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capitulo 2

La mañana siguiente amaneció con un cielo claro y un aire fresco que prometía un día lleno de nuevas experiencias. María y Benjamin, después de su inusual primer encuentro en el cementerio, habían acordado encontrarse para continuar explorando la ciudad. Sin embargo, ninguno de los dos sospechaba que su próxima aventura los llevaría mucho más allá de lo que podrían haber imaginado.

Se encontraron en una pequeña cafetería en el centro histórico, un lugar acogedor con mesas de madera y el aroma a café recién hecho impregnando el ambiente. Tras un par de tazas y una charla animada, decidieron dirigirse hacia un viejo edificio colonial que, según Benjamin, había sido el escenario de eventos históricos olvidados.

—Este lugar es conocido como “La Casa de los Secretos” —explicó Benjamin mientras caminaban por las calles empedradas—. En el siglo XVIII, era la residencia de un alquimista que, según la leyenda, desapareció sin dejar rastro. Desde entonces, hay rumores de que la casa está encantada o que guarda un portal a otro mundo.

María lo miró con escepticismo, pero también con una curiosidad creciente.

—¿Un portal a otro mundo? Eso suena como algo salido de un libro de fantasía —dijo ella, divertida—. Pero admito que me intriga. ¿Tú crees en esas historias?

Benjamin sonrió, encogiéndose de hombros.

—No lo sé. La historia tiene muchos misterios, y algunos de ellos no tienen explicación. Pero si hay algo allí, sería interesante descubrirlo, ¿no crees?

María asintió, su curiosidad ganando la batalla sobre cualquier duda. La idea de explorar un lugar lleno de historia y misterio le resultaba irresistible.

Finalmente, llegaron a la casa. La fachada era imponente, aunque claramente deteriorada por el paso del tiempo. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y la puerta de madera mostraba signos de desgaste, como si nadie la hubiera abierto en décadas.

—Aquí estamos —dijo Benjamin, empujando la puerta con cuidado, que se abrió con un chirrido que resonó en el silencio—. Listos para ver qué hay adentro.

María respiró hondo y lo siguió, sintiendo una mezcla de emoción y aprensión. El interior de la casa estaba oscuro, con apenas unos rayos de luz filtrándose a través de las cortinas raídas. El aire era pesado, cargado de polvo y un ligero olor a moho.

Exploraron las primeras habitaciones, que estaban llenas de muebles antiguos cubiertos con sábanas blancas, como si los antiguos dueños hubieran salido en cualquier momento y nunca regresado. La atmósfera era inquietante, pero nada realmente extraño había sucedido. Al menos, no hasta que encontraron una puerta al final de un pasillo estrecho.

—¿Qué crees que hay detrás? —preguntó María, mirando la puerta con cierta inquietud.

Benjamin giró la perilla y la puerta se abrió lentamente, revelando una escalera que descendía hacia la oscuridad.

—Solo hay una manera de averiguarlo —respondió él, encendiendo una linterna que llevaba en su mochila.

Bajaron las escaleras con cautela, cada paso resonando en las paredes de piedra. La temperatura descendía conforme avanzaban, y un extraño silencio los envolvía, como si el lugar estuviera aislado del resto del mundo.

Finalmente, llegaron al final de la escalera, donde se encontraron en una especie de sótano. En el centro de la habitación, había un círculo grabado en el suelo, lleno de símbolos que María no reconocía.

—Esto... no parece un sótano común —murmuró Benjamin, examinando los grabados con atención.

—¿Qué crees que es? —preguntó María, acercándose para verlo mejor.

Antes de que Benjamin pudiera responder, el suelo bajo sus pies comenzó a vibrar ligeramente. Los símbolos en el círculo empezaron a brillar con una luz azulada, y el aire a su alrededor se volvió denso, cargado de una energía extraña.

—¿Qué está pasando? —exclamó María, dando un paso atrás.

