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Capítulo 18: Comodín

Las cuatro pantallas se apagaron, la comunicación finalizó. La División Alfa quedó en el cuarto blanco, a solas.

—¿Enviaste los archivos? —preguntó Alma a Ángeles, rápido.

Sería un problema si la misión solo quedaba en la amenaza. Una represalia mortal podría sorprenderlos en ese instante. Ángeles revisó en su teléfono una aplicación viral diseñada por ella.

—Todo el mundo lo está leyendo —confirmó aliviada—, lo descargan, le hacen copias. Todo nuestro informe y la conversación de recién están en manos de todos los miembros de la Sociedad Centinela.

Un ruido seco los sorprendió, Romeo no pudo soportar la presión y su cuerpo cayó desmayado al suelo. Habían llegado muy lejos. Los Altos Mandos desaparecían tras la orden de Alma, sin pedir una tregua, sin ofrecer un trato, sin dar más datos, sin rogar. Los Altos Mandos desaparecían ante la ofensa y eso solo podía significar una cosa: el acto se consideraba una declaración de guerra.

Cuando ayudaban a Romeo a recomponerse, todas las luces de la sala de apagaron. El cortocircuito no era un buen augurio, no era una falla técnica.

Alguien comenzó a golpetear la puerta.

—¡Alma! —Era la voz quebrada de su abuelo.

Timoteo estaba allí, abanicándose con su pañuelo; lo acompañaba el vicepresidente Clemente. En los pasillos se veía gente corriendo para todos lados, se oían griteríos, vehículos arrancado sus motores para huir. Los grandes ventanales iluminaban la hacienda, ya que toda luz artificial estaba apagada.

—¿Qué sucedió? —preguntó Alma, como si no hubiese provocado el adelantamiento del apocalipsis.

—Eso es lo que nos preguntamos. —El viejo frunció el entrecejo—. Toda la ciudad está sin energía, explotaron transformadores, teléfonos y computadoras..., pero llegamos a leer y escuchar a los Altos Mandos, el mensaje que Ángeles envió.

Alex se colocó delante de Alma.

—¿Cómo es que alguien de su rango no tenía idea de nada? —Él se cruzó de brazos—. Como verá, ya no estamos para juegos. Díganos en dónde están peleando y quiénes lo están haciendo o seguiremos incitando a una revuelta.

—Presidente. —Alma continuó—. Basta de cinismos. ¿Esta es la Sociedad Centinela que pretenden? ¡Esto es un desastre! ¡Se cae a pedazos por sus mentiras, no por la Orden de Salomón!

El anciano parecía a punto de colapsar, por lo que su compañero habló por él.

—No sabíamos de esto. —Clemente señaló a la gente que seguía movilizándose por los pasillos, gritando, pidiendo explicaciones los unos a los otros—. ¿Creen que ellos lo sabían? Uno de los Altos Mandos sigue en su puesto como si nada, y es un traidor. ¡Hay una guerra! ¡Saben quiénes provocaron las infecciones, sabían como pararlas, y no informaron nada!

—Si es que el equipo presidencial no sabe nada —interfirió Alma—, ¿quiénes saben de esto?

—La DII es un mundo aparte... —murmuró el presidente—, es entre ellos. Los equipos presidenciales estamos limitados a las subsociedades y problemáticas regionales, esto sobrepasa nuestra jurisdicción.

—Mi padre y mi hermano están en la DII —recordó Alma—, ¿quiere decir que ellos saben de todo lo que sucede?

El presidente terminó por caer al suelo, era el segundo desmayado por la presión.

Mientras lo atendían, las luces volvían a encenderse. El apagón había tenido un alcance mundial. Sin resultado, los Altos Mandos fracasaban en su intento de frenar la velocidad de la información. En solo cinco minutos la verdad estaba en manos de todos. Ni un corte mundial, ni explotar aparatos o derribar satélites..., ya no podían volver el tiempo atrás. Todos lo sabían.

La División Alfa esperaba en los pasillos, el siguiente paso era buscar apoyo. Conocían sus limitaciones, su pequeño grupo no podría con el problema que se avecinaba.

