CAPÍTULO 3: Mi nostalgia lleva tu nombre
«¿Cómo se describe la nada?», se preguntó el príncipe Zethiuslav mientras mantenía un abrazo firme alrededor de Khalhaed, como si alguien pudiera arrebatárselo o como si fuera su única ancla a la cordura que le impidiera caer en un abismo. Cada sacudida de la nave lo hacía apretarlo con más fuerza. Un hilo de sangre recorría su rostro. Sentía los cardenales formarse en sus brazos y espalda producto de los impactos de su cuerpo con el mobiliario fijo y el fuselaje interior de la antesala. Surcaban el cielo a bordo de Estela-00, el prototipo de nave más eficiente impulsada por fusión nuclear, resultado de la avanzada ingeniería de Erio.
Zethiuslav activó con un comando de voz el sistema visual, y los sensores capturaron la densa niebla del sur que envolvía el exterior de la nave. Parecía como si la noche los devorara. «Así debe ser la muerte», pensó intentando desatar el nudo en su garganta que le impedía hablar para responder a su compañero que preguntaba por su estado desde la cabina. Miró fijamente hacia la cámara que registraba los daños y luego volvió su concentración a su sobrino. El pequeño cuerpo de Khalhaed temblaba, aferrado con fuerza a su casaca de aviador en medio de gritos desconsolados y llamados a sus padres; su llanto se volvía cada vez más desgarrador.
Estela-00 vibraba con el eco del fuego cruzado de la batalla. Zethiuslav tarareó una antigua melodía que su hermana Sibylle había entonado para él cuando estuvo al borde de la muerte años atrás; ahora era él quien la tarareaba en su despedida. Sibylle, la hija de la emperatriz y hermana mayor de Zethiuslav, rechazó su rescate. No quiso abandonar a su esposo Xephyr en el inicio de la guerra. Zethiuslav había gritado con desesperación alertando del inminente ataque que sufriría Kuntur cuando se negó a abordar la nave.
Sibylle presintiendo su muerte, le entregó a su hijo, luego retrocedió y corrió para volver a su habitación. Fue cuando se oyeron los primeros estallidos de los misiles del imperio contra la capital de Kuntur y el ambiente se llenó de fuego y cenizas. Gerhard previó que Zethiuslav intentaría correr tras ella, cerró las puertas en el último momento y huyeron. Gracias a sus rápidos reflejos, la nave logró escapar esquivando el fuego cruzado, los estallidos y el derrumbe de edificios que les cerraban el paso al colapsar mientras Estela-00 aceleraba. Ahora, lejos de la batalla, entre los objetos volcados a su alrededor, Zethiuslav no podía quitarse el recuerdo de Sibylle arrancada de sus manos.
Gerhard revisó rápidamente el panel de control de la nave para detectar daños. Las cámaras de la antesala mostraban al príncipe y al niño fuera de peligro inmediato. Dio un suspiro y acomodó su espalda en el asiento al ver que, por el momento, habían evitado una muerte segura en la primera línea del conflicto. Ningún enemigo parecía seguirlos, su incursión de rescate en Kuntur había terminado. Estaban a salvo, al menos por ahora.
—No podremos volver a Eridor —comentó Gerhard desde la cabina. Su voz sonó serena y firme a través de los altavoces, reflejo de su entrenamiento militar y la costumbre de manejar situaciones críticas con calma—. Iremos hacia Felgrie, como discutimos —añadió, ajustando la trayectoria de la nave en los controles. Afortunadamente, Estela-00 no mostraba signos de daño estructural aparente. No recibió respuesta, a través de las cámaras observó cómo Zethiuslav se limpiaba el hilo de sangre de su rostro con el puño de su casaca y volvía a sujetar al niño en un abrazo, perdido en sus pensamientos.
Estela-00 inició su ruta de vuelo hacia el conglomerado de Felgrie de forma segura. Gerhard sintió el peso de sus decisiones y la culpa apoderarse de sus músculos entumecidos. Sabía que no podría regresar a Eridor para cuidar de su hermana Anke a quién había prometido proteger. Toda la ruta entre Kuntur y Eridor se había convertido en un campo de batalla. Apenas habían escapado con vida; arriesgarse nuevamente no era una opción. «Anke está en el edificio de laboratorios, lejos de la línea de combate. El príncipe Abel ha garantizado que los equipos de investigación no serán parte de las estrategias militares de Tyro. Esta segura» se dijo a sí mismo. La batalla se concentraba en los límites de Kuntur, no en Eridor. Sabía que no había nada más que pudiera hacer por ella en ese momento.
