Capítulo 15: La cuarta carta
A pesar de poder usar energías positivas y negativas para activar su siddhi, la concentración y el uso inteligente del mismo sería la clave para pasar desapercibida. Alma no podía darse el lujo de enojarse y hacer una demostración de su devastadora fragilidad mental, no era una ventaja, era un problema, uno grande considerando sus problemas emocionales. En la noche, ejecutarían el plan de Alex, y para ello tenía que enfocarse en el objetivo, ver las cosas con claridad.
Uno: atacar la sede de los Nobeles, la secta que servía de nexo con la Orden de Salomón, es decir, los centinelas traidores.
Dos: conseguir cualquier dato que los llevara a los traidores y su objetivo, aunque implicara tomar rehenes y luchar contra anómalos.
Tres: planificar el siguiente paso en base a lo obtenido.
Un movimiento a la vez, con un margen de error igual a cero. Fracasar no era una opción, así lo repetía Alex. Era su frase favorita, pronunciarla era cabalístico.
Solo una noche, solo una chance.
Para ello, Yamil Skrulvever le había dado instrucciones de relajación a su nueva líder, debía mantenerse concentrada. Nada debía sacarla de su eje. A demás de los masajes que le proporcionaba, era imperativo que ella pudiera controlarse a sí misma.
"Busca un sitio en donde te encuentres segura, come algo que desees, cierra los ojos, escucha tu música preferida y piensa en un momento feliz, o en un deseo".
Ese era el consejo del extraño muchacho, algo bastante simple, pues se suponía que era un paliativo, no la solución.
¿Un lugar? Su habitación, en su cama, con los auriculares a punto de estallar. ¿Qué música? Ese punk rancio que la remontaba a su adolescencia, ¿y en su boca? Un cigarro de los que fumaba Luca, a los cuales no habituaba. Sus labios picaban un poco, le recordaba a un apasionado beso. Alma se envolvía en una atmósfera calmante. Podía dejar el tiempo pasar. Lo único que le faltaba a su escenario era un pensamiento feliz.
Si bien su vida no era un lecho de rosas, era una chica agradecida con lo que tenía; un hogar tranquilo, una tía amorosa, amistades incondicionales, y podía seguir la lista. Luego de años de terapia estaba reconciliada con la vida, podía encontrar la luz en la oscuridad..., aunque las cosas cada vez se pusieran más y más en su contra.
—Un momento feliz. —Con los ojos aún cerrados, Alma mordió su labio.
Tenía suerte de no ser juzgada en su mente, porque allí solo podía pensar en aquella noche junto a Luca.
Le había mentido, se había mentido, ¿cómo no involucrar una pizca de sentimientos? ¿Cómo podía olvidarlo al día siguiente? No tenía experiencia en relaciones pasajeras, ni reales, no tenía experiencia en nada como para tomarlo con liviandad.
Dio una pitada al cigarro, mantuvo el humo dentro de su boca, para luego exhalarlo con lentitud. Deslizó su mano bajo su ropa interior y recordó el modo en el que Luca la había tratado esa noche, el peso de su cuerpo desnudo contra el de ella, sus jadeos contra su oído, el modo en el que pellizcaba su piel..., sus besos recorriendo su cuerpo.
Su espalda se arqueó, su corazón bombeaba apresurado, dejó caer su mano a un costado y se quitó los audífonos. Le pareció oír una discusión. Apagó el cigarro, y ventiló la habitación. El griterío en la planta baja se hizo más intenso.
—¡Lárgate, esta no es más tu casa! —vociferaba Sofía, con la garganta desgarrada.
Alma descendió por las escaleras, descalza, con su cabello revuelto y el pantalón desabrochado. Al ver esa imagen frente a la puerta, se detuvo en el último escalón.
Su madre traía una maleta consigo y una barriga que parecía pelota de playa. Contenía la respiración con una expresión de furia, sus labios apretados guardaban algún insulto, pero la niña llorona que había dejado atrás ahora era una violenta muchacha que no se contendría por nada del mundo.