En ese momento, Alma recibía llamadas y mensajes de los chicos que se encontraban en el parque de diversiones.

"Todo está controlado, Yaco". Alma prefería contestarle a él. "Nos estamos encargando con los chicos y el equipo presidencial. Los mantendré al tanto".

"¿No es necesario? La última vez casi los matan. Gary, Luca y Lisandro no entienden nada, no estaban al tanto de esto, y Mateo está pálido, descompuesto", respondía Yaco.

"Que Mateo no se haga el imbécil, cuando lo vea hablaremos. No dejen a las chicas sin explicación otra vez. Terminen sus actividades, nos vemos más tarde", finalizó Alma.

—¡Alex Amelio White! —Un hombre de unos cincuenta, de cabello oscuro y vestimenta desordenada, se acercaba a los jóvenes—. ¡¿Qué acabas de hacer?!

Alex intentó esconderse tras Yamil, éste se corrió a un lado, dejándolo al descubierto.

—¡¿Qué haces aquí, papá?! —Sin alternativa, Alex se mostró enojado—. ¡Estamos en algo importante! ¿No leíste nuestro informe?

—¡¿Lanzar esa bomba con tanta liviandad?! —El hombre tenía todos los motivos para preocuparse—. ¡¿Cuántos años tienes?! ¡Pensé que ya estarían todos muertos!

—¡No somos idiotas! —replicó Alex—, si nos asesinan o nos arrestan nos convierten en mártires, eso sería lo último que harían los Altos Mandos.

Clemente abrió la puerta de la habitación para pedir silencio. Tanto Alex como su padre tuvieron que disculparse. Todos se apartaron hacia un sitio en donde pudieran discutir con tranquilidad.

El señor White tenía razón; si la información no hubiese sido liberada, la presión que pensaban ejercer en los Altos Mandos terminaría por aplastarlos a ellos. Todavía pecaban de ingenuidad. Aquel hombre no expresaba más que la preocupación de perder a su hijo. Los teléfonos que seguían con vida no dejaban de sonar. Los trabajadores de las divisiones y la presidencia se reunían para discutir las siguientes acciones.

Ya nadie era digno de confianza. Algunos buscaban respuestas en el desvalido presidente, otros intentaban contactar con la división que había destapado el escándalo del milenio.

Ellos estaban ocultos en la sala de computadoras.

—Díganme, ¿cómo van a enfrentar esto? —inquiría Orlando, a todos por igual.

—Tenemos que confrontarlos, hacer alianzas —explicó Alex, como si fuera obvio—, necesitamos saber quién está de un lado, y quién del otro. También necesitamos conocer los detalles del objetivo de la Orden para proponer una solución. Armar un equipo de gente confiable para proponer ideas.

—¿De dónde piensan sacar gente confiable? —desafió su padre—, esto es un nido de víboras. ¿Por qué, Alex? Sabes a los problemas a los que me enfrento por hacer mi trabajo.

Alex se levantó furioso, golpeando la mesa con sus manos.

—¡Perdóname, pero yo no voy a resignarme a vivir en una mentira!

—No podíamos quedarnos cruzados de brazos —intervino Alma, toda la culpa estaba siendo cargada a Alex cuando ella era quien daba la orden final—, resulta ser que la Sociedad y la Orden están en guerra en algún lugar... ¿qué pasa si esa guerra la gana la Orden? Nos tomarían por sorpresa, no tendríamos una sola oportunidad de defendernos, ¡no sabríamos siquiera por qué somos atacados! ¡No sabemos qué nos espera!

Era difícil argumentar algo en contra de haber investigado y descubierto la verdad. Los sermones sobre valorar la vida no funcionaban con ese grupo, su valor preponderante era el de la justicia a cualquier costo.

—Muy bien, pero de ahora en más no están solos. —Orlando les generaba la seguridad y la confianza que nadie más les otorgaba en la Sociedad, era de esos padres con los que se podía contar—. Me encargaré de investigar más del asunto; y tú, Yamil, ¿podrías averiguar si el clan Skrulvever está involucrado?

La mirada de Yamil se desvió a un lado.

—No soy bienvenido en el clan.... —vaciló el joven—, por más que lleve el apellido, mi madre es centinela. Antes de decirme algo se cortan la lengua.

