6
Chuuya no reaccionaba. Dazai se acercó a él, poniéndole el ramo de flores en medio de la cara.
—Petit mafia, podrías moverte, abrazarme y besarme. ¿O acaso debo hacer todo yo? —se acercó invadiendo todo espacio personal. Eso despertó al omega.
—¡De qué cita hablas, enfermo! —exclamó escandalizado—. ¿Qué es esta locura? ¿Qué demonios te sucede?
—¿Es que necesito traducir todo para ti?
—No sé qué pretendes de mí, pero ya deberías abandonar esa estúpida idea de los destinados —respondió, con una gran carga de frustración en sus palabras.
—¿Olvidarlo? —preguntó Dazai, levemente disgustado.
—Así es. Yo no soy tu juguete —proclamó. Sabía que toda aquella circunstancia se mostraba patética en demasía. Sintió vergüenza por la repentina situación de decir aquellas sandeces. Y más aún, al reconocer que las decía en serio.
—Sabes, es ofensivo —exclamó Dazai. Mitad en burla, mitad en incomodidad—. En un inicio quizás hubiese sido para tenerte como mi perro, pero ahora no lo es.
—No tengo tiempo para esto. Déjame en paz —se volteó. No pudo ni moverse más de medio paso porque Dazai se había arrojado encima suyo. Cayeron el suelo, ambos boca abajo y Chuuya debajo.
—Te he traído aquí, tan lejos e inhóspito, a un lugar tan relajante y bello, para que me escuches —dijo despacio Osamu—. Así que no pretendo dejarte ir hasta que me des ese espacio y dejes de evadir todo como un niño.
—¿Quién te crees para decirme niño, niño?
—Eres realmente un idiota.
—Tú lo eres más. Desperdicio.
—Enano molesto.
—Qué insoportable eres, Dazai. ¿No tenías otra cosa que hacer?
—Ojalá pudiera, pero tengo que arreglar estos asuntos contigo —suspiró cansado.
—No hay nada que arreglar —dijo, con la voz distorsionada por ser aplastado.
—Somos una pareja destinada.
—Y ahí vamos de nuevo con lo mismo —murmuró con hastío.
—Te repito lo que te he preguntado el otro día —dijo acercándose a su oído para susurrar—. ¿Vas a seguir negando lo que sucede entre nosotros, Chuuya?
Chuuya se estremeció debajo de él.
—Quítate —le escupió.
—Chuuya, que no te haré nada. Pero si me levanto escaparás —explicó con un tono claramente desinteresado—. Además, eres cómodo.
—Quítate, ¡pesas mucho! —exclamó mientras se removía como una lombriz.
—Ya basta, Chuuya, estás excitándome con tus movimientos —se burló Dazai. No era mentira.
—¡Quítate, demonios! —gritó, demostrando que, una vez más, su compañero lo había llevado a conocer un nuevo nivel de enojo.
—Lo haré si me prometes que quedarás.
—De acuerdo, lo haré, ¡pero quítate, ya no te aguanto!
—Y si aceptas las flores —condicionó Dazai. A decir verdad, no tenía intenciones de levantarse de encima de su compañero, ya que su alfa se sentía muy conforme con aquella posición dominante sobre el más pequeño. Pero debía hacerlo si quería obtener algo de él.
—¡Acepto las malditas flores, córrete de encima mío, animal! —clamó.
Dazai así lo hizo, dejando al omega recuperar su respiración normal. Quedaron sentados el uno al lado del otro, el alfa mirándolo divertido; Chuuya, en la otra mano, se sentía desfallecer. No le apetecía estar a solas con él, ni quería tener su cuerpo tan cerca del propio. Sentía cómo los nervios volvían a calarle los huesos, atravesaban su piel, subían y bajaban, lo enloquecían.
Ya se encontraba en sus límites con todo el asunto de Dazai, aborreciéndolo por provocar en él aquella serie de emociones enanejantes, por ser tan descuidado y frívolo con los sentimientos ajenos, por siempre actuar por su propio beneficio y satisfacción sin importar sus consecuencias.
