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CAPÍTULO 29: Saint Grenadine


La noche envolvía a Saint Grenadine en un manto de misterio y oscuridad. Alex lideraba a su equipo con sigilo, a través del bosque denso que se extendía en la periferia de la propiedad. La isla estaba custodiada de Norte a Sur y de Este a Oeste, y no podían permitirse el lujo de ser detectados antes de alcanzar su objetivo final: el búnker Zero-One en el corazón de la isla.

Mamba, agachada y con la mirada alerta, avanzaba unos pasos detrás de Alex. Su nariz aguda detectaba cualquier rastro de enemigos cercanos. Alma caminaba agazapada, sus ojos centellaban en la penumbra pero ya no podía detectar las auras fuera del Limbo, por lo que prefería valerse de su siddhi, así que su aliento creaba pequeñas cristalizaciones de hielo en el aire. Luca, por su parte, mantenía un aura cálida a su alrededor, como un guardián del fuego, listo para defender o atacar.

En el centro del grupo, Carmela tenía una mirada concentrada en el suelo, y su mente conectada con el micelio de los hongos que se escondían bajo la tierra. Esta conexión le permitía tener una conciencia inusual de su entorno, anticipándose a cualquier trampa o enemigo que pudiera estar en las cercanías. Bianca levitaba sobre el suelo junto a Carmela, su mirada enfocada en proteger al equipo con un escudo invisible.

Detrás de ellas, Mao, dominaba el viento a su favor de forma que los sonidos que provocaran no fueran escuchados por nadie. Sus movimientos eran elegantes y mortales. Yaco, mantenía su arco tenso y sus ojos en alerta, listo para eliminar a cualquier amenaza a la distancia.

Mientras avanzaban, el equipo podía sentir la tensión en el aire. Sabían que el búnker estaba cerca, y su misión era crucial. No había margen para errores. Cada uno confiaba en las habilidades especiales de los demás, y juntos, eran una fuerza imparable decidida a destruir la amenaza que representaba ese salvavidas para la Orden de Salomón. La isla, vigilada por aquellos soldados, estaba a punto de enfrentar su mayor desafío.

Carmela y Mamba se detuvieron en seco.

—Siento las pisadas —dijo Carmela.

—Yo huelo su sangre —añadió Mamba.

—¿Cuántos? —preguntó Alex en un susurro.

—Cinco... no, diez —vaciló Carmela.

Mamba olfateó un poco más el aire.

—Doce —afirmó con precisión.

—Dinos la posición, Carmela —pidió Yaco.

Carmela se concentró y cerró sus ojos, podía sentir cualquier vibración en el suelo, los hongos le entregaban la información a su alrededor. Entonces pudo descubrir a los doce soldados que Mamba había identificado y los señaló. La mayoría estaban a las afueras del bosque y más cerca de la explanada que contenía las edificaciones de la vieja Sociedad Centinela.

—Vamos a ensuciarnos las manos —advirtió Alex—, pero tendremos que hacerlo en completo sigilo. No podemos llamar la atención hasta que no penetremos el búnker.

Alex ideó un plan en pocos segundos ahora que conocía la cantidad y la ubicación de los enemigos. Enseguida indicó a cada uno la tarea que debían hacer.

El equipo se dividió.

Usando su habilidad telequinética, Bianca creó una distracción entre los árboles que llamó la atención de dos enemigos. Quería atraerlos al bosque y convertirlos en sus presas. En cuanto estuvieron dentro de la espesura del bosque, dos flechas volaron hacia sus yugulares. Yaco se persignó, era la primera vez que asesinaba a alguien y lo hacía de un modo limpio y certero.

Los cuerpos no cayeron al suelo. Decena de hongos treparon por las piernas de las víctimas y los anclaron a los árboles hasta cubrirlos por completo y descomponerlos antes de que alguien los encontrara.

Carmela sintió su estómago revolverse y era solo el inicio.

Mamba se adelantó y siguió su olfato. Agazapada entre los árboles saltó al cuello de un enemigo, provocando que la sangre salpicara a todos lados. Antes de que su compañero gritara por ayuda, quedó congelado en el sitio. Alma iba tras Mamba y su fiereza desatada.

Detrás de ellas, quedaban otros tres guardias. Alex procuraba mantenerlos fijos al suelo con el uso de su gravedad, mientras Mao usaba su espada de viento cortante para dormirlos por siempre con un corte limpio en sus cuellos.

Cuando los cuerpos cayeron, también lo hizo una radio que llevaba uno de estos.

