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Capítulo 4: Jaque

Tras una semana de miseria, la Sociedad Centinela se veía en la obligación de hacer público a todos sus miembros la noticia de una sofisticada red de traidores. Estos traidores eran los encargados de infectar de energía negativa a los suyos, eran quienes volaban archivos, quienes pretendían concretar la creación de un Gris de acuerdo con las enseñanzas salomónicas.

Lo peor se debía a que la información robada, los archivos desclasificados, rondaban la red común: es decir la web de los humanos corrientes; y, aunque la población no tenía como sustentar las locuras que leían acerca de una secta que controlaba todo, considerándolas teorías conspiranoicas, la semilla estaba implantada.

Los días de la Sociedad eran una danza de mails, conferencias y un interminable vaivén en el que la División Alfa era un mero espectador sin mucho para aportar. Para Alma era lo mejor, tenía más tiempo de estar tonteando con su novio, y menos para estar con los otros chicos.

—Te hice un té. —Mao alcanzó una pequeña taza a Yaco, quien pasaba sus noches en vela, haciendo su propio trabajo de investigación en la sala de su equipo.

—Sabes que el tilo me hace dormir. —Yaco no quitó su vista de las pantallas, ni dejó de teclear.

Mao se interpuso entre el monitor y Yaco.

—Tomate el puto té o te patearé las bolas.

Yaco suspiró e hizo caso, bebió su sorbo de té y estiró su cabeza hacia atrás. Mao siempre se salía con la suya, a base de insistencias o amenazas.

En ese instante Luca ingresó a la habitación.

—Mateo quiere hablarnos —dijo Luca, tras él venía Sam con una laptop.

Mateo aguardaba en la videollamada. Su cara pálida, sus ojeras hasta las comisuras de sus labios, y su desgano a la hora de vestirse o peinarse, provocaron la preocupación de más de uno.

—Tengo tres minutos para hablar sin que me rastreen —comenzó sin rodeos—. Quienes le dijeron cómo salvarme no son los traidores. No los delaten por nada del mundo.

—¿De qué hablas? —preguntó Lisandro.

—¡No puedo darles la explicación! —exclamó alterado—. Es todo, pasemos a una conversación en línea normal.

La máquina se apagó y al instante Mateo volvió a llamar.

—¡Hola, chicos! —saludó Mateo con una sonrisa apretada—. ¡Les tengo una sorpresa!

Mateo fingía felicidad con la desenvoltura de un actor profesional, pero lo que acababa de confesar dejaba a más de uno confundido.

—¿Qué? —preguntó Luca.

—¡Iré a visitarlos muy pronto! —manifestó, para luego volverse serio—. Mi padre tiene que ocuparse de algunos asuntos, todo su equipo volverá a casa.

—Así que es por trabajo —afirmó Mao.

—Sí, nadie puede descansar —explicó Mateo—. Pero habrá tiempo para compartir alguna cena, pasar tiempo con Alma...

—Sí. —Luca sonrió—. Veremos si puedes sostener esa sonrisita cuando la veas junto a su noviecito.

—Luca... —Mateo giró sus ojos—. Quiero que Alma sea feliz, y por cierto, avísenle lo que les dije.

La pequeña charla los dejaba con más dudas que certezas. Mateo afirmaba que no habían conspirado con los traidores, aunque lo que habían hecho se consideraba una traición. Estaba claro que ninguno tenía intenciones de delatarse, lo que más quería la Sociedad Centinela era a alguien para ejecutar y así continuar hacia adelante como si nada.



Por la tarde, Yaco había ido al bar de Mao con la promesa de relajarse un rato. Mao le servía una cerveza, aunque el rostro de Yaco seguía en los asuntos centinelas.

—No entiendo por qué te sobrecargas. —Mao lo miró llevando su puño al mentón—. Luego de enterarnos que a Alma no le gusta que "le quites autoridad", deberías dejarla que se hiciera responsable.

—Nos guste o no estamos involucrados. —Yaco bebió un largo trago—. Lo de Alma es inmadurez, evasión de la realidad, y no voy a caer en sus tonterías, la compadezco. Yo no me siento bien viendo al mundo desmoronarse.

