28
El olor a sangre llegó como un rayo a mis fosas nasales, como una bola de acero intentado abrirse paso hacia la boca de mi estómago.
Una lágrima de sangre tiñó el pasto esmeralda bajo sus pies. Y por un momento quedé en shock. Jamás hubiera pensado que alguien le pudiera hacer daño, no me lo había planteado. ¿Era posible herir a semejante ser repleto de astucia? Esos ojos perspicaces me decían que no, cada vez que lo miraba sentía la seguridad en carne y hueso, como si él se tratara de una espécie de refugio impenetrable y a prueba de bombas. Pero no era así, era tan vulnerable al dolor y el sufrimiento como yo, aun a mi pesar.
Tenía dos opciones. Podía quedarme allí, protejer a Pam e intentar sacarnos de aquel embrollo. O podía hacer lo que mi cabeza desesperada y ansiosa me pedía. Lanzarme de cabeza hacia él y descubrir con rapidez qué lo había herido para sanarlo lo antes posible. Al final decidí fusionar las dos opciones e improvisar un poco.
Agarré a Pamela del brazo y corrimos hacia la primera víctima de la lluvia de flechas mientras nos cubría con la mochila, esquivando y evitando que alguna de las flechas voladoras nos atravesara la pierna o incluso la cabeza, si es que queriamos ser más negativos.
En cuanto estuve delante suyo sus ojos azules se conectaron a los míos, que buscaban mi mirada con desesperación. En sus ojos pude distinguir emociones contradictorias. Alarma, consuelo y, a la vez, como si quisiera que no me preocupara de él.
Lo agarré de un brazo, pasando el mío bajo su axila para ayudarlo, a lo que él gruñó, mientras que Cedric hacía lo mismo con el otro brazo.
-Vamos, rápido - me apresuré a decir entre dientes, soportando el peso de su cuerpo contra el mío. Notaba su flequillo negro cosquillearme la mejilla.
Pam se pegó a mi con la bolsa sobre la cabeza, y todos corrimos hasta salir de aquel pasillo morífero, porque, llegados a cierto punto, los árboles dejaron de disparar flechas y el bosque se sumió de nuevo en el más remoto silencio.
En cuanto todo hubo acabado el chico se dejó caer a peso muerto en el suelo, soltando pequeños gemidos de dolor y creando una pequeña nube de polvo. Se arrancó la manga del traje con una pequeña navaja que llevaba Dorian en su bolsa y dejó al descubierto su hombro, que estaba destrozado. Tenía una flecha clabada allí, con casi toda la pieza metalica hundida en la carne rojiza y sangrienta. Me costaba mucho creer que no se hubiera roto ningún tendón o que no hubiera tocado el hueso.
Cedric se agachó sobre el pelinegro y examinó la herida con minuciosidad. Intentó separar un poco la piel rasgada del metal férreo de la flecha, pero esta se había adherido con vigor al pellejo.
- Está bien, Gillian - procuró decir el moreno, la voz le temblaba un poco. Estaba asustado - La flecha a calado profundo.
- ¿En mi corazón? Me parece que no, no es mi tipo - Dijo entre dientes. Tenía el flequillo pegado a la frente por culpa del sudor. Intentaba simular una sonrisa, pero el dolor hacía que su cara pareciera una especie de mueca extraña.
- No seas idiota - contestó el moreno con los ojos clínicos entornados - Esto es serio - Se inclinó hacia su mochila y comenzó a rebuscar en ella, pero me miró de soslayo y dijo - Kailee, necesito que extraigas la flecha.
- ¿Yo? ¿Por qué yo?
- ¿Es que quieres que se le infecte y muera? - Dijo con voz dura - Te lo digo a ti porque tu tienes más precisión, no te tiemblan las manos al hacerlo. Y yo tengo que hacer ésto - Señaló la bolsa, - Sólo tienes que tirar. No se dañarán más cosas de las que ya se han dañado.
Era mentira. Sí que me temblaban las manos.
Bufé, dejando escapar el aire entrecortado. ¿Y si le hacía aún más daño? Si sufría aún más por mi culpa jamás se lo podría perdonar. Posicioné ambas manos sobre el mango de madera de la flecha. Gillian se escurrió nervioso en el suelo. Soltó un pequeño gemido cuando el peso de mis manos sobre el arma cayó sobre su hombre.