<<Hay movimientos extraños en el bosque del lado Este, las cámaras infrarrojas detectaron movimientos de ocho personas no identificadas, solicitamos refuerzos. >>

Alex sintió su corazón galopar con fuerza y presionó el interruptor de su comunicador.

—Nos descubrieron, debemos limpiar la zona y apurarnos hacia el búnker.

—Me transportaré más cerca —dijo Alma—, necesito saber a cuántos enemigos nos enfrentaremos.

—Alma no puedes meterte a la boca del lobo, podrían ejecutarte en un solo movimiento —advirtió Yaco.

—Tendré cuidado —respondió ella—, desháganse de los que restan. Si la batalla se vuelve difícil regresen a la costa y los llevaré al Limbo.

Alma no permitió una queja, tan pronto como pudo se transportó al Limbo para luego saltar hacia el centro de la isla en busca del búnker.

Sin conocer el lugar a la perfección, era difícil aparecerse en un sitio y asegurar que nadie la atacara, por eso debía ser rápida. Al menos eso intentó cuando apareció al final del bosque, en el umbral que dejaba entrever un gigantesco edificio brutalista, sin ventanas y con una hermética puerta, todo con el material desnudo y de color gris revestido de un duro metal cuyos fuertes ángulos provocaban vértigo a quien lo mirase. En lo alto de su terraza habían guardias armados, y también los habían a su alrededor.

—¡Intrusos! —señaló un hombre desde la terraza a Alma, que no tuvo mejor idea que alzar un muro de hielo cuando comenzaron los disparos.

Tan pronto como pudo, Alma volvió al Limbo y cayó de rodillas en el suelo polvoriento en donde sintió un fuerte ardor en su brazo. Una bala le había perforado la piel.

Sacrificando su ropa, arrancó un trozo de tela y se realizó un torniquete. Nadie había dicho que sería tarea fácil. Ahora le quedaba advertir a sus compañeros sobre la cantidad de enemigos, pero, en cuanto se puso de pie, se tambaleó sobre sí misma y volvió a caer al suelo. Esta vez sentía un fuerte revoltijo que la hizo vomitar y vomitar... y vomitar una asquerosa pasta negra. Había llegado a su límite.

—¡No, ahora no! —gritó frustrada desde el suelo, mientras con su puño limpiaba sus labios manchados—. ¡Mierda, mierda!

Alma dio vueltas. Su cuerpo se sentía débil. Necesitaba tomarse un tiempo para regresar, pero cada segundo en el Limbo eran minutos en el mundo real, y cada minuto era una hora. Lo había arruinado y estaba atrapada.

—Intentas correr cuando no sabes caminar —dijo alguien a su espalda, era Drasill.

—¡¿Por qué no ayudas en algo?! —exclamó Alma, furiosa—. Todo el mundo va a morir.

Drasill no movió ni un solo músculo de su cara.

—Ya lo expliqué y no voy a repetirlo —dijo él—. Solo hablo contigo porque, parezca o no, ya eres igual a mí. Estamos es condiciones iguales y no quiero que cometas mis mismos errores. La energía viene fácil y fácil se va.

—¿Qué debería hacer? —resopló Alma con la vista en el suelo.

—Necesitas reponer energías para regresar con tus amigos —explicó Drasill—, y las necesitas para escapar. Considerando tu situación te llevará un mínimo de diez horas en el mundo real.

—¡Diez horas! —exclamó Alma, era demasiado tiempo, pero solo diez minutos en el Limbo—. No puedo esperar tanto.

—Puedes regresar pero no podrás escapar de la isla por la misma cantidad de horas —dijo Drasill—. Es tu decisión.

Alma cerró sus ojos. Ya había pasado una hora y media en el mundo real, miles de cosas podrían haber sucedido en ese lapso. Prefería regresar con ellos y luchar con su siddhi a seguir preocupándolos.



En el bosque de Saint Grenadine, Mamba terminaba con la vida del último merodeador con una brusca y eficiente torcedura de cuello. Sin embargo, todos sabían que se encontraban en ese sitio.

—Alma no regresa y la comunicación se ha cortado —dijo Luca, preocupado.

—En el Limbo estará a salvo —siseó Alex y miró a Carmela, que se mantenía parada con los ojos cerrados—. ¿Qué le sucede?

—Está buscando una salida —afirmó Bianca—, nuestra prioridad es ponernos a salvo.

