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21

Nuestra pequeña "aldea" estaba sumida en el caos. Y tan solo la visión de lo que ocurría ante nosotros nos ponía los nervios como escarpias y producía el mayor temor que uno podría sufrir en estos momentos. Porque estaba sucediendo la única cosa que nos enviaría a una muerte segura. 

Cinco jabalíes de enormes dimensiones apaleaban las pequeñas estructuras de nuestras particulares barracas. Las gruesas y férreas astas de los mamíferos aporreaban con crueldad el endeble esqueleto de la pequeña urbe situada en el prado.

Dorian escondía tras su espalda a los pequeñines, Timothy y Gea, que luchaban por no salir huyendo. Gea lloraba desconsolada y Timothy se agarraba con demasiada fuerza a la pierna de su protectora. Estaban aterrorizados. Dorian disparaba sin mucho éxito a uno de los animales mientras el flequillo azulado le tapaba los ojos.

Fancy y Daphne estaban acorraladas contra la pared de una de las chabolas. El rabo del puerco se movía de lado a lado, nervioso y excitado. su respiración era entrecortada y las miraba con los ojos negros llenos de una jubilosa emoción, ansioso. Con la pezuña rascó el suelo, preparándose para acortar la poca distancia que los separaba.

Damián se interpuso entre el animal y las dos chicas, que se habían cogido de la mano mientras sollozaban. Lanza en mano, se debatieron en una guerra de miradas. El jabalí se quedó inmóvil, esperando el siguiente movimiento de su rival, flexionó las patas hacia atrás. Fue en ese momento cuando Damián dio un paso hacia él. El cochino enseñó con furia los colmillos y se enzarzaron en una lucha de lanzas y incisivos. Se revolcaron por el suelo. También se escucharon gritos, pero nadie podía ayudar al pobre Damián, porque todos se encontraban en una situación similar.

Rick y yo nos miramos alucinados. De la nada apareció Cedric, todo sudado y de los nervios.

Al vernos abrió mucho los ojos. Le sangraba la comisura de la boca. Se acercó corriendo y nos abrazó. Me levantó el flequillo de la frente y examinó a Rick con la mirada.

- Dios mío, ¿Estais bien chicos? -ambos asentimos con rapidez- Que alivio, ¡Esto se a descontrolado en un momento! Han aparecido de la nada y ¡Pum!- No paraba de hacer gestos con las manos. Cedric solía ser muy tranquilo, pero estaba más nervioso que nunca. Y tenía motivos para estarlo.

Otro grito de Damián hizo que se me encogiera el corazón. 

- Damián - Dijo Cedric en voz baja. Cogió a Rick del brazo e intento llevárselo con él- Ven Rick, vamos a ayudarlo ¡Corre!

- Esta bien - Rick se giró en mi dirección - No te muevas de aquí - Me lanzó una mirada de advertencia y luego la suavizó - Por favor.

Cedric lo arrastró con él antes de que yo pudiera contestar, y es que no me podía quedar quieta, tenía que ayudar a mis amigos.

Vi a Kenzo correr por ahí, con un cuchillo en cada mano. Y se me encogió el corazón cuando me percaté de algo. Aún no había visto a Gillian. 

Mis ojos se volvieron locos. Empezaron a buscarlo por todas partes, y mi cerebro se imaginó lo peor. El pulso se me aceleró. Noté que me sudaban las palmas de las manos. Fue en ese momento de búsqueda cuando el tiempo se paró para mí.

Dentro de mi cabaña, que era la única que aún se mantenía en pie, estaba Félix. Reposaba la pierna, tumbado en el suelo. Y a su lado se encontraba Pam, mi pelirroja amiga, que lo cuidaba. En la entrada de la choza estaba el más grande de los cinco jabalíes, que los miraba echando humo por la nariz. 

Pam estaba tan aterrorizada que nunca olvidaría esa expresión que puso en la vida. Se me quedó ahí. Yo era la espectadora de una película de terror, y lo peor de todo era que estaba en primera fila.

