Una mirada a la muerte
Es que todo fue tan rápido, pero al final tantas cosas ocurrieron, que no puedo creerlo. Recuerdo el accidente, estamos todos en la Suburban; tres parejas que disfrutaríamos del último fin de semana antes de graduación. Vamos por esa sinuosa carretera que ladea la montaña, llena de baches y con árboles que se cierran sobre esta, llenándola de hojas pequeñas, flores y semillas. Cada cierto tiempo, sentimos como el vehículo azota al caer en un bache y todos le gritamos a Rogelio el conductor, que nos replicaba con que la guagua resistiría eso y más; "está hecha para esto"; decía.
Las curvas se hacen cerradas y mientras Ana, la novia de Rogelio, le advierte que va muy rápido; Julia y Andrés están demasiado ocupados besándose para fijarse en algo. Por nuestra parte, Caroline y yo estamos tan solo abrazados sonriendo y un beso aquí y allá. Éramos la pareja nueva, así que los demás hacían burla de nosotros, de lo tiernos que nos veíamos.
La lluvia cayó casi de repente, se sintió como si hubiéramos entrado en una pared de agua. Los parabrisas movían grandes cantidades de agua y era poco lo que se podía ver. Rogelio, debió escuchar a Ana, debió reducir la velocidad. Incluso el agua acumulada en profundos charcos, le frenaba un tanto, pero enseguida, nuestro conductor aceleraba. Había ido tantas veces a esa cabaña en la montaña que, decía conocer el camino "con los ojos cerrados"; pero no. No queríamos que cerrara los ojos. Otro bache.
Para este momento, incluso Andrés ya está preocupado así que comienza a discutir con Rogelio; Ana lo secunda y por supuesto Julia está del lado de su pareja. Creyendo que pondría la nota conciliadora, trato de explicarle a nuestro conductor que sería mejor que redujera la velocidad y procurara ver bien la carretera. Los demás apoyan la idea y Rogelio cede, no sin antes mirar hacia atrás un momento para hacer su advertencia de que llegaríamos de noche y ...
Así de repente, el ruido, los gritos, Caroline se aferró de mí y yo le abrazo con fuerza. El techo parecía doblarse sobre nosotros y mi única reacción fue cerrar los ojos y otro estruendo fue lo último que escuché. La oscuridad se convirtió en inconciencia y ya no supe más.
Desperté y me sentía adolorido. Caroline estaba sobre mí llorando desconsolada, y me sentí mejor al ver que estaba bien. Andrés se sobaba el cuello mientras Julia se incorporaba luego de colarse entre los asientos. Afuera, Rogelio maldecía su suerte y Ana, trataba de consolarle.
Salimos del vehículo con pasos vacilantes y Andrés aún de frota el cuello y diciendo malas palabras y reclamando a Rogelio tan agresivo que casi comienzan una pelea. Caroline y yo nos dedicamos a ver el desastre y realmente, no podíamos creer que hubiéramos sobrevivido a eso. Al impactar el árbol, la Suburban se incrustó en este, hasta el radiador del cual brotan vapor y chorros de agua caliente como un geiser. El aceite brota por debajo y forma un río que le da al vehículo la apariencia de un gran animal sangrando. Tres de las cuatro llantas están reventadas y cristales y vidrios por doquier. El techo se había doblado hacia adentro, deformando las puertas la de atrás se había abierto y Rogelio enojado por la frustración la azotaba violentamente. El parabrisas había desaparecido con excepción de un pedazo del lado de Ana, todo lo demás eran pequeños fragmentos cuadriculados esparcidos. Nadie notó, que ya había parado de llover.
Resignados a nuestra suerte, caminamos lo que faltaba para llegar a la cabaña que milagrosamente estaba más cerca de lo que creímos. Todos intentaban encontrar señal para llamar, pero nada y el primero en rendirse fui yo. Al fin encontramos la cabaña. Una casita de madera hecha de troncos con un pórtico cubierto y dos asientos a la entrada. Dentro, una modesta sala con dos sofás y una alfombra nos recibió; y un sentimiento de alivio invadió el ambiente. La conversación se centró en como habríamos de salir de allí, pero Rogelio ya calmado, nos explicó que pronto habría señal, sus padres eran dueños de la propiedad y se aseguraron de que hubiera, probablemente había alguna falla por la lluvia. Mientras, estaríamos cómodos y seguros. La lluvia torrencial regresó, así que la sensación de alivio se hizo general. Secos y seguros, no podía estar mejor.