Carmela abrió los ojos y habló:

—El búnker está bajo el suelo —afirmó—. Tienen una salida de emergencia por la que se puede acceder desde canales subterráneos de la isla, supongo que son drenajes. Pero son muros impenetrables, el micelio no puede pasar para recorrer las instalaciones, degradarlo me es imposible.

—Podemos hacer una abertura si trabajamos en conjunto —dijo Yaco—, solo será cuestión de física.

Los pasos de los enemigos se escucharon a lo lejos.

—Debemos regresar a la costa —dijo Mao, con la espada firme en sus manos y controlando el viento a su favor para que sus voces no fueran escuchadas.

No podían esperar a Alma. El equipo debía retroceder el camino hecho hasta entonces. Estaban en desventaja.

Los hongos de Carmela actuaron sobre el suelo, pudriendo todo a su alrededor y creando un túnel subterráneo. Yaco ayudó a mover las raíces de las plantas y Alex junto a Bianca moldearon un túnel bajo tierra.

Uno a uno ingresó, iluminándose con linternas que llevaban en su bolso, ya que Luca esperaba, con su brillante llama, a que todos ingresaran mientras aguardaba por Alma quien apareció en el momento justo para unirse a ellos.

Luca corrió a ella cuando la vio tumbada en el suelo. Ya no podría hacer otro viaje hasta el amanecer.

—Debemos resguardarnos... —murmuró ella, debilitada—. Ya no puedo hacer otro viaje.

—Lo resolveremos —dijo Luca, y tomó a Alma en su espalda para correr al refugio improvisado.

Una vez que todos estuvieron dentro, Yaco tapio la entrada con plantas.

—Te dije que te apegaras al plan —recriminó Alex.

—Me sentía bien, no sé qué pasó —murmuró Alma aferrada al cuello de Luca—. Al menos pude ver que la entrada al búnker es una verdadera fortaleza.

—Y te dispararon —dijo Luca, viendo el torniquete improvisado. Ella no le respondió.

—Lo importante es que aquí estamos a salvo —afirmó Yaco—, ningún tipo de cámara puede rastrearnos. A menos que otra persona tenga un siddhi como el de Carmela, lo cual es muy raro.

—Sí, eso ha sido conveniente —dijo Alex, avanzando por el camino subterráneo—. Sebastián me habló de lo curioso de su siddhi, y desde el inicio supe que ella sería útil en este trabajo.

Carmela sintió sus mejillas enrojecerse, pero de inmediato volvió en sí cuando sintió que el micelio le mostraba una fría y metálica pared frente a su refugio. Lo extraño de esto se debía a que era mucho más delgada que la pared de un búnker y las esporas podían traspasar las uniones de los metales.

Ella se apresuró y con su mano tocó el frío metal que quedaba al descubierto.

—¿Es parte del búnker? —preguntó Mamba.

—No —dijo Carmela—. Es una construcción abandonada, pero tiene comunicación con los búnkeres. Pensé que sería una especie de drenaje, pero es gigante.

Bianca y Luca intercambiaron miradas. Ellos lo sabían. Eran las viejas instalaciones de Saint Grenadine, las cuales desde la caída de la Sociedad Centinela estaban sin uso.

El muro fue derrumbado con las habilidades de Carmela y Yaco combinadas, tenían una pequeña entrada para refugiarse hasta recuperar fuerzas.

Pasillos vacíos se extendían a lo lejos, donde se observaban decenas de habitaciones, sin embargo la electricidad estaba cortada y todo estaba consumido por el abandono.

—Necesito diez horas para poder llevarlos al Limbo —explicó Alma—, de otra forma tendríamos que estar seguros de eliminar a todos los enemigos y destruir el búnker.

—Ellos ya saben que estamos en la isla —dijo Alex, con el pulgar entre sus dientes—. No podemos quedarnos quietos.

—Lo mejor es poner a Alma a resguardo y ocuparnos del resto —dijo Mamba—. Ella es nuestra salida más segura.

—Estoy de acuerdo —dijo Luca.

—Debemos evitar todas las peleas innecesarias y colocar las bombas cuanto antes —explicó Alex—. Una vez que detonen ya no seremos su problema principal.

El equipo avanzó un poco más y el sitio comenzó a llamarles la atención. A medida que avanzaban, la atmósfera se volvía cada vez más opresiva. El suelo húmedo resonaba bajo sus pasos, y el aire denso estaba impregnado con un olor rancio que sugería la falta de ventilación. La tenue luz de sus linternas revelaba paredes de concreto desgastado y gotas de humedad que descendían desde el techo en lugares oscuros y desconocidos.

