma se puso de pie y gritó al cielo—. ¡¿Es así como lo conseguiste?! ¡¿Con la muerte de otros?!

Alma miró a sus lados, las almas seguían agrupándose en su ser como un río que la bañaba de forma incansable. Cada muerte en la tierra iba directo hacia ella.

Drasill no respondió, entonces Alma viajó hacia su espacio negro, aquel que no era ni en la Tierra ni en el Limbo.

—¡Drasill! —gritó una vez más.

Drasill apareció a lo lejos y caminó hacia ella.

—No tengo nada que decirte, Alma —dijo él.

Alma estaba en un estado deplorable. El polvo y la tierra la cubrían en su totalidad, la sangre reseca salpicaba su rostro y sus ropas. Su mirada había perdido brillo, su piel ya no tenía elasticidad.

Ella lo miró ya con sus lágrimas secas y le habló:

—Pudiste construir un nuevo mundo porque absorbiste las almas de los muertos, de la vida de otros nace nuestro poder.

—Nosotros somos el todo —dijo Drasill—, un Ánima Mundi es el alma de todas las cosas, cuando mueren vuelven a ti. Y como tú estás en la Tierra, te conviertes en el camino más rápido a la purificación. Es verdad, esto no es como el siddhi, que viene de tu interior, tú debes colectar tu fuerza desde el exterior.

—¡Entonces tengo que ir al Limbo! —exclamó Alma—. Allí puedo recargarme de energía.

—No es lo mismo —dijo Drasill, y luego suspiró, a pesar que no quería intervenir, sabía que Alma luchaba por hacer lo correcto—. Las almas del Limbo pierden mucha energía al venir aquí, si te quedas en el centro de la guerra obtendrás mayor poder, como lo has estado colectando hasta ahora.

No era lo mismo. Los ojos de Alma se colmaban de lágrimas, al ser una con todo, también recibía el sufrimiento de todos los muertos.

—Es tu elección —dijo Drasill—, ya te ayudé más de lo que debería.

Drasill se desvaneció en el aire, y Alma supo que no importaba lo duro que fuera, tenía que regresar y cumplir con su sacrificio.

Cuando regresó a Marimé, vio a sus amigas, seguían en pie pero con múltiples heridas, con las miradas apagadas, a sus compañeros abatidos por la tragedia y el cansancio, a los civiles buscando vidas bajo la destrucción, en vano.

—¡Alma! —Gary corrió a abrazarla, ella le respondió de la misma manera y miró uno a uno a sus compañeros.

—¿A dónde fuiste? —preguntó Alex.

—Tenía que hablar con alguien —dijo ella y extendió los brazos, abriéndose al dolor de los muertos, recibiendo esas almas y fusionándolas con su esencia.

Su cuerpo se llenó de una luz intensa, emanando de las almas que ahora formaban parte de ella. La energía fluía a través de su ser, y Alma cerró los ojos, esta vez aceptando lo que era y concentrándose en canalizar ese poder para sanar, proteger y restaurar la esperanza en medio de la tragedia.

Gary y los demás sintieron la renovación de la energía a su alrededor. Las heridas se cerraron y las miradas apagadas recuperaron su brillo.

—¿Lo has logrado...? —preguntó Alex, luego de un largo camino recorrido por fin ella podía hacer una demostración del poder de un Ánima Mundi.

—Queda mucho por hacer —dijo ella, sabía que el mundo estaba siendo azotado, y no existía otra forma de detener la calamidad que con su nuevo poder—. Tengo que detener la tragedia que está sucediendo en el mundo.

El Ánima Mundi apareció como el faro de esperanza que les estaba siendo arrebatada.

—Puedes ir —le dijo Yaco—, nosotros controlaremos esta zona.

—Confiamos en que lo lograrás —añadió Gary, sonriente.

Esta vez, de verdad creía que ella podría con la tarea. Todos podían verse revitalizados tras su determinación. El miedo se había ido.