Andrés seguía quejándose de dolor en el cuello y Julia le masajea con calma. Los relámpagos iluminan el exterior dejando ver una lúgubre escena de árboles sacudiéndose y una oscuridad tan profunda que la luz dentro de la casa era otra razón más para sentirse bien. Al final, todo estaba bien, así que era mejor disfrutar lo que quedaba del fin de semana. Rogelio, ya no quiere perder tiempo y tomando a Ana de la mano, se la lleva a una de las habitaciones. Caroline me abraza y me planta un beso muy suave, rosando apenas sus labios en mi cuello. Y al ver esto, Julia nos sugiere la otra habitación, mi chica se sonroja y le reclama la indiscreción. Por respuesta, Julia besa el cuello de Andrés y luego detrás de la oreja. Andrés se encoge y su mano aterriza en el interior del escote de Julia que se ríe mientras retira la mano y continúa masajeando a su novio.
Con cada relámpago y su consecuente trueno, las luces amenazan con apagarse y en ese momento una extraña sombra recorre la estancia, como si fuera una sábana extendiéndose, sobre todo. A pesar de sentir un notable miedo, Caroline, trata de dormir acurrucada sobre mi pecho. Es extraño, pero siento un insipiente malestar en la garganta. Me hace toser y luego un extraño sabor a sangre en la boca. Otro relámpago y la sombra vuelve a recorrer la habitación. Los cuatro que quedamos en la sala estamos adormilados así que Andrés y Julia anuncian que se retiran. Un ejemplo que decido seguir y suavemente me muevo para despertar a Caroline, que dormía tranquila.
Cuando escuchamos a Rogelio gritar, todos sentimos el horror al mismo tiempo, porque no era para nada un grito de pasión. Los gritos desgarradores de Ana se sumaron a los de Rogelio y todos los que estamos en la sala, salimos impulsados como resortes. Llegué de primero a la puerta y al abrirla, no sabía qué pensar ante la escena. Ana está de pie frente a la entrada del baño. La piel de su cara se veía desgarrada, jirones de carne colgando eran seguidos de una corriente de sangre que sale de su cabeza, cara y cuello a borbotones. Rogelio en la cama semi desnudo, parecía querer trepar la pared, maldiciendo a todo pulmón. Ana no se desmaya, sólo cae fulminada y su cuerpo queda inerte en el suelo, con los ojos abiertos toda cubierta de sangre. Caroline y Julia entran en pánico y sus gritos no son ahogados por el estruendo de los truenos. Siento el corazón latiendo y me quedo mudo, no logro emitir ningún sonido.
De pronto, Rogelio cayó de rodillas sobre la cama, gritando esta vez de dolor. Ante nuestros ya aterrados ojos, su rostro se desfiguró el tabique de su nariz, se hundió en medio de su cara sin ninguna razón, como si algo invisible le pegara con tal violencia que, sus dientes y un chorro de sangre brotaron disparados manchando todo. Rogelio hizo esfuerzos vanos en respirar y terminó cayendo de bruces sobre la cama. Muerto.
Esa fue la señal, había que salir de allí. Los cuatro retrocedimos hacia la sala y apenas llegando Andrés, queda apoyado sobre un sofá y gritando de dolor vemos como de su cuello se asoman los huesos de su nuca y con la misma mirada de sorpresa cayó pesadamente al suelo. Caroline y yo nos abrazamos. Algo diabólico estaba sucediendo y nos estaba matando uno a uno. Comenzamos a correr hacia la puerta y al abrirla fue que recordamos a Julia. Ella yacía sobre el suelo y la sangre manando de su cabeza, ya formaba un charco; no se mueve. Tomé a Caroline de la mano y sin mirar atrás, corrimos hacia la carretera.
