7
Habían arribado a la habitación que ambos compartían luego de otro largo camino de silencio. Ni siquiera Dazai hablaba. Una vez que abandonaron el bosque se rompió la burbuja que los envolvió aquella tarde; la magia creada por ellos mismos, producto de los sentimientos e impresiones de los adolescentes, los había cubierto completamente, cegándolos de todo lo que no fuera su acompañante, ensordeciéndolos de los ruidos de la ciudad y haciéndolos inmune a cualquier cosa que no fuera la delicadeza del toque del otro.
Aquellas horas que habían pasado dentro de ese hermoso bosque, hora que jamás dejarían escapar de sus memorias, los había privado de todo el mundo de violencia y soledad en el que vivían, como si pudiesen dejar sus pasados atrás e intentar ser felices juntos.
Sin embargo, una vez fuera de aquella utopía, los invadió el olor a sangre de Yokohama, aquella maldita ciudad que amaban. El hechizo se rompió y cada uno bajó a la tierra, sintiendo nuevamente la lejanía del otro y el deseo de sentirse nuevamente. Se miraron, el mar chocando contra la oscuridad, sintiéndose incapaz de mezclarse el uno con el otro. Habían mirado hacia el suelo y emprendido el largo camino.
Al llegar al pasillo que guiaba a sus aposentos ya se encontraban un poco más sosegados, sin sentir tan intenso aquel distanciamiento entre ellos. Chuuya abrió la puerta e ingresaron. Una vez dentro, cada uno se arrojó a su respectiva cama.
—Chuuya, ¿tú ya te quedas? —rompió el hielo. El aludido lo observó con detenimiento en aquella habitación semioscura.
—Pues ¿no es obvio? ¿Adónde iría? —acomodando su almohada.
—No lo sé. ¿Eso significa que no me evitarás más? —sonrió socarrón.
—Al menos por hoy, no me han surgido ganas de huir de ti.
—Entonces, acompáñame —contestó tranquilo.
—¿A dónde? —preguntó con desinterés—. Tengo intenciones de descansar.
—Vamos, no seas aburrido, Chuuuuuuya —protestó—. Estaba por ir a Lupin —le sonrió con un deje de burla, recordando sus celos. Vio su cara de molestia—. Podría presentarte a mis amigos, ¿no lo crees?
—¿Y para qué querría relacionarme con alfas? —se recostó refunfuñando—. Agradezco tu generosa oferta, pero no tengo interés.
—No lo sé, dime tú —comentó Dazai más bajo—. Fuiste tú el que se estaba dejando cortejar ayer por el subordinado de Kouyou.
—Eso no es así —exclamó el omega, acostado sobre su espalda y apoyado sobre sus codos—. De cualquier forma, no tengo por qué explicarte nada —se recostó de nuevo—. Así que vete.
—De acuerdo —se quejó—. Pero no me gustó nada. Al igual que a ti no te gustó verme con Odasaku —Chuuya se volteó con indignación en su mirar. Luego de unos segundos respondió.
—A pesar de eso, tú no dejarías de ver a Oda, lo cual me parece correcto. Yo no tengo por qué interferir en tus relaciones con los demás, como tú no debes meterte en las mías —dictó. Dazai asintió, por supuesto que no se alejaría de Oda. Chuuya tenía razón—. Por lo que te pido que no confundas las cosas. Accedí a darte una oportunidad, lo cual no significa que triunfarás. Es simplemente una única chance, que con tu posesividad echarás a perder —lo miró firme—. Yo no soy cualquier omega ni me dejo cortejar por cualquiera. Deberías saberlo.
La mirada tan intensa entre ambos. Dazai, al contrario de sentirse intimidado o decepcionado, se sentía arder en deseo por su compañero. Verlo de esa manera, tan imponente y no como el enano patético que solía ver, lo volvía loco. Le encantaba sentirse desafiado y que fuera tan testarudo y fuerte. Y lo que provocaba un inmenso incendio en su pecho, era que fuera un omega tan imponente y difícil de someter; su alfa interior adoraba aquello.
—De acuerdo, Chuuuuya —sonrió ampliamente—. Ya te he dicho, tomo tu reto. Te ganaré, te lo aseguro.
Ambos se sonrieron. Ninguno la tendría fácil. Luego de una mirada decidida de ambos, Dazai abandonó la habitación para ir al bar. Chuuya simplemente decidió dormir, convencido de que el alfa lo hartaría esos días siguientes. Dedicó una mirada de ternura al ramo improvisado de flores que aún llevaba en sus manos. No lo había soltado en todo el día. Lo olió, inhalando aquella fragancia surtida que emanaba de ellas, tan delicadas. Al observarlas con detenimiento notó que no habían sido arrancadas; segramente, su compañero las había recolectado en el camino a medida que las veía caídas. Sonrió y las acomodó junto a su almohada.