Parecía una situación difícil. Eran cuestiones familiares desconocidas para cualquiera que no fuera un Skrulvever.

Todo el día trascurrió en la mansión sin una señal de los Altos Mandos. Ningún presidente, ninguna división lograba hacer contacto con la cúspide. La DII, por órdenes directas, no podía dar respuestas concretas hasta que sus superiores les indicaran los pasos a seguir. Los equipos de trabajo se organizaban, la presidencia y la vicepresidencia trabajarían para corroborar toda la información liberada por la División Alfa. Necesitaban detener la histeria; y, de ser posible, buscarían aquellos datos faltantes: el lugar donde se daba la guerra, el objetivo de la Orden, y todos los implicados en el asunto.

Tras ocho horas con un rumbo indefinido, Alma debía cumplir con su otra vida. No tenía caso deambular los pasillos de la mansión. Lo referente a la búsqueda de información, rastrillajes y contactos, era algo que no podía hacer.



Susceptible a cualquier ruido, en un estado de hipervigilancia constante, palpitaciones e incapacidad de ordenar ideas, Alma guardaba las cosas de su habitación en cajas. Tenía que embalar para la mudanza.

A pesar del té, el baño caliente y de haberse mantenido todo el día trabajando, no podía relajase. Sus músculos eran un manojo de nudos; mordía sus dedos, se comía las uñas, nada funcionaba, cualquier ruido la alteraba y la dejaba al borde del llanto. ¿Qué pasaría si en ese momento caía un misil en su casa? Todos los inocentes morirían por su culpa, pero al menos podría descansar en paz. Esta vez no exageraba, estaba a la deriva, expuesta a cualquier ataque. Por el momento sabía que lo único que funcionaría era una sobredosis. Alma buscó bajo su colchón; la mercadería de Apolo seguía ahí.

"Toc".

Un pequeño golpe en su ventana la obligó a ahogar un grito, a atrapar su boca entre sus manos. Ese pequeño sonido era suficiente para aumentar la presión, acelerar su corazón al punto del infarto. Sus manos temblorosas limpiaron las lágrimas bajo sus ojos.

"Toc".

El sonido se repitió, alguien lanzaba piedras a su ventana. Arrastrándose, comenzó a congelar sus puños en dirección a la ventana.

Gary esperaba en su jardín, en medio de la oscuridad nocturna, sosteniendo algunas bolsas. Además, en su espalda traía colgada una guitarra enfundada.

Alma respiró aliviada. Dejó las drogas bajo la cama y notó que su teléfono estaba apagado, sin batería. Abrió su ventana y saludó como pudo. Él trepó hasta alcanzarla.

—¿Qué haces aquí, Gary? —Alma ayudó a que entrara a su habitación. Hablaba bajo, Cathy y Sofía ya dormían.

—Estamos haciendo guardia. —La preocupación de Gary era visible—. Yaco y Mao manejan por la zona, también Sebastián y Dante, todos están alerta. No podemos relajarnos. Incluso Luca está en el tejado.

—¿Luca está en el tejado? —Alma trató de ver por la ventana, pero no distinguía nada.

—Pensé que estarías durmiendo. —Gary observó las cajas a su alrededor, ya no quedaba mucho por guardar—. Luca insistió con que uno de nosotros debía acompañarte, él no se ofreció porque está furioso.

Gary dejó todas sus cosas a un lado y se sentó en la cama, Alma se situó a su lado.

—Gary, lo siento. —Alma cubrió su rostro, exhaló agotada—. La situación era difícil, y no podía decirles a todos...

—Entendiendo. —Gary la abrazó con fuerza—. Pero te has expuesto a un gran peligro. Imagínate cómo nos pusimos cuando nos enteramos. Al menos me tranquilizó saber que Mao y Yaco estaban al tanto.

—Les arruiné el día de diversión. —Alma fingió una risa—. Lo sé, todo es una locura. A pesar que no quiero meterme en líos, hay cosas que no puedo dejar pasar por alto. Ya estoy aquí, con el barro hasta el cuello, y si tengo la oportunidad de hacer algo no voy a quedarme solo con las quejas, tengo que actuar, hacer que valga la pena. No quiero ser parte de toda la mierda que odio.