Mao emitió una risita, Yaco no supo si era sarcástica. No le preguntó.

—Al menos deberíamos divertirnos —comentó Mao, jugueteando con un mechón de su cabello negro—. Alma lo hace mientras nosotros pasamos los días en ese maldito cuarto, trabajando y trabajando.

—¿Divertirnos? —Yaco sonrió con la vista en su jarra, podía ver su reflejo en la cerveza—. Olvidé cómo hacerlo.

—Yo tengo muchas ideas. —Mao le palmeó el hombro.

—A veces me das miedo.

—¿Por qué será? —Mao ahogó su risa—. Tenía pensado renovar algunas cosas aquí, hacer alguna fiesta, salir más... no sé, quizás conocer gente sin necesidad de involucrarnos de forma sentimental. Creo que es posible.

—¿Alguna vez te ha interesado eso?

Mao pestañeó con rapidez, por un segundo lo pensó.

—Nunca consideré la posibilidad de que alguien pudiera soportarme —respondió sosteniendo la sonrisa—. ¿Y tú? ¿No tienes ganas de algo más normal?

Yaco pensó con la vista en Mao.

—¿Yo, algo más normal? —Yaco fingió jaqueca, pero no respondió.



Alma llegaba a su casa de la mano de Alex, ya al tanto que pronto vería a su hermanito, por lo cual prefería no pensar en ello. Nada mejor que pasar el tiempo con su amor y compartir una merienda en familia.

Tía Cathy estaba más que encantada con el joven, quien siempre tenía un detalle para su sobrina; aunque Sofía, desde un rincón, no dejaba de verlo con su cara de piedra y una ceja enarcada.

—No le caigo bien a tu hermana —murmuró Alex al oído de Alma.

—Es así con todo el mundo. —Alma le regaló una sonrisa y le acarició su mejilla.

Cathy, al escucharlos, intervino en la conversación.

—Está de mal humor porque volvió a dar mal el examen de cálculo —reveló—. Es necesario para ingresar en la carrera...

—¿Carrera? —inquirió Alma.

—¡Alma! —Cathy sonó decepcionada—. Te dije que Sofi se cambió de carrera, quiere seguir medicina.

—¿Medicina? ¿Sofi? —Alma arrugó su rostro, estaba tan metida en sus cosas que pasaba por alto todo lo demás—. Que busque un tutor o algo.

—No quiere saber nada de eso —murmuró Cathy—. Con su carácter pedante, con ese odio a que la corrijan o la critiquen, no quiere saber nada.

Alex colocó la mano en su mentón y miró hacia arriba.

—Quizás alguno de los chicos, ¿Lisandro no estudió algo con números?

—¡Olvídalo! —Alma saltó en su lugar.

—Yo soy bueno, pero malo explicando —comentó Alex—. Y no creo que Sofía me quiera cerca.

—¡Los estoy escuchando! —gritó Sofía—. Puedo dar mi examen sola, entrenaré todo el día.

—Se dice estudiar —barbulló Alma.



Tras la merienda, Alma y Alex fueron a caminar al centro de la ciudad. La tarde se prolongaba más que las anteriores, un aire húmedo provocaba que sus cabellos se pegaran a su piel. Olía a jazmines en flor, un poco a nafta, a smog, y la única música que se oía era la del barullo de la gente paseando.

Al final se decidieron por sentarse en el banco de una plaza, apartados del tumulto. Alex estaba perdido en el color inestable del cielo, Alma sabía que estaba callando algo.

—¿Qué tan mal pueden ponerse las cosas? —preguntó la joven, siendo asertiva.

—No sé cuántos jugadores hay en el tablero. —Alex mordió su labio inferior—. Puedo predecir los pasos de un oponente a la vez. Solo sé que será catastrófico, y mientras siga perdiendo el... —Alex se detuvo.

—¿Qué? —preguntó Alma.

—No podemos hacer nada. —Alex sonrió y se encogió de hombros—. No deberíamos preocuparnos más que por nosotros.

Él la tomó por el mentón para besarla con suavidad.

—Luces distraído —dijo ella.

—Sí. —Él ladeo su cabeza—. Hay algo que quiero decirte. Es sobre nosotros.

