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Gaby-Gaby

—Hola Lucía; ¿sabes por qué estás aquí? — Comienza diciendo la doctora Elena Montes.

La niña de seis años que tiene enfrente, no dice nada, sólo se queda ahí, al parecer jugando con el sonriente, pero grotesco peluche que tiene entre sus manos.

—¿Lucía? — Pregunta la doctora. Aún no recibe respuesta. Así que Montes cambia de estrategia.

—Es muy lindo ese peluche. ¿Tiene nombre tu amiguito?

Se llama Gaby-Gaby. — Responde Lucía sin retirar la vista.

 —¿Y qué hace Gaby-Gaby ahora?

—Está bailando; ¿no lo ve? — contesta la niña con desdén a la adulta que le habla, sacudiendo el peluche con más énfasis en sus movimientos de baile.

—¿Gaby-Gaby siempre está contigo? ¿estuvo contigo cuando fue la policía a tu casa?

La pregunta logró el objetivo de Elena. Lucía dejó de mover su juguete y miró hacia la adulta con algo de fastidio; Deja el peluche en el sofá y con actitud despreocupada, cruza sus piernas imitando la forma de sentarse de la doctora y la vuelve a mirar. "Ahora tengo tu atención"; pensó Elena, con la mejor sonrisa que puede, para mantener a su paciente presente en la sesión. Elena, no es fanática de los niños, de hecho siente algo de desprecio por ellos; por eso había preferido ser psicóloga forense.

—¿Estuvo Gaby-Gaby contigo esa noche? — Repitió la psicóloga con una calmada sonrisa. Lo suficiente para no dar a entender a Lucía que no la tomaba en serio.

—Si. Siempre está conmigo. — Respondió la niña ladeándose a su derecha y sonriendo. La doctora dirigió su mirada al peluche.

—Ya veo. ¿Puedes decirme algo de aquella noche?

—Ya lo dije a la policía, a mami y dos policías más.

—Pero aún yo no lo sé. — Replica Elena mirando el expediente sobre su regazo.

El caso de Lucía, era tan extraño, que se decidió llevarla con la psicóloga. Según el expediente, mientras estaba en casa siendo cuidada por Alicia, su niñera adolescente, un hombre entró en la residencia con la intención de robar. Y si encontraba a las niñas, las hubiera violado. Un caso que tenía en alerta a la policía luego de haber tenido cuatro casos antes. Pero en esta ocasión, el ladrón y violador terminó muerto en medio de la cocina, con el cuello roto. Un misterio que desvió la atención de las autoridades había que saber, quién había le asesinado. Obviamente se sospecha de un segundo perpetrador y solo necesitan la confirmación de las niñas.

—¿Dónde estaban cuando sintieron que había alguien más en la casa?

—Viendo la televisión — responde la niña, apoyando su cabeza sobre sus manos en el brazo del sofá.

 —¿Y entonces que hicieron?

—Alicia me llevó a la cocina y tomó un cuchillo. Yo le iba a decir que a mami no le gusta, pero ella me tapó la boca y nos metimos bajo la mesa.

—¿Llegaste a ver al hombre?

—Sólo sus piernas —. Responde Lucía negando con la cabeza y abriendo los ojos. Claramente estaba recordando justo como la doctora Montes quería.

—¿Entonces qué pasó? — Pregunta la psicóloga.

—Mire. Ya se lo dije a todos. Fue Gaby-Gaby. Gaby-Gaby lo hizo. — El precoz énfasis de Lucía, era una señal de lo serio que toma su versión.

La doctora Montes echa otro vistazo al expediente. La niñera también dijo que no había nadie más. Lucía, suele echarle la culpa a su muñeco de travesuras. Cosa común, en los niños de su edad. Pero Alicia, siendo mayor, insistió que no había nadie más. En cambio, la evidencia dice que el hombre murió con el cuello roto, pero ninguna de las niñas tiene la fuerza para hacer eso. Es lo que hace extraño el caso.

Lucía comienza a balancearse de lado a lado impaciente. La doctora mira otra vez al peluche.

—Gaby-Gaby. ¿Gaby-Gaby... — Montes buscaba en su mente una palabra que pudiera decir a la niña. Lucía se lo facilitó.

—Mató al hombre malo — dijo sin miramientos.

Elena respira hondo.

—Y; ¿cómo hizo?

