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23

Un dolor distorsionado fue lo primero que sentí al despertar dos días después. La mejilla a penas me dolía, era un lejano fulgor en la oscuridad que se perdía a medida que las horas pasaban. El problema era la espalda. No recordaba haber visto a Cedric entrar de nuevo en la cabaña, pero notaba cómo el aire entraba por la espalda rasgada del traje y colisionaba con una espesa masa antes si quiera de rozar mi piel.

Cuando abrí los ojos escuché a los demás trabajando en sus cosas, notaba cómo sus cuerpos se movían de aquí para allá conforme los pasos se alejaban o se hacían más próximos. Ésta vez al incorporarme no sentí desequilibrio alguno, si quiera un malestar incesante ni nada parecido.

Deslicé la mano entre la tela de la espalda hasta tocar la masa espesa que recubría mis heridas. Esta vez era distinta.  Estaba dura, como una roca. Y se agarraba a mi piel como una garrapata. El tacto era rugoso, áspero. Me pregunté si Cedric era el culpable de esto, a pesar de que no había notado la presencia de nadie durante mi largo sueño. Al poner la mano de nuevo en mi muslo, me sorprendió ver que tenía un polvo anaranjado sobre la yema de los dedos.

- He sido yo.

Me sobresalté al oír la voz y pegué un pequeño bote. Mi extraño compañero de cabellos oscuros estaba sentado tras de mí en la esquina de la habitación. Me miraba con gesto preocupado, serio, aunque no pudo evitar elevar una pizca la comisura de los labios al ver mi repentino asombro.

- ¿Qué? - Pregunté sin comprender.

- Que he sido yo quien te ha puesto esa cosa - Inclinó la cabeza hacia la derecha de manera inconsciente, haciendo que el flequillo negro le cayera sobre los ojos - Cedric salió con Pamela a buscar más ingredientes para una nueva crema. Decía que los efectos de la primera no eran suficientes para sanar bien la herida. Esta es un poco distinta. La anterior era absorbida por la piel, pero esta crea una especie de cúpula compacta que aísla la herida del aire. Se supone que la anterior desinfectaba la herida e impedía el sangrado. Esta hace que cicatrice más rápido -  Se encogió de hombros - O bueno, eso es  lo que dijo él.

Asentí sin acabar de comprender demasiado. ¿De dónde sacaba Cedric tantas cosas?

Gillian continuó su explicación - El caso es que Cedric me pidió si podía aplicarte la crema en la espalda mientras que él hacia un par de cosas.

- Pero no me he enterado de nada.

- Seré un bruto, pero la verdad es que suelo tener bastante delicadeza - Enseñó sus fuertes manos y sonrió - Para la madera se necesita fuerza, sí, pero también se necesita intelecto y delicadeza. Uno no puede ser carpintero y ser un salvaje.

Fruncí el ceño.

- ¿Carpintero? Eso no es un trabajo para gente de clase alta.

Se encogió de hombros y me miró misterioso - Eso es otra historia. Algún día te la contaré.

Antes de que pudiera mediar palabra o si quiera protestar por tanto misterio se acercó a mí y se puso tras mi espalda.  Me apartó el cabello y acercó su boca a mi cuello, bajo mi oído.

Con el simple hecho de tenerlo a milímetros de mi piel mi corazón comenzó a latir desbocado. Me maldecía a mi misma por dejarme provocar de aquella manera, pero no podía negar la irremediable atracción que sentía por aquel chico. Era realmente atractivo, pero tenía una personalidad muy peculiar, y eso era lo que más me gustaba. Era encantador, misterioso y carismático. Era un seductor sutil.

Colocó su mano en la parte baja de mi espalda, y aún con los labios casi rozando mi oreja me habló con un tono que me puso la piel de gallina.

-Supongo que ya te habrás dado cuenta de a quién le dedico la mayoría de mi delicadeza, además de toda mi atención.

El deje ronco en su voz y la frase que había dicho hizo que contuviera el aliento. Y él debió darse cuenta, ya que  se separó lentamente y comenzó a hablar de nuevo como si no hubiera dicho nada, solo que esta vez con una gran sonrisa en el rostro.

No tenía derecho a hacer que sus palabras me afectaran de aquella forma. Y yo como una tonta me había quedado callada en vez de contestarle de igual manera. Aunque tampoco sabía que decir.

- Cedric me envió ayer por la noche para cambiarte la crema y vi que la capa que se había formado no era muy gruesa. En cambio, por lo que veo a través de los agujeros del traje... Esta vez va a ser algo más complicado retirarla de la piel.

Chasqueó la lengua y como si nada cogió la cremallera del traje y comenzó a bajarla. El calor me subió a las mejillas. Sorprendida y alterada me giré en su dirección y le di un guantazo en la mano.

- ¿Qué se supone que estás haciendo? - Dije indignada.

El me miró confuso durante un instante, pero luego su mirada se volvió divertida, juguetona.

- Bueno... No creo que pueda quitarte los pedruscos de la espalda a través de unos pequeños agujeritos. Y mucho menos si no quieres que te haga demasiado daño - Su voz era burlona e irónica. 

- Eh... Si si, perdón... - En aquel momento deseé que me tragara la tierra - Continua.

Bajó la cremallera de traje y dejó mi espada al descubierto, mostrando así la masa naranja que había formado pequeñas cúpulas sobre la piel. Gillian tocó una con cuidado y apretó los labios.

- Me temo que esto te va a doler. ¿Tu solo concéntrate en una cosa, vale?

Asentí y cerré los ojos con fuerza. Pensé en mi família. En mis padres y en Nick. En cómo lo estarían pasando, sin saber donde estoy. O quizá ya lo supieran, pero podría ser  una peor angustia para ellos. Me carcomía la cabeza pensando en ellos, en lo mucho que los quería. Quizá no se lo dijera a menudo, quizá no lo mostrara lo suficiente. Sólo esperaba que si no salía de allí ellos lo supieran. Que supieran que su hija murió intentando encontrar el camino hacia ellos. Que lo que más ansiaba todas las noches antes de irse a dormir era estar a su lado. Que los quería con locura.

Gillian tiró de la primera cúpula y yo solté un sollozo desgarrador. Me cogió la cara entre las manos.

- Eh... Mírame... - Me elevó el mentón para que lo mirara - No quiero hacerte daño, pero están demasiado duras, se han enganchado mucho a la piel. ¿Sólo un par de tirones más, vale? Aguanta.

Volvió tras mi espalda y retiró los trozos que quedaban mientras que yo apretaba los ojos y me mordía el interior de la mejilla para no gritar.

Cuando acabó no habló, ni tampoco se movió. Se quedó pasmado admirando mi espalda.

- Vaya.

- ¿Qué? ¿Qué ocurre?

- Es como si Cedric tuviera magia en las manos.

Mi espalda estaba completamente suave y tersa, sin marcas ni nada que te indujera a pensar que me había hecho daño. No había nada. La piel era como la de un bebé.

Quedé maravillada con el trabajo de Cedric. Era un chico maravilloso, y me había curado, no podía esta más contenta.

- ¿Cómo lo hace? - Pregunté atónita.

- Dice que es algo de familia - Se encogió de hombros - Algo de su padre. 

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