Le disgustaba saber cómo funcionaba y aún así percatarse de que no podía eliminarlo de su vida, se encontraba inhábil de dejar en el olvido el sabor de aquel beso robado, sus manos en su cintura, su lengua en sus labios. Y a pesar de sentir que era un juego, quería más, quería permitirse bailar para Dazai y ser manipulado por los hilos de cada sensación que nacía en él. Deseaba no recordar nunca cuan bastardo podía ser, cuánto daño le haría, para así poder abrir un poco más de sí pero era difícil, tan difícil.
Oía a Osamu respirar a su lado y sabía que éste debía adivinar cada idea que torturaba su mente, cada impulso que recorría su cuerpo. Intuía que podía percibir qué tan perturbado se encontraba por los acontecimientos, conocer cuánto lo deseaba y advertir cuánto renegaba contra sus seducciones. Sintió un brazo sobre sus hombros, unos ojos expectantes sobre su rostro y un aroma de flores en su nariz.
Dirigió sus ojos a su compañero, por primera vez desde aquella noche donde Dazai indagó en todo su ser solo con detenerse a verlo durante unos segundos, y donde él no pudo ver más que un laberinto de oscuridad.
Sin embargo, en ese momento, bajo la luz del sol de la media tarde, sentía que podría avanzar unos pasos más en él, no tan oscuro, no tan frondoso, pero aún así, se perdería. Ya lo estaba haciendo.
Dazai, por su parte, observaba aquel mar revoltoso, invitándolo a nadar, a estar dentro de él y nunca abandonar ese lugar. Ese lugar que anhelaba que fuera solo de él. Acarició la mejilla de Chuuya con delicadeza, rogando por no espantarlo. Lo sintió reacio al tacto, con la sorpresa navegando en sus ojos, mas se dejó hacer. Sentía unas irremediables ganas de fundirse en aquellos labios una vez más, luego de tener que esperar tantos días; no obstante, su compañero lo advirtió y destruyó la intención.
—¿Para qué me has traído? —le dijo, apenado por la situación tan melosa.
—Quiero estar contigo, Chuuya —el aludido rio amargamente. En esa tarde en la que se encontraba eclipsado por la cercanía del otro, a Dazai no le causó gracia.
—Ya —seguía diciendo Chuuya, desviando su mirada, rompiendo aquel momento celestial donde los mares chocaron con la oscuridad. Sonrió con ironía y se abrazó a sí mismo mientras juntaba sus piernas. El ramo permanecía en sus manos.
—Es la primera vez que digo algo seriamente, y lo sabes —respondió, rezando por sentir nuevamente su mirada en él.
—Ya te lo dije, las parejas destinadas no están obligadas a estar juntas —sostuvo el de cabello naranja—. Ni siquiera creo en eso, Dazai.
—Yo tampoco lo hacía, hasta que me di cuenta cuánto te necesité todos esos días que estuviste encerrado lejos de mí —comenzó el castaño. Chuuya sintió un escalofrío y se escondió más entre sus brazos—. Fue difícil, sabes. Te veía como un idiota, patético, iracundo, inadaptado enano quejumbroso. Y te sigo viendo así, de hecho —rio con sinceridad. Chuuya movió su pierna para patearlo—. Sin embargo, cuando compartí ese celo contigo, no sé cómo poner en palabras lo que sentí —miró hacia arriba, viendo las hojas de los árboles sacudirse pacíficamente por el viento. Inhaló profundamente. Todo bajo la atenta mirada de su omega—. No sé si estoy enamorado de ti, Chuuya, no lo sé. Ni siquiera estoy seguro de saber qué es enamorarse. No sé qué es ni qué creer al respecto. Pero sí sé que quiero ser quien te calme cuando estés en celo, quiero ser el único que pueda llenarte, deseo permitirme sentir ambición por tenerte y sentir aquella satisfacción que recorrió mi cuerpo de pies a cabeza al tenerte pegado a mí.
No esperaba respuesta y tampoco la obtuvo. Miró a su compañero, quien solo miraba la tierra que se fijaba en sus zapatos. Prosiguió, con los ojos incrustados en él.
