23
Chuuya, al oír aquello, aflojó su agarre en las manos de su compañero y quedó anonadado, con su rostro desencajado y con la luz de los fuegos artificiales reflejándose en él. Dazai suspiró y terminó por soltarlo. Las manos de Chuuya cayeron dócilmente.
Se miraron una vez más y no hubo más sonido que el de las explosiones y el mover calmo del agua. Los ojos de Dazai se mostraban dolidos, y los de su compañero se veían incrédulos y confundidos. Chuuya no respondió, y Dazai se sintió desamparado bajo una tormenta.
Nakahara cerró sus puños, frustrado y alterado, encogiéndose en su lugar. Arrugó sus ojos y torció sus labios. Observó a Dazai con impotencia y el alfa lo comprendió, con la amargura en sus oscuros ojos. Ambos rompieron las miradas; Dazai volvió sus ojos al cielo, y Chuuya los dirigió al suelo, nervioso.
Luego de un rato, Chuuya se alejó un poco para volver a mirar la belleza de los fuegos en el cielo, y Dazai a su lado se sentía desarmado, mirando aquellos fuegos fatuos. Lo único hermoso que estos tenían era ver a Chuuya, y ahora que ese omega se había apagado, ya no era tan lindo el espectáculo. Así pasaron los siguientes minutos hasta que todo terminó y emprendieron el camino en un silencio absoluto.
Chuuya iba delante, caminando a paso acelerado. Sentía su cuerpo pesado y su corazón exaltado y atemorizado. Tenía más que claros sus sentimientos por Dazai y la mutualidad por parte del otro, mas no se veía venir aquella situación, y eso lo había espantado. Sabía que estaba enamorado de Dazai, pero nunca se había preguntado si ello estaba bien, si era correcto. Solo cuando este le dijo que era su decisión se dio cuenta de que no estaba del todo seguro de querer y permitirse aquello. ¡Nunca creyó que alguna vez fuese a sentirse un adolescente enamorado! Aquello no estaba en sus planes, y por lo tanto no estaba preparado.
Llegaron a la base, flanquearon las entradas para ingresar directamente al sector de los dormitorios y Chuuya ingresó corriendo al mismo, dejando la puerta abierta y encerrándose en el baño. Se lavó la cara y comenzó a inhalar y exhalar con profundidad, sentándose sobre la tapa del inodoro. Desde allí, oyó a Dazai ingresar a la habitación y cerrar la puerta. Nakahara no se sentía capaz de afrontarlo en aquel momento, por lo que se quedaría a meditar hasta que hubiese pasado el tiempo suficiente para suponer que Osamu dormía.
Sentado, reclinó su espalda e inclinó su cabeza hacia adelante, sosteniéndola entre sus manos y apoyando sus codos sobre sus rodillas. Sus ojos se querían salir de sus cuencas y su cuerpo temblaba. Se sentía muy nervioso, puesto que sus siguientes pasos definirían su relación con Dazai y, ciertamente, el futuro de ambos.
Respiró numerosas veces y permaneció en su lugar, apenado se haber echado a perder aquella noche tan magnífica e invaluable. No profesaba duda alguna acerca del inmenso amor que sentía por Dazai, mas lo súbito de la situación y sus inseguridades iguales de repentinas, lo enmudecieron. Ni siquiera cuando aceptó ser cortejado por Dazai retrocedió como lo hizo esta noche. Suspiró cientos de veces más en el nombre de Osamu Dazai, resignado, y abandonó el cuarto de baño.
Grande fue la sorpresa de Chuuya al salir del baño y descubrir la cama de su compañero desocupada e intacta. Por un segundo temió que este estuviese intentando suicidarse, mas descartó la idea y suspiró. Se acostó en su cama con la esperanza de que el otro estuviese bien; sin embargo, rogaba no cruzárselo al día siguiente tampoco. Necesitaba tiempo para analizar y no cometer errores que ambos fuesen a lamentar.