Alma desapareció y viajó a cada punto que los Grises estuvieran destruyendo. En cada sitio que paraba, las millones de almas de los muertos recientes se unían a ella y se convertían en poder, un poder que le permitía acabar con los Grises con tan solo un movimiento de manos.

Tenía que hacerlo, tenía que asesinarlos a pesar que siempre había creído que eso no debía hacer una heroína. Pero ella no quería cometer el error de Drasill, no acabaría con todos para empezar de nuevo. Existía otra forma, y tan solo el futuro determinaría si eso había sido lo correcto.

Alma voló un poco más. Mientras masacraban gente en Marimé, también lo habían hecho al rededor del mundo. Por eso, antes que se percataran, Alma convertía a los salomónicos en cenizas con solo pensarlo.

—Ángeles —Alma se comunicó con su compañera por el audífono—. ¿Dónde hay más focos de destrucción?

—Queda uno en América del norte —respondió Ángeles— y no te olvides de los búnkeres. Allí se refugian todos los salomónicos.

—No lo olvidaré.

Un último viaje a América le costó gran parte de su poder. Con cada uso de su nueva habilidad, necesitaba un buen tiempo para recomponerse, más cuando la muerte comenzaba a escasear. Era una buena noticia, pero ella se iba quedando sin "combustible".

—Te enviaré las coordenadas exactas de los búnkeres —dijo Ángeles, emocionada—. ¡No puedo creer que esté pasando esto! De verdad acabaremos con la Orden de Salomón.

Alma se detuvo un instante a contemplar la macabra destrucción que había ocasionado la Orden de Salomón, y todavía le faltaba deshacerse de una horda de ratas escondidas bajo tierra. No podía dejarlo todo así, por ello, si Drasill había sido capaz de crear un mundo, ella supo que podía mejorar el que ya existía.

Concentrando su energía en un halo de poder, Alma hizo emerger plantas entre los escombros. Limpio el aire, apagó los incendios con tenues lloviznas e hizo correr los ríos. Pero, por más que lo intentara, ya no podía devolverle la vida a los muertos, era en lo único que fallaba.

A pesar que la energía se iba agotando con cada viaje, Alma fue, uno por uno a los búnkeres, deshaciéndose sin piedad de cada miembro de la Orden de Salomón. Tan solo en algunos pocos escondites se hallaban niños, en el último de ellos, Alma encontró a un peculiar chiquillo en brazos de su madre, Delfina.

Los gritos despavoridos de los refugiados ensordecieron a Alma e hicieron llorar a los niños. Ella aparecía como un karma instantáneo a cobrarse los más horridos pecados de los que habían sido cómplices.

—Alma, detente... —balbuceó Delfina—, yo... yo sé que no he sido la mejor, pero... no tenía idea de esto, no me quedó más que aceptar, ¿qué podía hacer?

Alma no respondió, levanto su mano y comenzó a succionar las almas de los adultos, quienes caían, uno a uno en el suelo. Los niños lloraban, pero no podía matarlos a ellos.

Delfina empalideció y se aferró a su pequeño niño.

—Lo siento, hija, lo siento —balbuceó aterrada por el perfume a muerte que se respiraba en el ambiente.

Alma tardaba en decidirse, finalmente decidió cerrar sus ojos y dar marcha atrás.

—No soy tu hija y estaré vigilando cada uno de tus pasos —dijo Alma.

Una parte de ella quedaba con el miedo de que esas semillas quedaran pululando con el rencor por siempre, pero sería su tarea controlarlos de ahora en más.

Alma hizo un último viaje y fue al Limbo.

Con toda su energía al límite, cayó agotada en el grisáceo suelo de aquel mundo.

Catherine corrió hacia su sobrina, la cual había usado casi toda su fuerza eliminando a los Grises y refugiados salomónicos.

—Es hora de regresar a casa —les dijo Alma—, pero antes necesito recomponerme.

Alma volvió al río de la purificación sin dar demasiadas explicaciones, tampoco nadie preguntó. Ya todos sabían de qué se trataba eso.

