Capítulo 19: Reina de corazones
Con el sol pegándole directo en el rostro, Alma tarareaba una alegre canción al tender la ropa recién lavada. Tenía los audífonos puestos, y vestía un pijama. Estaba bien, era temprano. Eso no le preocupaba a Yaco, quien la veía improvisar pasos en tanto esperaba a que le diera algo de atención. Debía entregarle el informe de todo lo hablado en la junta presidencial, y de cómo sería la organización de ahora en más.
—¡Lo siento! —Alma rió al ver la expresión seria de Yaco—. ¡Amo esta canción, hubiese sido un crimen pausarla!
La chica terminó su tarea y se dejó caer en la hierba fresca, apartando sus audífonos.
—Alma, ¿estás bien? —inquirió Yaco, la preocupación lo invadía.
La alegría eufórica en una situación límite era peor que las quejas y el llanto. Yaco lo comparaba al mar retrocediendo, despejando la playa, para regresar en forma de tsunami y destruir la costa. Quería estar equivocado. Rara vez veía a Alma sonreír, bailar o cantar, y las veces que lo hacía era en estado de ebriedad; aunque esta vez no tenía olor a alcohol ni a marihuana.
—¡Estoy bien, es un día hermoso! —Ella se acomodó de costado, cubriendo su cabeza del sol con la mano, los rayos le destrozaban sus enormes pupilas—. Dime, ¿cuáles son las novedades? Soy toda oídos.
Él no estaba seguro de ello, aun así habló.
—Pudimos conformar un equipo de emergencia, ya están trabajando —explicó y tomó una bocanada de aire—, toda la DII, los Altos Mandos y un treinta por ciento de las presidencias están involucrados en la guerra contra la Orden. La guerra se está dando en las IPC, principalmente en las que funcionan de prisiones. A lo mejor quieren liberar a nuestros reclusos para ponerlos de su lado. Por el momento estamos armando un equipo de defensiva, otro de ofensiva y aclimatando los hospitales para una catástrofe.
Alma se distrajo con las nubes, un avión pasaba por encima de su cabeza. La idea que el mismo le lanzara una bomba no se detenía.
—¿Qué es IPC? —preguntó, todavía tarareando la misma canción.
—Islas privadas de los centinelas —explicó Yaco—, no figuran en los mapas satelitales, son de difícil acceso. Algunas están habitadas por subsociedades, como la isla habitada por anómalos; otras funcionan como bases de la DII, o como prisiones, como sedes especializadas, como centros de recreación... Todo lo que deba ser escondido del mundo.
—¿Por qué un centro de recreación debería ser escondido? —Alma carcajeó fuerte, a sabiendas que la respuesta podría hacerla vomitar.
Yaco suspiró sintiendo compasión, de inmediato cambió el tema.
—Todos están trabajando, la División Alfa ya ha hecho suficiente por esta Sociedad —dijo, viéndola prender un cigarro, pero de los que fumaba Luca—, ahora debo irme, todavía tengo que comprarle un regalo a Mao. ¿Vas a venir a su cumpleaños, verdad?
—Me van a molestar si no voy. —Alma soltó el humo de su boca—. Iré, ¿qué crees que pueda regalarle? ¿Un moño para su cabello?
—Quiere que toques en la banda —respondió seguro—, de otra forma puedes regalarle cualquier idiotez, Mao es más simple de lo que aparenta.
Ella dio otra pitada y siguió mirando las nubes, restándole total importancia a lo que él decía. Por el momento, la idea de tocar en la banda seguía siendo algo imposible.
Yaco se detuvo a mirarla. Se debatía si debía alzarla para cachetearle la cara, inseguro de si eso serviría de algo. Su presagio se convertía en realidad, Alma no podía confrontar el estrés de la situación. Bailaba en una cuerda floja, tarareaba su réquiem. Resignado, la dejó tomar sus decisiones en soledad.
"Eres bueno tramando planes; esta vez haz algo bueno con tu habilidad, mantenla vigilada, entretenla".
Alex releía el mensaje de Yaco. Por fuerza mayor debían dejar de trabajar. Dejar el resto a la presidencia, a las demás divisiones. Desenmascarar a los Altos Mandos no significaría comandar la revolución, conocían sus límites, y Alma los había alcanzado.
