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CAPÍTULO 5.2: Los príncipes de ojos grises

—¿Cuál es la situación? —preguntó Abel a sus hombres, su voz resonó con autoridad entre las paredes del improvisado salón de guerra ubicado en el club naval del complejo palaciego de Eridor. Una treintena de nobles, vestidos con armaduras de kevlar, escuchaban atentos. Estas armaduras, resistentes y ligeras, protegían los órganos vitales de los erios sin reducir su movilidad. Abel, agachado sobre los planos, estudiaba en detalle el trazado urbano de la ciudad de Eridor, mientras deslizaba su índice derecho por la planimetría y discutía las opciones de evacuación y los edificios estratégicos para la defensa ante un inminente ataque de Kuntur.

La tensión podía respirarse en el lugar. Los nobles más jóvenes no dejaban de recorrer con la vista los candelabros de oro y cristal que colgaban del techo, los muebles de terciopelo rojo, las molduras geométricas y esculturas en alto relieve que decoraban las paredes y el techo del salón, que semanas antes era utilizado para banquetes y fiestas de lujo. «Es cuestión de horas que encuentren este lugar», pensaba Abel, consciente del peligro.

Todos los otros edificios públicos eran custodiados por los soldados de Tirio, quienes no permitían el ingreso de civiles. Los Santos habían ordenado el toque de queda en la ciudad, el cual impedía el libre tránsito y reunión de todos los habitantes de Eridor, amparados por la declaración del estado de emergencia del emperador Neus en el sur del continente de Hamman. En las últimas horas, los Santos habían empezado a utilizar la fuerza para desalojar los edificios residenciales y, en cada redada, separaban a los adultos capaces de portar un arma de los niños y ancianos durante la leva.

«Nadie en el continente esperaba que Kuntur se rehusara a deponer las armas, menos aún que resistiera el primer ataque del imperio», reflexionaba Abel, hilvanando los acontecimientos que los habían empujado hasta la necesidad de intervenir usando los dones de su sangre. Según informaban los voceros del imperio, las fuerzas de Kuntur marchaban hacia Eridor con un gran ejército en busca del resto de la flota militar del emperador, para aniquilarla. Tirio nunca huiría, por lo que tenía previsto resistir en Eridor haciendo uso de toda su fuerza. Había iniciado la guerra que tanto temían en el continente.

—¿Cuál es la situación de los civiles capturados por el ejército de Valkram? —preguntó Abel a sus hombres. Isaac, el líder de la policía, realizó un saludo marcial y tomó la palabra para informar su situación.

—Valkram, el general de los santos, ha obligado a los ciudadanos a formar una línea de defensa —comenzó Isaac, su rostro reflejó la gravedad de la situación—. Afirma que Kuntur llegará en no más de cuatro horas y ha reunido a unos trescientos civiles, la mayoría de ellos desprovistos o de herencia mixta. Hemos identificado a otros noventa dotados entre ellos. Coordinados, podemos lanzar un contraataque rápido y liberar a la población de los abusos de Tirio. Las redadas en los edificios continúan y separan a más familias cada minuto. Estamos a la espera de tus órdenes, Abel.

Abel procesó la información, sus ojos entrecerrados en concentración evaluaban los riesgos de intervenir militarmente. Serían ciento veinte de sus hombres contra trescientos Santos de Tirio, sin contar sus naves y armas.

—¿Cuál es la situación en los laboratorios? ¿Han respetado su intangibilidad? —preguntó Abel.

—Los laboratorios están en peligro —respondió Tebras rápidamente, el ministro de infraestructura de Eridor—. Las puertas están selladas como lo ordenaste, pero los hombres de Valkram están amenazando con forzar su apertura para liberar al príncipe Zethiuslav, a pesar de que no tenemos confirmación de su presencia allí.

Abel sintió el peso de las decisiones sobre sus hombros. Su próximo movimiento podría marcar una diferencia insalvable en las relaciones diplomáticas con Tirio si no era ejecutado con suma cautela. Abel debía a toda costa evitar ser acusado de traición, pero no podía permitir el uso militar de los civiles en Erio. Los tratados de no violencia ante su reino no militarizado debían respetarse aún ante un estado de emergencia decretado por el emperador. Tomó una respiración profunda antes de hablar.

—El divino Zethiuslav se encuentra a salvo, se dirige a Felgrie junto a Gerhard, de la familia Bauer, en Estela-00, nuestro prototipo de aviación comercial. Tenemos registro de su voluntad expresa, comuníquenlo a Tirio —declaró con calma—. Una vez en el conglomerado de Felgrie, Zethiuslav informará sobre nuestra lealtad a Tirio y al imperio. No podrán acusarnos de traición por esa maniobra y no tendrán un motivo válido para forzar la entrada a los laboratorios.

Los hombres asintieron, aliviados de no cargar con la posible muerte de un Divino de Hamman en sus acciones.

—Comunicaré a Valkram esta información personalmente para que desista de su ataque a los laboratorios, no tendrá una excusa válida para hacerlo.

Abel se inclinó una vez más sobre la planimetría de la ciudad extendida sobre la mesa de reuniones. Recorrió rápidamente con la vista las zonas marcadas de conflicto y los edificios con capacidad de resistir una incursión militar. Acercó la mano a la ubicación de Valkram y la línea de civiles que habían trazado según la descripción de Isaac. Abel vio cómo estaban estratégicamente ubicados como una barrera de ingreso hacia los laboratorios.

—Valkram querrá amenazarnos con la vida de nuestros propios ciudadanos si rechazamos sus reclamos por tener acceso a los laboratorios, mi rey —dijo Isaac, desvelando las verdaderas intenciones de los santos.

«Quizá su plan siempre fue destruir la tecnología que rivaliza con el uso del energeum además de atacar a Kuntur», pensó Abel en silencio, tratando de desvelar otras intenciones ocultas.

—La tercera parte de ustedes vendrá conmigo para dialogar con Valkram la liberación de nuestros ciudadanos —anunció Abel, marcando en el mapa los edificios que servirían como refugios tras la liberación de estos—. No permitiremos que utilicen a nuestra gente como rehenes ni que la obliguen a pelear en guerras ajenas. Tampoco permitiremos que destruyan nuestro legado para el continente. Lo haremos pacíficamente si es posible, con fuerza si es necesario —ordenó—. Pondremos a salvo a los ciudadanos en estos edificios, los noventa dotados que se encuentran entre ellos asumirán su defensa, provéanles de armaduras y lectores de signos vitales —dijo Abel, señalando su armadura.

—Veinte dotados irán con Isaac a los laboratorios. Utilizarán las rutas subterráneas del metro; somos los únicos que las conocemos en detalle. No deberán ser descubiertos, su misión es coordinar la huida de los equipos de investigación —indicó Abel, esta orden debía cumplirse cualquiera fuera el resultado de la negociación con Valkram—. Su prioridad es proteger a Devron y su equipo responsable de la investigación de fusión nuclear —ordenó Abel, e informó además que su tío y su padre habían previsto la posibilidad de evacuar a los investigadores de Eridor ante el peor escenario. Los equipos deberían ya estar listos para partir y a la espera de protección.

—El reactor de fusión nuclear está siendo desactivado mientras conversamos y será trasladado en partes fuera de Eridor. La ciudad estará a oscuras ante el posible ataque de Kuntur. El objetivo principal de Devron es proteger nuestra tecnología con su vida. Si es necesario, regresaremos a la oscuridad y usaremos el energeum de Tirio hasta que se restablezca la paz —instruyó Abel al grupo sobre las estrategias que su padre y su tío habían coordinado durante la tarde en el consejo de guerra antes de que se declarara el estado de emergencia.

—La oscuridad podrá dar una ventaja a los ciudadanos de Erio que conocen a la perfección su ciudad. Mi rey, podremos ocultarnos y defendernos de una manera más efectiva entre el fuego cruzado de Tirio y Kuntur, al menos hasta el alba—. Dijo Isaac mientras transferían los datos de geolocalización y planimetría de Eridor a los dispositivos de los nobles.

—Devron ha coordinado un punto de refugio que mantendrá en reserva hasta que liberemos a Eridor de las amenazas, solo él conoce el lugar y asumirá el liderazgo de los refugiados hasta nuevas órdenes. Si nosotros llegamos a fracasar y perecemos en la defensa, será Devron Esquisto quien asumirá el trono de Eridor por sobre mis padres y mis hermanos menores. Dejo  todas las decisiones del reino de Erio a su voluntad. Registren y comuniquen mis órdenes de sucesión a todas las ciudades de Erio y al imperio en caso de mi captura o mi muerte—. sentenció con gravedad Abel. El salón entero estalló con murmullos que cuestionaron la orden. Abel los ignoró y se retiró del cuello los emblemas de su liderazgo para que le sean entregados como evidencia de sus órdenes a su tío, y golpeó fuertemente la mesa con estos.

El sonido de los emblemas de metal contra el tablero de la mesa y luego el golpe del puño de Abel que resonó en toda la estancia, hizo callar a todos a su alrededor. La orden directa de Abel amparada en el estado de emergencia, durante el cual el rey tenía todos los poderes, dejó sin efecto la resolución del ministerio de justicia con el cual hace quince años le arrebataron el derecho de sucesión legítimo a Devron, por no seguir las estrictas leyes de matrimonio de los príncipes de su reino. Estas leyes tenían el objetivo de resguardar la genética de sus líderes y los secretos que esta tenía. Devron seguía siendo un hombre respetado en el continente y sus alianzas comerciales con otros reinos podrían permitir el resurgimiento completo de Erio si fuera necesario, además de poder heredar la primera línea del linaje real dentro de la nobleza y mantenerlo si así lo decidiera. Con esta decisión liberaba además a sus hermanos de la manipulación política en Tirio tras su posible muerte.

Abel continuó revelando las estrategias de liberación de la reina Adela y el rey consorte Abdel en el edificio central y las mujeres y niños que estaban con ellos bajo el control de Los Santos de Tirio. Ordenó también que provean de pectorales y dispositivos para su defensa para que fueran usados por los dotados que estaban con ellos; con la orden de proteger el camino de evacuación hacia los puertos y luego hacia las ciudades de Merida y Caral. Abel y Lauren, el ministro naval, trazaron la estrategia de evacuación de los civiles a través de la costa y confirmaron la llegada de refuerzos de las ciudades del sur que fueron solicitados durante la tarde. Finalmente, Abel también destinó hombres para la protección del puerto del complejo palaciego hasta la llegada de los navíos.

— Tebras te encargaras de la logística junto a los voluntarios de sangre mixta que se han reunido en la playa mientras hablamos. Lauren, permanecerás en el puerto con diez de los presentes y serás el líder de la evacuación  —ordenó Abel a sus ministros, quienes realizaron una reverencia. Finalmente, el grupo asintió y Abel entregó sus emblemas personales a Lauren para que los custodiase y los entregara a su tío en caso de ser necesario.

—Yo no partiré a Caral ni a Merida. Mi grupo se unirá a la defensa de los laboratorios para resguardar la huida de los investigadores y permaneceremos en la ciudad hasta que esta caiga o triunfemos en su defensa junto al grupo de Isaac y los civiles que liberemos —dijo Abel, finalizando sus órdenes.

Los ojos de Abel se desplazaron por la habitación, deteniéndose en cada rostro.

—Nuestra posición sigue siendo la misma —continuó Abel—. No iniciaremos un enfrentamiento contra Kuntur. Tampoco permitiremos la violencia de Tirio contra los nuestros. Esto es una maniobra de defensa y evacuación.

Abel y sus hombres confiaban en que el escudo electromagnético de Eridor debería evitar la entrada de la artillería de Kuntur el suficiente tiempo para que se realizaran los planes de evacuación del príncipe Abel.

Finalmente, Abel compartió la información que había recibido de nobles de Erio que habitaban en la ciudad sagrada de Tirio y que había motivado su paso a la acción.

—Neus, el emperador de Hamman, ha emitido la orden de no enviar refuerzos a Los Santos en Eridor. Ha cedido al fracaso de su primera flota y a la presión de los otros reinos. Felgrie y Cirdan exigen claridad sobre las intenciones entre Tirio y Kuntur que amenazan llevar a la guerra a todo el continente —informó Abel, mientras veía cómo sus hombres recuperaban la esperanza y se veían fortalecidos por las presiones hacia la diplomacia impulsadas por Felgrie y Cirdan, quienes por primera vez habían cuestionado las intenciones de Tirio y solo habían prometido asistencia médica y refugio en sus costas. Abel hizo una pausa.

—Eridor está bajo la mirada de todo Hamman. Cualquier uso de fuerza en contra nuestra no será olvidado. Neus no esperaba esta respuesta, nos hemos visto protegidos por nuestros aliados comerciales de manera inesperada.

Sin embargo, Abel entendía que la respuesta de Felgrie y Cirdan se debía a la oportunidad de liberarse del energeum gracias a las nuevas tecnologías que Erio controlaba y había motivado su negativa de unirse a Tirio en una guerra que solo aumentaría su dependencia.

—Esta es la razón de la desesperación de Valkram, debe resistir a Kuntur además de acabar con nuestra tecnología que amenaza la hegemonía política y económica del energeum —concluyó Abel para todos—. Nuestra línea de comunicación será la número 3 —indicó programando el dispositivo en su muñeca—. Resistiremos, no borrarán nuestro legado.

Había un silencio absoluto en la habitación mientras los hombres de Abel absorbían sus palabras y comprendían la complejidad del escenario político que enfrentaban. Finalmente, todos asintieron, las estrategias de Abel por fin ofrecían una salida a su desesperada situación. Todos los presentes se pusieron de pie y salieron de la sala de guerra. La fría neblina mojó sus rostros y facilitó su desplazamiento silencioso hasta las posiciones asignadas. Abel observó cómo sus hombres se dispersaban, perdiéndose entre la niebla. Eran las diez de la noche. Revisó los indicadores de nano máquinas en la pantalla de la armadura en su antebrazo; estaban activas y completas, la adrenalina las había despertado en su sangre.

Abel giró el rostro hacia el mar, buscando un breve instante de calma mientras su equipo preparaba las armaduras para los civiles dotados que rescatarían. Las olas rompían con fuerza contra las rocas, llenando el aire con una bruma salada. Sabía que no volvería a ver a sus hermanos; en esos momentos estarían en mar abierto, pero necesitaba aferrarse a alguna esperanza. La brisa marina acariciaba su rostro, trayendo consigo el eco de las promesas no cumplidas y los sueños perdidos. Abel respiró hondo, intentando absorber la serenidad del océano antes de sumergirse nuevamente en el caos del conflicto inminente. Le perturbaba la sorpresiva e inesperada fuerza de Kuntur, que no solo había superado el primer ataque de Tirio, sino que estaba en capacidad de llegar al borde de Eridor y realizar un asedio sin temor alguno a las represalias. Los informes llegaban fragmentados, pero cada nuevo dato confirmaba lo mismo: Kuntur estaba avanzando con una precisión y una ferocidad inigualables.

«Gerhard debió haber superado en velocidad a la primera ofensiva de Los Santos y llegar antes a Kuntur. Las características de Estela-00 lo permiten», reflexionaba Abel, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una explicación. «Zethiuslav y Gerhard seguramente habían llevado  la alerta del inminente ataque de Los Santos a Kuntur. Zethiuslav no habría ocultado a Kuntur los planes de Tirio ni el detalle de sus fuerzas en Eridor por devoción a su hermana Sibylle», La llegada de Kuntur a la frontera de Eridor era, en última instancia, su completa responsabilidad.

—Nunca supe responder con la razón ante Sibylle —dijo Abel en un susurro—. Aún hoy, en medio de la guerra, no puedo liberarme de mis sentimientos por ti —añadió con resignación. Era una total humillación para sí mismo, y la reconocía con gran amargura, sopesando a las decisiones que lo habían llevado hasta aquí.

Abel no podía abordar todas las complejidades de la situación, tampoco podía dudar ni esperar más tiempo sin actuar; debía aprovechar las pequeñas oportunidades que tenía para dar un cambio estratégico al conflicto en favor de la seguridad de sus ciudadanos. El destino de su ciudad y el legado de Erio estaban en juego, y el tiempo para iniciar su contraofensiva había llegado. Con un suspiro final, Abel se alejó de la playa. Toda su estrategia de contragolpe se encontraba firmemente tejida en su línea genética, cuyo origen se extendía hasta la fundación de Hamman y el nacimiento del reino de Erio. Esa noche, Abel y sus hombres usarían todo el poder y secretos de su herencia para su legítima defensa sin importar lo terribles que estos pudieran ser.

«Quizás hoy Erio pueda sembrar su futuro como capital del continente», pensó Abel con una amarga sonrisa, arrepintiéndose al instante por su gran ambición. «Las estrellas del cielo nunca le pertenecerán por completo a los hombres», pensó Abel, mientras observaba como hermosas lámparas llenas de luz a su alrededor acompañaba la avenida. La tecnología de iluminación limpia, inspirada en las estrellas, era el orgullo de su reino. Pronto volverían a la oscuridad y al energeum para protegerla. Abel, escoltado por sus hombres, se dirigió a la negociación con Valkram, sin poder contener en su mente amargos recuerdos de la primera noche en que su ciudad se iluminó y retó a la oscuridad en el mundo.

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