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CAPÍTULO 14: Misión cumplida


Una docena de jets de guerra se alzaban en el turquesa cielo de la paradisíaca IPC en la que Sam y Ángeles realizaban sus proyectos. La tierra temblaba así como los vidrios de los ventanales del décimo piso. La pupilas de Ángeles se dilataron y su pulso se aceleró. Algo grande sucedía afuera.

Las IPC se caracterizaban por su silencio y su quietud, su invisibilidad ante el mundo, eran pequeñas islas en donde la impunidad lo podía todo, desde experimentos sin ética hasta la más infernal diversión, por eso el movimiento actual les generaba terror.

—¿Qué es eso? —preguntó Sam, yendo tras su compañera.

El miedo los apresaba, porque cualquier acto podía indicar el final de todo. El tan aclamado apocalipsis no daba pistas de cómo y cuándo comenzaría.

—Parecen aviones de guerra —murmuró Ángeles—, han despegado desde la terraza.

—Vayamos a averiguar que sucede —Sam tomó a Ángeles de la muñeca y la arrastró fuera de la habitación.

Ángeles vio a Sam tomando la delantera, buscando a alguien en cualquier sitio, una pista de lo que fuera. Algo en él había cambiado, y quizás era un arrebato de valor ante la pérdida total de un futuro. Ya no quedaba tiempo para soñar, todo estaba a punto de ser destruido.

—¿A dónde vamos, tonto? —preguntó Ángeles, de mala gana—. Nadie va a decirnos nada. De todas formas no hay nada que podamos hacer más que seguir con nuestros asuntos.

Sam se detuvo y giró su vista a ella. Frotó sus ojos y el puente de su nariz, el cual llevaba la marca de sus lentes.

—Alguien debería poder decirnos algo, o bien podríamos negarnos a trabajar —dijo—, se supone que ya estamos del lado de la Orden.

Aunque Ángeles puso sus ojos en blanco siguió a Sam por los pasillos, los cuales se encontraban más desolados que de costumbre. Uno a uno, iban recorriendo los pisos y las habitaciones, encontrándose con unos pocos operarios.

—¡Tú! —Ángeles detuvo a una mujer que corría con archivos entre sus manos—. ¿A dónde estás yendo?

A lo mejor esa vez tenían la suerte de su lado, la joven estaba demasiado concentrada en su trabajo como para darse cuenta que estaba frente a dos peligrosos novatos.

—¡¿Otra vez me preguntan a mí?! —exclamó la mujer—. Todo el equipo de inteligencia, a partir del rango C, debe presentarse en la misión de Bermudas. Y más les vale que se apuren porque los Skrulvever no van a ser pacíficos con quienes entren a su escondite.

—¿Escon...? —siseó Sam.

—No somos rango C —afirmó Ángeles.

La mujer se tapó la boca con espanto.

—¡Olviden lo que dije! —exclamó antes de salir corriendo.

—Podríamos haberle sacado más información —murmuró Sam.

—Es mejor no saber más —respondió Ángeles—, encontraron el escondite de los Skrulvever, los aviones son para ellos, aún no empieza el fin del mundo.

—Esto es malo —Sam frotó sus brazos con fuerza, como si todo su valor se esfumara al darse cuenta que seguirían viviendo un tiempo más.

Ángeles presionó el lóbulo de su oreja.

—No lo es —dijo la chica de coletas—, es lo mejor que nos podría pasar. Nadie tiene el ojo puesto en nosotros, la Orden está ocupada con el tercer secreto y con deshacerse de los Skrulvever. Es nuestra oportunidad para movernos con impunidad.

—¿En qué estás pensando? —dijo Sam entre dientes—, recuerda que no estamos en casa.

—¿Qué pasó con tu valor? —rió Ángeles, esta vez ella lo tomó de la mano y lo arrastró por todo el edificio.

