CAPÍTULO 24: El motivo de todo
La última carta de Alma había sido hostil, y es que ya no soportaba el misterio tras Luca. Para colmo, tenía terror de haber metido la pata hasta el fondo, y es que, más de una vez, había dado información personal que podría perjudicarla a ella y a su familia. Ya lidiaba con demasiados problemas como para lidiar con un stalker.
Delfina había regresado tras su último vuelo y su humor era de perros. Nadie sabía por qué, no lo comunicaba, pero Sofía se llevaba la peor parte tras romper cuatro platos de la vajilla.
—¡Niña idiota! —gritó Delfina—. ¡¿No puedes hacer nada bien más que lloriquear?! ¡¿Qué tienes en las manos que no eres capaz de hacer algo tan simple?! ¡Maldita inútil!
—Lo siento... yo... —Sofía mordió sus labios pero la lágrimas brotaban por sí solas, no quería hacerlo, pero su madre le aterraba con su sola mirada.
—Solo son unos platos —dijo Alma—. Sofía ha preparado todas las viandas de esta semana, no es ninguna inútil.
Delfina rechinó sus dientes y tomó a Alma del brazo, la fuerza de aquella mujer era brutal y despiadada. Alma se congeló al instante, podía fingir valor unos pocos segundos.
—¿Intentas desafiarme, malnacida? —gruñó como un diablo y la sacudió lejos de ella, dejándole el brazo amoratado—. Ninguna de las dos tocará un bocado de esta casa hasta que no se reúna el dinero para pagar los platos rotos.
Sofía lloró con más intensidad y cubrió su rostro. Delfina las miró con desprecio y abandonó la habitación.
—Maldita sea —siseó Alma—, sino estuviera peleada con Jazmín podría pedirle comida a Carmen.
—No debiste defenderme —lloró Sofía—. Todo fue mi culpa, soy torpe.
Alma mordió su labio y abrazó a su hermana.
—No vuelvas a decir eso. Esa mujer está loca, pero ya falta poco para que seamos mayores y nos marchemos de este lugar.
Una vida con una mujer violenta e inestable era difícil para ambas. No podían permitirse cometer el más mínimo error, porque no podían sacar cuentas de sí eso les traería consecuencias fatales o si serían ignoradas por completo. Vivir en la incertidumbre generaba miedo y ansiedad, un constante malestar y dolor de estómago. Pero Alma estaba convencida que, en cuanto ella cumpliera los dieciocho años, podría trabajar y buscar un lugar donde vivir hasta que Sofía pudiera hacer lo mismo. Ese era su plan. Sin embargo, seguir subsistiendo se volvía cada vez más duro, sobre todo los días que no podían comer debido a un castigo, en este caso les parecía una exageración estar una semana solo con agua para pagar unos platos rotos.
El primer día fue fácil y el segundo también. El tercero se volvió un poco largo, Alma sentía los olores volverse más intensos. Todos sus compañeros tenían dinero para comprarse lo que quisieran, o algunos llevaban deliciosas viandas. ¿Cómo podía pedirle a alguien un poco de comida sin pasar vergüenza? Sentía que iba a desmayarse.
Al regresar a la casa, la heladera y las alacenas seguían cerradas con llave. Sí, Delfina lo había hecho colocar cerraduras en ambos sitos para eventuales castigos.
—Carajo —Alma fue a su habitación, y la de Sofía, y se dejó caer en el suelo. Sus ojos se cerraban de a poco. Lo único que le quedaba era dormir para soportar lo que quedara de la semana.
—¡Pss, Alma! —llamó Sofía, espabilándola—. Ten, conseguí algo de comida.
Sofía le extendió unas galletas y una pequeña caja de leche.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Alma, con miedo.
—No te preocupes, hay un comedor comunitario cerca de los suburbios —dijo Sofía con una sonrisa orgullosa—. Fue mi culpa lo de los platos y tú me defendiste. Tenía que solucionarlo de alguna forma. La comida ya no será un castigo, la señora del comedor me dijo que podía ir cuando quisiera.