Tras hacer algunos pasos, decidieron que lo mejor era dejar a Alma en un sitio seguro, pero la primera habitación revelaba las cicatrices de experimentos pasados. Mesas de metal manchadas con sustancias desconocidas, jaulas rotas con pequeños huesos, que no eran de animales. Con las linternas alumbraron un rincón oscuro donde se habían llevado a cabo atrocidades. Restos de instrumentos médicos y equipos de laboratorio yacían esparcidos por el suelo, testigos silentes de los horrores del pasado cercano.

—Tal vez debamos buscar un sitio con energía menos densa —comentó Mao, y todos estuvieron de acuerdo.

Así salieron a los pasillos envueltos en una penumbra que oscurecía los detalles, solo interrumpida por las linternas del equipo. Puertas oxidadas se alineaban a lo largo del corredor, cada una ocultando secretos y peligros que era mejor ignorar. El eco de sus propios pasos se mezclaba con el susurro de un viento fantasmagórico que soplaba a través de las rendijas de las ventanas rotas.

Al adentrarse más en el interior, llegaron a una sala empapelada con documentos amarillentos y carpetas llenas de detalles con la verdad de los crímenes que habían tenido lugar allí.

Mamba ojeó algunos papeles y, con solo eso, decidió que lo mejor era no seguir hurgando.

Alma miró de reojo, por la expresión temblorosa de Luca y de Bianca podía darse una idea. Carmela también era receptiva, así que no tocó nada.

Alex, Yaco y Mao no pudieron con su curiosidad, pero de inmediato dejaron los papeles donde los habían hallado, ya podían afirmar que Saint Grenadine había sido el infierno en la tierra y los demonios no eran ni más ni menos que los viejos poderosos centinelas. En parte tenían que agradecer a la Orden de Salomón por haberlos extinguido.

Haciendo unos pasos más, hallaron una puerta metálica que conducía a una celda fría y oscura, donde los gritos de las víctimas resonaban en la memoria del lugar. Grilletes rotos y manchas en las paredes atestiguaban la brutalidad de los experimentos realizados en aquellos que alguna vez estuvieron cautivos.

—Puedo quedarme aquí —dijo Alma y bajó de la espalda de Luca para sentarse en el suelo con las piernas cruzadas, lista para meditar—. Intuyo que en cada puerta que abramos descubriremos otra forma de tortura que no conocíamos.

Luca se acercó a ella y colocó sus manos sobre la herida de bala. Ella lo dejó actuar. El dolor cesaba y la herida se cerraba de a poco. No era tan eficiente como el elixir, pero al menos ya no sangraba.

Era momento de seguir adelante, esta vez sin Alma.

El equipo de infiltración llegó a la sala central, un espacio vasto y desolado con columnas de soporte que se alzaban en la oscuridad. Una pintura descascarada, y murales desgastados, de pequeños ángeles enroscados con serpientes, adornaban las paredes, mostrando imágenes distorsionadas de lo que alguna vez fue un centro de depravación humana, ahora convertido en un lugar abandonado.

Carmela señaló una compuerta cuyo material era más nuevo que el resto de la edificación.

Luca colocó la mano sobre el muro para calentarlo. Concentrado en un punto, el metal comenzó a arder. Bianca procuró ayudarlo con un lento movimiento de partículas y Alex intentó descomprimir los materiales haciendo uso de su control de gravedad.

Poco a poco el muro se agrietaba, entonces Yaco aprovechaba la oportunidad para hacer crecer enredaderas entre los espacios que dilataran las fracturas.

Era un trabajo lento pero efectivo. En ese momento, Alma decidió aparecerse tras sus espaldas.

—Luca, sigue calentando el centro —ordenó y él hizo caso, mientras que ella enfrió los costados. La diferencia de temperaturas aceleró el rompimiento de los muros.

—Debes refugiarte —dijo Yaco.

—Volveré en cuanto termine de ayudarlos con esto —dijo ella al momento que los dos metros de metal y hormigón terminaron por dejar una pequeña abertura.

Todavía no podían pasar, pero sí podían hacerlo las esporas de Carmela, las cuales se convertían en hongos y se comunicaban con ella en forma de vibraciones.

—Hay cámaras por todos lados —dijo Carmela, con los ojos cerrados—. Los guardias están lejos. Y hay escaleras y un ascensor.

