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CAPÍTULO 13: Sin paz


Los tibios rayos de sol tocaban el rostro sonriente de Alma. Había sido la mejor noche de sueño en meses. Frotaba sus ojos, para luego bostezar y desperezarse. Podía sentarse y mirar por la ventana sin tener la imperiosa necesidad de ver la hora en su teléfono o atender mensajes de urgencia.

Ni burnout, ni ansiedad o depresión. Todo estaba bien. Cualquier dolencia del día anterior era historia. Alma tomó un merecido baño y vistió con sus prendas nuevas, unos jeans con una blusa blanca que tenía bordado un pequeño corazón negro partido al medio. Ató su cabello, en forma de coleta, e incluso se colocó máscara y rubor.

Entusiasta, como si no supiera del fin del mundo, ordenó el desastre de su habitación. Tiraba papeles, prendas viejas y restos de comida en una cesta, hasta que una pequeña caja de cigarros la obligó a detenerse para recapitular lo sucedido la noche anterior. Con la expresión rígida, Alma tomó la caja de Parliament y la apretó con su puño hasta convertirla en un bollo. Entre todos los espejismos provocados por la fiebre, sabía que Luca no era parte de ellos.

—No puede ser posible —murmuró a medida que se sentaba en el suelo, apoyándose en su cama—. ¿Qué mierda has venido a hacer aquí, maldita basura?

Que Luca fuera a curarla era una opción, una que carecía de sentido considerando que eran enemigos y que, de todas formas, ella iba a morir por culpa de las mismas ideas que él defendía. Por más que estuvieran alejados, y que ella lo detestara de forma irreconciliable, Luca se tomaba el atrevimiento de seguir entrometiéndose en su intimidad para ser el mismo tipejo de actitudes y palabras ambiguas. Era un completo demente.

Juntando toda la rabia en su puño, arrojó la cajilla al cesto de basura.

—Alma, ¿despertaste? —preguntó Cathy del otro lado de la puerta.

Alma respiró hondo y procuró retomar su buen humor. Abrió la puerta y saludó a su tía con una sonrisa.

—Cathy, lamento tanto lo de anoche —dijo Alma, recordando a la perfección que Bautista había decidido decir la verdad de forma parcial.

—No tienes que disculparte —Cathy sonrió y le entregó su teléfono—. Me alegro que ya estés mejor. Bautista me contó algunas cosas que no sabía, esta mañana regresó para dejarte tu teléfono, y por la tarde iré a tomar un café con él para continuar nuestra charla.

El cuerpo de Alma sintió una corriente eléctrica, temía que su tío dijera cosas fuera de su relato. Enseguida tomó su móvil y preguntó:

—¿Qué tienes que hablar con él? Recién lo conozco.

—Por eso mismo —advirtió Cathy—, debe pasar por mi filtro. No sabemos nada de él. Podría ser un farsante.

Cathy lanzó una alegre carcajada y regresó a la sala para desayunar. Alma tragó saliva porque sabía que Bautista, además de ser un ex convicto, era algo mucho peor.

<<Supongo que sabrá manejar la situación>>, pensó Alma, pretendiendo desligarse de los problemas mínimos.

Al ver su teléfono, tenía otro conflicto. Decenas de mensajes y llamadas perdidas de Gary llenaban su buzón de entrada.

Antes de llamarlo, respiró profundo. Algo la bloqueaba, no quería responderle. De algún modo sentía que si no le decía lo de Luca significaría estar engañándolo. Tampoco quería decírselo, ¿tenía sentido hablar de ello? Solo lo enfurecería, incluso podría resultar contraproducente para los planes que tenían con Alex. Al final, resolvió por enviarle un simple mensaje.

"He despertado mucho mejor, gracias por preocuparte. Aprovecharé el día para ver a mis amigas. Ayer fue un día extenuante, el más largo de mi vida. Pasaré por la casa de Bautista en la noche".

Era un mensaje frío y distante, demasiado cortés para enviárselo a un novio, y ni siquiera optaba por entregarlo mediante un mensaje de voz o una llamada. Ocultar cosas era su fuerte, pero con Gary se sentía distinto.

"Me alegra saber que te encuentras mejor. Estuve hablando con Yamil y Bautista sobre tu salud, así que lo mejor será que disfrutes tu día libre. Nos vemos en la noche, te amo".

Gary respondía al instante, como si tuviera el teléfono pegado a su mano, aguardando para responder.

Luego de enviar un emoticón de corazón, Alma guardó su teléfono en el bolsillo y tomó su bolso para salir de su casa.



