Capítulo 20: Escalera real
Un helicóptero sobrevolaba la mansión, el ruido de las cuchillas viajaba hasta la carretera. Desde allí, emergía un humo ascendente color negro, hasta el cielo celeste del amanecer. Más helicópteros se acercaban a la lejana casona. La gente corría fuera de los bosques.
Estruendos, gritos.
La Van aceleró con furia y frenó a metros de la entrada, en donde todos se ocultaron para supervisar la situación.
Sin un plan, sin una coartada, la División Alfa llegaba al campo de batalla. El panorama era el de un desastre total. La mansión en llamas se hallaba rodeada de soldados armados, de traje negro y cascos que le cubrían todo el rostro. Los helicópteros descendían al jardín, y los hombres de la presidencia eran escoltados con esposas hasta los mismos. La guerra estaba terminando, y la Orden había ganado.
—¡Papá! —Alex pretendió salir de los arbustos, cuando vio a su padre ser llevado a uno de los helicópteros.
Sus amigos lo retuvieron.
—¡Déjenme! —Alex se sacudió.
—Tenemos que atacar —dijo Alma, endureciendo sus puños helados.
—No trajimos nuestras armas —expresó Lisandro—, y van a acabarnos en dos segundos.
Un nuevo estruendo hizo temblar la tierra. Una gran explosión destruía una gran parte de la casa. La nube de polvo que emergió, los dejó su visibilidad por unos segundos, hasta que su vista volvió a aclararse y pudieron distinguir a Mateo, Bianca y Luca, portando sus armas, escoltando a Pandora y a Clemente, quienes estaban golpeados y esposados.
Cada uno lo sintió. El total desconcierto. La ira y la confusión se entremezclaban en un solo sentimiento que los abrumaba. ¿Qué hacían allí? ¿Por qué actuaban de ese modo?
—¡Esos hijos de puta! —clamó Alex, siendo capaz de golpear a sus propios amigos para correr hacia el centro de la atención—. ¡Suelten a mi padre!
Alma cayó al suelo, su cuerpo temblaba, las lágrimas caían solas. Yaco inspiró con fuerza, apretó sus puños; podría haberlo dilucidado, pero no se había atrevido a sospechar de ellos. Los dientes de Mao crujieron, su mirada de oscureció, una débil ventisca intentaba cubrirlo, pero sin su escapada sería difícil cortarles el cuello. Lisandro los miraba con un amargo desprecio. Gary siquiera lo podía asimilar.
—¡Hasta que por fin aparece la brillante División Alfa! —De entre las nubes de humo, Leonardo prorrumpía portando un maletín—. ¿Dónde está mi hija, White? —preguntó a Alex.
Alex lanzó un feroz golpe a Leonardo, este lo esquivó con un suave movimiento. Entonces siguió arremetiendo contra sus puños, pero cada golpe era evitado, como si se tratara de un niño. Bianca intervino, y con solo levantar su palma, fue suficiente para enviar volar a Alex, lejos de ellos. El chico levantó su mirada iracunda. Lo sabía, no podía contra ellos.
—Esto te excede, chico —dijo Leonardo—, lamento decirte que a tu padre no lo liberaré, valoro demasiado su cerebro como para dejarlo ir. Tampoco lo mataré, ni a ti, ni a nadie de la División Alfa, relájense, no es con ustedes.
Alma salió de entre los arbustos a socorrer a Alex. Tras ella venía todo su equipo.
En posición para una pelea, todos enfrentaron a la Orden de Salomón.
—¡¿Por qué has hecho esto, Mateo?! —gritó Alma, su garganta se desgarró con el grito.
Su hermano los enfrentó con la mirada.
—¡La Orden es la única opción para destituir a la Sociedad Centinela, para borrar su mentira de la faz de la tierra! —dijo tan fuerte como claro.
Mao dio un saltó, pero su viento no era lo suficiente para hacerlo volar. Quiso golpearlo, no le importaba ni la Orden, ni la Sociedad. La impotencia le quemaba en la sangre. Por culpa de la Orden su madre había sido infectada, había muerto; y todos ellos, como idiotas, habían arriesgado su vida para salvarlo de esa misma infección.