La Legión dejaba todo en orden para disfrutar del atardecer hasta que fuera hora de ir al Antro. Ángeles tomó a Alma del brazo para recorrer las tiendas del gran centro comercial. Los chicos se mantenían atrás, por momento revisaban sus teléfonos en tanto ellas se probaban todos los vestidos que pudieran.
—¡Ese, ese te queda bien! —señaló Ángeles al ver a su amiga en un entallado vestido azul.
—¡Se me ve el trasero, Ángeles! —Alma trató de acomodarlo a su figura—. Todo me queda ajustado. Parezco prostituta de GTA||. De todas formas es el cumpleaños de Mao, no el mío, debo buscar algo para él.
—Luego le compramos unos calcetines. —Ángeles le restó interés—. Tienes que verte bien, vas a subirte al escenario.
—No. —Alma llenó sus pulmones—. Por más que quiera, no pedí perdón. Frente a las chicas solo soy una loca, ¿cómo justificarme? No tengo excusa para mis comportamientos. A parte, ya está Bianca en mi lugar.
Ángeles arañó su rostro decidiéndose a no tocar el tema otra vez. Aún les faltaba pasar por la peluquería, arreglarse las uñas y decidirse por un vestido.
Antes de ir al Antro, Alma, notablemente desganada, pidió por ir a su casa; allí se vestiría con Ángeles.
Al ingresar a su morada, todas las cajas se encontraban junto a la puerta de entrada. Al día siguiente abandonarían el hogar de toda su vida. Cathy estaba en la sala, envuelta en una manta, mirando una película romántica y comiendo helado de chocolate.
—¡Qué sorpresa, Alma! —Cathy se levantó con rapidez, en su rostro se notaba el cansancio. De inmediato dirigió su vista a Ángeles y a todas las bolsas que llevaban a cuestas—. Pensé que estarías en casa de Jazmín. Sofía fue allí junto a Carmela para vestirse. ¿Y esta linda chica?
Alma simuló una sonrisa, presentando a Ángeles como a una muy buena amiga.
Con poco tiempo de sobra se alistaron en la habitación.
Ambas se vieron al espejo, podía decirse que el sacrificio daba resultado. Ángeles, siendo fiel a su estilo, llevaba un vestido negro de caída ligera y un calzado de cuero con hebillas; esta vez decidía dejar su cabello, pelirrojo natural, suelto. Con su gargantilla y algo de maquillaje estaba lista para salir.
—¡Voy al baño una vez más! —Ángeles dejó a Alma a solas en su habitación.
Su vestido entallado era de un entramado escocés en color más negro que rojo, sin mangas y con una falda a tablas. Había decidido usar medias negras para cubrir algunos moretones, y unos borceguíes de cuero, con los únicos que se sentía cómoda. En la peluquería le habían cortado las puntas resquebrajadas, así que lo dejaría suelto para lucir algunas ondas artificiales en su espalda. El maquillaje consistía de un esfumado negro en sus ojos y algo de labial, pero su reflejo le devolvía una expresión abatida. La energía de la mañana se desvanecía con el correr de las horas. Ella miró su colchón y aprovechó la tardanza de su amiga para tomar lo que necesitaba. Aspiró algo para partir y guardó algo para después.
A los cinco minutos, como magia, el entusiasmo volvía en sí; por lo que, antes de salir, tomó su bajo y se decidió a pasarla bien.
El Antro estaba atestado de gente, por dentro y por fuera. La música se oía fuerte, más que en cualquier otro bar, y es que Mao invitaba las bebidas y la comida a aquellos de su lista blanca. Era un chico sociable, dueño del bar más concurrido de los suburbios. Amigo de todo el mundo. Excéntrico y codiciado. Todos estaban presentes para saludarlo, la División, la Legión y los habitués del bar.
Al arribar, los cambios en el Antro eran notables. Todo el mobiliario era nuevo. Sillas y sillones de cuero negro contrastaban con los muros rojos, decorados con cuadros de bandas y discos de vinilo. La barra de bebidas, de igual modo, estaba renovada con heladeras rodeadas de luces de neón, y una cantidad inmensurable de bebidas. La mesa de billar se encontraba al fondo, en una sala con máquinas de arcade, allí eran rodeados por grafitis y luces tintineantes. En la esquina contraria se encontraba el escenario, la batería estaba dispuesta en el fondo. Los focos alumbraban a las posiciones de los instrumentos y micrófonos.