El problema era que el tiempo en el Limbo podía ser tanto una ventaja como una desventaja.

Existía un avión viajando a Marimé, uno que llevaba un grupo de soldados y a los dos ex Altos Mandos dispuestos a acabar ellos mismos con los rebeldes.

—Perdimos toda comunicación con los equipos y los presidentes —dijo uno de los informantes del avión.

—Tendremos tiempo para solucionarlo en cuanto acabemos esto —respondió Isaac con el avión a punto de aterrizar.



Ángeles había abandonado su escondite y, con un auto prestado, se dirigía a la ciudad. Quería estar ahí para reunirse con sus amigos, y con Sam que regresaría del Limbo. Podría decirle a la cara que todo había llegado a su fin.

Por el momento se comunicaba con quienes seguían en el centro.

—¿En serio acabó con todos? —preguntaba Alex, incrédulo.

—¡Sí! —afirmó Ángeles por enésima vez—. Fue su poder de Ánima Mundi, ella lo logró. Hizo desaparecer a la Orden de Salomón.

—No a todos... —siseó Alex, y su tono de voz oscureció—. Un avión de guerra se dirige a nosotros.

—¡¿Qué?!

La comunicación con Ángeles finalizó.

Alma no regresaba y tenían que prepararse para una inesperada batalla.

El avión de guerra descendió sobre la autopista que quedaba cerca del centro en donde solo quedaba el grupo reducido de sobrevivientes.

—Manténganse alerta —pidió Yaco.

—No importa quien sea, lo enfrentaremos —añadió Alex.

Cada uno se aferró a su tótem, respirando profundo y concentrando su energía en quien quisiera perturbar su victoria.

Isaac y Marie tomaban la delantera. Eran dos viejos, pero tenían más experiencia que todos juntos. Detrás de ellos venían los soldados Grises.

—Quédense aquí —pidió Isaac—, nosotros terminaremos con ellos.

Los soldados hicieron caso, y los dos ex Altos Mandos siguieron su camino hasta enfrentarse al grupo de descarriados.

Kiran, como el adulto entre todos, se adelantó para cubrir al resto, desplegando a tres kadavrés. Mao, Sebastián, Yaco, Yamil y Alex se mantuvieron por detrás. Seguían los demás miembros, mientras que las novatas se mantenían detrás de todo con sus rostros aterrados.

—Debemos felicitarlos —dijo Marie, aplaudiendo con lentitud a medida que una energía oscura emergía desde su espalda y crecía como una bestia del inframundo—, no sé cómo lo hicieron, pero lograron sobrevivir a todo, es casi un milagro.

—Pero su tiempo se acabó —dijo Isaac y de su mano emergió una bola negra que fue disparada como un rayo, impactando de lleno en el brazo de Kiran, destrozándolo al instante.

—¡Papá! —exclamó Yamil.

Kiran cayó al suelo, y dos de sus kadavrés se esfumaron al instante.

—¡Aléjate, Yamil! —gritó Kiran.

Nadie se atrevió a dar un paso adelante, porque tras el impacto de Isaac había quedado una deformación en el aire que absorbía con lentitud los escombros.

—¿Qué es eso...? —siseó Jazmín, aterrada.

—Control de antimateria —explicó Bianca—, uno de los siddhis más extraños que pueden existir, y lo tiene este hijo de perra. Puede deformar el espacio, creando micro agujeros negros que son capaces de succionarte.

Isaac no se contuvo, y lanzó nuevas explosiones contra Kiran, Mao quiso intervenir con su ráfaga de viento, asimismo Yaco intentó cubrir a sus compañeros con enredaderas, pero sus habilidades eran absorbidas por esas explosiones.

Mientras tanto, Marie daba formas a sus sombras, ni siquiera tenía que moverse para atacar. El demonio negro crecía hasta volverse un ente gigantesco y fuerte que amenazaba con aplastarlos a todos.