—Ma... —Alma trató de hablar, pero las palabras se le agarrotaron en la garganta.
—¡Delfina, no puedes venir así! —reprochó Catherine, mediando entre madre e hija.
Cathy sabía que Sofía y su hermana compartían el mismo temperamento, y no les importaría ser madre e hija si tenían que ganar su partida aunque fuera mediante la fuerza bruta.
—¡Esta sigue siendo mi casa! —La mujer dio un paso adelante—. ¡Si no les gusta, pueden irse!
—¡¿Crees que te dejaré pasar?! —Sofía se adelantó, bloqueándole el paso a su madre—. ¡Me importa una mierda que estés embarazada! ¡No puedes venir cada un mes, luego cada seis, y luego cada año a jodernos la vida!
—Sofía, detente —intervino Cathy—; Y tú, Delfina, vamos a la cocina. Sofía tiene razón. No podemos estar en el mismo espacio.
—Si no se va esta mujer, me voy yo. —Sofía se dio la media vuelta y subió por las escaleras a todo trote.
Con una mano en el pecho, Alma prefirió bajar y escuchar la conversación entre su tía y su madre.
—Esto no es por la casa —decía Catherine—, si tanto la quieres, danos un tiempo para irnos. Tus hijas no pueden convivir contigo, lo sabes.
—No puedo irme en estas condiciones —replicaba Delfina—, han surgido complicaciones con mi renta.
—Te daré dinero. —Cathy buscó en su cartera—. Puedes ir a un hotel, yo pediré un crédito para que nos podamos mudar. Puedes quedarte con tu casa, tus cosas; pero no voy a permitir que vuelvas a hacer esto.
—¡Ah! —Delfina soltó una falsa risotada—. ¿Quieres darme lecciones de moral? ¡Nadie te pidió que vinieras a hacerte cargo! Tú lo pediste. A ti te encanta ser un mártir. Criando hijos ajenos, trabajando noche y día, solterona por siempre, ¿cuándo fue la última vez que te preocupaste por ti misma?
—Toma el dinero, Delfina. —Catherine ignoró todas las provocaciones—. Lárgate, porque te prometo que Sofía, aunque es una chica justa, heredó tu violencia y no la detendré.
Alma vio cómo su madre tomaba el dinero de Catherine de un arrebato, y se marchaba dándole la espalda. La puerta se cerraba de un azote. Catherine se sentaba sosteniendo su cabeza. Esos pocos minutos rompían la paz.
¿Por qué se tenía que aparecer justo en ese instante? ¿Justo ese día? Nada tenía que quebrar su estabilidad y sucedía como si un titiritero pretendiera llevarla con lentitud hacia el abismo.
Alma tomó aire y calentó agua para beber un café, luego frotó la espalda de su tía.
—Tengo varios contactos —dijo Alma y se sentó frente a ella—, en una semana podremos mudarnos. Mantengo una amistad con Alex, él me ofreció un trabajo en un bar nocturno, no tendremos problemas, Cathy.
—Lamento mucho los padres que te tocaron. —La voz de Cathy sonó apagada.
—Nadie tiene una familia perfecta. —Alma intentó reír—. Lo importante es que estamos juntas.
Lo económico no era un problema, que irrumpieran en su psiquis un día tan complicado sí, lo era. Alma procuró guardar calma hasta la tarde, en la que Alex fue por ella.
—¡¿Tu madre?! —Alex conducía en dirección a la casa de la iniciación—. ¡¿Justo hoy?! ¡¿Embarazada?!
No era su culpa. Alma terminaba de comentarle la situación, pese a sus esfuerzos por mantener la calma las situaciones de estrés surgían solas. Era inevitable que Alex comenzara a imaginar su plan desbaratado.
Ella encendió un cigarro, Alex evitó decirle algo.