Alma sonrió repleta de orgullo.
—Eres increíble.
Alma abrazó a Sofía y comió con avidez sin pensar que al cuarto día su problema sería otro. Al regresar de la escuela, Delfina aguardaba por las hermanas con un envase de galletas en sus manos.
—¿Qué es esto? —les preguntó.
—Es mío —Sofía se adelantó antes de que Alma interviniera por ella—. Me lo dieron en el comedor comunitario. No toqué tu comida.
Delfina sonrió.
—¿Así que saliste a mendigar? —preguntó la mujer—. Quizás eso te queda bien y no tenga que darte más un centavo.
—¡Basta ya! —gritó Alma—. No te hemos hecho nada, ¡no puedes hacer esto por unos malditos platos! ¡Tienes una obligación para con nosotras hasta que tengamos la mayoría de edad! ¡Ha sido tu maldita decisión tenernos! ¡Y nosotras ya hemos hecho demasiado para que esto funcionara!
El ruido seco de un cachetazo dejó en silencio a Alma, quien tomó su mejilla enrojecida.
—¡Zorra insolente! —bramó Delfina, su mirada estaba en llamas—. ¿Crees que estás en posición de amenazarme o decirme lo que debo hacer? Lo único que han hecho ha sido estorbar porque no nacieron como debían, son defectuosas y solo me han traído problemas, han coartado mis planes con su padre.
Alma frunció el ceño, aún dolorida, jamás escuchaba nada de su padre, pero temía preguntar. ¿Por qué habían coartado los planes de Delfina? ¿Por qué eran defectuosas ante sus ojos?
—No es nuestro problema —Alma se atrevió a responderle y la furia de Delfina se desató.
La mujer lanzó una, dos, tres cachetadas que Alma apenas podía esquivar. Sofía se interpuso y de un empujón su madre la corrió del medio.
—¡Basta ya! —gritó Sofía.
Alma sintió que de su nariz salía sangre, estaba petrificada del miedo. Nunca antes le habían golpeado de esa forma.
—¡Vete a tu habitación! —le gritó Delfina a Sofía, y luego miró a Alma—. Tú te quedarás afuera como la perra que eres, y más te vale no hacer nada en mi contra, o tu hermana pagará las consecuencias. Tu padre es alguien muy poderoso, ¿nunca te lo dije, verdad? Estoy impune, y si quiero hago que las envíen a un reformatorio por separado.
La fría ventisca con aroma a tormenta arremolinaba las hojas junto a la maceta en donde Alma dejaba las cartas para Luca. Ella se refugió en un rincón contra un muro y esperó a que cayera la noche. Estaba segura que su madre hablaba en serio, sus amenazas nunca eran en vano. Si esa mujer tenía una virtud, era que nunca les mentía. No podía cometer otro error, debía soportar y quedarse afuera hasta que las aguas se calmaran, incluso si lo relámpagos en el cielo anunciaban una tormenta.
—Mierda —Alma elevó su vista a las nubes negras, cargadas de electricidad, sobre su cabeza.
Sería un desastre.
Las gotas cayeron de a una, y luego cayeron todas juntas. El tejado de la galería a penas la cubría, y con cada ráfaga sentía sus extremidades helarse más y más. Alma no estaba segura de qué hora era, ni cuanto más podría aguantar. Deseaba que la lluvia parase para poder descansar un poco, pero no podía. La tormenta se intensificaba, entonces cerró los ojos, pretendiendo ignorar la desgracia a su alrededor.
De repente la lluvia dejó de mojarla, a pesar que se sentían las gotas golpear el tejado y los truenos azotar el cielo. Con el cuerpo temblándole como una hoja, Alma abrió los ojos y elevó su mirada. Alguien estaba parado frente a ella, una persona que llevaba un paraguas.
—¿Qué haces aquí afuera? —le preguntó él.
