CAPÍTULO 19: Interrogatorio
Una pared de vidrio de un espeso grosor encerraba a Mateo en una de las jaulas diseñadas para contener la furia más rabiosa de los anómalos. Él se encontraba encerrado y apartado de sus compañeros en el sótano de la antigua casa de Pandora, ubicada en el centro de la isla de Salamandra.
Una cama, un retrete, un lavamanos y nada más. Mateo daba vueltas de un lado a otro. No tenía forma de escapar, no tenía forma de enfrentarse a un ejército de anómalos, ni a todos sus antiguos compañeros unidos, tampoco tenía una opción viable para huir de la isla.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Alex ingresó a la habitación de lo que consideraba "su presa".
—Eres tan obvio, Alex —Mateo se acercó al vidrio que los dividía y le habló enarcado una sonrisa—. ¿Quién iba a estar tras esto si no eras tú?
—¿Yo soy obvio? —Alex lanzó una carcajada—. ¿Y por qué te dejaste atrapar? Tú eres el obvio.
—Quiero saber qué es lo que quieres —Mateo se dio la media vuelta y se sentó en la litera—. Si piensas intercambiarme por tu padre, te aseguro que será en vano. Primero, yo no tengo el valor que tiene Orlando; segundo, tu padre está muy a gusto con la Orden.
—Cierra la maldita boca —lanzó Alex, borrando su meca.
—¿En serio, Alex? —preguntó Mateo—. De verdad no conoces a tu padre. Fue capaz de relegar tu crianza y la de tu hermano a tu madre, fue capaz de poner en riesgo su integridad por el tercer secreto, una y otra vez, ¿y piensas que ahora, que tiene rienda suelta para ser quien es, va a echarlo a perder por tu idealismo barato que ni siquiera comparte?
Antes de responderle, Alex prefirió contar hasta diez. Una parte de él quería creer que su padre seguía su mismo código moral, pero no estaba seguro hasta qué punto traicionaría su misión de toda la vida por una acción altruista.
—No te preocupes, no te traje para hacer ningún intercambio —respondió Alex y volvió a sonreír—, te quedarás aquí con nosotros hasta el final de los tiempos.
Con unas simples palabras, Mateo lograba desestabilizar a Alex, quien entendía que no podría hacerse responsable de obtener información de esa fuente. Lo mejor era dejar que la situación se enfriara antes de sabotear su propio plan.
De igual forma, en una jaula de vidrio, Luca aguardaba por su visita. Esta vez eran cuatro: Yaco, Mao, Lisandro y Gary ingresaban de a uno para enfrentarlo una vez más.
Sentado en la cama, Luca los miró de soslayo.
—¿Qué tal te sienta la vida de prisionero? —preguntó Gary, que mantenía sus cejas bajas.
—Normal, estoy acostumbrado —respondió Luca, quien resopló con la vista al suelo.
—Queremos que nos respondas unas preguntas, amigo —dijo Yaco, con un claro sarcasmo en sus palabras.
Luca alzó una ceja y los dejó hablar.
—Tranquilo —habló Mao, sonriente—, parece ser que no tienes intenciones de hablar del magnífico plan de la Orden. ¿Cuál era? ¡Ah, ya lo recuerdo! Asesinar a todo el mundo para empezar de nuevo. En todo caso, deberías tener la decencia de explicarnos porque mierda tu hermano pensó que era una excelente idea involucrarnos, más específicamente en el sitio de sus enemigos, ¿acaso son idiotas?
Luca se puso de pie y caminó frente al vidrio.
—Mateo quería tener a su hermana cerca —habló Luca—, siempre la quiso más que a nada en el mundo. Pero lo sabía, entendía que la diferencia de valores morales y éticos los separaban más que el hecho de haber sido criados separados. Ser un miembro de la más alta casta de la Sociedad Centinela te da una visión que un ser humano, común y corriente, nunca obtendría. Es justo por ello que ustedes rechazan a la Orden, es tal y como pensaba Mateo que sucedería. La única forma de tener a Alma a su lado, y hacerla vivir en el nuevo mundo, es convirtiéndola en su enemiga.
