Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 2: Desencuentros

Las delgadas manos se movían de formas lentas a los lados de las caderas de Alma, su bastón de lirios estaba tirado a un lado de la extensa sala blanca. Con lentitud, picos de hielo translúcido emergían del suelo a medida que iban tomando formas espiraladas y filosas en la punta.

Alma se concentraba en las figuras que crecían a su alrededor. Bautista la analizaba desde una esquina, tomaba notas y asentía con la cabeza.

El hielo siguió tomando forma de árboles macabros, sacados de una retorcida imaginación.

La sala se convirtió en un bosque de cristal tintineante que generaba arcoíris refractarios con los rayos del sol que ingresaban por la ventana.

—Es todo —dijo Bautista—, necesitas ejercitar la concentración para que no te supongan tanto trabajo los detalles.

Con una mirada satisfecha, Alma revisó su alrededor.

—No voy a negarlo —dijo Alma—, los entrenamientos de control son mejores que los de combate. Son mis ideas hechas realidad.

—Lo dices ahora que no has destrozado nada —Bautista se dirigió a la salida, abriéndose paso entre las esculturas heladas—. No olvido lo caótico de tus primeros días.

Nada le quitaba el mérito de avanzar siendo un Gris; por ello, Alma sonreía. Recordaba los terribles primeros días con algo de nostalgia.

—Ve a la sala de combate —ordenó Bautista desde el pasillo—. Sebastián será tu contrincante mientras evalúo a Gary y a Lisandro.

—¡No estoy lista para pelear con Sebastián! —Alma se cruzó de brazos.

Su rival tenía el nivel de Mao.

Bautista hizo caso omiso y siguió su camino. A pesar de no ser Grises, los chicos de la ex División Alfa, debían ser evaluados para comparar todo su potencial con el de su compañera. Por otro lado, debido a la sanción de los antiguos Altos Mandos, el equipo de Alex no contaba con siddhis, y la Orden de Salomón no estaba interesada en que los tuvieran, por lo que solo les tocaba el entrenamiento físico y táctico.

—¡Vamos, Alma! —rió Alex, quien veía a su compañera ingresar al gimnasio, en donde Sebastián ya esperaba arriba del cuadrilátero—. Ya fuimos demasiado compasivo contigo, ¿acaso Bautista no te estuvo entrenando para esto? —añadió con una carcajada.

—¡No le hagas caso! —Ángeles, vestida para entrenar, se acercó a su amiga para susurrarle al oído—. Patéale las bolas, siempre funciona.

—Como si Sebastián fuera a dejarme —murmuró Alma, crujiendo los dientes.

Los entrenamientos eran impiadosos, siempre corría sangre, se rompían los huesos y se provocaban fuertes lesiones. La Orden de Salomón no quería que fingieran una lucha, querían hacer de cada pelea una verdadera batalla por la supervivencia. Era un asco. A pesar de contar con el elixir para sanarse, el recuerdo de los dolores terminaban por desvelarla cada noche.

Arriba del ring, Alma sostenía su bastón con lirios tallados, temblando al ver que su oponente no tenía intenciones de subestimarla.

Aferrado a un par de tonfas, Sebastián se abalanzó sin previo aviso. Alma saltó hacia atrás, y corrió lejos de él, congelando el suelo. Estiró su bastón, procurando mantener distancia, aunque, con una patada certera, Sebastián lo lanzó lejos de la habitación. Desarmada, Alma intento cubrirse con hielo, chillando de miedo. Las paredes que se formaban eran sólidas, pero no lograban consolidarse con la lluvia de golpes que el joven le lanzaba.

Las tonfas llegaron al rostro de Alma, a su estómago.

Los golpes fueron duros.

Los presentes corrieron sus miradas de aquella despiadada carnicería. La derrota era total. Alma cayó al suelo sin poder gritar. Sostenía su nariz quebrada y con ello una hemorragia sin fin.

