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Capítulo 16: Farol

El doctor Emilio terminaba de realizar su trabajo con Alma. Los demás chicos eran atendidos por enfermeros, sus heridas eran superficiales; tenían cortes, quemaduras y golpes, nada de qué preocuparse. Tan solo Ángeles y Dante se salvaban, aunque no del hollín en sus rostros y ropa.

Las manos de la líder temblaban, y no se debía a su herida por mordedura, la cual ya no dolía. Sus oídos seguían aturdidos, la violencia con la que los anómalos habían atacado le daban a entender que, en ese momento, seguía viva de milagro. Tan solo si esa mordida hubiese ido a su cuello.

Un pésimo día terminaba con una noche fatal, le sería difícil huir de las pesadillas, quitarse ese horrible malestar.

—No voy a convertirme en anómalo, ¿verdad? —Alma intentó mofarse para aplacar sus pensamientos negativos—. Sería muy cómico —añadió con la voz apagada.

—Lo dudo. —Emilio revisó los exámenes recientes de Alma—. Los anómalos son manipulados genéticamente antes de nacer. No sería cómico, consideran a los humanos como amenaza, y...

Un intenso alboroto se oyó en los pasillos del hospital centinela. Alma se levantó de la camilla. Podía imaginarse de que se trataba. La "preciosa" división de la que era líder estaba en caos.

—¡Les dije que no podrían con esto! —Luca era retenido por Yaco y Mao—. ¡Nosotros los habríamos capturado sin tanto circo, sin arriesgar a nadie!

En eso, Luca tenía razón, pero la captura de los anómalos era una excusa por una causa mayor.

—¡Estamos todos vivos, acabamos con siete de ellos sin su ayuda! —Alex no tenía intenciones de golpearlo, pero de igual modo elevaba su voz—. ¡Preocúpate por ver quién nos quería hacer explotar! ¡¿Por qué eso no te genera molestia?!

—¡Cállense de una vez! —Alma se interpuso entre Alex y Luca—. Nuestra misión no tenía riesgos más que las habilidades de los anómalos. No contábamos con una emboscada, Luca. No acuses a Alex o a los chicos que han trabajado hasta el cansancio.

—Nosotros también trabajamos —reclamó Luca—, pero no te importa. Desde que están ellos nos excluiste de todo lo que tanto te quejabas.

—Antes no te gustaba mi indiferencia —dijo Alma—, y ahora no te gusta mi compromiso. Ya entendí, no hay forma de conciliar contigo.

Luca se soltó de las manos de sus compañeros, no atacaría.

—Deja el drama, Luca —prorrumpió Mao, quien sabía los motivos de la exclusión—, ellos tienen razón, es más preocupante que alguien esté tras el detonante y la muerte brutal de los anómalos.

Alex alzó su voz y preguntó:

—¿La DII no sabe nada de esto, Mateo?

El chico se espabiló.

—La DII tiene asuntos más importantes que unos mutantes —respondió Mateo, calmado—, las subsociedades son problema de las Divisiones. Deberías saberlo.

—Es posible que todo detonara como mecanismo de seguridad. —Bianca apareció entre los chicos—. ¿Por qué están tan seguros que fue un atentado contra ustedes? ¿Por qué habrían de realizar un mecanismo tan elaborado si solo iban a cazar anómalos?

—Por la boca muere el pez. —Alex se dio la vuelta con la última palabra.

El hospital centinela quedaba en tierras privadas y cerradas al mundo, rodeado de plantas y árboles de copas frondosas que lo ocultaban en las rutas. Allí, la noche era clara, las estrellas eran opacadas por la iluminaria artificial. Una brisa cálida venía del norte, no importaba que fueran las tres de la madrugada, la División Alfa permanecía despierta como en un sábado por la tarde. El aire puro disolvía el humo que lanzaba Luca, sentado en un banco y con una lata de soda en su mano, Mateo y Bianca lo acompañaban. Yaco, cruzado de brazos, los observaba desde la entrada del hospital, hasta que Mao apareció a su lado con café caliente.

—Alex puso su objetivo en el lado correcto —comentó Yaco, su mirada afilada seguía en el mismo punto—, de otro modo no habría terminado así. De todas formas, no creo que intentaran matarlos, sino intimidarlos.

—Los de la Legión no se dejan asustar. —Mao buscó la mirada de Yaco—. Esto solo reafirma sus convicciones, ¿qué haremos cuando tengamos que participar? No quiero que me bombardeen, soy muy joven y bello para morir.