Alma cargaba su bajo en su espalda, sin una excusa. Al verla, Jazmín no la dejó pensar.
—¿Qué haces con eso? —Jazmín ignoró a Ángeles y se dirigió a su amiga, señalando el instrumento.
—Voy a tocar, he practicado. —Los ojos de Alma se movían si posarse en un punto fijo—. Mira, lo siento. Todo esto de mi madre, la mudanza...
Jazmín le colocó la mano en el hombro.
—Lo sé, Alma. —Jazmín trató de buscar su mirada—. Pero no puedes venir a último momento y hacer esto. No vamos a echar a Bianca luego de haber ensayado con nosotras. Esperé un mensaje tuyo toda la semana, nunca llegó.
Jazmín tomó a su amiga del brazo y la llevó tras bastidores, donde todavía no había nadie. Sin nada que decir, Alma dejó el bajo a un lado y se sentó en el suelo, su mejor amiga la acompañó.
—La situación me supera, Jaz. —Un ligero temblor abrumaba el cuerpo de Alma, no podía dejar de mover sus dedos—. Sé que tenía que disculparme, pero a la vez me sentía bien evitándolas. Necesitaba un tiempo a solas.
—Alma, debiste decírnoslo. —Jazmín la tomó de las manos, estaban sudorosas y frías—. No es el fin del mundo.
Ella se equivocaba, Alma no podía hablarle de lo que la abrumaba, y el fin del mundo era uno de sus problemas. Jazmín pretendía levantarle el ánimo y sin darse cuenta echaba limón a la herida.
Algunas voces de chicas comenzaban a acercarse. Carmela, Renata y Bianca iban a prepararse para la hora pactada. Al ver a Alma, dejaron de hablar.
—¿Puedes esperarnos un segundo, Bianca? —preguntó Renata de forma sutil para que las dejara a solas.
Bianca no se resistió; dejó su instrumento a un lado y regresó con los demás a la fiesta.
Renata sabía poco de la vida íntima de Alma, de su pasado turbulento, de las cosas que más la dañaban, por ello era menos tolerante a sus reacciones. En cambio, Carmela, sabía mucho más debido a su cercanía con Sofía, quien le confiaba sus secretos.
—Podemos hacer la mitad de la playlist con Alma —propuso Carmela, luego de que Alma pidiera disculpas y contara de sus intenciones de tocar.
—Es injusto para Bianca. —Renata alzó una ceja—. Ella se aprendió todo el repertorio en tiempo límite.
—Vamos a tocar las canciones oficiales con Bianca —dijo Jazmín, como vocalista y líder de la banda tenía la última palabra—, y los extras con Alma, también algún cover de nuestros favoritos. ¿Cuál proponen?
—All my pride —murmuró Alma.
—De acuerdo. —Renata resopló y siguió su camino.
Ninguna tenía la intención de seguir sin hablarse, en malos términos. Pretendiendo comprender y olvidar, eligieron un rápido repertorio de pocas canciones para que Alma tocara junto a ellas, como lo tenían planeado, como les gustaba hacer.
En el salón principal, Mao ya descendía de sus escalinatas entre aplausos y cánticos de cumpleaños. Todos estaban al tanto que le gustaba ser el centro de atención, así que procurarían darle una buena noche. Sus amigos más cercanos se acercaron a saludarlo y entregarle los regalos. Las puertas del Antro se cerraron y la fiesta comenzó.
—¡Alma, te ves linda! —exclamó Mao, haciéndola girar—, me alegra que vinieras, y que te decidieras a tocar.
—Las chicas fueron comprensivas, y yo solo... —Alma, que sonreía al hablar, sintió su mandíbula trabarse, Mateo se acercaba a ellos y ella recordó que lo quería golpear.
¿Hacerlo o no? Si lo hacía arruinaría la fiesta. Antes de cometer otro error, se apartó a la mesa en donde estaba la Legión haciendo ronda de tequila.
—¡Ups! —Mao llevó su mano a la boca—. ¿Qué pasó, Mateo?
—Dije algo que no debía. —Mateo no insistió en ir a buscarla—. Desde que llegué no paro de arruinar mis relaciones. Con los ustedes, con Alma.
—Nuestra pequeña pelea fue un mal entendido. —Yaco se unió a la charla, entregando un regalo a su amigo—. Nos pusimos mal por las cosas que sabías de la DII, pero entendemos que eran protocolos por los cuales podían encarcelarte si abrías la boca.