—Treinta segundos —dijo Sebastián, extendiéndole la mano para que le pusiera de pie—. No usaste ni una sola técnica de pelea.

—Y tú las usaste todas —Alma aceptó ser ayudada, eran las reglas del juego—. No soy buena con esto. Si gané alguna pelea fue casualidad.

Ángeles corrió hacia ella, para empapar sus heridas en elixir y reprenderla.

—Pudiste vencer a Alex solo con tu siddhi —recordó la joven—, no lo estás tomando en serio.

—¿Crees que no lo tomo en serio? —Las heridas de Alma se cerraban poco a poco—. Dejo que me partan la cara todos los días, y solo gané un quince por ciento de mis peleas con ustedes.

Sebastián decidió interrumpir.

—Lo haces a sabiendas que te recuperarás al instante —Sebastián prosiguió—. No deberías estar tan confiada. Un mal golpe o un mal movimiento podrían matarte al instante. De la muerte no se vuelve, Alma. A la Orden poco le importan los que fracasan.

—Tu siddhi está perfeccionándose —habló Yamil, apareciéndose de los vestidores—, debes darlo todo.

Alma lo miró, desconfiada, aún se debían una seria charla, por el momento no le respondió.

De nuevo en guardia, con el suelo empapado en sangre y hielo derretido, un nuevo round comenzó.



El sol descendía en el extenso campo que abarcaba casa de entrenamientos. Era un atardecer tibio y anaranjado, calmo y con aroma a heno fresco. Las ocho horas allí sucedían con ligereza, como un suspiro. Cada vez que el momento de regresar llegaba, los chicos miraban hacia el cielo, queriendo guardar el instante para siempre, añorando detener los segundos. Era la maldición de vivir pensando en que quizás no habría un mañana.

El motor del anticuado Chevy modelo 70' de Gary rugió. Alma se subió a su lado, con un hematoma que persistía en su rostro.

—Nunca me golpearon tanto —dijo ella, viéndose al espejo retrovisor—. Ni siquiera con Yamil, con él tuve que intentarlo unas veinte veces para ganarle una sola vez, ¡pero con Sebastián no hubo chance!

—Es un idiota —Gary apretó el volante a medida que avanzaba por la ruta—. No tienen porqué ir tan lejos, ¡y Bautista los defiende! Me está hartando lo que te hacen.

—Son órdenes de arriba, Gary —Alma encendió el viejo estéreo para no pensar más—. Sebastián intenta sacar lo mejor de mí, si es condescendiente yo no aprenderé nada.

—¿Y qué tienes que aprender? —bufó Gary—,¿ a qué enemigo te quieren enfrentar? Ya los asesinaron a todos. Además, las peleas reales no son con los puños.

—Gary, olvídalo —Alma subió el volumen de la música.

El camino a la ciudad era largo, ideal para disfrutarlo con viejos compilados de guitarras acústicas, mientras el cielo iba cayendo en tonos más oscuros. Alma recordó que su misión era levantar el ánimo a Gary y no hablar de la Orden, o quejarse de sus tareas, era la peor manera de comenzar.

Llegando al edificio, los sentimientos encontrados reflotaron. Alma ya no visitaba el apartamento que Mateo le había regalado, y a Gary lo veía en cualquier lado menos en su vivienda, por lo que no tenía motivos de regresar al sitio en donde tenía recuerdos agridulces con Luca, aquel chico que procuraba no nombrar desde su traición.

El estacionamiento la deprimía, el ascensor la abrumaba, y el silencio de Gary no ayudaba. Más de una vez había querido estar a solas con él, charlar, pasar el momento con la idea de que no irían más lejos que eso, porque ella no era buena con las relaciones, y él jamás le mostraba el tipo de interés que añoraba. Hacía tiempo estaba resignada con los amoríos en general, pero ya no pensaba en ello, sino en poder hacer algo bueno por quien siempre le regalaba una sonrisa capaz de iluminar su día.

