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ÚNICO CAPÍTULO

Valle de la muerte, California, Estados Unidos.

20 de octubre del 2010


Un grito ahogado emití cuando la gravedad azotó con fuerza mi cuerpo. Las turbulencias en el armazón del avión eran mucho más violentas, y hacían vibrar todo lo que estaba a mí alrededor. El ambiente se había vuelto hostil en menos de un momento, justo cuando el avión comenzó a colapsar de la nada. Y aunque todo el personal que laboraba abordo hablaba a través de los altavoces, las palabras fueron entorpecidas ante los gritos y el desespero del resto de las personas. Quería seguir gritando, pero la presión que sentía en mi estómago, me hizo imposible hacerlo. Había quedado muda literalmente.

El impacto que ocasionó fue tan fuerte, que simplemente sucumbí ante la fuerza que me impulsó contra el suelo; golpeándome con el metal que se había desgarrado del asiento que estaba frente de mí, el cual hizo un corte en mi frente, para luego impactar de lleno contra el suelo y dejarme llevar por el dolor y el cansancio...

Cuando desperté, el dolor calaba mi cuerpo y no pude evitar emitir una mueca de dolor. Aunque me costaba respirar, podía percibir el olor a quemado en todo el lugar, desde el plástico, el cuero y una mezcla de carne quemada. Solo tuve que alzar la vista un poco, para darme cuenta que parecía haber llegado a un lugar tan inhóspito como una selva.

No tuve más tiempo para inspeccionar el lugar cuando el dolor causado por el impacto no me permitía pensar algo más que mi cercanía con la muerte, tal vez era algo inminente y entre los gritos, los gemidos, el llanto, el fuego y el olor a sangre, era probable que todos acabáramos de la misma forma, por ello, cuando el dolor comenzó a ser incluso más fuerte y mi cuerpo se dejó llevar por él, no tuve reclamos en que de una vez por todas Dios cesara mi dolor y me llevara junto a él.

San Francisco, California, Estados Unidos.

01 de noviembre, 2010


«El pasado 20 de octubre un avión de Aerolíneas Delta, que transportaba a más de 240 personas desde Santiago, Chile, hasta San Francisco, California, sufrió un horrible accidente cayendo, a solo unas horas de su llegada, en el Parque Nacional del Valle de la Muerte. Hoy tras 13 días de angustia y desesperación, se ha informado que las dos personas que se encontraban en estado crítico han fallecido, dejando así a una única sobreviviente que actualmente se encuentra fuera de peligro, pero en un coma inducido. Ampliaremos la información durante el día.»

El sonido del televisor se apagó de pronto, mientras me estaba forzando a abrir mis ojos para confirmar que aquello solo era un sueño y no mi realidad. Cuando logré aclarar mi mirada me encontré con Solar, una amiga que había conocido cuatro años atrás en el trabajo, ella estaba sonriendo y un tanto agitada al notar que estaba despertando. Intenté hablar, pero mi boca se sentía tan reseca que de mi garganta no pude emitir más que un gemido de dolor al sentir como mi cuerpo se oponía a mis movimientos.

—Jesús, despertaste, llamaré al médico.

Salió corriendo de la habitación, aunque hubiera preferido que se quedara para que me explicara lo que estaba ocurriendo. Sentí que nada tenía sentido, pero cuando cerré los ojos nuevamente, las imágenes del descenso, el desastre y los gritos, todo volvió a mí, por lo que preferí estar alerta incluso cuando todo me decía que volviera a dormir.

A los minutos llegó nuevamente Solar con un equipo de médicos que comenzaron a chequear mis signos vitales, hicieron pruebas y me dieron indicaciones que al parecer eran para Solar más que para mí que ni siquiera podía moverme o responder adecuadamente. Cuando al parecer confirmaron que estaba consciente salieron diciendo que volverían para luego llevarme a hacer otros exámenes físicos.

Al parecer era cierto, según lo que había dicho la enfermera mientras me revisaba, estuve en ese accidente y había sobrevivido, mientras que otros simplemente habían perdido la batalla en unos segundos. Yo en cambio estaba intacta, con varias costillas rotas, una pierna sin movilidad y un grave golpe en la cabeza, pero nada que no pudiera sanar con el tiempo. Con aquellas palabras debería haber estado tranquila, tal parecía me encontraba en un ambiente un tanto esperanzador y alegre sobre mi situación, pero para mí seguía no teniendo ni un poco de sentido.

