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Epílogo

—Dazai, ¡despierta de una vez! —rabió Kunikida, otorgándole una mirada desdeñosa—. No has hecho nada, y tu subordinado tiene que pagar por tu flojera.

—Ya, si a él le gusta esto más que a mí —bostezó, acomodándose en su silla, dispuesto a comenzar su verdadera labor: molestar a sus compañeros, a cualquiera.

—No es así, Dazai-san —murmuró Atsushi, ligeramente apenado por la situación y hastiado del trabajo extra.

—Muy bien —respondió escuetamente Dazai, posando su mentón sobre la palma de su mano, dirigiendo su atención a su compañero de al lado—. Kuuunikida...

—Ni lo intentes —le escupió mientras se paraba con su pequeño cuaderno en manos, acomodándose los anteojos como acto reflejo—. Es la hora exacta del almuerzo.

Como si de un hechizo se tratara, todos en la oficina suspiraron al oír que era la hora tan esperada para descansar y comer. De un segundo a otro cesó la actividad y solo comenzaron a escucharse pasos que se amontonaban en dirección a la puerta. Sin embargo, hubo tres personas que permanecieron en su lugar; una de ellas, Atsushi, quien no estaba seguro de poder abandonar semejante cantidad de papeleo ni aunque muriese de hambre. Si optaba por ir a almorzar era muy posible que por la noche tuviese que irse más tarde, y no quería, puesto que quería volver a su departamento acompañado por Kyouka.

Aprovechando el movimiento, Edogawa Ranpo se aproximó al escritorio de Dazai, quien aún se encontraba desperezándose y jugueteando con una lapicera, y en una voz sutil y curiosa le preguntó.

—Y, ¿cómo andan, Dazai?

Osamu lo miró ligeramente sorprendido a pesar de que logró disimularlo, mas la sorpresa se esfumó al recordar que se trataba de Ranpo. Podía mantener sus secretos ante cualquiera, pero a ese hombre era imposible mentirle. Sonrió con complicidad y le dijo:

—No sé de qué me estás hablando.

—Ya veo —asintió con sus ojos cerrados, sonriendo mientras tomaba un dulce.

—¿De qué habla, Ranpo-san? —preguntó Atsushi con incertidumbre. Ciertamente, era una actitud extraña de Ranpo intentar socializar en un horario de almuerzo, y más aún con Dazai.

—¿Sabes qué, Atsushi? Me he quedado sin dulces —exclamó Edogawa—. Ve a buscarme unos, ¿quieres?

—Pero, Ranpo-san, tiene uno en la mano...

—¡Que vayas, Atsushi, el tiempo apremia! —insistió elevando la voz cual niño ansioso. También era inusual su comportamiento, mas Atsushi lo dejó pasar.

Nakajima no entendió la situación y tampoco intentó hacerlo. Asintió resignado y con un suspiro se dirigió hacia la puerta. Una vez bajo el marco, se volteó sobre sus talones y con voz tímida le preguntó qué dulces quería.

—Cualquier dulce; de cualquier forma, ya conoces mis favoritos —le sonrió. Instantáneamente le hizo una seña deslizando las manos como si le estuviese indicando que se fuera ya, como si estuviera repeliendo a un gato. Y, en cierta forma, sí estaba echando a un gato.

El más joven obedeció inclinando levemente la cabeza, y se fue. Ni bien abandonó la oficina, lo primero que pensó fue en qué hacía que Ranpo estuviese tan urgido de dulces de repente, tan antojado. Razonó sus pensamientos y murmuró con sospecha: ¡debía aproximarse su celo! Qué omega difícil podía ser Ranpo. Se estremeció al imaginarlo embarazado y, con la cara contorsionada por la impresión de la imagen mental, siguió caminando por el pasillo.

-•-

—¿Y bien? —cuestionó el detective.

—Ellos están bien —murmuró, con una gran sonrisa de esas que nadie solía ver en Dazai—. Ninguno heredó esos ojos azules, pero uno de ellos tiene su color de cabello.

—Ya veo –sonrió Ranpo también, con sus ojos cerrados con gracia—. Algún día los conoceré, ¿no es así? —más que una pregunta era una severa afirmación, incluso un vaticinio.

—Seguramente, algún día —respondió, con el anhelo desbordando en su voz. No había mirado a su compañero en ningún momento de la conversación; su mirada reposaba en sus manos y su mente volaba por sus recuerdos. Sonrió amargamente.

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Salió de la Agencia a la hora de siempre. Como habituaba a hacer, comentó que iría a pasear por ahí antes de ir a su casa. Cuando perdió de vista a sus compañeros, quienes vivían cerca de su departamento, tomó la calle que siempre tomaba para llegar al parque, atravesarlo, tomar un par de encrucijadas y visualizar el mismo auto de todas las ocasiones. Suspiró, miró con perfecto disimulo para cerciorarse de que no hubieran seguido su rastro y se acercó al auto estacionado en la acera frente a la suya.

—Y yo ya creía que no vendrías, bastardo —le echó en cara, sin voltearse a verlo cuando subió al auto—. Iba a irme sin ti.

—¿Serías capaz de romperles así el corazón? —exclamó, dramatizando la situación. Rio y su pareja le golpeó con el puño en el brazo.

—Cállate —espetó, dirigiendo su mirada hacia el camino, arrancando así el auto con cautela, aún echando unas últimas miradas panorámicas en señal de desconfianza—. Un día de estos te mataré.

—No creo que quieras dejar sin padre a tus hijos.

—Yo también soy su padre.

—Claro que no —se mofó con altanería—. Ya hemos discutido muchas veces esto, Chuuya. Tú eres la madre.

—No es así —le reclamó.

—Ellos te llaman "mamá" —se burló con gracia.

—Esa tontería se la has enseñado tú —alegó, acomodando sus manos en el volante y en la palanca de cambios, dispuesto a emprender el viaje.

—De acuerdo —rio una vez más—, pero déjame recordar, ¿qué apellido llevan?

—Muérete de una vez.

—No, no, ese no es. Más bien suena como Dazai, ¿no es verdad?

—Solo es así porque perdí esa estúpida apuesta —objetó con fastidio—. De caso contrario tendrían mi apellido.

—No ha sido el caso. Eres malo apostando y aún así te arriesgas conmigo, así que ya deja de hacer ruido, Chuuya, y déjame dormir —le dijo con pereza, bostezando por milésima vez en el día.

Chuuya no respondió, solo se limitó a seguir conduciendo el auto, dirigiéndole miradas esporádicas a su pareja, quien reposaba a su lado con aquel rostro angelical que siempre le gustaba ver cuando cerraba la boca; ese Dazai incapaz de decir estupideces.