Dazai llegó a Lupin. En verdad, no tenía planes de pasar mucho tiempo, se sentía cansado. Pero debía encontrarse con sus amigos. Ingresó y solo vio a Oda en la barra, el lugar de siempre.
—Dazai —oyó cuando ya se estaba sentando junto a su amigo.
—Odasaku —sonrió—. ¿Ango no ha podido venir?
—Tenía trabajo que hacer, ya lo conoces —tomó de su vaso—. Le dije que intuía que aparecerías por aquí, así que me dijo que se pasaría por aquí cuando terminara.
—Eso significa que no vendrá.
—Exactamente —asintió mientras vaciaba su vaso. Respiró con tranquilidad—. ¿Qué te trae por aquí? ¿No ibas a seguir con tu plan? —cuestionó—. Deberías estar con él.
—Oh, por supuesto que lo he seguido —sonrió mientras apoyaban su bebida frente a él. Apoyó su rostro sobre su mano, con su codo en la mesa—. Todo a mi favor, como predije.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —lo miró y repitió—. Deberías estar con él.
—Pues sí, pero ya sabes, es mi compañero de habitación y de trabajo. Me sobran las horas para verlo —respondió—. Además, se encontraba cansado. Y cansado, ese enano se pone de malhumor —dijo con tono amargado, revoleando los ojos. Oda rio.
—Siempre eres tan secretista con este tipo de cosas. Cuéntame —inquirió Odasaku.
—Pues, solo lo llevé al bosque con un pretexto de una falsa misión —rio, restándole importancia al asunto—. Se enfadó, lloró y nos abrazamos —comentó con tono aburrido. Su amigo se daba cuenta de su clara intención de disimular sus emociones.
—¿Es necesario que debas ocultar de esta manera tus sentimientos?
—Oh, ¿a qué te refieres? —simuló una duda demasiado fingida. Oda prendió un cigarrillo y lo miró.
—Ya sabes. Toda esta cubierta de desinterés que llevas —explicó—. Si has venido aquí es porque te ha importado. ¿Tan complicado es para ti reconocer ante los demás que te has enamorado? —le dirigió una mirada intensa—. Ni siquiera Ango se encuentra aquí. Somos solo tú y yo. ¿Te avergüenza admitir frente a mí que Chuuya te trae loco? —suspiró y miró su cigarro—. Créeme que si el pequeño estuviera escuchándote ahora mismo, todos tus progresos desaparecerían.
—De acuerdo —rio—. Me tienes.
Mas no añadió nada. Permaneció en un silencio donde se dejó tocar por la música lúgubre de aquel bar, con los murmullos de las demás almas vacías, como la de él. Podía sentir la mirada de Oda sobre él, acusándolo y presionándolo. Mas, conociéndolo, no diría más palabras que las dichas minutos atrás. Dazai volteó hacia él y suspiró.
—Fue increíble. No conseguí besarlo ni nada, pero lo sostuve en mis brazos y me sentí completo. Me olvidé de lo estúpido y fastidioso que él puede llegar a ser —sonrió con añoranza—, lo único que podía volar en mi mente era lo bien que me hacía sentir.
—Eso es lo que importa, Dazai.
—Sabes —prosiguió el castaño—, cuando le expresé mis sentimientos no me reconocí. Me había dejado llevar de manera tal que me sinceré más de lo que en mis cabales me hubiese permitido —. Se golpeó la frente. Bebió un sorbo de su vaso—. Le dije cosas que ni siquiera había notado que sentía. Fue...
—Como un hechizo —completó su amigo—. ¿No es así?
—Así es —ambos se sonrieron en complicidad. Comenzaron a hablar de los últimos pequeños trabajos de Oda.
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Chuuya fue despertado temprano por un hiperactivo Dazai que sacudía su hombro con frenesí pero delicadeza.
—Chuuuuuuuya, vamos, enano dormilón —entonó—. Es un nuevo día, y uno largo, por cierto.
—¿Qué demonios te sucede? —le exclamó con los ojos abiertos fuera de sus órbitas. El alfa solo le sonreía. Intuyó que este había visto el ramo que había dejado cariñosamente al aldo de su almohada a la hora de dormir. ¡Qué descuido!
—Hoy comienza oficialmente mi cortejo —expresó divertido. El omega abrió sus ojos aún más y dejó su boca entreabierta. Quería protestar y decirle que se lo estaba tomando demasiado a pecho, pero sabía que sería en vano.
—Entiendo —asintió de manera cautelosa. Buscaría alguna manera de salvar aquella situación. Si seguían así, tendría una sobredosis de Dazai y lo apuñalaría con su cuchillo favorito—. Sin embargo, es una lástima. Ayer ya tomamos el día por tu jueguito, de seguro Mori tiene encargos para hoy —comentó, intentando levantarse de la cama. Fue ahí cuando notó que Dazai lo tenía inmovilizado por abajo de su cadera, sentado en sus piernas. Maldito bastardo incansable.
