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CAPÍTULO 11: Cuenta regresiva


El helicóptero descendía sobre la pista de aterrizaje. Ángeles sostenía la mano de Sam. con fuerza, clavaba las uñas en las palmas del chico, cuya traspiración se resbala por sus sienes. Habían llegado a su destino.

—Me haces daño, An —siseó Sam, suave, como si entendiera a la perfección el pánico de su compañera.

—¡Lo-lo siento! —Ángeles aflojó su agarre y juntó aire en sus pulmones para soltarlo con lentitud.

La actitud de la chica sorprendía a Sam, quien esperaba algún insulto de su parte. Resultaba ser que la intrepidez de Ángeles tenía un límite. A pesar que todo era parte de su plan para reunir algo de información sobre la Orden de Salomón, encontrarse en las instalaciones internacionales de su servicio de inteligencia era agobiante.

Se vería cara a cara con todos los miembros traidores de la vieja DII, a fin de hablarles de su proyecto de plataforma espacial "Ad Infinitum", como la había llamado.

—Puedo pedirles un momento hasta que te relajes —Sam se detuvo frente a Ángeles y le colocó sus manos en los hombros—. Estás muy tensa.

Ángeles mordió sus labios y miró hacia el imponente edificio de cristal que reflejaba toda la isla en donde se encontraba una de las tantas IPC que ahora pertenecía al enemigo. Tenía unos cuarenta pisos, de los cuales todos estaban ocupados con oficinas y sedes relacionados a la ciencia y tecnología. Ellos tenían una conferencia pactada, y luego, si su proyecto convencía a los encargados de la sede, podrían obtener los recursos para llevar a cabo su plan, además podrían ser salvados de la muerte junto a sus familias.

Una mujer los vio a metros de la entrada y fue a buscarlos. Era elegante, llevaba su silueta ajustada con un vestido negro y sus labios pintados de carmesí. Su cabello recogido era de un castaño cobrizo, y su rostro estirado dificultaba para calcular su edad, a lo mejor entre los cuarenta y los cincuenta.

—Pandora... —Ángeles la reconoció de inmediato.

Pandora era la encargada de la Sociedad Centinela de reunir e investigar anómalos: humanos modificados con ADN animal y de cierto carácter homicida. Ella tenía cierta responsabilidad en la creación de los mismos, e incluso había encontrado la clave para reproducirlos de forma natural, ya que hasta entonces habían sido estériles. Por otro lado, el verdadero creador de los anómalos, Edgar Hyde, había sido asesinado por la Orden de Salomón, más precisamente por los Nobeles, una pequeña secta que trabajaba para el enemigo e intentaba hacerse de los anómalos para su control.

—No me mires así —Pandora sonrió con la vista en Ángeles—. No tengo más opción que trabajar para ellos, como lo hace Orlando White o ustedes. No quiero terminar en una fosa por negarme a hacer más de lo mismo.

—No es más de lo mismo —dijo Sam—, estos tipos planean un genocidio.

—Sí, sí —Pandora les restó importancia, todos la conocían por su egoísmo, y porque su único interés era la ciencia, no le importaba para quién trabajaba—. Síganme, los están esperando.

El ascensor parecía tardar una eternidad, cada piso que subían era un suplicio. Ángeles se mantenía aferrada a Sam, ella no contaba con mecanismos de pelea, escape o siddhis, tampoco su compañero, que no estaba muy seguro de que hacer en esa situación, pero pretendía mantener la calma por los dos.

Cuando las compuertas metálicas se abrieron, y la pantalla digital del ascensor marcó el piso treinta y dos, los invitados descendieron hacia una gran sala de reuniones con mesas rectangulares dispuestas en forma de "U". Enfrentando a todos los hombre y mujeres que allí aguardaban, había una gran pantalla para reproducir la presentación del proyecto que traían entre manos Ángeles y Sam, quienes pasaron al centro, siendo guiados por Pandora.