Suspiró al pensar en que, en cierta forma, lo comprendía; Dazai era bastante haragán, y el hecho de tener que hacer ese largo viaje dos o tres veces a la semana, incluso más, debía agotarlo; incluso su propio cuerpo resentía esas travesías, mas ambos sabían que era algo necesario y era algo que, pese a las consecuencias, valía totalmente el esfuerzo.

Dazai, por su lado, recostado en el asiento de copiloto veía a Chuuya y sabía lo que pasaba por su mente, incluso podía sentir la ansiedad bailar en su pecho a pesar de solo haber pasado dos días desde el último viaje. Podía percibir en su cuerpo el mismo cansancio que inundaba el ajeno, sintiéndolo a flor de piel, ese cansancio del que aún así su omega renegaba, porque era orgulloso y fuerte.
Podía ver sus ojos azules de perfil, y podía encontrar en ellos la misma decisión y bravura que lo habían cautivado años atrás, aunque ligeramente marcado por el tiempo y el hastío. Sus ojos pasaron de su mirada a sus delicados labios, apretados el uno con el otro en una pequeña frustración que Osamu sabía que acarreaba.

Luego pasaron a su delineada y grácil mandíbula para finalmente dirigirse a su cuello, aquel que tanto le gustaba. Podía ver esa atractiva gargantilla negra que jamás lo abandonaba, no obstante, le gustaba aún más lo que se notaba debajo de la misma: la marca.

Sonrió enternecido al percatarse de que se había extraviado en el tiempo la última vez que le dedicó esas miradas inspectoras a su pareja, y no pudo recordar la última vez que se reconfortó mirando esa marca de sus colmillos en el cuello de su omega. No pudo evitar traer a su mente los recuerdos de cuando lo hizo.

Arribó a su mente la tarde en que Chuuya consensuó que lo marcara; recordó que lo habían hablado y habían decidido aguardar al siguiente celo de Nakahara, que se presentó una semana luego, donde lo marcó mientras le hacía el amor. Sonrió ladino al pensar que solo tenían dieciséis años, tan solo al tercer celo que pasaban juntos, que sucedió un mes antes del cumpleaños del omega luego de una misión de gran éxito.

Una decisión que luego de ser tomada sembró más incógnitas que certezas. Los días siguientes a la dichosa marca se mantuvieron alejados, puesto que pese a haberlo discutido con anterioridad les había surgido el temor de haber cometido una insensatez de la adolescencia.

Enfatizó su sonrisa al observar el cuello de su pareja en ese momento y darse cuenta de que no había sido un error; al contrario, esa era una de las pocas cosas en la vida de las que no se arrepentía. Las otras pequeñas cosas de las que no se arrepentía lo esperaban en destino.

Su volátil corazón se hinchó ante las memorias que arremetían contra él, esas memorias que le recriminaban el  haberlas sumergido en lugar de tenerlas a flote. Sin embargo, tenía sus razones para mantenerlas alejadas, puesto que recordar lo que fueron y la vida que llevaban ahora le estresaba de sobremanera; pese a no sentir remordimientos en consecuencia a esos actos, no eran lo que había planeado ni lo que había deseado. Mas, ¿qué planes podía tener un hombre que aspiraba al suicidio? Bufó al pensar que, ahora que Chuuya era madre y, de hecho, un ser materno muy insufrible y sobreprotector, jamás accedería a realizar un suicidio doble.

—Deja de pensar en cosas extrañas —le regañó Chuuya—. Siento que algo oprime mi pecho.

—No era mi intención, solo estaba rememorando algunas situaciones —murmuró, observando la mano de su pareja maniobrar la palanca de cambios—. ¿Cómo llegamos a esta vida, Chuuya?

—Pues, si te hace sentir mejor —aclaró Chuuya—. Es completa y totalmente tu culpa.

—¡Siempre tan honesto y cruel, mi querido Chuuya!

—Es cruel pero verídico —alegó—. Tu colorida idea de abandonar la mafia nos arrastró a esto.

—Era necesario, Chuuya —aclaró con un semblante de seriedad. El omega solo lo miró de reojo con molestia y siguió su camino.

—No vamos a discutir por esto por milésima vez, bastardo, pero si vas a quejarte recuerda que es tu culpa —mencionó—. Los niños podrían haber nacido y haber sido criados bajo el yugo de mi mentora y la protección de la Port Mafia —se quejó—. Sin embargo, ahora tenemos que recurrir a esto.

—¿Bajo el yugo de Ozaki? No, gracias, no quiero que resulten igual de malcriados que tú.

—¡Ella no me malcrió!

—Como digas, percherito —respondió, revoleando los ojos y haciendo un ademán para restarle importancia a sus exclamaciones—. Y la protección, ¿de quién? ¿Crees que dejaría a mis niños a la merced de alguien tan perverso como Mori?

—Tú eres igual de retorcido —le reclamó.

—Tal vez, ¡pero no con niños!

—En general, los niños te odian, Dazai.

—Bueno, los míos no —alegó, cerrando los ojos—. El pequeño Oda, en especial, me adora.

—¿Por qué será que no me sorprende? —se quejó Nakahara con recelo.

Dazai sonrió amargamente al reconocer ese comportamiento de Chuuya que no era nada novedoso. Tuvo que ganarle otra apuesta durante su embarazo para que este le permitiese ponerle el nombre de Oda a uno de los dos; casualmente, el que más se parecía a él, el de cabello castaño.

Sin embargo, no poseía el descaro suficiente para quejarse del rechazo de su pareja por aquel nombre, al fin y al cabo le pertenecía al hombre que, ante los ojos de Chuuya, los había separado.
Nuevos recuerdos lo golpearon, en esta ocasión con más fiereza, de antaño. Recordó el día en que dejó la mafia, incluso había puesto una bomba en el auto del omega en forma de broma, mas todo había salido de la forma opuesta a la que debía ser, y su pareja se enteró de que se había convertido en desertor por las habladurías de los demás, y no por sus propios labios. No había tenido oportunidad de hablar con él acerca de su decisión y, cuando por fin la tuvo, el otro se la denegó, acusándolo de traidor.

Recordó con desazón y aflicción los gritos, los golpes, la interminable pelea y el dolor acentuado en las miradas de la persona que amaba, viendo el mar rebelado y atormentado. Chuuya se negó a escucharlo y fue una situación desgarradora; ya contaban con el lazo formado, por lo cual ambos podían compartir sus emociones de manera mucho más profunda, sintiendo los ardores de la desesperación del otro.