—Qué tierno. No tienes de qué preocuparte, Chuuuuuya —canturreó—. Todo esto ha estado arreglado con Mori.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —le contestó con ojos asesinos. ¡No podía ser que el jefe de la organización apoyara a un imbécil de casi dieciséis años a conquistarlo!
—Claro que no, aunque no sabe todo —sonrió—. No quería compartir mis planes, para serte honesto, pero no me dejó opción. Necesitaba su permiso para ausentarnos sin luego soportar su sermón —elevó aus hombros, despreocupado. Miró a Chuuya alegremente—. Te manda saludos.
Segundos después, Dazai se encontraba tumbado en el suelo; Chuuya, encaminado al baño.
El último nombrado se miraba al espejo abrumado. Dazai arrebataba toda su calma, lo despertaba bruscamente poniéndole sus pelos de punta. Le daba la mano y el otro le tomaba el codo.
Se lavó la cara y se preparó. Se acicaló y salió. Lo primero que vio fue a su compañero, aún tumbado en el suelo. Chuuya, aún en pijamanse aproximó a él y se paró imponiéndose sobre él, con sus pies apoyados a la altura de las axilas del otro. El alfa lo inspeccionó con descaro, y el omega lo supo. Si bien su reacción inmediata fue avergonzarse, progresivamente ya se estaba adaptando a las nuevas miradas de su compañero, a veces dulces, a veces lascivas. Sin embargo, seguían siempre presentes las miradas de burla y superioridad, que lo enervaban e irritaban irremediablemente. Decidió tomar ventaja de las diferencias entre ambos, por primera vez.
—¿Qué te sucede, bastardo baboso? —le preguntó con tono hostil, sin embargo, suavizándolo sutilmente—. ¿Por qué no te has levantado aún de ahí? ¿Tanto te gusta imaginarte cosas retorcidas? —manteniendo sus piernas rectas a cada lado del cuerpo del otro, inclinó su torso hacia abajo, logrando acercar así su rostro al de Dazai. Sus brazos, cruzados—. ¿O pensabas formas de cómo morir en esta posición?
—De hecho, a mí me gustaría saber qué haces parado así sobre mí —le sonrió seductor. Por supuesto que había entendido el juego—. Además, sigues en pijamas, ¡qué atrevido, me encanta!
—Ni siquiera estoy tocándote —se acercó un poco más—. Por más que te gustaría, adivino.
—Qué omega tan único eres, tan difícil de tomar. Y cómo me conoces, Chuuya —susurró. Sonrió victorioso. El aludido intentó comprender las palabras y no notó el momento en que sus tobillos fueron tomados con fuerza, haciéndolo caer sentado sobre el pecho del otro.
No quiso reconocer que su cuerpo, nuevamente, se sintió tan complacido por el simple tacto de Dazai, con solo sentirlo tan cerca de su cuerpo, y se intensificaba al saber que se encontraba debajo de él. Juntó todo su autocontrol. Por más que deseaba a su compañero, o bueno, más bien lo deseaba su omega interior; tenía que ser capaz de burlarse de Dazai, al menos una vez. Confiaba en poder dejar salir su instinto solo lo necesario para reír al último.
Ninguno de los dos reía. Ambos se encontraban sumergidos el uno en el otro, en sentir la presencia y el toque ajeno, bajo una intensa hipnosis que solo los dejaría hábiles para disfrutarse mutuamente.
Mientras Dazai ya se encontraba correctamente vestido con su traje y solo faltaba la corbata, Chuuya seguía con su remera blanca y sus pantalones cortos, cosa que le daría ventaja. Observó hacia abajo, sus manos posadas en el pecho del otro, con los ojos concentrados en los primeros botones abiertos enseñando el pecho que se elevaba y descendía notoriamente. Se movió hacia atrás lentamente, acercándose a la entrepierna de Dazai. Este lo notó y lo retuvo tomándolo repentinamente de las caderas.
Ambos reaccionaron inesperadamente ante eso, estremeciéndose y enardeciendo la llama entre sus cuerpos. Chuuya posó sus manos sobre las del alfa, causando aún más sensaciones nuevas, decidido a completar la idea, por más difícil que lo viera.
Sin embargo, Dazai fue más rápido. Si jugaban, jugarían bien. Liberó sus feromonas de manera intensa, impidiendo al omega pensar con claridad, provocando que éste lentamente liberase las suyas de igual manera. Y se miraron finalmente, los ojos unidos. El mar agitado y caluroso, contra aquel laberinto cada vez más despejado, ambos llenos de pasión.
