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capitulo 1.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, bañando el cementerio con una suave luz dorada que acentuaba el contraste entre las lápidas desgastadas y el verdor de los árboles. María caminaba despacio, sintiendo el crujir de las hojas secas bajo sus pies, mientras su mirada se mantenía fija en el camino de grava que se extendía ante ella. Sostenía una flor en su mano, una pequeña ofrenda para su ser querido, cuya tumba intentaba encontrar entre la maraña de monumentos de piedra.Llevaba un rato caminando y la frustración empezaba a acumularse en su pecho. El lugar, que en un principio parecía tan pequeño en el mapa, ahora se había convertido en un laberinto interminable. Resignada a seguir buscando, no se dio cuenta de que su concentración la había llevado a no prestar atención a su entorno.

En otro rincón del cementerio, Benjamin, un joven chileno de cabello despeinado y expresión concentrada, estaba inclinado sobre una lápida, ajustando el lente de su cámara. Estaba trabajando en un proyecto para su clase de historia, documentando las figuras ilustres enterradas en la ciudad. Estaba tan absorto en su tarea que no escuchó los pasos apresurados de María acercándose.

De repente, en un mal cálculo del espacio y de su propio equilibrio, María tropezó con una piedra y, en un intento desesperado por no caer, extendió la mano, alcanzando el hombro de Benjamin justo cuando él se giraba para cambiar de posición.

El resultado fue inevitable. Ambos chocaron torpemente, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo en un entrelazamiento de brazos, piernas, y una cámara voladora que aterrizó a pocos metros de distancia.

Hubo un instante de silencio absoluto, roto solo por el ruido de la cámara rodando sobre la grava.

María parpadeó, aún procesando lo que acababa de suceder, mientras que Benjamin, aún en el suelo, miraba incrédulo hacia el cielo.
-¡Ay, lo siento tanto! -exclamó María, sus mejillas ardiendo de vergüenza, mientras trataba de deshacerse de la tierra en su ropa-. ¡No quise...!

Benjamin, que también intentaba levantarse, estalló en carcajadas, desarmando por completo la tensión del momento.
-¡Vaya manera de conocerse! -dijo, con una amplia sonrisa-. ¿Estás bien? Porque creo que mi cámara ha tenido una mejor suerte que nosotros.

María, aún algo aturdida pero contagiada por la risa de Benjamin, no pudo evitar sonreír también.
-Sí, estoy bien. Solo un poco avergonzada... y tal vez cubierta de tierra -respondió mientras se ponía de pie y le ofrecía una mano a Benjamin.

Él aceptó la ayuda, levantándose con cuidado mientras recuperaba su cámara.
-Por lo menos tendremos una buena historia que contar -bromeó Benjamin, inspeccionando el daño en su equipo-. Y una foto que definitivamente no esperaba tomar hoy.

María, aún riendo, se inclinó para recoger la flor que había dejado caer.
-Soy María, por cierto -dijo, extendiendo su mano nuevamente, esta vez en un gesto más formal.

-Benjamin -respondió él, estrechando su mano-. Un placer conocerte, aunque de una manera bastante inesperada.

-Igualmente -respondió María- Aunque me temo que estoy un poco perdida. Estaba buscando la tumba de un familiar, pero este lugar es más grande de lo que pensaba.

Benjamin asintió, mirando alrededor.-Yo también estoy un poco desubicado -admitió-. Estoy aquí por un proyecto de historia, pero parece que me he alejado de la ruta que había planeado. ¿Qué te parece si unimos fuerzas? Yo te ayudo a encontrar la tumba y tú me ayudas a encontrar un mausoleo antiguo que supuestamente está por aquí.

María sonrió, sintiendo que la propuesta era la mejor opción en su situación.-Me parece un buen plan. Así tal vez logremos salir de aquí antes de que anochezca -dijo con un tono juguetón.

Juntos, empezaron a caminar por el sendero, intercambiando pequeñas anécdotas sobre cómo habían terminado en ese lugar. La conversación fluía con facilidad, y ambos comenzaron a sentirse más cómodos en la presencia del otro.

El sol seguía descendiendo, proyectando sombras largas entre las lápidas, pero para María y Benjamin, la atmósfera del cementerio ya no parecía tan ominosa. Habían encontrado una conexión en medio de la pérdida y la historia, y mientras seguían buscando, descubrieron que la compañía mutua hacía que la tarea fuera menos pesada y, en muchos sentidos, más significativa.

Finalmente, llegaron a un gran roble, bajo cuyas ramas descansaba una pequeña lápida.

María se detuvo y su expresión cambió, volviéndose más suave y reflexiva.-Creo que esta es -dijo en voz baja, acercándose a la lápida.

Benjamin se quedó unos pasos atrás, respetando el momento. María se arrodilló, colocando la flor con cuidado sobre la tumba, y cerró los ojos por un momento, como si estuviera rezando en silencio o recordando.-Gracias por ayudarme a encontrarla -dijo María, girándose para mirar a Benjamin.

-No hay de qué. Me alegra haber podido estar aquí contigo -respondió él, con una sonrisa tranquila.

Después de unos minutos, María se puso de pie y miró a Benjamin con renovada energía.-Ahora es tu turno. Vamos a encontrar ese mausoleo antes de que se haga demasiado tarde.Benjamin asintió, sintiendo que, de alguna manera, su día había tomado un giro inesperado pero bienvenido.