- Será mejor que lo hagas de golpe - Sugerió Cedric - Dolerá menos si lo haces de un solo tirón.
Asentí con lentitud y observé el rostro encogido de dolor y horrorizado de Gillian - Por favor, quédate quieto. No quiero hacerte daño - dije nerviosa. Acto seguido, y después de haber posicionado bien los dedos, agarrando con fuerza el mango de madera, tiré hacia arriba.
El alarido que soltó Gillian al extraer la flecha me hizo encogerme en el sitio. Tube la sensación de que a parte de resonar por toda mi cabidad craneal, había llegado el estruendo hasta más allá de la atmósfera.
*****
Imaginé el tacto dulce de las nubes. Suave, sedoso y fugaz. Mi madre decía que las nubes expresaban cambio, aire, expansión y horizontes. Que alcanzarlas era el reto de todo soñador.
Tumbada en el suelo fangoso sentía que las nubes rosadas me observaban. Me susurraban con suspiros efímeros que todo iría bien. Sus curvas me transmitían claridad, esperanza, alegría. Pero también me hacían sentir miedo y algo similar a la tormenta. A veces me recordaban que podían ser una pesadilla disfrazada de sueño.
Cerré los ojos con lentitud, tarareando una vieja canción en mi mente. Mi abuela la cantaba día y noche en su años de gloria, en aquel entonces el 1975. Decía que la cantaba el que sería el mejor grupo de la historia, y que acabaría siendo un himno para todos. Y la verdad es que tenía razón. La canción se llamaba Bohemian Rhapsody, creo. Hace años que no la escucho. Pero ella tenía mucha, mucha razón. Es una canción que todos conocemos, a pesar de salir en los años 70 y que se siga escuchando aún en el 2053. Freddy Mercury debe sonreír orgulloso desde su tumba.
La verdad es que siguen pasando los años y canciones como las de Queen no se olvidan. Mi madre solía poner sus discos todas las mañanas cuando yo era pequeña, ella bailaba, cantaba y me hacía virguerías en sus brazos mientras yo sonreía feliz meneando mis dos coletitas al son de la música. Y sí, era feliz. Todos eramos felices. El poder de la música es gigantesco, puede modificar nuestros recuerdos para hacer de nuestra historía algo preciado y imprescindible dentro de nosotros.
Mi madre, al igual que mi abuela, era muy fan de aquel grupo. A mi también me gustaba. Se hicieron muchas versiones de aquella canción, pero yo me mantuve fiel a una sola versión, a parte de la original. Me traspasó el corazón la versión hecha por Panic! At the disco, un grupo de cuando mi madre era más joven. Ahora, con los ojos cerrados, me imaginaba a Brendon Urie cantándome la canción con su melodiosa voz, escondido en alguna parte del bosque.
El cielo fue tornándose cada vez más granate y oscuro, y para cuando me hube levantado del suelo, el firmamento era tan rojo como la pupila inyectada en sangre de un monstruo. El crepúsculo rojo lo cubría todo.
Habían pasado varias horas desde que cruzamos la tenebrosa lluvia de flechas. Aun no era de noche, pero habíamos decidido hacer turnos de vigilancia. Por lo que algunos deberían vigilar durante el ambiente nocturno. Asi que algunos, como Dorian, Timothy y Pam, dormían ahora para preparaste para su turno de noche. Cedric y yo, en cambio, vigilabamos ahora para después poder dormir. Rick, por contra, se negaba a dormir en ningún momento.
- ¿Has visto a Gillian? - Le pregunté a cedric, que rascaba con precisión la punta de un palo contra el perfil rocoso de una gran piedra. Elevó la vista de su trabajo para mirarme y señalar con el dedo hacia una especie de pared con salientes de rocas.
- Allí está - Dijo al señalar arriba de todo.
- ¿Ha subido hasta allí con el brazo como lo tiene?
Se encogió de hombros - Ya deberías saber que es un cabezota.
A regañadientes me dirigí a la pared, y aferrándome con fuerza a los bordes de las rocas escalé hasta llegar a la cima.