—¡No lo sé! —respondió Benjamin, intentando mantener el equilibrio mientras la vibración se intensificaba—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Pero antes de que pudieran reaccionar, un destello de luz cegadora llenó la habitación, y el suelo pareció desaparecer bajo ellos. Sintieron como si estuvieran cayendo, pero no había ningún fondo que los recibiera. Era como caer en un vacío interminable.

Y entonces, de repente, todo se calmó. El ruido, la luz, las vibraciones, todo se desvaneció, y ambos se encontraron de pie, en medio de lo que parecía un bosque extraño. Los árboles eran altísimos, con hojas que brillaban con un resplandor dorado, y el aire estaba lleno de un aroma dulce y desconocido.

—¿Dónde estamos? —preguntó María, mirando a su alrededor con asombro.

Benjamin no respondió de inmediato, también impactado por el cambio repentino. Todo era diferente, como si hubieran sido transportados a otro lugar, otro mundo.

—No sé... —murmuró finalmente, su voz llena de incertidumbre—. Pero creo que... hemos cruzado un portal.

María lo miró, sus ojos llenos de preguntas. Estaban en un lugar desconocido, lleno de misterios que aún no comprendían, pero una cosa era segura.... su aventura acababa de alcanzar un nuevo nivel....

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El bosque en el que María y Benjamin habían aterrizado parecía salido de un sueño. Cada árbol, con sus hojas doradas que reflejaban la luz como si estuvieran hechas de oro líquido, irradiaba una belleza etérea. Sin embargo, más allá de la impresionante vista, había un silencio casi opresivo, roto solo por el suave murmullo de un arroyo cercano.

—Esto no puede ser real —susurró María, sintiendo la suave tierra bajo sus pies, como si necesitara confirmarlo—. Estamos soñando, ¿verdad?

—O estamos en algún lugar que no pertenece a nuestro mundo —respondió Benjamin, aún en estado de asombro—. No sé cómo, pero definitivamente ya no estamos en México.

Miraron a su alrededor, tratando de orientarse, pero el paisaje no ofrecía pistas. Todo era completamente desconocido, como si hubieran sido arrojados en medio de un cuento de hadas.

—Quizás deberíamos seguir el arroyo —sugirió María—. El agua siempre lleva a algún lugar, y podría ayudarnos a entender dónde estamos.

Benjamin asintió, y juntos comenzaron a caminar hacia el sonido del agua, moviéndose con cautela entre los árboles. Mientras avanzaban, notaron que el entorno, aunque extraño, no se sentía hostil. Sin embargo, había una energía en el aire, algo que les hacía sentir que estaban siendo observados.

Después de unos minutos de caminar en silencio, llegaron a la orilla del arroyo. El agua cristalina fluía suavemente, reflejando el brillo dorado de las hojas. Al otro lado, el bosque continuaba, pero había algo más allá de los árboles: una estructura que se erguía a lo lejos, como una torre o un castillo antiguo.

—¿Ves eso? —preguntó Benjamin, señalando hacia la construcción.

María entrecerró los ojos, intentando enfocar mejor.

—Parece... ¿una torre? —dijo, sorprendida—. Esto es como un sueño medieval. Pero, ¿quién construiría algo así aquí?

—Solo hay una forma de saberlo —respondió Benjamin, ya dirigiéndose hacia un pequeño puente de piedra que cruzaba el arroyo.

Cruzaron el puente con cuidado, sintiendo que cada paso los llevaba más adentro de un misterio que no entendían. Al otro lado, el sendero comenzó a ascender suavemente, llevándolos hacia la estructura que ahora podían ver con mayor claridad. Efectivamente, se trataba de una torre, aunque no era como ninguna que hubieran visto antes.

La torre estaba hecha de una piedra blanca y brillante, casi traslúcida, que reflejaba la luz en suaves destellos. Era alta y esbelta, con ventanas estrechas que se extendían en espiral hacia la cima. A su alrededor, el terreno se volvía más rocoso, como si la torre emergiera directamente de la tierra.