—Sí, una casualidad de mierda. —Alma exhaló el humo por la ventana—. De todas formas estoy bien, confía en mí.
—No hablaste con nadie de tu... inconveniente, ¿verdad?
Con inconveniente, Alex se refería a "Gris". Ella negó con la cabeza y prosiguió.
—Aunque es evidente, los chicos prefieren no mencionarlo... y yo no se los confirmé. —Enseguida dio otra pitada—. ¿Qué tiene que ver con lo que te estoy diciendo?
—Nada, es demasiada coincidencia. —Alex siguió con la vista en frente y presionó su oreja—. Elevé un informe al presidente, le dije que nos encargaríamos de los anómalos sueltos. En parte es verdad, puesto que descubrimos que los Nobeles tienen algunos consigo, los que no han sido contactados para ir a Salomona trabajan con ellos.
—Serán nuestra coartada —comentó Alma, quería evitar seguir pensando en lo sucedido—; por cierto, la otra vez hablé con Mateo, me contó porqué lo golpeaste..., y entiendo porque no confías en él. Sé que no me corresponde, pero de igual modo siento la necesidad de disculparme por él.
Alex hizo una media sonrisa.
—No te compadezcas de mí; nadie está limpio. —Alex sonrió de lado—. Mateo no será un ángel nunca, se ha forjado en un mundo de abusos y un poder inimaginable. Sus valores no reconocen lo malo en sus acciones, jamás lo hará.
Ingresando por el descampado, se encontraron con la camioneta de Yaco y otros vehículos pertenecientes a la División Alfa. Ángeles los esperaba en la puerta, de inmediato corrió a ellos, manteniendo una expresión nerviosa.
—Tenemos problemas —dijo la joven—, estos idiotas acaban de venir sin avisar, dicen que planeaban entrenar, y que Mateo estaba parando aquí junto a Bianca.
La palidez de Alex fue instantánea, ya iban dos cosas que no se apegaban a su plan, por lo que empezó a murmurar:
—Fracasar no es una opción, fracasar no es una opción, frac...
—Podemos alistarnos en un cuarto aparte —interrumpió Alma, con miedo a que Alex perdiera la cordura antes que ella—, o podemos ir al Club...
—¡No nos alcanza el tiempo!—Alex descendió del auto y cerró la puerta con furia—. Vamos a utilizar un cuarto aparte, no dejen que nos interrumpan.
No tenían más opción que compartir el lugar.
—¡Parece mentira! —Ángeles crujió sus dientes.
—Conserva la calma, Angie —susurró Alex—. ¡Consérvala! —gritó.
Alma frotó su rostro sin poder asociar la verdadera personalidad de Alex a ese dulce chico con el que había salido.
Entrando a la moderna construcción, ya se percibía el aroma acaramelado de los aceites y perfumes de ambiente, así como la calidez envolvente. También se oían las voces, y risas. A pesar del clima ameno, era mejor evitar los encuentros luego del incidente en el Club Inferno.
—¡Alma! —Gary se apresuraba a la líder de la División para atraparla en un fuerte abrazo—. ¿Cómo estás? La última vez preferí no enviarte mensajes, ni molestarte...
Desde el altercado no se habían visto las caras, y desacostumbrada ante el repentino afecto, solo pudo responder cuando él se apartó.
—Solo fue una borrachera. —Alma intentó reír—. Ya no importa, hay que trabajar.
—Lo sé, hablé con Yamil. —Gary sonrió y sus ojos brillaron—. Es por los anómalos, ¿no? Vinimos a entrenar, podemos trabajar juntos, cubrirles la espalda.
—¡No es necesario! —intervino Alex—, sigan entrenando, los llamaremos se necesitamos refuerzos. Por el momento haremos trabajo de logística.
Al escuchar a los recién llegados, todos los presentes salieron de las habitaciones para unirse a la sala y saludar. Toda la División Alfa reunida..., y Mateo junto a Bianca. Algo molestaba, no solo la presencia de quienes no eran parte del equipo, era la obvia fragmentación, las relaciones tensas, los conflictos no resueltos, las mentiras y lo oculto.
