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9

Chuuya lo miró atónito, y también molesto. ¿Qué clase de mentira era aquella?

Sus ojos fueron entonces un mar de dudas, mientras que los ojos de Dazai se habían oscurecido de nuevo, sintiendo aquel color espeso tapar todas las entradas a aquel laberinto en su mirar, echándolo.

—¿Cómo pued...—se interrumpió en cuanto la aparición de una botella de vino en la mesa lo asustó. No lo había visto ni oído subir, ni mucho menos caminar hasta ellos. Volvió a mirar a Dazai, quien había roto su mirada. Chuuya maldijo internamente, ya que sabía que volvería a ser una conversación trivial y retraída donde no entendería más lo que había sucedido recién.

Una vez que vio al mozo abandonar la tercera planta, retomó la palabra, esperanzado de que su compañero no actuara como un imbécil.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Con qué? —preguntó, haciéndose el desentendido.

—¡Con lo de que es "por mi"!

—¿Por ti, qué? Eres tan egocéntrico, Chuuuuya —canturreó, evadiendo como había hecho siempre. El pelinaranja suspiró en rendición—. Bebamos.

—No me gustaría quedar ebrio estando bajo tu tutela, ¿sabes? —tomó la botella de vino en sus manos para inspeccionarla. No pretendería presionar a Dazai para que le explicara sus palabras; lo dejaría ser, las cosas entre ellos recién comenzaban y ya lograría sonsacarle la información en otro momento y a través de otros medios—. Vaya, como dijiste, un vino carísimo pese a ser el más barato.

—De nada, ya sé que soy increíble.

—Sabes —comentó, eludiendo en su totalidad la tontería dicha—, quiero insistir en que me causa desconfianza correr el riesgo de emborracharme estando a solas contigo.

—Qué dramático eres, te he visto ebrio muchas veces —alegó.

—Así es —rio—, pero en ese entonces no querías follarme —Si bien aquello lo apenaba levemente, era hora de comenzar a darle un rumbo a los juegos que regían aquella relación tan extraña. No permitiría que el alfa lo dominase a su gusto, ni mucho menos se permitiría molestarse por no comprender su accionar.

—¡Me ofende! —exclamó Dazai, exagerando, como siempre. Su mano apoyada en su pecho, simulando un dolor desgarrador—. Sin embargo, quiero aclarar dos cosas —sonrió y alzó su mano, levantando dos dedos—. Primero que nada, yo no me muero por follarte —espetó, pese a que internamente bailaba la duda.

—¿Ah, no? —rio—. Creo recordar que en la puerta de la habitación de Kouyou me dijiste que quería estar dentro mío —lo observó desafiante, acomodándose en la silla aún con la botella en la mano, ahora acariciándola y con las piernas cruzadas elegantemente.

Se sonrieron en una batalla que culminaría con el que se mostrara débil ante los encantos del otro.

—No estaba pensando con razón; no soy yo el que te desea, sino que es instintivo —aclaró, jugando con sus manos sobre una de las copas—. Al igual que tú, te recuerdo, querido destinado, yo estaba en celo.

—Me huele a excusa.

—Te hundes solo, Chuuya, el que me abrió la puerta y luego objetó estar fuera de sus sentidos fuiste tú.

Permanecía intacta aquella batalla implícita. Los ojos de uno luchando por penetrar en los del otro. El mar buscaba tomar la oscuridad y sumergirla en su interior, ansiando dominarla e inspeccionarla; mas los ojos marrones no lo permitirían tan fácil.

—Yo no miento —le recordó—, pero de ti no puedo decir lo mismo.

—Vaya, tampoco puedo defenderme contra ello —se burló, intensificando sus miradas y acercándose un poco más a la mesa.

—Y pues, dime de una vez, Osamu —suavizó su voz y observó la reacción de su compañero, atento a sus movimientos, dirigiendo miradas esporádicas a sus piernas, las cuales permanecían cruzadas y al alcance de su visión—. ¿Cuál es la segunda aclaración?

—Ah, pues solo recordarte que puedo ser una basura sin códigos ni ideales —suspiró, mirándolo profundamente—, no obstante, ni siquiera alguien como yo sería capaz de aprovecharse de alguien ebrio.

—De acuerdo —le sonrió tentadoramente—, haré de cuenta que te creo.

—Entonces, ¿por qué no abres esa botella? Brindemos.

—Porque ahora es mi turno de aclarar algo.

—Soy todo oídos —le sonrió, apoyando sus manos en la mesa—. Y todo ojos, para ti —le guiñó y rio.