Luego de ese episodio en el que Chuuya lo echó de su vida sin brindarle ni el menor intento de otorgarle la palabra, Dazai tuvo una fuerte convicción de que no lograría sobrevivir sin su omega; a decir verdad, con el lazo de la marca ya formalizado y asentado, tanto alfa como omega sufrirían la lejanía, razón por la cual optó por buscar a Nakahara para que al menos oyera lo poco que podía decirle.
Sin embargo, no fue sencillo y terminó pasando un mes en el que no pudieron solucionarlo, ni siquiera verse. Las veces que lo llamó no obtuvo respuesta; las ocasiones en las que lo citó a través de cartas y mensajes no se presentó. Por lo tanto, cuando ya se encontraba al borde de sucumbir en la desesperación, se le ocurrió hacer lo que más le gustaba hacer: entrometerse de sopetón en la habitación de Chuuya utilizando las entradas secretas de la Port Mafia. Había sido muy arriesgado, mas valía el intento.

Sabía que Chuuya podría sentir su aroma muchísimo antes de ingresar a la habitación, por lo tanto no sería nunca una sorpresa; no obstante, era seguro que, al sentir su presencia, Nalahara iría sin duda a patearle el trasero y echarlo del lugar.

Recordó la furia y el tormento que expelía el pequeño cuerpo de ese omega que le pertenecía, cómo nuevamente lo aturdieron los gritos y los golpes que tuvo que esquivar y los que no pudo evadir. Había intentado luego besar a Chuuya, tanto como para callarlo como para poder sentirlo una vez más, y este le partió el labio.

Sin embargo, luego de tantos alaridos, insultos y explosiones, lograron un punto de equilibrio donde ambos habían perdido hasta las ganas de llorar y gritarse, y donde solo se vieron envueltos por el mortífero silencio de la noche. Dazai aprovechó ese momento para explicarle sus razones que, pese a que se las plantó de una manera superficial, Chuuya las entendió, mas se sintió fuertemente dolido.
Recordó la voz de su pareja cuando le preguntó con la voz ahogada en llanto si el amor que sentía por aquel hombre era más fuerte que el que había sentido por él alguna vez. Dazai no supo qué responder y todo volvió a irse al garete.

Chuuya prorrumpió en llanto nuevamente y Dazai sintió su pecho partirse ante las pesarosas emociones que acongojaban a su pareja. Sin embargo, pese a no haber tenido una respuesta a lo anterior, supo discernir algo en aquella nube de desasosiego: que el amor que sentía por ambos difería en algo cualitativo, y no cuantitativo. Odasaku había sido su único amigo; Chuuya, su único amor, el primero, tormentoso y sinuoso, mas había sido el único, y no le cabía duda de que así sería siempre. Aunque los años pasaran a trote y Nakahara jamás le perdonara, su vacío corazón no volvería a latir por nadie más. Y no era una conjetura sino una certeza.

Recordó que se lo explicó a Chuuya como pudo, tomando sus manos y sintiendo su aroma con fiereza por miedo a que fuera aquella la última vez que se le permitiera hacerlo. Con cada palabra que salía de su boca sentía a Chuuya más lejano, sentía que estaba perdiéndolo todo;con sus lágrimas abarrotadas aunque incapaces de salir, le volvió a recitar con vehemencia y angustia cada una de las promesas que le clamó en algún momento, implorando con devoción que le creyera, apelando al amor que aún sentían el uno por el otro y que jamás moriría.

Rememoró con pesar los temblores de Chuuya, su quietud, sus ojos que reflejaban a un zafiro quebrado. Con una voz aún más consternada y su corazón galopando con una furia inexorable, consumido por el sentimiento de que se encontraba al borde del abismo y a un paso de perder toda razón de vivir, le exclamó por décima vez que lo amaba, que por favor lo entendiera, que había sido su error no comunicarle de su partida antes, que no dudara de él, ni de sus agrias pero existentes emociones, de su lastimado corazón que solo podía ser sincero con él. Su voz se rompía más y más con cada ruego, quebrada por la desesperación y la irracionalidad del verdadero miedo.

Chuuya había dejado de llorar durante el discurso, mas su rostro se había convertido en algo indescifrable, ecuánime. Dazai comenzó a sollozar y el silencio los apuñaló de nuevo. Apretó el agarre de sus manos, mas su pareja estaba inerte.

También supo que esa fue la primera vez que no tuvo idea alguna de lo que pensaba Chuuya. Se limitó a mirarlo expectante y a reforzar el agarre de sus manos, sintiendo en su cuerpo el mal que les había hecho a ambos.

De un momento a otro, entre el sonido del viento que paseaba por los pasillos de la Port Mafia y la respiración agitada de Dazai, Chuuya suspiró adolorido, saliendo de su trance; el alfa supo que el otro lo escrutaba con sus ojos del color del mar buscando algún rastro de deshonestidad en las facciones de su amado, mas que no reconoció ninguno. Dazai, para ese momento, había sentido una espiga de esperanza dentro de él.

—No estoy seguro de poder perdonarte —le había dicho—. Sin embargo, he decidido creerte.

Dazai había sentido su pútrida alma retornar a su cuerpo. Lo abrazó y lo besó con ánimo, sintiendo cómo Chuuya le correspondía de manera lenta y dudosa.

—Sin embargo —le había murmurado—. Ahora eres un enemigo de la Port Mafia, y si debo matarte lo haré aunque eso despedace mi alma.

Dazai sonrió con sentimientos contrariados y asintió, estrujándolo entre sus brazos, prometiéndose a sí mismo que aquel sería su tesoro, su amuleto. A pesar del tiempo, Chuuya siempre sería aquello que lo ataba a la vida; se habían otorgado todo de sí y se habían unido íntegramente. Aunque fuese por su pareja y su deseo de no hacerle daño, más que por él mismo, había decidido que cuidaría ese vínculo contra viento y marea. Porque amaba a Chuuya y había sido él quien le enseñó lo que era una vida de amor en medio de las adversidades.
Pasaron el resto de la noche fijando horarios y condiciones del tipo de relación que comenzarían a llevar si querían seguir juntos y, una vez definido todo, hicieron el amor una y otra vez, con la verdadera sensación de que a partir de ese momento se habían sentenciado.

—Ya basta, bastardo —exclamó Chuuya mientras manejaba, más cansado que antes—. ¿Qué estás pensando?

—Estaba recordando la noche que nos reconciliamos luego de que deserté —comentó—. La noche que quedaste embarazado —se burló. Nakahara chasqueó la lengua y Dazai rio—. ¿Recuerdas?

—Cómo podría olvidarlo, bastardo —le escupió—. Pasaron semanas hasta que pudimos encontrarnos en mi departamento, y durante esas mismas semanas me la pasé vomitando.

—Para serte honesto —dijo, mirándolo con gracia y ternura—, nunca vi un omega que sufriera tanto un embarazo.

—¡Porque nunca conociste a ninguno que tuviera la desgracia de cargar a tus hijos en su vientre! —exclamó fastidiado. Dazai solo siguió riendo; Chuuya, al escucharlo aún, no pudo reprimir una ligera sonrisa.