-•-
—¡Que me rechazó, Odasaku! —exclamó, con un puchero y sus ojos caídos. Sentado junto a la barra de Lupin, en medio de Oda y Ango, golpeaba su vaso contra la mesa y bufaba con quejidos y lamentos dramáticos.
—A ver, Dazai, de cero —comentó sereno, bebiendo con parsimonia—. ¿Qué te ha dicho?
—¡Nada! No me ha dicho nada —lloriqueó. Cerró sus ojos y dejó caer su frente sobre la mesa, aun sosteniendo su mano.
—Vaya, a mí me suena como un rechazo —mencionó Ango.
Dazai pataleó en su asiento y Oda suspiró.
—Aún no te ha dicho nada —espetó Sakunosuke—. No te sirve de nada precipitarte a una respuesta.
—Es más que suficiente —clamó, golpeando su vaso con sus dedos. Luego de lo sucedido con su compañero se había dirigido al bar; había entrado a su habitación solo para dejar su bolso y había salido pitando. Una vez con sus amigos, les contó todo. Ango casi se desmayó al oír que habían roto su castidad.
—Tal vez... —comenzó Oda, mas fue interrumpido.
—¡Creí que había hecho todo bien! Te hice caso —espetó con capricho—. Dejé de ser tan brusco con él, le mostré mis sentimientos. Y no sirvió de nada —suspiró.
—Dale tiempo, Dazai —musitó con gracia—. Estás exagerando todo, como usual.
—No estoy exagerando —se excusó en un tono calmo, propio de la decepción—. Tal vez me quiere, pero no me ve como material de relación. Odasaku, no soy un material de relación, ¿por qué me vería como material de relación? Chuuya busca cosas a largo plazo, porque le gustan las cosas estables, y yo no soy nada de eso.
Oda y Ango lo miraron con sus ojos bien abiertos y sus labios entreabiertos, absortos en la imagen lamentable que Dazai proyectaba. El Dazai de esos últimos meses era, de por sí, novedoso; sin embargo, este Dazai con la mitad de sus neuronas incomunicadas era algo que jamás creyeron presenciar.
—Dazai, creo que Oda puede tener razón —comentó Ango con cautela—, puede ser que estés exagerando. No te vendría mal descansar. De caso contrario, esto podría afectar tu rendimiento en tus labores, y eres un líder.
—Ango —suspiró Oda, escrutándolo como quien pide silencio en un funeral—. Creo que eso no es lo primordial —dicho aquello, se dirigió al menor nuevamente—. Si él te quiere ya lo sabrás; y si buscase algo estable de verdad nunca se habría involucrado contigo en un principio, ni se habría acostado contigo.
—Tienes razón —musitó, mirando su vaso con desconsuelo. Su pecho le dolía—. Supongo que debo darle tiempo.
-•-
Y luego de eso, los días pasaron y pasaron. Lo que fueron días formaron semanas. Tal vez una, tal vez dos.
Dazai creyó que llevaría mejor el rechazo; no obstante, su alfa interior lloraba y lloraba. Sabía que podía insistir y fastidiar, pero no era el punto. Porque sabía bien que el amor no se forzaba y que el cariño no se arrebataba. Si Nakahara no lo quería en su vida, no se involucraría con él. Tal vez nunca fuese a sentir los labios de Chuuya de nuevo, ni su cuerpo unirse al suyo propio, y todo eso le dolía más que el vacío sin fin que lo devoraba desde adentro.
Y pese a eso, no había noche en que no sintiera el dolor en su pecho, ese dolor que no era suyo sino de su pareja destinada.
Lo que sí era cierto era que, hablando estrictamente, no había habido un rechazo como tal. Chuuya había jugado la carta del silencio, lo cual era peor desde cualquier punto de vista.
Chuuya decidió que no se aceleraría a una respuesta, mas podía decir que se le había ido la mano, y sabía que su compañero sufría por ello; y, a su vez, aquello lastimaba aún más al omega. Había querido sanar todas sus heridas unas semanas atrás, sin saber que él mismo las abriría luego.