Alma no podía mirar a nadie a la cara, tan solo Mao y Yaco sabían que, en realidad, estaban en una misión secreta en busca de los traidores. Por otro lado, luego de dedicarle sus pensamientos a Luca, era difícil verlo a los ojos sin ruborizarse, no podía asegurar si la relación con él era igual o peor que siempre.
—¡Qué alegría, todos juntos! —Alex evitó el contacto visual y siguió de largo—. Es una pena que tengamos que trabajar por separado.
—Alex, espera. —La molesta vocecita de Bianca tenía algo que decir. Siempre era así, no podía mantenerse callada, nunca—. Lo siento, la última vez me porté muy mal contigo. Dije cosas que no me correspondían..., me preocupé de más por Alma, como lo haría por cualquier miembro de mi familia.
—Deja las excusas, le restan sinceridad a tus disculpas. —Alex le dedicó una mueca apretada—. Te lo dejo pasar, porque sé que no soy digno de confianza. Tan solo procura mantener tu boca cerrada con asuntos que no te incumben.
—Sí, sé que a esta altura ya metí la pata unas cuantas veces. —Bianca miró al suelo—. Tengo defectos, y uno es mi boca floja.
Una estruendosa carcajada atrajo la atención de todos, era Ángeles.
—¿Ser una boca floja y trabajar para la DII? —La pelirroja avanzó contra Bianca—. ¿Nos crees imbéciles?
—¡Mi prima se está disculpando! —clamó Mateo—. ¿Qué les sucede?
—¡Ángeles! —Alma llamó su atención con total seriedad—. Basta de provocaciones, las disculpas de Bianca son aceptadas. Tenemos que trabajar.
La palabra de Alma fue definitiva. Ángeles enmudeció y dejó de pestañear ante el repentino autoritarismo, luego sonrió con la mirada brillante y fue tras su "jefa". Nadie se atrevió a agregar nada, absolutamente nada. El más mínimo comentario desencadenaría en una nueva pelea, en la que si la líder participaba todo terminaría mal.
Cada grupo fue por su lado con una sensación amarga. Era imposible generar una conversación amigable, era imposible compartir la misma habitación.
Ángeles daba vueltas de un lado a otro. Iba y venía, sus coletas rebotaban con sus violentos pasos. Yamil hacía masajes a Alma, usando esencias florales. Romeo y Dante preparaban algunas armas y utensilios en un bolso negro. Sebastián limpiaba sus sais, y Alex repasaba el plan.
—Faltaría el vestuario y ya podemos irnos de este lugar. —Alex tachó algunos ítems en una lista—. Repasemos; grupo A controla a los anómalos, grupo B ingresa a la sede antes de la reunión de los Nobeles, y Ángeles procura la organización y comunicación. Recuerden que las dosis de sedantes para anómalos deben ser más fuertes, no son humanos normales.
Camisetas y pantalones negros los vistieron de pies a cabeza, les permitían la movilidad y trabajar con sigilo. Contaban con comunicadores, armas paralizantes, gases somníferos y máscaras. Lo que se suponía una pequeña misión espía, tenía el equipo para una guerra nuclear.
—No podemos matar a nadie, recuerden —indicó Alex—. Si obtenemos declaraciones será mejor, mantengan activados sus micrófonos y cámaras. Hemos trabajado mucho en esto, y sabemos la importancia que tiene. Prometimos que cumpliríamos el objetivo en menos de lo que todos imaginaran. Hagamos que esta oportunidad en la División Alfa valga la pena.
—¿Alguna palabra, jefa? —inquirió Ángeles en dirección a Alma, quien se estaba poniendo los pantalones.
Ella lo pensó.
—Cuídense, todos.