—Así es —dijo Bianca hay decenas de pisos hacia abajo—, hay varios pisos hacia abajo y arriba.

—Hay que actuar rápido —dijo Alex—. Nos dividiremos en dos grupos. Luca, Mao y Yaco irán hacia las plantas inferiores. Bianca, Carmela, Mamba y yo nos encargaremos del centro y de los pisos superiores.

—Pongan cuantas bombas puedan —dijo Yaco, programando el cronómetro de su reloj—. Eviten las peleas y nos vemos en una hora.

Una vez que lograron realizar un boquete por donde pasar sin problemas, Alma regresó a refugiarse. A partir de ese instante todo estaba en su contra.



Alex llevaba la delantera, era seguido de Carmela, que esparcía esporas por todo el lugar, y Bianca, que con su telequinesis destrozaba cualquier cámara a su paso. La retaguardia era cuidada por Mamba, quien advirtió el hedor de la sangre de los enemigos.

Veloz como un rayo, la mujer mitad bestia distinguió a dos hombres armados en la puerta del ascensor. Ni siquiera los dejó llamar a los refuerzos, su ferocidad al atacar no tenía comparación. Con sus garras y sus dientes rompió arterias y venas que salpicaron de sangre todos los pasillos y aplacaron cualquier grito de dolor. Su forma impiadosa de asesinar asustaba incluso a sus colegas.

—El ascensor está despejado —dijo Mamba, relamiendo la sangre de sus manos.

—Debemos ir por las escaleras —dijo Alex, colocando una bomba y tapándola para hacerla indetectable—. Un ascensor nos convierte en presa fácil.

El equipo de Alex avanzó hacia las escaleras ascendentes y las alarmas comenzaron a sonar. Tan pronto como subieron al piso siguiente notaron un número sobre la pared, "02", no tenían idea cuantos pisos hacia arriba o hacia abajo habían.

Debían seguir subiendo. Lo más aconsejable era poner una bomba separada de otra para causar mayor daño a la construcción.

Las alarmas no dejaban de sonar, su agudo sonido y el parpadeo de las luces rojas iban a volverlos locos. Pero casi por milagro lograron subir hasta el piso cinco. Bianca se encargó de dejar una bomba apenas pisaron los pasillos de la planta. Pero, aunque Mamba sintió la sangre no pudo ver al enemigo, alguien ya lo tenía en la mira.

Una luz intermitente iluminaba de manera caprichosa la sala, creando sombras que se retorcían y desaparecían como espectros fugaces. El equipo, alerta a cada destello, se movía con precaución, sabiendo que el enemigo acechaba en la penumbra.

—¡No se alejen! —ordenó Alex, descubriendo lo que podía ser el uso de un siddhi.

De repente, una figura se desvaneció en la oscuridad. Era un manipulador de la luz y estaba en movimiento, aprovechando las sombras para ocultarse. Pero Alex modificó la gravedad en el entorno, haciendo que las ilusiones de luz se distorsionaran revelando la ubicación del enemigo, quien lanzó certeros disparos antes de que Mamba se arrojara sobre él.

Un grito hizo eco en el pasillo. Carmela cayó al suelo con un disparo en su pierna. Bianca, con su telequinesis precisa, la protegió con un muro invisible y se concentró en las cámaras de seguridad que colgaban del techo. Sus ojos brillaron al desactivar los dispositivos con un gesto de su mano. En un parpadeo, la sala quedó sumida en la penumbra, liberando al equipo de las miradas indiscretas de las cámaras.

Mamba, tomó la delantera y no le importaron las heridas en sus brazos provocadas por las balas. Las ilusiones visuales y distorsiones de sonido no eran obstáculos para su capacidad para rastrear el olor característico de los enemigos. Ella destrozó la yugular del guardia.

Nuevos enemigos se acercaban hacia ellos. Uno con la capacidad de ensordecerlos y otro capaz de manipular las sombras. Eran ellos los aliados del guardia que controlaba las ilusiones de luz.

Carmela, con su conexión al micelio, detectó la perturbación en el entorno, sin embargo, el miedo y el dolor que sentía no le permitían usar sus esporas para proteger a sus compañeros. Su siddhi se veía alterado por sus nervios. No era una Gris y no podía luchar si no se mantenía estable.

Con Bianca cubriéndolo, Alex ajustó la gravedad del entorno para desorientarlos y los presionó al suelo tanto como pudo, Mamba atacó con la agilidad de una serpiente.