Luca no tuvo problema en explicar las razones de Mateo.
—¡Qué estupidez! —bramó Lisandro—. ¿Y Sofía? Ella también es su hermana, siempre finge que no existe para él. Solo es Alma.
—Mateo tiene una conexión especial con Alma por ser su melliza —explicó Luca, aunque las caras de sus oyentes lucían incrédulas—. Él quiere a Sofía, pero sabe que solo involucrando a Alma, Sofía obtendría la salvación sin necesidad de convertirla en una herramienta del renacer del mundo.
—¡¿Herramienta?! —Gary lanzó un puñetazo al vidrio, el mismo siquiera vibró.
—El apocalipsis será creado por la destrucción que ocasionarán los Grises "destructores" —explicó Luca—, y el mundo renacerá con el poder de otros Grises encargados de hacer renacer el nuevo mundo. Mateo quería que Alma fuera considerada una Gris que hiciera renacer el mundo, y que viviera en el mismo. Mateo hizo ese trato con su padre a cambio de una total lealtad a la Orden.
—Vaya... —Yaco se cruzó de brazos—. Resultaste ser muy cooperativo con las preguntas.
—No tiene caso ocultárselos —dijo Luca—. No es información que valga mucho. Además, sé que no fui sincero y que conocía el desenlace de nuestra relación, pero siempre valoré la amistad que tuvimos.
—¿Amistad? —Gary soltó una carcajada—. ¡No puede ser que seas tan cínico! Todo esto se basó en una mentira que terminó de la peor manera. ¿Qué excusa tiene Mateo para habernos involucrado en este retorcido plan?
—Quería proteger a Alma, tanto de los centinelas como de cualquier miembro de la Orden —respondió Luca, ignorando el enojo de Gary—. Él los eligió mediante su siddhi y una ardua investigación sobre sus vidas y sus auras. Sabía que podría contar con que se comprometerían y que no dejarían que nadie los atropellara. Nada fue casualidad. Digamos que hasta ahora todo ha salido de acuerdo al plan de Mateo.
—Digamos que te creemos —dijo Yaco—, tengo una última pregunta para ti, ¿cómo es que Alma fue la que se convirtió en Gris si el riesgo lo corría Mateo? ¿Cómo es que crearon más Grises?
—Solo puedo decir que, respecto a la creación de los Grises, no todo estaba en ese libro viejo que encontramos —explicó Luca—, crear un Gris es algo más complicado que rellenar un cuerpo de energía, algo complicado como el monstruo que habitaba dentro de ella.
Los chicos recordaron a esos ojos rojos que Alma decía ver en su iniciación, pero Luca ya había hablado hasta donde se le tenía permitido.
—¿Qué era ese monstruo? —gruñó Gary.
Luca lo observó tras el cristal en donde podía ver su propio rostro reflejado y respondió:
—No voy a decir más.
El joven de rostro quemado se dio la media vuelta y se sentó en la cama. Yaco tomó a Gary del brazo y lo arrastró hasta la salida, siendo seguido por Mao y Lisandro. Tenían más información de la que podían imaginar haber conseguido, aunque aquellos detalles de relevancia.
La última celda que quedaba visitar era la Bianca, y el encargado de esa visita era su propio padre: Bautista.
La joven puso su vista en blanco cuando lo vio entrar.
—Ya sé, ya sé, no quieres verme —dijo Bautista—, pero por fin tienes un lugar de confidencialidad para hablarme de forma directa. No necesitas dejar brazaletes tirados o fingir algo que no eres. Quizás sería buena idea que me hablaras de esas grandes convicciones tuyas y ese criterio propio que se parece mucho al del tío que te crió en mis años de prisión.
