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Capítulo 13: Apuesta.

La mano de Mateo intentaba llegar a un último libro, ubicado en una biblioteca de cinco metros que rodeaba toda una habitación. Desde la planta baja, Lisandro y Gary esperaban ansiosos poder leerlo.

—Aquí está. —Mateo tomó un libro de interesante grosor—. Tiene bastante polvo, estoy seguro que fui el último en leerlo, todos prefieren manejarse con los archivos digitalizados.

Con analizar sus alrededores, podían darse una idea de que la biblioteca centinela era de los sitios más olvidados de la Sociedad.

Los chicos se sentaron y comenzaron a pasar las páginas de un libro titulado "Siddhi".

—Esto —señaló Mateo—: "siddhi innato".

... Luego de los siddhis despertados durante los periodos de iniciación, habrán otros que se fortalecerán con las prácticas centinelas, estos son los siddhis innatos, cualidades de las personas que se forjan en el nacimiento y florecen o decaen durante el crecimiento. La variedad de los mismos es tan basta como las personas en el mundo. A simples rasgos los hay de control mental, visión de energías, dominación y atracción, inteligencia, tolerancia, calma, oído de las almas, intuición...

—Todos pueden tener un siddhi innato —reveló Mateo—, pero puede disolverse si no se ejercita de manera correcta. Yo podía ver algo "especial" en las personas, cuando realicé la iniciación supe que se trataba del aura, Luca descubrió que podía sanar heridas con su calor. ¿Creen que tienen alguno de estos siddhis?

Lisandro lo pensó un momento. Sin entrar en detalles, le había contado a Mateo la situación con su hermana menor.

—No estoy seguro —admitió—, pero creo que ese hilo de energía, fue lo que impulsó a Sofía a hablar de más.

—¿Puede que yo también tenga uno? —inquirió Gary—, recuerdo que reconocí al anómalo al instante, además de otras situaciones... ahora mismo siento plena confianza en la Legión, a pesar de lo que hicieron, ¿no es raro?

—No es suficiente, deben ponerlo a prueba —propuso Mateo—, busquen su objetivo y si analicen las situaciones. De lo contrario puede ser una coincidencia y nada más.

—Sí... —Lisandro no mostraba el mismo entusiasmo que Gary—. De ser así debo ser muy responsable con lo que escucho, si las personas pueden confiarme sus pesares, debo mejorar para poder contribuir para el bien.

Mateo se volvió serio al ver un aura azul transparente rodeando a Lisandro, podía asegurar que de tener un siddhi de ese estilo sabría cómo manejarlo de la forma más honesta posible.

—Tengo una pregunta. —Lisandro dirigió su mirada interrogativa a Mateo—. ¿Por qué elegiste a Alma por sobre Sofía? Lo poco que hablé con ella me dio a saber que es una chica sana, entrenada, y mentalmente fuerte. No es que Alma me disguste, pero... quizás no hubiese sentido esto como un martirio.

Mateo apoyó sus codos sobre la mesa, y su rostro sobre sus puños para lanzar un largo suspiro.

—La jerarquía de los puestos heredados son por edad —explicó con la mirada puesta en el libro de los siddhis—, además... Sofía finge fortaleza, su cuerpo es débil, y más de una vez estuvo al borde de la muerte. Aunque hubiera sido posible colocarla en lugar de Alma, lo habría evitado.

—¿Y por qué insistes en que Alma sea la líder? ¿No podría haberlo sido Luca u otro...?

Mateo levantó su vista, antes que se diera cuenta, Lisandro desvaneció el hilo que lo unía a él.

—Es lo que le corresponde por linaje. —Mateo sonrió y se levantó de su lugar—. Ya debo irme, dije a Bianca que la llevaría de compras. Pueden quedarse con el libro.

Antes de ser retenido, Mateo tomó sus cosas y se fue dando saltitos al trotar. Lisandro desvió sus ojos violáceos a Gary, quien seguía distraído en los gráficos del libro.

—Deberías poner a prueba esa intuición tuya —sugirió Lisandro—, un tercer ojo nos sería útil para evitar futuros engaños.

—Tendría que estar muy seguro para usarlo —dijo Gary, elevando su vista—, no podría acusar a nadie solo por intuición.