Lisandro, Gary y Luca se acercaban a ellos.
—¿Y a Alma? ¿Qué le dijiste? —preguntó Mao.
Alma reía, bailaba y bebía junto a la Legión. No buscaba peleas, sino reconciliación, excepto con Mateo, a él no quería tenerlo cerca. Era invisible a sus ojos.
—Eso no importa —intervino Luca—, por un momento dejemos de hablar de problemas. De verdad quiero pasarla bien esta noche.
—Es raro que tú lo digas. —Yaco soltó una carcajada—. Entonces vayamos por unas cervezas antes que las chicas comiencen a tocar.
Las luces comenzaban a bajar a medida que se encendían las del escenario. Las Gatas Ácidas se posicionaban para tocar. Generaban expectativa en el público, en los conocidos y desconocidos.
Sin demasiado preámbulo, los palillos de Carmela marcaron el inicio de la primera canción. Tenían fuerza, magnetismo, belleza y armonía. El sonido era perfecto, limpio, cada instrumento se encontraba bien repartido. Alma no tenía más opción que tararear las canciones desde abajo, en lo oscuro del público, viendo a Bianca ocupar su posición, divirtiéndose, haciendo valer su oportunidad. Con ella, el bajo brillaba.
Alma no quería ser menos, no podía resignarse; por lo que se apartó para practicar un momento, hasta que fuese su turno. Nadie lo notó. La mayoría quería dejar de lado los malos momentos, desconocer el sitio en donde estaban parados, exceptuando a la Legión, ellos no sabían el significado de "día libre". Cualquiera era la oportunidad para envolverse en una misión, por eso,, Alex no podía quitar sus ojos de Mateo. Estaba en su mira. Mateo lo sabía, pero se negaba a voltear y devolverle la mirada.
—¡Ángeles, te dijimos que cuidaras a Alma! —Romeo regresaba a la mesa con más bebidas—. ¡Se ha ido otra vez! ¡Ve a buscarla antes que vuelva a esnifar otra mierda! ¡Mierda!
—¡No me di cuenta, lo siento! —Ángeles trastabilló, el alcohol ya le hacía efecto.
—No sirve de nada perseguirla. —Yamil resopló—. Encontrará cualquier momento para escabullirse. Hay que decirle que pare.
—Ya es tarde —afirmó Sebastián—, por el momento es la única forma que tiene de disfrutar esto.
—¿Tú que dices, Alex? —preguntó Dante—. ¡¿Alex?!
Alex se apartaba del grupo para ponerse tras la espalda de Mateo, quien se negaba a girarse.
—Parece que te reconciliaste con tus amigos —susurró Alex al oído de Mateo, y le pasó los dedos por toda su espina—. ¿Qué mentiras dijiste esta vez?
—¡Deja de molestar, Alex! —Mateo le devolvió una mirada furiosa, apretaba sus puños conteniéndose—. No tienes idea de nada, solo eres un idiota que se cree inteligente. No descubriste nada que todos ya supieran. Convertirte en objetivo de los Altos Mandos y la Orden demuestra tu inmadurez. Desataste un desastre.
—Cuánto has cambiado, Mat... —La mirada de Alex no dejaba de analizar a Mateo—. Antes no te atrevías a hablarme, no podías siquiera sostenerme la mirada sin que tus mejillas hirvieran. De todas formas, sigues sin poder doblegarme, cada palabra tuya me confirma que sabes más de lo que dices.
—¿Y qué con eso? —Mateo lo empujó, pero Alex lo tomó de las muñecas con cuanta fuerza pudo y lo apartó a un rincón.
El cuerpo de Mateo era pequeño y frágil, las fuertes manos de un boxeador aficionado podían quebrarlo en un simple movimiento. De igual forma, estaban en la mira de la Legión y la División, que esperaban a que se dieran el primer golpe para separarlos. Todavía tenían fe en que pudieran solucionar sus problemas antes de arruinar la noche por completo, desde ya no podían disfrutar del show por estar cuidándolos.
—A lo mejor deberíamos intervenir —dijo Gary a sus compañeros.
—Mateo sabe defenderse. —Luca se acercó al escenario, ignorando la pelea.
Yaco y Mao intercambiaron miradas, no estaban seguros de ello y del porqué Luca evitaba cualquier confrontación.
—Dime para qué está la DII en el país—insistió Alex.