De manera instintiva, se separaron en grupos. Yaco, Mao, Luca, Yamil, Kiran, Débora, Mamba y Sebastián fueron por Isaac, los que restaban enfrentaron a Marie.

En un escenario caótico, el ocaso se envolvió en una luz fantasmagórica iluminada por las explosiones y destellos de energía que emanan de los enfrentamientos.

Isaac, con una expresión tranquila desató una onda de energía que creó un campo de distorsión a su alrededor, dificultando que los ataques de Yamil y Kiran lleguen a él. Los kadavrés intentan rodear a Isaac, pero estos fueron absorbidos antes que pudieran tocarlo.

Kiran cayó al suelo, abatido, y Yamil intentó crear nuevos kadavrés, solo pudiendo invocar uno. Algo en el siddhi de Isaac le consumía la energía.

Yaco, manipulando las plantas, quiso enredar a Isaac, pero cualquier intento por tocarlo era inútil con las distorsiones en el espacio que absorbían todo. Con un salto rápido, Mao, intentó atacarlo de forma directa, pero Isaac solo esperaba el momento oportuno para que se acercaran a él y así hacer detonar su habilidad.

La explosión los expulsó a metros, destrozándolos por completo. Las heridas les quemaban, casi podían sentir sus huesos fisurados y su energía siendo consumida por las distorsiones.

—Terminemos con esto —Isaac acumuló poder en su mano derecha antes de que los rebeldes pudieran levantarse, pero apuntó a un objetivo: Kiran.

—¡Apártate, papá! —exclamó Yamil envuelto en pánico.

Kiran ya no tenía fuerzas, pero sabía que no podría huir aunque lo intentara.

—Skrulvevers, debieron irse con los suyos antes de pretender desafiarnos.

La energía explosiva atravesó el pecho de Kiran, asesinándolo al instante. Yamil quedó en estado de shock, y Alex se levantó tan rápido como pudo, incluso con sus brazos quebrados, Sebastián se afirmó a sus tonfas. Luca, Mao y Yaco protegieron a Yamil porque ya imaginaban que era el siguiente objetivo de Isaac.

—Ustedes son los causantes de esto —dijo Isaac, concentrando su ataque—, podría haber sido rápido y glorioso, tuvieron su oportunidad y prefirieron la muerte.

Yamil se levantó y enfrentó a Isaac con la mirada.

—¡Yamil, retrocede! —exclamó Alex.

—No puedo —Yamil sonrió—, gracias por ser mis amigos todo este tiempo, pero mi misión como Skrulvever finalizó cuando el tercer secreto fue liberado.

—¡No digas estupideces! —exclamó Sebastián.

Dante y Romeo batallaban contra Marie y sus sombras, pero podían ver lo que sucedía a su lado.

Quien también llegaba era Ángeles, manteniendo una cuantiosa distancia de la arena, ella no tenía chances de pelear contra nadie.

—No dije que no daré pelea hasta el final —dijo Yamil.

Yamil liberó a su kadavré, atravesando las distorsiones de Isaac, quien lanzó su explosión contra Yamil.

Sebastián lo cubrió con su escudo, aunque este fue rápidamente absorbido, el kadavré avanzó y le atestó un corte en el rostro de Isaac, Luca lanzó una llamarada que impactó sobre la pierna de su enemigo, pero Isaac deshizo las llamaradas con facilidad. Mao lanzó un corte con su espada ventosa, aunque fue lanzado lejos por las distorsiones que lo absorbían y lo expulsaban. Débora y Mamba se lanzaron con ferocidad, pero Isaac las miró con cuanto asco pudo.

—Ustedes también deberían morir, bestias inútiles —les dijo y lanzó un rayo contra ellas.

Mamba dio un salto atrás, pero Débora no pudo huir del impacto contra su espalda. Su cuerpo era atravesado por energía, tiñéndolo todo de rojo, sin poder gritar una última vez.

El pánico los amenazaba, pero Yamil, de forma incansable, trataba de atrapar a Isaac con los brazos negros que emergían de su pecho. Sin embargo, el esfuerzo fue insuficiente. Isaac disparó, una, dos y tres veces contra Yamil.