—Tus padres vienen en camino, lograron conseguir dinero para el viaje y te acompañarán en la recuperación —Solar sonrió, nuevamente eso parecía ser una buena noticia, ¿pero por qué me seguía sintiendo tan aturdida?

San Francisco, California, Estados Unidos.

20 de diciembre, 2010


Mis padres habían llegado a cuidarme, como Solar había dicho, eso le había permitido a ella volver a su casa a cuidar de su familia ya un poco más tranquila, al parecer, de mi estabilidad. Con el pasar de los días había tenido que soportar exámenes tras exámenes mientras confirmaban que no habría problemas en un futuro que pudieran impedir mi recuperación, al parecer todo iba bien en mis huesos y ya pronto podrían darme un buen tratamiento para volver a ser la de antes.

En los días que pasaron también había llegado la televisión a cubrir mi caso, al parecer el ser la única sobreviviente de un fatídico accidente me daba un poco de fama y mayor importancia en las personas, pero para mí seguía siendo un poco insólita toda la situación. También fueron a visitarme algunos compañeros del trabajo, con los que poco conversaba, pero estuvieron muy preocupados cuando apareció Savannah Guthrie, una famosa presentadora de noticias.

Intenté no tomar en cuenta a cada persona que fui conociendo en ese mes dentro del hospital, por alguna razón las cosas me parecían demasiado irreales como para vivirlas de verdad, así que dejé que pasara el tiempo mientras observaba desde la distancia como todos se alegraban de que hubiera sobrevivido de aquel evento.

Cuando por fin me dieron de alta, fueron cinco días antes de la navidad, por suerte me habían dicho que la aerolínea había sido la única en pagar las cuentas del hospital, y también se habían encargado de los costos de los funerales de los demás pasajeros. Me pareció lo mínimo que pudieron haber hecho tras el desastre, por lo que a solo una semana que se acabara el año me senté por fin en uno de mis sillones mientras veía la vida pasar frente a mis ojos una y otra vez.

—Me alegra que estés bien, mi niña —lloró mamá cuando por fin llegamos a casa y yo parecía estar avanzando bastante en mi recuperación.

—Nos quedaremos hasta enero, no tendrás problemas con eso ¿verdad? —preguntó papá mientras dejaba unas bolsas de comida sobre la encimera.

Observé a mis padres con detención, preguntándome si es que de verdad ellos estaban ahí ayudándome con una vida que me parecía prestada, algo estaba mal en todo eso, tenía una pierna rota y ahora tenía que andar con una silla de ruedas hasta que pudiera recuperarme por completo, estaba con permiso de licencia en el trabajo, lo que me ayudaría a cubrir mis gastos hasta que pudiera reubicarme como era debido, al parecer había ganado más amigos tras el accidente, pero entonces... ¿Por qué sentía que me estaba apagando? No, en realidad, yo me había apagado en el segundo en que el avión cayó. ¿Por qué siquiera seguía con vida?

—Hay que agradecer a Dios que estás viva, mi amor, me alegra tanto que estés bien, ya te ayudaremos con toda la recuperación, incluso nos quedaremos más tiempo si es que tienes algún problema que te desacomode, ¿de acuerdo, bebé? —dijo mamá llegando hasta mi lado mientras me daba un gran abrazo.

—¿No tendrán problemas con dejar el negocio?

—¿A los animales? —cuestionó papá, con gracia. —Claro que no, Lucho se quedó cuidando los corrales y seguro guiará todo bien, tú eres nuestra prioridad.

—Pero, mi niña —mamá miró hacia la ventana donde podía verse la gran extensión de edificios de la ciudad. —¿No sería mejor para ti que vuelvas con nosotros donde puedas estar más relajada? Aquí la ciudad... es un tanto caótica, ¿no crees?

Cerré mis ojos con pesadez pensando en la sola idea de subirme a un avión nuevamente y en cómo se revolvía mi estómago con la sola imagen de uno presentándose frente a mí. Negué de inmediato intentando alejar las imágenes del pasado 20 de octubre y así concentrarme en mi madre que parecía bastante preocupada ante el hecho de que yo dejara la tranquilidad del campo en Freire y me viniera a una ciudad inmensa como era San Francisco.

—Tranquila, mamá, estaré bien, ya me acostumbré a vivir aquí.

San Francisco, California, Estados Unidos.