Una brisa fresca acariciaba su rostro y mecía las ramas de los árboles, el sol resplandecía entre tenues nubes blancas que se desdibujaban en el cielo azul. Era un día perfecto, su primer día libre en meses.

Los machaques de guitarras en sus auriculares eran la gloria. No recordaba la última vez que había oído una buena canción. Era ideal para aplacar los pensamientos sobre Luca y el fin del mundo, por lo que subía el volumen cada vez más.

Dobló la esquina, cuando aún era temprano. Las dos de la tarde. Sí, había dormido demasiado y se había saltado el desayuno y el almuerzo. Daba igual, no tenía hambre, solo la imperiosa necesidad de ir hacia su "segundo hogar", uno que no visitaba desde hacía meses enteros: la casa de Jazmín.

Alma prefirió no enviar mensajes de aviso, sería una sorpresa, pero la sorpresa se la llevó ella, que se chocó de frente con su mejor amiga.

—¡Alma! —Los labios de Jazmín empalidecieron—. ¿Estás bien? Sofi me dijo que enfermaste.

La sonrisa de Alma se amplió. Hacía un mes que no veía a Jazmín, pero para su amiga no había sido más que un día. Así que, la ex líder de la División Alfa, atrapó a la morocha en un efusivo abrazo.

—¡Estoy bien! —Alma dio una vuelta sobre sí misma—. Hoy tengo la tarde libre y por eso iba a visitarte, hace mucho no veo a tus padres, tampoco vemos películas como antes.

Jazmín devolvió el abrazo, quedándose un momento pegada a su amiga. Ambas necesitaban eso. Alma necesitaba contención, Jazmín deseaba agradecer su sacrificio, aunque aún no podía decirle que sabía toda la verdad, debía guardar especial cuidado, no solo para proteger la salud mental de su amiga, sino que cualquier error y todos pagarían las consecuencias.

—Hoy no puedo, Alma —Jazmín se apartó con lentitud y la miró a los ojos—. Tengo que ir a una reunión de estudio, vienen épocas de exámenes.

Alma mordió su labio y sus ojos se colmaron de lágrimas, no podía hacerle ningún reproche, siendo que ella le hacía lo mismo de manera constante. Jazmín pudo percibir la decepción de una persona que necesitaba de su compañía, pero no dijo nada al respecto, tenía que cumplir con el entrenamiento de Alex, tenía que comprometerse y ser tan fuerte como pudiera para pagar todo lo que Alma había hecho por los demás.

Ambas se mentían en la cara con la misma intención: protegerse entre sí.

—Estoy algo desconectada con el estudio —Alma rió, aunque sus facciones permanecieron intactas.

—Ya habrá tiempo para salir —añadió Jazmín, pero Alma sabía que lo que menos tenían era tiempo.

Cualquier instante podía ser el último. La incertidumbre podía ser abrumadora, y ni siquiera sabía si iba a poder detenerlo, porque no se sentía especial y no quería creer que todo su esfuerzo en el Limbo había sido tiempo perdido.

Alma y Jazmín volvieron a abrazarse para despedirse. Por el momento debían seguir sus caminos separados.



Decepcionada, Alma regresaba a su hogar para lavar ropa y hacer quehaceres que la mantuvieran con la mente ocupada. Mientras colgaba sus ropas en una soga improvisada, pensaba en que no se sentía diferente, ni más poderosa.

¿Qué significaba ser un Ánima Mundi?

Le habían prometido el poder de un "dios", la habilidad de crear un mundo entero capaz de albergar a todos los inocentes durante el apocalipsis de la Orden de Salomón, pero, al abrochar sus calcetines limpios frente al sol, se sintió común y corriente. Aunque lo intentara, no tenía idea como hacer florecer una pizca de ese nuevo poder.

La huida del Limbo había sido abrupta, y Yamil no le había dado más detalles.

Alma sintió que sus opciones se agotaban, tendría que ir con los chicos, no había forma de disfrutar un "día libre", no cuando podía tratarse de las últimas horas de su vida. Por lo que, mientras buscaba su teléfono para comunicarse con Alex, Alma movió sus dedos de forma desprevenida. En ese momento, una mancha negra flotante apareció frente a ella. Alma sintió sus pulsaciones acelerarse, pero todo se calmó cuando Yamil se materializó frente a ella.

No era su habilidad, era la de su compañero.

—¡Yamil, no te aparezcas así en mi casa! —refunfuñó Alma, llevando el cesto de ropa hacia adentro de su hogar.

Yamil la siguió.