—Sigues subestimándome —dijo Bianca—. ¿Así piensas ganarte mi cariño, mi confianza? Eres un perdedor desesperado. Ya veo porqué terminaste en prisión. Todo este tiempo te culpé por no estar para mí, pero la verdad es que ha sido lo mejor.
—Tienes derecho a odiarme por estar vivo en vez de tu madre —sonrió Bautista—, pero ese no debería ser motivo para aliarte con unos asesinos.
—¡Cierra la boca! —Bianca golpeó el vidrio—. No tienes idea de nada.
—¡Dime de qué no tengo idea! —clamó Bautista—. Habla de una vez. Te trajimos aquí para eso. Si has estado amenazada, si no eres leal a Leonardo, dime lo que tienes en tu cabeza antes de que sea demasiado tarde.
—No quiero hablar contigo —Bianca inspiró hondo—. Solo hablaré con mi prima.
—Alma no querrá verte —siseó Bautista.
—Quiero hablar con Sofía, solo con ella.
La respuesta lo desconcertaba, Bautista frunció el ceño porque de inmediato creyó que su hija, a quien no conocía en lo absoluto, pretendía manipular a una joven que recién se enteraba de la verdad del mundo.
—¿Qué tramas? —preguntó Bautista, ya con la mirada cansada—. ¿De verdad piensas que te dejaré jugar sucio?
—Sé lo que piensas —respondió Bianca—, pero puedes preguntarle a ella por qué la estoy llamando y lo sabrás. Dile que venga y evaluaré decirte algo que te interese.
Esa respuesta lo terminaba de confundir aún más, por lo que Bautista dejó a su hija en soledad y sin una respuesta. No le preguntaría nada más.
Al salir de la habitación, se chocó contra Alex, quien iba tan pensativo como él.
—¿Qué es esa cara? —preguntó Bautista—. Parece que te fue peor que a mí.
—¿Qué tanto conocías a mi padre? —preguntó Alex, alzando la mirada.
Bautista llevó su mano a la frente y se rascó manteniendo una sonrisa de dientes apretados.
—Tuvimos una buena amistad hace veinte años —explicó—, compartíamos ideales, pero pudo librarse de los problemas a los que tuve que enfrentarme yo. Digamos que fue más cauteloso.
—¿Crees que esté trabajando con la Orden por voluntad propia? —inquirió con los ojos enrojecidos.
Bautista inspiró hondo.
—No sé qué te dijo Mateo, pero eso no cambia nuestro objetivo.
—Sí, lo cambia —Alex apretó sus ojos y volvió a mirar a Bautista con la vista clara—. No me enfocaré en salvar a alguien que no lo merece.
—Voy a serte sincero —dijo Bautista—. No puedo poner las manos en el fuego ni por mi propia hija. Tan solo puedo contarte todo lo que sucedió por aquellos años y podrás sacar tus conclusiones.
Alex asintió, y respondió:
—Sí, te escucharé. Por el momento veamos que tienen los chicos que hablaron con Luca. Al parecer esto va a ser más difícil de lo que creíamos.
Bautista le palmeó el hombro y siguió de largo; buscaba a Sofía, a quien encontró con rapidez, pues se encontraba muy cerca de las habitaciones con celdas.
—¿Qué haces aquí, niña? —preguntó Bautista con la mirada fija en Sofía.
—Quería ver a Bianca, ella ha sido mi amiga durante un tiempo y...
—Basta de excusas —Bautista frunció el ceño—. Mi hija quiere hablar contigo. Más te vale que me digas todo lo que tienes con ella o te juro que te encerraré en una jaula para anómalos, incluso si tengo que enfrentarme a Alma por ello.
Sofía abrió aún más sus ojos, sus pupilas se contrajeron. No era una simple amenaza, pero luego respiró.
—Te diré todo —dijo—. Busquemos un lugar apartado, no quiero que Alma escuche esto.