—¿Quién... eres? —preguntó Alma al ver a ese joven vestido de negro extendiéndole la mano para que se pusiera de pie.
—Soy Luca —dijo y le ayudó a ponerse de pie—. Venía a responder tu última carta.
Alma quedó pasmada, el frío se convirtió en un golpe de calor. No podía ser posible, Luca era alguien real, un chico de su edad. ¿Por qué? ¿Qué pretendía, qué buscaba? No entendía nada.
—¿Luca? —Alma titiritó—. ¿Por qué? ¿Quién te envía? ¿Quién...?
Las palabras a penas salían de su boca, tenía demasiadas preguntas para una situación que le parecía irreal.
—Vamos por algo caliente —Luca la tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los de ella—. Te explicaré todo.
El temor se había esfumado. Alma caminaba de la mano de Luca hacia un lugar incierto, pero eso no le preocupaba. No corría menos peligro en la puerta de su casa y bajo la lluvia. Se perdía en el perfil del chico, que miraba hacia el frente. ¿De dónde lo conocía? ¿Por qué ansiaba con locura que esa situación no fuera un delirio y perdurara para siempre?
Un taxi se detuvo frente a ellos, y Luca le indicó que lo llevara hasta el Gran Hotel de la ciudad.
—¿Vas a decirme de qué se trata esto? —preguntó Alma.
—¿Qué hacías afuera? —Luca decidió mirarla a los ojos e ignoró su pregunta, no entendía porque Alma tenía golpes en su rostro.
—Mi madre me castigo, hablé de más —respondió Alma y cruzó mirada con él. Su corazón se estrujo, era el chico más lindo que le había hablado en toda su vida—. ¿Vas a responderme, Luca? ¿Quién eres y qué quieres de mí?
La tranquilidad de Alma provocaba cierta angustia en Luca. ¿Qué clase de castigos recibía? ¿Por qué se mantenía tan pasiva a una situación tan peligrosa?
—Voy a responderte todo, primero quiero evitar que te resfríes.
El taxi se detuvo frente al hotel más grande de Marimé, pero a Alma le era indiferente. Seguía a Luca en busca de respuestas y solo se percató de su lamentable apariencia cuando se encontró frente al espejo del ascensor, sintiéndose abrumada por una vergüenza sin igual. Se veía horrible a su lado.
Su ropa estaba mojada y desalineada, el cabello duro y revuelto, la piel pálida y los labios amoratados. Presentaba golpes en cada una de sus mejillas, la nariz y el labio magullados, además de tener sus zapatillas rotas y sucias. Alma estaba segura de que también olía a perro mojado. En contraste, Luca vestía de un impecable negro, con su cabello brilloso. Llevaba cadenas plateadas en los pantalones, anillos con calaveras y pulseras con tachuelas. Despedía un agradable aroma a ropa limpia, suavizante y perfume masculino.
El ascensor se detuvo y ambos caminaron por el pasillo hasta la habitación trescientos cuatro hasta una suite cinco estrellas con una vista panorámica a la noche iluminada de Marimé.
A donde se dirigieran sus ojos, Alma apreciaba la ostentación, en el que cada detalle había sido pensado con cuidado. Pisos de mármol, sábanas color dorado y almohadas en tonos azul petróleo. La opulencia siempre le había asqueado, por eso no se sentía maravillada, más bien enojada. ¿Por qué esa habitación era más grande que su casa? ¿Por qué esos sillones de terciopelo parecían valer lo mismo que el sueldo de su tía Cathy? ¿Quién necesitaba una cama king-size? Y todavía no le alcanzaban los ojos para ver esa enorme televisión, mucho menos había visto el derroche de lujo del baño.
Luca se dirigió al teléfono junto a la cama y ordenó la comida para cenar, mientras Alma se mantenía al lado de la puerta para huir en cualquier instante.