—No puedes evitarlo, ¿verdad? —Gary rió, estrechándola más contra su cuerpo—. Está bien, somos un equipo. Vamos a salir de esto. Y por el día de hoy no te preocupes, la pasé mal desde un principio. No era justo que no estuvieras con nosotros. Luego de leer la información de Ángeles, Mao acorraló a Mateo para preguntarle cuánto sabía y de qué lado estaba.

—¿Qué dijo? —indagó Alma, no imaginaba la situación.

—Obviamente está con la Sociedad, y sabe poco y nada. —Gary se encogió de hombros—. Su puesto y el de Bianca no tienen relevancia. Ella trabaja en el hospital de la DII como ayudante de enfermería, Mateo hace diligencias menores a su padre. Pero ni todas las excusas fueron suficientes para que pudiéramos relajarnos. Y luego me entero que dejaste la banda.

Alma soltó una carcajada, entre todos los pesares que la abrumaban eso era lo de menos. Ni siquiera entraba en la categoría de problemas.

—Bianca es perfecta, va a hacerlo mejor. —Alma echó un vistazo a las cosas que traía Gary—. ¿Qué hay en las bolsas?

Souvenirs, peluches, dulces, cualquier tipo de recuerdo absurdo de ese estúpido parque de diversiones. Gary había comprado todo pensando en ella. También traía hamburguesas y bebidas. Estaba decidido a pasar la noche allí; no solo para montar guardia, cada uno en la División Alfa comprendía que lo mejor era no dejar a Alma a solas. Los peligros no solo venían del exterior, sino de ella misma.

A pesar que en ese momento necesitaba terapia psiquiátrica de urgencia, Alma hacía un esfuerzo para agradecer a Gary. Se esforzaba por masticar y tragar, por alejar cualquier pensamiento negativo.

Con la mirada de soslayo, Alma analizaba la guitarra enfundada. El mástil sobresalía del mismo. Lo que llevaba adentro no era un instrumento de seis cuerdas, sino de cuatro: un bajo, el suyo.

—¿Por qué lo trajiste? —Ella hizo la comida a un lado.

—No voy a permitir que dejes la banda. —Gary sonó determinado—. Sé que estás comprometida a mejorar en la Sociedad, pero al menos necesitas continuar con lo que amas, mantener cerca a las personas que te hacen bien.

—No puedo volver. —Los brazos de Alma cayeron a los lados—. No es momento de juegos.

—No es un juego —protestó Gary, a punto de quebrarse—, es lo que te aleja de los problemas. Le pedí a Jazmín que me diera tu bajo, que te convencería de volver. Ella te quiere a ti, pero me advirtió que no te rogaría. Si no te disculpabas y no te sabías las canciones, Bianca ocuparía tu puesto. Sé que no quieres eso.

Era verdad, la sola idea hacía hervir su sangre. Por otro lado se obligaba a madurar, ¡el mundo estaba en llamas! No podía ponerse a competir por amistades o los roles en una banda de mala muerte. Era un despropósito pensar en sí misma. No obstante, Gary parecía decidido a revertir las cosas, traía consigo las letras y tablaturas de las canciones que iban a tocar en el cumpleaños de Mao.

—Practiquemos juntos —insistió él—, tenemos toda la noche.

No podía decirle que no a esa mirada suplicante, a sus buenas intenciones. Alma no tenía sueño, y sus cosas ya estaban empacadas, por lo que podía tocar junto a Gary mientras no conectaran al instrumento a un amplificador.

Aunque estuviera decidida a no presentarse en el escenario, le haría creer que sí, tan solo para dejar de pensar un instante, para enfocarse en una sola cosa.

La amabilidad de Gary, el tono calmado de su voz, su paciencia al explicar sobre música... su forma entera de ser funcionaba de placebo ante la falta de Valium.

Tras unas cuantas horas, los párpados del chico comenzaron a caer. Era lógico, en una hora amanecería. Los dedos de Alma estaban callosos, acalambrados, al menos no le parecía imposible tocar sus notas a tiempo. Con todas las canciones memorizadas, tenía algo para sentirse orgullosa.