El piso era un escenario de victoria momentánea para el equipo. La misión continuaba, pero la situación empeoraba con cada segundo en aquel sitio.

Alex alzó a Carmela, quien intentaba calmarse y sostener sus lágrimas de dolor para no ser una carga en un momento crucial.



Del lado contrario, ascendiendo hacia el infierno. Mao, Yaco y Luca se enfrentaban a la primera amenaza cuando los muros de los pasillos del búnker se cargaron con estática, electrocutándolos al instante.

—¡Maldita sea! —gritó Luca, cuyas habilidades como un Gris lo hacían más fuerte en la desesperación.

Adelantándose a sus compañeros, lanzó una llamarada que cubrió todos los rincones de fuego. Provocando un incendio total en la planta, destruyendo las cámaras y la puerta del ascensor. El usuario del siddhi de electricidad salió de su escondite, siendo atrapado por una flecha de Yaco.

Los aspersores y las alarmas de incendio se activaron.

<<INTRUSOS, ALERTA INTRUSOS. >>

Mao extendió una ventisca que les permitió seguir bajando. Ya no era necesario poner una bomba a un piso prendido fuego.

En el nivel inferior del búnker, la penumbra se cernía sobre Luca, Mao y Yaco al tener que enfrentarse a un grupo de diez enemigos armados que hacían temblar la tierra con sus siddhis y otros disparaban láseres con sus manos. La se inclinaba a favor del enemigo, y el eco de sus propios pasos resonaba en los pasillos metálicos.

El suelo tembló con fuerza, tenían una clara desventaja de cantidad. La iluminación titubeante, debido a las alarmas de emergencia, reveló figuras armadas con destellos de luz láser en sus manos. Mao, Luca y Yaco se prepararon para el enfrentamiento.

Los dos enemigos, hábiles en el control de los terremotos, hicieron temblar el suelo con cada paso, sin embargo se contenían puesto que no podían darse el lujo de destruir el refugio de los más poderosos sin pagar las consecuencias. Pero Mao, con su control del viento, contrarrestó las ondas de choque, creando una barrera invisible que protegía al equipo de los temblores. Yaco aprovechó la distracción causada por el terremoto para camuflarse entre las sombras, preparando su arco y flechas.

Luca iluminó la escena con llamas, reduciendo la visibilidad de los enemigos. Desde la oscuridad, Yaco desató una lluvia de flechas silenciosas, apuntando a los salomónicos uno por uno. Mao, moviendo las corrientes de viento con destreza, desviaba los disparos láser que se dirigían hacia el equipo y de un suave movimiento hizo rodar las cabezas de tres de ellos.

Los enemigos, disparaban rayos de luz mortales en la dirección del equipo. Luca gritó al sentir el roce de los láseres en su piel, pero eso no lo detuvo, tan pronto como esquivó los ataques, derritió las cámaras de seguridad y destruyó los altoparlantes.

Mao, pudo desviar los ataques creando una danza letal en la que la luz se encontraba con el viento.

La coordinación entre Mao, Yaco y Luca era fundamental y la batalla llegó a su punto culminante cuando el último enemigo cayó, derrotado por la combinación de habilidades letales del equipo. El sonido de los terremotos se desvaneció, y el brillo de los disparos láser se apagó.

El equipo colocó la bomba y pudo descender unos cuantos pisos más, hasta detenerse en un sitio específico.

—¡Debemos dejar una bomba aquí! —señaló Yaco, viendo que ese piso tenía una señalización diferente a los lugares anteriores que solo parecían apartamentos.

—El almacén —murmuró Luca y corrió hacia aquel lugar.

Era el boleto dorado. Si atacaban sus recursos, ya no les serviría su fortaleza.

El vasto almacén se extendía hasta donde alcanzaba su vista. El aire estaba impregnado por el olor a conservas y cajas expuestas en altísimas e interminables filas de alimentos sobre estanterías metálicas señalizadas por fecha de caducidad. Bolsas de granos, latas, barriles de agua, y una variada gama de suministros ocupaban el espacio. El zumbido constante de sistemas de refrigeración creaba una atmósfera fría y artificial.

Era lamentable no poder sacar todo de ahí y llevarlo a quien lo necesitara, pero era imperante destruirlo todo. Esos malnacidos ya estaban listo para sobrevivir meses e incluso años dentro de ese sitio.

—Yo me encargaré —dijo Luca y sus puños se encendieron con llamas furiosas que lanzó a lo lejos para reducir todo a cenizas.