Entre los rostros que los observaban con desdén, estaban los miembros de los Nobeles y la ex DII. Los cerebros más elogiados de la vieja Sociedad Centinela, un montón de egocéntricos e inhumanos científicos que ahora debían usar su valioso tiempo escuchando a dos inexpertos mal vestidos, que a pesar de su edad, más cerca de los treinta que de los veinte, seguían pareciendo adolescentes.

Con la primera diapositiva el hielo se rompió. El título que llevaba era "Ad Infinitum", y lo acompañaba la imagen de una verdadera ciudad flotante entre medio de la Luna y la Tierra. Ángeles y Sam se turnaban para explicar su proyecto, el cual consistía en una gran plataforma flotante, con un sistema de atmósfera artificial que permitiría sembrar y cosechar en el espacio. Los detalles técnicos dejaban a más de uno boquiabierto.

—Necesitamos pulir cosas —dijo Sam, quien preveía el agotamiento mental de su compañera .

—Esto está a medio camino —explicó Ángeles—, y creemos que es algo que puede expandir los horizontes del nuevo mundo que pretende la Orden de Salomón.

—¿Y desde cuando son adeptos a la Orden? —preguntó un hombre.

—No sé si somos adeptos —dijo Ángeles—, recién nos están dando la oportunidad,  quizás no lo sepan, pero gracias a nosotros tienen a los Grises. Junto a Alex White encontramos la manera de salvar a Mateo de la infección y Alma sufrió las consecuencias que la llevaron a convertirse en uno. Digamos que nunca fuimos leales a los centinelas.

Algunas personas carraspearon sus voces.

—Sí... —admitió una mujer madura con una sonrisa—, sabemos que han traicionado y criticado a los centinelas tanto como nosotros. Sin embargo nada nos asegura que quieran ser fieles a la Orden de Salomón. Las ideas radicales no son para débiles.

—Te seré sincera —Ángeles sonrió y Sam notó el sudor que le recorría la frente—. Seré afiliada a cualquier idea loca que me deje viva para terminar mi proyecto.

El conflicto de ideas se disolvió de forma rápida. Debido al entusiasmo que Ángeles y Sam ponían en su proyecto, las ideas de que podían traicionarlos se disiparon. El apoyo entre pares científicos fue inmediato, todos aportaron ideas y Ad Infinitum tomó una forma más realista y próxima a concretarse.

Cuando la conferencia terminó, Pandora los acompañó hasta sus habitaciones.

—Podrán trabajar a partir de mañana —explicó la mujer—, sus familias serán trasladadas a la sede para su salvación durante el apocalipsis.

—¿Aquí hay un búnker? —preguntó Sam, y Pandora rió, la respuesta era obvia.

—Esta IPC ha sido la joya de la Sociedad Centinela —comentó Pandora—, toda la isla está blindada y posee un búnker desde su inicio. Lo mismo sucede en Salamandra, la isla en donde se encuentran los anómalos, aunque ahora es un territorio en anarquía.

—¿Territorio en anarquía? —preguntó Ángeles, de verdad interesada. Cualquier dato que reuniera serviría para su propósito.

—Los anómalos consiguieron independizarse de todos los humanos, de la Sociedad Centinela y de la Orden de Salomón tras los últimos conflictos—explicó de camino a las habitaciones—. La isla Salamandra es suya, y si bien son seres pacíficos, no aceptan que nadie se les acerque. Lo peor es que son extremadamente inteligentes y fuertes, no se los puede atacar a discreción ni intentar domarlos. Han desviado drones e intentos de hackeos, y han luchado cuerpo a cuerpo con nuestros soldados de élite. Son un problema para los salomónicos que esperan asesinarlos durante el apocalipsis.

—Pensé que los anómalos eran importantes para los salomónicos —dijo Ángeles, deteniéndose frente a la puerta de su habitación—. Según lo que oí, los Nobeles querían capturarlos y adiestrarlos para unirlos a sus filas.