«Debo concentrarme en Zethiuslav y Khalhaed, desde Felgrie con su influencia como tercer hijo del emperador de Hamman, podremos convencer al gobierno del conglomerado de enviar una misión de búsqueda y rescate si finalmente la guerra avanza hasta Eridor. Será solo cuestión de día» pensó para sí tratando de calmar su mente. La nave alcanzó una velocidad constante, y la vibración bajo sus pies se estabilizó, convirtiéndose en un suave murmullo. El hábil piloto se sintió a salvo por primera vez desde la batalla, el agotamiento invadió su cuerpo.
Zethiuslav continuaba en silencio, sentado en el suelo miraba al exterior de la nave totalmente abstraído. Las luces de los indicadores de navegación, proyectadas por las paredes inteligentes, se reflejaban en sus gafas, lanzando destellos verdes y azules sobre su rostro sombrío. Finalmente, al sentir la estabilidad de la nave, Zethiuslav tomó un profundo aliento y aflojó su abrazo alrededor de Khalhaded. Había mucho en que pensar, no podía poner en riesgo a Khalhaded ni a Gerhard; debía evaluar todas las posibilidades y trazar un plan para su seguridad.
—A esta velocidad, llegaremos a Felgrie poco antes del anochecer. Calculo serán unas 16 horas de viaje Zeta—dijo Gerhard, intentando transmitir tranquilidad.
Sus ojos recorrieron los instrumentos de navegación y la telemetría del motor en el tablero de la cabina. Las luces parpadeantes y las pantallas digitales ofrecían un cómodo refugio de familiaridad en medio de la incertidumbre.
—La ingeniería aeronáutica de Erio es increíble. Nos ha dado una ventaja de 50 años en la industria. Nunca imaginé que Abel confiara en mí para pilotear una maravilla técnica de esta magnitud. ¿Qué te parece, Zeta? ¡El viaje inaugural resultó ser nuestro! Estamos haciendo historia—. Insistió una vez más con uno de sus temas de conversación habituales.
Zethiuslav permanecía callado. Después de un silencio prolongado, Gerhard sabía que tenía que actuar e ir por él. Antes de dejar su puesto en la cabina, revisó nuevamente los controles: el medidor de altitud, el radar, los indicadores de energía y los sistemas de control de vuelo. Finalmente activó el piloto automático y la transición se realizó sin problemas. Necesitaba tomar un descanso, comer algo, para poder estar en condiciones óptimas para el aterrizaje. Gerhard se dió un masaje en el cuello y los hombros, podía sentir con un poco de alivio cómo se liberaba la tensión acumulada.
—Ufff, esto sí que estuvo cerca —se dijo para sí mismo y luego se acomodó el cabello—. Se sentía mejor, podría transmitirle tranquilidad a su compañero.
Estela-00 era un proyecto personal liderado por el príncipe Abel y su brillante equipo de ingenieros y físicos de Erio. Abel había confiado en Gerhard, quien era piloto comercial con entrenamiento militar, para las pruebas finales del prototipo unas semanas antes. Gerhard se encontraba realizando estudios de posgrado en Erio sin mucho éxito académico pero con unos reflejos impecables y gran destreza en las maniobras que lo hacían destacarse. Gerhard competía con otros estudiantes para ser elegido para estar a cargo del vuelo inaugural que haría el príncipe Abel con Estela-00 desde Eridor hasta Felgrie para la feria de innovación de este año.
A pesar de ser consciente de sus habilidades, Gerhard sospechaba que había sido reclutado en el equipo de Abel, en gran medida debido a Zethiuslav, con quien había forjado una inquebrantable relación desde que coincidieron en las clases durante su posgrado. Juntos habían trabajado incansablemente para sobrevivir académicamente, uniendo sus habilidades diferentes y se habían vuelto inseparables.
Zethiuslav, gracias a sus conocimientos en ciencias básicas, se unió al equipo de desarrollo de aeronaves del príncipe Abel desde su llegada a Eridor. Este equipo era considerado el mejor del continente. Además, Zethiuslav era el tercer hijo del emperador Neus de Hamman y parte de la familia divina de Tyro, lo que sin duda le otorgaba ventajas y privilegios aunque no lo quisiera admitir abiertamente.
El equipo de Abel quería asegurarse de que la industria de Felgrie de vuelos comerciales pudiera absorber con facilidad la tecnología desarrollada. Gerhard era consciente que su elección como piloto de Estela-00 no era casual, su padre era un importante magnate de la industria aeronáutica.
«Tal vez», pensó Gerhard, «el plan de Abel siempre fue que la nave llegara finalmente a Felgrie, con la búsqueda de una cooperación comercial o quizá incluso militar que diera cierta independencia a Erio respecto a la influencia política de Tyro». No lo sabía con seguridad. Los ojos del príncipe Abel siempre estaban llenos de secretos, y de nostalgia.
Al volverse hacia la antesala, Gerhard encontró a Zethiuslav, aún sentado en el suelo rodeado por todo el desorden. Este abrazaba a Khalhaed tan fuertemente que parecía que ambos habían dejado de llorar por la asfixia. Rápidamente, Gerhard buscó en las reservas de alimentos en las despensas de la nave, que solían utilizar para las visitas demostrativas, y tomó el vaso más grande junto con el licor más fuerte que encontró, colocó además unos cubos de hielo y soda tónica. Finalmente a grandes zancadas caminó hacia Zethiuslav y extendió el vaso.
—Vamos, Zeta, vas a asfixiar al niño si sigues así. Dale un descanso. Ambos están fuera de peligro.
Los dedos de Gerhard rozaron ligeramente los dedos del príncipe cuando este reaccionó a sus palabras y tomó el vaso. Fue un instante fugaz, pero suficiente para sentir la conexión con Gerhard. Zethiuslav bebió un sorbo mientras Gerhard extendió los brazos para tomar a Khalhaed en su lugar quién aún gimoteaba. Gerhard lo tomó en sus brazos, secó su nariz y lágrimas con su pañuelo. Zethiuslav, dejó sus cavilaciones un momento, levantó lentamente la mirada hacia Gerhard, a penas si podía distinguirlo a través de sus gafas empañadas. Su lacia cabellera castaña caía de manera descuidada sobre su rostro enrojecido. Sin oponer resistencia, vencido por el cansancio, Zethiuslav volvió a llenar su vaso de licor y los contempló con dulzura. Al segundo trago el príncipe frunció el entrecejo con una mezcla de sorpresa e indignación.
«¿Qué demonios es esto?», dijo Zethiuslav, y luego acabó el vaso de golpe. No se había percatado de cuánta sed y cansancio tenía hasta ese momento; se secó las lágrimas con el brazo y colocó el vaso en el suelo. Luego limpió sus gafas con su camisa y las acomodó sobre su nariz nuevamente. Finalmente intentó recuperar a Khalhaed de los brazos de Gerhard, pero ya era demasiado tarde. Su compañero, con un encanto paternal innato, había levantado al niño y lo arrullaba mientras paseaba con él por la nave. Khalhaed miraba a Zethiuslav por detrás del hombro de Gerhard con curiosidad y disfrutaba del paseo.
—Mira, Khal, estrellas, ya se pueden ver las estrellas; hacia allá vamos —dijo Gerhard apuntando al norte, y Khalhaed parecía entenderle e imitaba sus palabras.
Una oleada de alivio recorrió el cuerpo de Zethiuslav al ver a su compañero cuidar con ternura al niño y se sintió reconfortado de no estar solo en esta difícil travesía. Gerhard había tenido la experiencia de criar a sus hermanos menores, sabía bien lo que hacía, mejor que él sin duda. Esto permitió a Zethiuslav relajar los músculos por un instante, levantarse del piso y acomodarse en el sofá más grande de la antesala mientras se sacaba las pesadas botas y se masajeaba el cuello, casi no sentía los pies; finalmente terminó de volver a la realidad gracias a la sangre que empezó a recorrer con normalidad todo su cuerpo con un intenso hormigueo.
—Gracias, Gerhard, por todo —dijo de una manera apenas audible, mientras se ataba sus lacios cabellos en una coleta—. Si no fuera por ti, estaríamos muertos. Yo solo complico las cosas para ti, siempre.
Gerhard se detuvo un momento para evaluar el estado de Zethiuslav, cuyo rostro mostraba claros signos de agotamiento y pena. Le recordó el día que se conocieron, cuando lo encontró bajo un motor completamente cubierto de grasa y combustible sin poder contener el desastre. Gerhard desvió la conversación, no quería profundizar en su dolor.