<<¿Nosotros?>>, pensó Alma, su corazón comenzaba a acelerarse, ¿acaso la iba a cortar? No parecía el caso, pero podía desconfiar.

Alex tomó a Alma de las manos, las besó y posó su mirada azul sobre ella.

—Sé qué hace poco salimos, pero realmente soy muy feliz cuando estoy contigo —comenzó diciendo—. Me gusta esto, lo simple. No quiero pensar en los centinelas ni nada que no seas tú.

—Alex... —Alma mordió su labio inferior.

—Te amo, Alma. —Los ojos de Alex se colmaron en lágrimas, el corazón de Alma se aceleró—. Y solo puedo pensar en nuestro futuro, en todas las cosas que nos esperan. Pero cada vez que surgen estos problemas con la Sociedad...

Los puños de Alex se cerraron, Alma lo tomó de las muñecas.

—No pienses en ello —dijo ella.

—Tarde o temprano nos afectará y tengo miedo que algo nos suceda —confesó—. ¿Qué tal si no podemos llegar a vivir todo lo que he imaginado contigo?

—¡Sí podremos, Alex! —Alma trató de animarlo—. Solo tú me haces bien, me diste la paz y el amor que necesitaba. Mi vida en la Sociedad ya no es un martirio, agradezco estar aquí gracias a ti.

—Lo sé. —Alex volvió a sonreír—. Estoy siendo demasiado dramático, tan solo quisiera decirte que sé lo que padeces en la Sociedad, y lo único que quiero es reparar el daño que te han hecho, quiero hacerte feliz, Alma.

<<Reparar el daño>>, repitió Alma por dentro.

Alma tomó su cabeza, una fuerte punzada no la dejaba siquiera pedir ayuda. De un segundo a otro dejó de sentir su cuerpo y su vista se volvió negra.

—¡¿Alma?! —El llamado desesperado de Alex fue lo último que escuchó antes de colapsar en un estúpido e inesperado desmayo.



Alma despertó en su habitación. Vio por la ventana, era de noche, los grillos cantaban, una ventisca fresca le secaba la garganta. A su lado estaba Alex.

—¡Alma, al fin! —Alex se arrodilló al lado de su cama.

—¿Qué sucedió? —preguntó sentándose—. ¿Se me bajó la presión?

—Sí, algo así. —Alex le tocó la frente—. Llamé al doctor Emilio, dijo que puede ser un efecto post-traumático. Tu presión está bien, de todos modos te hará análisis.

Alex bajó su mirada. Alma se sintió estúpida, él estaba abriendo su corazón y ella se desmayaba sin motivo aparente.

—Lo siento —dijo ella.

—No es tu culpa —murmuró entre dientes—. Solo... no es justo, no debías vivir eso.

—Alex yo...

—Alma. —Alex la interrumpió y la tomó del rostro—. Déjame hacerte feliz, yo... yo he pensado en pasar una noche a solas, mostrarte mi apartamento en la ciudad, quizás puedas quedarte algunos días para despejarte, será como una... no sé, una luna de miel.

—¿Qué? —Alma hizo un repiqueteo con sus pestañas, su intención era obvia—. ¿Luna de miel? Alex, yo nunca...

—Lo sé. —Alex rió—. No te estoy presionando a eso, hay muchas formas de demostrarnos afecto, aunque claro... —Alex la miró con fijeza— muero de ganas de hacer el amor contigo.

La sangre de Alma subió hasta su cabeza, la arritmia en su corazón iba a destrozarle las costillas. Su boca quedó estúpidamente abierta. Luego de una vida de soltería involuntaria le llegaba la propuesta indecente con el chico de sus sueños.

—También quiero estar contigo —respondió.



Chat abierto:

Zorro: Este movimiento en falso puede costarnos caro.

León: nuestro objetivo está más que cumplido. No es necesario dilatar más este asunto.

Dragón: cuanto más tiempo ganemos mejor, las cosas están más feas de lo que pensamos.

Delfin: hablando de eso, esta conversación es la última, los rastreos se intensificaron, mi sistema puede colapsar.

León: bien, todo listo, prepárense para la partida final.

Chat cerrado.

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