Los gritos de horror de sus compañeros sonaron impotentes ante el cuerpo que caía en el suelo, junto a su padre.

Yamil cerró sus ojos, y con el último soplo de su aliento se extinguió el clan Skrulvever.

—¡Yamil...! —gritó Alex con las lágrimas brotando de sus ojos.

Ángeles, a lo lejos, cayó abatida al suelo, para luego liberar un grito desgarrador desde lo más profundo de su corazón.

—No se distraigan —dijo Isaac, sonriente—, ya van tres a cero, y siguen ustedes.

Los siddhis comenzaban a fallar. Las manos les temblaban, tenían que seguir peleando sobre los cadáveres de los suyos.

Por su parte, Marie lanzaba despiadados cortes a sus oponentes con sus miles de brazos gigantes hechos de sombra, todavía ninguno podía siquiera hacerle un rasguño.

Solo la esperanza pudo retornar cuando la voz de Alma volvió al audífono de sus compañeros. Ella lograba transportar a salvo a todos los del Limbo, devuelta a Marimé.

—¡Alma, ven rápido! —dijo la voz sollozante de Ángeles—. Los Altos Mandos asesinaron a Yamil, a su padre y a Débora.

Alma tomó su pecho con ambas manos.

—¿Qué sucede, Alma? —preguntó Cathy.

—¡Aléjense lo que más puedan de la ciudad! —ordenó Alma a todos.

Alma se dispuso a correr hacia la nueva batalla, siendo seguida por Sam, quien había mejorado tras perder su brazo.

—Iré contigo, incluso si no puedo hacer nada —dijo él.

—¡Carajo, perdí toda mi fuerza! —exclamó Alma, culpándose por hacer crecer las plantas en las tierras devastadas, usando toda la energía para restaurar algo de la destrucción.

—¿No puedes volver al Limbo a recargarte? —preguntó Sam.

Alma mordió su dedo y pensó un segundo, pero la gran bestia de sombras en la que se había convertido Marie la distrajo, tenía que actuar rápido, y esa misma presión fue la que le recordó que todavía tenía una carta bajo la manga.

—¡Lo tengo! —dijo Alma—. Volveré en un minuto.

Un minuto era demasiado en una guerra, donde, de un segundo a otro morían las personas.



Renata envolvía a su contrincante entre la niebla, mientras que Dante contaminaba todo con su veneno, pero Marie lograba salir, haciéndose cada vez más inmensa con el caer de la noche. Bianca y Sofía arrojaban objetos punzantes, mientras que Romeo disparaba su siddhi con furia. Jazmín cargaba sus nubes, y Gary lanzaba sus rayos mientras que Lisandro intentaba atrapar a la bestia de las sombras con látigos de agua. Carmela intentaba comunicarse con el micelio, pero toda vida terrestre había quedado sepultada bajo los escombros, tampoco Apolo podía siquiera acercarse a la mujer para atestarle algún golpe.

De otro lado, Isaac tenía nuevos objetivos para asesinar, aunque sus oponentes pretendían huir de los feroces ataques del salomónico.

Pero no podrían resistir mucho más, el agotamiento y la perturbación comenzaban a afectarles, los golpes los rozaban y les destrozaban la piel, y cuando pensaban que no podían soportar más, ya habían pasado solo un minuto.

De la nada, Alma emergió en el campo de batalla, montada en un enorme ente oscuro: un errante. A sus lados, otras dos bestias negras la acompañaban.

No había tenido tiempo de cargar energía, pero sí podía traer aliados del Limbo.

Desatados por su violencia irracional, los errantes se lanzaron contra los enemigos de la Ánima Mundi, dejando a todo el mundo pasmado con la inesperada hazaña.

Ningún siddhi podía detener a millones de almas en pena acumuladas en un ente de desolación infernal.

