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La frondosidad de la vegetación a penas le dejaba observar su entorno, y aquello parecía más la selva tropical que el bosque. A medida que había ido avanzando, todo se había vuelto más... exótico. Las planta habían obtenido un color febril y él no paraba de sudar a mares. El ambiente se había caldeado más de lo que él recordaba antes de irse. Le daba la impresión de que algo quería alejarlo de su destino.
La mochila le pesaba demasiado en los hombros. Estaban apunto de pasar dos días desde que había abandonado al grupo, y desde entonces no había parado de andar. Ni siquiera para dormir.
Estaba agotado, le pesaban las piernas y las gafas de pasta negras se le resbalaban de la nariz. Le hubiera encantado parar, ni que fuese un par de minutos para contemplar el paisaje, pero necesitaba ver con sus propios ojos lo que creía haber descubierto. Y cuanto antes llegara a su destino, mejor. De lo contrario, los observadores del SECMA descubrirían lo que intentaba hacer y las cosas se pondrían muy feas.
El día anterior el sol había caído, hermoso y joven. Y hacía un par de horas había despertado la noche, sonriente y desafiante. A Félix le había parecido oír el aullido de un lobo, o quizá de un coyote. En aquel momento, la luz del alba ya se alzaba en el orizonte. Ofreciéndole la estadía de un nuevo día en aquel infierno.
Echaba de menos a Pamela. Para él parecía un ángel. Con aquella melena de rizos del color de la sangre y esas pequitas por todo el rostro. Era muy tierna y divertida. Y sabía que llevaban poco tiempo siendo amigos, pero él comenzaba a sentir algo que lo asustaba un poco.
En aquel momento anheleba tenerla junto a él, caminando a su lado y contándole aquellos chistes malos que la hacían reír hasta soltar una sonrisa resplandeciente. Sonrió para si, imaginandola a su lado, con sus ojitos verdes observándolo con atención y curiosidad.
El sol entonces picaba. A Félix le escocían los ojos, y parecía que las gafas se le fueran a deshacer sobre delgada nariz. Por un momento se quedó pensando. Un chico normal de 15 años jamás pasaría por lo que él estaba pasando. Viviera o no, se podía considerar un superviviente.
Por delante suyo pasó un conejo grisáceo. Lo siguió con la mirada y abrió los ojos de horror cuando le llegó un olor chamuscado a la nariz. Había chocado contra algo invisible. Algo que lo había abrasado vivo.
Con cautela, Félix se acercó al conejo, dando pequeños pasitos hasta llegar a su altura. Efectivamente, estaba muerto. Tenía todo el frontal de la cabeza abrasado.
El chico se colocó bien las gafas y alargó la mano temblorosa hacia donde debería estar aquella cosa que había matado al animal, pero él solo veía un camino que continuaba entre la vegetación.
Dio dos pasos más y entonces fue cuando lo vio. La mano tocó algo, y lo que él estaba viendo desapareció ante sus narices. Era un olograma. Y tras éste, había una gran valla eléctrica.
Félix apartó la mano con rapidez, alarmado. Y al instante, la imagen del pequeño camino reapareció antes su visión. No podía creer lo que veía, asi que repitió el procedimiento anterior con cautela, obteniendo el mismo resultado.
En su cabeza y corazón habían emociones contradictorias. No cabía en su dicha de júbilo al ver que sus suposiciones eran ciertas. Estaban encerrados, y por las cámaras que había detectado con anterioridad, estaban siendo controlados. No pretendían que salieran. Pero el terror había inundado también su ser, pues ahora sabía que no había escapatoria alguna.
Su piel se tornó blanca, comenzó a sudar y sintió un gran escalofrío que le recorrió la nuca y toda la columna vertebral.
Y fue entonces cuando lo comprendió todo. No sólo el hecho de que tenía razón, sino que había descubierto el verdadero objetivo del plan. Y que solo había una única manera de salir de aquel lugar.
Las palmas le temblaron, empapadas en sudor, y se agarró el cabello de la cabeza, desesperanzado y sin fuerzas para continuar aquella lucha. No podía hacerlo. Aquello no.
Tic Tac. Todo iba demasiado deprisa. Comprendió que él tan solo era una sombra escondida entre la multitud de particulas del aire, que lo afixiaban agarrándolo por la garganta y undiéndole la nuez hasta el fondo.
Todas las armas eran inútiles a aquello. Todo aquel tiempo perdido... Habían desperdiciado el poco tiempo que les quedaba.
¿Cómo habían llegado tan lejos? No podía creer lo que pasaba. Las imagenes pasaban a la velocidad del rayo por su mente, repasandolo todo, poco a poco. Procesando la información. Buscando otra solución.
Habían hecho lo que ellos querían, justamente lo que más deseaban.
Separarse había sido una idiotez. Y él, como el estúpido que era, se había marchado sólo. Sabía lo que venía a continuación. Sabía que no podría evitarlo.
Aunque si no hubiera decidido venir, no lo habría sabido con seguridad, seguirían corriendo el mismo peligro, pero ahora él sabía todo el plan. Si lograba escapar, quizá...
Quizá podría salvarlos a todos.
O salvarse a si mismo.
Eso fue lo último que pudo pensar con claridad antes de que una luz cegadora lo alumbrara por completo, descubriendo su paradero. Habían llegado. Era la hora. No tubo otra opción que hechar a correr.
Esperaba que el verdadero secreto del plan no muriera con él.
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