—Si yo te digo más tarde que quiero que me folles aquí y ahora, que te deseo, que quiero que me hagas cachorros, que me gustas, o cualquier cosa —se inclinó sobre la mesa, acercando la botella—; es obra del alcohol, por lo tanto, tampoco quiero otorgarte la oportunidad para que justifiques alguna estupidez tuya con aquello.

Dazai rio fuertemente, golpeteando la mesa con sus dedos. Chuuya lo miró con decisión.

—Sabes, dicen que los deseos de un ebrio son los verdaderos que perduran —lo examinó, burlándose—. Es decir, si tú dices que quieres que te marque luego de un par de copas es porque realmente lo quieres.

—Tal vez solo sea mi instinto omega el que lo desea.

—Me da igual, te he dicho que no me aprovecharé de alguien alcoholizado. Deberías tenerle más fe a tu alfa —le sonrió victorioso. El omega se mordió el labio—. Ya he aprendido a unir mi instinto a mi cuerpo y a adaptarme. Ahora te toca a ti.

—Qué tonterías dices.

—Quieres darme clases de cómo expresar mis sentimientos, buscando sonsacarme información que no pretendo dar a conocer, ese es tu juego, ¿no es así? —Chuuya se mantuvo ecuánime—, sin embargo tú no eres capaz de conocerte y reconocer tus propios anhelos.

—Di lo que quieras, Dazai —evadió, abriendo la botella—. Yo ya te he dejado claro las cosas al respecto.

—Qué cabeza dura eres —suspiró—, pero en fin, ¿qué más da? —elevó sus brazos en señal de desinterés—. ¿No es más fácil no beber? O podrías no tomar hasta darte vuelta la cabeza.

—No lo haré, pero de cualquier forma, tú has invitado y es un buen vino. Responsabilízate.

—De acuerdo, alcohólico.

—No lo soy, bastardo.

La batalla había acabado. Y pese a que ninguno ganó, Dazai había rozado la meta.

—Por cierto, ya que tanto hablas de alcohol y control y responsabilidad —movió sus manos con molestia—, cuando salgamos me dejarás que libere de nuevo mis feromonas sobre ti.

—Y, ¿por qué habrías de hacer eso?

—Porque este lugar estalla de alfas. Cuando llegamos y tú te dedicabas a mirar, ellos se dedicaron a mirarte a ti —cerró su puño con fastidio—. Ha sido repugnante.

—Comprendo y comparto. Pero no quiero que te entrometas, porque tampoco quiero que crean que te pertenezco —anunció y comenzó a servir el vino en las copas.

—No te estaba pidiendo permiso, Chuuya, te estaba avisando.

Nakahara estaba preparado para reclamar, mas se vio interrumpido nuevamente por el mesero, quien traía los platos de entrada. Lucían estupendos.

Agradecieron la comida y comenzaron a comer con saña.

—Sabes, Chuuya —comentó Dazai mientras se limpiaba los labios—, no quería decirte nada pero te ves muy bien.

—Ya lo sé, por eso es que tardo —respondió. Aquellas palabras lo habían desacomodado, sobretodo por provenir de su compañero. Sin embargo, le había hecho sentir bien. Ojalá algún día lograse acostumbrarse a los cumplidos de su parte—. Me gustaría decirte lo mismo, pero ni siquiera te molestaste en cambiarte.

—Sé que igual te gusto, Chuuuuuuya.

—No me gustas. Pero con esta cena has avanzado un poco.

—¿Me estás aceptando como tu alfa? —se mofó, abriendo sus ojos drásticamente. Conocía la respuesta que recibiría, mas aún así, pese a ser una broma, poseía un imperceptible deseo esperanzado de que así fuera.

—Estás loco. Solo he dicho que has avanzado —comentó,  bajando su voz.

—¿Es decir, entonces, que estoy más cerca de serlo? —persistió Osamu.

—Tal vez —fue su respuesta. Había decidido aflojar un poco, debido a la buena salida que le había ofrecido. Al menos, a su manera, el más alto se estaba esforzando lo suficiente como para obtener alguna luz verde. Nada de aquello tendría sentido si Chuuya no se prestaba para ayudar.

Se sonrieron. Sonrisas satisfactorias y miradas dulces y atrevidas, de sorpresa y de emoción.

—De cualquier forma —prosiguió—, sigo sin quererte muy cerca. Estás advertido —lo apuntó con el tenedor.

El almuerzo continuó sin intervenciones. Dazai se burlaba y Chuuya trataba de beber poco. Comentaron por arriba las misiones que había hecho el menor en esos días que estuvieron separados; hablaron de que luego de aquella paz llegaría mucho trabajo. Sin embargo, Chuuya no quería hablar de eso.