—Quería saber cómo estabas.

Alma elevó una ceja.

—Me sentía como la mierda, pero Luca vino a curarme en la noche —confesó Alma frente a la mirada absorta de Yamil—, lo sé. No tiene sentido. Nada de lo que él hace lo tiene. Sin embargo...

—Puedes hablar tranquila —Yamil señaló su bloqueador de señales—. Ya lo encendí en cuanto llegué.

—Lamento ser decepcionante, pero no siento ningún cambio en mí. —Alma resopló y prosiguió su camino a la cocina—. No soy más poderosa, ni nada. Estuve un mes en el infierno solo para que me dé burnout. Es patético.

Yamil dio vueltas a la cocina, con la mano en la barbilla y la mirada puesta en ningún punto fijo.

—No puede ser —siseó—, al menos deberías tener mis habilidades.

Alma se encogió de hombros y comenzó a lavar algunos platos.

—Si ese era el plan A, será mejor que pasemos al plan B —dijo ella, y luego lo miró a él, miró su corte de cabello—, deberías estar ocultándote, tu clan quiere matarte.

—Alma, ¿sabes por qué, hasta ahora los salomónicos no me han secuestrado para sacarme información? —preguntó Yamil. Alma negó con la cabeza, así que él prosiguió—. No podrían retenerme en ningún lugar. Me teletransporto del mundo real al Limbo. Puedo estar en cualquier punto de cualquiera de los dos mundos. Es un desgaste inútil. Tendrían que tenerme drogado o asesinarme y eso no les serviría en lo absoluto.

—Así que por el mismo motivo estás tranquilo que tu familia no te encuentre —afirmó Alma.

—Por eso y porque ya no cuentan con la ayuda de los centinelas —añadió Yamil—, mi viejo clan no posee tecnología propia, no tienen acceso a ninguna cámara, ningún micrófono, ningún localizador, ningún soldado. Todo es de los salomónicos.

—Tiene sentido —Alma ladeó la cabeza—. Los Skrulvever no pueden hacer mucho sin los centinelas, solo esconderse a resguardar su secreto y luchar en caso de un ataque.

—Esa es otra cuestión por la que no soy prioridad para nadie —dijo Yamil—, ahora mismo están más concentrados en proteger el tercer secreto. De alguna forma, Orlando ayudó a los salomónicos con la localización del Oasis.

—¿Orlando los ayudó?

Alma miró a Yamil con espanto y dejó los platos a un lado cuando sintió su respiración acelerarse.

—Si lo descifran podrían convertirse en Ánima Mundis —dijo Alma. Las manos le temblaron y tomó asiento—. Eso sería peor que un apocalipsis. Si logran lo que yo no pude... serán imparables en cualquier mundo posible.

—No —Yamil negó con la cabeza—. Los Skrulvever no dejarán que eso pase, es la única misión que existe en nuestras vidas.

—Sin embargo, no dudaste demasiado para romper esa promesa con tu clan —apuntó Alma—, si bien yo no sería capaz de ponerme del lado de la Orden, ¿qué tal si otro miembro de tu clan hace lo mismo? ¿Qué pasa si le confía el secreto a alguien más y esa persona no tiene buenas intenciones?

—Esperemos que despiertes tu poder en caso que algo así suceda —concluyó Yamil.

Alma resopló con desconfianza.

—¿Qué harán los Skrulvever? —preguntó ella—, ya no cuentan con la ayuda militar de los centinelas, ¿acaso su poder podrá contrarrestar a los salomónicos?

—Lo dudo.

El rostro de Yamil demostraba una total desesperanza. Y si bien se habían prometido morir intentándolo, no era grato ver como cada uno de sus esfuerzos se disolvía en la nada.

—¿Qué puedo hacer, Yamil? —insistió Alma—, me niego a creer que todo lo que hice no sirvió de nada, al menos debería poder ejecutar alguna habilidad.

—Trata de meditar, yo averiguaré qué pudo haber salido mal.

Antes de volver la situación más incómoda para ambos, Yamil se marchó por la puerta principal. Tantos viajes lo dejaban agotado. No podía saltar de un lado al otro sin recobrar las fuerzas suficientes.

Al despedirlo, Alma se retiró a su recámara. Miró por la ventana y encendió algunas velas a su alrededor para sentarse en el suelo con las piernas cruzadas. Esperaba que nadie la viera en una pose tan vergonzosa; y, tratando de despejar su mente, se dispuso a meditar. No solo se trataba de hacer florecer sus poderes de Ánima Mundi, necesitaba encontrar algo de paz interior.

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