—Por el momento, lo mejor es fingir ignorancia. —Yaco se dio la media vuelta—. Una vez que la Legión consiga los nombres... vendrá el verdadero problema.



En una de las habitaciones, Alma se recostaba luego de despedirse de los chicos de la Legión; irían a su sede en el Club Inferno para analizar las pruebas obtenidas, exceptuando a Alex, quien merodeaba con temor a un nuevo ataque. A la líder no le era necesario permanecer en internación, la mordida parecía un fuerte apretón; un hematoma negro lo recubría, era lo máximo que las medicinas centinelas podían hacer por ella, aun así seguiría en observación.

Recostada, Alma deslizó la pantalla de su teléfono justo cuando golpearon a su puerta. Gary y Lisandro ingresaban con dulces y chocolates para ella, Alma esbozó una sonrisa.

—Vimos la comida del hospital, a esta hora no quedaba mucho —comentó Lisandro.

—¿Cómo te encuentras, Alma? —Gary se acercó a ella, tenía la preocupación dibujada en su expresión llorosa—. Me asusté muchísimo cuando Sam nos avisó, sentí que mi corazón iba a salirse, ¿por qué no contaron con nosotros? —preguntó en un reproche, para luego lanzarse a abrazarla.

Esta vez, Alma no se contuvo, no se quedó rígida, lo estrechó contra su cuerpo de igual manera y aspiró su perfume, el cual tenía un efecto sedativo. Necesitaba ese abrazo, el cariño genuino, el apoyo incondicional. Quería mantenerse así todo el tiempo que fuera posible.

—Vamos a seguir trabajando con Alex. —Alma fue soltando el abrazo de Gary—. Lamento dejarlos fuera, no sucederá otra vez, de ahora en adelante me gustaría que todos trabajemos como un equipo.

Unir a la División y a la Legión sería su nuevo objetivo, uno fundamental.

—Cuenta con nosotros —dijo Lisandro.



Por la mañana, la luz pálida del sol ascendía iluminando las plazas. Los madrugadores disfrutaban de los cánticos de las aves, del aire puro, la vida sana. Sofía trotaba, a su lado iba Lisandro, con sus ojeras hasta el suelo. A penas podía seguirle el ritmo a la enérgica jovencita, y ni siquiera sabía si podría darle una clase de matemática.

Luego de pasar toda la noche en vela, la concentración era imposible.

Sofía se detuvo.

—Vas a tropezarte con tus pies. —Ella se cruzó de brazos y se sentó en una banca—. Anoche se fueron muy apresurados, ¿sucedió algo?

Era difícil explicar que habían dejado el Antro al enterarse que su hermana estaba en el hospital, luego de ser mordida por un ente biomodificado y con quemaduras tras una explosión premeditada.

—La hermana de Mateo tuvo un accidente —dijo Lisandro, después de todo Sofía no tenía idea sobre la relación de parentesco que existía entre ellos.

—¿Qué clase de accidente? —inquirió rápido, preocupada.

—Un incendio en su casa... —murmuró, sintiendo asco por su forma de mentir—, fue un gran susto, no pasó a mayores. Estuvimos toda la noche en el hospital y dormí muy poco.

La chica se levantó y sacudió su ropa.

—Tampoco dormí muy bien, en unos días es el partido de las Rompehuesos. —Sofía prosiguió a caminar—. Ya me encontraba nerviosa por ello, y tuve que sumarle el disgusto que me dio mi madre.

Las ganas de hablar de Sofía eran evidentes, en pocos minutos le daba todos los detalles de la situación con Delfina, remarcando su preocupación por la mudanza, y el que el dinero de Cathy apenas alcanzaba para solventar los gastos como para pensar en una renta, ya que ellas no conseguían trabajos estables.

—Dime si hay algo en lo que pueda ayudar —dijo Lisandro.

—Alma dijo que se encargaría. —Sofía siguió caminando por el sendero—. Me da miedo pensar en sus métodos. Está rara, pero no como otras veces en las que uno sabía que se debía a la depresión, a la abstinencia..., está rara de verdad.

Cualquier cosa que Lisandro dijera podría ser contraproducente. Sofía demostraba ser perspicaz, y en el fondo se preocupaba por Alma. Pero si le decía algo como: "deberías acercarte más a tu hermana, hablar con ella", tan solo generaría un problema a la líder de la División, Alma se vería obligada a ocultar mejor su doble vida e inventar mejores mentiras para sostenerla. Al final, la desunión entre las dos, era una ventaja.