—¿O vas a cortarme el cuello? —sonrió Mateo con la mirada estática.
—Si eso quieres. —Alex le devolvió la sonrisa y le presionó el cuello con su dedo—. De otra forma podemos intercambiar favores. Te comportas como niño bueno, me dices lo que necesito saber y te dejo vivir.
Mateo no evitó reírse con amargura, le agradaba dejar a Alex sin estrategias, pero sería difícil seguir soportando sus acosos. Debía revertir la situación.
—Te diré algo. —Mateo se acercó a su oído—. Si me besas como aquella noche te daré un dato, uno que debes usar muy bien.
Las muelas de Alex crujieron, él intentó descifrar si se trataba de un truco. No podía hacerlo, confiar o no eran sus únicas opciones. Mateo estaba siendo obstinado, parecía haber aprendido de él.
Alex tomó aire, llenó su pecho y lo vació con lentitud para tomarlo del rostro y besarlo. Primero lento, luego siendo más rudo, devorándole los labios. Las manos de Mateo perdieron fuerza, ya no quería golpearlo, tan solo abrazarlo el tiempo que fuera posible. Alex se tomaba el trabajo en serio, siendo ardiente, fingiendo pasión, presionándolo contra el muro, apretándolo entre sus brazos.
—Aborten misión de rescate. —Lisandro se dio la vuelta, adelantándose al escenario.
—Iré a ayudar a Alma con la prueba de sonido. —Gary giró sus ojos, no podía evitar ruborizarse.
—Qué incomodo... —siseó Yaco, desviando su vista a un lado.
—Es mejor a que se estén golpeando, ¿o no? —dijo Mao.
Yaco siguió a los chicos sin responder, la música los aturdía, aparentar sordera le era fácil y conveniente. La última canción finalizó. Los aplausos retumbaban en las paredes con fuerza. Alex se apartó del rostro de Mateo, quien ya no podía ocultar su rubor.
—Dímelo, dame el dato —insistió Alex.
—Esta noche nos iremos —aseveró Mateo.
Gary afinaba el bajo de Alma por última vez, quien no podía hacer más que memorizar sus notas. Ángeles los veía sin entender demasiado, no solo le afectaba la ebriedad, sino que no entendía nada de música. Las Gatas Ácidas terminaban el espectáculo y se retiraban para descansar y beber hasta el cierre de la noche, en donde tocarían con Alma.
—¡Fue magnífico! —decía Bianca, emocionada—, siempre quise tocar en un escenario. ¡Gracias, chicas!
—Gracias a ti, Bi —decía Jazmín—, estuviste increíble. Lamento haberme perdido en la última estrofa, pero tu primo y el ex de Alma...
Jazmín percibió que Alma estaba allí y se llamó al silencio. Gary susurró al oído de Alma:
—Tu hermano y Alex se estaban besando.
Ángeles intervino, espabilándose por completo. Eso solo significaba una cosa: información de la buena.
—¡Ya vengo! —Ángeles salió corriendo.
En cuanto a Alma, eso no la afectaba en lo más mínimo. Hacía rato no sentía nada por Alex, logrando mantener una amistad con él más allá del trabajo en la Sociedad. Por otro lado, entendía que atrás de cada beso de Alex se escondía una artimaña.
Bianca pasó por al lado de Alma y, casi en un susurró, le habló:
—Parece que a Alex le sigue gustando algo de ti.
Era una provocación que no le generaba el más mínimo efecto.
—Vamos a parar algunas horas y volvemos. —Jazmín dejó a sus amigas unirse a la fiesta—. ¿Cómo vas con eso, Alma? Veo que Gary te está ayudando.
—Está lista. —Gary le sonrió con la misma amabilidad que tenía con todo el mundo—. Voy con los chicos, cualquier cosa me llaman.
Él se apartó, dejándolas a solas.
—¿Qué hay con Gary? —Jazmín, entre risas, le dio un codazo en las costillas.
—Nada. —Alma carcajeó—. Me ve como a una hermana menor, es gracioso. Pensé que te gustaba a ti.
Jazmín se encogió de hombros.
—No si te gusta a ti.
¿Gustar? Gary era un platónico, un inalcanzable. Demasiado perfecto para ella, por lo bueno, lo dulce y lo bien intencionado. Además, se empecinaba en poner una barrera invisible de amor fraternal. No podía gastar energías soñando. En cambio, existía otra persona que, debido a sus actitudes neuróticas, ocupaba sus pensamientos día y noche.