Los chicos se quedaron un momento más en la biblioteca. Los dos sabían que de tener esos siddhis iban a tener que manejarlos con mucha responsabilidad, y que para ello iban a necesitar más entrenamiento del habitual.



El bar de Mao, el Antro, ya no era el hogar de alimañas desde que Renata limpiaba todos los días hasta que cada rincón oliera a desinfectante y lanzara destellos de brillos. Ella se encargaba de frotar cada botella de licor, de sacar la basura, e incluso de hacer pequeñas reparaciones durante el día. Por eso, considerando que el dueño no estaba nunca, llamaba a sus amigas para que le hicieran compañía, y de paso ensayaban para la banda. Ese era el caso, las Gatas Ácidas, y Sofía, estaban reunidas allí, sentadas en las banquetas altas de la barra, en busca de nuevos sonidos.

—¿Qué les parece...? —murmuraba Jazmín con la vista puesta en su cuaderno de notas—, "mi amiga es una chica amarga, que escupe al hablar, llega tarde a todos lados y siempre tiene alguna queja que dar..."

—¿Es una canción sobre Alma? —preguntó Sofía.

—Yo soy una persona puntual. —Alma frunció el ceño y bebió un trago largo de dos colores, cuando su teléfono vibró en su bolsillo.

"Alma, tenemos el operativo de rastrillaje resuelto. Quedan algunos detalles que pulir, nos gustaría que estés presente en ello y en la ejecución del mismo. "

Alex le daba el reporte esperado, sería otro fin de semana de trabajo duro.

Jazmín se lanzó sobre su amiga para ver con quien hablaba. Asustada, Alma apagó su teléfono y lo guardó en su bolsillo.

—¿Con quién hablas? —preguntó alzando sus cejas—. ¿Con Luca? —Jazmín hizo una sonrisita llena de picardía.

—Con Alex. —Alma respondió sin pensar.

La cara de Jazmín se transformó en una expresión arrugada y furibunda, las demás chicas abrieron la boca, pero no interfirieron.

—¡¿Qué?! —Jazmín dio un cachetazo a la cabeza de Alma—. ¡Dijiste que te engañó! ¡¿Qué es esa costumbre de hablarte con tus ex novios?!

—No es lo que crees. —Alma mordió su labio y frotó su cabello—. Estoy en buenos términos con él.

—¡¿Ah, sí?! —Jazmín se levantó de su silla—. No es sano, Alma. No lo es.

—Díselo a Apolo —intervino Renata.

—¡No estoy hablando contigo! —bramó Jazmín.

—Sigamos con la canción, ¿sí? —Carmela trató de apaciguar las aguas.

—Jaz... —Alma inspiró hondo—. ¿Puedes confiar en mí? No tengo nada más con Alex, solo una amistad; siempre nos cruzamos en los pasillos del campus. No puedo evitarlo.

Al hablar, Alma demostraba tranquilidad. Esto calmó a Jazmín, quien decidió confiar en la palabra de su amiga y seguir componiendo. Tenían que aprovechar los pocos momentos en el que la banda se reunía. Esos momentos inesperados y tranquilos con sus amigas y su hermana, eran la fuerza para seguir adelante, su cable a tierra. Lo mismo sucedía cuando permanecía en su casa, con su tía. Tenía muchas personas a las que quería más que nada en el mundo, por las que daría su vida, personas que la aceptaban y le daban la estabilidad emocional que tanto necesitaba.

Su terapia, luego de la Sociedad Centinela, se basaba en un rato entre amigas.



El sábado, a las ocho de la noche, parecía el momento ideal para que la Legión decidiera trabajar. Lo único que la salvaba de rechazar una salida de Jazmín, era que la misma estudiaría para un examen; Renata trabajaba en el bar; Sofía y Carmela debían descansar ya que pronto se acercaba un importante partido de las Romepehuesos. Era bueno no poner excusas.

En la biblioteca del sótano, Alma aguardaba por el resto de la Legión. Miró la hora, ninguno se hacía presente.

—¡¿Qué haces vestida así?! —Ángeles descendió las escalinatas a todo trote, viéndola de pies a cabeza.

—¿Qué tengo de malo? —Alma se sintió ofendida. Tenía puesto sus jeans rasgados en la entrepierna y su blusa azul, la cual tenía una pequeña mancha de cloro—. Es lo más cómodo de mi guardarropa. Yo ya superé mi etapa punk —añadió como ofensa a Ángeles, que llevaba su falda de cuero, las medias red y sus coletas pelirrojas, era demasiado llamativo para una veinteañera.