—Sí —Pandora giró sus ojos—. No salió muy bien. En un intento por tomar la isla, los Nobeles perdieron gran parte de su ejército adiestrado. Ya lo ven, esas bestias son indomables, y es mejor no molestarlos. Me dediqué a estudiar su comportamiento durante años, y créanme cuando digo que nos ven como a simples insectos, no se dejarán doblegar. Claro que los salomónicos no se darán por vencidos y crearán nuevos anómalos, tenemos la receta para diseñarlos y adiestrarlos.

—Si la isla Salamandra está blindada, ellos sobrevivirán —dijo Sam.

—No —Pandora entregó las tarjetas de las habitaciones—. Ese es otro motivo por el cual ya no invertimos recursos en Salamandra, tenemos un arma mejor, los Grises podrán matarlos. Hay un ataque planificado para ellos en el día del apocalipsis.

Sin nada más que decir, Pandora se alejó de los jóvenes.

Tan pronto como pudo, Ángeles tocó el bloqueador tras su oreja, Sam también lo hizo, por precaución.

—Alex estará interesado en eso —dijo Ángeles con una sonrisa.

—Haz silencio —pidió Sam, nervioso, y luego la miró a los ojos—. ¿No quieres ir a tomar algo?

Ángeles alzó una ceja, desconcertada.

Sam se retractó antes de oír alguna carcajada burlona o un insulto:

—¡O mejor voy a pulir los detalles del proyecto! —añadió con énfasis.

—¡Ni se te ocurra! —exclamó Ángeles, por un instante hizo una expresión pocas veces vista. Cejas curvadas, ojos brillantes y mejillas rojas—. Basta de trabajo por hoy, ven a buscarme en una hora. Tomaré un baño y me cambiaré la ropa.

Sam contuvo su sonrisa.

—Te veo luego.



Con un vestido de volado suelto de color lila, Ángeles seguía a Sam hacia la costa de la isla, en donde había un lujoso bar de bebidas tropicales y comidas a base de pescados y mariscos, el aroma era traído hacia ellos por leves y calurosas ventiscas.

A pesar de estar atardeciendo, el calor era agobiante, por lo que Ángeles recogía su largo y pelirrojo cabello con una coleta alta, mientras que Sam se quitaba los lentes para limpiar su rostro con un pañuelo, también arremangaba su camisa blanca, desabrochando los primeros botones.

—No es un buen clima para ser nerd —siseó Sam, recibiendo su piña colada con sombrilla.

Ambos se habían sentado bajo el techo de paja y las hojas de palmera del chiringuito. Tenía vista a todo el océano, a la blanca arena y las palmeras. Los envolvía el perfume de los frutos marinos y la tropical música con suaves tambores y ukeleles.

Era una postal vacacional perfecta, pero no olvidaban que su misión era recolectar datos sobre la Orden, y ya tenían un dato jugoso. La esperanza crecía, podían descubrir mucho más como virus infiltrados en el cerebro de los traidores.

—Debí ponerme bloqueador —añadió Ángeles, como si hubiera olvidado seguir una conversación—. Al menos la comida es buena.

Sam no le prestó atención, su vista se quedó clavada en un punto a la lejanía. Una mujer, rodeada de hombres de seguridad, los tenía en la mira de unos binoculares.

—¿No es Marie Dolfin? —inquirió Sam, a pesar que ya conocía la respuesta.

La implacable Marie, de pómulos marcados, cuerpo delgado y cabello gris sujeto con fuerza, había sido la reina de la Sociedad Centinela, la única mujer en los Altos Mandos, una traidora más junto a Isaac Wolser, mientras que de Albert Mitford y Nicolás Hales ya no se sabía nada más.

El trasero de Ángeles rebotó en su silla de madera reseca. La mujer los amenazaba con su sola presencia. No tenía que decir ninguna palabra, pues su sola actitud decía "no se les ocurra hacer algo de lo que puedan arrepentirse".