-Vamos. Y prometo que esta vez seré más cuidadoso con mis pasos -dijo, arrancando una risa de María.

Juntos, se adentraron de nuevo en el laberinto de tumbas y árboles, sabiendo que, aunque la búsqueda los había unido por accidente, las aventuras que seguirían serían mucho más que una simple coincidencia.

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El viento susurraba entre las ramas de los árboles, llenando el cementerio de un murmullo constante que acompañaba cada paso de María y Benjamin. Mientras avanzaban, la conversación entre ambos fluía de manera natural, salpicada de risas y comentarios ligeros.

-Entonces, ¿eres de aquí, de México? -preguntó Benjamin mientras observaba una antigua estatua de un ángel que se erguía en la distancia.

-Sí, nací y crecí en esta ciudad -respondió María, con una sonrisa nostálgica-. Aunque la verdad, nunca pensé que un día me perdería en su cementerio.

-Bueno, no eres la única -bromeó Benjamin-. Yo soy de Santiago, Chile, y vine aquí hace unos meses para estudiar. Así que técnicamente, estoy aún más perdido que tú.

María se rió, apreciando su buen humor. Había algo en Benjamin que le resultaba relajante, como si su presencia hiciera que todo el cementerio fuera menos intimidante.

-¿Y qué te trajo a México? -preguntó ella, mientras doblaban una esquina.

-Historia -respondió Benjamin, con un brillo en los ojos-. Estoy estudiando la historia latinoamericana y México tiene tanto por ofrecer en términos de cultura y eventos históricos. Es como un tesoro que no podía dejar pasar.

-Eso suena fascinante -comentó María, genuinamente interesada-. A veces siento que, viviendo aquí, uno no aprecia todo lo que tiene alrededor.

-Es fácil dar por sentado lo que te rodea cuando estás acostumbrado -dijo Benjamin-. Pero eso no significa que no sea especial. Solo necesitas una nueva perspectiva.

María asintió, reflexionando sobre sus palabras. Había algo cierto en lo que decía. A veces, necesitaba ver su propio país a través de los ojos de alguien más para recordar lo que lo hacía tan único.

Mientras seguían caminando, el cementerio parecía volverse más antiguo, con lápidas cubiertas de musgo y estructuras de piedra que se desmoronaban lentamente. Benjamin, que había estado siguiendo una serie de pistas en su cuaderno, se detuvo de repente, observando algo a lo lejos.

-¡Creo que lo he encontrado! -exclamó, señalando un mausoleo imponente al final de un sendero cubierto de enredaderas.

María siguió su mirada y vio la estructura: un edificio pequeño pero majestuoso, con puertas de hierro forjado y ventanas de vidrio de colores apagados por el tiempo. La estructura, aunque deteriorada, emanaba una cierta grandeza olvidada.

-¡Es impresionante! -dijo María mientras se acercaban al mausoleo-. ¿Quién está enterrado aquí?

-Según mis investigaciones, este lugar pertenece a una familia que tuvo mucha influencia en la ciudad hace unos siglos -explicó Benjamin, abriendo su cuaderno para verificar la información-. Eran comerciantes y políticos, y al parecer, tuvieron un papel importante en algunos de los eventos más cruciales de la región.

-Eso suena como algo sacado de una novela histórica -comentó María, fascinada.

-Y pensar que todo esto ha estado aquí, olvidado por tanto tiempo -añadió Benjamin, tomando algunas fotos del mausoleo desde diferentes ángulos-. Es como descubrir un pequeño fragmento del pasado que estaba esperando ser recordado.

María se quedó observando cómo Benjamin trabajaba con su cámara, admirando la dedicación que ponía en cada toma. Había algo contagioso en su entusiasmo, algo que hacía que ella misma quisiera saber más, descubrir más.

-Sabes, me alegra que nos hayamos encontrado hoy -dijo ella de repente, rompiendo el silencio-. No solo por la ayuda, sino porque creo que de otra manera, no habría visto todo esto con los mismos ojos.

Benjamin bajó la cámara y la miró, sonriendo.

-Lo mismo digo. A veces, las mejores aventuras comienzan por accidente -respondió, con un brillo cómplice en los ojos-. Y creo que esta es solo la primera de muchas.

María sonrió, sintiendo que había algo en sus palabras que resonaba profundamente en ella. El día que había comenzado con tristeza y soledad, ahora se sentía lleno de nuevas posibilidades, de amistades nacientes y aventuras por descubrir.

-Entonces, ¿qué sigue en nuestra lista de aventuras? -preguntó ella, con una chispa de emoción en la voz.

Benjamin guardó su cámara, pensando por un momento antes de responder.

-Bueno, hay un par de sitios históricos más en la ciudad que planeo visitar. ¿Qué te parece si hacemos de esto un proyecto en conjunto? Tú me muestras la ciudad, y yo te muestro un poco de su historia.

María rió, encantada por la idea.

-¡Me encantaría! -dijo-. Y prometo no tropezar más.

-Eso sería un buen comienzo -bromeó Benjamin, mientras ambos comenzaban a alejarse del mausoleo, dirigiéndose de vuelta hacia la salida del cementerio.

El sol, ya en su último tramo hacia el horizonte, bañaba el cementerio en tonos anaranjados y dorados, mientras María y Benjamin caminaban juntos, sus sombras alargándose en el suelo. Habían comenzado el día como desconocidos, pero ahora, se sentían como compañeros en una aventura que apenas comenzaba.....

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