capitulo 4
La vastedad del campo estrellado ante ellos era abrumadora, como si cada estrella contuviera un secreto antiguo, un susurro de un tiempo perdido. María y Benjamin avanzaban despacio, cautivados por la belleza del lugar, pero también conscientes de que cada paso los llevaba más lejos de lo conocido.
La luz de la llama que María sostenía iluminaba su camino, proyectando sombras danzantes en el suelo estrellado. Benjamin no podía evitar echarle miradas de reojo a María mientras caminaban. Había algo en ella que lo atraía, una fuerza interna que iba más allá de su valentía. Sin embargo, lo que sentía era difuso, como si una niebla cubriera sus pensamientos cada vez que intentaba descifrarlo.
Después de caminar en silencio por un rato, María rompió la calma.
—Este lugar es tan extraño —dijo, su voz suave resonando en el vasto vacío—. Es hermoso, pero también... solitario.
Benjamin asintió, sintiendo un nudo en el estómago al escucharla. Había algo en la forma en que María hablaba, en la quietud de su voz, que le hizo desear protegerla, estar a su lado no solo por el peligro, sino por algo más profundo que aún no lograba comprender.
—No estás sola, María —dijo finalmente, tratando de ocultar la emoción en su voz—. Estamos juntos en esto. Y lo resolveremos... juntos.
María lo miró, una sonrisa cálida en sus labios, y asintió.
—Gracias, Benjamin. No sé qué haría sin ti aquí.
Benjamin sintió un leve calor en su rostro, desviando la mirada hacia las estrellas. No entendía por qué esas simples palabras lo afectaban tanto, pero ahí estaba, con el corazón acelerado y una confusión que no sabía cómo expresar.
Siguieron caminando hasta que el paisaje comenzó a cambiar de nuevo. El suelo estrellado se desvaneció lentamente, transformándose en un sendero de piedras lisas que llevaba hacia una especie de templo antiguo. Las columnas que lo sostenían parecían hechas de luz sólida, y en el centro había un altar sencillo, sobre el cual descansaba un libro.
María y Benjamin se detuvieron frente al altar, observando el libro con curiosidad. Estaba encuadernado en cuero oscuro y adornado con símbolos que recordaban a los grabados en las paredes de la torre.
—Este debe ser otro fragmento de la prueba —dijo María, alcanzando el libro.
Benjamin, aún distraído por sus propios pensamientos, se forzó a concentrarse.
—Parece que el libro nos dirá lo que debemos hacer ahora —dijo, observando cómo María abría el volumen con cuidado.
Las páginas del libro estaban en blanco, pero al tocarlo, las palabras comenzaron a aparecer como si fueran escritas por una mano invisible. Eran versos, frases cortas que parecían hablar directamente al corazón de quien las leía.
**"El amor es la luz que guía en la oscuridad, el fuego que arde en la soledad. Pero no todos lo reconocen, y pocos lo comprenden. Solo aquel que se enfrenta a su propio corazón podrá encontrar el verdadero camino."**
María leyó en voz alta, su voz resonando en la quietud del templo.
Benjamin sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Algo en ellas resonaba con la confusión que sentía dentro de sí. ¿Era esto una advertencia, un presagio de lo que estaba empezando a sentir por María? No podía estar seguro, pero la inquietud en su pecho crecía con cada momento que pasaba junto a ella.
María cerró el libro con cuidado, como si tratara de procesar lo que acababa de leer.
—Creo que este libro habla de la misma "luz interior" que mencionaron antes —dijo—. Pero también parece referirse a... emociones. Algo más profundo.
Benjamin asintió, sin saber qué decir. Las palabras del libro seguían girando en su mente, mezclándose con los sentimientos que empezaban a brotar en su interior.
—Sea lo que sea, debemos seguir adelante —dijo, su voz un poco más firme—. No podemos quedarnos aquí.
María lo miró con una sonrisa, pero esta vez, Benjamin notó algo más en sus ojos. Una chispa de algo que no había visto antes, una conexión que lo hizo sentir aún más confundido y, al mismo tiempo, atraído hacia ella.
—Tienes razón —respondió María—. Vamos. No sabemos cuánto tiempo más estaremos aquí.
Continuaron su camino, dejando atrás el templo y el libro misterioso. Pero mientras avanzaban, Benjamin no pudo evitar robarle miradas a María, cada vez más consciente de que sus sentimientos por ella estaban cambiando, aunque aún no pudiera definir cómo.
Las estrellas sobre ellos parecían parpadear con una intensidad renovada, como si estuvieran al tanto de lo que estaba ocurriendo en su corazón. Pero, por ahora, Benjamin se enfocó en lo que estaba por venir, sabiendo que, eventualmente, tendría que enfrentar no solo los misterios de este reino, sino también los de su propio corazón.
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