La vieja era terminó en un suspiro, no en un estruendo. Las grandes ciudades, antaño faros de progreso y civilización, se convirtieron en vastos cementerios de concreto y acero. El mundo, otrora bullicioso con la actividad humana, ahora yacía en un silencio inquietante, roto solo por el susurro del viento a través de los edificios derrumbados y el distante crujido de la vegetación reclamando su dominio.

Todo comenzó con la gran pandemia, una plaga que se propagó más rápido que la esperanza, seguida de una serie de catástrofes que nadie pudo prever. Terremotos sacudieron continentes, mares se alzaron y tragaron costas enteras, y los cielos se oscurecieron con tormentas eléctricas perpetuas. La tecnología, la gran aliada del hombre, se volvió contra él en un último acto de ironía cruel, con fallos en las redes eléctricas y el colapso de las comunicaciones.

Los sobrevivientes, aquellos pocos desafortunados o bendecidos con la vida en este nuevo mundo, se enfrentaron a una realidad brutal. Sin gobiernos, sin leyes, y sin las comodidades que una vez dieron sentido a la existencia, cada día era una batalla por los recursos menguantes. La confianza se convirtió en una moneda más valiosa que el oro, y la traición, una sombra siempre presente.

En medio de este caos, surgen historias de heroísmo y villanía, de sacrificio y redención. Aquellos que persisten deben encontrar un nuevo propósito, una razón para seguir adelante cuando todo lo que conocían y amaban ha sido reducido a cenizas. Esta es una crónica de esos tiempos oscuros, de aquellos que se atreven a soñar con un amanecer tras la larga noche del apocalipsis.