El ascensor se detuvo. Las compuertas se abrieron dando paso al apartamento, el cual se encontraba limpio y ordenado. Algunas guitarras reposaban en los muros pintados de rojo, un gran sofá se ubicaba frente a un televisor. Un poco de aroma a humedad y perfume envolvía el ambiente. Gary se apresuró a abrir las ventanas y encender las luces.

—Está muy diferente desde la última vez —Alma dejó su bolso en un perchero y se acercó a contemplar la ciudad desde la ventana.

—Me deshice de todo lo innecesario —Gary se dirigió a la cocina—. Y, bien, ¿qué te gustaría comer? —preguntó revisando su refrigerador, ya no tenía hongos, solo bebidas y comida chatarra.

—Podríamos esperar una pizza mientras hablamos de tu cara larga —Alma se sentó en el sofá y lo esperó con una mueca amable.

Gary dudó un momento sentarse junto a ella, y antes de hacerlo, lo dejó salir:

—Alma, hace cinco meses bajamos los brazos, perdimos las esperanzas y cumplimos órdenes mientras esperamos la muerte —dijo, y se sentó a su lado para mirarla más de cerca—. Cada vez que quiero hacer algo que me haga feliz no puedo; no puedo tocar música, salir, ni disfrutar nada. Me repito a mí mismo que no es el momento, que no tiene sentido intentar nada.

—Me pasa lo mismo —Alma tragó duro—. Somos títeres. Pero me dijiste que no querías irte de este mundo con frustraciones, y eso es importante. Deberíamos aprovechar cada instante, disfrutar las pequeñas cosas.

Alma procuraba tener cuidado con sus palabras, no quería deprimir más a la gente que quería. La verdad era que no tenía la solución a nada, y se sentía peor que él.

—Por eso quería estar contigo —Gary clavó sus ojos celestes en ella—. Hay algo que sucedió la noche en la que ellos nos traicionaron.

Con una mueca a un lado y la mirada opaca, Alma demostró recordar algunos fragmentos. Había sido el cumpleaños de Mao, ella estaba drogada con un peligroso cóctel de alcohol, marihuana y cocaína, Jazmín la había dejado tocar algunos covers con las Gatas Ácidas, luego de haber sido reemplazada por Bianca. Además, consideraba que su peor error había sido confesarle su amor a Luca, quien la había rechazado de forma tajante desde el inicio.

—¿Qué hay con esa noche? —Alma desvió su mirada hacia la ventana.

—Nunca pudimos hablar de lo que me dijiste luego del rechazo de Luca —Gary observó el instante justo en el que Alma se volvía rígida con solo oír ese nombre—. Nunca volvió a ser un bueno momento para hablar de nosotros. Nunca volvió a ser un bueno momento para pensar en otra cosa que no fuera el fin del mundo, la traición y la Orden de Salomón. Y estoy cansado, harto de postergarnos.

Los ojos de Alma se colmaron de lágrimas, su quijada tembló. Y así, intentó con todas sus fuerzas tragarse el dolor de sentir lo mismo que él, entonces inspiró hondo y volvió a sonreír, volvió a mirarlo con los ojos enrojecidos. Luego de eso, ¿cómo le diría que pronto las cosas volverían a cambiar? ¿Cómo le diría que Yamil Skrulvever se traía algo entre manos y no podrían morir sin más? Porque no, ni siquiera podían esperar la muerte en paz.

—De eso se trata, Gary —Alma era pésima actuando—. Podemos fingir, por un momento, que nuestros problemas no existen. De hecho, el fin de los centinelas significa un problema menos —añadió entre risas.

—Bien —Gary bajó su vista, entre su cabello alborotado podían verse sus orejas tan rojas como sus mejillas—. Entonces, respóndeme con sinceridad —pidió elevando su rostro, ruborizado por completo—. Yo... ¿alguna vez te gusté?

<<¡¿Qué?! ¡¿Por qué ahora?!>>.