Las noches que Dazai pasaba en Lupin, Chuuya sollozaba en su cama, molesto con Dazai y consigo mismo.
Los primeros días había evadido al alfa a toda costa. Se escapaba por muchas horas, paseando de tejado en tejado, mientras se sumergía en sus cavilaciones bajo la luz de la luna.
Sabía que había decidido apostar y estar con Dazai, que se había autorizado a enamorarse de él; pero en el momento en el que debía elegir, la entereza de esa seguridad se convertía en un temor mordaz que lo apresaba. Le temía a las consecuencias, a perder aquello que se le había dado pero que aún no se animaba a tomar; temía equivocarse y arrastrar a su propia pareja a la ruina. Le aterrorizaba la idea de que aquella necesidad que lo unía con locura a Dazai se transformase en la perdición de los dos.
Luego de casi una semana, esos miedos fueron tomando forma y espacio en su mente ante su indecisión, sintiendo la desolación que acompañaba al alfa desde el festival de Yokohama. No lo veía sonreír como en los últimos días, ni lo escuchaba bromear ni molestarlo. Se limitaba a arrastrar sus pies de lado a lado con un aura oscura y solitaria. No hacían misiones juntos puesto que Mori solo les otorgaba trabajos medianos y pequeños, los cuales Dazai optaba por manejar junto con su escuadrón, sin invitar a Chuuya. En la habitación que compartían nunca se cruzaban, puesto que Dazai iba al bar y Chuuya salía solo a merodear y pensar. Esa sarta de sucesos los entristecía día a día, y no solo por lo lúgubre de la situación, sino porque se querían, sus almas se buscaban incluso en la oscuridad de un bar destartalado y de la terraza de un edificio.
En el momento en que se cumplió la semana, Chuuya estaba sentado en una terraza muy lejana al puerto. Recostado en una de las paredes, con las rodillas alzadas y su rostro sobre ellas, tomaba sus tobillos y se lamentaba. Se dio cuenta esa noche de que con cada momento necesitaba más el tacto de Dazai de una manera progresiva, lo añoraba y su omega lo imploraba. Fue ahí que aceptó que a pesar de sus miedos, no podía escapar de su destino junto a aquel alfa que amaba y con el cual soñaba. Era incapaz huir del amor que lo inundaba en honor a Dazai.
No sabría nunca si estar junto a Dazai era lo que debía hacer, hasta que lo hiciera. Y de lo que sí tenía certeza era que no era correcto dejar todos los sentimientos que albergaba su pequeña alma, aquellas emociones que eran víctimas de Osamu Dazai, cada una en su nombre. No era algo positivo abandonar aquellos sentimientos que le daban una alegría sin par a su persona; era otra forma que tenía Dazai de hacerle sentir humano, y era algo que no podía permitirse perder.
Los días siguientes a aquella noche tampoco vio a su compañero, por lo que terminó de ahuyentar sus miedos y se cimentaron sus certidumbres.
Recordó el viaje y suspiró, rememorando los besos, el aroma de Dazai, sus manos delgadas, su pecho descubierto, su cariño y su atención. Eso fortaleció sus convicciones y volvió a colocarse los zapatos del Chuuya que había decidido entregarse a aquel alfa esa tarde en el bosque, aquel al cual había borrado de su mente en el instante en que Osamu le dejó la decisión en su poder.
Con toda su decisión asentada, la noche siguiente a sus realizaciones esperó a que Dazai volviese del bar, cosa que sucedió más tarde de lo que esperaba. Al verlo llegar con la mirada perdida no encontró el coraje para afrontarlo, pero se dio cuenta de que debía ser ese momento o debería olvidarse de ese alfa; no estaba dispuesto a ser el causante de más dolor en su compañero.
