3
Chuuya se retorcía de lado a lado en la inmensa cama. Había acumulado de todo en ella: almohadas, sábanas, ropas de Kouyou, mantas y sábanas. Y aún así no lo soportaba.
Se suponía que recién era el primer día como tal de su celo, tan solo había pasado unas cinco horas de que se había acostado a dormir en paz, y dos desde que se despertó irritado. Y ya estaba harto, hirviendo en su nido.
Su mentora le había dicho que sería difícil, ¡pero eso era un infierno! Su cuerpo no podía quedarse quieto, ni siquiera a pesar de que el omega ya se había despojado de toda su ropa. Bajó su mirada para observar su piel perlada por un sudor incontenible, su miembro despierto y su entrada estaba más que lista para recibir a cualquier alfa. Pero el problema era que no podía tener a ningún alfa, y menos al que tenía en mente. No solo Kouyou lo mataría, sino que sería humillante dejarse atender en su celo por alguien como el bastardo que tenía como compañero.
Simplemente, no podía. Tendría que soportarlo solo, y si recién comenzaba significaba que aún aguardaba toda una tormenta de desesperación donde tal vez su dignidad pasaría a segundo plano. Si en ese preciso momento ya se sentía desfallecer en la necesidad de ser empotrado, no quería ni imaginar qué sucedería si veía u olía a Dazai.
Intentaba convencerse a sí mismo de que ellos reaccionaron de la manera en que lo hicieron porque eran adolescentes, Osamu era un estúpido alfa incapaz de controlarse, y él en sí estaba excusado por haber sido su primer celo.
Todo había sido muy inoportuno: Dazai fue el primer alfa que vio en su primer celo, y Chuuya fue el primer omega que el castaño conoció y olfateó. Sin embargo, en medio de su excitación y la locura del encierro y la necesidad, no podía dejar de pensar en él. Había algo dentro de sí que le pedía que buscara a aquel alfa, una parte de él que estaba segura de que solo su compañero podría calmarlo, pero no lo haría, por supuesto que no. Al menos, no mientras estuviera consciente, puesto que tampoco podía asegurar que nada pasaría, ya que con cada segundo que pasaba recibía una nueva tanda de calor, algunas más intensas y otras más leves, pero al encontrarse seriamente en el dilema de buscar o no a su compañero, se dio cuenta de que estaba entre su accionar racional, que le dictaba que era una pésima idea, y su accionar instintivo, de omega, que le lloraba por tener a Dazai adentro suyo, que le hacía recordar a las sensaciones vividas unas horas antes, que le imploraba buscar a su alfa para sentirse lleno y volver a sentirse único y deseado ante sus ojos.
Sin darse cuenta, entre tanto pensamientos en medio de sus espasmos, se dio cuenta que cada vez lubricaba más, razón por la cual no le quedó mayor remedio que comenzar a satisfacerse a sí mismo. Se metía los dedos con afán en un vaivén acompasado con sus caderas, tan insatisfechas, mientras que con la otra mano tocaba su miembro. En menos de un minuto, acabó mientras chocaba sus dientes. Se sentía tan sucio y desesperado, ni siquiera necesitó pensar en algo para eyacular; simplemente, pasó. No hubo gran gozo, no hubo nada, únicamente el estímulo del pensamiento del estúpido de Dazai.
Se volvería loco en cinco días, necesitaba alcohol urgentemente, y se dirigió a buscarlo hasta que recordó que eran como las ocho de la mañana, y Ozaki, que ya ni siquiera avalaba la idea de darle alcohol, jamás se lo daría a esa hora.
Frustrado volvió a tenderse par relajarse hasta que sucediera la próxima ronda de excitación, se tapó la cara con las manos tratando de no pensar. Hasta que sintió algo increíble, fuerte, dominante y familiar. Dio un respingo por la novedad y saltó en su cama apoyándose sobre sus rodillas y sus manos, tratando de percibir más y más de ese olor que lo calmaba y que a su vez lo enloquecía irremediablemente.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo lamentó. Ese olor provenía de la puerta de su habitación, y era Dazai. Se tapó la nariz con odio y se cubrió con los mantos hasta la nuca. Oyó un leve golpe en la puerta que lo aterrorizó, mas no respondió.