Alma enmudeció, lo analizó desconcertada. Si bien era verdad, ella no recordaba haberle hecho ningún tipo de insinuación desde que estaba saliendo con Alex. Incluso, siempre había sido un "inalcanzable".

Su corazón palpitó con fuerza, ya no podía sostenerle la mirada. Furia, nervios, vergüenza. Los sentimientos encontrados la paralizaban y la dejaban sin habla. Era tarde para todo, incluso para hallar al indicado.

—¿A dónde quieres llegar? —Alma borró su sonrisa, así como cualquier rastro de amabilidad.

—Nunca pensé en una posibilidad de ese tipo —dijo él, percibiendo la incomodidad de Alma, que miraba su bolso a punto de largarse—. Nunca me había permitido verte de otra forma, más que como una amiga.

—Lo sé, por eso nunca te dije nada al respecto —Alma se puso de pie, y se dirigió a tomar su bolso—. Me lo dejaste claro. No necesito amor por lástima, Gary. De hecho, es lo último que necesito luego de tantos fracasos.

Gary la siguió, nervioso por haberlo arruinado.

—¡No, no es eso! ¡Déjame terminar! —exclamó él, ante la mirada furibunda de Alma, que esperaba al lado de la puerta—. ¡Yo no te veía más que como una amiga hasta que te vi con Luca! Yo... me pregunté cómo había sido tan tonto, tan idiota de no haberlo intentado, y luego fue tarde.

Alma mordió sus labios, tenía el ceño fruncido y los ojos vidriosos. Estaba tan enojada, pero siguió escuchándolo.

—Cuando Luca te rechazó, caí por completo —Gary se acercó algunos pasos hacia ella—. Y luego todo fue de mal en peor, intenté buscar una oportunidad, pero ya no la hubo, nunca más.

El pecho de Alma subía y bajaba. Intentaba buscar su eje, pensar en que Gary tenía razón. Luego de las decepciones, la sobredosis, la terapia, la Orden de Salomón y cuanta mierda más, ya no había lugar para idioteces como el romanticismo. Se había cerrado por completo, ya no dedicaba indirectas, miradas melosas, ni siquiera podía dedicarle un pensamiento.

—Te entiendo —Alma dejó salir el aire retenido en sus pulmones—. Puedes quedarte tranquilo, la verdad es que nunca esperé que tuviéramos nada.

—¿Por qué no? —preguntó Gary.

—No me veías de esa forma —el ceño de Alma se encogió y la voz le tembló al hablar—. No quería pasar por otro rechazo, otro fracaso. Quizás no lo sepas, pero duele mucho cuando lo hacen, cuando estás en la cima y te rompen el corazón. Es horrible creer que te aman, pero en realidad nunca nadie lo ha hecho, en realidad te están usando. Incluso lo de Alex, él es un gran amigo y un gran colega, pero las heridas de las desilusiones quedan intactas, nunca llegan a sanarse.

—¿Y si yo te lo pidiera? —La voz de Gary sonó como una melodía.

Al acercarse más, Alma sintió presión en su pecho, un calor burbujeante en toda su piel. Era el momento menos apropiado para "tener algo", ambos lo sabían. Estaban al borde del abismo y sin nada que ofrecer al otro.

Ella abrió la boca, intentando pronunciar lo primero que se le viniera a la mente, pero su teléfono sonó. Cerró los ojos con fuerza, sintiéndose salvada.

—Tengo que atender.

No podía huir de Gary, tampoco de las llamadas, ya que todas eran posibles emergencias.

—Alex, estaba pensando en ti —dijo Alma al atender, y lo puso en alta voz para que su compañero oyera—. ¿Qué sucede?

—Tu padre está en un vuelo directo aquí —dijo Alex, sin rodeos—. Regresará con su equipo, y solicita una reunión para mañana por la noche.

—Allí estaremos.

Alma cortó la llamada de mala gana. Lo último que quería era ver esas despreciables caras otra vez.