—Tengo algo de ropa seca —dijo Luca y buscó en una maleta bajo la cama, de allí sacó un sweater negro, una camisa, medias y unos pantalones—. Puedes darte un baño caliente y cambiarte, la comida vendrá pronto y podremos hablar de todo lo que quieras.
Desconfiada, Alma tomó las prendes de vestir. Quería verse y oler tan bien como Luca, pero también quería saber lo que sucedía a su alrededor, así que se limitó a cambiarse y a arreglar su cabello como pudo, sujetándolo en una coleta. No tomaría un baño cuando su vida podía estar en peligro. Se miró en el espejo una vez más, y a pesar que la ropa le quedaba holgada, ya podía salir del baño con un poco más de decencia.
El aroma de la carne horneada y las verduras caramelizadas impactaron justo en sus cuatro días de ayuno. Alma vio la charola plateada sobre la mesa y a Luca sirviendo en los platos y quiso devorarse hasta las servilletas, pero se contuvo.
—No voy a comer, vas a decirme todo —Alma se sentó frente a Luca y lo desafió con la mirada—. Voy a serte sincera, el único motivo por el cual respondí tus cartas, es porque pensé que se trataba de alguna tontería de Jazmín. Por eso no hacía más que despotricar contra ella. Luego pensé que se trataba de un viejo pervertido, pero resultaste ser un chico con bastante dinero y con tiempo para responder a mis estupideces, pensé que podrías trabajar para una red de tráfico de órganos, pero eso no tendría sentido, ¿verdad? Solo me hubieses subido a una camioneta blindada. Entonces, ¿de qué se trata?
Las pupilas de Luca se expandieron al escuchar a Alma, por un momento sintió que era una persona distinta a la de las cartas, que todas las deducciones que él y Mateo habían hecho sobre ella estaban mal.
—No quiero hacerte daño, la verdad es que... fui adoptado por tu padre —confesó Luca—. No me considero tu hermanastro porque no tenemos ningún tipo de lazo, pero quería acercarme a ti y conocerte porque en un futuro puede que lo mejor sea estar unidos.
—¿Mi padre? —la voz de Alma tembló, había escuchado decir que su padre era alguien poderoso, ahora la suite de lujo tenía sentido—. ¿Te refieres al padre que nunca conocí? ¿Por qué adoptaría a alguien teniendo hijas biológicas?
—No fue él el que lo decidió —aclaró Luca—, y por eso quiero pedirte que este sea nuestro secreto. Él no estaría a gusto con que compartiéramos nada, pero yo sí quiero conocerte, y también quiere hacerlo tu hermano biológico: Mateo.
—¿Tengo un hermano? —preguntó Alma, agobiada—. Y un hermanastro.
Luca asintió con la cabeza.
—Mateo es tu hermano, yo no soy nada tuyo, no me digas hermanastro —Luca tragó saliva—, pero me gustaría que fuéramos amigos. Este tiempo sentí que podíamos hablar con libertad, y pensé que lo mejor era que nos viéramos a la cara porque confesarte esto por carta se iba a dificultar.
Alma se recargó sobre la silla, tenía mucho que procesar. Pero luego sonrió. Luca era real, ni un psicópata ni un farsante, sino un chico adoptado por su padre que quería ser su amigo. Demasiado bueno para ser verdad.
—Estoy de acuerdo, aunque todavía tengo mis dudas —Alma mordió su labio y miró su plato de comida—. Ya voy a comer, llevo cuatro días de ayuno. Ah, y también le llevaré una porción a Sofi.
—¿Cuatro días de ayuno? —preguntó Luca, y se detuvo a mirar a Alma, tenía el rostro delgado y pálido.
—Mi madre nos castigó —Alma cortó la carne con ganas—. Siempre lo hace, pensé que si la desafiaba tendría más cuidado y le daría miedo que la denunciara, pero todo resultó de forma opuesta. Nos gritó, me golpeó y me obligó a pasar la noche fuera. Se le pasará, pero supongo que tendré que aguantar algunos años más, dijo que puede moverse con impunidad debido a que mi padre es una persona poderosa, ¿eso es cierto? Parece que sí.