—Lo tomó del cuello y lo apretó —. Lucía respondió con una desconcertante tranquilidad.

—¿Segura? ¿No viste las piernas de otro hombre malo? — La doctora quiere presionar para que la niña recuerde un segundo par de piernas. Pero Lucía sólo entorna los ojos con evidente frustración.

—Bueno Lucía —, dice la doctora —, tu amiguito es muy pequeño para que pudiera... —, titubea otra vez, no quiere confirmar sus ideas, "es más fácil con los adultos"; pensó. Señalando al peluche añade —, matar al hombre malo.

— Gaby-Gaby es grande — responde la niña visiblemente enojada.

Alicia de quince años, declaró que suele servir de niñera a los padres de Lucía. También se ha topado con la insistencia de la menor de decir que su peluche es el responsable de sus travesuras. "Se queda despierta después de acostarla a dormir, Gaby-Gaby la despertó para jugar". "Puso el gato dentro del inodoro; Gaby-Gaby lo hizo y se estaba riendo". "Gaby-Gaby rompió el florero de la abuela, mientras Alicia le hacía una merienda en la cocina". En fin, que todo es culpa de Gaby-Gaby.

El expediente dice: "La noche de los hechos, Alicia relató lo ocurrido muy perturbada y también señaló al peluche como el responsable, se le adjudica todo a los nervios. La doctora ya había logrado que la adolescente admitiera que, era posible que un segundo hombre estaba en la casa esa noche; lograría lo mismo con la niña. Montes, decide cambiar la perspectiva.

—¿Así que Gaby-Gaby lo hizo, y sólo tú lo puedes ver? — Preguntó.

 —Alicia también lo vio.

—¿Cómo lo vio? ¿No es Gaby-Gaby tu amigo especial?

—Bueno, no lo vio. Las piernas del hombre malo, se subieron. — Contesta Lucía con timidez.

—¿Se subieron? — pregunta la doctora —. ¿Qué quieres decir?

—Se e-le-va-ron. — Lucía toma al peluche para mostrar lo que decía.

—Sabes que eso no es posible, Lucía. Las personas no se elevan en el aire, a no ser que alguien las cargue.

Logrará que se abra a admitirlo. Después de todo, la experiencia de ver a alguien ser asesinado de esa manera sería muy traumatizante para una niña de su edad. Elena, hace una anotación en su libreta.

—Gaby-Gaby lo hizo. Él es muy fuerte. Grande y fuerte. — Insistió.

—Pero yo lo veo pequeño, Lucía.

—Él es grande y fuerte. — Lucía desea que la adulta le entienda —. El juega conmigo, hace piruetas, baila y... me cuidó del hombre malo. — Ah, sí claro —. Elena se vio en un callejón sin salida. Otra anotación. Lucía tenía una lógica irrefutable, si el peluche es grande y fuerte. Pero Elena comete el error de que se hiciera evidente su escepticismo.

—¡Usted, tampoco me cree! — gritó Lucía mirando amenazadoramente a la adulta frente ella.

Para la psicóloga, la niña se volvió un reto. Uno que quería vencer; y no dejárselo a un psiquiatra.

—Lucía —. Comienza a decir para tratar de ganar terreno —. Yo quiero creerte, pero debes ayudarme a ver a Gaby-Gaby, grande y fuerte.

—Él no quiere —. Dice Lucía y se levantó. Y luego de un breve silencio, añade—. Me quiero ir.

—Bien, Lucía. Podemos dejarlo aquí por hoy — contesta tranquila la doctora. Un paso de avance, dos de retroceso.

—Nos vamos Gaby-Gaby —. Toma el peluche para meterlo en su pequeña mochila, tan pequeña que el peluche queda asomado.

La doctora le ayuda a ponerse la mochila y le toca la cabeza a la niña, tratando de crear algún vínculo, alguna especie de complicidad. Incluso se despide de Gaby-Gaby, pero la niña sólo le da la espalda.

—Nos vemos el martes. ¿de acuerdo? — dice la psicóloga.

La niña se limitó a encogerse de hombros y susurrar un "está bien". Afuera la madre de Lucía, la espera y con una nerviosa sonrisa, le toma la mano, mirando a la doctora con gesto lamentable.

—Lucía insiste en que Gaby-Gaby, lo hizo.

—¡Lucía! — replica la madre.