05 de marzo, 2011


El mundo había querido saber de mí cuando el accidente tenía días de ocurrido, incluso cuando tuvo un mes aún querían saber de mí, pero cuando el tiempo comenzó a pasar y la historia se fue olvidando para la población, no muchos quisieron saber de mí. Podía ser un buen respiro, un momento de retomar todo lo que había dejado, pero además significó un tremendo dolor en mi garganta y una extraña dificultad sobre saber cómo me sentía.

Mis padres se fueron en febrero, confirmando que mi tratamiento iría bien y que mi movilidad cada día iba mejorando, tras varias cirugías que recompusieron mis costillas y mi pierna derecha, ya podía por lo menos solo usar muletas y no la silla de ruedas, fue un gran avance tras todo el tiempo que me sentí una inútil en mi propia casa. Después de eso se supone las cosas debían avanzar, así como lo hacía la recuperación de mi cuerpo yo también debía avanzar, eso fue lo que me dijeron mis padres antes de irse; que intentara olvidar el suceso, que retomara lo que había dejado inconcluso y que me siguiera convirtiendo en la mejor ejecutiva comercial que había en la ciudad. No voy a negar que les sonreí, que afirmé que lo haría y avanzaría, y claramente traté de hacerlo.

Tras cuatro meses del accidente iba a recuperar mi vida, iba a volver al trabajo, incluso con las muletas de compañeras, y dejaría que el permiso de licencia se acortara, no quería quedarme en mi casa más tiempo, algo se estaba volviendo bastante extraño en mi cabeza cuando más me encontraba sola, y realmente no quería reparar en ello, por lo que muy temprano en la mañana, incluso con el dolor de algunos movimiento bruscos, me acomodé en un traje que combinara con las zapatillas que tenía permitido usar y que me facilitaban el trasladarme con las muletas.

Había estado demasiado tiempo detenida como para decir que había vuelto realmente, la verdad es que sentía que algo se había apagado, que mi vida no era la mía y que en realidad lo que estaba viviendo seguía siendo un sueño, pero incluso con todo ello, pensar que realmente estaba viva era incluso más atemorizante que despertar del sueño.

Una vez llegué al edificio de la empresa, gracias a un taxista que tuvo la amabilidad de dejarme hasta las puertas del elevador, me vi a mi misma a través del espejo de este y por algún motivo, por largos segundos, no reconocí a la mujer que vi frente a mis ojos. Mi mirada de ojos oscuros estaba más apagada de lo común, tenía unas ojeras inmensas que delataban mis noches sin dormir y ni hablar de algunas huellas que había dejado el accidente en mi rostro. Intenté no reparar en ello por mucho tiempo, cuando mi corazón comenzó a agitarse con algo más que mi imagen desconocida, había una pregunta, una duda que me atemorizaba y me agitaba con desesperación casi crucificando mi propia existencia. ¿Por qué estaba viva? ¿Por qué había sobrevivido? ¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué?

El miedo comenzó a gobernarme de un momento a otro, pero intenté controlarme, en el momento en que en el cuarto piso, algunos de mis compañeros de trabajo se subieron al ascensor, entre saludos y comentarios de bienvenida intenté menguar el sentimiento que comenzaba a acosarme en mi cabeza, olvidar era lo mejor, reprimir siempre sería la opción.

Cuando bajamos del ascensor en el último piso mis compañeros dejaron que bajara primero, me ayudaron con mis muletas, pero incluso cuando quisieron dar más los detuve diciendo que podía sola, y era cierto, yo siempre había podido sola, no necesitaba de su indulgencia en ese momento. De todas formas agradecí y me dirigí hasta el departamento que me correspondía, entre las oficinas de contabilidad y administración encontré a Solar atendiendo el teléfono el cual dejó de inmediato para enviarme una mirada desaprobadora ante mi presencia.

—Aún tienes licencia, ¿Qué haces aquí?

—Vine a retomar mis funciones, estaba cansada en casa, ¿Está el jefe? —pregunté sonriendo, pero a la vez sintiendo como mi cuerpo temblaba ante un murmullo incesante en mi espalda.

—Claro, pasa, llegó recién.