Félix se incorporó hasta quedar sentado, hizo que Pam se pusiera detrás de él y la protegió con su cuerpo a pesar de estar herido. Estiró la palma de la mano hacia delante, a sabiendas de que no serviría de nada y cerró los ojos muy fuerte.

No pude aguantarlo, los dos eran mis amigos, los quería. No iba a dejar que murieran pudiendo intentar salvarlos.

Me cayó una lágrima por la mejilla. Apoyé bien los pies en el suelo y comencé a correr hacia allí. No sabía que estaba haciendo, pero me daba igual. Ya era demasiado tarde para arrepentimientos.

Corrí como nunca y en cuanto estuve lo suficientemente cerca me abalancé sobre aquel bichejo al que apenas se podía considerar jabalí, ya que me percaté de que era un cruce entre este y una hiena. 

Mi cuerpo colisionó contra el suyo y nos arrastró a los dos colina abajo. Noté como la piel de la espalda se me desgarraba cada vez que una roca chocaba contra mi espalda.

El jabalí se retorcía mientras caíamos, pero lo abracé aun más fuerte contra mi cuerpo para que no escapara, a pesar de que cada vez que rodábamos y yo estaba abajo me aplastaba con su peso. Cerré muy fuerte los ojos, era como si mi cuerpo se quebrara.

Cuando dejamos de rodar tenía un pitido sordo en el oído, y eso era lo único que podía escuchar. Tan solo ese vibrante y agudo pitido ensordecedor. El animal, que estaba sobre mi, me clavó la punta de uno de sus colmillos en la mejilla al levantarse, y como si nada hubiera ocurrido se alejó hasta juntarse de nuevo con los demás.

Me quedé sola tirada en la hierba. Notaba la sangre caliente extenderse por mi mejilla y desbordarse por la parte trasera de mi traje. La cabeza me dolía horrores y tenía la vista nublada, por momentos apenas veía nada. Intenté pedir ayuda, pero me era imposible mover la boca. Estaba tirada en medio del bosque sin siquiera poder moverme.

A pesar de la lejanía y mi poca vista en esos instantes, lograba distinguir el campamento e inclusive a mis amigos. Pam y Félix se abrazaban mientras mi amiga lloraba. El jabalí que amenazaba a los niños había muerto de un balazo en la sien proporcionado por Dorian, que por fin había dado en el blanco. Damían estaba sentado, con la espalda apoyada en un árbol, tenía la parte superior de traje desgarrada y algún rasguño en la cara. Definitivamente yo estaría mucho peor, de eso estaba segura.

Cedric y Rick calmaban a las chicas, que no paraban de llorar y miraban a Damián respirar pesadamente. Kenzo volvía con los dos cuchillos manchados de sangre y se acercó al borde del acantilado que había delante del campamento, aquel donde me había sentado a observar la luna.

Nadie se había percatado de mi ausencia a parte de Pam y Félix. Y Gillian... Dónde estaría Gillian.

Una lágrima de dolor resbaló por mi mejilla.

Lo sorprendente era que cuatro de los jabalíes estaban muertos, alcanzaba a ver sus cadáveres. Pero no había ni rastro del quinto, el que me había atacado. Había desaparecido.

Miré hacia la colina. Mirar era lo único que podía hacer a parte de respirar con dificultad. Y abrí mucho los ojos. No pude avisarlos de ninguna manera. No pude decirles que una oleada de jabalíes se aproximaba a ellos a gran velocidad.

Intenté gritar. Notaba como poco a poco podía comenzar a mover los dedos, pero no era suficiente. Lloré de la frustración.

Cuando se percataron de la gran manada que se acercaba como un torpedo fue demasiado tarde. Iban juntos y apretados. Enseñando los colmillos para llevarse a todo lo que pillaron por delante. Todos gritaron.

Se dirigían hacia donde estaba Kenzo, que solo tubo tiempo de girarse y abrir mucho los ojos antes de que unos de los animales lo atravesara con el colmillo y todos se lo llevaran por delante antes de caer.