—No hay problema. El martes, los veremos y llegaremos a un acuerdo de cómo fueron los hechos.

—No estoy segura, doctora yo...— Montes la interrumpe.

—Si tiene alguna duda o problema, puede llamarme —. Le dice con un guiño, a la vez que le pasa su tarjeta.

—¿Está segura de esto? — La madre no quiere alargar este proceso.

—A veces los niños se aferran a sus fantasías para calmarse en situaciones estresantes. No se preocupe —. Sentenció la doctora con calma.

Madre e hija se retiran.

Ya en su casa la doctora Montes, habla por teléfono, con la única persona con la que esperaba le llamara esa noche. Lucía no encontraba a Gaby-Gaby. Y Gaby-Gaby nunca se ha separado de ella así que en su desespero. Llaman a la doctora para preguntar por él. La niña llora, pero Elena no quiere dejarse manipular y tranquilamente niega haber visto el peluche. Entiende que el proceso es necesario. Sin su muñeco, Lucía no tendría que apoyarse en éste para justificar lo que realmente sucedió.

La psicóloga, cierra la comunicación con una sonrisa de triunfo. Su treta de llevarse el peluche daría frutos en la próxima sesión. Gaby-Gaby tirado sobre la mesa, la mira con esos grandes ojos. Dos esferas que brotan de una cabeza con cuernos retorcidos; nariz redonda y morada. Su sonrisa, una curva amplia desde donde se asoma un canino torcido, le da algo de gracia; al pequeño monstruo de pelaje verde y de manos rechonchas abiertas, en espera de un abrazo.

La doctora no tiene idea de cómo una pequeña niña, podría tener tanto apego a un juguete tan grotesco. Pero así lo era. Tanto, que Lucía había desbordado una rica personalidad independiente en él. Comenzaba a pensar que tratar niños, no sería tan malo. Incluso puede ser más desafiante que tratar con viudas llorosas o criminales llenos de inseguridades que desquitan sus frustraciones en otros. Como el individuo en este caso.

Soltó a Gaby-Gaby en la mesa y tomó una vez más el expediente.

La víctima, que pretendía victimizar a las niñas: Antony Corea, treinta y siete años; nada fuera de lo común. Otro idiota con problemas de autoestima, carente de destrezas sociales, apático a los demás. No encuentra satisfacción en relacionarse con otros adultos. Todo un coctel para convertirse en sociópata. Incluso Elena piensa que el maldito hijo de puta recibió su merecido. Pero la ley es clara en que hay que encontrar a quién lo mató; y aunque ella lo premiaría, la justicia le castigará con quizás veinte años, con suerte.

Elena se sirve un trago y quiere, no, en serio desea que Víctor estuviera con ella. El pensar en el hombre con quien tiene una relación secreta, le hizo enojar. Se odia por disfrutar del sexo, pero no es suficiente para que él quiera mudarse con ella. Se sorprendió resumiendo sus propias frustraciones. En su mente, se reconoce que odia la hipocresía de Víctor y ahora se enfrenta con la posibilidad de que le parece muy interesante el atender niños que, al parecer, son más complejos que los adultos. Apura su trago. Aunque odia los niños. Se sirve otro trago.

—Vaya Elena —, se dice con sorna. Tú también eres algo psicópata. Todos tenemos algo de eso en estos días.

Se ríe de su ocurrencia por lo irónico que le sonaba. Toma a Gaby-Gaby y lo lleva consigo a la estancia y enciende el televisor que muestra una serie de detectives. Atenta a la trama, Elena se sumerge en sus pensamientos. Otra vez piensa en Víctor.

El canal se cambia y un programa infantil aparece en la pantalla. Esto desconcierta a la psicóloga que busca el control remoto. Al tomarlo, su mano se topa con el peluche de Lucía. El muñeco la mira con su sonriente expresión y con desdén, cambia el canal y retoma la trama detectivesca. Un minuto más y la pantalla cambia otra vez al canal infantil.

—¿Qué le pasa a esta cosa? — se pregunta, mientras busca el control remoto otra vez; y otra vez lo encuentra junto a Gaby-Gaby.

—¿No te gusta el programa? — Le pregunta al muñeco que como esperaba, no contesta. — Pues ésta es mi casa y veremos lo que yo quiero; ¿de acuerdo?

Al cambiar el canal, el programa ya había concluido. Con hastío, apaga el aparato y se lleva el peluche a la cocina. Lo sienta en la isla con tope de granito frio y se sirve otro trago. Mirando al peluche, le cuenta sus frustraciones con Víctor.

—¿Para cuando piensa seguir con esa farsa? — La pregunta es retórica. El muñeco responde con sus saltones ojos y su sonrisa con el canino torcido. Elena se echa a reír. Se imagina lo ridícula que debe verse en ese momento contando sus problemas amorosos al feo peluche de una niña. "Creo que debería quedarme contigo"; piensa tomando el peluche entre sus manos.

Desde el escritorio, escucha una tenue voz eléctrica que la sobresalta. "¿Hola? ¿Hola?"; Pregunta la voz que suena en su celular.

Elena toma el dispositivo y mira en la pantalla que es una llamada de Víctor.

—Hola —. Responde.

 — ...

—No. Yo no te llamé.

—...

—Ya sé que no debo llamarte, tú me llamaste. Tu estabas al teléfono hablando.

—...

—Lo sé. Pero yo no te llamé. Tu llamaste —. Replica Elena con tono molesto, a la vez que se voltea y ve al peluche de Lucía justo en el lugar que lo dejó.

La voz de Víctor al otro lado del teléfono, se vuelve agresiva. Elena comienza a sentirse acorralada. "Soy psicóloga; ¿Por qué estoy permitiendo que él me haga esto?"; piensa, ya no presta atención a Víctor. En ese momento, se escucha el ruido de cristal rompiéndose contra el suelo. Su sentimiento de culpa se vuelve coraje y lanza el celular, tan lejos y fuerte que éste se hace pedazos contra el suelo. Se voltea a mirar la ciudad por la ventana de vidrio, la ciudad en la que vive, trabaja y que la tiene hastiada. No quiere llorar, pero ya que las lágrimas han salido, se las adjudica a la rabia que siente. Una loca idea le cruza la cabeza; y va a por Gaby-Gaby. Lo toma del cuello y le hace mirar los pedazos de cristal y teléfono celular esparcidos por el suelo.

—Fuiste tú; ¿verdad? — dice con rabia, sacudiéndolo y acercándolo a cada pedazo —. Fuiste tú quien llamó. Todo lo haces tú. Todo es tú culpa.

Regresa a la ventana y estrella al peluche contra el cristal. Piensa en Víctor; "es un maldito cobarde que no puede dejar a esa tipa, solo por miedo". Piensa en su soledad; "¿Qué es lo que pasa conmigo?" Piensa en su caso y mirando a Gaby-Gaby, lo vuelve a estrellar contra el cristal.

—Todo es por los niños —, dice con sarcasmo —. No la deja por los niños. Soy una estúpida.

Su rabia se vuelve a centrar en Gaby-Gaby y le vuelve a estrellar contra el vidrio. Lo mira, lo aprieta en su mano.

—Mira como te estrangulo, con una mano.

Su reflejo en la ventana la devuelve. Cae en cuenta de que ha permitido que sus asuntos personales le afloren la rabia contenida. "Nadie obtiene lo que quiere", piensa para sí. Desvía su mirada y se detiene en el reflejo de Gaby-Gaby.

—¿Qué carajos eres? ¿Qué carajos hago contigo? Eres la absurda excusa de una niña estúpida que no tiene el valor de asumir responsabilidad de sus actos, con una estúpida madre que la consiente y un estúpido muñeco que hace cosas que no debe hacer —. Con cada palabra le pega al muñeco, para luego añadir —. Por eso odio a los niños. Los odiooo...

Siente como la presión lentamente va en aumento alrededor de su cuello. Elena apoya las manos en la ventana; aún tiene a Gaby-Gaby en su mano. Pero en el cristal ve reflejada, justo detrás de ella, una sonrisa curvada con un canino torcido,sus ojos miran al peluche en su mano aplastado contra el vidrio. Vuelve a ver el reflejo y la presión aumenta, ya es tarde para poder gritar, apenas logra un tenue quejido. Tiembla sintiendo una enorme mano abarcando todo su cuello. Sus pies se despegan del suelo y llorando desesperada busca dónde apoyarlos. Mira hacia el suelo y no ve nada más, que sus piernas sacudiéndose en el vano empeño de zafarse. Y antes de que todo se vuelva oscuro, escucha un susurro ronco y profundo; "Odia a Lucía, mujer mala".

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