Capítulo 2. Secretos guardados
Había pasado ya una semana desde aquella fiesta de disfraces con temática terrorífica. Los pasillos de la escuela estaban desiertos, y no era de extrañar, pues era la hora de clases, así que todos los alumnos estaban en sus respectivas aulas, y no era la excepción del joven vampiro pelimorado que dormía al parecer cómodamente sobre su pupitre, sin ser visto por su profesor, gracias a que su alto amigo Fox estaba delante de él, haciendo que el docente no notara su presencia dormida. Estaba realmente cansado, había pasado toda la noche anterior componiendo nuevas canciones. No sabía por qué la inspiración siempre le atacaba a altas hora de la madrugada, pero no le importaba. Siendo una criatura nocturna era su naturaleza estar despierto de noche y dormir de día, pero eso al parecer no se lo podía decir a los profesores. Sus ojitos rojos se fueron abriendo en cuanto percibió el fuerte timbre de la campana sonar, ya era la hora del almuerzo. Se estiró sobre la mesa, tratando de levantarse sin pereza, lo cual no le fue fácil. En eso, su mejor amiga rubia se le acercó con una sonrisa.
— Venga, dormilón, tenemos que ir a la cafetería antes de que nos quiten la mesa— le tomó del brazo con energía, riendo enternecida al verle bostezar levemente.
— Voooy...— alargó la vocal con la voz suave, realmente tenía sueño, pero también tenía sed, así que tomó su cajita de "zumo" de su mochila y siguió a sus amigas.
— Alegra esa cara, hombre— el pelirrojo le dio un golpe amistoso en la espalda—. ¡Hoy es martes de pudin!— con esas palabras alegró la mirada del pelimorado.
— ¡Sí, martes de pudin!— elevó sus brazos con una radiante sonrisa, haciendo reír al resto de sus amigos.
Salieron de la clase para poder ir escaleras abajo hacia la cafetería. Mientras Bonnie y Fox iban a por los pudines, Chica, Golden y Freddy iban a reservar una mesa para todos. A los pocos minutos volvieron ambos jóvenes con montañas de dulces en sus brazos, dejándolos sobre la mesa y sentándose empezando a devorarlos como si no hubiese un mañana. A pesar de ser un vampiro no podía resistirse al manjar de los humanos hecho pudin.
Tras comerse cinco pudines abrió la cajita de "zumo" que traía consigo, clavando la pajita en el orificio de arriba. Dio un sorbo y se relamió los labios.
— Mmm... B negativo, no está mal— pensó en voz alta degustando el sabor metálico que invadía su boca.
— Me sigue pareciendo extraordinario que solo te alimentes de sangre, Bonnie— comentó la única chica presente, mirando atenta al de piel extremadamente pálida.
— Bueno, soy capaz de comer sólidos, pero no me suelen sentar bien, es un milagro que pueda comer pudines con normalidad— sonrió inocente agarrando su cajita con las dos manos—. Pero siempre trato de evadirlos, por eso tengo un par de estos en mi mochila por si me da la sed— levantó el brick de plástico para dar a entender a lo que se refería.
— Pues a mí me parece soso que siempre estés bebiendo lo mismo, yo acabaría aborrecido de probar siempre lo mismo— Fox se llevó una cucharada más de pudin a la boca, hablando aún así—. Eso sí, a mí que no me toquen los pudines— miró acusador a todos apuntándolos con la cuchara.
— No te preocupes, si te quisieran quitar el pudin, primero tendrían que intentar meter la mano en tu boca de zorro— se burló el rubio, haciendo reír a todos y enfadar al pelirrojo.
— ¡Mira, oxigenado, a ti te voy a meter otra cosa en la boca como no la cierres!