Esta vez Luca se interpuso, con una llamarada que expulsó a Mao. Sin su siddhi y sin su espada todo se complicaba.
—¡¿Para qué nos uniste a la Sociedad si eres de la Orden?! —preguntó Yaco, fuera de sí.
Ese era el motivo por el cual les había costado a ver a Mateo como un traidor, ¿acaso no habría sido lógico unirlos a la Orden desde un inicio? No podían ganar esa guerra, las palabras sobraban, pero necesitaban esa respuesta. Leonardo se adelantó para responder.
—Alma, cuando comentaste tu descontento me puse feliz, pensé que podría contar contigo —expresó y tomó aire—, pero tu visión del mundo sigue siendo limitada debido a las artimañas que ha estado ejecutando la Sociedad Centinela durante siglos. Ellos anularon la posibilidad de imaginar y crear un mundo diferente, justo y libre, algo que la Orden ha estado buscando desde el inicio. Algo que requiere sacrificios, claro.
—¿Un apocalipsis? —Las lágrimas de Alma no se detenían—. Yo puedo imaginar un mundo justo y libre, y es uno sin Sociedad Centinela y sin Orden de Salomón.
—No, Alma —negó su padre—, en tu mente sigues imaginándote el mismo mundo que creó la Sociedad, solo que sin ella. Sin esa estructura, tu plan se desmorona. Es entendible, con tus compañeros han sido criados como parte del rebaño. Y una oveja siempre será una oveja.
—¡No estás respondiendo, Mateo! —insistió Yaco.
Mateo respondió.
—Siempre supe que Alma terminaría en la Sociedad, y que no aceptaría estar de mi lado; yo los escogí a ustedes con el propósito de que fueran su equipo de confianza, no el mío. —Mateo enfrentó las miradas llenas de odio—. No me importa el lado que elija. La Orden se basa en la libertad de escoger, pero si nuestras decisiones nos enfrentan, siempre respaldé que ella tuviera las mismas posibilidades que yo para proteger sus ideas.
La situación era demasiado confusa como para entender esas palabras. Lo que decía Mateo seguía careciendo de sentido. De todas las traiciones de las que podían ser víctimas esa era la más vil.
Los helicópteros con las personas capturadas remontaban el vuelo. Tan solo quedaba uno que aguardaba por Leonardo y sus equipos, que incluía a sus hijos y su sobrina. La División Alfa vio con impotencia como todo estaba acabado para ellos, sin embargo no se rendirían. Alma afirmó sus puños, una ventisca helada escarchó el suelo con un solo soplido. Mao y Lisandro hicieron uso de su desestabilizado siddhi, el viento y el agua acrecentaban la nevada. Gary intentó hacer chispas, pero no pudo. Yaco ni siquiera podía hacer vibrar la tierra.
Bianca se adelantó, con un ligero movimiento de manos se elevó por los aires, demostrando su poder. Los puños de Luca se encendieron, a pesar que sus llamas eran frágiles, todos podían intuir que el traidor carecía de estabilidad. Mateo alzó dos columnas de lodo a sus lados, su siddhi era perfecto.
Los guardias que quedaban rodearon a la División.
—No hay necesidad de un enfrentamiento —dijo Leonardo—, ustedes han cometido demasiados agravios contra los Altos Mandos, ahora que están solos lo mejor que pueden hacer es aliarse a nosotros, que los protegeremos.
—¡¿Por qué haríamos eso?! —bramó Alma—, dijeron que la Orden defendía la libertad de elegir, ¿no es así?
—Es verdad —respondió el hombre—, pero hay cosas que ustedes tienen y que son de nuestro interés. Alex White y la Legión descifraron lo que guardan viejos escritos salomónicos.
No podían más que castigarse por el día en el que habían salvado a Mateo.
—Solo leímos unos cuantos viejos libros —dijo Alex—, ustedes tienen más acceso a ellos que nosotros.