Mao y Yaco estuvieron de acuerdo y siguieron descendiendo para colocar más bombas.

El dúo ya podía sentir el traqueteo de los pasos acechándolos.

Un disparo fue lanzado por un veloz guardia que corría desde el ascensor junto a otros tres compañeros. Yaco sintió su corazón detenerse al ver a Mao derribado y con su estómago sangrando.

—No es nada... —Mao trató de sonreír aun con un agujero en su abdomen—. Tengo algo de elixir.

Yaco lanzó una flecha al atacante de Mao, pero solo logrando darle en el hombro. Al ver que su compañero trataba la herida con las pocas reservas de elixir, pudo usar su siddhi de forma más apropiada, creando un escudo de plantas y ramas que los protegían a ambos de los disparos.

—¿Estas bien? —Yaco revisó la herida. Con el elixir solo le quedaba una cicatriz, pero un intenso dolor.

Los fuertes disparos atentaban contra su refugio, pero era necesario que Mao se levantara para no morir en la misión. Las ramas del refugio se debilitaban, más con los nervios de Yaco al límite. Mao, apoyado contra las ramas, sentía la intensidad de la batalla a su alrededor y comenzaba a resignarse al hecho de que podrían no salir con vida de esa situación en la que llegaban más y más enemigos.

Mao se volvió hacia Yaco con mirada sombría.

—Esto está perdido, ¿verdad? —murmuró, su voz cargada de fatiga y desesperación—. Desde el inicio perdimos.

—No podemos rendirnos, Mao. Estamos juntos en esto —respondió Yaco.

La situación empeoró cuando uno de los soldados cortó las ramas con cuchillas. Mao tomó a Yaco del cuello y lo besó en los labios, como un acto desesperado al verse atrapado por la muerte.

El asombro cruzó el rostro de Yaco por un instante, pero la sorpresa se desvaneció en medio de la urgencia de la situación. No se enojó; en cambio, sus ojos reflejaban una comprensión profunda. De algún modo, ya conocía los sentimientos de Mao, pero el momento no era para reflexionar sobre el amor no expresado.

Antes de que la incertidumbre pudiera asentarse, una llamarada repentina y feroz iluminó la escena. Luca, llegaba al rescate luego de demoler el almacén. Una onda de calor y llamas devoradoras barrieron a los enemigos, forzándolos a retroceder. Los gritos infernales eran una canción de victoria. Yaco y Mao, protegidos por las llamas controladas de Luca, se encontraron a salvo.

Luca, con una sonrisa triunfante, se acercó al dúo.

—Parece que llegué justo a tiempo.



Alex se conectó al audífono para hablar con sus compañeros.

—¡Es hora de regresar! —gritaba mientras su equipo trataba de alejarse de los ataques enemigos.

Ya no eran solados aislados. Eran docenas de guardias que pretendían acorralarlos. Alex, Bianca, Carmela y Mamba corrían a toda prisa por los pasillos. Las bombas habían sido colocadas, y su misión estaba en su fase crítica. Detrás de ellos, una horda de guardias con siddhis y armas los perseguía.

Las paredes temblaban y los pisos superiores se desmoronaban en llamas, y las bombas ni siquiera habían explotado. El equipo, herido y fatigado, descendía por las escaleras metálicas que crujían con cada paso. Las chispas caían a su alrededor mientras los ataques con fuego creaban un infierno en el interior del búnker.

Carmela, aún herida, intentaba estabilizar las estructuras más críticas con sus hongos mientras corrían, pero la destrucción se extendía como un eco siniestro detrás de ellos. Mamba, alertaba al grupo sobre los movimientos de los guardias, permitiéndoles esquivar con precisión los ataques más cercanos.

Las llamas lamían los bordes de sus ropas mientras avanzaban hacia el boquete. Bianca mantenía a raya los escombros que caían y los lanzaba a las escaleras y elevadores para evitar que los siguieran, creando un camino seguro para el grupo y obstáculos para los enemigos. A pesar de sus esfuerzos, algunos ataques alcanzaban su objetivo, hiriendo a los miembros del equipo.

Cada piso descendido era una carrera contra el tiempo y la destrucción que se desataba. El humo se acumulaba, y la visibilidad disminuía con cada escalón. Las llamas danzantes iluminaban rostros cansados y heridas que dejaban rastros de sangre en su huida.

Finalmente, llegaron al último tramo de escaleras, y la luz del exterior titilaba como una promesa de liberación al mismo tiempo que se reunían con Luca y Yaco, que cargaba con Mao a sus espaldas.