Luca sintió su corazón comprimirse mientras veía a Alma comer con apetencia. Había sido un día fatal para ella, pero ni siquiera lo demostraba. Él no podía asegurar si ella era fuerte o si tenía la violencia naturalizada. En cierta forma le recordaba a su infancia de terror y miseria.
—Sí —afirmó Luca—. Tu padre es poderoso, y no es una persona con la que se puede bromear. Por eso quiero mantener esta relación en secreto.
—Eso es intrigante —Alma engulló un gran bocado, masticó y tragó rápido—. Pero más intrigante es que quieras mi amistad. Ya sabes de mí, esto es todo lo que soy. Y no importa cuánto dinero tengas, no podré acompañarte a parques de diversiones o a viajes de placer.
—Podemos ir conociéndonos mejor y podrás averiguar mis motivos —dijo Luca.
Las mejillas de Alma se encendieron, y bajó su rostro tan pronto como pudo. No quería caer tan rápido por más que la situación insistiera en acelerar los procesos de su corazón.
Esa noche, Alma y Luca hablaron si parar como si se conocieran de toda la vida. Música, películas, amistadas, familia, situaciones paranormales, vida extraterrestre. La conexión era genuina, ninguno se sentía cohibido como se sentían con el resto del mundo. Era lo que llamaban "química". Un estado de perfección y confort junto a otro. Nadie los juzgaba, nadie les imponía su forma de ver el mundo. Esa noche eran libres de ser ellos mismos y nada más.
Con el amanecer, Alma se quedó dormida tras una jornada extenuante. Luca le quitó los zapatos y la arropó. Quiso mantenerse a su lado, pero guardó una cuantiosa distancia en la cama, la cual se acortó cuando él se durmió y terminó por abrazarla.
Luego de aquella vez, Alma recibió un teléfono por parte de Luca. Ya no se hablaban por cartas sino por interminables mensajes, también se veían en el hotel para compartir películas, comidas y charlas existenciales.
Por otra parte, Mateo había decidido sumarse a aquellos encuentros junto a Sofía. Por fin los hermanos estaban reunidos y nada podía ser mejor.
Cada vez que Delfina tenía un vuelo, Luca y Mateo arribaban a la casa de las hermanas para compartir los días enteros de completa felicidad.
—Mateo, quisiera preguntarte algo —dijo Sofía mientras ayudaba a su hermano mayor a cocinar la cena—. ¿Crees que algún día podríamos conocer a nuestro padre?
—No es el momento —dijo Mateo, revolviéndole los cabellos—. De igual modo, les parecerá decepcionante. Él prefirió dejarlas con su madre, ¿no crees que no vale la pena?
—Supongo que es curiosidad —respondió Sofía—, tengo muchas preguntas respecto a por qué decidieron tenernos, o por qué nuestro padre decidió quedarse contigo y mi madre.
—Todo se aclarará a su tiempo —respondió Mateo—, por cierto ¿sabes dónde están Luca y Alma? Dijeron que nos ayudarían con la comida y desaparecieron.
Sofía sonrió.
—Creo que de hoy no pasará —dijo.
—¿A qué te refieres?
—Es obvio, se gustan —dijo Sofía—. Desde que Alma conoció a Luca no para de sonreír, enviarle mensajes y de hablar de él. Claro que está feliz de conocerte a ti, pero lo que siente por Luca es enamoramiento, y estoy segura que es correspondido.
—Eso es bueno —Mateo sonrió con los labios apretados y siguió cortando verduras.
El ático estaba polvoriento y repleto de cajas con viejas chucherías, una bombilla de luz cálida iluminaba el mohoso espacio con un brillo tenue, pero por la ventana ingresaba un poco más de claridad gracias a las luces de la calle.
—Me gustaría que fuera mi habitación —le dijo Alma a Luca—. Hacen falta algunas reparaciones, pero es acogedor y silencioso.