Por donde pasaran había cámaras y accesos restringidos, algunos pocos guardias de seguridad merodeaban sin mucho interés, pensando en que nadie osaría atentar contra la actual sociedad secreta más poderosa del mundo. Por otro lado, a cualquier oficina importante no podían ingresar sin una huella dactilar o escaneo de retina, pero Ángeles tenía las herramientas para violar la seguridad de cualquier instalación, ese era su "siddhi" innato, o ella quería creerlo de esa forma, porque su verdadero poder tenía que ver con sus acciones suicidas.

Sam ya sentía sus piernas temblar, por más que el bloqueador de señales estuviera activo, seguían en la base de inteligencia del enemigo, actuando por pura corazonada de que nadie los estuviera siguiendo.

—Estás loca —rumiaba Sam mientras veía a su compañera desentrañar la clave de acceso a una de las habitaciones del último piso—, pueden asesinarnos por esto.

—Vamos a morir de todos modos, Sam —respondió Ángeles antes de que la puerta se abriera.

Para su fechoría, Ángeles había decidido  ir al sitio más peligroso del edificio: la oficina de Marie Dolfin, la cual era una auténtica pecera en el cielo, con bibliotecas repletas de libros y mobiliario de cristal.

—Ángeles, vámonos ya —pidió Sam desde la puerta.

—¡Olvídalo! —exclamó ella, ensimismada en su búsqueda, y de inmediato se precipitó sobre aquel enorme escritorio en donde habían computadoras ultradelgadas que aún no saldrían a la venta, hasta quizás en diez años.

Mientras Ángeles trataba de desentrañar esa tecnología, Sam vigilaba la entrada sin dejar de temblar. Cada segundo parecía una agonía, y su compañera se tomaba el tiempo exacto para acabar con sus nervios.

—Interesante, pero nada del otro mundo —hablaba Ángeles mientras sacaba de su bolso algunos artilugios que conectaba a la computadora—, su código es bastante predecible, pretende hacerlo más práctico y se olvidan de la seguridad. 

—Deja de parlotear y vayámonos de una vez —gruñó Sam.

—Sí, sí... —Ángeles tocaba la pantalla táctil y decenas de ventanas emergían con distintos datos—, pero no encuentro nada relevante.

—¡Claro que no! —exclamó Sam, mirando a sus alrededores—, ¿pensaste que te lo dejarían servido?

A pesar que podía navegar por todas las carpetas y archivos, Ángeles no encontraba información que valiera la pena, considerando que estaban en la oficina de una ex Alto Mando. No era para menos, no podía subestimar a la gente.

De igual modo, Ángeles envió una copia de seguridad a Alex.

—¡Alguien viene! —avisó Sam, y Ángeles corrió fuera de la habitación justo cuando un guardia doblaba la esquina.

Estaban a salvo.

—¿Qué hacen aquí? —inquirió el gran hombre.

—Buscamos a cualquiera de más rango que nosotros —habló Ángeles, ya que su amigo se encontraba pálido del miedo—, nadie nos explica que pasa, unos aviones de guerra sobrevolaron nuestras cabezas y el edificio está casi desierto.

—Quizás no merezcan saberlo —dijo el guardia, que no entendía como no se había percatado de ellos en las cámaras de seguridad—, lárguense de aquí si no quieren problemas.

Sam tomó a su compañera del brazo y la llevó hasta el ascensor para ir a la planta baja.

La música clásica no calmaba a Sam, que se recargaba en la pared del ascensor en bajada.

—¿Qué pensaste que podías encontrar? —preguntó Sam, con el ceño fruncido—, solo nos pones en peligro por un montón de archivos basura.

—Sé que no voy a encontrar el botón de autodestrucción de la Orden —dijo Ángeles, cargada de sarcasmo—, pero cualquier dato podría ser relevante. Y deja de decir que podemos morir o estamos en peligro, ¿acaso olvidas que ya no hay esperanza para nosotros?