El equipo de rebeldes retrocedió cuando vieron los destrozos de los que eran capaces los errantes. Los soldados que acompañaban a Marie y a Isaac, fueron atrapados por la muerte de la misma manera.

Alma no había hecho a tiempo para salvar a Yamil y a Kiran, pero ya nadie más moriría bajo el dominio de la Orden de Salomón, porque ahora ellos estaban acabados para siempre.



Aunque las fuerzas le faltaran, Alma dejó que los errantes devoraran a sus enemigos, y solo cuando acabaron de hacerlo por completo, ella los devolvió al Limbo.

Exhausta, no pudo pronunciar palabra al regresar y cayó de rodillas al suelo, así, como todos sus compañeros que quedaban envueltos en la ciudad postapocalíptica de Marimé, viendo el cielo a punto de convertirse en una noche estrellada.

A pesar del dolor y el cansancio, de la pérdida y la desolación, algunos quisieron sonreír porque contra todo pronóstico habían ganado la batalla. Otros tantos rompían en llanto.

Ángeles y Sam se reencontraban con el grupo, y la vieja Legión del Mal se reunía para despedir a su amigo; Mamba y Apolo despedían a su compañera anómala; mientras las novatas y la vieja División Alfa se acercaban a Alma para abrazarla... aunque ese abrazo no se concretó.

Un silbido rompió el silencio de la noche, una estaca de barro atravesó el estómago de Alma, quien miró hacia abajo, descubriendo que había sido atacada por la espalda.

Con una mirada perdida en lo inevitable, Alma elevó su vista a sus compañeros que, horrorizados, la veían caer ya sin vida.

Mateo no había sido asesinado, y había esperado su momento para deshacerse del problema por sí mismo.

—No habrá edén para nadie —dijo.

El tiempo se detuvo, la sangre hirvió como nunca.

Alma moría con un ataque por la espalda, debido a la locura de un psicópata sin escrúpulos.

Luca sintió sus oídos sordos, un mareo intenso en todo el cuerpo, como una borrachera. El calor subía por su espalda y la locura se apoderaba de él. Nadie pudo pararlo, porque todos iban a hacerle lo mismo: asesinarlo.

Luca tomó la delantera. A pesar que Mateo mostraba un estado deplorable por la pelea anterior, podía cubrirse con muros de lodo y lanzar golpes a sus viejos conocidos, incluso cuando ya no tenía posibilidad de ganar porque eso ya no le importaba. Aquel motivo que lo había impulsado toda su vida había sido arrebatado por Alma. Y se alegraba de que sus ojos siguieran abiertos pero apagados para siempre.

Luca lanzó furiosos puñetazos, y Mateo ya no pudo cubrirse más. Los golpes fueron llegándole uno a uno, destrozándole los huesos del rostro.

El equipo retrocedió, entendiendo que sería Luca quien acabaría con Mateo, quien sonreía ya sin poder defenderse de los golpes. Su satisfacción estaba en la muerte y la infelicidad de quienes le habían arrebatado sus sueños.

—Va...mos acaba... conmigo —dijo Mateo moribundo—, incluso si yo te saque de la miseria y te lo di todo...

Esas palabras, esas malditas palabras que miles de veces habían sido un artilugio de dominación ahora se convertían en puro veneno. Luca tomó una roca y la alzó por sobre su cabeza, vio la sonrisa ensangrentada de Mateo y oyó el llanto de todos sus compañeros, pero, antes de que pudiera partirle la cara a su hermano, alguien le atravesó la cabeza con decenas de pequeños fragmentos de hierro.

Sofía había usado su siddhi, manteniendo la serenidad para asesinar a Mateo y quitarle el peso a Luca, que soltó la roca y se echó a llorar sin consuelo, desgarrando su garganta en un grito de total sufrimiento.

Gary abrazó a Luca, y Sofía, Lisandro, Jazmín y todos los demás se abrazaron con el caer de la noche. Era el fin de la guerra, y de la vida de Alma. 

https://youtu.be/QoPUrpyAcuY

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro