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Capítulo 10: Retirada.

Yamil y Gary tomaban un respiro. Sus cuerpos empapados de sudor y sangre estaban agotados. Sus cuerpos encorvados, repletos de cardenales, resistían para un último round.

Jadeando, se miraron, esperando el siguiente golpe.

—¿No piensas usar tu misteriosa habilidad? —Gary escupió sangre a un lado, tenía un ojo destrozado, sus nudillos hechos polvo.

Yamil afirmó su guardia, su condición no era mejor.

—Si estuviese dispuesto a usarla, Alex no habría planeado nada de esto.

Gary sonrió, algo en Yamil lo calmó. Sus chispas volvieron a funcionar, saltando entre sus dedos, de inmediato las desvaneció, no las usaría. Así, avanzó estirando su brazo con el puño cerrado. Yamil se cubrió con una mano y con la pierna le lanzó una patada certera a las costillas. El ruido de los huesos hizo eco en cada rincón. A punto de derrumbarse, Gary aprovechó el instante para noquear a Yamil, con un golpe duro directo en su quijada.

Ambos cayeron al suelo, en un sorpresivo manto helado y blanco manchado de rojo. A lo lejos se escuchaban las espadas chocar, sintiendo la tierra temblar bajo sus pies.

Gary trató de reincorporarse, con su cuerpo temblando, soportando el dolor de los huesos rotos, era inútil el sufrimiento que sentía le impedía ponerse de pie.

—Es un empate... —susurró Yamil, agotado, antes de cerrar sus ojos.



La tierra trepidaba bajo los pies de Yaco, quería desestabilizar la pista de autos chocadores, aunque su poder no era el suficiente. Gotas de sudor se resbalaban de su frente, el dolor de la trampa en su pierna era un infierno, los dientes metálicos rozaban su hueso, pero lo sabía, si dejaba de apuntar a Romeo, éste daría su próximo paso.

Yaco disparó su flecha. Romeo se agachó y rodó por el suelo, perdiéndose de vista. Era el momento para quitarse la trampa.

—¡Mierda! —Los músculos del brazo de Yaco se tensaron, y arrancó el armazón que lo apresaba.

La sangre fluía sin control, por lo que improvisó un torniquete; al menos podía moverse. Cuando elevó la vista, no vio a Romeo.

En busca de su centro, Yaco generó tiernas y verdes enredaderas del suelo que seguían sus pasos, cuanto más grandes se hacían más alto viajaban, sus hojas se extendían y buscaban a su enemigo.

<<¡Allí!>>.

Yaco lo vio, agazapado como un zorro, Romeo corría entre los viejos puestos de kermés como un fantasma, entonces comenzó su lucha. El chico de la Legión extendió cuchillas de entre sus dedos y comenzó a arrojarlas a Yaco.

Las cuchillas volaban cortando las hojas y las ramas, queriendo atrapar a Yaco, que las esquivaba como podía mientras cargaba su ballesta.

Yaco apuntó y disparó. Una flecha golpeó en un lejano muro, Romeo giró por el suelo, la segunda tampoco le dio. Era escurridizo. Una tercera le rozó el hombro. Yaco se cubrió en plantas, rengueando en busca de su oponente.

Tan solo el ruido de las espadas chocando, hizo que Yaco elevara la vista, su corazón se detuvo al ver a Mao suspendido en el aire, volaba en la cima de la rueda de la fortuna, su pelea parecía dura, a pesar de estar usando su siddhi al máximo.

¡Fzzz! ¡Fzzz!

Su distracción le pasó factura.

Un cuchillo voló a su mejilla, otro a su brazo, los cortes eran profundos. Sus plantas lo habían salvado de algo peor.

No podía quedarse atrás. Una herida más y ya no podría atacar. Debía acabar rápido.

Sin embargo, volvió a ver al cielo, cuando la espada de Mao chocó con los sais de Sebastián, y un tornado agitó los hierros retorcidos, amenazando a quienes estaban debajo.

—¡Aquí está tu pelea! —gritó Romeo, luego de arrojarle una lluvia de cuchillos.

Yaco soltó un aullido de dolor, su mano derecha estaba atravesada. Volvió a gritar y caer de rodillas cuando su pierna sana fue desgarrada, y luego su otra mano, su hombro, su abdomen. Uno a uno los cuchillos atravesaban su carne.

Esta vez, invadido por un intenso dolor, Yaco aulló del dolor y se desplomó en el suelo, las plantas creadas perdieron movilidad.

Romeo, el zorro, ganaba la batalla. Sus ojos vieron al cielo, Sebastián daba su mejor esfuerzo con el más fuerte de la División Alfa: Mao.



Un torbellino se mezclaba con los copos de nieve, cubría a Mao de los veloces ataques de Sebastián.

—¡Increíble la joya que guardaba la Legión! —Mao lanzó un furioso corte a Sebastián.

Sebastián saltó hacia atrás, el viento lo desestabilizaba, se agarraba con firmeza, pretendiendo darle un golpe, un corte, algo que hiriera a ese maldito que disfrutaba de la situación.

—Eres bueno, muy bueno. —Mao lanzó una estocada que rozó el abdomen de Sebastián—. Aunque con mi siddhi, esto no es más que un juego.

Sebastián saltó a la cabeza de Mao, pero la ráfaga de viento se intensificó, haciendo que el chico tropezara hacia atrás y comenzara a caer, perdiendo el control de sus sais, los cuales cayeron al suelo. El corazón de Mao se aceleró al ver a su oponente cayendo, aunque de inmediato, éste, logró sostenerse.

El viento de Mao ayudó a Sebastián a sujetarse de uno de los carros. Lo que menos quería era cometer homicidio, con que quedara inconsciente estaría satisfecho.

Sebastián se recompuso y comenzó a subir a la cima. Mao disolvió su viento y se puso en guardia. El chico de la Legión estaba desarmado, así y todo pretendía seguir hasta el final y ser vencido con dignidad.

Mao atacó con una danza letal. Un corte tras otro terminaron con su oponente derrumbándose. La sangre de Sebastián caía como lluvia bajo la vuelta al mundo.

En su violento ataque estaba el reconocimiento a un oponente digno. Mao lo sabía, de no tener su siddhi las cosas habrían sido parejas.



Una nube espesa cubría a Lisandro, sus ojos ardían, no podía respirar, por lo que cubrió su cuerpo de una fina capa de agua, era lo mejor que podía hacer con su debilitado siddhi. Al menos ya podía dejar de toser.

Humos de colores lo encerraban, el aroma tóxico amenazando a sus pulmones, somnolencia, mirada ardiendo. Lisandro debía luchar contra todo eso y unas agujas entumeciendo sus miembros, agitó su látigo, aunque su enemigo no apareció.

Lisandro cayó al suelo sin oportunidad de luchar.

De no ser por esa milagrosa ventisca que dispersó los químicos, Dante, apodado el dragón, habría huido impune.

Luego de su batalla contra Sebastián, Mao arremetió contra aquel tipo escurridizo.



Mientras tanto, Luca quería deshacerse de la molestia llamada "Ángeles".

—¡Vamos, dispara! —Luca le sonrió a Ángeles—. Apuesto a que nunca lo...

Ángeles apretó el gatillo de la TASER, dos resortes salieron volando al pecho de Luca, dándole una fuerte descarga que lo dejó en el suelo.

Luca gritó como demonio, su cuerpo se retorció en el suelo. No era la máxima potencia y aun así lo dejaba inútil.

—¡Idiota! —respondió ella.

Ángeles sabía que solo tenía cinco segundos antes que Luca se reincorporara. Entonces se abalanzó sobre él para colocarle unas esposas, y cuando estuvo a punto de inyectarle "algo", Luca saltó con todo su cuerpo atrás, pateando a Ángeles directo a la cara, rompiéndole la nariz.

Ángeles salió disparada, chillando y sin poder parar el sangrado nasal.

Luca ya tenía sus manos atadas, agitó las cadenas, pero no pudo deshacerlas.

—¡Mierda! —exclamó.

No podía dejar que ella le ganara. Luca dio un salto hacia Ángeles, que lloriqueaba con las manos en su rostro sangrante. Él le dio una patada para voltearla y quitarle la jeringa. Con una simple artimaña la tomó y se la clavó a la chica, quien se desvaneció al instante.

Luca no estaba seguro de que fuera un sedante o un veneno, no le importaba. Antes de ir por Alex buscó las llaves de las esposas, debían de estar en algún lado, sin embargo vio su tiempo agotarse cuando la nieve se intensificó, y en el túnel del terror, Alma y Alex se veían al fin.



La nieve ya los cubría y les dificultaba moverse. Vencidos ya estaban Gary, Lisandro, Yaco, Yamil, Ángeles y Sebastián.

Mao luchaba contra Dante y Romeo, escapando de las trampas sucias y de los peligrosos químicos. Luca se apresuraba a buscar a Alex, con sus brazos amarrados. Su cuerpo, mal acostumbrado al calor, se agarrotaba con la brisa polar. Cada cristal de hielo que se posaba en su cuerpo quería penetrarle los huesos y congelarle la sangre desde adentro de sus venas. Con un cigarro en la boca, trataba de encontrar a Alex, pretendiendo encenderse de manera inútil.

Alma y Alex se encontraban cara a cara.

Las flores primaverales se cristalizaban, la brisa cálida se detenía para acelerarse y volverse gélida. Una pieza estaba fuera de lugar, la reina blanca no se atenía a la reglas del juego, el león estaba atrapado en el desconcierto. Tenía miles de provocaciones pensadas, pero Alex White no podía salirse de su asombro. El cuerpo de Alma estaba impregnado de un celeste grisáceo, sus labios morados, sus ojos sin brillo ni color. Su siddhi alcanzaba el radio de todo el parque, su nieve le cubría los pies.

Alex se puso en guardia.

—No puedes pelear así... —susurró—. No deberías, Alma.

—¿Pensaste que no podría? ¿Qué una rata como tú me debilitaría? —Alma avanzó un paso.

—Alma... —Alex titiritó del frío—. No es por mí, no fue algo personal.

—No me interesa. —Los dedos de Alma se movieron, la nieve se elevó tomando solidez, convirtiéndose en duros picos hielo—. Todos creen que pueden subestimarme, humillarme, despreciarme...

Hacer que Alma entrara en razón no parecía una idea prudente, que usara su siddhi en ese estado solo podía significar una cosa: que todo había salido mal. No solo su plan, sino desde el inicio.

Un error tras otro.

Alex debía frenar a Alma, y esta vez no se trataba de obtener su puesto, sino de salvar su vida.

Sin cavilar demasiado, Alex lanzó un fuerte puñetazo a la quijada de Alma, ella salió disparada, sintiendo el sabor del óxido en sus encías.

—¡Alex, voy a matarte! —Luca, con sus manos amarradas, se impulsó sobre Alex.

Ambos rodaron por la nieve, Alex se lo quitó de encima con facilidad. Un empujón y un duro puñetazo en el tabique. La sangre de Luca manchó el suelo.

—¡No es a mí a quien debes detener! —gritó el líder de la Legión.

Alma sostenía su rostro, contenía el sangrado azul de su boca.

Luca no escuchó. Cegado por la ira, probó patear a Alex en el rostro, pero una enorme pelota de hielo lo apartó varios metros del camino. Alma arremetía contra su compañero. Alex, aprovechó la distracción para lanzar otro puñetazo al rostro de Alma.

Alma cayó al suelo, adolorida, Alex la embistió con todo su peso. Ambos, en el suelo, se daban golpes sin clemencia. Alma se ayudaba con su hielo, para cubrirse y defenderse. Ninguno tenía piedad.

Luca se desesperó por interferir, arrastrándose con su cuerpo al límite. La necedad de Alma no le permitió cumplir su objetivo. Su líder lo aporreó con un montículo nevado, que se elevó a dos metros del suelo. La estampida arrojó a Luca aún más lejos, dejándolo inmóvil e inservible. Derrotado.

Ese segundo fue aprovechado por Alex, quien lanzó un puñetazo al estómago de Alma. Ella gritó y se contrajo, pero de su espalda descubrió su vara metálica, con la cual se precipitó furiosa contra Alex.

Sus gritos de ira se oscurecían con cada golpe, los huesos de Alex se quebraban, su cuerpo empapado en sangre y transpiración se derrumbaba al fin, vencido por una ira descomunal.

Alma cayó de rodillas, su rostro empezaba a inflamarse, a tornarse violeta. Los golpes recibidos por parte de Alex habían sido duros e impiadosos. Ahora, él se arrastraba, jadeante, intentando articular una palabra. Los brazos de Alma se elevaron con la intención de dar un último golpe, pero el sonido de una chicharra marcó el final del combate. Ella observó al cielo, la nevada cesaba con lentitud.

Un helicóptero traqueteaba cada vez más cerca del predio. Pronto estarían en casa.

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