—Fuiste bendecido entre todos los omegas, Chuuya —declaró altivo—. Te he tocado yo como tu alfa y padre de tus crías. ¿Qué más podrías pedir?

—Que cerraras la bocaza.

Dazai rio y Chuuya se concentró de nuevo en el camino.

Luego de esa oleada de memorias, Dazai se giró hacia la ventana del automóvil y pensó que era la tercera vez en la semana que hacían ese trayecto, y suspiró a la par del nacimiento de una duda: ¿cuándo había comenzado aquella rutina?

Las tres o cuatro semanas posteriores a su reconciliación con Chuuya no pudieron verse en ningún lado, puesto que habían acordado que solo sería los fines de semana y que sería en el departamento de Nakahara. Ambos debían seguir una serie de precauciones a la hora del encuentro y respetar las responsabilidades del otro. Sin embargo, la primera reunión se vio aplazada numerosas veces por Chuuya y sus labores, lo cual preparó el escenario para que cuando se vieran se diera una situación hilarante: que Dazai ansiara intensamente ese día para ver a su pareja y que, al llegar al primer encuentro luego de su abandono de la organización, este le anunciara que estaba a la espera.

Dazai había reído con gracia mas luego había abierto sus ojos con violencia al ver la mirada de fastidio de su pareja.

—Tú eres el padre, por cierto —había espetado Chuuya con desinterés, en caso de que al bastardo se le ocurriera hacer algún chiste insinuando lo contrario, evitando así que terminara en una golpiza. Escrutó sus reacciones con los brazos entrecruzados. Esperó un rato y se sentó a su lado en la cama, viendo a Dazai inmóvil, y tomó unos papeles y se puso a leer y ordenar, dándole tiempo al otro—. Ya veo que es difícil de digerir para un imbécil como tú, así que tómate tu tiempo.

Sin embargo, pasaron los minutos y la paciencia de Chuya se agotó. Al darse cuenta de que Osamu no se movería por un buen rato optó por rematarlo.

—Y una cosa más —le había aclarado—. Ya sabes, la doctora personal de Kouyou me atendió —se paró en su lugar cerca de un estante que estaba ordenando y lo miró con un suspiro—. Son dos, posiblemente mellizos, ya sabes de qué hablo.

Y eso había sido todo. Dazai se desmayó y Chuuya decidió ir a dormir.

"Y así fue como las cosas se complicaron", fue el pensamiento que azotó a Dazai en el asiento del auto donde reposaba.

Recordó que luego de eso volvieron a hacer arreglos e inevitablemente Dazai tuvo que, temporalmente, vivir en el departamento de Chuuya; y lo que había sido planificado para que durara hasta el nacimiento, se extendió hasta que los niños fueron llevados lejos, cuando cumplieron el año y medio.

Chuuya había quedado con el corazón roto y en consecuencia Dazai había intentado todo lo posible para reconfortar a su omega, para protegerlo y convencerlo de que todo era para bien y para que sus hijos no vivieran ni de cerca lo que les tocó vivir a ellos. Mas sabía que sus consuelos y promesas caían en saco roto, ya que, incluso aunque se tratara de su pareja, tan fuerte y tan deseoso de vivir como nadie, seguía siendo un omega el cual había sido separado de sus crías. Sin embargo, una prueba de su gran fortaleza y maravillosa voluntad fue que logró pensar a futuro y no dejarse abarrotar por la culpa y los llantos de su naturaleza, para seguir adelante y mantenerse firme ante el propio plan que había desarrollado con Dazai.

Habían razonado los peligros de tenerlos cerca y expuestos, por muchas razones, y habían decidido que los tendrían lejos, a las afueras de Yokohama, bajo el cuidado de alguien de confianza para los dos, alguien que también guardaba relación con Kouyou, lo cual fue lo único que calmó a Chuuya.
Habían establecido días y frecuencias para ir a visitarlos, y así fue como, según Dazai, se hundieron en la monotonía. Ambos lo sabían, y ambos lo aceptaron, mas Nakahara seguía siendo lo más cercano al retrato de una madre devota, por lo cual se aferraba para no aflojar; mas Osamu no podía pensar en nada más que en el mismísimo hartazgo.

La paternidad para Dazai nunca había sido un deseo ni mucho menos un plan.
Pero Chuuya sí era su deseo, y sí estaba en sus planes.

De hecho, amaba fervientemente a sus hijos y si había aguantado hasta ese punto había sido meramente por ellos, incluso aún más que por Chuuya, mas no podía evitar pensar que ése no era el tipo de vida al cual quería verse forzado a vivir, y ciertamente no se sentía una persona digna de ejemplo ni mucho menos una de fortaleza ni estabilidad que ellos necesitaban; ni tampoco se sentía capaz de cargar con la presión que conllevaba ser una figura paterna, ni mucho menos la presión familiar en sí. Todo aquello lo sobrepasaba, y él sabía perfectamente que Chuuya era consciente de ello, pero este nunca lo forzó a nada. Ambos seguían aquella rutina sin cuestionar las motivaciones del otro, pero la seguían, sencillamente por la compañía y el compañerismo que los ataba en su naturaleza y en su propia historia. Porque el amor se trataba también del apoyo, la complementariedad y los sueños compartidos, y ellos lo sabían perfectamente.

Incluso aunque estuvieran cansados, la felicidad de Chuuya al pasar tiempo con los críos era algo invaluable ante lo ojos del alfa; y la sonrisa sincera y temerosa de Dazai al ver a su familia armada, también valía más que todo el oro del mundo para Chuuya.

Sin embargo, pese a todos sus miedos y cavilaciones constantes acerca de su rutina y su modo de vida, Dazai sentía algo más que el amor por su pequeña y rota familia, y era la esperanza.

La esperanza de poder adueñarse de aquello que tanto anhelaba, de algún día poder llenar ese vacío. Las ganas de vivir que Chuuya le había mostrado habían sido reforzadas por ellos.

Porque cuando Odasaku lo abandonó se ahogó en la desolación, y al rememorar y recitar día y noche sus filosas palabras de que jamás obtendría aquello que lo fuera a llenar, se había convencido de que así sería.

Y, sin embargo, al tener a aquellos niños con él por primera vez, sintió un brío de esperanza sonreírle y decirle que, alguna vez, algún día, de alguna manera, tal vez aún podría conseguirlo. Porque se decía que donde hay vida hay esperanza, y a su vida habían llegado dos más.