—Deberíamos cambiarle el nombre a este niño. Khalhaed es demasiado ostentoso, ¿qué estaba pensando Sibylle? —dijo, de la manera más natural del mundo refiriéndose a los nombres complejos típicos de los dioses de Tyrio—. ¿Qué te parece Kheled? ¡Es un buen nombre!
Zethiuslav lo miró con sorpresa con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Luego al percibir el brillo de alegría en los ojos de Gerhard y el pequeño, asintió con resignada aceptación.
—¡A Kheled le gusta su nuevo nombre! —exclamó Gerhard, provocando una sonrisa en el niño, que empezó a mover sus pies en el aire de manera juguetona.
La alegría de esos dos contrastaba con la vista solitaria al exterior de la nave, Gerhard había activado la transparencia del fuselaje de la cabina para que Kheled pudiera verse rodeado de estrellas, Estela-00 habían logrado cruzar la densa neblina del Sur y en su exterior podía distinguirse la curvatura de la tierra. EL hábil piloto con breves instrucciones en el panel de navegación descendió lentamente hasta que pudieron divisar el mar. Una luna redonda se reflejaba en las aguas frente a ellos como si fuera una alfombra interminable que reflejaba la luz de las galaxias. En ese pequeño momento de alegría y ligereza, Zethiuslav sintió algo que había olvidado en mucho tiempo: esperanza, y sin poder evitarlo, nuevamente empezó a llorar.
Gerhard con resignación caminó hacia Zethiuslav llevando en un brazo a Kheled y en el otro una segunda botella de licor con la que llenó el vaso de su compañero nuevamente. Luego llevó unas aceitunas, embutidos, pan y frutos secos para el niño. Caminar le permitía refrescar las ideas y Kheled lo disfrutaba. «El hambre hará que Zethiuslav deje de estar tan afligido» pensó para si mientras escrutinaba las demás reservas que tenían y se hacía para él una infusión caliente y una butifarra.
—Esta gente de Erio siempre piensa en todo —susurró para Kheled, agradecido de que habían abastecido la nave con bocadillos para el gran número de visitas demostrativas que recibían últimamente.
Lo que no encontraba por ningún lado eran mantas y el frío empezaba a sentirse.
—Esta nave no está diseñada para viajes largos —continuó susurrando a Kheled y tomó nota para hacer las sugerencias de mejora a su regreso.
Gerhard se retiró la chaqueta de aviador y la usó para cubrir a Kheled mientras se sentaba en el sofá al lado de Zethiuslav con el niño en su regazo, luego le dio de comer unas pasas. Zethiuslav los observaba, avergonzado por no contener su pena, y empezó a comer por imitación.
—Y bueno, ¿qué vamos a decir cuando lleguemos al Nido? —preguntó Gerhard a Zethiuslav con una seriedad impenetrable, mientras le daba unas mordidas a su butifarra.
El Nido era el nombre del complejo aeronáutico que tenía Frederick, el padre de Gerhard, a las afueras de la capital de Felgrie, el lugar perfecto para descender y pasar unos días desapercibidos hasta que pudiera volvía por Anke, se recuperaban y planificaban cuidadosamente su futuro. Gerhard necesitaba las inteligentes ideas de Zethiuslav y mantener su mente ocupada de alguna forma. Zethiuslav, que acababa de beber su cuarto vaso, aclaró la voz y sugirió.
—Diremos que Kheled es tu hijo, su madre será una de las asistentes de Devron o Abel. Elige la chica que quieras, no importa. Convenceremos a Adhra para que nos ayude.
Gerhard clavó su mirada en Zethiuslav, consciente de cómo se aprovechaba de su influencia política y la amistad que tenía con Adhra. Desde el inicio, resultó fácil para ambos desarrollar una complicidad, teniendo en cuenta que pertenecían al mismo territorio. Adhra podría conseguir hasta lo imposible del equipo de Devron; si lograban conmoverla con la historia, no se opondría a ayudarlos. Además, sabría el valor de que un divino de Hamman le debiera semejante favor.
Gerhard frunció el ceño, su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y determinación. Entendía los desafíos que implicaban presentar a Kheled como su hijo, pero el vínculo creciente con el niño, su profunda conexión con Zethiuslav y su deseo de proteger a ambos, hacían que considerara la opción seriamente. Además, librarse de las expectativas y la presión de su padre por un heredero sería un alivio. Zethiuslav apretó los puños, y Gerhard pudo ver cómo la mente de su compañero comenzaba a acelerarse. El semblante del príncipe se fue transformando, pasando de la preocupación al cálculo.