Sin nada que aportar, Lisandro se quedó en silencio.

—¡Ah, tengo una llamada! —Sofía se sorprendió cuando su móvil comenzó a sonar—. ¿Bianca?

Lisandro hizo un repiqueteo con sus pestañas, ¿era la misma Bianca? Sofía sonrió, de repente se vio muy animada.

—¡Claro, sería genial! —Sofía se apartó más de Lisandro, él ya no podía oír la conversación.

Algo olía mal. Si se trataba de Bianca, meterse con Sofía sería la gota que colmaría el vaso. Para algunos, como él, era evidente el rechazo que Alma le tenía a su prima, sumado a que todos en la División debían respetar los límites impuestos por su líder, pero Bianca no trabajaba para Alma.

Sofía cortó, regresaba junto a Lisandro con el rostro iluminado por una feliz mueca. Era extraño verla de ese modo.

—Disculpa. —Lisandro no pudo evitarlo—. ¿Hablabas con la prima de Mateo?

Sofía asintió con la cabeza.

—Anoche intercambiamos números con las chicas —comentó desprevenida—, nos dijo que en unos días se irá, pero como le caímos bien quería invitarnos a un parque de diversiones.

—¡¿Parque de diversiones?! —Lisandro se detuvo en el lugar, hablar de ello solo le recordaba a la pelea con la Legión.

—¿Sucede algo? —Sofía notó que Lisandro había empalidecido.

—Tengo que irme.

El joven olvidó decir adiós, o hasta luego, en cambio salió corriendo de la plaza mientras marcaba a los chicos de la División, o por lo menos a tres de ellos, a Gary, a Yaco y a Mao, excluyendo por completo a Luca.



Apartada de la gran urbe se encontraba la morada de Yaco. La misma era pequeña, de ladrillos al descubierto y tejas rojas; la adornaban unas cuantas decenas de plantas y flores; alocacias, petunias, hiedras y demás. Aunque su dueño no pasara mucho tiempo allí, le bastaba su siddhi para hacerlas crecer de modo que fueran la envidia del vecindario. El aroma que se respiraba era una mezcla de fresias y lavandas, también a unas galletas recién horneadas para sus invitados.

—¿Y bien? —Yaco colocó las galletas en el centro de una pequeña mesa, rodeada por sillones; junto a Gary y Mao, esperaban que Lisandro les hablara—. ¿Cuál es el problema?

Lisandro apoyó sus codos sobre sus piernas, llevando sus manos al rostro.

—Bianca.

—¡Ja! —Mao soltó una fuerte risa forzada, de inmediato se llevó una galleta caliente a la boca.

Yaco hizo una señal de silencio con su mano, su rostro impávido le daba a entender que debía ser cuidadoso con sus palabras. A diferencia de la Legión, no contaban con artilugios que les permitirán no ser rastreados.

—Gary, tú... —Lisandro tragó saliva—. ¿Practicaste con tu siddhi innato? ¿Pudiste averiguar si era real o solo una percepción?

Gary asintió rápido.

—Estuve en medio de varias multitudes en la ciudad, me concentré, y luego me detuve en los rostros. —El chico pensó un rato—. Intenté buscar criminales..., cuando busqué la información de los rostros, en los cuales me detenía, me di cuenta que acerté en todos.

—¿De qué hablan? —Mao tragó su galleta.

Lisandro explicó, que tanto él como Gary suponían estar desarrollando siddhis innatos, nada les aseguraba que lo fueran, excepto la práctica.

—¿Qué clase de siddhi innato? —inquirió Yaco.

—La gente suele hablar de más conmigo —explicó Lisandro—, expresan sentimientos profundos, dicen cosas de modo inconsciente.

—En mi caso —prosiguió Gary, dubitativo— busco una intención en las personas, y la encuentro. Mi vista se dirige a la clase de persona que quiero hallar. Es decir, si quiero buscar a un anómalo, mi mente funciona como una brújula que me atrae a él. Es un tipo de percepción, me sirvió con Apolo.

Las descripciones de los siddhis innatos parecían bastante endebles. Ni Mao ni Yaco pretendían deshacer sus ilusiones, ya que de ser cierto, podrían estar frente a una interesante herramienta.

Mao tomó una galleta, y guardó tres en su bolsillo antes de volver a hablar:

—Chicos, no necesitamos un siddhi para coincidir que la postura chispeante y positiva de Bianca es... agobiante.