—No tengo idea si esto se debe al hecho de que seamos una pareja destinada o si algo me poseyó hasta cambiar todo lo que había sentido y vivido, no sé si se trata de mi instinto como alfa, no sé si es simplemente un capricho o si es amor. Solo estoy seguro de que anhelo sentir todo aquello que pueda hacerme sentir vivo, y por más que lo deteste, eres tú quién enciende eso en mí —sonrió para sí. Se atrevió a intentar acariciar aquel cabello tan colorido, mas recibió un manotazo que se lo impidió—. Solo quiero comprender mi sentir y, por una vez, dejar de escapar.
—¿Y qué demonios esperas de mí? —levantó sus ojos hacia Dazai, enseñándole por primera vez cómo los mares se desbordaban de sus cuencas. Sollozó débilmente—. ¿Esperas que me arroje a tus brazos y me marques? ¿Que luego te permita entrar en mi vida y llenarla de promesas sin peso ni significado? —se tapó el rostro con las manos y sollozó más fuerte. Con una voz temblorosa continuó—. ¿Pretendes que me haga a la idea de que estaremos siempre unidos por aquel lazo que tú jurarás jamás destruir? ¿Que crea nunca me abandonarás, tendremos cachorros y permanecerás a mi lado?
—Chuuya, escúchame.
—No, ¡tú escúchame, escoria! —le gritó mientras lo apuntaba con su dedo de manera acusadora—. Me has humillado tantas veces, si esta era una de tus bromas, te felicito, has triunfado en esta también —Dazai realizó un intento de refutar, mas el omega no le permitió—. Ya que hoy te burlabas de mí, te lo diré directo. Sabes muy bien que ayer te vi a las risotadas, que te vi sonreírle a los demás como nunca me lo has hecho a mí. Que te vi a los abrazos como si buscaras jactarte frente a mí. Ahora que sé que tú notaste mi presencia, lo hiciste adrede. Buscaste herirme. Y mira, ¡lo has conseguido! —exclamó—. Además, ¿qué? ¿Es tu intención usarme para experimentar o para saber si tienes algo dentro de ti?
—No, no buscaba herirte, ni mucho menos usarte —lo contuvo Dazai—. Lo hice con el propósito de que te dieras cuenta de que tú también perteneces conmigo, que tú también mereces entender tus propias emociones y dejar de huir ¡pero eres tan cabeza dura hasta para eso!
—¿Qué debo darme cuenta? —se paró con ímpetu, dirigiéndole una mirada tajante a su compañero. El mar se encontraba embravecido, salvaje e indomable—. Vamos, ¡respódeme! ¿Se suponía que debía caer rendido a tus pies? O, acaso, espera, ¿tendría que sentirme halagado por cómo te peleaste con aquel otro alfa por mí? Te crees demasiado, Dazai imbécil.
—Chuuya —suspiró Dazai. Decidió pararse—, puedo reír con mis amigos y expresarme más, pero las miradas que te doy son únicas; nadie más que tú las ha visto. Lo mismo puedo decir de los abrazos. Nunca he sentido lo mismo al deslizar mi piel sobre una ajena. Todo es nuevo cuando se trata de lo nuestro —respondió, mirando a su compañero temblar sin control, molesto, preocupado y conmovido—. Chuuya, déjame tocarte.
—¡Estás demente! Inténtalo y te arrancaré el brazo.
—Permíteme abrazarte como aquella vez en la puerta de Ozaki —imploró el alfa con sus brazos abiertos. Por un breve instante, Chuuya lo rememoró, enfureciéndose consigo una vez más por su debilidad.
—No puedo —dijo.
—Sí puedes. Si lo de anoche no sirvió para que vieras lo que preciso que veas, tal vez esto sí lo haga —comenzó a acercarse lenta pero cautelosamente. No dudaba de Chuuya y sus amenazas.