—Y yo podría ingresar por la ventana cada vez que quisiera —bromeó Luca.
—Me gustaría que entraras por la puerta como en cualquier familia normal —resopló Alma—. Pero sería lindo que vinieras a visitarme en la noche, pondríamos películas y...
—¿Y? —Luca se acercó a Alma—. ¿Qué más podríamos hacer?
Alma mordió sus labios, sentía que una sonrisa traicionera la delataría. No quería, tenía miedo de estar malinterpretándolo. Luca era casi un familiar, indirecto y con el que no tenía ningún lazo de sangre, además era demasiado bueno para ser real. Tenía que haber una trampa.
—No sé... —Alma encogió sus cejas con los ojos repletos de destellos brillantes, parecía como si sus lágrimas quisieran escapar tras un pensamiento depresivo. No se atrevía a dar ese paso, porque a pesar que Luca le demostrara su cariño con cada acción, el miedo al rechazo era más fuerte.
Luca extendió su mano hasta el rostro de Alma, acarició su mejilla. Ella sintió un hormigueo en todo su cuerpo, entonces apretó los ojos para aminorar la confusión y el calor que Luca le provocaba. Él se acercó un poco más a ella, porque lo sabía, ya la conocía bastante bien como para saber que él tenía que dar ese paso que a ella tanto le costaba dar.
—Yo tengo una idea —susurró Luca—, quisiera venir a verte cada noche y que pudiéramos despertar cada mañana. ¿No se siente acaso como si nada más importara? ¿Cómo si lo tuviéramos todo en la vida?
Alma pudo enarcar una cálida sonrisa y mirar a Luca aún con las mejillas enardecidas.
Luca se acercó un poco más al rostro de Alma, rozándole los labios con los suyos. Él la vio cerrar los ojos una vez más, entonces sus labios se juntaron. No hacían falta las palabras, un dulce y suave beso lo unió esa noche en el ático, un dulce y suave beso que no quería terminar.
Provocados ante la extraña, húmeda y cálida sensación, se besaron más y más, Luca no tuvo vergüenza y tomó a Alma por la cintura para recostarla en el suelo, para dejarla sin escapatoria; se aprovechaba de haberla hipnotizado con sus labios, y su lengua empezaba a tratar de enredarse con la de ella.
Alma se estremecía ¿eso era correcto? No lo sabía, pero se sentía tan bien, que solo deseaba que él no se detuviera, que siguiera sin pensarlo dos veces.
Inusitado, mágico y tentador el beso no terminaría hasta que sus mandíbulas estuvieran exhaustas, se habían deseado tanto, habían anhelado su compañía por tanto tiempo que nada parecía suficiente. Entonces sus cuerpos se enredaron en un aplastante abrazo que cada vez se volvía más íntimo.
—Te amo, Alma —susurró Luca a su oído—, siempre voy a amarte.
Era tarde para dar un paso atrás, era tarde para ocultar sus sentimientos, y es que ninguno conocía las consecuencias de estar amándose, o, al menos Luca había preferido evitar pensar en el por qué estaba allí, parado frente a Alma desde el inicio.
Todo tenía un propósito, siempre lo había tenido.
En el presente, Alma convulsionaba en una cama ergonómica conectada a una maldita máquina destructora de mentes, su cuerpo se sacudía y echaba espuma por la boca. Mamba la sostenía y una mujer anómalo trataba de estabilizarla con inyecciones, no podían interrumpir el proceso o su mente quedaría como un helado derretido.
—¡Carajo! —Bautista golpeaba el vidrio que los separaba con sus puños. No sabía cuánto más podía soportar Alma ese proceso—. ¡¿Qué le está sucediendo?!
—¡Le han bloqueado demasiada información! —exclamó Mamba—. Jamás había visto un caso como este.