—Dazai —le llamó con voz débil. Decir el nombre de la persona que amaba era más difícil en aquel momento—. Mañana a la tarde quiero que estés aquí, porque necesito que me acompañes a un lugar.
Dazai ni siquiera tuvo la fuerza para responderle. Solo asintió sin mirarlo y se echó en su cama, boca abajo. No obstante, hubo un brinco en su moribundo corazón al oír la voz de su omega pronunciando su nombre.
Al día siguiente, a media tarde apareció Dazai, aún sin emitir palabra y sin mirarlo. Chuuya se afligió y sintió ganas de quebrarse, mas se limitó a decirle que se fueran ya.
El camino se caracterizó por un silencio filoso y, a su vez, ensordecedor. Dazai caminaba detrás de su compañero, y al ver su espalda recordó la noche del festival y la tristeza lo abordó una vez más. Desconcentró su mirada de allí y se dedicó a observar el camino. Supo perfectamente hacia qué lugar se dirigían, mas no encontraba la razón.
Caminaron, pasaron las calles y callejones de la última vez y se adentraron en la curva que los dirigía hacia el bosque de Yokohama. Chuuya en ningún momento se volteó, simplemente se adentró en el bosque y caminó a paso seguro, tratando de encontrar el punto en el cual había comenzado todo, ese pequeño claro que había cambiado la vida de ambos. Esa decisión solo podía ser tomada allí, en ese lugar que era único para ellos. Lo que había comenzado allí debía concluir ahí.
—Aquí era —dijo Chuuya con la voz quebradiza, aún dándole la espalda a su acompañante—, ¿era aquí donde querías traerme la vez que me llevaste a esa primera cita en el restaurante? Mori te llamó y nunca me revelaste adónde querías llevarme luego de comer. Era aquí, ¿no es así?
—Así es —respondió escuetamente. Chuuya se volteó con determinación y lo observó tras oír su voz.
—Ahora, tú, maldito cobarde —le espetó, tomándolo de la corbata de repente. Lo acercó a su altura y lo fulminó con la mirada—. ¿Por qué te diste por vencido y te alejaste?
—¡Mira quién habla de cobardía! —exclamó con dolor, liberando su voz por primera vez en todos esos días, abriéndose de golpe. Su semblante rebosaba de seriedad—. Lo dice el que fue incapaz de rechazarme dignamente.
—¡Nunca te rechacé, y es por eso que te culpo! —reclamó, enfurecido.
—¿Me culpas? ¡Con qué cara! —sus ojos destelleaban. Se liberó del agarre de su compañero.
—Te culpo por haber asumido tus propias conclusiones sin oír salir aquello de mis labios.
—¿Debía esperar a que me lo dijeras? —le cuestionó con sorna— ¡Oh, lo siento! Tendría que haber esperado a que pasara un mes de silencio, o tal vez dos, para poder sacar mis conclusiones. ¡Qué arrebatado he de ser, esperando solo dos semanas!
Chuuya chocó sus dientes con frustración. Iba a hablar, mas fue interrumpido por un tren de sarcasmo.
—Espera, Chuuya, acaso, ¿me has traído hasta aquí para pedirme más tiempo? —se burló—. Yo, en tu lugar, me iría apresurando. Tal vez ni siquiera siga vivo para cuando te decidas a decirme que no.
—¡Yo no iba a decirte que no! —le gritó con ira, estirándole de la oreja para acercarlo a su rostro nuevamente. Necesitaba descargar su enojo, y si no era la oreja, le daría un puñetazo en el estómago; entre ambas opciones, los dos sabían cuál era la predilecta—. Solo quería pensar las cosas antes de lanzarme a lo que sea que pudiese esperarme contigo. Tenía miedo de que termináramos siendo algo dañino.
—Pero si tú eres lo único que me hace bien —murmuró Dazai, con el rostro compadecido. Se sintió conmovido—. ¿Cómo puedes ser capaz de siquiera dudar de ello?
—No lo sé, Dazai, solo no lo sé —musitó, mirando hacia la tierra, soltando al otro.
—Chuuya —continuó Osamu—. Te he mostrado todo de mí, te entregué lo poco que puedo dar y sé que es exiguo e insuficiente, pero te lo he obsequiado todo. Te dije que eres lo que me ata a la vida, ¿qué más pretendes de mí para saber que te necesito?
—¡No lo sé, Dazai! Solo tenía incertidumbres —explicó, elevando su mirada cristalina para encontrarse con los ojos de su alfa—. No puedes culparme, ¡no te atrevas! Para todo puedo ser seguro, impulsivo y sagaz, pero cuando se trata del amor me aterro; y cuando se trata de ti todo se escapa de mis manos y mi entendimiento.
—Eso es porque te da miedo lo nuevo, Chuuya, siempre has sido así —comentó, mirándolo con dulzura—. Necesitas conocer el mundo al que te adentrarás antes de hacerlo.
—Así es —afirmó con la voz baja.
—De hecho, ahora que lo pienso, sí es mi culpa —murmuró, pensativo. Sonrió amargamente—. A sabiendas de que eres así y de que necesitas tiempo para adaptarte, me equivoqué al creer en tu rechazo.
—Pues ya ves, eres un idiota.
—Qué cruel eres, Chuuya —rio con una pequeña alegría. Le hacía muy feliz saber que su omega no había renunciado a él. Sin embargo, seguía sin oír lo que quería—. Y bien, ¿a qué me has traído hasta aquí?
—Te he traído hasta aquí para que te declares como le corresponde a un alfa, y no como lo hiciste en el festival.
—¡Perchero descarado! —espetó, expandiendo sus ojos—. Lo había hecho bien, además, había sido muy premeditado. Todo había salido como predije.
—¿Qué clase de confesión es "la decisión es tuya"? ¡Maldito bastardo!
—¡Al menos yo sí dije algo! —alegó, cruzándose de brazos y desafiando a su pareja con su mirada. El otro apretó sus puños y frunció su ceño.
Ambos quedaron en silencio, chocando sus miradas con orgullo, hasta que Dazai sonrió de golpe, sorprendiendo a Chuuya, y suspiró.
—¿Quieres oír cosas que ya sabes? —comenzó Osamu, atreviéndose a acomodar los cabellos de su compañero, disfrutando de aquel tacto tan anhelado—. Pues lo intentaré.
—Aquí te espero —le retó, cruzando sus brazos.
—¿Recuerdas la vez que vinimos aquí? —sonrió, mirando a su alrededor, recordando el viento fresco de aquella tarde y comparándolo con la brisa cálida de la tarde que vivían en este momento—. Ese día decidí empezar un cortejo que concluí hace una semana y media. ¿Y sabes? El día que comenzó no podía ni siquiera entenderme a mí mismo; no sabía adónde quería llegar ni lo que sentía por ti, mas había algo que me impulsaba a pretender tenerte conmigo y solo para mí. Hoy, con ese cortejo ya terminado, puedo afirmar que estoy enamorado de ti; aquello que antes no podía asumir, ahora te lo grito en el rostro. Me enamoré de ti, Chuuya.
—Dazai... —susurró el susodicho, descendiendo las cejas en un gesto de ternura. Alzó su mano para tomar la mano ajena que acariciaba su rostro aún, y con su otra mano se sostuvo del hombro del otro.
—Tú querías una declaración digna, y la tendrás, percherito —alegó, callándolo. Le sonrió enternecido, alumbrado por la belleza del omega y sintiéndose volar por la ligereza de expresar aquello de lo que había sido incapaz por tanto tiempo—. Eres todo lo que quiero, Chuuya. Te necesito en mi miserable vida, me haces falta cuando estás lejos de mí. Durante mis años de esta pútrida existencia creí que el amor y esas tonterías no poseían un terreno en mi, que jamás lo viviría, pero tú, enano terco, lograste crear ese espacio en mí, y adueñarte así de todo a tu paso, quebrando mis caminos para unirlos a los tuyos. Lograste que este pálido corazón encontrase un motivo por el cual alborotarse, y que esta piel muerta sintiese tu candor y tus caricias.