—Aléjate de mí —dictó, mas Dazai siguió avanzando—. No te atrevas—. El castaño se detuvo frente a él. Chuuya le dedicó una mirada que le rogaba que no lo hiciera. Dazai le otorgó una intensa, que le declaraba que lo haría. La decisión era completamente suya. Mantuvo su mirada en el alfa, los mares destrozando todo a su paso para buscar la liberación una vez más. Se petrificó al sentir los brazos de Osamu rodearlo por completo y apretarlo, como si temiera que fuese a huir.
—Suéltame —susurró Chuuya, tan débilmente que fue apenas audible. Su voz estaba quebrada. Su mente se encontraba nublada por los olores; el bosque, las flores, Dazai. Se sentía tan bien cuando se encontraba entre sus brazos, tan bien que hacía que pensara en todo nuevamente, provocaba que decirle que sí fuera sencillo.
—No entiendes, Chuuya. No entiendes que no quiero hacerlo —lo atrajo más contra su cuerpo y lo olfateó con necesidad—. Sé que soy un bastardo sin rumbo ni futuro, mentiroso, tramposo y despiadado, pero cuando te tengo conmigo siento que puedo dejar eso atrás. Tu calidez y tu olor me hace sentir toda la tranquilidad a la que siempre aspiré; me hace anhelar ser un mejor hombre para ti, porque sé que te mereces algo mejor.
Chuuya lloraba. Dazai lo abrazaba cada segundo más fuerte.
—Quiero que con este abrazo sientas todo lo que yo siento en tu compañía —ambos con los ojos cerrados—. No sé si estoy enamorado, Chuuya, ni tampoco estoy seguro de que tú estés enamorado de mí, pero, por favor, déjame que lo averigüemos juntos. Déjame desentrañar todo lo que me haces sentir. Dame la oportunidad de demostrarte que no es un juego.
Se eterneció al sentir a Chuuya hundir su rostro en su pecho y olerlo, para luego sentir sus brazos arañar su camisa. Se separó un poco de Nakahara, solo lo suficiente como para poder ver su rostro. Mas no pudo, puesto que el más bajo se rehusaba a despegarse de su pecho. Solo sonrió y se dejó llevar por aquella sensación increíblemente gratificante.
Y así permanecieron durante un largo rato, uno que pareció eterno y a la vez tan efímero. Sentían que podían pasar así toda la tarde, toda la noche y toda la vida. Yokohama podría caerse a pedazos, y ellos, desde aquel inmenso y hermoso bosque donde solo se tenían el uno al otro, nunca lo sabrían. Sabían que, en cierta forma, habían formado una unión implícita. No necesitaban hablar más. Dazai había dicho todo lo que sentía, y no necesitaba una respuesta del omega para saber que sentía lo mismo. Aquel abrazo y la entrega de Chuuya era más que suficiente para el alfa.
El tiempo pasaba, el viento arremetía, los pájaros volaban, la tarde caía. Y ellos seguían allí, disfrutando de la presencia del otro, sintiéndose enteros por primera vez, sin nadie que fuera a separarlos, sin confusiones. Estaban expuestos el uno al otro, y se sentían bien así. Dazai quería vivir, y Chuuya quería ser la razón de ello.
Seguía sintiendo miedo, pero, por única vez, Osamu lo había convencido de arriesgarse a sentir. De correr el peligro de darle el beneficio de la duda a alguien como él. Decidió tomar el coraje suficiente como para darle una oportunidad a la persona que juró destruir millones de veces y que resultó ser con quien debía pasar el resto de su vida. Si sufría, ahora era su culpa. Decidió dejar de pensar en aquello y disfrutar de aquel momento que jamás se repetiría. Por primera vez, logró vaciar su mente y dejar que las manos de Dazai electrificaran su piel, que el viento sacudiera sus cabellos y se llevara sus lágrimas, que los rayos del sol menguante acariciaran su cuerpo y que la magia de aquel encuentro se grabara en su alma. Incluso aunque en algún momento volviera a sentir el amargo sabor del odio y la traición, tendría aquel encuentro trazado con fuego en su lo más profundo de sí, como prueba de que en un momento su alma se llenó de regocijo y tranquilidad y que, al menos por una vez, se sintió querido. Porque así funcionaba; Dazai podía tocarlo y obtener lo que quisiera de él, puesto que los sucesos de esas semanas así lo dictaban. Toda la decisión que llevaba consigo se evaporaba en cuanto se entregaba a él.