Ángeles se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—¿Así tratas a tu única amiga de la Sociedad?

<<¿Amiga?>>, pensó Alma, los miembros de la Legión eran cualquier cosa para ella, menos sus amigos.

Todavía no asimilaba que esa pandilla de psicópatas suicidas la habían embaucado durante semanas, para luego intentar robarle el puesto de forma desleal. No tenía idea como estaba logrando hablarles con naturalidad, como si todo lo anterior no hubiese existido o no tuviera efectos secundarios.

—Iremos a trabajar al club Inferno —explicó Ángeles—, en el tercer subsuelo está la sede de la Legión. Por suerte sabía que no te esforzarías en vestirte así que te traje algo.

—No me jodas, ¿al club Inferno? —Alma estaba a punto de golpearse la cabeza contra la pared—. ¿Cómo vamos a concentrarnos en ese sitio? ¿De verdad quieren trabajar?

Alex se acercaba a ellas, sostenía una sonrisa. Traía consigo un aroma a perfume masculino en su mejor ropa de noche. Un nudo se formó en el estómago de Alma con solo verlo. ¿Qué tramaban?

—Nuestra sede tiene todo lo que necesitamos, jefa —comentó mostrando todos sus dientes en una sonrisa—, queremos que te sientas bien con nosotros, que la tensión y el obvio rechazo que sientes se esfumen cuando nos conozcas de verdad.

Yamil, que venía tras Alex, añadió:

—Te debemos una disculpa —aclaró siendo más sensato—, y no cualquier disculpa, ahora que podemos llevar a cabo nuestro plan, vamos a demostrarte que somos dignos de tu confianza.

Sería una dura tarea. Ninguna palabra que dijeran hacía que Alma bajara su guardia. Era una presa en estado de alerta constante. De todos modos, aceptó la invitación al club, justo cuando le llegaba un mensaje de Gary.

"Alma, ¿cómo estás? Vamos a salir con Mateo y Bianca, recién decidieron pasear por la ciudad, ¿vienes con nosotros? ¡Di que sí!".

¿Era una burla? Su estómago se revolvió. Bianca no le caía bien, esa era la simple realidad, y no le gustaba enterarse que todos se divertirían mientras ella trabajaba de trasnoche, mas no podía reprochar nada cuando ella sola se complicaba la vida con la excusa de querer hacerse cargo de la situación.

Antes de responder se mordió la lengua, con miedo de envenenarse sola.

"Trabajo hasta tarde", se limitó a expresar.

Resignada a la idea de tener una noche de mierda, Alma dio el gusto a Ángeles para que le prestara ropa, la cual iba sacando de un bolso. Todo era más de lo mismo.

—No voy a vestirme como prostituta —rezongó Alma, viendo que la mayoría de las prendas no iban a cubrirle la barriga cervecera o la celulitis de las piernas que tanto la acomplejaban.

Buscando un poco más, halló un vestido negro, bastante sencillo, unas medias negras y unos borceguíes con plataformas. Era increíble que fuera lo más sobrio. Ángeles se encargó de maquillarla con sombras y delineador.

—¡Ya te ves decente! —Ángeles sacudió sus manos, orgullosa de su trabajo.

—¿No vamos a trabajar, verdad? —Alma se resignaba a ser engañada otra vez.

—Claro que sí, pero si nos queda tiempo podemos pasarla bien.



Aquella distinguida parte de la ciudad todavía no contaba con el movimiento habitual de un sábado por la noche. Las calles eran recorridas por familias y niños, nada de gente rara en la puerta del club. Por momentos, Alma miraba su reflejo en el vidrio del automóvil de Alex, le devolvía su expresión amarga. A su lado iba Ángeles, no paraba de parlotear a una velocidad imposible de procesar; de copiloto estaba Yamil, el único que reía con las estupideces de su amiga.

Al descender, el viento cálido sacudió sus rostros. Se trataba de esos crepúsculos de ensueño. El cielo violáceo se enlutaba, y las luces de la calle se encendían una a una.

Sebastián, Romeo y Dante se acercaban caminando al club. Dante llevaba las llaves del mismo; a su lado, Romeo rebotaba agitado, con su mirada inquieta en todos lados. Parecía estar teniendo una crisis de ansiedad, pero a nadie le importaba demasiado.

En el bar, las pistas relucían vacías, el sitio era mucho más grande de lo que aparentaba.

Siguiendo a los demás, Alma se dio cuenta que no mentían, tras la barra del subsuelo, se escondía una escalera descendiente a un pasillo con varias habitaciones, de la cual, la última al fondo era más que llamativa con su puerta roja.

—Bienvenida a la sede oficial de la Legión del Mal. —Alex abrió la puerta.

Ante ellos se extendió un enorme salón, con monitores cubriendo los muros del norte, y bibliotecas al este y oeste. Una mesa redonda de roble estaba en el centro, un mini bar a un lado, sillones aterciopelados, laptops y más papeles.

Alma fingió no sorprenderse a pesar que el sitio le parecía un lujo. Mucho mejor que la sala olvidada que utilizaba con la División Alfa.

—Están muy bien equipados para ser unos marginados —dijo abriéndose paso al lugar y tomando asiento antes de que se lo pidieran—, ¿ya pueden mostrarme su avance?

El poco entusiasmo de su jefa los insultaba. Tenían merecido el desprecio y mucho más. Romeo rechinó sus dientes y habló.

—¡¿Cuándo vamos a hacerlo, cuándo?! —inquirió impaciente.

—¿Qué? —Alma creyó que iban a matarla.

—Pedirte disculpas —dijo Yamil, evitando las vueltas y las falsas adulaciones—, la semana pasada eras la novia de Alex, a los tres días estaban rompiéndose la cara. Fuimos parte de un engaño, de un boicot, y ahora podemos ver nuestros objetivos realizarse gracias a ti.

Alex mantenía sus labios apretados, su mirada celeste a un lado. Pedir perdón no era lo suyo.

—¡Esta bien, Alma! —Alex golpeó la mesa con las palmas de sus manos—. Pensé que serías como Mateo, me ensañé contigo y con tu forma de ser, ¡y no tengo idea lo que sientas cada vez que me vez, sé que debe ser horrible...! ¡Ya no puedo volver el tiempo atrás! ¡Pero éste soy yo y nosotros jamás podríamos ser más que...!

Los ojos de Alma se colmaron de lágrimas, pero no derramó ninguna. Apretó su mentón y frunció su nariz para contenerlas, para luego dejar escapar el aire con lentitud. Alex se detuvo.

—Nos estamos esforzando —prosiguió Dante—, haciendo el trabajo pesado, sin dormir, y sabemos que eso no será suficiente. A lo mejor quieras arrancarnos la piel, o lo ojos, por mí está bien.

<<Exagerado>>, dijo Alma en su cabeza.

—Por favor —musitó Alma, con la vista en sus manos—, no necesito disculpas, necesito confiar, y eso solo se dará mediante los hechos. Por eso es mejor que sigamos trabajando.

Ante esto, no hubo objeciones. Alex se dirigió a sus papeles en completo silencio. Dependería de las acciones la confianza que forjasen.

—La tarjeta que te dio Apolo fue fundamental para reducir energías —explicó el joven, extendiendo a Alma una carpeta con documentos—, nuestro último eslabón es una secta secreta llamada "Los Nobeles", la cual es conformada por eruditos de diversas áreas y se encuentra en ampliación.

Ángeles descubrió una pizarra de un rincón, la arrastró hasta el centro. Tenía todo un mapa de nombres escritos en él.

—Creemos que esta secta es el enlace final con los centinelas traidores —señaló Ángeles—, sus teléfonos, sus archivos, sus rutas y familias... todo está intervenido, eliminado. No podemos hallar a nadie por encima de ellos.

—Alguien los ocultó —dijo Dante—, quién tiene el poder de hacerlo es la Sociedad Centinela.

—¿Y cómo vamos a encontrar el lazo que los une a los traidores? —preguntó Alma, empezaba a intrigarse por la situación.

—Sebastián y Ángeles se encargaron de ello —comentó Alex, orgulloso.

—Ella los rastreó y yo lo seguí —dijo Sebastián, quien rara vez hablaba. Su voz sonaba apagada y tímida, no tenía firmeza al ver a las personas a los ojos, por lo que siempre miraba al suelo—. Se reúnen en la universidad por la noche, allí hay un pasaje a una sede de su secta, la cual está muy bien vigilada por... una especie de anómalos que responden a sus órdenes.

—Solo es una sede —aclaró Alex—, nuestro plan consiste en asaltar su base, buscar información y retenerlos para un interrogatorio. Estamos convencidos que hallaremos una nueva pista que nos lleve a los traidores.

—¡Y no podemos confiar en nadie! —Romeo exclamó y comenzó a comerse las uñas—. ¡No te olvides!

—Bien. —Alma revisó el plan por escrito—. Yo me encargaré de los anómalos y ustedes asaltan la sede de los Nobeles.

—Trataremos de no utilizar la ofensiva —dijo Ángeles—, nos infiltraremos, y si falla pasaremos al ataque. Todo será en el mismo día, no podemos permitir que pase demasiado tiempo entre los hechos.

Ordenados, rápidos y eficaces. Alex y su grupo tomaban las cosas con la seriedad que ameritaba. Sin embargo, cada paso que daban, se hundían más en el vértigo de la incertidumbre, con la única certeza de que, para bien o para mal, las cosas dejarían de ser iguales por siempre.

Dante sirvió una bebida fresca a Alma, no necesitaba decirlo, la preocupación estaba impostada en su cara. Ella bebió con ganas, era un té verde helado, seco y amargo, pero con un ligero efecto calmante.

—Es todo. —Alex se levantó de su sillón—. Recuerden que fracasar no es una opción.

La reunión concluía con más tiempo de sobra que el estipulado.

—Ahora sí, podemos beber. —Ángeles tomó a Alma del brazo y le guiñó el ojo—. A esta hora las pistas deben estar llenándose.

—¿Vamos a quedarnos aquí? —preguntó Alma, viendo sus planes de regresar a casa truncados.

En un principio, pensó en hacer un berrinche para que la devolvieran a su hogar, luego recordó que el resto de la División se divertía sin ella.

Que Dante fuera el dueño del Inferno, le daba la oportunidad de probar cualquier bebida del mejor club nocturno de la ciudad. Era una recompensa luego de tanto caos mental.

A pesar que no podía dejar de ver a Alex como su enemigo, y a los demás como sus secuaces, pretendería creerles una noche, tan solo para poder reír y dejarse llevar por la música en compañía de alguien. La soledad podía serle fatal, y eso era motivo suficiente para fingir que le gustaba ser "la jefa" y que podía olvidar el daño en su mente y en su cuerpo.

La música sonó fuerte, las sonrisas plásticas carcajeaban, el calor de los cuerpos formaba una niebla caliente que se pegaba en la piel y la hacía sudar. En el V.I.P, luego de algunos tragos largos y comida chatarra, Alma y Ángeles bailoteaban en la barra, y se reían de sus caras, de su estado de ebriedad, de las tonterías más grandes, como el peinado de uno, el maquillaje de otro...

Las horas pasaban como agua entre los dedos. Alma tenía la garganta rasgada de cantar a coro con Ángeles, era fácil divertirse con una chica tan desinhibida..., extrovertida. Los chicos no se quedaban atrás, bailoteaban entre la gente y compartían sus bebidas. De un momento a otro, todo lo referente a la Sociedad Centinela desapareció para dar lugar a la fiesta. Pero la música se esfumó, se convirtió en un ahogado sonido de fondo cuando los vio.

El pie derecho de Alma resbaló, Alex estuvo atento a que su "jefa" no se rompiera el cuello, agarrándola en el aire. Todos dejaron de hacer lo que hacían, para ver como la contraparte de la División Alfa bajaba al subsuelo del V.I.P. No era una ilusión, de todos los sitios nocturnos iban al bar del que siempre se quejaban, porque era de la Legión, porque odiaban a Alex, porque tenían al Antro, entonces ¿qué hacían ahí?

Mateo y Bianca iban junto a los chicos: Gary, Luca, Yaco, Lisandro e incluso Mao. Todo lo que Alma había tomado se le revolvió en la barriga. Alex la ayudó a ponerse de pie.

—¡¿Qué hace esa zorra?! —gritó Ángeles al oído de Alex—. ¡¿Quién mierda los invitó?!

<<¿Zorra?>>, Alma no quería pensar así de Bianca, no quería ensañarse con quien no le hacía nada. Estaba mal.