—Nunca vi a un Alto Mando tan cerca —murmuró Ángeles con los dientes apretados—. ¿Por qué nos mira así?

El sudor frío recorría su espalda, ¿y si ya sabían lo de los bloqueadores de señal? Quizás era momento de despedirse de sus seres queridos.

—Marie fue directora de la DII durante su juventud —dijo Sam—, quizás trabaja aquí.

—Ya sé quién es Marie "la implacable" —rumió Ángeles.

Marie era conocida por su labor en la DII, por ser una de las mentes más brillantes de la Sociedad Centinela . Bajo su dirección, mucho antes de que Leonardo obtuviera el puesto, se habían desarrollado los programas "Monarca", por los cuales controlaban, mediante técnicas de hipnosis y torturas, a los personajes más influyentes de la historia, como políticos, líderes espirituales, empresarios, artistas y demás. También estaba tras el proyecto de Disociador M, para borrar recuerdos específicos de las personas, siendo este un elemento perfecto para adiestrar anómalos, modificar las personalidades, entre tantos otros usos que podía dársele.

Ningún Alto Mando era un santo, pero Marie no tenía escrúpulos. Las personas eran ratas de laboratorio con las que adoraba jugar. Si bien siempre se había salido con la suya, era obvio que, gracias a la Orden de Salomón, podría romper cualquier límite impuesto.

Desde su sitio apartado, Marie marcaba su teléfono.

—Ya están aquí, Isaac —dijo, su voz sonó áspera—, los Nobeles y los miembros del equipo los han descripto como entusiastas en el proyecto, pero no parecen muy profesionales. ¿Qué tan confiables pueden ser?

De otro lado de la línea, Isaac respondió:

—Ambos tienen antecedentes de traición a los centinelas —dijo el ex Alto Mando—, Ángeles es gran amiga de Alex White, son inseparables, y, ya sabes, Alex está molesto por lo de su padre. Lo sabes, nadie es confiable a estas alturas.

—Sí —Marie elevó una ceja—. Deberías ser más cuidadoso con eso, sé que tu área es la inteligencia militar, pero, si me permites darte un consejo, estás creando enemigos en el sitio equivocado.

Marie colgó su teléfono y siguió su camino, pero para Ángeles y Sam ya no era fácil sentirse a salvos. Estaban indefensos y en territorio enemigo, jugaban con fuego.

—¡Una ronda de margaritas, por favor! —pidió Ángeles al cantinero.

Sería una noche de bebidas hasta perder la consciencia. El tiempo diría que les depararía a sus destinos.



Tras la iniciación de las chicas, Alex, Yaco, Mao y Sebastián se mantenían despiertos entre charlas amenas para aplacar la ansiedad que les provocaba el retorno de Alma.

Indignado, Alex veía en las redes sociales de Ángeles publicaciones de distintas bebidas alcohólicas. En algunas fotografías salía junto a Sam, riéndose, cada vez más y más ebrios.

—¿Qué están haciendo estos idiotas? —preguntaba entre dientes.

—Déjalos en paz —Mao apareció tras la espalda de Alex—. Ya es hora de que alguien de la Legión del Mal tenga un poco de romance. De verdad, a veces creo que todos son unos célibes involuntarios.

—No habría mucha diferencia con ustedes —respondió Alex, viéndolo con desprecio—. Que yo recuerde, jamás les conocí una novia, o novio.

Mao lanzó una falsa carcajada, que fue silenciada cuando, en medio de la sala, se abrió un agujero negro del que salieron cuatro hombres con las vestimentas estridentes y las largas trenzas características de los Skrulvevers.

Los chicos de la ex División Alfa tomaron posición de alerta.

—¡¿Quiénes son ustedes?! —Yaco fue el primero en preguntar, ya tenía un cúmulo de energía de su siddhi, dispuesto para atacar.