—Demonios, ¡esto es delicioso! —exclamó, degustando la comida con mayor placer del que su compañero lo había visto expresar en su vida. Este último no pudo evitar pensar que ojalá disfrutara de igual forma cuando lo tuviera bajo suyo.

—Lo sé, pienso lo mismo —comentó aburrido. Le gustaba ver al omega comer porque era particularmente gracioso y le satisfacía contentarlo con la salida, mas él tampoco quería hablar de la comida ni del trabajo—. Sabes, perchero, creo que siempre me has atraído —soltó sin más con grandes pizcas de desinterés. Sin embargo, dentro de sí estaba revolucionado. Si bien estaba dentro de sus planes conquistar al omega, se le estaba volcando de las manos. Se odiaba a sí mismo por lo cambiante que podía ser con él, como podía ser tan meticuloso y tan torpe al mismo tiempo. Al fin y al cabo, para el amor nunca se puede hacer planes; todo era una tormenta de imprevistos. Maldijo a Oda, esperando que éste estuviera orgulloso de sus estupideces y sus consejos.

Chuuya se atragantó con la comida y bebió un largo sorbo de vino. Dazai permanecía imperturbable.

—¡Qué dices, bastardo!

—No esperaba otra reacción de ti, Chuuya —se burló, internamente aún sorprendido de su propias palabras. No obstante, ya era tarde, debería seguir. Ya había eludido muchas cosas esos días—. Solo digo eso, que creo que tu patético rostro siempre me ha gustado. Que eras tan tonto para mí, con el coeficiente intelectual de una nuez.

—Ya entendí, desperdicio de vendajes —comentó en voz baja, inundada en molestia, apretando su puño.

—Vaya, Chuuya. Tendrás que hacer algo con esa ira contenida, de caso contrario el bebé la pasará mal cuando quedes embarazado —se burló, apoyando su rostro en su mano. Su compañero iba a estallar—. En fin, era una bromita y ya, no te alteres.

—¿Quieres llegar a tu punto? —le cuestionó, echando humos. Nunca había juntado tanta paciencia hasta ese momento. Para golpearlo tendría que pararse y llegar al otro lado de la mesa, lo cual era mucho esfuerzo. Podría también, simplemente, arrojarle el corcho de la botella con la fuerza suficiente para perforarle el cráneo, pero no podría tapar el buen vino.

—Pues, tal vez todos tus defectos me convencían de que no podías gustarme, pero ahora que somos destinados —sonrió, irritando al más bajo—, y nos hemos propuesto conocernos y abrirnos, puedo ver que siempre ha habido algo que me atraía hacia ti.

—¿A qué te refieres? —interrogó, aún molesto y más confundido por sus palabras. Esta vez no lo dejaría pasar—. Nunca has hecho nada más que intentar perjudicarme e irritarme. Además, diablos, Dazai, ¿qué dices? Nunca te has preocupado por mí.

—Nunca me he preocupado por nadie, Chuuya —expresó, con una voz que significaba que no había pensado en eso. O que no quería hacerlo—. Ni siquiera por mí mismo, creí que era obvio.

Se miraron, mas esta vez no fueron miradas de regocijo. Fueron miradas de compasión que iban y volvían. Ambos sabían que era verdad. Y ambos podían sentir lo que el otro sentía, tan vívidamente como si fueran uno solo. Dazai luchaba por no dejar escapar ningún sentimiento ni debilidad expuesta, pero Chuuya podía sentirlo todo, podía conocer todo aquello reprimido. Por primera vez en todos esos meses, pudo ver al verdadero Osamu que se escondía detrás de sus miradas cínicas, burlonas y despiadadas. Le permitió ver más de él, tal vez sin siquiera pretenderlo, para demostrarle que era honesto. Nunca se había abierto a nadie. Nunca había creído en la posibilidad de albergar algún sentimiento que no fuera desprecio, tanto por los demás como por su pobre alma.

Y en aquel momento, al ver a Nakahara y permitirle conocer ese lado que siempre luchó por mantener hundido, se preguntó cuántas cosas más se había ocultado a sí mismo.

—Sí, me gustaba tu sonrisa. Me gustaba tu patética lealtad sin sentido. Me gustaba hacerte enfadar —prosiguió, mirándole con la misma pena desbordar de sus ojos. Chuuya se sentía eternamente conmovido, con el corazón galopando a velocidades que fácilmente podían culminar en un paro cardíaco; aquel hombre que juró destruir innumerables veces, se mostraba frente a él, tan frágil, entregado como el día anterior—. Quiero decir, nunca lo pude ver.