En las salas de entrenamientos se oían golpes duros, algunos choques de espadas, de armas. Los sonidos de las energías emergían en el silencio del campo. El entrenamiento de la División seguía mientras Alma y los nuevos miembros se escabullían entre los muros.
Luca los interceptó, regresaba del jardín.
Pasamontañas, vestidos de negro total, armas, y máscaras de gas. Todos se quedaron quietos.
—¿Qué están haciendo? —Luca no pudo evitar preguntarles, su expresión desconcertante lo delataba.
—Nos vamos de cacería —respondió Alma—, detectamos unos anómalos.
—Deberíamos ir con los chicos. —Luca les bloqueó la entrada, mostrándose preocupado—. Su fuerza es inhumana, su velocidad está a otro nivel. Solo Alma tiene siddhi, no pueden ir sin más.
—Luca, está decidido. —Alma pasó por un costado.
Una vena se hinchó en la sien de Luca, sabiendo que sería ignorado. Los motores de la Van negra, que transportaría a los chicos, ya tenía su motor encendido. No le quedaba más que verlos alejarse, sin saber a dónde iban se dirigían.
<<Cazar anómalos, claro que sí>>, pensaba Luca al encender un cigarro. No conocía a Alex desde añares como para creer que le interesaba una simple misión de cacería.
De regreso al salón de entrenamientos, el equipo continuaba con sus actividades. Desde la pelea con Alex no se detenían, era el miedo a ser tomados por sorpresa, y el obvio miedo a lo que se avecinaba.
—Se han ido —dijo Luca al entrar.
—¿A dónde? —preguntó Mateo—. ¿Ya terminaron su trabajo? No han pasado muchas horas.
Luca se encogió de hombros, no daría detalles.
—Del mismo modo, deberíamos parar. —Yaco estiró su cuerpo y dejó de golpear el muñeco de madera—. A pesar que Mateo vino de visita tan solo lo hacemos trabajar —añadió entre risas.
—Podríamos organizar mi cumpleaños. —Mao hizo una pirueta con su espada—. Es en unos días, ¿lo olvidaron?
—¿Cómo hacerlo? —Yaco puso la vista en blanco—. Me lo recuerdas todo el tiempo.
—Es para que me escojas un buen regalo —respondió sonriente—, vayamos al Antro. Renata debe estar abriendo. Podemos distendernos.
El asfalto mojado, el traqueteo de los grupos de amigos, los sonidos de guitarras distorsionadas, escapando de los bares y pubs, decoraban una postal difícil de apreciar para los extranjeros. La zona marginal de Marimé tomaba su color en la noche, con las estrellas y la luna escondida entre viejas construcciones. Los chicos estaban habituados a ello; Bianca no, ella era una purasangre entre caballos de tiro. Cubría su nariz, los hedores nauseabundos, que nadie percibía, la mareaban. Los ruidos escandalosos, las notas desafinadas y las caras poco amigables hacían del lugar preferido de algunos una pesadilla para la rubia, quien sostenía una sonrisa torcida y la postura rígida.
El Antro ya contaba con algunos clientes; una banda de poca monta tocaba en el improvisado escenario con un público de no más de diez personas. Renata limpiaba vasos y escuchaba a Sofía despotricar contra su madre, Carmela le prestaba más atención; en cuanto a Jazmín, tenía libros y cuadernos a su alrededor, intentaba estudiar en medio del caos y con una cerveza a su lado.
—No tengo idea a donde se fue, ni me importa —finalizó Sofía, tomando su botella de agua mineral—, Alma dijo que hablaría con Alex, tiene algunos contactos para poder mudarnos en una semana.
—Espero que no se vayan muy lejos —comentó Carmela, con desánimo.
—Me sorprende que Alma no haya enfrentado a Delfina. —Jazmín remarcaba sus apuntes con amarillo fluorescente—. Solía discutirle todo, no le importaba ganarse unas cuantas cachetadas.