—No venimos en busca de pelea —dijo uno de los hombres, que parecía ser el líder. Tenía unos cuarenta, la piel tostada y el cabello rubio trenzado—, venimos a buscar a Yamil.

Alex tragó saliva, sabía muy bien lo que sucedía, había recibido el mensaje.

"Amigo, dejé el clan. Sospechan de mí. Estaré oculto hasta terminar lo pactado. En cuanto llegue el momento sabrás que hacer".

—Yamil no está aquí —Alex dio un paso adelante y se cruzó de brazos—. Pueden esperarlo, quizás venga más tarde, siempre lo hace.

Quien era el vocero de los Skrulvever cerró sus ojos y sonrió. Era una sonrisa impaciente, porque descubría el sarcasmo tras las palabras de Alex. Los minutos de espera en la Tierra, eran horas en el Limbo, y las horas eran días, y los días eran semanas. No podían esperar más.

—Es probable que tu amigo esté cometiendo un grave error —dijo éste—, debes decirnos donde está, o el mundo caerá en una catástrofe sin precedentes.

—La catástrofe es inevitable —prosiguió Alex—. Les recuerdo, que los que vivimos aquí, estamos con los días contados.

—Deberían irse —añadió Yaco—, su presencia solo atraerá a la gente equivocada, y me refiero a la Orden de Salomón.

—No está la Gris... —susurró uno de los Skrulvever a sus compañeros. Se refería, con certeza, a Alma—. Si está con Yamil significa que ya...

—Deberían escuchar a mi amigo —interrumpió Mao—, por lo que sabemos, su escondite está a punto de ser encontrado. Deberían preocuparse por el verdadero enemigo.

—¡El verdadero enemigo es quien entregue el tercer secreto! —exclamó el Skrulvever.

Alex rió con énfasis.

—¡No son más que unos cobardes! —exclamó, y los Skrulvever lo escucharon—. Ya entiendo, no tienen la fuerza para parar a la Orden. Por eso quieren esconderse bajo una roca, como siempre. Nunca les importó el rumbo del mundo mientras ustedes estuvieran a salvo, ¿verdad? Por eso no querían que nadie de su clan se involucrara en esto. No querían que los suyos sintieran empatía por nosotros porque eso significaría poner en peligro sus vidas perfectas. Pues fracasaron. Yamil ya lo hizo, hizo aquello que ustedes debieron hacer. Se involucró y está luchando para cambiar las cosas. Incluso arreglar el daño que ustedes hicieron.

—¡Nosotros no hemos hecho ningún daño! —bramó uno—. Fueron uste...

—¡Cierra la boca! —gritó Yaco, interponiéndose—. Todo este tiempo podrían haber evitado miles de males, pero lo permitieron porque no les tocaba de cerca.

—Ustedes no comprenden este poder —rumió el líder de ellos—, lo que dicen no son más que palabrerías de niños ignorantes.

—Quizás no sepamos qué hay detrás de tanto poder —dijo Mao—, pero al menos no nos creemos semidioses. ¿Quieren saber dónde está Yamil? A lo mejor la Orden los ayude a buscar.

Mao recibió unas cuantas miradas rabiosas, y luego continuó:

—Parece que Alex tenía razón —dijo, con suma tranquilidad—, no pueden contra ellos, y su único plan es asesinar a Yamil para asegurarse de que no diga nada y volver a esconderse.

El vocero de los Skrulvever sonrió.

—Exactamente —dijo con aires sombríos.

Manos negras emergieron desde los cuerpos de los Skrulvever, pero los chicos se alejaron de un salto antes de que pudieran ser atrapados. Un torbellino provocado por Mao envolvió a los enemigos, despistándolos.

—¡Salgan de la casa! —pidió Yaco a sus compañeros, y de inmediato hizo brotar enredaderas que sujetaron los pies de los Skrulvever.

En la sala, el espacio era reducido para una batalla.