Asentí al tiempo que echaba un vistazo a mis compañeros y como todos intentaban retomar sus funciones como si no hubiera escuchado alguno de sus susurros por detrás. Traté de ignorarlos, pero al minuto en que sentí el sonido de un avión pasando por sobre nuestras cabezas todo mi cuerpo se tensó, me mantuve quieta tomando el pomo de la puerta de vidrio mientras intentaba demandarle a mi cuerpo que se moviera, pero lo único que pude sentir fueron los gritos y el dolor volviendo a mi cuerpo. Mi respiración se acortó y de un momento a otro perdí la capacidad racional del autocontrol, cuando volví a sentir movimiento mi Jefe había abierto su puerta y me encontró detenida frente a ella, completamente tensa, inamovible y con la cabeza baja intentando retener mis lágrimas mientras buscaba un poco de aire que se había ido tan de repente de mis pulmones.

—Catalina, ¿Qué haces aquí? —posó una de sus manos en mi hombro, pero eso solo sirvió de detonante.

El contacto me estremeció como si el dolor volviera con más fuerza, sentí y rememoré en un solo segundo todos los gritos y la desesperación, las instrucciones de las azafatas y cómo finalmente el estrellarse había sido algo inminente, me sentí nuevamente en medio del Valle de la Muerte, perdida pidiéndole a Dios que me llevara consigo de una vez... Pero él... no lo había hecho... él... no me había llevado, ¿Por qué? ¿Por qué no me había llevado?

—Vamos a dentro, ven, vamos —me sugirió apresuradamente mientras mis sollozos se escapaban y mi respiración se volvía un desastre.

Caminé con dificultad hasta caer en un cómodo sofá que tenía en medio de su oficina, estuve ahí por horas o quizás solo fueron minutos, pero sentí que había pasado una vida desde que había podido calmar mi cuerpo y que hiciera caso de una vez por todas a mis exigencias. En el momento en que por fin sentí que podía volver a respirar vi a mi Jefe extendiéndome un vaso de agua, que con temblores en mis manos tomé con dificultad intentando detener las lágrimas para volver a enfocarme.

—¿Ya estás mejor? —preguntó luego de haber soportado mi llanto.

—Sí, lo siento —pronuncié con dificultad, mi garganta aún estaba afectada por mi llanto y de alguna forma sentí como un nudo se instalaba en ella que me dificultaba tragar.

—Creo que no es una buena idea que vuelvas, Catalina.

—Pero, Señor... Yo me encuentro mejor.

—Y lo entiendo —me interrumpió. —Pero no lo veo de esa forma.

Tenía sentido, es decir, de un momento a otro me había soltado a llorar a poco menos de treinta minutos de haber llegado nuevamente, mi plan de retomar una vida definitivamente no estaba comenzado bien.

—Lo siento, trataré de que no vuelva a pasar, Señor.

—No te estoy sobre exigiendo, Catalina, solo creo que tal vez... deberías tomar un descanso, indefinido...

—¿De qué habla? —pregunté alzando mi mirada y notando que tenía una hoja en sus manos.

—Te lo íbamos a dar luego de que volvieras de tus vacaciones, pero con lo del accidente... No lo pudimos hacer, aún te quedan algunos meses de licencia, dos para ser exacto, por ello, creo que es bueno que te lo notifiquemos ahora y así puedas conseguir algún lugar mejor... Para ti.

Sé que siguió hablando, me explicó sobre lo que estaba ocurriendo en la empresa y de porqué la notificación de despido. No tenía necesidad de apresurarme, aún me quedaba tiempo, había dicho, pero una vez el papel llegó a mis manos, todo tuvo mayor sentido.

Yo debí haber muerto ese día y Dios había cometido un terrible error.

Puente de la Bahía, California, Estados Unidos.

05 de marzo, 2011


Pedí a un taxista que me llevara hasta el puente más cercano. Sé que me miró extrañado, pero mientras apretaba el papel en mis manos me importó nada que el hombre titubeara al comenzar a andar. Una vez llegamos al Puente de la Bahía que separaba San Francisco con Oakland le pedí que se detuviera en el medio, claramente reclamó bastante diciendo que no podía detenerse en medio del camino, pero después de varios gritos terminó por arrimarse a un costado y me permitió bajar a regañadientes.

Tenía dos opciones y una decisión tomada, tenía el papel arrugado en mis manos mientras me sostenía de mis muletas, por lo que simplemente atiné a mirar al cielo y hacer algo que hacía años no había realizado con fuerza, reclamar a Dios.