Y allí estaba él. Sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Tenía la cabeza hechada hacia atrás y los ojos cerrados. El pelo negro estaba alborotado y le caía sobre la frente con suavidad. Tenía el brazo al decubierto. Dorian le había ofrecido una manga de su traje a Cedric para parar la hemorragia, asi que ahora su brazo estaba rodeado por la tela anudada del traje de la peliazul.
Él sabía de mi presencia antes de que me sentara a su lado, pero no habló hasta que estube en el pasto junto a él.
- Me parece precioso y espeluznante a la vez - me lanzó una mirada de soslayo, si mover a penas la cabeza - El cielo, quiero decir.
Ignoré su comentario y no respondí, aunque estaba totalmente de acuerdo con su objeción.
- ¿Qué tal tu brazo?
- Lo mejor posible que se puede estar después de que te disparen una flecha y te perforen un tendón - Contestó sarcástico
- No te han perforado el tendón.
- Pero casi.
Tenía el hombro al descubierto, y la herida estaba allí. La piel de todo la zona afectada estaba de un tono rojizo, y la herida estaba abierta. La cubría una especie de capa arenosa de un color violeta. Polvo de aguileña y algo más, había dicho Cedric al aplicarlo sobre la lesión. Con cuidado pasé un dedo al rededor de la herida, deslizándolo por la zona afectada, y noté cómo él tragaba saliva con dificultad. Agarró mi mano, separándola de su hombro, y la situó sobre su pierna. Puso su mano sobre la mía y la apretó con ligereza.
- Gracias por ser tú.
Volvió su rostro hacia mi, sonriendo. El flequillo negro le cayó sobre la frente. Sus ojos azulados me miraron con ímpetu, y el reflejo de los rayos rojos del cielo hacían que el borde de sus orbes se viera de un color fucsia. "Un ángel" pensé, "Parece un ángel".
- ¿A qué viene eso? - Le pregunté intrigada.
Esta vez, un poco más serio, volvió la vista hacia el horizonte. Aún qué no pasé por alto las pequeñas sonrisillas que se le escapaban mientras hablaba.
- Sé que no te hablo mucho sobre mi, pero tu me has ayudado con algo sin siquiera darte cuenta - hizo una pequeña pausa antes de continuar - Cuando era pequeño, era ese niño que siempre estaba callado. Siempre presente, pero casi invisble para los demás. No me gustaba llamar mucho la atención. Era obediente, hacia caso a mis padres y a los profesores. Mi personalidad me la guardaba para mi.
Yo escuchaba su historia, muda. No comprendía a dónde pretendía llegar.
¿Él, un chico invisble? Me costaba bastante imaginármelo de aquella manera.
>> Fui creciendo y a la vez que maduraba escondía mis sentimientos. Siempre he sido una persona a la que le cuesta mucho mostrar lo que siente. O al menos me costaba - Oír aquella última frase hizo que mi corazón tamborileara sobre mi pecho - Nunca he hablado mucho con las personas, he sido reservado y siempre he cumplido mis obligaciones sin rechistar. Nunca solía dejar a las personas entrar en mi vida durante más tiempo del necesario - Entonces me miró de nuevo, y acaronó mis manos entre las suyas - Pero entonces aparecistes tú. Esa chica cabezota y mandona. Con ese pelo tan largo y esa carita angelical. Siempre pendiente de todo y con un corazón gigantesco - Pasó con suavidad el pulgar sobre mi mejilla en un gesto tierno, y aquella sonrisa enternezedora pareció de nuevo en su rostro mientras hablaba. El azul de los ojos le brillaba como dos llamas incandescentes - ¿Me lo has puesto muy difícil, sabes? Ahora estoy aquí cómo un idiota intentando expresarte lo que siento, porque esa maldita flecha me a acojonado y quiero que sepas lo que pienso antes de que ocurra algo peor.
Esas palabras dieron de lleno en mi estómago. ¿Estaba sucediendo de verdad? No podía creerlo. Un pequeño cosquilleo creciente en el vientre me advirtió de que no era buena dosificando emociones.
>>En cuanto te vi me llamaste la atención, pero estaba dispuesto a seguir en las sombras, como de costumbre. ¿Pero qué querías que hiciera? Te me acercaste de aquella manera... Tan peligrosa y explosiva... Me dabas miedo, creía que vendrías a pegarme. Pero no. Querías saber mi nombre. Una forma muy común de pedir un nombre, por cierto.
Se le escapó una pequeña risita y mi corazón dio un vuelco, nervioso.
>> Entonces ya no pude sacarte de mi cabeza. Por que tu eres así. Atreyente. Adictiva. - Acunó mi cara entre sus manos - ¿Eres consciente de que me vuelves un blandito, verdad? Mi pose de duro se deshace en cuanto te veo. Tu presencia me hace sonreír aunque sea justamente lo contrario a lo que quiera hacer. ¿Entiendes el control que tienes sobre mí? - bajó la mirada hacia al suelo - No se espresarme, soy un estúpido.
Entonces fue mi turno de alzarle el mentón para que él me mirara a los ojos. Antes de acercarme, poco a poco.
- No eres estúpido, eres un idiota.
Me acerqué con suavidad. Sus mejillas estaban sonrojadas, pero puedo asegurar que las mías lo estaban aún más. Me incliné sobre él y lo besé con dulzura. Sus manos recorrían mi rostro mientras sus labios se unían a los míos. Eran suaves, cálidos y carnosos. Con un ligero sabor a menta. Su cabello negro me acariciaba el rostro. Pasé los brazos al rededor de su cuello y le acaricié el bello de la nuca, pasando después a su espeso tupé despeinado con el que tantas veces había soñado que tocaba. Noté como el beso se aceleraba y él buscaba mi boca con ansiedad, hasta que me percaté de que le estaba devolviendo el beso con la misma ansia.
Notaba una explosión de sensaciones en el estómago. Sentía su pulso acelerado contra mi piel, y su respiración entrecortada chocando contra la mía. Finalmente, los labios de Gillian acariciaron los míos con ternura, y cuando se separó de mi, me sentí tan débil que tuve que apoyarme en su pecho para no desfallecer. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Lo había hecho. Le había besado. Y estaba feliz.
Gillian rió contra mi cabello. Era una risa alegre, jubilosa. Me volví para observarlo y sonreía risueño. Estando tant cerca, diseccioné su rostro para no olvidarlo jamás. Tenía una pequeñas pecas bajo los ojos. En sus preciosos ojos azules habían pequeñas motitas verdes, y cuando sonreía le salían pequeños hoyuelos. Adorable.
Su risa era contagiosa, y yo también comencé a reír. Apoyó su frente contra la mía e inspiró con una sonrisa de oreja a oreja, cerrando los ojos.
En la sala central, Joseph observaba todas las tomas de las cámaras a través de las pequeñas pantallas de los ordenadores. Admiraba satisfecho la pequeña escena sentimental que había ocurrido en el campo, donde Kailee y Gillian aún continuaban abrazados.
Tras la espalda del cabeza de mesa apareció aquella pelirroja que tantos problemas había dado a Abraham. Com su usual moño rojo desenfadado y las gafas de pasta sobre el puente de la nariz. Se acercó sigilosa al hombre, y tras ponerse a su lado sin hacer un solo ruido, soltó el comentario que llevaba horas esperando decir.
- ¿Por qué ha ordenado que cesara la lluvia de flechas, señor? Apenas ha habido un herido. Podríamos haber causado más daños.
El hombre se pasó una mano por el cabello, ya algo canoso, y suspiró antes de contestar.
- Porque, de haber sido de otra manera, ese tampoco es nuestro objetivo. Queremos que sobrevivan al dolor, a la pérdida. Pero sería un error eliminar a una pequeña parte de golpe. Es necesario que vayan desapareciendo de uno en uno, es entonces cuando los últimos supervivientes que queden sacarán su verdadero espiritu de supervivencia. - Señaló la pantalla donde los dos jóvenes aparecían - Tenemos al grupo dividido en tres, eso ya es un avance. Además, parece que la cosa se a puesto... bastante interesante. Dejemos que las cosas sigan su curso. Al menos durante un tiempo.
La pelirroja, decepcionada, asintió con la cabeza y se giró dispuesta a marcharse. Pero cuando estaba apunto de cruzar la puerta, Joseph la detuvo.
- Ah, Edda. Recuerda que todo se cuece mejor a fuego lento. Pero tranquila, pronto llegará la diversión.
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