En la recepción del hotel, Alma daba vueltas de un lado a otro. Apolo, Gelb y Débora la observaban con fijeza. No podían creer que una humana, de apariencia normal, les provocara tanto repelús. Era una cuestión de instinto al que debían mantener a raya mediante la lógica, puesto que algo en su interior les decía "corre, corre lejos del peligro".
—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó Apolo, tratando de sonreír—. Debiste entrevistarlos tú y así no te quedabas con la incertidumbre.
—No lo entiendes —Alma mordió sus uñas—. No puedo hablarles sin querer matarlos.
Para su suerte, Alma no tuvo que esperar más. Uno a uno, los miembros de su equipo ingresaban al hotel. Quienes tardaron algunos minutos más fueron Bautista y Sofía.
El primero en tomar la palabra fue Alex, quien habló de como Mateo logró sacarlo de sus casillas; luego, Bautista habló de los reproches de Bianca; por último, Yaco habló de todo lo que Luca había dicho, con lujo de detalles, para dejar un espacio a que sus compañeros hicieran preguntas o dieran una opinión al respecto.
Renata alzó la mano.
—Ya sabemos que apocalipsis se dará mediante el poder de Grises destructores —resaltó—, es probable que sea algo que les lleve varios días y sea de forma organizada. Quizás catástrofes naturales sectorizadas. No será algo repentino y en todos lados al mismo tiempo. Creo que ninguna infraestructura lo aguantaría.
Los chicos asintieron, Renata resultaba muy perspicaz a la hora de sacar conclusiones.
—Eso es posible —dijo Yaco—, además, el rango de ataque de un Gris no les permitiría abarcar tanto espacio. Necesitarían una docena para atacar solo las grandes ciudades.
—Deberíamos averiguar el número de soldados Grises que tienen —añadió Sam—, de ese modo podemos prever el rango de ataque, y sacar una conclusión de acuerdo a los días que puede llevar ese apocalipsis.
—Sigue siendo poca información —gruñó Ángeles.
—Luca cree que apocalipsis es la opción más viable —murmuró Lisandro—, ahora estamos justo donde Mateo quiere que estemos.
—Encima tuvo el descaro de decirnos que nos consideraba su amigo de verdad —gruñó Gary.
—Ese chico es la respuesta —habló Gelb, el anómalo—. Es como si sus ideales tambalearan. No tenía ninguna necesidad de darles ninguna repuesta, pero aun así lo hizo.
—Lo que nos dijo no nos sirve —comentó Mao.
—No es lo que dice —explicó Gelb—, es la intención. Ni siquiera tuvieron que presionarlo.
—¿Y si intenta despistarnos? —preguntó Romeo—. No podemos confiar en nada.
—Dejémoslo aquí —habló Alma—. Pensaremos en algo más antes de seguir con el interrogatorio. Lo mejor será ver si podemos realizar un conteo de los Grises que posee la Orden, así también de sus búnkeres y su distribución en el mapa. De esa manera podremos corroborar si lo que dice Luca es verdad.
—Tenemos un buen equipo de informáticos —dijo Débora—. Sam y Ángeles podrían usar nuestras instalaciones para investigar.
Los susodichos asintieron y se marcharon junto a los anómalos.
—Y ustedes deberían continuar su entrenamiento —señaló Sebastián a las novatas: Carmela, Jazmín, Renata y Sofía—. Es importante que ante una inminente amenaza sepan defenderse.
—Vamos con ustedes —dijo Gary, entusiasmado.
—De verdad me intriga ver sus siddhis —dijo Alma.
—¡Si alguien está libre vamos a la cantina! —exclamó Bautista, siendo ignorado por todos, exceptuando a Alex, a quien le debía una charla.
—Seremos solo nosotros dos —respondió Alex—. Quiero saber más de la historia de mi padre, y de la tuya
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