Con su peso muerto, Gary cayó a la cama y comenzó a roncar con fuerza. Ese sueño pesado era digno de envidia. Alma lo arropó y besó su mejilla. Se sentó en el suelo y miró al techo cuando oyó una madera crujir. ¿Luca estaría allí? No tenía sentido.

Para matar la duda y el tiempo, Alma pasó por sobre Gary hacia la ventana.

Agarrándose de ladrillos, escaló hasta el tejado.

Luca la veía trepar. A su alrededor estaba lleno de colillas aplastadas, ya no le quedaba nada que fumar.

—Le dije a Gary que no quería verte —murmuró, con la vista en el amanecer—, deberías estar durmiendo.

—Gary me contuvo, pero no puede hacerme dormir. —Alma siguió trepando, le pareció que lo que acababa de decir sonaba en doble sentido—. Ya estás al tanto de todo y entiendo tu enojo.

Ella se sentó a su lado, viendo hacia el mismo punto.

—¿Viniste a que te regañe? —Él la observó de refilón, su voz sonaba como un gruñido desgastado—. Ni siquiera sé por dónde empezar.

—Da igual, sabes que no te hago caso. —Ella sonrió de lado—. Hace mucho no hablamos. Pensaba que era estúpido que pasaras toda la noche aquí.

—Sí, es estúpido. —Luca se puso de pie—. Eres lo suficientemente lista para meterte con los Altos Mandos y la Orden de Salomón, deberías saber defenderte de ellos. Yo no tengo nada que hacer aquí.

—Estás siendo pasivo agresivo —siseó Alma—, iba a ofrecerte algo de tomar, algo caliente. Quería agradecerte por cuidarme. Puedes dejar de ser dramático y puedes entrar a la habitación a descansar.

—Para caliente tengo mi siddhi. —Luca se acercó al borde del techo—. No puedo hacer más, Mateo te trajo aquí para protegerte, pero tu rediriges los misiles a tu cabeza. Esta es la última vez que te cuido, Alma.

—Nunca te pedí que me cui...

Ella se quedó a media palabra cuando Luca saltó desde lo alto. Con el sol saliente, se alejó de su casa. Esa frase final no le gustaba nada, sonaba como un final, no como un reproche.

De ninguna manera creía necesitar de los cuidados de Luca, pero los apreciaba, los agradecía. Cada vez que se encontraba devastada él era el único para ella.

Alma mordisqueó sus uñas viéndolo alejarse, sin voltear. Estaba segura que había acabado con su paciencia, que él la despreciaba por su forma de ser, por los problemas en los que se metía, por su aura negra...



Por la tarde, el centro deportivo de la ciudad tenía un ritmo agitado. El partido de la Rompehuesos de Marimé, contra las jugadoras de la ciudad vecina, se daría en unos treinta minutos. Los familiares de las patinadoras iban ingresando para buscar buenos lugares, aunque siempre los había. El roller derby no era de los deportes con más asistencia.

Sofía y Carmela se cambiaban en los vestidores. Solo en esa ocasión se pondrían minifaldas a tablas y medias de red, se pintarían las caras como calaveras y utilizarían gargantillas. Vestirse como se les diera la gana, pegarle stickers a sus protectores y maquillarse con purpurina, era una de las tantas cosas que les gustaba de la competencia.

—Ya vino Cathy. —Sofía se asomó a la pista—. Alma está a su lado.

Carmela echó una mirada al público. Ni su madre ni su padre asistirían, no si ella no se presentaba en una pasarela luciendo algún diseño exclusivo de la marca familiar; aunque eso no sucedería ni en mil años, ella odiaba las dietas, los desfiles de moda, y no sabía ni le interesaba combinar su ropa... o depilarse las piernas. La joven suspiró, Sofía era afortunada.

Al menos Jazmín y Renata llegaban a tiempo para alentarlas a ambas, ubicándose en una esquina lejos de Alma, sin que ésta las viera. No le hablarían a menos que ella lo hiciera.

Fuera del centro deportivo, Lisandro y Gary esperaban a alguien.