—Me gustaría estar con Luca —confesó desinhibida, algo que no habría dicho en ningún otro momento. De repente soltó una fuerte carcajada.
—¿Luca? —Jazmín no sabía mucho de él, tan solo que era el ex novio de su amiga, uno con el que no había durado más de algunas semanas, y uno con el que se había acostado por despecho, luego de cortar con Alex—. A lo mejor deban hablar, volver a intentar. No sé mucho con él, pero es igual de cascarrabias que tú; además veo como se te ilumina la mirada cuando lo nombras.
—Fue bastante conciso cuando dijo que no quería nada. —Alma seguía riendo, moviendo su cuerpo al ritmo de la música de la pista principal—. ¡Estoy cansada de ser rechazada por los chicos! Ya no voy a salir con nadie.
Era difícil hablarle con seriedad. Por momentos, Alma le prestaba atención; y de a ratos, reía y se movía con la música, con la mirada en cualquier lado. A diferencia de la Legión o Yaco, Jazmín no sacaba conclusiones al respecto. Le agradaba volver a hablar con su amiga, que ella se riera y que pudieran tocar juntas otra vez.
—A lo mejor sigues pensando en él porque no cortaron de forma apropiada —deliberó Jazmín—, quizás él te dijo que no quería nada, y por ello guardaste tus sentimientos, ¿o me equivoco?
Alma comenzó a morder sus uñas, a pesar de no saber nada sobre la relación que tenía con él, Jazmín daba en el clavo. Aprovechando la euforia momentánea, Alma se levantó de un salto.
—Voy a hablar con él.
Los chicos se encontraban jugando al billar. Mao hizo un saque con el cual embocó las bolas que quedaban en la mesa. Yaco y Lisandro le chocaron los puños; el equipo de Luca, Mateo y Gary volvía a perder.
—¿Quieres intentar jugar, Alma? —Yaco sonreía y preparaba las bolas para un nuevo partido—. Puedes hacerlo en mi equipo si quieres ganar.
—Necesito hablar con Luca. —Alma era aprisionada por la tensión muscular, por el sudor frío, la aceleración en su pecho.
Luca, quien la evitaba en un principio, alzó la vista a ella, a su rostro aturdido por las luces y la música. Sin objetar nada, se apresuró a tomarla del brazo y llevarla hacia el callejón, en donde el aire fresco corría y podían oírse sin necesidad de gritar.
—¿Qué tomaste, Alma? —Luca la sujetó del rostro, confirmando que sus pupilas estaban más dilatadas de lo normal.
—Luca, quiero hablar. —Ella lo apartó sin responderle—. Sé que no es el momento ni el lugar, y sospecho que con la vida que llevamos ese día nunca llegará. Entonces te lo diré ahora.
Las palabras salían aceleradas, escapan de su boca. Luca apenas podía asimilar el comportamiento de Alma.
—¿Qué... qué sucede? —inquirió preocupado, podía esperarse cualquier cosa viéndola en ese estado.
La mandíbula de Alma volvió a fallar, se trababa en sus palabras, los nervios la amenazaban. Estaba lista para un nuevo rechazo, pero aun así debía quitárselo de encima. Con su mirada brillosa, abrió la boca y lo dijo:
—Me enamoré de ti.
Luca abrió sus ojos tanto como pudo y selló sus labios. Por un momento no tuvo reacción. Alma bajó su mirada al suelo, apenas podía respirar.
—Alma, yo...
—¡No digas nada! —Ella volvió a mirarlo para hablar otra vez—. Lo sé, lo recuerdo. No quieres nada, y aunque quisieras algo yo no entraría entre tus opciones, porque no puedo gustarle a nadie. Pero necesitaba quitarme este peso de encima, nunca fui franca con mis sentimientos, y es difícil hacerlo cuando solo recibes rechazos y decepciones de todos lados.
Él buscó sus cigarros, palpó sus bolsillos y su chaqueta, hasta que los encontró y encendió uno en el más incómodo de los silencios.
—No siempre será así —dijo Luca—, te enamorarás de más personas. Esto sucede porque compartimos mucho tiempo, pero la verdad es que no tienes ningún motivo para...
—Está bien. —Alma volvió a interrumpirlo—. Es todo. Si es posible, cumple tu promesa de no volver a cuidarme, así será más fácil nuestra convivencia.