—¿Ahora eres modesto, White? —inquirió Leonardo—, no eran simples libros, eran acertijos, claves, idiomas extintos. Tu ingenio y el de tu equipo descifraron algo que era más que simple, algo que nos costó años descubrir. Es fácil, si colaboran con nosotros, podrás contactar con tu padre mientras él nos habla de los tres secretos. Vamos, será una alianza, incluso podremos darles toda la información referente a la Orden, nuestro objetivo que tanto ansían saber.
—De todas formas, se suponía que Mateo quedaría convertido en Gris, y no sucedió —recordó Alex—. Alma ya venía con un registro defectuoso desde su iniciación, no tiene que ver con la creación de grises, nosotros no tuvimos que ver con eso. Si lo piensas, nosotros no creamos ningún Gris.
—Eso lo sé —admitió Leonardo—, pero sin darse cuenta dieron el puntapié final que le faltaba a nuestra ecuación, y ni siquiera lo sabes. Por otro lado, sus mentes brillantes no son algo que debería desperdiciarse. Por eso les pido que trabajemos en conjunto.
¿Acaso podían negarse? Estaban atados de pies y manos, sin apoyo, sin nada. La helada se hacía más intensa, mientras Leonardo y Alex hablaban, Alma no quitaba sus ojos de Mateo, Bianca y Luca. El odio se apoderaba de su ser, y sería difícil detenerla.
—¡Está haciendo algo de frío! —Bianca rió desde el cielo—. ¡Es increíble que no estés desestabilizada como para usar tu siddhi de esa forma! ¿No es cierto?
Ya lo sabían, tan solo la probaban.
—Ah..., sí. —Leonardo prestó atención a la piel empalidecida de Alma—. Por un momento creímos que el poder de Alma se debía a que era un Gris, ¿podría ser eso posible?
—Alma, no lo hagas —murmuró Yaco a su oído.
Ella no escuchó, quería venganza. Con un grito violento hizo explotar sus puños en mil cristales de hielo, la nevada se intensificó, el suelo se congeló. Picos filosos emergían desde la tierra. Era un poder abrumador. La División Alfa sabía que no tenían muchas chances, pero al menos querían dar un golpe.
Los guardias apuntaron contra ellos.
—¡No los maten! —ordenó Mateo, y estos solo dispararon a los pies.
Una balacera se desató.
Alma avanzó entre los filos de hielo sin ser tocada, la siguieron Mao y Yaco.
—¡Vamos, Alma! —exclamó Bianca—. Este tiempo hice que me odiaras, demuéstrame de lo que es capaz un Gris.
Al fin revelaba su intención.
Alma lanzó cuchillas heladas hacia Bianca; que con una onda invisible repelió todos los ataques, expulsándola a metros de su sitio. Alma rodó por el suelo, cortándose con su hielo. Abatida tras un solo golpe.
—Eres poderosa, pero de nada sirve sin inteligencia —dijo Bianca.
Alma se levantó, intentando atacar otra vez, pero la extraña habilidad de Bianca la expulsaba lejos de su rango, estrellándola contra el suelo, una y otra vez.
Mao fue por Mateo, pero a este lo cubrían los guardias, y todavía era capaz de usar su siddhi de lodo, con el cual embestía con golpes. Yaco fue a apoyarlo, pero Luca se interpuso.
—No van a lograr nada, deténganse —dijo con los puños encendidos.
—¡Maldito traidor! —Yaco cerró su puño, pero Luca lo empujó con una llamarada.
Leonardo se subió al helicóptero, era momento de irse.
La División había perdido. Sus miembros tenían heridas de bala en sus piernas, su líder estaba inconsciente tras los múltiples golpes invisibles. Mao y Yaco fueron arrojados por un gran alud de barro provocado por Mateo.
Los traidores se retiraban, también los soldados.
Con la mansión en llamas, se declaraba la derrota total de la Sociedad Centinela en aquel territorio.
Dentro de la desgracia contaban con algo de suerte. Tras el total fracaso, eran de los pocos miembros que seguían en pie, que no habían sido atrapados, no de forma literal, puesto que estaban obligados a aliarse con la Orden. Los traidores tenían a Orlando, necesitaban de la Legión, sabían que Alma era un Gris y los protegerían de los Altos Mandos.