En Freire, una pequeña ciudad de la Región de la Araucanía, en Chile, la religión se vivía de una forma bastante particular, en la mayoría de los pueblos se podía encontrar una iglesia, preferentemente una capilla algo pequeña en donde algunos íbamos a rezar a Dios los domingos o Sábados difiriendo por la religión, en mi familia éramos la mayoría Católicos por los que los Domingos era sagrado visitar la capilla y estar presentes en la misa. En aquel entonces jamás cuestioné nada, seguí las creencias sin problemas y hasta que me fui de Chile lo seguí haciendo, seguía creyendo en Dios fervientemente, pero en Estados Unidos la religión se vivía de forma diferente, aquí mis creencias más arraigadas tenían que menguar un tanto por los objetivos que me había planteado, la vida mercantil y de comercio no daba instancias para el espacio espiritual, y realmente no había tenido problema con ello hasta aquel día en que me vi enfrentada a un mar de autos que pasaban de ida y vuelta sin percatarse de mi presencia, por mi espalda estaban los ciclistas que pasaban de tiempo en tiempo observándome con peculiaridad, y un poco más allá estaba el límite del puente, el cuál habría sido mi objetivo si es que las muletas no me hubieran molestado.

Había decidido ir hacia la muerte que no me había permitido Dios, porque de un momento a otro sentía que estaba jugando en un limbo que le había arrebatado a alguien más. El llanto no demoró en aparecer, la angustia instalada en mi pecho forzó con mayor ímpetu el nudo en mi garganta y mi cuerpo siguió temblando. Los recuerdos de aquel día volvieron a pasar atormentandome, pero incluso con ellos en mi cabeza seguí pensando en el momento en que estuve tirada tras el impacto unos minutos antes de perder la consciencia.

—¡Yo te pedí llevarme, yo me fui contigo, esa había sido mi decisión! —grité desesperada al cielo. —¡Dios, ¿Por qué me dejaste vivir?! —grité y lloré con más fuerzas mientras temblorosamente daba un paso hacia adelante escuchando el primer sonido de una bocina que me obligó a retroceder. —¡Quería irme, debía irme ese día junto a todos los demás! ¡¿Por qué?! ¡Dime por qué! —grité soltando las muletas y cayendo al piso en un mal movimiento.

Con mi pierna enyesada traté de levantarme con dificultad, pero incluso comenzando a sentir el dolor nuevamente decidí avanzar, di tres pasos hasta quedar en medio de la carretera al justo momento en que vi dos autos avanzar hacia mí, ambos tocaron la bocina y por más que intentaron indicarme que me moviera no lo hice.

Cerré mis ojos mientras sentía a la vez el resonar de los neumáticos, esperé el impacto con gusto, con mis lágrimas aún cayendo, pero con una sonrisa pidiendo que me llevara de una vez. Pero cuando volví a abrirlos solo vi el auto frente a mí detenido, a un conductor extenuado y sorprendido por el susto, y al otro que pasaba a mi lado gritando y extendiendo su mano como si fuera una amenaza.

—¡Estás loca! —gritó mientras se alejaba.

No reparé en él hasta que el hombre del auto detenido se bajaba y por un momento lo volví a perder.

—¡¿Por qué te detuviste?! —grité mientras él se acercaba. —¡¿Por qué?! —grité dejando caer las lágrimas otra vez, mientras golpeaba el capó del auto. —¡¿Por qué no me atropellaste, por qué?! —grité desesperada mientras el hombre se detenía a una distancia prudente.

Comencé a llorar y con un movimiento en falso terminé por caer en el suelo nuevamente, lloré desesperada hasta que mi garganta se volvió ronca y mis lágrimas comenzaron a secarse, solo en el momento en que mi llanto comenzó a disminuir logré ver al hombre otra vez frente a mí. Estaba leyendo el papel que había soltado junto a mis muletas y ahora no me observaba con sorpresa si no con algo muy parecido al enojo.

—¿Te querías matar por esto? ¿Porque te despidieron querías que te atropellara? ¡¿Estás loca?!

—¡Tú no sabes nada! —grité intentando levantarme, ni siquiera sabía su nombre y estaba reclamándome como si fuera mi padre.

—No, no lo sé, pero sé qué hacer con gente como tú —indicó apretando mi brazo y levantándome con un solo esfuerzo, como si de un momento a otro me hubiese vuelto ligera. —Vendrás conmigo.

En un momento estaba intentando quitarme la vida, y al otro un hombre me estaba obligando entrar a su auto para llevarme a quien sabe dónde.