—Esto es increíble —murmuró María, deteniéndose a pocos metros de la base de la torre—. ¿Quién la habrá construido? ¿Y por qué aquí, en medio de este bosque?

Benjamin examinó la estructura, tocando la piedra con cuidado.

—No sé, pero parece antigua... y a la vez, completamente ajena a cualquier estilo arquitectónico que haya visto. Es como si estuviera hecha de un material que no pertenece a nuestro mundo.

De repente, un suave crujido rompió el silencio. Ambos se giraron, tensándose, pero no vieron a nadie. Sin embargo, la sensación de ser observados se hizo más fuerte.

—Tal vez no deberíamos estar aquí —sugirió María, con una ligera inquietud en la voz—. Quizás estamos invadiendo un lugar sagrado o algo así.

Benjamin asintió, aunque su curiosidad era evidente.

—Puede ser. Pero si hay algo aquí, algo o alguien, necesitamos saber si es amigable o peligroso. No podemos simplemente quedarnos en la oscuridad.

Antes de que pudieran decidir qué hacer, una figura emergió de entre los árboles. Era un ser alto y esbelto, con piel pálida y ojos que brillaban con un azul intenso, casi como zafiros. Su ropa estaba hecha de un tejido fino y fluido, que parecía moverse con el viento aunque no hubiera brisa.

—¡Alto! —dijo la figura en un tono que, aunque suave, llevaba un peso innegable—. No sois de este mundo. ¿Cómo habéis llegado aquí?

María y Benjamin intercambiaron una mirada rápida antes de que Benjamin decidiera hablar.

—No lo sabemos. Caímos aquí después de... de un accidente. No estamos seguros de dónde estamos ni cómo volver a nuestro mundo.

La figura los observó en silencio por un momento, como si evaluara sus palabras. Finalmente, asintió lentamente.

—Habéis cruzado el Umbral —dijo—. Un portal que conecta vuestro mundo con el nuestro, un lugar donde pocos mortales han puesto pie. Este es el Reino de los Lúmenes, un mundo antiguo y lleno de secretos.

María sintió un escalofrío recorrer su espalda. El Reino de los Lúmenes. Aunque no entendía completamente lo que eso significaba, podía sentir el peso de las palabras.

—¿Podemos volver? —preguntó, con un hilo de esperanza en la voz—. No queremos causar problemas. Solo queremos regresar a casa.

La figura los miró con compasión, pero también con una seriedad que no podían ignorar.

—Regresar no será fácil —dijo—. El Umbral no se abre a voluntad, y el camino de regreso está lleno de peligros. Pero tal vez, si demostráis ser dignos, podréis encontrar la forma.

Benjamin dio un paso adelante, decidido.

—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó, su voz firme.

La figura esbozó una pequeña sonrisa.

—Primero, debéis aprender sobre nuestro mundo. Comprenderlo. Y luego, tendréis que enfrentar una prueba, una que demostrará si sois merecedores de cruzar de vuelta. Pero cuidado... muchos han fallado antes.

María y Benjamin se miraron, conscientes de que lo que comenzaba como una aventura en su propio mundo ahora se había convertido en algo mucho más grande, más peligroso, pero también más emocionante.

—Aceptamos —dijo María, con un valor que ni siquiera sabía que tenía.

La figura asintió.

—Entonces, que comience vuestra travesía en el Reino de los Lúmenes —dijo, haciendo un gesto hacia la torre—. Aquí es donde empezará vuestro viaje. Pero recordad, no estáis solos, y no todo es lo que parece.

Con esas palabras, la figura se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado allí. María y Benjamin se quedaron solos frente a la torre, sintiendo el peso de lo que acababan de aceptar.

Respiraron hondo y, juntos, se dirigieron hacia la entrada de la torre, preparados para lo que fuera que les esperaba dentro.

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