—A lo mejor no quería terminar a los golpes con una embarazada —resolvió Renata, quien levantó su vista a la entrada y vio ingresar a los chicos—, ¡miren quien viene ahí! Mao, ¿viniste a hacerte cargo de tu negocio?
Mao rió a carcajadas, y luego se volvió serio al ver a Jazmín estudiando.
—Esto no es biblioteca. —Él apartó los libros de Jazmín a un lado—. Y, por lo otro, necesito que hagas una lista para mi cumpleaños, Renata. Quiero decoración, catering, buena música, mis invitados de honor... —enumeró con sus dedos.
Las habilidades sociales de Bianca fueron rápidas, tomó uno de los libros de Jazmín y de inmediato sacó conversación de ello.
—¿Latín y griego? —preguntó asombrada— ¿puedo echarle una ojeada?
—Y si entiendes algo me explicas. —Jazmín sonrió y le extendió la mano—. Soy Jazmín, ¿eres amiga de Mao?
Bianca se presentó como la prima de Mateo, a quien señaló. Él se distraía viendo a Sofía, su hermana menor, la cual lo ignoraba como a cualquier otro desconocido. Seguir con la charla no fue complicado, las chicas la integraron como a una más, y ella lo facilitaba con su cordialidad y su capacidad de conversar de lo que fuera; música, moda, viajes, universidad.
El equipo de Alma seguía en viaje. La Van era espaciosa, tenía todo el equipo necesario para la misión: pantallas que mostraban las cámaras de la ciudad, comunicadores extras, computadoras, armas de repuesto, drones.
Alex conducía y Alma iba a su lado, hacían una buena dupla cuando se trataba de trabajo. Todo el armamento y el equipo le generaba una seguridad extra. No lo habría imaginado, pero la Legión tomaba todos los recaudos, le alegraba que formaran parte de la parte estratega de la División, no todo se solucionaba con golpes y poderes sobrenaturales.
—¡¿Y si Luca habla con los otros y nos siguen hasta aquí?! —Romeo comenzó a morderse los dedos con nerviosismo—. ¡Jesús, estamos muertos!
Sus compañeros comenzaron a golpearlo en la cabeza. Alma apretó sus puños contra sus piernas, tenía fe en que Luca no fuera el tipo de chico que iría tras ella.
—Todo saldrá bien, Alma —afirmó Alex—, lo calculamos, lo pensamos desde antes de estar en la División. Conseguiremos los datos. Lo conseguiremos... lo conseguiremos...
Alma llevó las manos a su cabeza, frotó su rostro con fuerza. En esa situación, Alex ya no parecía tan seguro de sí, cada cosa que decía era para convencerse a sí mismo.
La Van se detuvo a unas cuantas cuadras de la universidad. Todos descendieron, excepto por Ángeles, quien probaba las conexiones y revisaba las cámaras y pantallas.
—Cuatro anómalos. —Ángeles señaló en las pantallas un edificio de apariencia abandonado dentro del campus—. No subestimen la cantidad, sabrán de ustedes cuando estén a cien metros de ellos. Su oído y olfato están tan desarrollados como su velocidad y fuerza. Duérmalos antes y colóquenles las esposas y bozales.
Los cuatro tipos, que Ángeles identificaba como anómalos, deambulaban de un lado a otro. Lucían fornidos, atléticos, vestían de negro y en su cuello llevaban un curioso collar metálico.
—Puede que hayan anómalos dentro de la sede —añadió Alex, repasando las miradas del equipo—. Ahí entras tú, Alma. Debes congelarlos y atraparlos antes que te pongan una mano encima, de otro modo, un ataque de ellos puede serte letal, ¿puedes con esto?
—Sí, sí. —Alma desenvainó su bastón retráctil, manteniéndolo en su forma más pequeña—. Puedo con esto.
Tenía que demostrar seguridad, los anómalos eran la principal dificultad.