Yaco, Mao, Alex y Sebastián corrieron pocos metros hacia el prado, bajo la luz de la luna. No tenían sus tótems, pero todos se pusieron en guardia, ya que los Skrulvever iban por ellos.

De los Skrulvever germinaban manos negras como serpientes queriendo alcanzarlos. Yaco y Mao esquivaban con el uso de su siddhis, mientras que Alex y Sebastián se apartaron del resto, ya que, del suelo, se alzaban sombras con formas antropomórficas de color negro: eran kadavrés.

—¡Están saliendo de todos lados! —exclamó Alex.

—¡Debemos usarlos! —dijo Sebastián, extendiendo sus palmas.

Alex lo siguió. Extendió sus manos y se agachó para tocar el suelo.

Usarían sus siddhis aunque no tuvieran los tótems. Sería la primera vez y todo podría salir mal.

De inmediato, todos pudieron sentir como sus pies se adherían al suelo. Los kadavrés ya no podían moverse de su sitio, pero tampoco podían hacerlo Yaco o Mao, quienes sentían una fuerza aplastante sobre sus cabezas. La habilidad de Alex le permitía controlar la gravedad de su radio.

A pesar de estar pegado al suelo, Sebastián arremetió con una onda de energía que golpeó a todos a su alrededor. Sin embargo, tanto enemigos como aliados, salieron volando por los aires.

—¡Mierda, estúpidos! —gritó Mao, recomponiéndose.

Tras el golpe, los kadavrés volvían al ataque, eran unos veinte, por lo que los Skrulvever eran fuertes.

Cinco para cada uno, corrieron hacia los miembros de la antigua División Alfa, sin embargo, antes de colisionar con sus oponentes, los brillantes faroles de un automóvil detuvieron el ataque de los Skrulvevers, quienes, ante el improvisto, hicieron desaparecer a todos sus kadavrés en el aire. Asimismo, desaparecieron al instante.

—Se han ido —murmuró Mao, girando la vista a los vehículos.

—Es la Orden de Salomón —indicó Alex con la vista puesta en los vehículos.

El automóvil se detuvo una vez que llegó hasta ellos.

Las puertas delanteras y traseras se abrieron de un azote. Leonardo fue el primero en descender. Lo seguían otros hombres de la orden.

—¿Qué ha sido eso? —Leonardo elevó una ceja, viendo el suelo destrozado.

—Los Skrulvevers aparecieron de la nada y nos atacaron —Alex fue sincero hasta cierto punto, y continuó—. Buscan a Yamil, quieren que los suyos estén en su escondite al momento del apocalipsis. Le dijimos que él prefiere morir con nosotros y se enojaron.

Leonardo sonrió de lado, si bien era una mentira convincente, los Skrulvever no aparecían porque sí en cualquier lugar.

—¿Y dónde está tu amigo? —preguntó, dirigiéndose a Alex.

Yaco y Mao intercambiaron miradas, temían que Leonardo preguntara por los siddhis, pero no había llegado a presenciar que Alex y Sebastián ahora poseían los suyos, de otro modo su plan para arremeter contra la Orden se vería truncado.

—Está escondido de su clan, es claro que prefiere morir con nosotros a regresar con quienes le dieron la espalda por ser mestizo —respondió Alex.

—No tiene que morir si desea colaborar con la causa —explicó Leonardo—, así como lo están haciendo Ángeles y Sam, ¿no es así?

—Qué Ángeles y Sam les construyan una plataforma espacial no cambia nada —respondió Alex—, pero por lo visto ya saben que los Skrulvevers son los dueños del tercer secreto, incluso Yamil que odia a su clan, está dispuesto a morir antes de ayudarlos a ustedes. Que sea enemigo de tus enemigos no lo hace tu amigo, y jamás lo será.

—Es una pena —Leonardo dio algunos pasos al frente y observó dentro de la casa de campo—. De todas formas tu padre ha colaborado más de lo que pensábamos. ¿Quieres saber lo que hallamos? —El cuerpo de Alex se tensó, y Leonardo prosiguió—. La entrada al hogar Skrulvever, sí... justo en el Triángulo de la Bermudas.

Los filosos ojos del director de la DII se dirigieron a los cuatro jóvenes que allí quedaban, tensionados y aterrorizados porque ya podían ver un reloj en cuenta regresiva.

Los Skrulvever demostraban su pánico con sus acciones arrebatadas. Por más fuertes que fueran no podrían enfrentarse a la Orden de Salomón, a su ejército de Grises, su armamento y el poder que les había otorgado la victoria sobre la Sociedad Centinela.

—¿A qué han venido? —indagó Yaco, no quería demostrar debilidad. Leonardo no era más que un simple mortal con aires de superioridad.

Leonardo respondió:

—No puedo localizar a mi hija, lo cual me parece extraño —su mirada se oscureció—. También me gustaría intercambiar algunas palabras con el joven Skrulvever, quizás podamos llegar a un acuerdo, ¿no sería lo ideal que todos pudiéramos obtener algo a cambio?

Faltaban unas pocas horas para que Alma regresara de su viaje con Yamil, así que lo mejor era hacerlos perder un poco más de tiempo.

—¿Obtener algo a cambio? —Alex sonó furioso—. Hicimos todo, ¡absolutamente todo lo que nos pidieron! Trabajamos y entrenamos sin descanso. Convertimos a Alma en tu rata de laboratorio, analizando su crecimiento cada día. ¿Sabes por qué aceptó? Le prometiste que yo podía ver a mi padre y ni eso cumpliste. ¿Cómo pretenden que los ayudemos? No tienen palabra.

—¡Retráctate, niño! —exclamó uno de los hombres que acompañaba a Leonardo.

—¡¿O si no qué harán?! —Las venas del cuello de Alex se hincharon, su furia era real—. ¡¿Van a matarnos, torturarnos?! ¡¿Matarán a quienes amamos?! —Alex lanzó una carcajada, y sus amigos se acercaron para contenerlo—. No tengo miedo —continuó Alex—, nos quitaron todo, nos robaron el futuro, las esperanzas, ya no hay nada con que negociar. El mundo y las personas que amamos dejarán de existir, ya no hay manera de convencernos de nada.

Leonardo permanecía quieto, sin inmutarse ante la furia del joven White.

—Entiendo tu enojo—dijo Leonardo—, pero recién ahora confirmamos que tu padre nos estaba ayudando y no jugaba con nosotros. De hecho, he venido a que me acompañes para que puedas verlo.

La respiración de Alex pareció detenerse, ¿era real? ¿Podía confiar? Peor aún, no entendía cómo su padre había llegado hasta el fin del caso, como había resuelto ayudar al enemigo.

—¡Tráelo conmigo, ya mismo! —ordenó Alex—. No hay otra forma en la que pueda confiar en ti.

—Te lo traeré —dijo Leonardo—, pero primero dime dónde está Alma, donde está Yamil y donde está Bautista.

—Ya basta —irrumpió Mao—, no vas a jugar más con nosotros. Si quieres saber dónde está Alma deberías poder buscarla por tu cuenta. Tienes los medios, ¿no es así?

—Les estoy dando una oportunidad —Leonardo dejó el falso tono amistoso para volver a ser tan oscuro como siempre—. Les dijimos que si nos bloqueaban las señales habría consecuencias. Y, ¿saben? Estando tan cerca del tercer secreto se me ocurren muchas cosas. Y que mi hija haya desaparecido con un Skrulvever y mi rebelde hermano mayor solo me trae dudas.

En ese instante, Alex tuvo el deseo de restregarle en la cara que, con Alma y Yamil, habían ganado la carrera al tercer secreto, pero era prudente seguir guardando silencio, ser tomados por tontos y derrotados.

—No tenemos idea que tienes en la cabeza —respondió Yaco—, nosotros no bloqueamos ninguna señal, y si quieres saber el paradero de Alma deberías buscar en su casa, en El Antro o en cualquier sitio que frecuente. Eres su padre, deberías saberlo.