Los olores de ambos formaban uno solo, completamente homogéneo. Chuuya terminó de posarse sobre la entrepierna erecta de su alfa, provocando una oleada de calor aún más fuerte entre ambos. Dazai reafirmó su agarre sobre la cadera y comenzó a moverla, otorgando más placer a ambos cuerpos.
Los sonidos y olores invadían la habitación, y Chuuya decidió que hasta ahí llegaría. Se moría de ganas de entregarse a Dazai, mas este aún no lo merecía. Su ser se encontraba completamente invadido y dominado por las feromonas del alfa bajo él, mas su voluntad por no perder ante este era superior. Con las piernas temblando, tomó las manos del otro con decisión y duzura, disfrutando el tacto que se iba a romper, y separó sus ojos de los ajenos. Acumuló toda la fuerza de su pequeño cuerpo y se levantó de un tirón, dejando a un Dazai sorprendido. Lo miró victorioso, mas increíblemente excitado y contrariado por la insatisfacción que arremetió contra él. Se alejó al otro extremo de la habitación a buscar su ropa, completamente debilitado.
—¿Adónde me llevarás? —interrogó con un tono desinteresado. A pesar de sentir su entrada dilatada y húmeda y tener a su instinto omega aquejumbrado, se sentía invicto. Miró al lugar donde se encontraba su compañero al no recibir respuesta, viéndolo con las manos en su rostro, seguramente en una batalla interna. Su autocontrol contra su instinto alfa.
Decidió no arriesgarse más de la cuenta, por lo que optó por vestirse en el baño. Refrescarse a su vez tampoco le vendría mal.
Al salir, se sorprendió de por fin encontrar a un Dazai recompuesto en su propia cama, mirándolo con ojos despectivos.
—Qué despreciable puedes llegar a ser, Chuuya Nakahara —le dedicó una sonrisa torcida por la desazón. El más bajo, ya completamente arreglado, solo rio—. Pero no te daré el gusto de dejarte en paz, de igual forma te llevaré conmigo hoy y de castigo te pagaré el vino más barato del restaurante.
—¿Un restaurante? Ahí no nos darán alcohol —refunfuñó—. Somos menores.
—Y ¡vaya que a ti se te nota! —se burló Dazai. Recibiendo una mirada por parte del otro que le decía claramente que disfrutara de lo de hoy porque no volvería a suceder. Se rio con amargura.
—Encima de tus estupideces piensas darme vino barato, qué descarado eres —se quejó en voz alta, cruzando sus brazos.
—Descarado eres tú, seduciéndome con tus cualidades de omega —le encaró—. Además, tú te has cambiado de ropa. Me acusas a mí de posesivo, pero mírame—le dijo, acercándose y abriendo los brazos. Su camisa ya se encontraba arreglada y con la corbata—, ¡apesto a ti!
Chuuya rio. No podía negarlo. Ambos olores formados durante aquel encuentro habían quedado impregnado en Dazai y toda su ropa. Sin embargo, podía sentir que sobre su cuerpo también había rastros de que las feromonas del alfa habían danzado junto con las suyas sobre su piel. No se lo quitaría solo cambiándose la ropa, era algo aún más íntimo y evidente que eso.
Se miraron, repentinamente avergonzados de haber disfrutado de la experiencia anterior. Ellos, y solamente ellos, sabían lo que pasaba cuando se encontraban juntos, y lo sabían perfectamente.
Se atraían sin reparos y sus naturalezas alfa y omega soñaban con encontrarse y fundirse. El problema era cuánto tiempo se habían llevado mal, cuántas bromas de mal gusto e insultos circularon en todo ese tiempo de conocerse. No se odiaban como tanto aseguraban, eso ambos lo sabían pese a que jamás lo dirían. Sin embargo, aquella relación agresiva entre ambos había marcado un límite implícito que les hacía creer que no podían otorgarse un trato cariñoso, que jamás existiría una posibilidad de amarse y anhelarse.
Todos esos meses de convivencia les había convencido de que su relación no podía torcerse para algo fuera de los golpes e insultos, y sus propias vidas, tan solitarias como desbordantes de dolor, les había implantado la creencia de que no habían sido creados ni para amar ni para ser amados. Y ése era el problema que debían resolver para poder verse sin miedo, tocarse sin sentirse fuera de lugar y permitirse descubrir la felicidad.
Aquello era lo que debían afrontar. Y lo harían juntos. No obstante, ambos habían dado un paso ya. Chuuya había decidido arriesgarse a refutar esa idea, a probar si era posible poseer un corazón merecedor de amor. O si podía ser algo más que una herramienta de destrucción, un humano capaz de sentir y hacer sentir; Dazai, por su lado, había decidido perseguir aquella sensación que había descubierto, aquella que le hacía querer afrontar la vida, y luchar por ella.
Ambos estaban rotos. Y ambos buscaban un lazo que fuese lo suficientemente fuerte como para mantener los trozos en su lugar.
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