Tres drones salieron volando en dirección a los anómalos, cada uno sostenía una pequeña bomba de gas somnífero; era la señal para el grupo A, conformado por Alma, Dante y Sebastián.
Alma tomó la delantera, ajustó su máscara y su arma en el brazo derecho. Sebastián cubrió su espalda. Dante trepó a la terraza de un edificio, a tan solo una cuadra del punto. De su bolso, sacó las piezas de un fusil barret, un arma de francotirador. A pesar de que no iban a matar a nadie, la coartada estaba lista.
A pocos metros de llegar a la sede de los Nobeles. Ángeles se comunicó:
"¡Deténganse, los anómalos atraparon dos drones antes de que detonen, solo uno lanzó el gas!".
—¿Qué? —Alma se alteró, estaba en la zona roja—. ¿El que detonó no sirve?
"No es suficiente para desmayarlos, solo están atontados, y los están buscando".
—Puedo disparar, están en la mira —dijo Dante—. Espero orden.
"¡Intenta no matarlos y dispara!"
El sonido de los proyectiles se oyó como un silbido.
—Los están esquivando... —canturreó Dante—. Y acaban de verme a más de trescientos metros... ¡Le di a uno en la pierna!
Cuatro anómalos atontados, en el oscuro de la noche. Uno herido, y aun así podían esquivar balas e identificar a un francotirador.
—¡Le di a otro en la pierna! —exclamó Dante, victorioso—. Va a ser mejor que los ataquen antes que vengan hacia mí.
Ángeles ya enviaba nuevas bombas con otros drones.
—Tenemos que atacar de frente. —Sebastián descubrió sus sais, era la primera vez que hablaba en la noche—. Si los distraigo y tú los congelas, las bombas de gas serán efectivas.
Con un simple gesto, Alma asintió, tenía que congelar lo más que pudiera.
Sebastián dio un salto en el aire, chocó sus armas y trotó hacia el campo donde estaban los anómalos, quienes se abalanzaron contra él a una velocidad monstruosa, chillando furiosos. Él salió rodando por el piso, salvándose de milagro. Un golpe de esas bestias y estaría muerto. Así seguía corriendo por los alrededores, saltando, sorteando los puñetazos. No podía dejar que lo tocaran.
Dante, desde lo alto del edificio, intentaba disparar sin herir a sus amigos, aunque de ese modo no podía ser asertivo.
Alma no tenía ese estado físico, antes de llegar ya lo congelaba todo, se cubría con picos de hielo a su paso. Al ver a los anómalos de frente se impresionó, pero no dejó de actuar. Todo se congeló, el hielo creció desde el suelo en forma de agujas gigantes. Dos de los cuatro fueron a ella, que extendió los picos. La desesperación ante el ataque desencadenó en una helada total. Los anómalos quedaron enredados en el hielo, justo cuando los drones explotaron sobre sus cabezas, cinco, para ser exactos, lanzaron el humo somnífero.
El grupo B, compuesto por Alex, Yamil y Romeo, se apresuraron a ellos para amarrar a los anómalos con esposas mucho más gruesas que las comunes, también les colocaron bozales de hierro, y les aplicaron una inyección para que el exceso de toxinas no los matara, pero los mantuviera dormidos.
Para Alma, le era imposible creer que humanos así existieran, y que su viejo conocido, Apolo, fuera capaz de tal destreza. El corazón le bombeaba con locura. En su mente no habría imaginado que la cosa se complicara, pero el grupo de Alex lo tenía todo pensado.
—¿Puedes seguir? —Alex le frotó la espalda, podía sentir un ligero temblor en ella—. Tenemos que entrar a la sede ahora, llevamos tres minutos de retraso.
—Estoy bien, vamos.
Los puños de Alma se envolvieron en hielo duro y picos cristalizados que vibraban a punto de estallar. Estaba lista.
El pequeño edificio, apartado del campus, era iluminado por unos lejanos reflectores. Sus ventanas se encontraban tapiadas, la puerta tenía cintas de precaución. Tan solo esos cuatro anómalos en la entrada corroboraban que algo se escondía dentro.