Bonnie no evitaba reír, realmente estaba muy a gusto junto a sus amigos. Prefería estar con ellos más que nada en el mundo, era muchísimo mejor que pasar las horas solo y sin nadie con quien hablar. Lo mejor es que ellos, a parte de que conocían su secreto, lo respetaban y no le tenían miedo, incluso hacían bromas con él y aprendían de él y sus costumbres. Entonces escuchó una risa proveniente de otra mesa, haciendo que su vista se desviara hasta una cabellera de hermoso color turquesa que pudo identificar al instante. Su mirada se iluminó al verlo de nuevo, tenía su cabello nuevamente echado hacia atrás como acostumbraba antes, aunque también le gustaba cuando lo llevaba más desordenado. No evitó sonreír al ver a su amigo igualmente disfrutar de la compañía de sus amigas, aunque no evitó sentirse sorprendido al verle devorar un gran trozo de carne apenas cocinada. Aún así sentía gran ternura al observar sus ojitos esmeraldas llenos de brillo al probar aquel aparente manjar para él, llenando sus mejillas morenas de carne y ligera sangre de su almuerzo al ser fresco. Rió levemente al ver que una de sus amigas le llamaba la atención entre risas para que fuera más calmado y no se atragantara, mientras Bon rodaba los ojos con un ligero gruñido, comiendo más lento pero aún con las manos.
— Oye, vampirito, ¿de que te ríes tanto?— el pelirrojo desvió la mirada hacia donde la tenía clavada su mejor amigo, sonriendo burlón al ver al peliturquesa—. Vaya, vaya, al parecer el colmillitos está coladito por el lobo feroz~— bromeó consiguiendo la reacción que quería en el pelimorado, tiñendo sus mejillas pálidas de un notable sonrojo potente.
— ¿Q-Qué tonterías dices, Foxy?— tartamudeó volviendo la vista a sus amigos, tratando de esconderse tras su cajita de, para qué disimular más, sangre—. ¿Y por qué le dices "lobo feroz"?— hizo un leve puchero a su amigo que no paraba de reírse a carcajadas.
— Míralo no más, pareciera que no ha comido en toda su vida— se cruzaba de brazos riéndose de la forma peculiar de comer del peliturquesa que había captado la atención de su mejor amigo.
— Mmm... Tal vez se olvidó los cubiertos en casa...— murmuró volviendo a dar un sorbito a su jugo sangriento.
Las risas de sus amigos hicieron que el sentido auditivo de Bon se disparara. Despegó su mirada de sus amigas para entonces observar cómo el grupo de los Animatrónicos se reían mientras que su amigo Bonnie trataba de esconder su evidente sonrojo. No evitó sonreír al pensar que se veía muy tierno con esa expresión avergonzada en su rostro rojito. En eso sacudió la cabeza, ¿de verdad había pensado que un chico se veía lindo? Aún no podía creer que posiblemente sería un chico el que se estuviera robando su corazón, pero él no podía hacer nada para evitarlo. Cada vez que lo veía se perdía en su dulce mirada, su radiante sonrisa, su pálida y suave piel... Bueno, ya no era necesario decir que su rostro estaba completamente rojo.
— Hey, chico torpe, vuelve a la Tierra— Meg chasqueó sus dedos frente al rostro del moreno, quien despabiló de su ensimismamiento personal para volver a enfocar su atención en sus amigas, quienes se veían entre risas—. ¿Qué te pasa? Te veías como un bobo desde hace ya cinco minutos.
— ¿Eh? ¿Cinco minutos?— parpadeó un par de veces, tratando de procesar la información que de golpe le había entrado en los oídos—. Aah... Lo siento, estaba...
— Embobado mirando a tu novio desde lejos, dinos algo que no sepamos— se rió la rubia de ojos zafiro, haciendo reír a la peliblanca y sonrojar fuertemente al único varón ahí presente.
— ¡¿Q-Qué?!— gritó en un susurro—. J-Joy, no digas eso, por favor— pidió con un pequeño puchero que hizo reír más a su amiga—. A-Además, él no es m-mi novio, s-solo somos amigos, nada más...— le aclaró tratando de recuperar la compostura.
— Sí, claro, amigos— repitió asintiendo lentamente con la cabeza—. Oye... ¿No le has dicho sobre... ya sabes?— le preguntó ahora con una toque de preocupación, contagiando al peliturquesa, quien bajó la cabeza.