Alex y Sebastián caminaban entre la gente que arribaba al lugar. Era difícil mezclarse, ambos llamaban la atención con su impecable ropa y la manía de Sebastián de taparse el rostro con pañuelos o tapabocas.

—Deberíamos ir a un lugar más tranquilo. —Alex habló a quienes esperaban—. Será rápido, estarán libres para cuando el partido empiece.

No tenían por qué alejarse demasiado, a pocas cuadras había una plaza serena. Allí, los cuatro conversarían sin interrupciones luego de presionar el lóbulo de su oreja. El ruido blanco confirmaba que cualquier señal sería botada fuera de su rango.

Alex tomó la palabra.

—Como saben, envié a Sebi a investigar a Bianca —explicó—, sería genial que podamos atar los cabos con lo que consiguieron ustedes.

Desde su inicio en la División, la Legión no se relajaba respecto a los asuntos de la DII. El modo sutil que tenía Bianca para hacer enojar a Alma, sin hacerle nada en lo absoluto, era algo que Alex no lo dejaría pasar por alto. Por ello mismo, Sebastián era el elegido para seguir a la simpática chica como una sombra, a fin de recopilar cualquier dato incriminatorio o relevante.

Al mismo tiempo, Gary y Lisandro creían estar desarrollando siddhis innatos. Al igual que Alma, algo en Bianca no les agradaba, por otro lado Mateo estaba demasiado apegado a ella, y Luca cargaba con ser parte de esa familia.

La información expuesta apoyaba las sospechas sobre la DII; a su vez, Gary y Lisandro se sentían seguros para contar con Alex y la Legión.

—Fue en el parque de diversiones —comentó Gary—, quisimos poner a prueba nuestros siddhis.

Gary recordó que entre el mar de gente, había cerrado los ojos buscando una intención: "alguien que quisiera engañarlos"; cada vez que abría sus ojos, en un punto aleatorio, sus pupilas se detenían en Bianca. Cuando buscaba a "alguien que quisiera dañarlos" no encontraba a nadie en particular.

Al final del día pensaba que ella trataba de engañarlos, pero no dañarlos. Suponía que, como trabajaba para la DII, sabía más cosas que no podía decir. Tanto ella como Mateo decían no saber mucho del asunto debido a sus trabajos pasivos.

Por otro lado, cuando Lisandro presionó a Mateo y a Bianca para hablar, ella percibió la corriente de energía que los unía a él, esa corriente que los hacía expresar sus secretos.

—Al ver mi energía, Bianca la apartó con su siddhi —contó Lisandro—, me acusó de querer atacarlos. Tuve que disculparme, fingir que estaba nervioso por lo sucedido, el resto del día, tanto ella como Mateo se mantuvieron lejos de mí. Saben que desconfiamos.

—No conseguimos nada que la incrimine. —Gary se encogió de hombros.

—No van a conseguir que ella diga algo —explicó Alex—, se trata de analizar los indicios. Por ejemplo, Sebastián vio como hostigaba a Alma con palabras crueles cuando nadie las veía.

—Junto a Mateo no se despegan de Leonardo —contó Sebastián—, cuando no están con ustedes, están con él. Por lo que es fácil deducir que no se encuentran vacacionando, como dijeron, menos en esta situación.

—El caso está cerrado, chicos —concluyó Alex—; lo lamento por ustedes, pero debemos prepáranos para lo peor.

—¿A qué te refieres con que lo lamentas por nosotros? —Lisandro preguntó a pesar que sabía la respuesta.

—Solo intenten que Alma no detone. —Sebastián fue tajante—. Al menos hasta que Mateo se vaya.



En la pista, los equipos se presentaban corriendo en patines y saludando. El público aplaudía con entusiasmo. Las chicas de ambos bandos lucían la mejor ropa que una guerrera sobre ruedas pudiera tener. Colores, coletas y maquillaje de fantasía. Sonaba algo de rock, eso agregaba emoción. Sofía se ubicaba en su puesto de jammer, era la mejor corredora, y Carmela iba delante como bloqueadora.

La referí sopló el silbato. Las ruedas rasparon el suelo, comenzaron los empujones para llegar primero a anotar los puntos.