—Oh, Chuuuuuya. Buen día —oyó del otro lado. Aquella alegre voz cantarina que tanto detestaba. ¿Qué hacía dándole los buenos días allí, a esa hora, en esas circunstancias?.
—Vete de aquí —le dijo con voz fuerte. Comenzaron los temblores de nuevo.
—Vamos, enano, te traje un vino. Te conozco muy bien, a ti y a tus tendencias alcohólicas.
—¡No soy enano! —gritó exasperado—. ¡Ni tengo tendencias alcohólicas!
—¿Estás seguro? Oh, Chuuuuuya, yo solo deseaba tener un bello gesto con mi omega —contestó Dazai con exagerada desilusión.
—¿A quién crees que llamas tu omega, inútil asqueroso? —rabió Chuuya.
—Chu-Chu, me dirás que no has sentido lo de anoche, ¿no es así? —la voz del castaño había adquirido matices de suavidad, como si de verdad buscara persuadirlo.
—No tengo idea de qué estás hablando, pero yo no soy tu omega, ni de nadie —comenzaba a sentir los ataques leves de calor que se aproximaban, por lo que, desesperado, tomó la tableta de supresores y tomó otro. No esperaba que hicieran gran efecto, pero sí el suficiente para lograr concluir su charla con su compañero sin que éste notara cuán excitado estaba, lo cuál ya imaginaba que era casi imposible, debido a que por su celo, más que seguro que el olor de sus feromonas debía llegar muy lejos, incluso a pesar de los medicamentos. Por supuesto que Dazai lo sentiría igual.
—Pues eso ya lo veremos, Chuuya —rio—. Si es así, ¿por qué no me abres la puerta? Disfrutemos juntos este vino, ¿qué te parece?
—Deja el vino en la puerta y vete. Yo no pienso compartir nada contigo.
—Se nota en tu voz. Y si supieras que incluso desde nuestra habitación puedo sentirte —rio amargamente—. Estás sufriendo, ¿no es así? Solo yo puedo hacerte sentir mejor, y lo sabes.
—Prefiero castrarme antes que dejarme tocar por un alfa, y más por uno como tú —sin embargo, para su desgracia, seguía siendo un omega, y si Dazai seguía insistiendo no sabría cuánto más podría rechazarlo. ¡Demonios!—. ¡Vete de una buena vez!
—Oh, Chuuya —la voz de Dazai estaba comenzando a adoptar el mismo tono embriagador de la noche anterior—. Si puedo sentirte desde nuestros aposentos, imagínate cuánto puedo sentirte ahora mismo. Siento como si estuvieras dentro mío, cuando el que quiere estar adentro tuyo soy yo.
—Eres tan vulgar, mald... —respondió Chuuya avergonzado por su actitud tan descarada. No obstante, se vio callado de repente al sentir un cúmulo de cosas. Sus ojos se abrieron desorbitantemente, el calor comenzó a subir por toda su piel, y su nariz, demonios, todo su cuerpo sintiendo una invasión abrumadora: las feromonas de un alfa. Comenzó a retorcerse con más ímpetu que antes, lentamente sintiéndose inundado en el olor de su alfa, por tenerlo cerca. No lo suficiente para su gusto.
—Vaya, no creí que liberar mis feromonas te ayudarían tanto, Chuuya. Si me dejas pasar, todo será incluso mejor.
El omega saltó de su cama como pudo, ya que debido a todas las sensaciones que atravesaban su cuerpo le era difícil mantenerse en pie, pero las ganas por acercarse y oler aún más a Dazai le daban fuerzas. Se pegó a la puerta, tal como hacía su compañero desde el otro lado. Ambos se olían y deseaban encontrarse. Chuuya estaba abandonando poco a poco la sensatez, mientras que Dazai nunca la había llevado consigo. Ninguno de los dos quería medir las consecuencias de sus actos ni cuánto creían odiarse el un al otro, solo necesitaban deshacerse en el otro.
—Si te dejo pasar, Onizaki me matará —gimió Chuuya contra la puerta, olfateándola profundamente entre palabra y palabra. Lo odiaba pero necesitaba más, saciarse en él.