Oakland, California, Estados Unidos.

05 de marzo, 2011


—¿Un hospital? —reclamé cuando el hombre se detuvo en el estacionamiento de Summit Hospital.

—Trabajo aquí y sé que pueden ofrecerte ayuda.

—¿De qué tipo?

—Psiquiátrica —indicó bajándose, mientras de mala gana lo tuve que seguir.

Me entregó mis muletas, que había tirado a los asientos traseros tras recogerme y obligarme a entrar en su auto en medio del puente, me sostuve en ellas una vez volvieron a mis manos, pero aun cuando él comenzó a caminar no lo seguí.

—¿Hay alguna Iglesia por aquí? —pregunté haciendo que se volteara.

The Cathedral of Christ the Light, está a seis minutos de aquí —señaló pareciendo bastante confundido.

—Bien, entonces fue un gusto, iré a hacer un reclamo —farfullé dándome la vuelta y dando pequeños saltos hacia adelante sin saber hacia donde tenía que ir.

—Si te llevo... ¿Vendrás conmigo al hospital? —preguntó trotando hasta llegar a mí.

—¿Por qué te preocupas por mí? Ni siquiera sabes mi nombre.

—No lo necesito, mira, sé que no debería involucrarme, pero allá... ¿tú realmente querías morir? ¿No crees que es un poco... cobarde?

—Tú no lo entiendes —reclamé dando un nuevo salto.

—Y no lo voy a entender hasta que me expliques.

—No quiero explicarlo —señalé avanzando un poco más.

—Pero yo si quiero escuchar.

Me detuve, porque por primera vez en muchos años alguien había tenido la amabilidad de pedirme hablar sobre algo que no fueran negocios. Me costaba pensar en mi vida antes del accidente, por alguna razón se veía borrosa y un tanto lejana cuando lo que tenía ahora seguía siendo un simple sueño prestado, pero por alguna razón su frase había removido algunos recuerdos tristes de mi pasado.

—¿Conoces sobre el accidente de avión del 20 de octubre? —pregunté sin moverme de mi lugar, quizás si no lo veía al rostro sería más fácil.

—Claro. Todo el mundo supo sobre el fatídico accidente de aquel avión.

—Soy su única sobreviviente —susurré.

No estuve segura si es que me había escuchado, pero tampoco me quedé a esperar su respuesta, simplemente caminé lo más rápido que podía en mi estado con las muletas de compañera y desaparecí doblando calle tras calle.

**


En el camino pregunté a varias personas que me guiaron hasta la Catedral que me había indicado el desconocido, por lo que no me fue difícil llegar, aunque claro, me demoré por lo menos 15 minutos más de lo que él había calculado.

Cuando por fin estuve ahí me adentré temblando, recordando mi decisión. Salté incomoda hasta sentarme en uno de los asientos de madera, claramente la infraestructura era muy diferente a la que estaba acostumbrada en mi país, pero infaliblemente estaba frente a mí el Jesucristo crucificado recordándome que él había muerto por todos nosotros hacía dos mil años atrás. Suspiré, porque por más que tuviera enfrente la imagen que habían creado para nosotros no pude encontrar la calma que seguía buscando.

Mi vida se había detenido en aquel accidente, había perdido lo que amaba y lo había dejado ir ese día, si rememoraba aquel 20 de Octubre, no solo tenía un recuerdo de las muertes detrás de mi espalda, no solo estaba el incesante dolor, los gritos y la desesperación, estaba además mi vida que yo había dejado partir y que en verdad no se me había sido arrebatada. Había realmente deseado irme aquel día antes de luchar por una vida después de aquel dolor, por lo que seguía sin comprender por qué no se me había concedido a mí.

Es decir, todo el mundo en una fatídica situación ruega porque sean salvados, por vivir, y yo que había simplemente asumido mi fatídico destino, no se me había otorgado, ¿por qué? ¿Qué había en mí que me había permitido vivir? ¿Por qué yo? ¿Para qué y por qué? Bajé la cabeza de la imagen de Jesucristo sintiendo como mi cuerpo volvía a temblar, mis pulmones comenzaron a sentir la falta del oxígeno muy pronto y mis lágrimas reconocieron su camino nuevamente. Mi pecho se apretó comenzando a doler con el maldito nudo en la garganta que cada vez menos me dejaba tragar.