Sin embargo, en ese momento crucial, un ataque certero hirió a Carmela, haciéndola tropezar. Mamba, sin dudarlo, la levantó y continuaron su descenso frenético.

Con un último esfuerzo se lanzaron fuera del búnker justo cuando las llamas alcanzaban su punto máximo. Bianca tapó la entrada que habían hecho y corrieron por los pasillos, en donde Alma aguardaba por ellos.

La luz del exterior los envolvía mientras caían al suelo de la isla, exhaustos y heridos. El búnker, su misión cumplida, se sumía en la oscuridad y el caos. Con múltiples heridas y el peso de la dificultad en sus hombros, el equipo de infiltración tenían una última misión: presionar el detonador de las bombas.

—Debemos resguardarnos en el túnel subterráneo —dijo Alex—. Hay que extenderlo y ocultarnos hasta que Alma se recupere por completo.

—¿Cómo te sientes, Carmela? —preguntó Yaco a su compañera, ya que solo ellos podían realizar los túneles.

Aunque sus cuerpos tenían múltiples heridas, Carmela recobraba su compostura, entonces ambos trabajaron en un nuevo túnel alejado de la construcción, en tanto se encargaba de destruir el pasaje a su escondite. Tenían que alejarse tanto como pudieran. Una demolición de la magnitud del búnker Zero-One los ponía en riesgo a todos.

—Estamos llegando a la playa —dijo Carmela, siguiendo el camino del micelio.

—Es momento de hacerlo —dijo Alex, y tanto él como Yaco tomaron los detonadores.

Ambos líderes asintieron y presionaron el botón.

<<Cinco-cuatro-tres-dos...>>

Un sordo retumbar emergió desde el centro de la isla y ascendió desde lo profundo de la tierra. La carga explosiva envió ondulaciones por todo el suelo, provocando que todo el equipo cayera al suelo y viera la tierra desmoronarse. Una cascada de estruendos descendía por los túneles, acompañada por el crujir de estructuras colapsando, formando una cacofonía infernal. Estallidos amortiguados reverberaban en las paredes de los pasadizos, como los latidos acelerados de un corazón gigantesco, anunciando la caída del búnker.

Habían cumplido con la misión en el momento justo que el cronómetro marcaba la hora de huida.

Alma no había recobrado sus fuerzas por completo, pero correría el riesgo. Tomó a sus amigos de las manos y los llevó lejos de Saint Grenadine, hacia el Limbo.



El derrumbe era total. La majestuosa construcción, que sería el arca de salvación para el nuevo mundo, había quedado arruinada en su totalidad.

En la sede de la ex DII el clima funesto era total. Los salomónicos no solo habían perdido la entrada al Limbo y a decenas de soldados, sino que habían perdido uno de sus más grandes tesoros.

Los encargados salomónicos de comandar cada país ya estaban alterados en una gran sala donde intercambiaban palabras e insultos mientras veían en las pantallas las imágenes de quienes habían llevado tal fechoría al acto. ¿Cómo era posible no haberlo previsto?

Orlando se puso blanco en cuanto vio a su hijo en una de las imágenes, y Leonardo contuvo toda su ira al ver a Bianca y a Luca entre los terroristas. Ellos dos habían sido la pieza fundamental para realizar un ataque tan certero.

—¡Silencio! —exclamó Isaac Wolser—. Zero-One era nuestro mejor búnker, pero no era el único. Todavía podemos redistribuirnos, incluso si debemos dejar a algunos afuera. Mientras tanto, esto es una advertencia para acelerar los procesos. Estos subversivos atacaron el búnker porque no pueden detenernos a nosotros. Son muy pocos, y su fechoría ha llegado hasta ahí.

Las fervientes voces se convirtieron en un susurro, hasta que Marie Dolfin irrumpió en la sala.

—Mateo Santamarina está en la línea principal —dijo la mujer, transfiriendo la llamada a la gran pantalla de la sala.

—Deben atacar la isla Salamandra, Bianca y Luca nos han traicionado y los anómalos están colaborando con ellos —dijo la voz de Mateo—. Deben ser cuidadosos, están confiados porque Alma ha obtenido los tres secretos. Ella... es probable que sea un problema mayor del que parece.

—¿Tercer secreto? —preguntó Orlando.

El silencio tras la llamada fue brutal, pero tan pronto como reaccionaron, Isaac ordenó la destrucción total de Salamandra.

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