—A mí ya me matará de cualquier forma por estar aquí —susurró el castaño contra la puerta, apoyado también sobre ella, con la botella de vino aún entre sus manos.
—Si...
—¿Si...?
—Si te dejo pasar —respondió un cada vez más agitado Chuuya—. Quiero que sepas que es porque ya no estoy cuerdo. Si estuviera pensando claro, te abriría solo para escupirte en la cara —aclaró, antes de gemir nuevamente y apegarse más a la madera—. No me marcarás, Dazai. Es lo único que te prohíbo. Si lo haces te mataré.
—Me gustaría decirte que no lo haré, porque odiaría estar unido a un enano, pero no sé si podré controlarme.
—Pues deberías. Sabes perfectamente que un lazo está hecho para toda la vida; si se rompe, ambos sufriremos. Yo no pienso gastar energías en alguien como tú —explicó Chuuya con las piernas ya temblando y su voz flaqueando. Comenzaba a seguir con sus retorcijones y sollozos.
—Luego podré marcar a otro omega y nuestro lazo se deshará de todas formas —respondió un Dazai cada vez más desesperado.
—¡No tocarás a otro omega! —respondió automáticamente el pelirrojo. Ya no sabía ni qué decía, las feromonas de Dazai le habían nublado la mente casi por completo—. No lo harás.
—Vaya, mi omega es un celoso.
—No...es eso —respondía Chuuya mientras se deslizaba por la puerta lentamente, con la voz cada vez más entrecortada y agitada—. No sufriré por ti, ni siquiera por un lazo roto.
—Ábreme, Chuuya —dijo Dazai en su voz alfa débil, inexperimentada, sintiéndose cada vez más ido.
El nombrado tomó una bata que se encontraba colgado a su lado y se la puso, y obedeció temblando, lento. Se rindió contra su instinto y sus deseos. Al ver a su compañero del otro lado, su pecho subía y bajaba intensamente. Si con sus feromonas desde el otro lado se sentía alborotado, al ver al castaño que se encontraba frente a él con la respiración igualmente interrumpida, se dejó hacer. Se echó contra su pecho y lo olfateó con fuerza y necesidad. Dazai, por su parte, se encontraba estático, impactado por la belleza de su omega en celo, borracho de su olor y su tacto. Lentamente para no separarse, dejó la botella en el suelo junto con sus pensamientos y apretó a Chuuya, sintiendo todo de él, sus aromas y feromonas. Su cuerpo entrando en calor y sintiendo algo que nunca imaginó.
Ambos se encontraban buscando más del otro, sin moverse más que para sentirse y saber que estaban el uno para el otro, sus instintos sintiéndose consentidos luego de tantas horas de rogar por el otro. Las manos del alfa recorrían con sutileza la espalda del otro, subiendo hasta alcanzar sus rizos anaranjados y acariciarlo, pasando por su cuello y disfrutando de sus zonas erógenas. Lo sentía temblar levemente bajo su cuerpo, pero él no podía articular palabra para burlarse. Se sentía igual, incapaz de soltarlo por voluntad propia, solo podía pensar en avanzar hacia la cama y depositarlo allí para encerrarse y que ninguno saliera hasta haberse tenido miles de veces.
Y luego todo sucedió rápido. Dazai gruñó en rabia al no sentir a Chuuya en sus brazos. Al abrir sus ojos luego de haberlos cerrado mentras disfrutaba de esa lluvia de nuevas sensaciones, solo pudo ver a su compañero a un par de metros de él, parado con las piernas flojas y una mirada de insatisfacción. Cuando Dazai pudo razonar que los habían separado, comenzó a sacudirse y volteó furioso a ver a quien sostenía el cuello de su camisa prohibíendole el contacto.
Su rostro se suavizó de golpe en sorpresa.
—Oda —dijo calmado, con una mirada que demostraba que era la primera vez que lo sorprendían de esa manera en mucho tiempo.
—¡Ahora! —oyó la voz de Kouyou. Lo próximo que sintió eran tres betas tirándolo al suelo. Ni siquiera podía ver a Chuuya, y se sintió molesto de nuevo.
—Se los dejé claro a ambos —prosiguió la mujer—. De ti me lo esperaba, Dazai. Pero ¿y tú, Chuuya? ¿Así es como el celo funciona en los omegas?