Y pese a que tal vez solo fueran conjeturas o falsas ilusiones que jamás fuesen a ver la luz, eran los motores que lo movían cada semana para ver a aquellos seres que lo llenaban de esa pequeña y amarga alegría que solo se presentaba cuando estaban los cuatro juntos. Tal vez, al fin y al cabo, viajaba porque sabía que allí se sentiría vivo, entre los brazos de la única familia que jamás tendría y a la cual tanto temía fallar y perder. Mas, nuevamente, siempre acababa preguntándose si alguien esperaba algo de él siquiera; ahí era cuando los ojos de Chuuya hacían su aparición para volver a atarlo a la vida y tomar su mano con seguridad.

—Puedo sentir tu inquietud —espetó el conductor—. ¿En qué tanto piensas, bastardo?

—Solo cavilaba.

—Ya veo —fue su respuesta. No necesitaba que Dazai dijese las cosas para saber lo que pensaba—. Ya llegaremos enseguida, tal vez con eso se te pase.

—Así será —afirmó.

Retornó su mirada hacia la ventana y se percató de que, en efecto, ya estaban muy cerca. Se desperezó en su asiento y le echó otra mirada a Nakahara, y le gustaba la idea de que, pese a los años, su pútrido corazón seguía dando brincos cual quinceañero al ver a su pareja. Sonrió con cansancio y se puso a pensar en esas pequeñeces que lo revitalizaban. Minutos luego, ensimismado, solo se dio cuenta que habían arribado cuando Chuuya le dio un ligero golpe en el hombro. Se miraron a los ojos y, a diferencia de como era cuando tenían quince años, el mar de los ojos de Chuuya y la oscuridad de los ojos de Dazai no chocaban, sino que se acompañaban y se acariciaban, en una unión de apoyo y cariño. Osamu interpretó la mirada de ansiedad de un omega que estaba apunto de ver a sus crías y tomó su mano, con dulzura, y la apretó. Era un trato implícito donde todo estaría bien. Chuuya asintió y bajó del auto. Dazai lo siguió.

El lugar ya estaba grabado a la perfección en la mente de Dazai: una casa pequeña con un gran jardín adelante y otro detrás; era una casa muy austera, mas hogareña. Aquel día se habían encontrado más tarde que de costumbre, por lo que no había nadie afuera y las ventanas enrejadas y las puertas estaban cerradas apropiadamente.

Chuuya caminó con nerviosismo, golpeó la puerta y anunció su llegada presentándose; Dazai hizo lo mismo. Era un protocolo.

La puerta entonces se abrió, dejando ver al conocido común de Kouyou y Chuuya, con dos niños abarrotándose detrás, empujándose y clamando el nombre del omega. Esa era la primera parte de lo que le daba fuerzas a Dazai: la amplia sonrisa que se forjaba en el rostro de Nakahara en esos momentos; sus ojos se cristalizaban y se achicaban, mientras que su voz salía ahogada, como en todas las visitas.

Chuuya y Dazai entraron y segundos luego, una vez que la puerta se cerró, fueron acorralados por sus hijos, en especial Chuuya.

Y el resto era una bella costumbre. Algarabías y saltos. Abrazos y besos. Lágrimas y risas. Historias y excusas.

Dazai, más que ser la visita era un espectador. Se encontraban sentados en un sofá, los niños saltando sobre ellos de lado a lado, hablando atropelladamente, contando lo que habían hecho desde la última visita, llenos de vitalidad como su madre; ambos pequeños exudando alegrías y dulzura, sentándose uno en el regazo de Chuuya y otro en el de Dazai; mientras el primero les respondía a todo y les mostraba ese interés que tanto le gustaba ver a cualquier menor, el segundo sonreía y miraba. Normalmente, él se encargaba de enseñarles aquello que enriquecía el conocimiento y, ciertamente, eran hijos suyos. Ambos, a los cuatro años de edad, sabían leer y escribir con fluidez; en las últimas semanas incluso habían estado aprendiendo a jugar ajedrez de la mano de Dazai. Eran unos prodigio, ingeniosos en demasía y con gran destreza física, como era de esperarse de los retoños de Doble Negro.

No obstante, si bien habían obtenido lo mejor de cada uno, ambos eran una genuina copia de Osamu Dazai, sin ningún rasgo de Chuuya más que el cabello del color del atardecer, que solo uno de los dos portaba; por lo demás, eran idénticos entre sí y a Dazai, con sus mismas sonrisas y miradas, sus facciones y sus gestos, sobre todo Oda, quien tenía su mismo castaño.

Sin embargo, pese a las actividades que desarrollaban con cotidianidad, aquel día en específico Dazai estaba demasiado meditabundo como para llevar a cabo esas cosillas. Agradeció mentalmente a Chuuya por mantenerlos ocupados de manera que no insistieran, y decidió comenzar a presenciar de manera más vívida aquella tarde.

Observó a Chuuya y esa sonrisa que no se despegaba de sus hermosos labios, miró a los pequeños y se dejó inundar por esas risillas que pecaban de la inocencia que ni él ni su pareja habían tenido jamás. Se dejó envolver por los brazos de esas criaturas que querían verlo reír y no pudo negarles una sonrisa, una más fuerte que la que le había dejado ver a Ranpo. Sintió la mirada anhelante del omega sobre él y tomó a los niños entre sus brazos para deslizarlos de lado a lado, con el único propósito de escucharles reír una vez más y poder sentir cuerpo recuperar su paz, grabando ese sonido de la verdadera e inmerecida felicidad que revivía en él en compañía de su familia.

Esa felicidad que lo amparaba en esa cabaña y lo abandonaba en Yokohama.

Los zarandeó de lado a lado, explotando al máximo aquel sentimiento provisional y esporádico, procurando que toda esa monotonía enanejante del día a día valiese la pena. Porque con Chuuya había aprendido a esperar la calma luego de la tormenta; y, sin embargo, en esos días se invertían los órdenes; luego de aquella visita de paz arremetería la tormenta.

Chuuya, como de costumbre, observaba aquel espectáculo enternecido. Aquella casa era el lugar donde ambos dejaban los problemas y los temores detrás de la puerta, para ingresar a esa vida de familia que era tan fallida como irreal. La felicidad se reducía a dos pequeños seres que les devolvían las energías y limpiaban la sangre en las manos de Doble Negro.

Dazai sintió en su pecho la opresión causada por las emociones de su omega y bajó a los niños para indicarles que fueran con Chuuya. Estos ni siquiera dudaron en arrojarse sobre el mismo, quien volvió a sonreír tanto por el amor recibido como por la obligación de no flaquear ante sus críos. Dazai y él se habían prohibido con dureza demostrar sus heridas ante ellos, y lo cumplían a rajatabla.

Osamu apartó los sentimientos de inseguridad que compartía con su pareja y optó por seguir disfrutando de aquellos pequeños Dazai.

