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capitulo 8

Después de superar la prueba del Árbol de las Sombras, Benjamin y María continuaron su camino a través del bosque. La atmósfera seguía siendo extraña, como si los árboles y el entorno estuvieran vivos y observándolos, pero había algo más ligero en el aire. Tal vez era el alivio de haber pasado la prueba, o tal vez la sensación de que estaban más cerca de descubrir lo que realmente estaba ocurriendo en este lugar.

Elyas los guiaba por un sendero que serpenteaba entre los árboles, pero el guardián parecía menos atento a ellos, perdido en sus propios pensamientos. María y Benjamin caminaban en silencio, la distancia entre ellos más corta de lo que había sido en los últimos días.

De repente, el suelo bajo sus pies comenzó a inclinarse. La pendiente era empinada, y aunque parecía estable, había algo resbaladizo en las hojas que cubrían el suelo. María fue la primera en sentir la inestabilidad y soltó un pequeño grito al perder el equilibrio.

—¡Cuidado! —exclamó Benjamin, estirando una mano para sostenerla, pero en lugar de evitar que cayera, su impulso los llevó a ambos al suelo.

El mundo pareció ralentizarse mientras caían, y antes de que pudieran reaccionar, se encontraron en una situación comprometida. Benjamin había aterrizado de espaldas en la suave alfombra de hojas, y María, en su intento de evitar la caída, terminó encima de él, sus rostros separados por apenas unos centímetros.

Por un instante, ambos se quedaron inmóviles, con los ojos muy abiertos, demasiado sorprendidos para moverse. El calor de la proximidad era palpable, y el silencio del bosque parecía amplificar el ritmo acelerado de sus corazones.

—Yo... yo... lo siento —tartamudeó María, tratando de incorporarse, pero el nerviosismo la hizo tropezar de nuevo, dejándola aún más cerca de Benjamin, sus labios casi rozando los suyos.

Benjamin, con las mejillas encendidas, intentó decir algo, pero las palabras se le atoraron en la garganta. La situación era tan ridículamente incómoda que, por un momento, todo lo que pudo hacer fue mirarla fijamente, consciente de cada detalle: la curva de su sonrisa nerviosa, la forma en que su cabello caía sobre su rostro, el brillo en sus ojos que reflejaba su propia confusión.

—No, fue mi culpa... —dijo Benjamin finalmente, su voz apenas un susurro—. Yo... debería haber tenido más cuidado.

María soltó una risa nerviosa, finalmente logrando levantarse. Su rostro estaba rojo, y evitaba mirar a Benjamin directamente.

—Bueno, al menos ninguno de los dos se lastimó —dijo, tratando de romper la tensión.

—Sí, supongo que eso es lo importante —respondió Benjamin, incorporándose también. Pero cuando se puso de pie, resbaló en una hoja húmeda y, en un segundo, perdió el equilibrio de nuevo.

Esta vez, fue María quien lo atrapó, pero el impulso la llevó hacia atrás, y ambos cayeron al suelo otra vez, esta vez con María atrapada debajo de Benjamin.

Ambos estallaron en carcajadas, la incomodidad anterior disolviéndose en la absurda repetición de la situación. La risa era liberadora, y por un momento, olvidaron dónde estaban y qué peligros podían acechar a su alrededor.

—Definitivamente, esto es lo más torpe que me ha pasado en mucho tiempo —dijo María entre risas, sus ojos llenos de lágrimas de alegría.

Benjamin asintió, sin poder contener su risa.

—Bueno, al menos no hay nadie más aquí para vernos... excepto, bueno, Elyas.

De inmediato, ambos se giraron hacia donde estaba Elyas, esperando verlo observándolos con su usual seriedad. Pero para su sorpresa, Elyas no estaba a la vista. Se había adelantado sin que ellos se dieran cuenta, dejando a la pareja sola en su pequeña burbuja de incomodidad y risa.

—Bueno, al menos nos ahorramos su mirada crítica —dijo Benjamin, ayudando a María a levantarse por segunda vez.

Ambos se quedaron un momento de pie, mirándose el uno al otro con sonrisas tímidas. El incidente había roto parte de la tensión que había estado creciendo entre ellos, pero también había introducido una nueva capa de conciencia entre los dos.

—Creo que deberíamos alcanzar a Elyas antes de que piense que nos hemos perdido —dijo María, tratando de devolver un poco de normalidad a la situación.

—Sí, buena idea —respondió Benjamin, aunque por dentro, no pudo evitar pensar que, de alguna manera, esta extraña y vergonzosa situación había fortalecido el vínculo entre ellos.

Mientras reanudaban su caminata, la incomodidad anterior se transformó en una sensación de complicidad, una sensación de que, a pesar de los desafíos y las pruebas que pudieran enfrentar, no estaban solos en esto. Y aunque los celos y las dudas aún acechaban en el corazón de Benjamin, ese momento de risa compartida le dio la esperanza de que tal vez, solo tal vez, todo saldría bien.

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