El pelirrojo solo bajó la mirada y se abrazó a su bata.
—Odasaku, ¿qué haces aquí? —pronunció el muchacho aplastado como pudo.
—Si no me obedeces a mí, lo obedecerás a él —interrumpió Ozaki—. Sabiendo que eres una bestia, me vi obligada a averiguar en tus círculos. Me dijeron que la mayoría de las noches te encontrabas en Lupin —explicó—. Y de ahí no fue difícil. Entre Sakunosuke y Sakaguchi, me dijeron que el mejor para ayudarme era él; es muy importante para ti y lo respetas mucho, ¿no es así? —se mofó—. Levántenlo y llévenlo donde Sakunosuke lo pida.
Chuuya, quien seguía cabizbajo comenzó a disculparse mientras los temblores intensos amenazaban con volver. Su mentora lo acarició.
—No te preocupes. Ve e intenta dormir.
Chuuya asintió. Tomó la botella al costado de la puerta y la cerró.
Frustrado, se quitó la bata y se arrojó molesto en su cama, completamente excitado aún, reviviendo el toque de Dazai. En ese preciso momento de lucidez, agradecía que los hayan separado, pero todo su cuerpo lo resentía y lo odiaba. Pensó en esa sensación de vacío que sintió cuando abandonó ese lugar en su pecho que parecía creado para él. Rememoraba la sensación de plenitud al sentir su cuerpo aplastado contra el otro, ahogándose en la intensidad del contacto. Del contacto que tanto lo enloqueció. Lentamente comenzó a bajar sus manos...
Mientras tanto, afuera de la habitación se encontraba Dazai, rodeado de los betas, a quienes empujó una vez vio la maldita puerta cerrarse.
Los subridinados de Kouyou miraron a Odasaku, esperando órdenes, mas él solo sacudió la mano y les dijo que podían retirarse, que sabría manejarlo.
Una vez solos, Dazai comenzó:
—¿Qué haces aquí?
—Ya te lo ha explicado ella. Me buscó y me pidió que fuera la niñera de un alfa hormoneado que no quiere alejarse de Nakahara.
—Entiendo eso —chasqueó Dazai—. Porque esa mujer está loca y me odia, pero ¿por qué aceptaste? ¡Se lo diré a Ango!
—Ango fue quien me recomendó en primer lugar —rio Odasaku—. Y ya sabes, he aceptado porque soy quien hace los bajos recados y estoy bien así. Prefiero divertirme cuidando dos niños antes que estar en la línea de fuego.
Dazai asintió, resignado. A pesar de que le daba gracia la situación, algo dentro de él seguía anhelando tener a Chuuya en su pecho y entre sus brazos, oler su cabello, sentir su piel.
—Ahora, Dazai, por favor, en nombre de tu dignidad, ve y pégate un buen baño —prosiguió Oda, tapándose la nariz y entrcerrando los ojos—. Apestas a feromonas.
—También eres un alfa, deberías entender mi situación y velar por mí—se quejó Dazai de una manera muy dramática.
—Ya sabes controlar lo suficientemente bien tus feromonas como para andar liberándolas así. Sabes bien de qué hablo —lo miró en reproche—. Ve y no salgas de tu habitación. Mañana por la noche pásate por el bar, te distraeremos.
El mayor permaneció con los brazos cruzados, solemne como siempre, observando al castaño hasta que hiciera lo ordenado. El menor solo resopló e inició su camino hacia sus aposentos. Su amigo lo seguía detrás.
Luego de caminar un buen rato llegaron al destino, donde Osamu le otorgó a su amigo una mirada de súplica. Este sonrió y negó con la cabeza.
—Recuerda que no tengo permitido dejar que te acerques a esa habitación, así que no me hagas pesado el trabajo, y pórtate bien. En cuatro días podrás volver a ver a Chuuya y revolcarte con él, pero ahora mismo no —aclaró el mayor—. Son cuatro días donde estaré cerca tuyo, incluso aunque creas que no.
El castaño solo rio con desgana y se encerró en su habitación. Y se dirigió a la ducha, pero no por las órdenes de Odasaku, sino porque necesitaba bajar aquella erección que resultó de tener a Chuuya, y tratar de pensar con claridad.
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