Reclamé todo lo que pude sin alzar la voz, sentí como la gente iba y venía de vez en cuando rezando, dando gracias y otros que pasaban solo a observar la catedral, mientras que yo estaba sumida en mi desesperación sintiendo el dolor calando mis huesos y la desesperación inundando cada espacio de mi alma, me sentía tan perdida y desorientada, que incluso si me hubiera propuesto tomar la vida que me estaban regalando, no habría sabido qué hacer realmente.

—¿Has dejado de comer?

De un momento a otro elevé mi cabeza para mirar a mi costado, en medio de mi llanto y mi desesperación el desconocido había llegado nuevamente a mi lado. En primera instancia sentí que debía gritarle y alejarlo, pero cuando mis ojos se encontraron con los suyos, no pude pedirle que se fuera. De alguna forma sabía que lo necesitaba en ese momento, necesitaba con fuerza y miedo hablar con alguien que pudiera aterrizar mi cabeza, necesitaba con bastante desesperación alguien que me guiara y aquel desconocido al parecer sería lo único que tendría.

—¿Has dejado de comer? —preguntó nuevamente.

—Sí... —susurré notando como mi garganta se sentía ronca y seca.

—¿Has tenido dificultades para dormir o tal vez pesadillas que te recuerden el evento?

—¿Qué estás tratando de hacer? —cuestioné frunciendo el ceño y limpiando bruscamente mis lágrimas.

—¿Lo has tenido sí o no? —remarcó apretando sus dientes con exigencia.

—Sí —mascullé de mala gana—. Tengo pesadillas con frecuencia desde que desperté en el hospital, por lo que no he querido dormir más de diez horas en la semana.

—¿Diez horas en la semana? —repitió acusatoriamente.

—No es como si hubiera dormido mucho más cuando trabajaba —contrapuse.

—¿Qué sientes cuando ves un avión?

—¿Por qué mierda estás haciendo tantas preguntas? —repuse complemente molesta.

—Irritabilidad —indicó haciendo que mi rabia fluyera incluso más alta.

Tomé mis muletas y me levanté de mala gana intentando irme por el costado opuesto, no tenía ni idea de cuál era su nombre, pero ya lo detestaba.

—Lo siento —se apresuró a detenerme, pero en ningún momento me pidió que volteara a verlo—. Solo quiero entender... ¿Por qué cuando te han dado la oportunidad de volver a vivir no la estás aprovechando? ¿Por qué cuando sobreviviste de un accidente tan terrible, estás intentando suicidarte?

—¿Lo averiguaste con tus preguntas inútiles? —repuse intentando no responder a sus últimos cuestionamiento.

—Sí, lamentablemente lo hice.

—¿Y cuál fue el veredicto? —me volteé para verlo y sus ojos me vieron con lástima y un poco de temor.

—Hay algo por lo que los médicos no se preocupan luego de un accidente, ellos solo ven el daño físico, ¿pero qué hay sobre los daños psicológicos?

—No estoy loca.

—No, pero sí muy asustada. Estás aterrada de seguir viviendo —declaró bastante seguro—. Mira, no sé si habrá sido el destino, la vida, o Dios —señaló donde estaba el Jesucristo—, pero el encontrarte no creo que haya sido casualidad, comencé a trabajar hace poco en Oakland, soy psicólogo y tienes todos los síntomas que puede tener una persona con trastorno por estrés postraumático. Lo que viviste no fue fácil, y es probable que todo el mundo te diga que debes continuar tras algo tan horrible, tienes la nueva oportunidad de vivir, debes hacerlo ¿no?, pero yo sé que no es fácil.

Me mantuve en silencio observándolo con fijeza mientras él hablaba, ni siquiera estaba enterada de lo que significaba lo que él había nombrado, pero al parecer tenía algo que ver con mi accidente, podía encontrarle razón a sus palabras, hasta podría decirle; vaya has descubierto algo maravilloso, pero no era lo que yo quería, no necesitaba que me catalogara como una loca con algún trastorno de libro.

—Necesitas volver a aprender a vivir después de la muerte —dijo de pronto asustándome un poco por el hecho de que respondiera a mis pensamientos—. No sé lo que es vivir un evento así de traumático como ver a las personas morir a tu lado, no sé lo que es la desesperación que has vivido, pero puedo ayudarte, no voy a decirte que lo olvides y lo dejes pasar, porque es imposible, porque sé que algo así te marcará para toda la vida, solo quiero ofrecerte una mano, una ayuda, para que incluso con este recuerdo, con esta vivencia, puedas dar nuevos pasos en esta nueva vida que se te otorgó.