Sam no respondió le dio la espalda y espero hasta que las puertas se abrieron y se marchó fuera del edificio. El orgullo de Ángeles le permitió seguir su camino por el lado opuesto. Si bien ambos eran unos genios, manejaban distintas formas de obrar.



Del otro lado del globo, Alex recibía los datos de Ángeles antes del anochecer.

"Copia de seguridad:

Alias: Marie Dolfin

Mensaje: la Orden de Salomón encontró la guarida Skrulvever, es todo lo que conseguí hasta el momento".

—Así que mi padre lo hizo —murmuró Alex, presionando el botón de descarga en su computadora.

El equipo completo estaba en la casa de investigaciones, incluyendo a Yamil y exceptuando a Alma, quien optaba por permanecer en su hogar. Tampoco se encontraban las novatas, ya que entrenaban en un sitio aparte, lejos del ojo de la tormenta y de la salud mental de la líder de la División.

—No culpes a tu padre —dijo Yamil—, él no sabe del riesgo que conlleva el tercer secreto, sin mencionar que pudo haber sido extorsionado y torturado hasta el límite.

—No voy a pensar en eso —respondió Alex—, Ángeles ha enviado demasiados archivos de la computadora de un Alto Mando, pero no encuentro nada relevante.

—Compártenos la información —Yaco tomó una laptop, los demás presentes también tomaron computadoras para iniciar el registro—. Algo debe servir.

Cualquier cosa era mejor a pensar en la guerra que podría estar sucediendo. Entre listas de empleados, cheques, y demás archivos sin relevancia, alguien alzó la voz.

—¡Esto puede servir! —exclamó Gary, convencido de lo que veía.

Una lista de todas las IPC, esos santuarios lejos de las miradas de los mundanos.

—Gary, ya tenemos una lista de las IPC —Alex puso su vista en blanco, Gary sabía bien que lo subestimaba.

—Lo sé, pero las mismas han cambiado de función desde que la Orden lidera —explicó—, aquí está el detalle. Muchas han dejado de funcionar, otras se han convertido en búnkeres, los llaman "cajas negras", y en otras se encuentran sus ejércitos.

Los presentes no salieron de su asombro hasta que abrieron el archivo por sí mismos. Incluso, las mejillas de Alex parecieron arder, lo había pasado por alto.

—No solo Salamandra, los famosos búnkeres son islas enteras —comentó Mao, asombrado.

—Y hay más —añadió Sebastián—, si logramos un acceso a las IPC destinadas a sus ejércitos podremos tener un número aproximado de sus tropas, de los Grises y anómalos adiestrados.

—Los únicos que podrían obtener acceso a ese dato son Sam y Ángeles —murmuró Romeo—, nosotros no servimos para nada, ¡es una pérdida de tiempo!

—¿Qué otra alternativa tenemos? —inquirió Lisandro—, los necesitamos aquí.

—Puedo ir a buscarlos —resolvió Yamil—, ya no tiene sentido que sigan allí, su misión era recopilar datos, y ya lo hicieron.

—¿Estás en condiciones? —preguntó Alex, preocupado—, ya has hecho demasiados viajes estos días.

—Necesito meditar y recobrar energías —sonrió Yamil—, iré al Limbo y de allí a buscarlos. Ya no podemos huir, es momento de seguir con el siguiente paso: una alianza.

—Es hora de buscar a los anómalos —afirmó Alex.

Las aguas se agitaban, era una guerra de tres. Skrulvevers, salomónicos y la vieja División Alfa con su nueva formación y su tercer posición. Sin embargo, aunque los bloqueadores de señal parecían funcionar a la perfección, habían olvidado algo importante, un kadavré de aquel Skrulvever que había huido tras la batalla oía la conversación con atención y traspasaba la información a su creador.

Una vez que atraparan a Yamil luego de una teletransportación éste ya no podría escapar de su inminente muerte. 

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