Las cámaras de seguridad los apuntaban. Contaban con el dispositivo en sus orejas. Romeo colocó un módulo plateado y rectangular sobre la puerta, la misma detonó el cerrojo en una explosión precisa con un ruido seco.
Oscuridad. El sitio era un depósito de pizarras, pupitres y sillas sin uso. Los pisos de madera añeja rechinaban. Las cucarachas se disparaban por todos los rincones.
"¡Hay alguien dentro!" exclamó Ángeles a los oídos de todos, percibiendo algo en sus sensores.
Un grito gutural los espantó. Un anómalo salió de su escondite, dando un brinco imposible. Dos más lo acompañaron.
Alma explotó el hielo de sus puños cuando uno se lanzó sobre ella para hincarle los dientes en el brazo, incluso así lo congeló por completo. Ella gritó desde lo profundo de su garganta. Romeo lanzó un explosivo al segundo, Sebastián pudo rematarlo con sus sais en la garganta. El último fue víctima de Yamil, oscuras manos emergieron de su cuerpo, atrapándolo y tragándoselo con su pecho.
Alex corrió a socorrer a Alma, rompió su ropa para realizarle un torniquete con una dosis pequeña de elixir; pero el sangrado no se detendría fácil. La mordida en su brazo se llevaba consigo un pedazo de piel y carne. Ya no podría seguir luchando. Aunque quisiera parecer fuerte, lloraba y gemía desesperada. El chico la cargó en su espalda, debía ponerla a salvo y seguir.
"Está despejado", comentó Ángeles.
Yamil, Sebastián y Romeo avanzaron un poco cuando, sin previo aviso..., todo estalló.
Desde el subsuelo emergió una explosión que lanzó a todos por los aires. Los sonidos desaparecieron, volaron a metros del suelo. Con un último suspiro, Alma vio esas extrañas manos emerger de Yamil, atrapándolos en el aire y atrayéndolos a su interior. Luego, todo se vio negro.
—Alma, despierta. —Alex cacheteaba su rostro. Alma fue abriendo sus ojos, viendo un incendio a sus espaldas, oyendo las sirenas de los bomberos—. Hicieron detonar el lugar, y a las cabezas de los anómalos.
Confundida, Alma miró a sus lados. Los anómalos que habían sido vencidos al principio, tenían sus cráneos estallados. La masa encefálica estaba desperdigada por el suelo, la sangre salpicaba el césped. Las náuseas la invadieron, aguantó las ganas de vomitar. Alex la ayudó a reincorporarse, ella volvió a gritar del dolor en su brazo.
—¡Vamos, vamos! —Los apresuraba Dante, quien llegaba corriendo al predio—. No podemos perder tiempo.
—Pero... los datos, la información... —farfulló Alma.
Yamil, Sebastián y Romeo salían de entre el fuego y los escombros; traían consigo algunos artilugios en el lugar, aunque todo estuviese arruinado por el incendio.
—Encontraremos algo —afirmó Alex—, no podrán borrar toda la evidencia. No se saldrán con la suya.
Antes de ser sorprendidos, Ángeles los alcanzaba con la Van, en tanto hablaba por teléfono con Sam.
—¡Sí, idiota! —gritaba furiosa—, informa a todo el mundo que fuimos víctimas de un atentado en la cacería de anómalos.
—¿Es seguro que lo diga? —preguntó Alma, quien comenzaba a transpirar entre escalofríos.
—Podrían desaparecernos y nadie se enteraría —alegó Sebastián—, de este modo tendrán más cuidado al atacarnos.
La misión finalizaba, o por lo menos la primera parte. Todavía tenían que recomponer los aparatos salvados en la explosión, incluyendo los collares metálicos que portaban los anómalos, a pesar que sus cabezas eran trizas, éstos seguían intactos.
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