Yaco añadió:

—Y un problema si esa "chispa" está rondando en los espacios personales de una "bomba de tiempo". —Refiriéndose a Alma, todos lo entendían—. A lo mejor estamos sugestionados por lo que pasó con Alex. No tenemos pruebas suficientes para creer en una emboscada; sería demasiado rebuscado de su parte. Por otro lado, comenzaría a sospechar de personas de las que no quiero pensar mal.

—A lo mejor exagero. —Lisandro mordió sus uñas, no podía comer bocado—. Cuando Sofía me dijo lo del parque de diversiones, solo vi malas intenciones.

—Podemos ir al parque con las chicas —propuso Mao—, y pueden ejercitar sus siddhis ahí —añadió guiñando un ojo.

En un presente de traiciones y emboscadas, no podían dejar pasar nada por alto, ni un mínimo detalle. Por eso, no volvieron a tocar el tema. Restaba mantenerse alerta, buscar la forma de corroborar o descartar sospechas.



—¡Un, dos, tres! —Los palillos de Carmela marcaban el tiempo.

En la guitarra de Renata sonaba un pegajoso y veloz riff, Jazmín avanzaba con un violento machaque; era el turno de Alma, pero sus dedos volvían a trabarse en las gruesas y duras cuerdas de su bajo.

La música se detuvo. Carmela estiró sus brazos atrás, el ensayo se hacía en su casa; transportar una batería era imposible y las salas de ensayo estaban cada día más caras. Así que aprovechó que sus padres no estuvieran para hacer algo de ruido, pero el tiempo que llevaban allí parecía no servir de nada.

—¡¿Otra vez, Alma?! —Renata se quitó la correa y dejó su guitarra a un lado.

—¿Es por lo de esa chica? —interrogó Jazmín—, ¿por qué te jode que nos invite a un parque de diversiones y pague todo? ¡Nunca tenemos dinero para ir por nuestra cuenta!

Alma dejó el bajo a un lado y se sentó en el suelo. No había practicado su tablatura, no recordaba la canción, su mente era un caos, no podía seguir el tiempo, ¿cómo podía hacerlo si la noche anterior le habían lanzado una bomba para que muriera? Para colmo, lo primero que se enteraba era que Bianca ya las había endulzado, invitándolas a pasear como las niñas tontas que eran. ¿Qué excusa podía poner para que la ignoraran? No tenía nada que decir en su contra, y cuanto más destilaba su odio contra Bianca, peor quedaba, como una loca, una odiadora serial, una envidiosa y malvada bruja.

—Pueden tocar sin mí. —Alma tomó una botella de agua del suelo—. El bajo es un instrumento de mierda, nadie sabe si suena o no, nadie los distingue en las canciones.

—El bajo no es un instrumento de mierda si te aprendes tu puta tablatura. —La voz de Jazmín sonó áspera—. ¿Sabes? Si no quieres tocar con nosotras en el cumpleaños de Mao, está bien.

Alma apretó sus muelas, deseaba con locura tocar, en el escenario se sentía más poderosa que con su siddhi haciendo desastres.

—Podemos conseguir otra bajista en una semana. —Renata la apoyó.

—Chicas... —Carmela comenzaba a sentirse incomoda—. A lo mejor necesitamos un día de descanso y luego volvemos a juntarnos.

—¿Un día de descanso? —inquirió Renata, furiosa—, solo Alma no ha practicado, no debería seguir atrasándonos, ¿por qué? Nadie sabe, si ni siquiera la vemos estudiando para un puto examen de la universidad, ¡ni siquiera trabaja como yo!

A pesar de su intento por mediar, Alma tomó su bajo y lo arrojó sin cuidado por el suelo. Un ruido estruendoso las asustó, aunque el mismo no se rompió. Ella se dio la media vuelta, no podía estar en una banda, no podía ser parte de las Gatas ácidas por más que fuera una de las pocas cosas que disfrutaba en la vida.

Abandonar la casa de Carmela en esos términos era abandonar la banda, dejar su puesto a la deriva. Ya no podría regalarle a Mao un show, a pesar que él pareciera odiar su música. Alma contuvo su llanto, un llanto de frustración. En un bolsillo llevaba la tablatura y la letra que Jazmín había escrito pensando en ella. Tomó el papel y lo hizo trizas, arrojándolo a un cesto de una plaza, en donde se sentó. En otro bolsillo llevaba hierba, cortesía de Apolo, fumaría solo un poco, tenía que calmarse antes de crear una pista de hielo.