La seguridad del niño era su principal prioridad. Sibylle, cuando le entregó a su hijo le imploró que no revelara su identidad en Tyro; temía las acciones de su abuelo Neus contra él y la corte en general por celos a Khalhaed, que por pleno derecho estaría en la primera línea de sucesión del trono de Hamman sólo por detrás del emperador Neus y ella, quien era hija legítima de la emperatriz, a diferencia de sus hermanos que eran hijos de consortes o concubinas. Felgrie era un lugar mucho más seguro para que Kheled pudiera crecer y hacerse adulto.
«Algún día, cuando tenga la madurez necesaria, le contaré la verdad», susurró Zethiuslav. «Comprenderá que hicieron lo mejor».
—Kheled tiene alrededor de dos años, lo cual coincide con tu periodo de posgrado y prácticas en Eridor. Sólo tendrías que admitir tu promiscuidad —decía Zethiuslav mientras masticaba un gran puñado de aceitunas de una manera más relajada y casual, inmerso en sus ideas.
Sorprendido por su franqueza, Gerhard no perdería la oportunidad de responderle como se merecía. Con una voz llena de jovialidad y una sonrisa de oreja a oreja, empezó:
—Si ese es tu plan, querido Zeta, le diré a mi padre y a todo Hamman, si es necesario, que fui promiscuo, y en exceso, con mi novio que tiene largos y lacios cabellos castaños, que es muy inteligente y usa unos lentes espantosos para cubrir sus divinos ojos verdes.
Zethiuslav, que con gran esfuerzo había logrado tranquilidad, escondió por completo su cara ruborizada entre los brazos y las rodillas. El latido acelerado de su corazón se sentía en todo el ambiente. Gerhard lo ignoró por completo y acomodó a Kheled que empezaba a dormitar, en el extremo del sofá. Gerhard le hizo una almohada, lo cubrió y bajó la intensidad de las luces en la antesala para que el niño pudiera descansar. Después de un largo rato de ser ignorado, Zethiuslav estiró la mano hacia las aceitunas y agarró otro puñado, y ocultó su rostro al responder.
—No te atrevas a bromear con eso, a menos que quieras que nos maten a ambos. Kheled nos necesita, y yo te necesito a ti —y luego se inclinó sobre la mesa, bajó sus pies al suelo, y se sirvió más licor.
Desde el otro extremo de la antesala, luego de reducir la intensidad de las luces, Gerhard descalzo caminó hacia Zethiuslav. No pudo evitar sentirse enamorado de ese chico terriblemente abochornado que le observaba por encima de los lentes; si no estuvieran en tan amargas circunstancias, se acercaría a él e intentaría besarlo con ternura.
—Suficiente de planes, vamos a descansar Zeta—dijo Gerhard en voz suave cuando estuvo frente a él y ajustó la alarma en su reloj de muñeca—. En seis horas terminaremos de definir el plan. Acepto tu propuesta. En ese tiempo deberíamos avistar el continente y ajustaré los controles de la nave. Mientras tanto, descansa a mi lado —le dijo mientras colocó en el suelo los cojines de los muebles a su alrededor.
Zethiuslav accedió y juntos armaron una cama improvisada para descansar juntos. Sabían que quizá sería la última noche que podrían hacerlo con libertad. En Hamman no podrían admitir que su camaradería se había vuelto un sentimiento más íntimo y se encontraban en una relación amorosa que ponía en riesgo sus vidas. Sin duda sería un gran escándalo para la familia sagrada de Tyro, quienes actuarían con severas represalias. Zethiuslav y Gerhard debían actuar con cautela y evitar cualquier sospecha sobre su verdadera relación, por el bien de ambos y Kheled.
El continente estaba bajo la sombra de la guerra. En el silencio de la noche, Gerhard y Zethiuslav se acostaron juntos al tiempo que se fundían en un abrazo; su cercanía les transmitía paz en medio de la incertidumbre. El príncipe, sin poder conciliar el sueño, levantó la mirada hacia Gerhard y encontró que vigilaba su descanso con ojos protectores. Zethiuslav levantó el rostro y lo besó en los labios. Gerhard, correspondió a su amor y enredó los dedos en su cabello.
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