Los cuatro chicos ingresaron a los minutos de empezado el partido. Espantados, se detuvieron antes de buscar un lugar. No tenían idea del objetivo de ese deporte, que se trataba de un montón de matonas sobre ruedas, golpeándose, agarrándose de la ropa, no les importaba caerse al suelo, romperse la cara o sangrar por ello. El juego debía continuar.



Luego de la bomba, las divisiones con mayor poder de la nación, no podían relajarse. La Sociedad Centinela venía de una racha de pérdidas constantes. El faltante de miembros activos era preocupante; por lo que el presidente y su vicepresidente buscaban la mayor cantidad de miembros confiables para una junta de emergencia. Ante el abandono de los Altos Mandos, y el hermetismo de la DII, tendrían que actuar por su cuenta.

Timoteo Santamarina y Clemente Ferri se reunían al fin con su equipo. Algunos de ellos eran el doctor Emilio Denisovich, además de miembros de otras divisiones o sectores, entre los que se destacaban Orlando White, que a pesar de ser baja casta tendría la oportunidad de participar. Los representantes de la División Alfa: Yaco, Sam y Yamil, por ser los más cordiales y menos conflictivos, reemplazarían a su jefa. Una elegante mujer, que se hacía llamar Pandora, estaba en representación de la División Gamma. A su lado, un pálido hombre de lentes de la familia Delacroix, sería la voz y oídos de las subsociedades restantes.

Por último, se encontraba la vieja jefa de la División Beta, Elisa Loren, encargada de los juicios dentro de la Sociedad; y a su lado Bernard Fontaine, encargado de la seguridad de todas las instalaciones dentro del país; era un hombre de unos cincuenta, lucía temerario, fuerte, con su cabello rapado y sus cejas pobladas.

—Sin la dirección de los Altos Mandos no podemos enjuiciar, ni acusar —decía Elisa, llevaba demasiados años en su puesto y jamás habría imaginado vivir esa situación—, no podemos aplicar las leyes ni sanciones, estamos en una anarquía en la que no podemos confiar en nadie.

—Debemos reorganizarnos —decía el presidente—, ustedes son los más confiables del país, con los únicos que cuento para trabajar en esta etapa. Pero primero necesitamos saber todo aquello que nos ocultan.

—Anoche atacaron mi isla —interrumpió Pandora, la encargada general de los anómalos y líder de la División Gamma—, hace años vienen secuestrando anómalos para hacerlos suyos, y ha habido decenas de incidentes que fueron ocultados a mi jurisdicción. Los anómalos son la subespecie más fuerte, más inteligente. Está claro que quieren un ejército; al menos tenemos la clave para reproducirlos a nuestro favor.

—Es decir que una de las batallas se está dando allí —apuntó Bernard—, el ejército de la Orden no basta, por ello están yendo por los anómalos. Esto es alentador, ningún bando tiene ventaja.

—De todas formas —dijo el vampiro Lord Delacroix—, sus Altos Mandos son tan traidores como los infiltrados de la Orden de Salomón. Yo, como miembro representante de las subsociedades, estoy aquí por fuerzas mayores, pero si me permiten opinar, luego de esto ningún lado les conviene. Gane quien gane, seguirán engañando, a ustedes y al mundo.

En otra ocasión, el joven que proporcionaba los elixires de vampiro, habría sido castigado por sus herejías contra las máximas autoridades. Esta vez, los centinelas tenían que tragarse su orgullo y admitir que ya no importaba el bando ganador, sino que era imperativo jugar su propia mano para definir un nuevo destino.

—Delacroix tiene razón —habló Yaco—, de todas las sedes, que son ¿cuántas? ¿Más de quinientas? ¿Cuántos representantes respondieron? ¿Y de las demás islas privadas alguien sabe algo?

—El setenta por ciento de presidentes dice tener la misma ignorancia —aclaró Clemente—, pero hay un treinta por ciento que continúa apegado a los protocolos de los Altos Mandos. De las IPC, islas privadas centinelas, han respondido dos de cuatro prisiones y cuatro plataformas perdición.

El presidente prosiguió.