Lanzó el humo y miró su teléfono. Las chicas no iban a rogarle que volviera, no después de esa patética escena. Pobre Carmela, a lo mejor le había rayado las cerámicas del suelo.

<<Es lo mejor, debo dejar de jugar>>, pensó.

Así como debía escoger su lugar en la Sociedad, debía escoger una de sus dos vidas, y estaba claro de cual no podía huir. De hecho, la única llamada que recibía era una de su amado hermano: Mateo, entonces atendió.

—¿Qué? —Alma dio una pitada, ni siquiera dijo hola.

—Lamento molestar. —Mateo sintió el rechazo—. Papá quiere una cena en familia. Quiere hablar contigo.

La voz de Mateo sonó como un molesto zumbido. ¿Con qué descaro, el hombre que la trataba como si fuera invisible, quería cenar con ella? Peor aún, no tenía ni el valor de invitarla él mismo.

—Mateo, no me jodas. —Alma carcajeó, las emociones comenzaban a confundirse, no tenía idea cómo reaccionar. Tenía tantas cosas para decir, y a la vez sentía que no valía la pena.

—Por favor, ven esta noche —insistió Mateo—, nos iremos en unos pocos días, y es probable que no nos volvamos a ver.

—¿De qué hablas? —preguntó Alma, Mateo comenzaba su lamentable teatro.

—Ven, y puedes pedirme lo que sea.

—Muérete, y tu prima también. —Alma consumió lo que quedaba de su cigarro.

—Luego de que vengas.

<<Como si fueras a cumplirlo...>>, deliberó.

Alma cortó la llamada, Mateo insistiría, su otro siddhi era el de joderle la existencia. Ella lo pensó mejor, quizás tenían algo importante que decirle, o al menos tendría la oportunidad de hacerle preguntas a su padre.

De regreso a su casa, se roció con perfume para tapar su aroma a humo; antes de ver a Cathy, fue directo a bañarse. Su tía era demasiado perceptiva y no quería sermones.

Se peinaría, se vestiría y procuraría verse decente. Antes de ir a la "cena familiar", tenía que ver a Alex. Luego del catastrófico resultado de la noche anterior, algunos artilugios comenzaban a darles indicios de quien estaba tras el atentado.



La reunión se daba en el subsuelo del Club Inferno. Sobre la mesa estaban los collares de los anómalos, desarmados, también algunas plaquetas quemadas, libros, papeles y un sinfín de cosas, de las cuales no se distinguía la evidencia de las herramientas.

Para sorpresa de Alma, Mao y Yaco intercambiaban palabras con los chicos de la Legión, en tanto ayudaban con el trabajo.

—Me alegra verlos trabajando juntos. —Alma se dejó caer en una de las sillas, exhausta—. ¿Han... logrado encontrar algo?

—Demasiados indicios. —Yaco alzó su rostro, el cansancio era evidente.

—Cada ingeniero, programador, o cualquier científico —comenzó diciendo Ángeles, tomando uno de los collares metálicos—, deja en sus productos sus "huellas digitales", no literalmente, pero su nombre está en las formas, en los propósitos, el diseño, los códigos y el lenguaje que usa.

Los párpados de Alma cayeron, de inmediato los abrió.

—Vamos al grano —continuó Alex—, la tecnología que portaban los anómalos sigue el patrón tecnológico de la DII.

No hubo sorpresa, ni una expresión de asombro por parte de Alma.

—Tenemos nombres. —Dante fue en busca de la pizarra de conspiraciones y señaló una de la últimas ramas incorporadas a la DII—. Programa Disociador M. Estaban relacionados con los intelectuales de los Nobeles.

—¿El programa no es para borrado de memoria? —preguntó Alma.

—No, es más complejo que eso —prosiguió Alex—, en sí, no borran la memoria. La van disociando, generando traumas y enviando al inconsciente lo que se "pretende olvidar". Incluso pueden hacer florecer otras personalidades y nuevas autopercepciones, básicamente es un hackeo cerebral.

—¡Eso es horrible! —Alma saltó de su lugar—. Si tienen que traumarte para poder olvidar algo, solo crearán personas tristes e inestables.

—Habían dado la explicación en una conferencia. —Mao alzó una ceja—. Estabas allí presente, Alma, enviándote mensajes con cierta persona —miró a Alex.