Con esa noticia, Gary supo que tenía razón, no importaba cuanto intentaran fingir. La Orden de Salomón existía, y su oportunidad con Alma ya había pasado.

—Volveré a casa —dijo Alma, sujetando su bolso—. Y no te culpes más. No solo se trata que no sea el momento para nosotros, sino que jamás lo fue. No estamos destinados, Gary.

Comprendiendo el rechazo, Gary la dejó partir.



Los avisos de Alex llegaban a todos los puntos, a todos los excentinelas convertidos en perros adiestrados de la Orden.

En su modesta casa del campo, Yaco guardaba su ropa en maletas junto a Mao, en una pequeña habitación con dos camas y aroma a madera fresca.

Como si se tratara de un mal presagio, Yaco había decidido volver a su hogar de la infancia y visitar a toda su familia en compañía de su amigo. No tenía idea cuando podría verlos de nuevo, por lo que no quería dejar el tiempo pasar.

—Es hora de volver —murmuró Mao.

—Perdona a mis padres, son algo anticuados —dijo Yaco a su compañero—. No eran para ti los comentarios ácidos, eran para mí. Esperaban que viniera con una novia embarazada, y no con mi "amigo estudiante de intercambio".

—Si ya los conoces no debiste traerme —recriminó Mao, con el cuerpo y la expresión rígida—. El pueblo entero no paraba de murmurar sobre mi "aspecto".

Yaco soltó una fuerte carcajada, la molestia de Mao era genuina.

—Eres muy de ciudad, ellos lo notan —dijo—, y te traje porque quería que conocieras mi hogar. Eres mi mejor amigo, después de todo.

—Quitando a la gente, es un buen lugar para descansar —respondió Mao, relajando músculos—. Ha sido una gran idea, más ahora que debemos enfrentarnos a la Orden cara a cara otra vez.

—Sobre eso, espero malas noticias —Yaco se sentó en una cama—. Luego de tanto esperar, darán su próximo gran paso.

La maleta de Mao estaba lista, la dejó a un lado y miró al suelo. La idea catastrófica de Yaco era la misma que él tenía. No podía imaginarse viendo a la Orden otra vez, mucho menos a Luca o Mateo sin que se le revolviera el estómago.

Sin mencionar algo sobre su malestar, Mao sonrió a su amigo.

—Gracias por invitarme a tu hogar.



En una isla apartada de los continentes, el cielo se volvía violeta sobre la pista de aterrizaje. Una aeronave esperaba por un grupo de gente bien vestida: Leonardo Santamarina junto a su mujer, Delfina, y su pequeño hijo. Detrás de ellos, un gran equipo de hombres y mujeres, incluyéndola a Bianca, los seguían hacia la plataforma de ascenso. Más atrás, Mateo, y Luca con su cabello negro natural, caminaban con el paso cansino y una expresión deprimente.

—No tiene caso regresar —murmuró Luca, dando una pitada a su cigarro—. Lo hace a propósito.

—Quiere convencer a Alma, ha hecho un gran trabajo en sus entrenamientos —respondió Mateo—. Superó sus expectativas. Creyó que era una chica rebelde, pero ha hecho sus deberes sin demoras y con resultados excepcionales.

—Alma, jamás lo aceptaría, lo sabes —comentó Luca—, y eso es lo que te diferencia de tu padre. Siempre supiste que no tenía caso involucrarla en la Orden. No hay ninguna forma de convencerla de cambiarse de lado.

—Se lo dije, pero él no me escucha —musitó Mateo—. El fin debe llegar, y, cuando llegue, ella deberá estar en otro sitio.

Leonardo vio al dueto desde la compuerta.

—¡Dejen de conspirar, niños! —exclamó, extendiendo una sonrisa—. ¡Prometo que aceptaré la decisión de su hermana, después de todo ya no es indispensable! Le daré la libertad para elegir su forma de morir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro