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Capítulo 9: Partida rápida.

El fúnebre campo de batalla se extendía a lo largo de un predio de una decena de hectáreas desoladas. La niebla descendía, cubriendo todo con su manto de misterio, en donde se alzaba la chatarra formando figuras apocalípticas de terror. Debido a la escasa iluminación, apenas se distinguían las antiguas atracciones.

Era el paisaje de las pesadillas más trilladas, cualquiera podía sentir sus piel erizarse ante la macabra sonrisa del pulpo, que alguna vez había dado vueltas sin parar, o los corceles podridos del carrusel endemoniado, sin mencionar que nadie querría acercarse a las indefensas tazas o autos chocadores, que con certeza eran el hogar de una familia de ratas.

El cuerpo de Alma temblaba en la entrada, su mano se aferraba a la vara de metal, su tótem. Era el momento de ir por ellos, por quienes pretendían aplastarlos, pero no podía, no podía mover un pie. Su respiración se agitaba, su corazón palpitaba, sus manos sudaban. Hasta entonces se había concentrado en no pensar en él, en Alex, y ahora debía pensarlo, analizarlo y revivir cada miserable instante a su lado.

Gary la miró, el pánico era evidente.

—No podrá con esto —murmuró al oído de Yaco.

—¡No te deprimas ahora! —Luca se acercó a ella, frente a su rostro de espanto—. ¡No tienes que darle el gusto!

—Es justo lo que quieren. —Lisandro intentó hacerla entrar en razón.

—No es necesario enfrentarlo —dijo Alma—. ¿Qué estoy haciendo? Nunca me interesó la Sociedad.

Ella pretendió darse la vuelta, pero Luca la detuvo de un brusco tirón de brazo.

—¡Ni se te ocurra! —amenazó a punto de salirse de sus cabales—.- Nadie abandona el parque. ¡Voy a ir por Alex! ¡Incendiaré cada rincón y esas ratas tendrán que salir de sus madrigueras!

—No lo hacemos por los centinelas —dijo Yaco a Alma—. Todos fuimos subestimados. No podemos irnos sin siquiera intentarlo. Están en desventaja, y por eso tuvieron que caer tan bajo.

—¡Es tu oportunidad para romperle la cara! —insistió Mao.

No había caso, Alma seguía dura como una mula, se encogía de hombros y se contraía todo lo que podía, reduciéndose a sí misma como si no mereciera ocupar un lugar en el planeta.

La zozobra no solo le jugaba en contra a Alma, los chicos ya no contenían sus miradas odiosas. ¿Cómo podían proseguir en ese estado? Era seguro que los otros ya estuvieran ejecutando su plan.

—¡Es todo! —bramó Mao, quien tomó a Alma por los hombros, y con su peor cara escupió sus verdades—. ¡Es tu culpa, Alma! ¡¿Eso querías oír?! Ya lo tienes. Fuiste infantil, soberbia, ¡una completa maleducada!

—¡Mao! —Gary quiso detenerlo—. ¡Para ya!

Incluso Luca se sorprendía de lo que Mao decía.

Alma abrió sus ojos tanto como pudo. Mao estaba furioso, no tenía que insultar como Luca para cantarle sus verdades.

—¡No! —exclamó Mao—. ¡No somos tus niñeros, Alma! Eres la líder. Y no me interesa si quieres pelear o no. ¡Irás a ese puto campo de batalla, y si no puedes dar un solo puñetazo, deberás soportar que te rompan la cara! ¡¿Oíste?!

Yaco golpeó su frente.

—Mao... —Los ojos de Alma se colmaron de lágrimas—. Lo siento..., voy a hacerlo, voy a enmendarlo.

La sorpresa de todos fue inmediata, Alma guardaba su vara tras su espalda, se colocaba el audífono y tomaba la delantera. La condescendencia no funcionaba, necesitaba que la abofetearan, una y otra vez, para entender que esa era su vida y no podría escapar nunca más.

—Alma... —Gary procuró ir tras ella, por más que dijera que sí, algo en su aura era deprimente.

—No puedo negarme, ¿verdad? —dijo ella, sin darse la vuelta—. Aunque me aplasten, aunque mi vida quede relegada, no puedo negarme a mis responsabilidades. ¿No es así? No se preocupen, creo que puedo estabilizarme... a través del odio.

Imposible, lo negativo debía mantenerla inútil. Lo que decía iba contra la naturaleza centinela. Las palabras de Alma estaban cargadas de oscuridad, y ese era su motor para ponerse de pie, su alimento era frustración y desesperanza, una completa apatía.

Con la mirada perdida en el difuso horizonte, dio su primer paso. Una ventisca gélida los envolvió, la mugre se arremolinó bajo sus pies, el suelo se escarchó. ¿Era cierto? ¿Alma estaba estable y podía utilizar su siddhi? No, no eran buenas noticias.

Los chicos no se sentían de igual modo, lo que Alma decía los confundía y los obligaba a repensar en el incidente de la Orden de Salomón. No estaban en plena condición, y todavía faltaba encontrarse cara a cara con sus contrincantes.

Alma se adelantó. Luca chasqueó sus dedos para encender sus puños, pero estos le respondieron con flamas de un tamaño lamentable. Si el ambiente se mantenía húmedo no podría ni encender una fogata.

—¡Carajo! —Más se alteraba, más difícil le era crear llamas—. No puede ser cierto.

Gary sacudió sus manos, sus chispas, de igual modo, lucían débiles.

—Vamos a separarnos —dijo Yaco—. Todos juntos seremos un blanco fácil. Luca, ve con Alma hasta recuperar tu siddhi. Gary y Lisandro, agua y electricidad, en caso de que sus siddhis fallen pueden compensarlo en conjunto. Y Mao...

—¡Yo puedo solo! —Mao desatendió a Yaco, yendo por su camino en solitario, creando ventiscas cortantes de aire. A lo mejor, era el único emocionado con la idea de pelear.

Yaco tomó su propio camino al quedarse sin compañero.



La única estrategia de la División era la de permanecer alertas ante los eventos sorpresa. De cada inhóspito recoveco podían esperar una emboscada. Por eso, el valor lo era todo. Gary se esforzaba porque las chispas lo cubrieran, sus ojos comenzaban a lagrimear ante la desesperación de no lograrlo. Lisandro lo veía fracasar una y otra vez. ¿En qué momento se habían desestabilizado tanto? Mejor dicho, ¡qué tonto había sido fingir estabilidad! No eran de piedra.

—Gary, basta. —Lisandro lo tomó de los hombros—. Olvídate de tu siddhi, ¿cuántas veces has peleado en los suburbios?

Gary mordió su labio y gritó:

—¡Debí darme cuenta que algo andaba mal! —Gary tapó su rostro—. Siento mucha impotencia, quise proteger a Alma como a una hermana, y no pude hacer nada, está destruida y si ese día yo...

—¡No es el momento! —Lisandro procuró utilizar el siddhi de agua para envolverse. Era débil, pero serviría—. Todos tenemos motivos para estar disgustados, pero no es justo que sigamos echándonos la culpa. Eres de las mejores personas que conozco, deja de castigarte.

—¡Es lo que obtienen al ser tan inútiles!

Una voz estridente los ensordeció, era inconfundible, Ángeles les hablaba a través de los audífonos para comunicarse entre ellos. Tanto Gary como Lisandro empalidecieron, la única vía de comunicación estaba tomada a menos de diez minutos de empezada la batalla.

—¡Cállate! —bramó Gary. La sola voz de Ángeles era irritante.

Ángeles carcajeó con ganas.

—Sí, sí, la verdad no me interesa hablar con ustedes —dijo—. Estoy viendo como Alex le rompe la cara a Alma, es mucho más entretenido.

Las chispas y agua se desvanecieron en el aire.

—Es mentira —balbuceó Lisandro—. Quieres terminar de desestabilizarnos, pero...

Lisandro lo sospechó, era la única jugada que podía hacer Ángeles, pero Gary salió corriendo en busca de Alma, estaba demasiado perturbado como para meditarlo.

Desde su trinchera, Ángeles movía las piezas a su antojo. Su nombre clave, Delfín, lo tenía bien merecido. Era la más hábil e inteligente si de máquinas se trataba, podía armar las estrategias del juego en pocos minutos, acomodar las piezas para que los encuentros fueran favorables para su Legión, y de ese modo cumplir con su objetivo.

Gary, tan crédulo como torpe, corría al contrincante que Ángeles le escogía. A pesar de ello, ella no se detenía, mientras él tuviera el audífono puesto, quebraría su espíritu.

—Es tarde, Gary —hablaba Ángeles, entre risitas provocativas—. Alma está vencida, la estrategia de separase fue mala... supongo que es un don tuyo no poder proteger a nadie. Perdiste a una hermana, y ahora perderás a otra.

—¡Cierra la boca! —Gary corría a la dirección que Alma había tomado—. ¡Luca está con ella, va a cuidarla!

Ángeles volvió a reír.