El doctor Emilio organizaba para que su equipo tratara a los sobrevivientes del caos.
Mao y Yaco esperaban en uno de los pasillos; vestían con los uniformes de los doctores, luego de darse un baño para quitarse el lodo de Mateo. No se hablaban, Mao no decía ninguna palabra desde la pelea. Ellos eran los únicos con heridas leves, a pesar que todos estaban fuera de peligro.
A los demás, les trataban las heridas de balas, en las piernas y los brazos.
—Chicos, tengo que hablar con ustedes —dijo Emilio, yendo a ellos—, hayamos drogas en la sangre de Alma. Sabemos que los problemas que cargan son demasiados, pero esto es un asunto grave.
Ellos lo sabían, aunque no podían manejarlo. Era deber del doctor informarles lo que sucedía. Yaco llevó las manos a su nuca, cerró sus ojos tratando de pensar en cómo solucionar alguno de sus múltiples problemas. Mao seguía sin reacción, culpándose a sí mismo por no advertir lo que sucedía, por no poder darle un golpe a Mateo.
—No podemos tratar su adicción. —Yaco se encogió de hombros—. Menos en esta situación. ¿Qué vamos a decirle? ¡Vamos, Alma, todo va a estar bien! Es una mierda...
—Está claro, no es algo que puedan manejar ustedes —respondió el doctor, extendiéndoles una tarjeta—, la sede de salud mental no ha sido atacada. Lilian sigue internada allí, Leonardo no se ha interesado en llevarla consigo. Pueden convencer a Alma que trate su problema, además tendrá apoyo de profesionales de la Sociedad.
Emilio siguió con su trabajo, el hospital desbordaba. La Orden había tomado a las personas con más poder e influencia, mientras que el resto habían sido heridos en su ataque sorpresa. Incluso el presidente resultaba ser una víctima, aunque ya nadie podría confiar en él. Todo el equipo que iba a apoyar a la División Alfa estaba disuelto. El improvisado escuadrón de seguridad ya no existía. Quienes quedaban eran sobrevivientes a la deriva.
Alex salía de una de las habitaciones, cojeaba sosteniéndose de una muleta. El chico impertinente de sonrisa arrogante estaba derrotado, él era un simple espectro sin rumbo, sumido en sus pensamientos. Sus amigos no tardaron en seguirlo, todos heridos. Escasos de palabras.
Poco a poco la División Alfa volvió a estar reunida, pero sin Alma. La misma seguía inducida al sueño mientras limpiaban su organismo y curaban sus golpes. Era mejor dejarla descansar.
Apartados en los jardines se dispusieron a hablar.
—¿Qué haremos? —preguntó Yaco al grupo—, estamos atados de pies y manos. Por el momento no podemos negar la petición de la Orden.
—Si nos negamos... —prosiguió Alex, pensativo—, perderé contacto con mi padre, nos tomarán por la fuerza, y a los que no sirvan a la Orden los Altos Mandos los aplastarán.
—Tendremos que esperar sus instrucciones. —Ángeles miró hacia el hospital—. Este ya no es territorio de la Sociedad, ya no tenemos aliados, ni siquiera presidente. Es gracioso que hablen de libertad para elegir cuando te ponen una pistola en la sien, ese Mateo es un...
—¡No lo nombres! —bramó Mao, con sus nudillos tensionados.
—También quiero venganza, Mao —dijo Alex—, no te preocupes, la tendremos.
En medio de la charla, Gary limpiaba sus torpes lágrimas. Se había quedado sin reacción durante la pelea. A pesar que no tenía oportunidad de ganar no había sido capaz de decir nada. Le costaba procesar que quienes los habían atacado eran Luca y Mateo, dos de sus mejores amigos. No entendía por qué todo terminaba de la peor manera posible, por qué hacía algunas horas todos disfrutaban de la música y ahora hablaban de venganza, de rehenes, de muerte.
—Voy a ver a Alma. —Limpiando su rostro se apartó del resto.
Lo dejaron ir, nadie consideraba que su sensibilidad fuera una desventaja, pero su inocencia lo era, dejándolo inmovilizado y confundido, incrédulo ante la realidad que debía afrontar.