— No, aún no estoy listo— murmuró suspirando y clavando ahora su mirada verdosa en la azul de su mejor amiga—. ¿Qué pasa si no me acepta? ¿O si se asusta y se lo dice a alguien más?
— No creo que sea ese tipo de persona, Bon— Meg se cruzó de brazos sobre la mesa y miró con confianza a su amigo peliturquesa—. Tú lo conoces mejor que nosotras, tú mejor que nadie sabes que él es lo más puro en este mundo, no es capaz de ni pisar una hormiga.
— Sí, tienes razón— sonrió inconscientemente volviendo a mirar al pelimorado, quien ahora también le miraba con una tierna sonrisa, aún con ese adorable sonrojo pegado en sus mejillas—. Pero aún no se lo diré...
— ¿Y cuándo lo harás?— preguntó la chica rubia.
— Cuando llegue el momento...
(...)
— Bonnie, ¿aún no le has dicho a Bon sobre... lo que eres?— se atrevió Freddy a romper ese momento que tenía el pelimorado con su amigo moreno a la distancia, rompiendo su burbuja.
— ¿Eh?— el rostro de Bonnie cambió a una expresión preocupada, mientras jugaba con la pajita de su caja—. Mmm... No, no se lo he dicho... Tengo miedo a cómo reaccione...
— Bonnie, no podrás ocultarle mucho tiempo esto, se supone que sois amigos, ¿no?— Chica le dio unas cariñosas palmaditas sobre la cabeza—. Además, seguro que te comprende, se ve que te tiene mucho aprecio.
— L-Lo sé, pero... No puedo evitar sentir que meteré la pata y lo alejaré de mí...— hizo un pequeño puchero mientras se escondía entre sus brazos cruzados sobre la mesa.
Sus amigos se miraron entre sí y no evitaron sentir un poco de pena. Terminaron de almorzar tratando de cambiar de tema para animar a su inmortal amiguito, consiguiendo que volviera a sonreír como siempre. En eso volvió a tocar la campana, recogieron todo lo que habían dejado sobre la mesa y salieron para ir a sus clases. Chica, Golden y Fox tenían clase de geografía, mientras que Bonnie y Freddy -junto a Fred- tenían literatura universal, por lo que se despidieron en el pasillo antes de ir a sus respectivas aulas.
— Hey, Freddy, no mires ahora, pero creo que ahí está la chica que te gusta— le susurró el pelimorado a su amigo cuando estaban en el umbral de la puerta.
— ¡¿Dónde?!— el shadow no evitó su emoción controlando en ese momento el cuerpo y buscando como loco a aquella joven rubia que lo había enamorado desde la primera vez que se vieron.
Todos los alumnos de la clase se giraron hacia donde se había escuchado el grito del de mirada oscura, incluso la chica que trataba de buscar. Al verla conectar su mirada zafiro con la suya plateada y reír sutilmente, no evitó sonrojarse hasta las orejas y esconderse detrás de su amigo pelimorado.
— Sutil, Fred, muy sutil— se rió igualmente el pelimorado tapando sus labios con su mano derecha.
— ¿Sí? Pues tú no te salvas, colmillitos, ahí está tu santa cruz*— señaló entonces a un peliturquesa que estaba sentado hacia el fondo de la clase, quien los vio igualmente, y cuando visualizó a Bonnie se le escapó una pequeña sonrisa, mientras le saludaba con la mano.
El joven de piel pálida también se sonrojó, solo que menos que el de cabello azabache. Decidieron ir cada uno por un lado; Fred le pidió permiso a Joy para sentarse a su lado, a lo que ella aceptó gustosa, pero no se salvaba de la mirada asesina de parte de su mejor amiga peliblanca, y mientras Bonnie se acercó hasta Bon, sentándose a su lado y saludándolo de nuevo, pues no se habían hablado en todo el día.
— ¿Cómo estás, Bon?— preguntó sonriente Bonnie para entablar una conversación sin despegar su brillante mirada del rostro de su amigo.
— Muy bien, gracias por preguntar— respondió con una pequeña risa, sacando su libro y su cuaderno de apuntes—. ¿Y tú? Ya he visto que te estabas divirtiendo con tu amigo— señaló con su cabeza a Fred, quien intentaba coquetear con Joy, pero esta ni cuenta se daba, era tan inocente, aunque menos que el pelimorado que tenía al lado.
— Oh, sí, es muy divertido molestarlo cuando está cerca de Joy— rió levemente—. ¿Te puedes creer que se enamoró de ella a primera vista?— se había acercado al oído del peliturquesa, poniendo su mano delante para que no le leyeran sus labios, mientras que al moreno le recorría un pequeño escalofrío al sentir tan cerca la dulce voz del pelimorado.
— ¿E-En serio?— le miró a los ojos una vez se apartó, viéndole asentir con una gran sonrisa—. Vaya...
— Síp, puede parecer un poco mujeriego, pero tiene un gran corazón— sonrió viendo a su amigo—. Aún así yo no creo mucho en eso del amor a primera vista, creo que es mejor conocer a la persona y ver si se es compatible según la personalidad y los gustos, ¿no crees?
Bon se le quedó mirando, sin decir nada. Estaba totalmente de acuerdo, solo que él sí que creía en el amor a primera vista. Porque a él también le había pasado.
— Tienes toda la razón, Bonnie— le sonrió, pero en eso llegó el profesor de la materia y todos guardaron silencio, dando comienzo a la clase.
Ninguno se enteró de nada, pues se pasaron la hora entera compartiendo notas mientras trataban de aguantar sus risas para no ser descubiertos.
(...)
— Ya pensaba que no vendrías, maestro— saludó el pelimorado al menor de edad, quien sonreía un poco tímida y cansada, pues había venido corriendo.
— Lo siento, se me fue el tiempo y... bueno, me he perdido un par de veces— admitió con un poco de pena, haciendo reír al de tez pálida, pero no lo tomó a mal, pues le gustaba mucho escuchar su dulce risa.
— Las esquinas cambiantes vuelven a atacar al pobre agente Smith— le dio un golpe amistoso en el brazo, a penas con un poquito de fuerza que hizo reír al moreno.
Estaban sentados en aquella banca que ya consideraban suya propia. Hacía un día espléndido, el sol brillaba radiante en el cielo despejado, cuyos rayos calentaban la piel descubierta del peliturquesa, mientras que su compañero estaba justo en la parte que daba sombra gracias al gran árbol que tenían al lado. Bon se tragó la excusa de Bonnie de que era tremendamente alérgico a los rayos solares, cediéndole siempre toda la sombra posible.
Bonnie llevaba su cabello recogido en una bonita pero desarreglada coleta, dejando que algunos mechones acariciaran su lisa, suave y pálida piel. Bon peinaba su cabello hacia atrás con su mano, con cuidado de no llevarse demasiada gomina para no estropearlo.
— Nunca me dejan en paz— rió sacando su guitarra de su funda, ajustando las cuerdas—. Bueno, ¿listo para la práctica?— le miró desafiante.
— Siempre— le respondió, copiando su expresión.
Pasaron casi tres horas practicando sin parar tantas canciones que juntos habían compuestos que acabaron exhaustos sobre aquella banca blanca. Bon cerraba los ojos en busca de relajación, mientras que Bonnie se mantenía sereno aún sin apartar su guitarra. Los pequeños acordes que creaba llenaba ese extraño silencio en el que se habían quedado, el cual no era violento pero tampoco cómodo. Sentían que debían decir algo, lo que fuera, y Bon ya sabía qué podía decir, aquel era el momento que esperaba.
— Eeh... Bonnie— llamó a su amigo, el cual lo miró con curiosidad.
— ¿Sí, maestro?— sonrió dejando la guitarra de lado.
Se miraron a los ojos, dejando que el suave viento acariciara sus cabellos y pieles. El corazón del moreno palpitaba con gran fuerza, se sentía muy nervioso, pero no podía retractarse ahora. Quería confiarle esto a Bonnie y sabía que podía contar con él para lo que fuera.