—¡No puede usar su siddhi, es un completo inútil! —dijo—. Además la abandonó en la primera bifurcación, pretendiendo hacerse cargo de todo, y le salió mal.

Gary no se permitía creerlo, sin embargo la ira se acrecentaba, ¿Luca había abandonado a Alma? Sin pensarlo más, arrancó el audífono y lo arrojó a metros de él. La comunicación con los chicos no podría restablecerse, en ese instante se detuvo en seco, de entre las sobras salía su oponente: Yamil Skrulvever.

De todos, ese chico era enigmático, desentonaba con lo sombrío de la Legión. A lo mejor era esa ropa de colores vibrantes, su larga trenza rubia, su piel dorada o su sonrisa imperturbable junto a su mirada risueña, pero algo sabía Gary, si ese chico usaba la habilidad de su clan, todo estaría perdido.

Gary sacudió sus manos, no salía ni una chispa.

—Olvídalo —dijo Yamil, poniéndose en guardia—. Sabes pelear, hagamos de esto una competencia justa.

—¡¿Justa?! —Gary liberaba sus navajas—. ¡Son unas basuras! ¡Aún si ganan serán la escoria de la Sociedad!

—La Sociedad Centinela está a contrarreloj. —Yamil afirmó su postura y sus puños—. Tampoco estoy de acuerdo con los métodos de Alex, pero el fin justificará los medios.

Gary no entendía, al menos tendría una oportunidad de pelear. La tomaría. Así, lanzó un corte seco al rostro de Yamil, éste lo esquivó, devolviéndole un puñetazo en el estómago. La sangre saltó de la boca de Gary, un grito agarrotado escapó de su garganta, el sabor a hierro inundaba su paladar, pero no se dejó derribar.

Yamil era duro. Gary retrocedió tres pasos, sosteniendo su barriga, arrojó sus cuchillas, y decidió pelear con su cuerpo, lanzando una patada a las costillas de Yamil.

Uno se lanzó sobre el otro, una lluvia de puñetazos frenéticos hacía saltar la sangre de sus rostros. No se concentraban en ganar, ni en cubrirse, solo en golpear: en acabar al enemigo sacrificando su cuerpo.



El audífono de Lisandro estaba destrozado en el suelo, con él no jugarían de ese modo. Sabía que si partía detrás de Gary su energía se agotaría, por eso esperó en su sitio para calmarse, tomar aire y pensar. Aunque alguien ya había calculado sus acciones, y ese alguien no dejaría que se recompusiera.

¡Fizzzz!

El silencio se rompió con el sonido agudo de una bala que rozó su mejilla. Lisandro se alertó mirando a sus alrededores. Contaba con que las armas de fuego estuvieran prohibidas, hasta que, tras su espalda, una nube de color verde comenzó a espesarse y expandirse, cada vez más.

De un salto, se alejó varios metros, desató su látigo, el cual llevaba amarrado a su cinto. Impresionado, comprendió que sería mejor huir hasta encontrar la cara de su contrincante.

¡Fiuum! ¡Fiuum!

Un nuevo sonido rompía el ambiente. Lisandro supo que alguien se escondía de modo astuto tras el carrusel, no podía alcanzarlo.

El aroma a gases lo mareaba. Se apresuró a envolver su rostro con agua, y en ese instante, el piquete de una aguja lo hizo chillar, más del susto que del dolor.

—¡Carajo! —Su pierna se adormecía, el sudor frío caía de su sien.

Arrastrando su peso, procuró salir de la vista del enemigo, agitando su látigo y cubriéndose de agua.

El juego comenzaba, pero las piezas aún no estaban acomodadas en el tablero. Ángeles, ahora se ubicaba en el oído de Mao con más provocaciones.

—Angelita, ni lo intentes. —Mao sonreía, sin perder de mira su objetivo—.Si están apaleando a Alma o a quien sea, es su problema. No estoy ni un poco desestabilizado. Ansío pelear. Me gusta hacerlo.

Una fuerte ráfaga de viento envolvió a Mao, su cabello danzó con la furia de un huracán, e hizo una grácil maniobra con su espada Jian, girándola en un ángulo de trescientos sesenta. Era una demostración de poderío a aquel enemigo que ya podía percibir por los alrededores.

La luna llena se posaba sobre la vieja rueda de la fortuna, y en la cima, en lo más alto, una silueta clavaba sus ojos de águila en él. El desconocido tenía su cara tapada, y en un acto veloz, lanzó una cuchilla directo al rostro de Mao, rozándole la mejilla.

El viento de Mao se aplacó. Una gota de sangre se resbaló hasta su labio. La lengua de Mao saboreó aquella sangre.

Sebastián, él único capaz de hacerle frente, sería su oponente.



Yaco podía sentirlo, las voces ahogadas, las percibía como susurros inentendibles, como ondas dispersas en el aire. El viejo parque de diversiones cobraba vida. Aún sostenía su audífono en la mano, el cual se había quitado con solo oír la voz de Ángeles, en ese segundo supo que la comunicación con sus compañeros estaba rota, y oírla le otorgaría ventajas a sus contrincantes. Esperaba que sus compañeros se hubieran dado cuenta de ello.

Al momento, se mantenía en alerta, entendiendo que si la comunicación y la visión estaban en manos de Ángeles, el escenario se movía a favor de la Legión.

Con paso firme, tomó su ballesta y cargó una de las flechas de madera. Al agitar sus dedos, se aseguró que su siddhi funcionaría, por lo menos un poco. Siguió caminando, algo crujió bajo sus pies. Al mirar abajo, notó hojas y ramas dispersas. Se mantuvo quieto. ¿Y los árboles? El predio no era más que un rejunte de viejos metales.

Apuntó con una flecha y disparó al suelo.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

Yaco saltó tan alto como pudo. En cadena, una decena de trampas de hierro se activaban. Cuando quiso darse cuenta, ya estaba en territorio enemigo.

Podía verlo, a metros de él, su enemigo aguardaba en la pista de autos chocadores.

—Perspicaz, pero lento —dijo Romeo, aquel chico despeinado y de mirada inquieta.

Con su ropaje negro y su cabello oscuro, se le hacía fácil confundirse en la noche. Yaco no se movió de su sitio, una trampa apresaba su pie derecho, así y todo, se negó a mostrar una señal de dolor, y no dejó de apuntar a su adversario, ni por un segundo.



El escenario se deformaba cuanto más se alejaban, Luca seguía el camino escarchado, detrás de Alma, todavía se esforzaba por hacer funcionar su siddhi, pero el frío congelándole los huesos y el vapor saliendo de su boca, le gritaban a los cuatro vientos que esta vez no sería como a él le gustaba. No podía entenderlo, ni siquiera en la pelea con Mateo su siddhi había fallado de ese modo. El sentimiento de furia hacia Alex se diferenciaba bastante del deseo de salvar a su amigo.

Las energías negativas le jugaban en contra una y otra vez.

—¡Alma! ¡¿A dónde vas?! —exclamó al verla ingresar a un oscuro túnel que llevaba la inscripción de "casa del terror".

—No te esfuerces, Luca. —La voz de Ángeles se plantó en su audífono—. Tus amigos caen uno a uno. Y me encargué de alterar a Alma para que vaya directo a su destino final.

Luca apretó con fuerza su mandíbula, sus puños. Las venas del cuello estaban a punto de explotarle, no le importaba que Ángeles no tuviera las condiciones para pelear puño a puño, le sacaría la mierda como fuera.

La verdad era que en el audífono de Alma se oía otra voz: la voz de Alex.

—Deshazte de Luca y peleemos los dos —decía él—, ¿o dejarás que te defienda? ¿No eres capaz de limpiar tu honor por tu cuenta? ¿De saldar tu patético error?

Una simple trampa para ratas, Alma no necesitaba de un gran intelecto para saberlo. El punto era si estaba dispuesta a enfrentarlo bajo sus condiciones.

Ella no respondió, se adentró más y más a aquel laberinto. En un principio era la representación de una prisión, en donde muñecos animatrónicos de zombis se deshacían con el óxido. Olía a humedad, a putrefacción. Tan solo el ruido de las goteras y el chillido de las alimañas la amenazaban.

—¡No te alejes! —Luca lograba alcanzarla—. No me sale una puta flama, desearía ser más como Mao o Yaco, se veían bastante bien, incluso Lisandro...

—De repente eres un charlatán... —dijo Alma, con la mirada estática.

Él contuvo sus comentarios, y ella siguió su camino hasta el laberinto de espejos, tan solo la luz de luna, que ingresaba por los agujeros del techo, era lo único que los iluminaba. Luca se contrajo lleno de espanto, los espejos mostraban imágenes difusas y deformes. Peor aún era ver a Alma en ese estado de total pesimismo, con la cara pálida y la mirada impávida.

—Aquí no hay nadie, Alma.

—No lo sé.

La voz de Alma sonó lejana.

—No dejes que te afecte. —Luca le señaló el audífono, y le mostró el suyo, lo había destrozado—. Vayamos a buscar a Alex. Podemos vencerlo juntos.

—¡Basta, Luca! —Alma se volteó—. Tú no eres así, ¿desde cuándo te importo tanto? ¿Quieres vencer a Alex? Ve por tu lado y yo voy por el mío.

—¡¿Quieres que te deje en ese estado?! —La respiración de Luca comenzó a agitarse—. ¡Esto no está bien! No importa por donde lo mire, tú no estás bien.

Los labios de Alma comenzaban a entintarse de un azul oscuro.

—Mírate, es como esas veces...

—Un efecto secundario —expresó Alma.

—No, no lo es. —Luca negó con la cabeza y se aferró a las manoplas de hierro—. Quédate aquí, yo iré por él.

Él escapó de aquel laberinto, deseando que Alma le hiciera caso. El escenario planificado por Alex, y ejecutado por Ángeles, estaba armado al fin, un escenario que nivelaba las condiciones de ambos bandos y les daba ventaja.

Antes de salir, Alma miró a uno de los espejos, sus reflejos parecían entes con vida propia, la miraban, la acusaban de algo, no estaba segura de qué. De inmediato, cada espejo se congeló, quebrando los cristales.

Con el paso calmado, ella avanzó a la salida, esperando a que Alex fuera a buscarla. Copos de nieve descendían del cielo, se arremolinaban en los rincones, cubrían el parque de diversiones en plena primavera.

A lo lejos, Luca trotaba en dirección a los viejos restaurantes. Buscar a Alex le sería como encontrar una aguja en un pajar. Ese maldito debía estar en algún lado, tenía que encontrarlo antes que Alma lo hiciera, de ser así sería una catástrofe.

—¡Piensa, piensa! —Luca intentaba concentrarse en cada rincón.

Al detenerse, lanzó una mirada panorámica, descubrió como dos personas chocaban sus armas en la cima de la rueda de la fortuna, como la tierra temblaba a lo lejos, una humareda roja se expandía cerca del carrusel, e incluso podía oír a Gary gritar.

Todos tenían su batalla, y él, encontró la suya en el último piso del restaurante. El reflejo de una luz en una ventana llamó su atención. Corrió a ella. A todo trote, subió por unas viejas escalinatas, y con su último aliento, pateó la puerta.

—¡Sal de ahí, Alex! —gritó al abrirse paso.

Tan solo era Ángeles, con sus dos coletas ridículas, riéndose de él de modo burlón.

—Cada pieza está en su lugar —dijo—. Alex se ha encontrado con Alma, y tú ya estás muy lejos para ayudarla.

Era un pequeño cuarto de la administración. La vista del parque era general. Todo podía verse desde allí, cada pelea. Ángeles protegía su equipo tecnológico, dando por finalizada su misión en el campo de batalla, habían hecho mal en ignorarla.

Luca estrujó sus puños hasta que sus nudillos estuvieron blancos, ¿qué debía hacer? La nieve caía por la ventana, y ya podía distinguir a Alex acercarse a donde Alma esperaba.

—Todos ustedes van a pagarla —amenazó Luca, en un ronquido.

Él se dio la vuelta, listo para romperle la cara a Alex.

—¡¿A dónde vas imbécil?! —gritó Ángeles—. ¡Esa no es tu pelea!

—¡No pelearé con una niña! —Luca ya estaba en el pasillo—. ¡Tengo asuntos con ese idiota!

—¡Lo de Alex solo fue un empujón, Alma ya estaba en el borde del abismo! —Ángeles tomó un arma que llevaba amarrada a su cintura y apuntó a Luca—. Una infancia funesta con una madre agresiva, una adolescencia atravesada por la depresión y las adicciones, una hermana que la detesta, una personalidad de mierda que aleja a todo el mundo, ¡y puedo seguir y seguir con lo de la Sociedad, con su padre, con la relación con ustedes...! ¡Lo investigamos todo, solo nos aseguramos de que fuera efectivo!

Luca se detuvo, sus manos se relajaron, miró la pistola de Ángeles, era bastante maciza, color negra con guardas de líneas amarillas, era una TASER, una pistola eléctrica, dependía de como ella la usara que él viviera o quedara en el suelo saltando como pez fuera del agua. No solo era eso, si dejaba a Ángeles libre, y quedaba en pie hasta el último minuto, sería un punto a favor de la Legión.

Llenando sus pulmones, Luca lo pensó dos veces antes de ir por Alma, los copos de nieve comenzaron a cubrir el predio, todo indicaba que ella podría con su oponente. Debía preocuparse por sí mismo, que sin su siddhi era un humano corriente enfrentado a una loca armada.

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