Cerré mis ojos con un suspiro tembloroso, mis lágrimas volvieron a caer, pero esta vez no estaba perdiendo la respiración, simplemente me sentía momentáneamente tranquila con palabras que no había esperado escuchar, pero no sabía que necesitaba tanto. Una vez había vuelto a mi hogar había tenido que aceptar lentamente que la realidad era esa, que había sobrevivido. Una vez mis padres se habían ido, había aceptado volver a lo que era antes, pero ¿cómo se hace aquello cuando ya no te sientes como esa persona? Había reprimido todo los recuerdos posibles del accidente porque incluso cuando aparecían involuntariamente en mi cabeza me dolían, me desesperaban y me volvía un manojo de nervios que poco podía controlar. Pero en ese momento, con aquel hombre frente a mí, aquel que no tenía ni idea por lo que yo había pasado con exactitud, aquel hombre que ni siquiera sabía mi nombre, sentí una momentánea emoción de esperanza.

Me habían apagado, y de pronto habían hecho aparecer una luz frente a mis ojos.

Freire, Región de la Araucanía, Chile.

23 de mayo, 2013


La última vez que hablé con mi psicólogo él me dijo una frase que resonó en mi cabeza por mucho tiempo: "Las personas ven la muerte como el término de una vida, como el dejar de respirar", señaló con énfasis. "Pero hay otros tipos de muertes, hay muertes que incluso vienen antes de que alguien dé su último suspiro". Sé que luego comenzó a hablar sobre otras cosas de las que poca atención puse, pero fue esa frase la que me marcó más que todas.

El Señor Jones, era un hombre de tal vez 50 años que llevaba bastante tiempo haciendo psicoterapia enfocada en trastornos como los míos, y debo decir que la experiencia le había dado todas las habilidades necesarias para hacerme ver la vida de una manera diferente. Estuve tanto tiempo asustada y llorando, impidiendo que alguien me escuchara que no había visto como la muerte había llegado a mi lado acompañándome a diario luego de aquel 20 de Octubre, solo tras un año y varios meses después logré estar frente a un avión, y atreverme a subirme a él me costó varios meses más. No fue fácil y jamás lo sería, eso me lo había dicho Chris, mi querido desconocido, quien había dicho que no podía atenderme después de haberme llevado al hospital, pero que siempre estaría apoyándome. Cuando lo conocí había sido el momento en que me sentí más ahogada, y cuando le conté a mi madre tiempo después de lo que me había ocurrido, ella inevitablemente comentó entre llantos que había sido un milagro de Dios el haberme encontrado con él, jamás se lo refuté porque yo también lo creí.

Habían pasado cerca de dos años desde aquel tiempo y por fin había vuelto a casa, en donde el olor a humedad del invierno, la tierra, el pasto fresco y esa cualidad innata del campo de darme paz, me acogió en el alma al llegar a mi hogar de la infancia. Mamá y papá salieron a recibirme con real alegría y yo solo supe que finalmente podía volver a sentir el amor que tanto me había negado después de ese día. La sensación de estabilidad, la sensación de saber hacia dónde ir, estaban ahí frente a mí y con claridad. El miedo, el dolor, los recuerdos también estaban ahí, pero guardados en una parte de mi corazón que jamás olvidaría aquel evento, porque claramente siempre sería inolvidable y debía aceptarlo así, pero como había escuchado alguna vez por ahí, era un evento que tenía que llevar orgullosa, como la marca de una guerra a la que había enfrentado y sobre llevado con toda mi fortaleza.

"Dios, ¿Por qué me dejaste vivir?", esa había sido mi pregunta constante tras el accidente, pero aprendí, que era muy probable que jamás encontraría una respuesta, por lo que simplemente estaría en mí el darle sentido a la vida que me habían otorgado. No importaba la razón, importaba el cómo lo ocuparía, y debo decir que tras largas sesiones psicológicas, un apoyo enorme de mis padres y de algunos nuevos amigos, había decidido que me arriesgaría, me arriesgaría a vivir con la completa convicción de que Dios me había dado el mejor regalo y no se había equivocado al convertirme en la única sobreviviente de aquel  fatídico 20 de Octubre.

Fin.

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