Sonrió, al igual que en cada visita, al mirar con detalle el rostro de su pareja, tan dulce y amable, que costaba creer que fuese él quien le destruía las costillas. Porque las palabras de Chuuya eran completamente verídicas: Osamu Dazai era un enemigo de la Port Mafia. Pese a ser una pareja de muchos años, en el departamento de Chuuya no se hablaba ni de la mafia ni de la agencia; al pasar la puerta se despojaban de toda brecha entre ellos, se amaban y se brindaban la paz y compañía que una pareja de destinados necesitaba con intensidad, puesto que el hecho de no verse a diario los afectaba seriamente debido a sus instintos. En ese lujoso departamento no eran más que Chuuya y Dazai. Ni mafioso ni detective.

Y, verdaderamente, ni Dazai tenía idea de lo que Chuuya hacía en su trabajo, y viceversa. Y eso era, en efecto, muy notorio; si la agencia supiese de su relación habría creído erróneamente que Chuuya sabía que Osamu se dejaría capturar por la Port Mafia con el objeto de obtener información acerca de Atsushi. La realidad en todo eso era que Nakahara no tenía ni la menor idea de ello ni de ninguno de los planes descabellados de su pareja; y la golpiza que le propinó aquel día había sido más que auténtica, no solo porque lo trató como el enemigo que era, sino por su instintiva necesidad de vencer a Dazai en combate y demostrarle lo mucho que había progresado. A pesar de amarse con locura, seguían siendo los niños que discutían por demostrar su superioridad y que disfrutaban de poner al límite la paciencia del otro.

Y otra cosa certera era que Chuuya lo habría matado aquel día también.

Sentado en el sillón, sintiendo a uno de sus hijos estamparle un dibujo en la cara, sonrió y se despejó. Miró a su lado cómo el otro jugaba con el sombrero de Chuuya mientras este lo mecía de lado a lado con el mar de sus miradas buscando escapar de sus ojos. El alfa sonrió con amargura y con su mano libre le acarició el hombro.

Y así se prestó el resto de la tarde. Con los niños saltando de un rincón a otro, ambos padres solo podían sonreír. En un momento en el que los niños se concentraron en unos juguetes, Dazai, sentado en el sillón junto a Chuuya nuevamente, comentó:

—Ranpo me dijo hoy que quiere conocerlos.

—¿Cómo...? —le cuestionó Chuuya con los ojos bien abiertos, apunto de golpear a Dazai.

—Yo no se lo he dicho —intervino—. Hay cosas que ni a ti te cuento, ¿crees que divulgo mis secretos como si nada?

—Es verdad —razonó, mirando a sus niños con protección. Destruiría Yokohama entera por ellos si eso lo ameritase—. Dos de cada tres palabras tuyas suenan a mentiras, por lo que tienes razón.

—A ti jamás te mentiría, cariño —se burló, sonriendo ampliamente—. Puedo mantener mis secretos, pero nunca comunicarte mentiras.

—Ya, no me interesa —ignoró Chuuya, aún mirando a sus pequeños peleándose por un juguete que había llevado Dazai unas semanas antes. Sonrió, puesto que, aunque los dos fuesen Dazai en todo su esplendor, ambos eran explosivos y peleones como Chuuya, incluso aunque Oda era más calmado, era un niño tétrico cuando se enfadaba—. ¿Cómo lo sabe, entonces?

—Es Ranpo.

—¿Y qué?

—Que es Ranpo.

—Y eso...

—Es Ranpo, Chuuya. Simplemente, lo sabe —sonrió—. Es como que le preguntes a un manzano por qué da manzanas; simplemente, lo hace. Está en su naturaleza.

—Qué gente extraña hay en tu agencia —suspiró, masajeándose la frente.

—De cualquier manera, no dirá nada —le aseguró Dazai, acariciándole el cabello.

—Espero que no —musitó, apretando su puño—. Con que Mori-san sepa alcanza y sobra.

—Me sigue perturbando que Mori sepa de la existencia de ellos.

—Qué exagerado eres —suspiró Chuuya—. Lo tienes más que amenazado, no hará nada. Ni siquiera él conoce este sitio.

—Incluso a pesar de los años sigues teniendo mucha fe en él —le respondió.

—Y así seguirá siendo. Ha mostrado tolerancia en demasía con nuestro asunto, ya permitiéndolo siquiera —contempló, calmo—. Además, tu jefe también sabe acerca de los niños.

—Bueno, es que tampoco hay algo que pueda ocultarle a ese hombre —se excusó, con una sonrisa—. Además, incluso aunque yo no le hubiese dicho, se habría enterado por el mismo Mori, ya sabes.

—¿Por qué lo dices?

—Que eres tonto, Chuuuuuya —se burló, recuperando la atmósfera que acostumbraba a reinar entre ellos—. Mori estará amenazado y todo, pero su tolerancia no se debe solo a lo buen samaritano que es, ni al miedo.

—Estás insinuando que... —murmuró Chuuya, atando cabos y abriendo sus ojos de par en par, mirando a su pareja a la espera de una respuesta.

—Pues claro, percherito —le sonrió—. Cómo no ser tolerante con el amor cuando también es una víctima del mismo.

Chuuya permaneció pasmado, incapaz de aceptar lo dicho por su pareja y de asociar a esos dos jefes, mas segundos luego lo miró una vez más con la boca abierta y se carcajeó con ganas. Por primera vez en un buen tiempo, ante semejante chisme, rio auténticamente. Su pareja se regocijó ante tal gozo por parte del otro y rieron juntos. Y entre tanto escándalo, los niños se sumaron así a las mismas por el simple e insólito hecho de escuchar las risas, en especial la de Chuuya.

Rieron más, jugaron aún más y, cuando más a gusto y acostumbrados se sentían a aquella vida que sabían que no podían permitirse, llegó el momento donde Dazai sentía que todo rastro de dicha era arrebatado de su cuerpo; y Chuuya, peor aún.

—Es momento de que mamá y papá se vayan —susurró Dazai, quien se encontraba arrodillado frente a Fumiya y Oda, mirando aquellos ojos oscuros como los suyos propios, escrutándolo con el brillo de las lágrimas que nacerían—, pero antes de que se den cuenta volveremos.

—Papá —sollozaron los dos, echándose sobre él, cada uno sobre un hombro. Incluso habían perdido la fe en sus berrinches. De nada servía rogarles que se quedaran; simplemente, nunca lo hacían.

Chuuya estaba de piedra al lado de ellos, intentando sonreír con toda la fuerza que albergaba para aquellas visitas. Dazai, por su lado, se encontraba rodeando la espalda de los niños con sus largos brazos, conteniéndolos. Los menores lloraron, a pesar de saber que en dos o tres días volverían a verles. Lloraron porque eran niños que sufrían las heridas de sus padres.

Dazai sintió la presencia de sus hijos una vez más y se levantó, dirigiéndose hacia la puerta para dejar lugar al turno de Chuuya. En las últimas visitas hechas solía alejarse y esperar a su pareja afuera, mas en esta ocasión puntual se sentía incapaz de hacerlo sintiendo el escozor dentro de él, aquel que solo podía deberse al dolor asfixiante de su omega. Dándoles la espalda, se posó bajo el marco de la puerta.

Chuuya hizo exactamente lo mismo que hizo su alfa un rato antes, agachándose y tomándolos entre sus brazos, besando una y otra vez sus frentes, asegurando que todo estaría bien, cuando ciertamente era algo que no podía afirmar. Nunca le había gustado prometer cosas que no cumpliría; y sin embargo, era capaz de prometerles lo que fuera con tal de no verles llorar a sus pies. Su instinto maternal se destrozaba en tormento segundo a segundo.

Una vez sintiéndose inhábil de pretender mostrar aquella fortaleza por más tiempo, se aproximó a Dazai y oprimió su hombro con sus manos enguantadas. Este se volteó para dejarlo pasar bajo el marco, a su lado, y una vez allí, ambos sonrieron sin convicción hacia sus críos, acompañando sus gestos con un saludo sacudiendo las manos. Exclamaron alguna que otra promesa de volver pronto y Chuuya se alejó a paso rápido, sintiéndose a un paso de romperse como un vaso de cristal, ingresando en su auto. Dazai solo miró a aquellos pequeños que lo miraban con la tristeza pintada en sus rostros y tomados de la mano. Aunque Chuuya y Dazai no lo sabían, Fumiya y Oda también se habían jurado el uno al otro mostrarse fuertes ante ellos; creían que así, tal vez y solo tal vez, llegaría el día en que dejasen de percibir la desdicha al abrazarles. Ambos le respondieron el saludo a Osamu sin dejar de observarlo con atención, temerosos de que fuese la última vez.

Dazai bajó su mirada y guardó sus manos en los bolsillos de su saco. Suspiró y se encaminó hacia el auto bajo las adoloridas miradas de sus hijos, para abrir la puerta del copiloto y echarse. Chuuya, con la mirada clavada en el volante, encendió el móvil y arrancó sin mirar atrás. No sabía qué era peor: si ver la cara de desconsuelo de sus niños, o ver la puerta cerrada.

El trayecto de vuelta fue peor; siempre lo era. Chuuya no emitió sonido alguno, y el sufrimiento en el pecho de Dazai era imposible de sosegar. Su omega estaba al borde del colapso, y ambos resentían el dolor.

Sabía que no había nada que pudiera hacer y nada que lo fuese a calmar, por lo que solo se limitó a posar su mano sobre la pierna de su pareja y apretarla en señal de compañía. Allí estaba, y allí estaría siempre; eso era lo que moría por decirle mas no necesitaba pronunciar. Chuuya lo sabía, siempre lo sabría.

El viaje siguió con regularidad. La noche caía bruta sobre ellos, otorgándole al paseo ese tinte nostálgico y asimismo melancólico que estrujaba el pequeño corazón de Chuuya que luchaba por mantenerse en pie aquella noche, sin romperse ni dañarse. La mano de Dazai brindándole calor y conteniéndole.

No necesitaban palabras. Con sentir el aroma del otro y los sentimientos compartidos, sabían que ambos estaban rotos a pesar de los años. A pesar del amor que se otorgaban sin pena ni interés, seguían heridos como cuando eran adolescentes. Se tenían solo el uno al otro, y con eso les bastaba para mantenerse firmes. Se sostenían el uno al otro para sanarse mutuamente cada vez que se veían, cada vez que se tenían y se sentían.

No supo Dazai en qué momento sucedió, pero el auto de Chuuya se encontraba a un par de cuadras de su departamento. Nakahara ya había estacionado donde siempre lo hacía. Ambos sabían que debían separarse, mas ninguno realizó ningún ademán de moverse. Dazai no quería irse, y Chuuya no quería dejarlo ir.

Y, en medio del silencio en esa noche hermosa como dañina, nació la voz.

—No lo soporto más, Dazai —sollozó Chuuya, echándose sobre el volante con sus manos enguantadas deslizándose lentamente sobre la circunferencia del mismo. Se había encorvado y su mirada se perdía en sus manos. No había mirado a Osamu en todo el viaje—. Lo intento, pero hoy me he saturado.

—Toda fortaleza tiene sus debilidades —contestó Dazai, deslizando una de sus manos hacia los cabellos de su pareja—. Estás dando lo mejor de ti, y los tres lo sabemos.

—No es suficiente —espetó con la voz quebrada por la congoja que se había acumulado en su pecho durante toda la tarde, con un tono desgarrador.

—Nunca es suficiente —respondió Dazai, aproximándose a él y deslizando su mano desde aquellos rizos que amaba hasta esa delicada cintura. Con la otra mano desabrochó el cinturón de seguridad de Chuuya y, una vez logrado eso, lo tomó entre sus brazos para sentarlo en sus piernas cual niño. Apretados como estaban en el auto en esa posición, lo abrazó con ternura e inhaló su olor, aquel aroma embriagante que lo había enamorado años atrás y que nunca se debilitaba ni se añejaba. Enterró su nariz en el cuello ajeno y volvió a abrazarlo. Y esa fue la primera vez en muchísimo tiempo que volvió a sentir las lágrimas de la persona que amaba; esa persona que era tan fuerte e implacable, imbatible y segura de sí, lloraba hecho un ovillo sobre él, y lloraba desamparado. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, y Dazai se sintió partir en dos. Si Chuuya se quebraba, ¿qué quedaría para él? Lo abrazó con más fuerza como si así pudiese absorber todo su dolor, mas en el cuerpo de Osamu no había más espacio para el dolor, no cuando ya estaba repleto.

Podía sentir a Chuuya temblequear y aferrarse al cuerpo de su alfa con anhelo y temor, llorando sin pudor, liberando su voz que expresaba todas sus penas. El sufrimiento de Dazai era doble, porque podía asimismo sentirse ahogarse en el suplicio de su omega.

—Lo siento, Dazai, lo siento, lo siento, lo siento —murmuraba entre lágrima y lágrima, hipando, dejando que cada una brotara y esperando que así arrastraran consigo la tristeza que aquejaba su alma—. Sé que prometí que no dejaría que la situación me sobrepasara, pero es tan difícil, tan difícil.

—No te disculpes —clamó con su corazón desinflado—. Eres más de lo que alguna vez aspiré y sigues a mi lado a pesar de todo lo que hecho, y ojalá pudiese arrancar el dolor de tu pequeño cuerpo, porque eres quien menos lo merece, pero no puedo, no puedo. Soy yo quien debe pedirte disculpas por ello —susurró como si las palabras lo rompiesen segundo a segundo—. Eres más que fuerte, pero sigues siendo humano. No lo olvides.

Y ahí fue Chuuya quien lo abrazó con más frenesí.

—Contigo a mi lado, nunca lo podría olvidar.

Sin aguardar una respuesta, continuó.

—Esto lo hemos elegido juntos —le reclamó con la voz más rota que su espíritu—. Nada de esto es tu culpa.

—Es mi culpa por haber vuelto a tu vida —murmuró con el rostro aún escondido en el cuello ajeno. Su cuerpo comenzó a estremecerse con evidencia. Su respiración se agitaba a la par.

—Eso es lo que más agradezco, bastardo —murmuró en llanto, abrazándolo aún y moviendo una de sus manos hacia el cabello del alfa. Dio un respingo al sentir unas lágrimas humedecer su cuello.

—Debes enfocarte en la idea de que este asunto es temporal —aseguró Dazai, luchando por no dejar vislumbrar la desdicha en su voz, ahogándola en la piel se Chuuya—. Una vez que sean más grandes y sean capaces de defenderse el uno al otro podremos traerles a Yokohama y ser esa familia con la que tanto sueñas.

—Con la que soñamos, Dazai.

—Yo no tengo sueños, Chuuya —susurró contra su piel, desplegando sus tristezas en cada palabra—. Solo te quiero a ti y a ellos dos. No me importa ser el estereotipo familiar, ni vivir juntos, ni la ciudad ni mis caprichos —confesó con el corazón en la mano. Su pareja no lo miraba, solo lo contenía y lo mimaba con sus manos, acariciando sus cabellos—. Lo único que siempre he querido has sido tú, y si ser una familia es lo que tú quieres permaneceré a tu lado y te acompañaré para que lo consigas y seré ese soporte que necesitas, incluso aunque no pueda sostenerme ni a mí mismo.

No esperó una respuesta y prosiguió. Apretó el cuerpo ajeno, sintiendo sus latidos y asimilando nuevamente su dolor.

—Tu sueño es el mío, y así será siempre —anunció—. Sin embargo, necesito que te aferres a él y te mantengas tan fuerte como siempre has sido, porque si tú caes, caemos los dos. Si te rindes ahora dejarás de ser el testarudo del cual me enamoré, y eso no puedo permitirlo.

—No pienso rendirme, Dazai, no —declaró Nakahara, separando su cuello del rostro de Osamu para poder besarle la frente, aún con las lágrimas cayendo sin medida. Su voz temblaba con violencia y su tacto aún más—. Pero duele, duele como el maldito infierno. Es como si fuese al paraíso y luego me echasen a patadas.

—Siento lo mismo —aseguró Osamu con pequeñas lágrimas bailando de lado a lado. Respiró con pesadez—. No necesito sentir que tenemos una familia como tal, porque para mí ya la tenemos, aunque sea pequeña y esté rota.

—Tienes razón —murmuró Nakahara, aún temblando y con los ojos aquejados por la hinchazón. Deslizó sus manos desde los cabellos de su amado a sus mejillas, elevando ese rostro que quería permanecer cabizbajo, para poder mirar aquellos ojos tan rotos como los suyos y reflejarse en ellos. Se miraron el uno al otro con las mismas tristezas, tanto las viejas como las nuevas. Los ojos rojos y cristalinos y entrecerrados de Chuuya, quien buscaba sonreír a pesar de las lágrimas que caían sin control, otorgándole así a su pareja una sonrisa que luchaba por ser fuerte, pero que mostraba todo su sufrimiento y sus temores; Dazai torció sus labios y sus ojos se achicaron también, cerrándose con ímpetu y dejando caer también sus lágrimas, camufladas por la oscuridad de sus ojos y de la noche misma. Aquellas lágrimas que Chuuya jamás veía, pero que siempre aparecían por él.

Y se abrazaron por milésima vez en aquella noche en la cual imperaban los vendavales y la luna regía sobre las penurias ajenas y, tan bella como indulgente, iluminaba las almas de aquella pareja que se amaba a pesar de las tristezas que los azotaban.

Dazai rompió el abrazo para tomar la nuca de su pareja y pegar sus frentes, mirándose una vez más como les encantaba hacer, compenetrándose en el otro, porque aunque todo se derrumbase, al mirarse así firmaban una vez más ese contrato implícito donde se juraban que seguirían aquel romance tormentoso, y donde se exclamaban a llama viva que se amaban, y con ello se daban las fuerzas para prepararse para la rutina que volverían a afrontar al día siguiente, en la lejanía del otro.

Suspiraron, se besaron con la misma delicadeza que poseían sus almas, endebles y descompuestas, y se acarició la oscuridad con el mar.

Dazai bajó del auto y, sin importarle la discreción usual, se agachó para pasar por la puerta y tomar la mano de su omega una vez más, acariciándola y dándole todo de sí en ese tacto, para que su esencia lo acompañase y no sintiese así la soledad de aquella noche que pasarían separados, como tantas otras.

Una vez cerrada la puerta del auto, se miraron y se sonrieron con la tristeza de dos amantes que vivían una vida repleta de vicisitudes, porque su amor era triste y problemático, pero era fuerte. El hilo podía doblarse y estirarse, pero nunca romperse.

Dazai permaneció fuera de su apartamento observando el auto perderse en la negrura de la noche a la lejanía y suspiró. Su único consuelo era que, con suerte, podría visitarlo el fin de semana siguiente, según dictaba el reglamento entre ambos. Y en el transcurso de la siguiente semana volvería a ver a sus niños y alegrías, y podría sentirse vivo de nuevo; pese a no tener ningún sueño propio como le dijo a su pareja, se consolaba constantemente en el amor de la familia que quería anhelar junto a Nakahara.

Suspiró una vez más e ingresó a su departamento y, antes de dormir, rememoró su último beso y la risa de los niños; su alma rota y su sueño robado se sobrecogieron ante ese pensamiento. Como si fuese un crimen, sonrió sutilmente y se entregó al sueño, rogando que así el tiempo pasase más rápido para poder ver a su omega y a sus pequeños de nuevo, y rezando por poder sobrepasar la soledad de aquella noche, tan desoladora como todas las demás que pasaba lejos de Chuuya Nakahara, su pareja destinada y el amor de su vida.

Porque en aquel momento de sus vidas ya no eran una pareja, eran mucho más que ello; se trataba de un lazo entre ellos más fuerte que la muerte misma que los rodeaba día y noche; era una unión sin precedentes que resultó de un amor adolescente y un celo compartido.

Porque sobre instintos y amores, Doble Negro sabía más que nadie.

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Esencial leer la notita siguiente.

GRACIAS❤️

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