Kenzo calló acantilado abajo. Él, y todos ellos, que sabiendo su destino no dudaron en tirarse todos juntos. ¿Acababan de suicidarse todos por una sola persona?

Daphne que hacía tan solo un par de segundo que había hablado con Kenzo chilló y comenzó a llorar desconsolada, agarrada a la camisa de Rick.

Yo estaba hecha un mar de lágrimas, no había podido avisarles. Kenzo era un buen tío. Lo conocía desde pequeña, nunca habíamos hablado antes, pero sabía que era una buena persona. Cerré los ojos y esperé que no sufriera.

A parte del llanto de Daphne todo estaba en silencio. Finalmente escuchamos el golpe fatídico, una nube de polvo inundó el aire y supe que Kenzo por fin había llegado al suelo y que sus compañeros de muerte también.

Habían pasado ya unos diez minutos. Yo seguía tumbada en la hierba, envuelta por un gran charco de sangre y a duras penas consciente. Miraba el cielo azul. Hacía unos minutos, una nubes de tormenta habían asomado por los bordes de este, pero ahora que todo había pasado no había ni una nube.

Empecé a pensar que nadie vendría a buscarme, que se habían olvidado de mi. Que quizá moriría allí. Cerré los ojos. Comencé a pensar en mis padres, en Nick... y en Gillian. Quizá él estaba igual que yo y a duras penas podía respirar. 

- ¡Kailee!

Escuché una voz angelical, una voz que conocía a la perfección a pesar del poco tiempo que había pasado a su lado. El cielo venía en mi búsqueda y me recompensaban dejándome escucharlo de nuevo.

-¡Kailee!

Pude elevar un poco la comisura de los labios. Al menos tendrían piedad.

- ¡Kailee, soy yo! ¡Abre los ojos por favor! - Noté que alguien me sacudía - ¡Joder, aún no puedes irte! No me dejes.

Me obligué a abrir los ojos y choqué de frente con esos ojos azules que tanto anelaba. Ese azul oceánico que tanto necesitaba. Mi corazón se aceleró de golpe. Sorprendentemente moví los labios y por fin pude proferir algún sonido.

- Gi... ¿Gillian?

- Dios Kailee... - Me miró con ojos esperanzados, vi como los ojos poco a poco se le cristalizaban y me abrazó. Me apretó contra él y puso su cabeza en el hueco de mi cuello. Cuando habló contra este se me erizaron los pelos de la nuca - No sabes lo preocupado que estaba... Te he buscado por todas partes.

No quería que me soltara pero a la vez sentía el cuerpo roto, me dolía que me apretara. Solté un pequeño gemido de dolor y al percatarse me soltó.

Se rascó la nuca y miró al suelo antes de hablar - Lo siento, yo... - Volvió a mirarme de nuevo - Pensaba que no volvería a verte, que te había perdido - Sonreía, su sonrisa era verdadera, de alegría. Luego se le borró la sonrisa del rostro cuando se percató de mi aspecto. - Kailee... dios mío... - Observó mi cuerpo. Tenía un gran corte en la mejilla y me ardía la cara. Mi traje estaba todo destrozado y lleno de sangre, sobre todo la espalda. Estaba llena de pequeñas heridas. La caída me había dejado hecha polvo, no creía haberme roto nada, pero aun así me pesaba todo el cuerpo y me costaba moverme y respirar. Me encontraba entre sus brazos. Con el pulgar me levantó el mentó y sus ojos conectaron con los míos. Después de todo lo ocurrido por fin vi un atisbo de esperanza - Tranquila, te curarás.

Me fijé en su rostro, a penas tenía un arañazo. Pero cuando le miré el pecho me asusté, estaba manchado de  sangre.

- Tu pecho... La sangre... - dije con dificultad.

- No es mía - Miró sobre mi hombro y cuando seguí su mirada a lo lejos vi el cuerpo del jabalí de antes. Le faltaba la cabeza. Volví mi rostro hacia él y lo miré incrédula, él me cogió entre sus brazos, se encogió de hombros y comenzó a caminar conmigo a cuestas - Vamos, los demás te esperan.

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