capitulo 3
La puerta de la torre se abrió con un leve crujido cuando María y Benjamin la empujaron. Al cruzar el umbral, fueron recibidos por una luz suave que iluminaba el interior, proyectando sombras ondulantes en las paredes de piedra. La primera sala era amplia y circular, con un techo tan alto que apenas podían verlo desde donde estaban.
En el centro de la sala, había un pedestal de piedra con un objeto en su cima: un cristal de forma irregular que brillaba con una luz dorada, la misma tonalidad que las hojas de los árboles afuera. El cristal parecía pulsar suavemente, como si tuviera vida propia.
—Esto debe ser importante —dijo María, acercándose cautelosamente al pedestal—. ¿Qué crees que es?
Benjamin la siguió, observando el cristal con ojos entrecerrados.
—Parece una fuente de poder o... un objeto mágico. Tal vez sea una clave para salir de aquí o una pieza importante de este mundo.
María extendió la mano hacia el cristal, pero antes de que pudiera tocarlo, la habitación pareció llenarse de una energía intensa. El aire se cargó de electricidad, y las paredes comenzaron a vibrar ligeramente. De repente, el suelo bajo ellos comenzó a moverse, como si estuvieran en un mecanismo antiguo.
—¿Qué está pasando? —exclamó Benjamin, dando un paso atrás.
El pedestal empezó a descender lentamente, llevándolos a una cámara más profunda. La luz del cristal se intensificó, iluminando la habitación mientras descendían. Finalmente, el movimiento se detuvo, y se encontraron en una nueva sala, esta vez más pequeña y llena de inscripciones en las paredes.
María y Benjamin se miraron, sintiendo que estaban a punto de descubrir algo importante.
—Esto debe ser parte de la prueba que mencionó la figura afuera —dijo María, observando las inscripciones—. Quizás debemos entender lo que dicen para avanzar.
Las inscripciones eran complejas, con símbolos que se entrelazaban en patrones intrincados. Algunos recordaban a estrellas, otros a árboles y criaturas que no podían identificar. Sin embargo, en el centro de la pared, había un texto que, aunque escrito en una lengua desconocida, de alguna manera podían comprender.
"Solo aquellos que conocen la luz interior podrán atravesar el umbral de las sombras. Cada paso en este camino es un reflejo de su verdadero ser. La verdad se revelará solo a los valientes de corazón."
Benjamin leyó en voz alta, mientras sus ojos recorrían las palabras.
—"Luz interior"... parece que se refiere a algo más profundo que un simple objeto mágico. Tal vez es una prueba de carácter o de espíritu.
María asintió, reflexionando sobre el significado.
—¿Crees que nos están pidiendo que demostremos algo más allá de la valentía? —preguntó—. Tal vez nuestras verdaderas intenciones o nuestra capacidad para enfrentar nuestros propios miedos.
Antes de que Benjamin pudiera responder, una de las paredes se deslizó hacia un lado, revelando un pasillo oscuro que descendía aún más en las profundidades de la torre.
—Parece que solo hay un camino —dijo Benjamin, su voz firme pero con una nota de inquietud.
—Sí —respondió María, tomando una linterna de su mochila y encendiéndola—. Vamos. No podemos retroceder ahora.
El pasillo era estrecho y las paredes estaban cubiertas de las mismas inscripciones. A medida que avanzaban, la oscuridad se hacía más densa, casi tangible, como si estuvieran adentrándose en un lugar donde la luz no podía penetrar.
Finalmente, llegaron a una puerta al final del pasillo, una gran puerta de metal que parecía casi viva, con relieves que se movían lentamente, cambiando de forma a medida que los observaban. En el centro de la puerta, había una hendidura en forma de círculo.
María sacó el cristal de la mochila y lo sostuvo frente a la puerta. La luz del cristal pareció resonar con la puerta, y la hendidura comenzó a brillar, como si la piedra respondiera al llamado.
—Creo que este es el siguiente paso —dijo María, insertando el cristal en la hendidura.
La puerta emitió un leve zumbido y se abrió lentamente, revelando una sala que parecía estar hecha de pura oscuridad. Sin embargo, en el centro, había un pequeño punto de luz, apenas visible, que parpadeaba débilmente.
—Esto es... —comenzó a decir Benjamin, pero su voz se apagó al sentir la intensa energía que emanaba de la oscuridad.
La sala estaba llena de un silencio casi opresivo, pero había algo más. Una presencia, una sensación de que estaban siendo observados no por una, sino por múltiples entidades.
María avanzó, con pasos cuidadosos, hasta que estuvo frente a la luz parpadeante. Al mirarla más de cerca, vio que no era una simple luz, sino una llama pequeña, encerrada en un farol antiguo.
—La llama de la verdad —susurró, recordando las palabras en las inscripciones—. Debemos llevarla con nosotros.
Benjamin asintió, acercándose para tomar el farol. Sin embargo, en el momento en que lo tocó, la llama se apagó, y la oscuridad pareció envolverlos por completo.
—¡Benjamin! —gritó María, sintiendo cómo la oscuridad se cerraba sobre ellos.
Pero en ese instante, una luz cálida brotó del pecho de María, una luz que no venía de la llama sino de ella misma. La oscuridad retrocedió, y la llama en el farol volvió a encenderse, esta vez con una luz más fuerte, más brillante.
Benjamin la miró con asombro, pero también con admiración.
—La luz interior —dijo suavemente—. La encontraste.
María no sabía cómo lo había hecho, solo que había sentido una paz y una claridad en ese momento de oscuridad que nunca antes había experimentado. Era como si una parte de ella, oculta hasta ahora, hubiera despertado.
—Vamos —dijo ella, sosteniendo el farol—. Creo que estamos más cerca de la salida.
La puerta frente a ellos comenzó a abrirse, revelando un nuevo paisaje más allá. Pero esta vez, en lugar de un bosque o una sala oscura, vieron un vasto campo de estrellas, como si estuvieran en el borde del universo mismo.
Sin embargo, sabían que esto no era el final, sino solo el comienzo de su verdadera travesía en el Reino de los Lúmenes. Con la llama de la verdad iluminando su camino, avanzaron juntos, conscientes de que su destino estaba ligado no solo al misterio de ese mundo, sino también a la fuerza que llevaban dentro de sí mismos.
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