En nuestra loca carrera, no nos percatamos de que ya no llovía, ya no era de noche. Solo un nublado día estaba frente a nosotros, el suelo mojado desprende destellos grises en la carretera sinuosa que se tornaba cada vez, en un empinado y serpenteante descenso. Aunque corriendo cuesta abajo, es más simple, siento dolor en la garganta, el pecho me aprieta y respiro con dificultad. Ya hemos pasado dos curvas y en la próxima encontraríamos la camioneta, estrellada contra el árbol. Corremos por separado para poder acelerar, pero lentamente me voy quedando atrás. El dolor se vuelve cada vez más insoportable y pronto la idea de que estaba perdido me cruzó la mente. Si tan solo el tiempo me bastara para poner a Caroline a salvo. Algo me decía que si llegamos al área del accidente todo se resolvería.
Por poco pierdo a Caroline de vista, pero ella regresó por mí. Me apoyo de ella y al comenzar a tomar la curva, mi novia cae al suelo, agarrándose la cabeza y gritando desesperada por el dolor, se encorvó y yo junto a ella impotente, tan solo puedo abrazarla buscando consolarla. Lloramos juntos, vamos a morir. Reúno fuerzas y le ayudo a levantarse y lentamente avanzamos hacia el vehículo, al despejarse la curva, esperamos ver la Suburban accidentada, pero había más.
Policías, paramédicos, ambulancias, patrullas, personas caminan de un lado para otro. Nos acercamos esperando que nos socorrieran al vernos, pero nadie nos veía. Caroline gritó esperando llamar su atención, pero nadie reaccionó y sólo intensificó su dolor. Otra vez cayó al suelo tomándose la cabeza, presionando, buscando algo de alivio, yo traté de gritar para que me escucharan, el dolor en la garganta, es tan intenso que, apenas puedo escuchar mi propia voz y de pronto lo vi. Dos paramédicos cargan un cuerpo y lo llevan a una de las ambulancias, el cuerpo está cubierto y una gran mancha de sangre a la altura de donde debería estar la cabeza; obviamente está muerto. Casi arrastrando a Caroline, me acerco más. Dos policías examinan un cuerpo inerte que yace sobre el capó de la Suburban, la ropa se me hace conocida e indudablemente, reconozco el cadáver de Ana tendida en una posición que indicaba que había atravesado el parabrisas los vidrios habían desgarrado la piel de su cara y de su cuello mana sangre que ya está seca. En el asiento del conductor, la cara de Rogelio se veía incrustada en el volante por el tabique de la naríz.
Veo como retiran el cadáver de Julia, con la cabeza también destrozada, luego de impactar el panel y la palanca de cambios. Siento algo húmedo y viscoso corriendo por mi pecho y al tocarme mi camiseta está empapada en sangre. Me toco el cuello y mi cabeza se ladea por si misma. Trato de gritar, pero nada se oye; me caigo. Y de pronto me veo, de pie otra vez. Escucho a los hombres que cargan mi cuerpo: "Cuidado, su cabeza casi se desprende". Caroline me reconoce y se voltea para verme. Se incorpora. Sus ojos empapados en llanto, me miran con el desconcierto de lo que es definitivamente la verdad de lo que está sucediendo; aunque sacude de lado a lado la cabeza. Cuando estoy apunto de explicarle, la veo aspirar profundo. El paramédico que dentro del vehículo grita: "¡Rápido, ella está viva aún!". Cuatro hombres corren a ayudar y dos más acercan la camilla. Busco a Caroline y ha desaparecido. Ya no siento dolor, ya no estoy desconcertado. Siento miradas tras de mí y al voltear, veo a todos mis amigos que ya no sangran, ya no están deformes. Las chicas lloran y los chicos miran con desaliento la escena.
Ya han sacado a Caroline del vehículo y tendida sobre la camilla, con la mascarilla de oxígeno se agita, llora y grita mi nombre, mientras una mujer policía trata de calmarla. Voltea a mirar hacia donde estoy. Me está mirando fijamente, pero sus ojos se mueven desesperados buscándome. Lamentado de la situación la miro. Ella grita, llora, se agita violentamente. Y en mi mente le hablo y le pido que se calme. Se tranquiliza y los paramédicos la llevan. "Estás viva Caroline, mi amor. Vive."
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