En la planta alta del Antro se encontraba el departamento de Mao. Renata había forzado la cerradura en busca de los chicos. Todos estaban desaparecidos desde antes del amanecer, aunque sus teléfonos bloqueados, sus bolsos, sus abrigos, todo estaba allí.
—Bianca no atiende. —Sofía guardaba su teléfono luego de insistir durante horas—. ¿Ninguna tiene el número de Alex o... esos chicos raros amigos de él?
Carmela intentaba buscar el patrón de desbloqueo de los teléfonos de los chicos, sin saber que le sería imposible.
—Aquí no están. —Jazmín rodeó el lugar.
La casa de Mao constaba de una sala grande con cocina y una habitación de estilo minimalista. Tenía algo de desorden; algunas tazas sucias con café, ropa desperdigada en el suelo, los regalos amontonados en un sofá.
—Tal vez debamos llamar a la policía —concluyó Renata—, desaparecer de ese modo, dejar todas las cosas..., algo les pasó.
Las opciones se agotaban. Sofía sabía que si regresaba a casa sin Alma, Cathy iría a la policía por su cuenta. Por lo que fueron al destacamento, y de paso a buscarlos a todos por la ciudad. Tan solo con el correr de las horas, Alma ingresó por la entrada principal a su casa. No disimulaba su total cansancio, su malestar.
—¡Alma! —Cathy corrió a ella—. ¡¿A dónde estabas?!
Todavía aturdida, Alma intentó recordar la excusa que habían pensado los chicos.
—Fuimos al río en la Van de Alex... —Ella frotó el puente de su nariz—. Todos estaban ebrios y nosotros nos quedamos allí. Lo siento, olvidé la mudanza, ¿a qué hora viene el camión?
Era suficiente, tan solo eran unas pocas horas de ausencia.
—Sobre eso... —Cathy tomó aire y rascó su nuca—. Tu madre envió un mensaje, dijo que el padre del niño le consiguió un lugar permanente.
Alma soltó una amarga carcajada. Era obvio, todo el malestar que venía soportando se debía a que su padre y Bianca intentaban sacar lo peor de ella, llevándola al límite para corroborar con sus ojos que fuese un Gris.
Arrastrando sus pies, subió las escaleras y se dejó caer en el colchón sin sábanas ni cubrecamas. Ya que todo estaba guardado en bolsas y cajas.
No podía dormir, no podía pensar. Todo estaba acabado. No tenía forma de hacerles frente a esos maniáticos de la Orden de Salomón, no tenía un plan para confrontar sus amenazas, no importaba las convicciones de Alex, de Mao o de quien fuera. Ya no podía luchar. No era dueña de su vida, nunca lo había sido, era tiempo de resignarse.
Una vez más, palpó bajo su colchón.
Marihuana, cocaína, LSD, metanfetaminas, incluso viaje astral, un abanico de todo lo que quisiera. Apolo le había dejado su cofre del tesoro, pero esta vez necesitaba algo que la dejara dormir por algunos cuantos días, sin importar las consecuencias. Alma preparó un cóctel de dulces sueños, tragó decenas de pastillas y allí se quedó.
En un jet privado, los aeromozos servían champagne a un grupo de hombres y mujeres. Mateo y Luca, quienes iban en los asientos del fondo, rechazaron la bebida.
—No estén enojados conmigo —decía Bianca, cruzada de brazos—, ustedes ocultaron que Alma era un Gris, ¿se dan cuenta? ¿De qué lado se supone que están?
—¡No sabíamos que era un Gris! —exclamó Mateo—, y esa no era la forma de averiguarlo.
—¿No? —Bianca rió—. Menos mal que estaba drogada y ebria, ¿acaso no viste como congeló todo el predio en un segundo? Su odio detonó en un poder increíble.
—Déjalos, Bianca. —Leonardo tomó un sorbo de su copa—. A Mateo le gusta boicotearse. Él solo se fabrica a sus enemigos. No tenía por qué traer a esos chicos a la División, ni tenía que mentir a su hermana sobre el lugar en el que estaba parada, pero al parecer sus convicciones no son fuertes...
—Es verdad que no estoy a favor de los centinelas —contestó Mateo—, pero mis hermanas no merecen estar en la Orden, esto requiere sacrificios que ellas no deberían hacer. Tenemos un trato, yo opero en contra de la Sociedad y a ellas las dejan en paz.
—Va a llegar un momento en el que debas enfrentarla. —Leonardo suspiró—. En el mundo que pretende la Orden no hay lugar para renegados. Podrías convencerla de nuestras ideas, pero en cambio prefieres que muera en el apocalipsis. No te entiendo. ¿O es que no tienes fe en que ganemos esta guerra?
Mateo no respondió, se colocó sus audífonos y cerró los ojos.
—Nadie los obliga a estar aquí —dijo Leonardo, con la vista en Luca—, pueden irse con su abuelo..., a una celda como cualquier otro fiel centinela. Aunque si siguen actuando de forma tan ambigua tampoco habrá sitio para ustedes en el nuevo mundo.
—Si la Orden sigue deformándose no me interesa. —Luca volvió su cara a la ventanilla, dada por finalizada la conversación.
Leonardo vació su copa y se alejó de sus hijos. Una batalla más había sido ganada, pero todavía faltaba para la guerra.
Los descansos estaban prohibidos. Al día siguiente, la Orden de Salomón le enviaba a la División Alfa una lista de pretensiones que debían cumplir si querían seguir preservando algo de su libertad.
En la casa de campo se reunían todos, a excepción de Gary, quien había ido a buscar a Alma. Ella no respondía su teléfono desde el día anterior, por lo que los demás preferían dejarla dormir un momento más en tanto ordenaban sus nuevas tareas.
—Es una lista de actividades para Alma —leyó Yaco en uno de los informes recibidos—; dieta, entrenamiento, varias actividades. Quieren un seguimiento de lo que es capaz un Gris.
Alex traspasó las copias de los papeles a sus compañeros y habló:
—También quieren que les envíe la traducción que hicimos del libro de Salomón. Por fin tendrán su ejército de grises o se convertirán en uno.
—¡No puede ser! —Ángeles señaló un renglón—. "Se les solicita dejar de interferir las comunicaciones o la Orden de Salomón se verá obligada a castigarlos con la prisión perpetua".
—Si nos espiaban —comentó Dante—, era obvio que se dieran cuenta de lo que hacíamos para cubrirnos. Ya no tiene caso.
—¡¿Y qué haremos con los miembros restantes de la Sociedad Centinela?! —Romeo agarró su cabello con rabia—. ¡Somos la última división que queda completa! Todos los demás son de bajo rango, hay algunos soldados heridos y el equipo médico...
—No gastarán energías en quien no les sirva —dijo Yamil—, solo nos queda decirles la verdad, que estamos operando para la Orden.
La baja casta, algunos guardias heridos y, por suerte, el equipo médico, era todo lo que quedaba de la Sociedad Centinela. Contaban con que en otros países tuvieran más suerte para enfrentar a la Orden de Salomón, la suerte y la fuerza que ellos no habían tenido.
Por el momento, Gary buscaba llamar a Alma. Aguardaba en la esquina de su domicilio y solo conseguía comunicarse con el buzón de mensajes. Ante la negativa se atrevió a golpear la puerta.
Golpeó, golpeó y nadie atendió.
Miró por las ventanas, se veían las cajas apiladas en la sala de estar, pero ninguna persona, por lo que escaló hasta la habitación de ella. Las cortinas cerradas no le dejaban ver, así que, con su navaja, destrabó los vidrios para ingresar.
Un colchón y un teléfono sobre una mesa, apagado y sin batería.
—¿A dónde habrá ido? —preguntó a sí mismo, y de inmediato tapó su nariz al distinguir un fuerte olor a vómito.
Gary se atrevió a salir de la habitación y revisar la casa. En efecto, estaba solo. Siguiendo su instinto, llamó a Jazmín.
—¿Gary? —Jazmín sonó confundida.
—Jaz, ¿sabes algo de Alma? —preguntó él.
—Sí, Gary... —La voz le tembló, parecía a punto de llorar—. Fue una sobredosis...
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