Muchos minutos pasaron en los que el único sonido que presenció aquella muestra de afecto, fue el del viento que a cada segundo se intensificaba y hacía aquel encuentro aún más dulce. Sin embargo, no podía pasar mucho tiempo hasta qué Dazai se aburriera de ese sonido.
—Chuuya, ¿esto significa que estamos saliendo? —cuestionó emocionado.
—¡Por supuesto que no!
—¿Cómo que no? —preguntó, con un toque exagerado de indignación.
—Claro que no, Dazai imbécil —el omega retiró su rostro del pecho del otro para mirarlo a los ojos, retador—. Te he dicho que te obsequiaba una única oportunidad. Tú mismo lo has dicho, no estamos enamorados—elevó sus hombros pretendiendo desinterés—. Podremos descubrirlo juntos, como propusiste. Estoy de acuerdo con eso.
—Bueno, era una forma de decir, puede ser que sí me gustes un poco... —explicó Dazai. Pero fue interrumpido.
—Cállate. Debemos volver.
—Chuuuuuuuya, ¿por qué eres tan aburrido? ¿Por qué no pasamos la noche aquí? —saltó emocionado—. ¿No crees que sería romántico? Sería la primera prueba para comprobar lo que sentimos el uno por el otro, ¿no lo crees?
—No, no lo creo —se burló—. Además, va a hacer mucho frío dentro de un rato —habló mientras se reconfortaba con sus brazos.
—¡Yo te calentaré! —exclamó. Chuuya abrió grandes sus orbes. Dazai se dio cuenta y rio—. No me refería a eso, ya sabes, eres pequeño y puedes esconderte pegado a mí. Mi saco es lo suficientemente grande para los dos.
—Olvídalo. No pienso dormir en este lugar sin preparación adecuada, como una carpa o colchón —se cruzó de brazos revoleando sus ojos.
—No dejas de ser un enano de jardín que se cree de salón.
—¡Calla, bastardo!
—Oblígame, Chuuuuuuya —sonrió canturreando, como tanto disfrutaba. Se acercó al más bajo insinuando que lo besara.
—¡Aléjate! —mantuvo la distancia del castaño poniendo su pie en su pecho. Oyó a Dazai reír y retiró su pie para emprender el camino de vuelta.
—Vaya, qué aburrido eres —protestó bostezando—. Oye, Chuuya —lo llamó, logrando que parara y lo viera. Le dedicó una mirada a los ojos, de aquellas que dejaban a ambos anonadados. El mar contra la oscuridad. La oscuridad dejaba un poco más para recorrer, debilitándose para permitir la intromisión, mientras que el mar se encontraba más tranquilo, las aguas se desplazaban con ligereza, como si la tormenta que las hizo desbordar hubiese acabado. Sin embargo, seguía siendo el mar; nunca sabía cuándo podría enfurecer—. Si no estamos saliendo pero quieres saber si estamos enamorados, ¿significa que debo seguir peleando por ti?
—¿Es que tengo que traducir todo para ti? —se burló.
—Este Chuuya me gusta más —sonrió—. Entonces, te puedo decir que siempre logro lo que me propongo. Y mis predicciones siempre se cumplen.
Se sonrieron una vez más y emprendieron el camino de vuelta a la base de la Port Mafia, sabiendo que aquello era el comienzo de algo completamente nuevo para ambos, y algo que sería difícil, porque ellos eran unos perros de la mafia cuyo futuro no incluía la felicidad.
Sin embargo, Chuuya estaba resuelto a vivir al límite, por única vez. Había aceptado a abrirse a Dazai y permitirse intentar ser feliz. Si eso significaba enamorarse de él y aceptar morir a su lado, lo haría.
Lo que Chuuya no imaginaba era que Dazai se lo tomaría muy en serio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro