19
La mañana en el prado era clara, demasiado clara a mi parecer. No había ni una nube en el cielo, todo parecía estar demasiado tranquilo. Los rayos de sol eras muy intensos, la hierba y la naturaleza parecía más viva que nunca y el silencio que inundaba el paraje era aterrador.
Me desperté sola. Gillian ya no estaba en la cabaña. Se notaba la falta de su presencia, pues ya no sentía ese calor humano de la noche anterior.
Salí al exterior y utilicé mi mano como visera para proteger mi vista de los rayos de sol. Frente a la hoguera ya extinta se hallaba Félix, que observaba sentado las cenizas.
Con un dedo echó hacia atrás sus gafas, situando bien la montura sobre su nariz. Llevaba la pierna embadurnada con una especie de barro seco, y a pesar de la mejoría que él intentaba demostrar, las muecas de dolor al moverse lo delataban.
Timothy últimamente parecía tener una adicción por el dibujo, dado que estaba en la misma piedra de siempre. Intentaba copiar, una y otra vez, el cerdito que había dibujado Pam aquel día, pero lo único que lograba tallar en la piedra era una extraña criatura similar a un cerdo. Más que un cerdo, como había dicho con anterioridad Pamela, parecía un jabalí. Pero era un jabalí con unos colmillos desmesurados, unas torneadas patas y de gigantesco tamaño.
Pude entrever el cabello de Pam en el suelo de su cabaña. Aún dormía como un tronco. No sabía que hora debería ser, pero el sol nos daba los buenos días y eso era señal de que era hora de ponerse manos a la obra. La trenza de mi pequeña amiga adolescente ya comenzaba a deshacerse. Su cabello pelirrojo estaba sucio y enredado, pero si lo tocabas seguía tan sedoso como el primer día.
El resto del grupo caminaba de aquí hacia allá haciendo a saber qué. Cedric iba y venía, traía diferentes hierbas y objetos y parecía muy atareado. Dorian salía de en medio del bosque con una ardilla colgando de la mano y su cuchillo personal manchado de sangre. Poco tardé en darme cuenta de que a la ardilla le faltaba la cabeza.
Rick traía troncos y ramas secas. Preparaba el material para nuestra próxima fogata.
De golpe unas manos se posaron en mis hombros e inconscientemente di un saltito y me giré.
— Buenos días — Gillian me sonreía de lado con el flechillo cayéndole en la frente — No sabía que tenías tantas ganas de verme.
Resoplé.
— Me has asustado.
Se encogió de hombros — Cosas que pasan. ¿Te importaría ayudarnos a Rick y a mi a traer madera?
— Claro, ahora mismo os ayudo, pero antes... — bajé un poco la voz y él esperó mi respuesta — Tengo que ir al baño.
Él se rió —¡Oh, sí claro! ¡Ve corre!— se giró y comenzó a caminar, pero antes de perderse en el bosque volvió a mirarme y dijo con ironía — ¡Y cierra bien la puerta!
Acto seguido me guiñó un ojo y desapareció entre los matorrales.
*****
Para sacarme ese maldito traje de licra o cuero, que a saber de qué estaba hecho, tuve que desnudarme por completo ya que la única manera de deshacerse de esa puñetera segunda piel era bajar una cremallera que me surcaba media espalda.
Estaba por meter los brazos en las mangas del apretado ropaje cuando un crujido en la inmensidad del silencio del bosque hizo que me acabara de vestir más rápido de lo normal.
El rechinar de unas pezuñas contra las piedras del camino provocó que la alarma comenzara a inundar mi sistema nervioso y como pude comencé a caminar en dirección al campamento mientras subía la cremallera.
El sonido de unos gruñidos profundos resonaba a la son de mis pasos, que cada vez aceleraban más el ritmo. Antes de aparecer entre las sombras sólo se oían esos gruñidos continuos, muy sordos, con algunos gemidos agudos intercalados. De repente, un animal tomó forma, una sombra oscura, de gran tamaño, que se quedó mirándome fijamente, inmóvil.
Mi piel se volvió pálida de golpe y se me puso la carne de gallina cuando un jabalí de metro y medio dio una larga zancada en mi dirección.
Mi primer instinto fue echarme hacia atrás, pero después descubrí que eso había sido una mal idea, pues el jabalí dio dos pasos más en mi dirección.
Eché la mano a mi cinturón, pero mi espada no colgaba de este. Me la había dejado en la cabaña. Desde aquel día en que probamos las armas no la había vuelto a tocar.
Maldije por lo bajo a dios y al cielo entero. ¿Iba a morir en manos de un jabalí? Y tú te reirás. ¿Qué muerte más penosa, no? Pero es que no era un jabalí normal y corriente. Tenía unos colmillos tan grandes como los de un diente de sable. Su pelaje era negro, con pequeños mechones de un tono acaramelado en el lomo. Con unas descomunales pezuñas, ojos enanos y completamente negros. El hocico con una cantidad desmedida de mucosidad que goteaba en el suelo. Sus patas eran musculosas, como las de un culturista, y su mirada estaba vacía, no mostraba ninguna emoción. E incluso sus ojos carecían de pupilas. Parecía como si hubiera estado modificado genéticamente.
La adrenalina que me recorría las venas se mezclaba con el terror. No podía hacer nada.
Me quedé quieta en el sitio, sin mover un músculo. El jabalí, sin mostrar signos de temor se acercó un poco más a mi. Sólo dos metros de distancia nos separaban.
Entonces vi una puerta celestial abrirse ante mis ojos. Oí a los ángeles cantar un nombre. El nombre de la persona que más necesitaba en ese momento.
Un pelo rubio asomaba por detrás de unos árboles. En la distancia vi a Richard, que con los troncos cargados al hombro volvía al campamento.
— Rick... — Él a penas se inmuto — ¡... Richard...!
Esta vez parecía que había oído algo. Porque paró en seco y levantó la vista de suelo. Pero por desgracia miró hacia el lado contrario.
— Maldita sea Rick — pensé en alzar la voz y mover la mano para que me viera, pero en cuanto elevé el brazo el jabalí gruñó y me mostró sus largos colmillos.
En aquel instante Richard volvió la cabeza en mi dirección. Primero sonrió, pero cuando se dio cuenta de la presencia del jabalí me hizo señas para que estuviera bien quieta.
Pude ver la alarma en sus ojos.
Puso su dedo índice sobre sus labios pidiéndome que me quedara callada. Con cuidado, se agachó y cogió el mango del hacha con la que había talado los troncos. En estos momentos vendecía y odiaba a la vez al SECMA. Porqué ellos eran los que nos habían dejado allí. Pero al menos habían dejado algo para que nos defendieramos.
Cuando Rick aún se incorporaba. El jabalí rascó el suelo con su pezuña y avanzó dos pasos apresurados hacia mi. Yo caminé rápido de espaldas hasta chocar mi espalda contra un árbol.
Entonces el monstruoso cerdo cogió carrerilla y con su grandes colmillos deseando atravesar mi estómago hecho a correr en mi dirección.
Vi el brazo de Rick volar, y tres segundos antes de que uno de los cuernos atravesara la fina capa de piel que surcaba mi estómago, el hacha se clavó el el cráneo del puerco que cayó a peso muerto sobre mi.
Solté un grito al ver el hacha estamparse en la cabeza del jabalí que estaba a centímetros de mi cuerpo.
La sangre comenzó a brotar y manchó mi traje de escarlata. Pude notar el último aliento del animal antes de que su alma dejara este mundo.
— ¿Qué narices era esa cosa? — Rick se acercó corriendo hacia mi y me quitó el cuerpo muerto del puerco de encima.
— No tengo ni idea, pero parece una especie de jabalí.
— Un jabalí monstruoso. Es casi tan alto como tú.
Me sacudí la tierra de las piernas.
— Un jabalí... — Me quedé en silencio varios segundos, hasta que lo comprendí — ...¡Mierda!
— ¿Qué? ¿Qué pasa? Ya está muerto, ¿No? Problema solucionado.
— ¿Es que no lo ves Rick? Un jabalí nunca viaja solo, siempre viaja...
Un chillido masculino proveniente del campamento caló en nuestros tímpanos. Después se escucharon muchos golpes y el sonido de destrozos. Era el sonido del caos.
— ...En manada — Acabó Rick — ¡Mierda, mierda, mierda!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro