CAPÍTULO 4.2: El mismo idioma
PARTE 2
El semblante de Devron, cubierto por la sombra de la duda, trataba de encontrar argumentos para la próxima negociación a la que se dirigía con los líderes de los pueblos libres.
«No estoy en capacidad de ofrecer el paso seguro a través de las ciudades de Erio a los nómadas» —pensó en silencio frunciendo el ceño— «tampoco podrán sobrevivir al invierno en estas condiciones. A menos que...».
Devron se detuvo abruptamente. Loui, sorprendido por su reacción, observó cómo todos los músculos de su cuerpo estaban tensos como si pensaran al unísono.
—Este desgraciado tiene una buena idea —dijo para sí Loui mientras trataba de ganar tiempo con los nómadas que les apresuraban el paso. Pidió una manta para soportar el frío, sin la necesidad de fingir que temblaba. El hombre corpulento ordenó traer mantas para ambos, y Loui inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.
—Ambos grupos tenemos la urgencia de sobrevivir, Loui —susurró Devron, y buscó con la mirada a los miembros del equipo de geociencias. Distinguió a Markblen, el geólogo líder, a una corta distancia. Este sintió la intensa mirada de Devron en su espalda y al girarse, encontró su frente arrugada y sus ojos mirándolo con intensidad como si estuvieran llenos de fuego. Markblen sintió que tenía una orden que cumplir, pero ¿cuál?. En vano el geólogo intentó unirse a Loui y Devron, los nómadas que los custodiaban lo impidieron con un decidido empujón que casi lo derribó al piso.
En el primer contacto del grupo de investigadores y nómadas, Floki describió una profunda caverna la cual propuso que sería el refugio temporal como parte del intercambio. La descripción que dio el chico, a los oídos expertos de Markblen, coincidía con las características de un tubo volcánico. Este tipo de formación, creada por el flujo subterráneo de magma, se caracteriza por tener paredes lisas, un ambiente fresco y ligeramente húmedo. Loui y Markblen habían discutido esta interpretación antes de aceptar el intercambio, confiando en que la caverna sería un refugio seguro.
Devron, ignorando su estado de sumisión, con un decidido gesto señalando hacia la montaña que era el hogar de los nómadas, ordenó a Markblen analizar el terreno desde sus posiciones utilizando el más rebuscado lenguaje técnico en el idioma de Erio. Markblen se estremeció a la orden contemplando las dimensiones de su plan «ha vuelto a ser el demonio implacable de siempre» pensó para sí y sintió que la cabeza le iba a estallar ante todas las posibilidades.
Markblen era un hombre de ciencia; su mente siempre estaba ocupada, analizando y cuestionando el mundo que lo rodeaba. A pesar de su aparente frialdad, tenía un profundo respeto y admiración por Devron. Cuando recibió su orden, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía que había encontrado una solución y estaba dispuesto a poner todo su conocimiento y habilidades al servicio de esa idea. Comenzó a intercambiar hipótesis con su grupo de expertos cercano. Los nómadas, al percatarse de sus interacciones, solo sujetaron las empuñaduras de sus armas como recordatorio.
El equipo completo comenzó a recobrar esperanza al ver las coordinaciones que realizaban sus líderes; la urgente tarea solo significaba una cosa: había un plan, no estaban solos a la deriva y pudieron controlar el miedo que los amenazaba a cada paso. «Está bien, daré mi mejor esfuerzo por el bien de todos» pensó Markblen. Por su parte Loui se acercó a Devron y le dio palmadas en el hombro mientras pensaba para sí «Eres un maldito bastardo, por fin te comportas a la altura de lo que necesitamos».
Devron podía leer los insultos en la mente de Loui gracias a su sonrisa burlona y no cedió ni un segundo su recuperada autoridad. Al llegar finalmente al centro de reunión, las mentes curiosas de los investigadores se deslizaban observando a detalle el lugar. A pesar de los prejuicios arraigados en Hamman sobre el rudimentario nivel de civilización de los pueblos libres, sus edificaciones contrastaban con todo lo conocido y hablaban de un entendimiento sofisticado de la ingeniería estructural. Esto podía notarse en la forma que estaba construida la estructura de pieles tensadas dispuestas a lo largo del perímetro de un anfiteatro.
El equipo de diseño e ingeniería se percató del equilibrio de fuerzas de tracción y compresión, la forma en la que había sido utilizado cada material demostraba una comprensión profunda de sus características, además del índice de esbeltez de los puntales. Su diseño era simple, pero en extremo eficiente, soportaba las cargas vivas y muertas, en especial los elementos climáticos otorgando confort interior frente a los fríos vientos del sur. Todo era evidencia de un nivel de conocimiento que iba más allá de lo meramente empírico además de una sociedad capaz de haberlo ejecutado organizadamente. Esta comprención ingenieril acortó la distancia entre los nómadas y erios como si finalmente hablaran un mismo idioma.
Pero no sólo era la cobertura, sino la forma en que el terreno había sido trabajado. El suelo a sus pies había sido excavado en un círculo perfecto de unos veinte metros de diámetro, al cual se accedía a través de cuatro graderías concéntricas que se utilizaban como asientos para reuniones de grandes grupos. Las paredes estaban enlucidas con hermosas figuras antropomorfas y zoomorfas que parecían contar historias de su día a día. Sentados ordenadamente nómadas y erios participaban de la sesión en igualdad. Los guerreros del grupo de los nómadas se quedaron de pie en todo el perímetro del círculo, dejando a la vista sus armas, que iban desde pequeños cuchillos hasta largas y curvas dagas en fundas de piel. Eran como una barrera humana a una prudente distancia en la que podrían maniobrar ágilmente y contener a todas las personas sentadas en las graderías; para los erios fue evidente que no podrían dejar el lugar sin consentimiento de Irina.
En las graderías no pasó desapercibido el estricto orden de edad que tenían las ubicaciones escogidas por los miembros de los pueblos libres. Por su parte, en el equipo de investigadores, podía distinguirse una distribución intergeneracional compuesta por pequeños grupos divididos por especialidades, entre los que se contaban físicos, matemáticos, diseñadores, ingenieros, entre otros. Cuando todos ocuparon un lugar, algunos miembros de los pueblos libres señalaban a los extranjeros con gestos y expresiones agresivas; otros parecían más amables y solo los miraban con curiosidad. Los investigadores se encontraban en silencio admirando el espacio.
Loui y Devron fueron conducidos a un extremo del círculo donde se encontraba una entrada trapezoidal al final de una rampa, la cual daba acceso al nivel más profundo de la estructura, ese era un punto reservado para los líderes de la negociación en el que podrían ser observados con claridad por todos los asistentes. Frente a ellos, del otro extremo, surgió Irina acompañada por dos ancianos. Esta golpeó su callado contra el suelo y los golpes retumbaron en el lugar sorprendiendo a los asistentes por la acústica perfecta que removió a los asistentes en sus asientos. Finalmente se oyó la poderosa voz de Irina, quien para el alivio de todos tenía un uso perfecto del idioma unificado de Hamman, dio el inicio de la reunión en la que se decidiría el destino de los recién llegados. Cuando los presentes asintieron, Irina se dirigió al grupo de investigadores para que confirmen si Loui y Devron serían sus representantes en la negociación de la que dependerían sus destinos.
«Esta sería una situación para quebrar a cualquiera» pensaron los nómadas, quienes no daban crédito a la templanza del grupo de extraños. Sus mentes estaban sumergidas en ideas desconocidas y sus ojos brillaban con una inesperada curiosidad. A Irina le causaba curiosidad el comportamiento de Devron, y la forma cómo había pasado rápidamente del descontrol a mantener el liderazgo del grupo. Finalmente, se dirigió a él con un ultimátum para incorporar, si lo deseaba, a algún miembro de su equipo a la negociación. Los líderes elegidos serían los únicos con voz en la discusión y los demás asistentes debían guardar silencio salvo que fueran expresamente autorizados a hablar hasta que se definiera su destino.
Devron, caminó directamente hacia el centro del círculo y también en el idioma común de Hamman, llamó a Markblen para que se uniera a ellos en el centro. Irina asintió al tiempo que avanzó también hacia el centro acompañada por dos ancianos, eran una mujer y un hombre cuyas arrugas en el rostro y ojos apacibles trasmitían sosiego y sabiduría. Ambos contrastaban fuertemente con el carácter dominante de su líder. Markblen bajó una a una las graderías hasta llegar al centro del anfiteatro. El suelo proyectaba las sombras de las pieles superpuestas sobre sus cabezas con distintas tonalidades de gris. Ambos grupos completos finalmente tomaron sus posiciones bajo la luz del sol del mediodía, la cual se filtraba entre las pieles del techo.
—Me encantaría hacer unos dibujos de esto —pensó Loui al tiempo que divisaba en detalle el espacio. Los nómadas parecieron satisfechos al ver el interés que había despertado su estructura en los extranjeros, y dejaron un momento que la disfrutaran en todo su esplendor. Irina no perdió la concentración y su mirada se encontró con Devron, quien la sostuvo sin un ápice de duda. Ambos seguían cada uno de los movimientos del otro.
—Ya no tiene caos en su mente —pensó Irina, fijándose por primera vez con detalle en el extraño hombre. Devron tendría unos cuarenta años, todos sus cabellos eran blancos, su piel era pálida y sus ojos de un gris claro que no había visto antes entre los habitantes del sur.
Devron notó su curiosidad y separó los brazos abierto a su escrutinio. Los bordes de plata del traje blanco de Devron reflejaban la luz de la tarde. En la cintura podía observarse una faja de color índigo que subía desde la cadera hasta las costillas, y lucía en el cuello y pecho pequeños broches de colores con símbolos geométricos a manera de condecoraciones.
Irina no lo sabía en ese momento. Para ella, Devron solo era el líder de un grupo de extranjeros que necesitaban su ayuda para sobrevivir. Sin embargo, frente a ella se encontraba un príncipe de Erio, conocido y respetado en todo el continente de Hamman, un hombre que había rechazado el trono de su reino por su amor a la ciencia y a una mujer extranjera. Ninguno de los dos sabía que él era el hombre más buscado del continente ni que juntos estaban a punto de cambiar el destino de Hamman para siempre.
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