Leonardo se dio la media vuelta para partir, no respondería a agresiones de tal bajeza, y sabía que ya no podía insistir en ese lugar. Seguía incrédulo y sin encontrar a su hija. El motivo por el cual estaba allí era porque, esa misma tarde, Isaac había insinuado la idea de acercarse a Alex, ya que estaba descartada la traición de Orlando y que al fin podrían acercarse más a la "madriguera" Skrulvever. Claro que todo había sido una insinuación de Marie Dolfin, la ex Alto Mando, sin embargo parecía ser tarde para una reconciliación o una alianza. Claro que Alex se lo dejaba en claro, ningún cuento de un mundo mejor doblegaría sus ideales

Por su parte, Leonardo sabía que no podía confiarse tan fácil. Ese pequeño grupo de insubordinados, del que Alma era parte, tenía una posible carta del triunfo: un Skrulvever enojado con su clan y furioso con la Orden de Salomón, lo cual podía desencadenar en una de las amenazas más grandes para la Orden y Skrulvevers: la posible conformación de una tercera posición con el conocimiento de ambas organizaciones.

Por el momento, lo dejaba pasar, pero ante cualquier acto sospechoso tenía la orden de acabar con todos. Hasta el momento no había fusilado a los insolentes por órdenes de Orlando, que, siempre y cuando su familia y sus amigos estuvieran a salvo, cooperaría sin rechistar. También insistía con tener a Alma de su lado, no solo para continuar con sus investigaciones sobre los Grises, sino como parte de su legado familiar.

Una vez que los salomónicos abandonaron el campo, Mao se lanzó al césped mojado por el iceberg que seguía derritiéndose día a día.

—Seguimos vivos —murmuró con la vista en las estrellas.

Era casi un milagro estar ilesos, salomónicos y skrulvevers los habían enfrentado al mismo tiempo. Sin embargo, restaba que Alma apareciera y las dudas se disiparan, así como debían rezar al cielo porque los Skrulvevers no encontraran a Yamil.

Uno a uno se sentaron en el suelo para recobrar el aliento, y antes de que Alex pudiera recostar su cabeza, la videollamada incesante de Ángeles lo tomó por sorpresa.

Tan pronto como le dieron las manos, atendió.

—Alex, tenemos buenas noticias —Ángeles ensanchó sus labios de lado a lado—. ¿Recuerdas el plan que hicimos?

—¿Cómo no voy a recordarlo, idiota? —respondió Alex, aún le hervía la sangre tras el encuentro con Leonardo—. Ve al punto, yo no tengo tiempo para margaritas.

—¡Más te vale que me hables bien, imbécil! —bramó Ángeles al otro lado.

Sebastián le quitó el teléfono a Alex para tomar la palabra.

—Tuvimos un día complicado, Angie —explicó—, dime que has descubierto.

—Paso tres del plan —recordó Ángeles—, nuestra coartada son los anómalos, viven en la isla Salamandra, una vieja IPC de la Sociedad Centinela. ¿Lo importante? Es un búnker.

—¿Un búnker? —preguntó Mao, acercándose al teléfono—. Si nos atrincheramos allí podríamos salvarnos.

—No tan rápido —murmuró Ángeles—, los anómalos no quieren saber nada con los humanos, son rebeldes y con un instinto homicida, por ello, los salomónicos han programado un ataque especial contra la isla el día del apocalipsis. Deben advertirles para que refuercen su seguridad. Necesitamos ponerlos de nuestro lado, debemos darles un motivo por el cual luchar y serán nuestros aliados más implacables.

Alex volvió a tomar el teléfono de un arrebato.

—Eso es lo que quería oír —Alex recuperó algo de su entusiasmo—. Manténganse a salvo, a partir de mañana continuaremos con lo acordado. Ha comenzado la cuenta regresiva.

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