—El punto es que solo un sector de la DII está comprometido. —Alex carraspeó la voz, todos prestaron atención a la pizarra—. Si toda la DII estuviera involucrada, la Sociedad habría dejado de llamarse Centinela hace rato.

Con un marcador negro, Alex señaló a los sitios de la Sociedad que podrían ser parte de la traición. El Programa Disociador M, el escuadrón militarizado de la DII, el Director de Base de las prisiones, y por último, se detuvo en el primer eslabón "Los Cuatro Altos Mandos"

—Uno de ellos —remarcó Alex—, hay uno de ellos por los cuales otros ascendieron. Considero, en tiempos de traición, que nada debe ser tomado como casualidad.

—¿Qué haremos con esto? —preguntó Alma—. ¿Denunciar a un Alto Mando? Antes de eso van a volarnos en partes, esta vez de verdad.

—Haremos pública toda evidencia y acusación a los Altos Mandos —resolvió Alex—, los presionaremos para sacarles la información que le falta a nuestro rompecabezas.

—No estoy de acuerdo. —Yaco enfrentó a Alex—. No estamos seguros de nada, y mucho menos tenemos el motivo de la traición. ¿Qué lograríamos con esto? Además, si uno de los traidores en un Alto Mando y la DII, nos harán polvo antes de tocar el suelo.

Alma esperó una respuesta de Alex, hasta el momento Yaco la convencía más.

—¿Qué lograríamos? Dejar de ser subestimados, cuando todo explote no voy a ser tomado por sorpresa —continuó Alex—, no moriremos, los extorsionaremos. Si se niegan a decir todo lo que saben, soltaremos toda evidencia a cada miembro de la Sociedad, todos ellos quedaran en falta, traidores o no.

—¿Y confían que esto proteja nuestro plan? —Mao señaló su oreja, ahora llevaba un distorsionador de señales.

—Ya estamos en el lodo. —Alma dio algunos pasos hacia la mesa, observó la pizarra con detenimiento—. Nos consideran una amenaza, es momento que cada bando muestre su rostro y su objetivo.

—Alma, escúchame. —Yaco se colocó a su lado, su voz gruesa sonaba como un reproche—. Estaríamos provocando una guerra, quedaremos en medio del fuego cruzado.

—Lo sé, pero al menos sabremos el motivo. —Alma inspiró hondo, sabía que no tenía idea en qué se metía—. Es inevitable, y mantenernos sumisos no nos garantiza nada.

Yaco apretó sus puños, él mismo dudaba sobre qué decisión tomar. A diferencia suya, la Legión y Alma habían sido bombardeados a discreción, atacados por anómalos con el fin de eliminarlos; su perspectiva era distinta. Todavía les generaba espasmos pensar en la muerte tocando sus talones, más que nadie sabían que debían jugar a todo o nada.

—Podemos buscar alguna forma de desvincularlos —propuso Yamil, refiriéndose a Yaco y Mao.

—No a mí. —Mao sonrió confiado—. Estoy cansado de dilatar el asunto. Por culpa de las infecciones de energía negativa mi madre terminó muerta. Quiero a los culpables cuanto antes, y si puedo hacer algo, lo haré cuanto antes.

—No es necesario que me desvinculen. —Yaco suspiró, resignado.

—Tengo una última pregunta —intervino Alma—, ahora mismo tengo una cena familiar. Como saben, tanto Mateo, como Bianca y mi padre tienen cargos en la DII, quisiera...

—No encontramos nada que los incrimine a ellos... —afirmó Alex—, por ahora, así que sé prudente.

Prefería creer en Mateo, ella le había salvado la vida, él había estado infectado, y no tenía ningún sentido meter a todos su amigos en una sociedad secreta para luego traicionarlos.

Alma salió del club junto a Yaco y Mao.

—Te decidiste muy rápido —recriminó Yaco a su compañero—, esto será una situación imposible de manejar, ¿te das cuenta de eso, Mao? No puedes dejarte llevar por el rencor.

—Tú no perdiste a nadie, no me digas qué hacer. —Mao no se alteró en lo absoluto—. Además, tenías la posibilidad de desentenderte del tema. ¿Por qué no lo hiciste?

—¡No se puede! —Yaco ya no sonreía.

—Chicos... —Alma les hizo señal de silencio—. Todo va a estar bien, a lo mejor mi padre sepa más de esto. Intuyo que no me invita a cenar porque quiere saber de mí.

Los chicos guardaron silencio. Cada uno tomó un camino distinto.

La noche caía entre nubes tormentosas, era la hora de la cena.

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