—Es injusto que me lo digas en ese estado. —Luca exhaló una gran cantidad de humo—. Necesitas ayuda profesional, ¿puedes buscarla o tendré que decirles a los demás que te obliguen?
La puerta del callejón se abrió, era Gary.
—Alma, Renata te busca. —Él observó la escena sin entender que sucedía—. Quiere hablar sobre los temas que acordaron tocar.
Luca avanzó hacia la puerta para regresar a la fiesta.
—¿Interrumpí algo? —preguntó Gary, encogiendo sus cejas.
—No, ya había terminado de rechazarme. —Alma se rió—. Por suerte, él siempre fue bastante directo.
¿Debía decir alguna palabra de consuelo? Entre tanto lo pensaba, Alma también regresó al Antro.
—¡Luca, ven aquí! —Gary perseguía a su amigo, necesitaba una explicación.
Con su habitual expresión de fastidio, Luca se detuvo para que Gary hablara.
—¿Qué fue eso? —preguntó Gary—. ¿Por qué rechazas a Alma?
—Uno, no quiero noviazgos; dos, no es mi tipo. —Luca se cruzó de brazos y alzó sus cejas—. ¿Por qué te importa? Sabes que muchas veces he sido cruel con ella, ¿no sería mejor que consiguiera algo mejor?
Gary supo que no tenía sentido seguir indagando. Desde que lo conocía, Luca demostraba total desprecio a las relaciones. No se permitía, ni siquiera, besarse con algún desconocido para pasar el rato. Tan solo el último tiempo había compartido una sola noche con Alma y un solo beso con Bianca, y de todo eso demostraba arrepentimiento.
Con el transcurso la noche, la formación original de las Gatas Ácidas subió al escenario. Tocarían unos pocos covers como regalo para Mao. Ellas conectaban los instrumentos a los amplificadores y ajustaban las cuerdas una vez más. Los invitados se acercaban al escenario. La vibrante energía aumentaba la excitación y el sentimiento de poderío.
Para sorpresa de todos, al lado del micrófono de Jazmín había otro. Alma no solo haría los coros, cantarían a dueto. Las luces se apagaron. La primera guitarra de Renata comenzó con su riff. Siguió Carmela con la batería, y luego se unieron Alma con el bajo y Jazmín con la segunda guitarra. La voz de Jazmín y de Alma sonaron superpuestas, en una armonía perfecta que dejaba a más de uno con la boca abierta.
Comenzaban con un sonido lúgubre e intenso. Cantaban sobre depresión y desconsuelo, dándole melodía con las guitarras demasiado distorsionadas y una batería rítmica, para luego explotar en un coro de gritos rabiosos. No era punk, no era enojo y anarquía; era grunge, desolación y apatía. A pesar de ello, brillaban, transmitían energía, hacían temblar el suelo.
Las pocas canciones tocadas con Alma, superaban el espectáculo con Bianca; cualquiera lo sabía. La rubia podía tener la mejor técnica, pero no tenía el sentimiento, en sus venas no corría la sangre de los suburbios.
Faltaban algunas horas para el amanecer, pero algunos ya se iban. Mao había disfrutado su cumpleaños, podía decirse a sí mismo que cumplían la meta de olvidar a la Sociedad Centinela por una noche.
—¡Yaco, despierta! —Alex corrió hacia Yaco, quien dormía en uno de los sofás—. ¡Yaco!
Los miembros de la Legión buscaban entre los cuerpos ebrios a los miembros de la División Alfa.
Sosteniendo su adolorida cabeza, Yaco se reincorporó. Por un momento había perdido la noción del espacio y tiempo.
—¿Qué sucede...? —El joven no podía entender como Alex no era afectado por los litros de alcohol que consumía.
—¡¿Dónde están Mateo y Bianca?! —preguntó, agitándolo.
—Se fueron hace un rato con Luca... —Yaco frotó sus ojos, y antes de volver a dormirse.
Alex hizo un sobresfuerzo para levantarlo y arrastrarlo hasta la Van, en donde los demás intentaban despertar a Alma, Gary, Lisandro y Mao.
Dejando el Antro a la completa deriva, Alex aceleró tanto como pudo.
—Alex, ¿qué mierda estás haciendo? —inquirió Mao, espabilándose al fin.
—La Orden de Salomón está atacando la mansión presidencial.
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