—Muchos miembros de la Sociedad vienen aquí, Angie. —Alex elevó sus cejas—. Aunque es extraño que sean ellos los que hayan venido. Este lugar nunca fue su estilo.

Sin siquiera notar su presencia, la División se apartó de la Legión, comenzaron a bailar con los vasos que traían del piso superior. Bianca brillaba entre los chicos, con su vestido rojo, corto y escotado, resaltaba su cabellera rubia, sus curvas prominentes, sus labios carmesí..., los cuales acercaba más y más al rostro sonriente de Luca, hasta sellarlos con un beso, que él correspondió, rodeándole la cintura con sus brazos.

Un latido se detuvo para luego acelerarse.

Alma dirigió su vista a la vitrina de licores, tomó una botella de vodka, y bebió sin servirse en un vaso. Las manos le temblaban, las botellas de vidrio se empañaban con solo tocarlas, no tenía idea de cómo podía caer tan bajo luego de la euforia reciente. Estaba cansada de no poder contener la negatividad de su interior.

Dos lágrimas se solidificaron bajo sus ojos, como dos pequeños cristales.

A lo mejor se trataba del alcohol, que no la dejaba pensar con claridad. ¿Por qué se sentía furiosa? ¿Por qué se enojaba tanto al ver un beso entre Luca y Bianca?

Una ventisca polar sacudió la pista de baile. Alex observó la situación, le bastó hacer un guiño a sus amigos para que ellos entendieran todo. Él alzó a Alma entre sus brazos, y pretendió llevarla a la sede de la Legión.

Mateo percibió el alboroto al otro lado de la barra, de inmediato reconoció a su hermana siendo cargada.

—¡¿Alma?! —inquirió Yaco, a los gritos; debido a la música no oía su voz—. ¡Pensé que estaría en la mansión!

—¡Vamos a llamarla! —Gary se mostró llenó de entusiasmo y elevó el brazo para sacudirlo en el aire—. ¡Alma!

Luca se apartó de los labios de Bianca, quien se acomodaba sobre su hombro.

—¡¿Qué hacen aquí?! —preguntó ceñudo.

Alex se apresuró a llevar el cuerpo glacial de Alma hasta la guarida secreta. Yamil corrió tras ellos. Sin embargo era tarde, llevar a su jefa como costal de papas había llamado la atención de todo el mundo.



Alma titiritaba en uno de los sofás, Alex y Yamil la revisaban.

—Lo sabía, lo sabía... —murmuraba Alex—. Alma, debes calmarte, ¿me escuchas?

—No estoy sorda. —Alma quería llorar, pero no caía ninguna lágrima—. ¿Por qué me trajeron aquí? La estábamos pasando bien... —añadió.

—Estás enfriando la pista de baile. —Alex fue claro—. Tu siddhi se sale de control, y nadie debe saber que esto te sucede cuando te desestabilizas.

Yamil comenzó a frotar las palmas de sus manos, mientras recitaba algunas extrañas palabras en una lengua desconocida.

Ángeles abrió la puerta de golpe, y luego la cerró con llave.

—¡Quieren ver a Alma! —dijo alterada—, tenemos que hacer algo.

—¿Qué sucede? —Alma intentó levantarse, Yamil aprovechó la ocasión para forzarla a acostarse sobre el suelo boca abajo—. ¡Suéltame!

—Serán solo unos masajes, Alma —insistió el muchacho—, necesitas tranquilizarte.

—¡Estoy tranquila! —bramó Alma.

—Créeme que no lo estás —afirmó Alex.

Las manos de Yamil eran grandes, estrujaban su cuerpo en puntos específicos. Alma sentía sus músculos ablandarse, pequeños golpecitos de calor en su piel. Era relajante, imaginaba que podía quedarse dormida así.

—¿Qué me hacen? —Las mejillas de la chica retornaron a su color habitual.

Alex se acercó a ella.

—¿Eres consciente de lo que te sucede? —preguntó Alex, tan serio como preocupado.

Alma aplastó su cara contra el suelo. Por su puesto que lo sabía, que no quisiera admitirlo era otra cosa.

—Salió todo mal —dijo ella entre risas adormecidas—, durante la iniciación, cuando salvé a Mateo... ¿eso?

—Debes controlarlo o te convertirán en rata de laboratorio. —Alex golpeó el suelo, al lado del rostro de Alma—. ¡¿Me escuchas?! ¡Esto es serio, Alma!