El cuerpo de Alma empezó a estabilizarse con los calmantes, estaba consciente pero ya sin fuerzas para expresar el terrible dolor que la atormentaba, tan solo las lágrimas de sangre que se chorreaban de sus ojos expresaban algo de su padecimiento. Lo mejor había sido mantenerlos a todos los demás lejos de esa situación desesperante. Bautista se recargó en el vidrio y se deslizó hasta el suelo. El Disociador M seguiría trabajando un rato más.
En la playa, la situación era diferente, Luca se había presentado frente a sus viejos compañeros; y, junto a Sofía, quien había confesado saberlo todo, contaron la historia desde sus perspectivas.
—¡No eres más que un mentiroso! —gritaba Gary, siendo contenido por Mao—. ¿Tú y Alma enamorados? Jamás hubieses permitido que ella acabara así.
—Es verdad que cometí pecados —dijo Luca—, pero aún no termino de contarte lo que sucedió después.
—Gary, puede que no te guste —dijo Alex—, pero necesitamos saber toda la historia. Alma está jugándose la vida con esa maldita máquina, tenemos que saber cómo actuar al respecto.
—¡Imbécil de mierda! —Gary se dio la vuelta y encendió un cigarro. No era el único que quería golpear a Luca, pero todos lo soportaban lo mejor que podían.
Luca continuó donde lo había dejado. Tras ese beso, su relación se convirtió en un noviazgo perfecto en donde eran el uno para el otro, en donde su único objetivo era llegar a la mayoría de edad para poder empezar una vida de a dos. Hasta aquel día, en el que Mateo fue a Luca con una mueca feliz.
—Luca, es hoy —dijo—, la Orden comenzará a crear Grises, y nuestras hermanas son las primeras en la lista.
—¿De qué hablas? —inquirió Luca—. ¿Cómo qué primeras? Todavía no han hecho ninguna prueba en humanos, no saben si eso funcionará. Además, no les dijimos nada sobre la Sociedad Centinela y la Orden de Salomón.
—Habrá tiempo para explicarles, pero será mejor que vengan aquí —respondió Mateo.
—¡¿Por qué deben ser las primeras, Mateo?! —exclamó Luca—. Es arriesgado.
—Luca, lamento que hayas malinterpretado esto —respondió Mateo—, pero teníamos un plan y yo tenía un trato con mi padre. Es hora de cumplir con nuestras partes. Por favor, piensa en frío, si Alma se convierte en un Gris, se quedará con nosotros para siempre, no solo eso, tendrá un lugar asegurado en el nuevo mundo, ¿no quieres eso? Además, el Disociador ya se ha usado en anómalos y todo ha salido bien.
—¡Claro que quiero a Alma a mi lado! —Luca sintió su voz quebrarse—. Pero qué sucederá si algo sale mal, ella no es un anómalo y no van a disociarla como a ellos, van a encerrar energía oscura en un trauma, ¿y si todo falla? ¿Qué pasará si no quiere ser parte de esto? ¿Y si se enoja conmigo por ocultárselo?
—Debiste pensarlo antes de ser su novio —la voz de Mateo se oyó ronca y lejana—. Y si no quiere ser parte de esto, morirá en el apocalipsis. No hay más opciones para ella, ni para nadie en este mundo.
Luca retrocedió algunos pasos, quería llorar.
—Solo te pido que ella no sea la primera —lágrimas cayeron del rostro de Luca, pero Mateo no se inmutó.
—Tengo un trato con mi padre, si rompo esta promesa él dejará de confiar en nosotros y ya no tendremos libertad para movernos. Eso será un problema a futuro. Necesito entregarle a Alma y a Sofía para que sean convertidas en Grises, de ese modo probaré mi lealtad a la Orden, y luego yo podré decidir sobre ellas y sobre la futura División Alfa.
Luca frunció el ceño, aturdido por las palabras frías de Mateo, pero tenía razón. El fin de la relación con Alma era ese, convertirla en un miembro de su pequeña sociedad rebelde dentro de la Orden de Salomón. Eran un cáncer dentro de otro, uno sin cura, y debía seguir hasta el final.
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