—Suponemos que las guerras suceden en las IPC. Nosotros, sin la tecnología apropiada y con las comunicaciones quebradas, no podemos hacer muchas averiguaciones. Sin la DII, que es "el cerebro", no somos más que un ente sin rumbo.

—Será que debemos recrear un cerebro. —Orlando White se levantó de su silla—. Solo soy un arqueólogo de la baja casta, pero esta sociedad está plagada de gente capaz y joven. Algunos miembros de la División Alfa son la prueba de ello, luego de este desastre es mejor darle voz a los que nunca la tuvieron, en vez de seguir oyendo los mismo discursos caducados. El respeto a nuestras autoridades no tiene forma de volver, ahora serán ellos los que deban oírnos.

Una tercera posición nacía del desastre, de otra manera no habría sucedido. Tenían la misión de unir a los estafados, a los relegados, con el fin de rehacerse sin cometer los mismos errores.

¿Sus ventajas? Eran mayoría y tenían un espíritu imbatible. ¿Sus desventajas? Debían construir una nueva estructura, y debían enfrentarse a un poder desconocido, un poder que amenazaba con arrasar la historia completa.



Un teléfono no dejaba de sonar.

El móvil de Mateo sonaba y vibraba en una pequeña mesa de la casa del campo, en donde estaba con Bianca. Ella se reía, y por momentos tomaba largos tragos de una botella de champagne; su cuerpo ebrio no tenía la fuerza de tomar el aparato para apagarlo por sí misma.

—¿No vas a atenderlo? —preguntaba alzando sus cejas—, a lo mejor quiera un intercambio —dijo guiñándole un ojo.

La llamada se cortó. Mateo seguía con la vista en el teléfono, estaba intentando armar un cubo Rubik. Alex no dejaba de atormentarlo con sus llamadas. Entonces, el teléfono volvió a sonar por veinteava vez en la noche.

De un arrebato, se decidió a contestar.

—Ale... —Mateo intentó hablar.

—¡Al fin atiendes, pequeña mierda! —El chico gruñía rabioso—. ¿Crees que puedes desaparecerte luego de lo que la DII y los Altos Mandos están haciendo? ¡¿No crees que le debes una explicación a tu hermana, a tus amigos?!

Mateo puso su vista en blanco, eso era lo que menos le importaba a Alex. Pretendía dar un golpe bajo para quitarle información, pero ambos se conocían demasiado bien.

—Alex, ¿qué cargo crees que tengo en la DII? —inquirió Mateo, recomponiendo su postura—, sí, sabía lo de las batallas, pero no tengo más datos. No podía decir nada porque de hacerlo no habría cambiado nada, y me habrían ejecutado. ¡Tú eres el que debe una disculpa, influenciaste a Alma para que la Sociedad Centinela termine en una anarquía!

—¡¿En serio la sigues subestimando?! —Alex no dejaba de gritar—. Yo no la influencié, siempre pensamos igual. Estoy demasiado feliz que no tenga nada en común contigo. Lo único bueno que has hecho en tu vida es dejarla como líder de la División.

—¿Llamaste para hostigarme? —La voz de Mateo sonó firme—. Te aclaro que los asuntos con Alma o mis amigos los soluciono yo. No necesitas ser portavoz de nadie. A menos que hayas llamado para sacarme algún dato, utilizando los mismos trucos sucios. Lo lamento por ti, aprendí a ir a un paso adelante, Alex.

Bianca llevó sus manos a la boca con una expresión de asombro. Un prolongado silencio del otro lado le hizo poner los pelos de punta.

—No llamo para hostigarte, ni para hacer un trato. —Alex bajó los decibeles, parecía haber tomado una gran bocanada de aire—. Llamé para advertirte. No hagas algo de lo que te arrepientas o yo mismo cortaré tu trastornada cabeza, maldito psicópata.

La cara de Mateo empalideció, sus piernas trastabillaron hacia atrás, temblorosas. Cayó al suelo. La llamada finalizaba. Ni regaños, ni sobornos, Alex llamaba para amenazarlo de muerte, y él, solo él, lo conocía demasiado como para saber que en esta situación sus palabras no eran producto de su exageración.

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