— Y-Yo... T-Tengo algo que decir...— estaba por continuar, en cuanto su mirada esmeralda se clavó en el cielo, cambiando su expresión a una aún más nerviosa y temerosa; la gran luna llena se iba alzando sobre la oscura noche, y él ya sabía qué significaba eso—. M-Me tengo que i-ir, l-lo siento, ya es tarde y-y mi padre me estará esperando— guardó rápida y torpemente su guitarra en su funda, levantándose de la banca y salió corriendo lo más rápido que pudo.
Bonnie parpadeó un par de veces, sin saber cómo reaccionar. Le pareció un tanto extraño aquel comportamiento, pero no le dio tiempo ni a preguntar. Suspiró, tal vez tenía algo realmente importante que hacer, aún así se quedó con las ganas de saber qué era lo que tenía que decirle. Recogió sus cosas y partió de aquel parque, mirando entonces al cielo. Una sonrisa apareció en su rostro.
— Luna llena— se sintió feliz—. Por fin podré dar un paseo en condiciones.
Llegó corriendo a su casa, siendo recibido por su madre al momento por un gran abrazo.
— ¡¿Bonnie Bloodstain, qué hacías aún fuera a estas horas?!— su madre le tomó de los hombros para poder ver si tenía algún rasguño—. ¡Sabes lo peligroso que es que estés fuera en luna llena!
— Tranquila, mamá, estoy bien, déjame...— rodó los ojos cansado el pelimorado, dejándose revisar por su superiora.
— No, Bonnie, te tengo dicho muchas veces que no salgas a estas horas, si te encuentra un hombre lobo no lo cuentas— lo hizo mirarle a los ojos.
— Mamá, no tengo 88 años, ¿vale? Sé cuidarme por mí mismo— se quejó apartándose de su madre, quien suspiró igualmente volviendo a abrazarlo.
— Ya lo sé, mi pequeño chupasangre, pero sabes que no quiero que te pase nada— le tomó de las mejillas para besarle la frente con cariño.
— Lo sé, mamá— la abrazó igualmente, dejándola más calmada—. ¿Pero aún puedo salir a media noche?— le hizo un pequeño puchero con sus ojitos grandes y brillantes—. Prometo ocultarme entre los árboles...
— Hum...— su madre sonrió enternecida—. Está bien, puedes salir, pero me tendrás que avisar, ¡a las dos te quiero en casa!
— Vaaaale— infló las mejillas, por lo menos lo dejaba salir dos horas.
(...)
Bonnie saltó desde el marco de su ventana, dejándose caer y convirtiéndose al momento en un pequeño murciélago de pelaje morado oscuro. Su mirada rojiza brillaba en la oscuridad y su sonrisa se notaba a kilómetros. Adoraba ir a volar, sólo podía ir cuando la luna llena se alzaba, pues así se cansaba menos, absorbía menos poder vital. Porque sí, le costaba mucho mantener su forma de murciélago, por eso a su madre no le hacía mucha gracia que saliera sin supervisión, pero él tenía razón, ya no era un pequeño vampirito, ya tenía suficiente edad para ir por su cuenta.
Las calles estaban desiertas, a nadie le gustaba ir a pasear a esas horas, y menos cuando estas calles estaban cubiertas de una baja pero espesa niebla. Sin duda daba miedo. Bonnie sobrevolaba la ciudad con calma, observando cada detalle gracias a su gran sentido de la vista. Se sentía tan libre que a veces daba pequeñas piruetas en el aire. De pronto, escuchó un aullido que le hizo parar en seco en el aire, aún aleteando para no caerse. Todo quedó en silencio tras aquel profundo ruido, pero aquella sensación electrizante le causó cierta intriga por saber de dónde vino.
Tras media hora tratando de localizar al emisor de tan estruendoso aullido, se cansó de volar, por lo que optó por volver a su hogar. El día siguiente tenía que madrugar y no podía permitirse volver a dormir en clase.
En la oscuridad de aquella noche, se volvió a escuchar el aullido en la lejanía, poniendo los pelos de punta a todo aquel que lograba escucharlo.
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Santa cruz*: Los vampiros no soportar ni ver ni tocar una cruz cristiana.
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