—Fue tu culpa. —Alma alzó su vista inyectada en rabia—. Quisiste salvar a Mateo, estaba prohibido porque podía suceder esto. Podía convertirme en...

—Un Gris... —suspiró Alex—, no pensé que fuera posible, pero es injusto que me eches toda la culpa. En todo caso Mateo debía convertirse, no tú.

Ante una eventual pelea, Yamil intervino.

—Debes ocultarlo —dijo, sin dejar de hacerle los masajes—, si alguien se entera, traidor o no, que eres un Gris, podría suceder una catástrofe.

La puerta de la habitación comenzó a ser golpeada, en el pasillo se oía una fuerte discusión entre los chicos y quienes cuidaban la entrada: Dante, Romeo y Sebastián.

—¡¿Alma estás bien?! —gritaba Mateo, del otro lado—. ¡Alex, quiero ver a mi hermana!

—¡¿Por qué no podemos pasar?! —preguntaba Gary—. ¡¿Qué están haciendo ahora?!

Alma se reincorporaba del suelo.

—¿Estás mejor? —Alex revisó los ojos y la boca de Alma, el frío se esfumaba al fin.

—Sí, sí...

Era pésima para mentir. Al menos ya no escarchaba sus alrededores, pero el efecto del alcohol persistía, por lo que se dirigió tambaleante hasta la puerta, la cual Ángeles abrió con cautela.

En el pasillo vio varias caras preocupadas, la de Mateo, la de Gary, la de Lisandro..., la de Yaco y la de Mao. Alma apretó sus puños y clavó sus uñas en sus palmas cuando vio a Bianca y Luca expectantes.

—¿Prima, estás bien? —preguntó Bianca, aflautando su voz.

—Tomé de más. —Alma sentía una fresca efervescencia queriendo emerger de su vientre, debía contenerla—. ¿Pueden dejarme a solas? Necesito algo de espacio.

—Ya oyeron, chicos, vámonos —señaló Yaco, Mao lo siguió sin rechistar, también Lisandro.

—Pueden irse —insistió Alex, viendo que Mateo y Gary se negaban a moverse.

—¡¿Y dejarla contigo?! —La voz de Bianca descolocó a todos—. ¡Todos saben de tu engaño! ¡¿Cómo podemos dejarla sin más?!

—¡Estoy bien! —reiteró Alma, con más énfasis.

—¿Otra vez la estás manipulando, no? —Bianca ignoró las palabras de Alma y prosiguió—. Alex, todo el mundo sabe la mierda que eres. Un trepador, un don nadie. Alma es mi familia, y no voy a dejar que vuelvas a embaucarla para convertirla en el hazme reír.

—¡Bianca! —Mateo interfirió, queriendo calmarla.

—¡¿Qué?! —Alex lanzó una carcajada—. ¿Su familia? ¿Y? No sabes nada de ella, te está diciendo que está bien, escúchala.

Antes que Alma siguiera irritándose, Yamil la tomó del brazo y la sumergió dentro de la habitación. No podía darse el lujo de herir a nadie con su siddhi, menos a un miembro de la DII.

—¡No me creo tu papel de perro guardián! —Bianca se colocó frente a Alex, nadie la detuvo, sus ojos brillaban al borde del llanto—. ¡Yo sé por todo lo que Alma pasó! Y ahora estoy presente para que ningún idiota vuelva a aprovecharse de ella.

—Alma dijo que está bien. —Gary se colocó frente a Bianca, con la mirada apagada—. Dejémosla tranquila si así lo pidió. Ya va a haber tiempo de hablar.

Otro que sorprendía era Gary. No estaba dispuesto a caer bajo los mismos errores del pasado, no subestimaría la palabra de Alma, ella decía que iba a mejorar, a madurar y así lo creía. Por lo que se daba cuenta el daño que podían causarle las "buenas intenciones" de Bianca.

—La salida está allá. —Alex señaló al final del pasillo.

Mateo y su séquito de amigos se fueron sin más que reclamar. Todavía se podían oír los reclamos y lloriqueos de Bianca, debido a su indignación con Alex. Quien la veía contoneándose al lado de Luca su "primo".

—Sebastián —llamó Alex a quien tenía al lado, y presionó su oreja—. Investígala. 

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