Chuuya se veía incapaz de responder ante todo aquello. Se sentía abrumado por la situación, además de que, por más egoísta que fuera, le gustaba ser la única persona capaz de ver ese lado del alfa, la única persona que le provocaba aquello. Sentía tantas ganas de contenerlo y calmarlo, decirle que estaría para él. Pero nunca le gustó prometer cosas que no cumplirá. Y era por ello, que todo se resumía a querer, y no a poder.

—Sin embargo, te molesto porque es muy fácil llevarte a tus límites —bromeó, despejando un poco el ambiente—. Siempre me has parecido patético, por lo que no podía ver tus cosas buenas —sonrió—, que tampoco son tantas, así que no te hagas ilusiones.

Había retomado su postura y había vuelto a ser un patán. Sin embargo, aquel Dazai torpe de corazón roto le había llenado el alma. Ese Osamu vulnerable había cavado un pequeño lugar en su corazón, al cual había disfrutado acelerar. Y si lo pensaba, siempre despreció a su compañero por el trato que recibía de su parte, mas nunca había negado que aquel bastardo fuese atractivo. Nunca lo había negado. Y menos aún había rechazado la idea de que admiraba de sobremanera su inteligencia.

Luego de eso, finalizaron la comida en silencio, salvo la bella música lenta y relajadora que sonaba por los parlantes.

—Este lugar no posee ventanas, qué extraño —observó Chuuya, despejando su mente de las cavilaciones recientes y, a su vez, esquivando el tópico anterior—. Bueno, sí las posee, pero todas cubiertas con cortinas. ¿No es extraño? Digo, es mediodía.

—No es extraño, es romántico —contestó con una voz divertida, pero levemente seductora, agitando el contenido de su copa. Al pelinaranja le asombraba la capacidad del castaño para adaptarse a la situación y acomodar sus sentimientos, adentrándolos completamente.

—¿Ha sido idea tuya?

—Por supuesto que no —rio con delicadeza—. Tampoco soy tan fetichista.

—No quiero confirmarlo —respondió, haciendo un gesto de repulsión.

—¿Estás seguro? —inquirió, acariciando cada palabra. Chuuya le dedicó una mirada retadora acompañada de una bella risa burlona, delicada. Demasiado delicada y agraciada para unos labios que maldecían todo el día.

—Vamos, Chuuya, bailemos —extendió su mano, expectante. Su compañero lo miró con confusión, tanto por la propuesta como por el cambio de tema tan súbito. Sus manos, temblando—. Puedo verte mover levemente tu cuerpo, tus piernas deslizándose lentamente de lado a lado. Sé que te gusta esta música, bailemos.

Nakahara se sintió desnudo. No había notado aquellas cosas que salieron por naturaleza, y odiaba que fuera Dazai quien las percibiera. Miró sus ojos oscuros, luego posó sus azules en la mano tendida hacia él. Y, finalmente, volvió a mirar aquella espesa oscuridad que esperaba por devorarlo en aquel baile; esos ojos que brillaban con el fulgor de la intensidad, que le pedían sentirlo en sus brazos, dejarse llevar como solo ellos sabían cuando sus cuerpos se unían en una pieza invaluable. Era nada más que una excusa para sentirlo cerca de él, y lo sabía. Tomó esa mano, aún mirando a los ojos de su compañero con cierta duda. Ciertamente, estaba hundiéndose en aquel mirar, acentuado por las luces tan tenues de la sala, tan hipnóticas al reflejarse en el rostro de Osamu y dejar ver sus rasgos y ocultar aún más el color de sus miradas.

Se pararon juntos, en sincronía. De la misma forma y con timidez, bajaron de la plataforma del centro. Primero lo hizo Dazai y lo siguió Chuuya.

Ninguno sabía bailar, ninguno sabía tomar ni dejarse tomar. Ninguno conocía la canción ni las melodías. Pero ninguno las olvidaría.

Comenzaron a moverse, incapaz de dirigir su mirada a otro lado que no fuesen los ojos de su pareja. Una mano de Dazai en la cintura del omega; la otra, enlazada con la de su compañero. La mano libre de Chuuya, en cambio, en el hombro del más alto.

—¿Por qué diriges tú? —se quejó, con gracia, aún con su mirada instalada en el alfa.

—Porque yo he sido quien ha invitado —le sonrió. No quería despegar su vista de aquel mar que constantemente lo ahogaba en su belleza y profundidad. En aquel preciso momento, solo quería sumergirse en él y no volver a salir; así jamás volvería a sentise vulnerable ante los ojos de nadie más. Solo sería ante él. Solo Chuuya lo vería y lo querría así, y solo él sería capaz de sostenerlo.

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