Dicho aquello, separó su mano de la ajena para bajar hacia la cintura de su pareja, rodeándolo con su brazo. Inclinó su cabeza ligeramente y pegó su frente a la de su omega, cerrando los ojos e inhalando su olor. Nakahara hizo lo mismo, apoyando las manos en el pecho de su alfa, sintiendo su amargo aroma, sintiendo el calor del sol; por primera vez, era el sol quien era testigo de su amor, y no la mística luna.
—Eres una persona maravillosa, en todos los aspectos, alguien tan bello y puro que cuesta creer que esté corrompido por la vida misma —prosiguió, sintiendo el cuerpo del otro tensarse al oír su voz—. Y no quiero prometerte que te cuidaré, porque eres increíblemente fuerte y temerario, otros de tus rasgos que me enloquecen —sonrió, elevando su frente para chocar sus labios contra la frente ajena, depositando un delicado beso—. Me encanta cada parte de ti. Todos esos atributos tuyos que hace meses atrás me parecían patéticos, ahora son para mí la mayor de las alegrías, porque eres tú. Siempre has sido tú.
—Maldito Dazai, ya cállate —musitó, cerrando los ojos con fiereza—. Tú lo que quieres es hacerme llorar.
—Mi más ferviente deseo es que estés a mi lado, Chuuya —susurró, deslizando sus manos de la cintura a la espalda del otro, apresándolo entre sus brazos y abrazándolo, profundizando así el significado de sus palabras—. Quiero ser el único que pueda verte llorar y contenerte, anhelo ser quien te haga el amor y te acompañe —propuso—. Sé que estoy roto y no soy de fiar, que tengo marcas que nunca me abandonarán, que poseo dolores que nunca sanarán y que no presumo de ilusiones ni ambiciones, pero a pesar de eso te quiero con cada pequeño trozo de mi alma, y permíteme, por favor, ser egoísta y pedirte que seas tú quien me cuide a mí y me deje tenerte.
Las hojas de los árboles vibraban de la emoción, porque la brisa las sacudía y alimentaba la dulzura de aquel ambiente. Se podía oír el sonido de los pájaros moverse entre las ramas más altas, los autos a la lejanía, muy, muy lejos. Y en el medio de aquel escenario que se mostraba pintoresco en demasía, se posaba una pareja de negro, sosteniéndose el uno en el otro para no caer, repartiéndose caricias sin pena ni miedo, como dos cachorros que se lamen las heridas mutuamente.
—Incluso aunque no me lo hubieses pedido, te habría cuidado siempre, maldito bastardo —respondió, elevando su rostro por primera vez, fundiendo su mirada acaramelada con la de su alfa; si las miradas pudiesen besarse, las de Doble Negro lo estarían haciendo—. No esperaba que fueras tan cursi.
—Yo tampoco —rio Dazai, acariciando la espalda que sostenía con tanta precaución—. Sin embargo, tú generas en mí sentimientos que creí jamás saldrían a flote. En fin, ahora sí, déjame repetirte: es tu decisión.
—¿Cómo podría negarme a estar a tu lado, cuando mi corazón quiere salirse de mi pecho a causa de las sensaciones embriagadoras que me producen tus palabras, o tu mero tacto? —clamó, deslizando sus dedos por la mejilla de su compañero—. Quiero que estés a mi lado, quiero que los pedazos de tu espíritu desarmado se apoyen sobre mí, y que a su vez el mío se reconforte en ti, Dazai, porque si sufre uno, sufrimos los dos. Siempre ha sido así. Siempre has sido tú.
Dazai sentía su cuerpo atrapado en un hechizo, inundado por una felicidad agobiante, de esas que empalagaban, de esas que él desconocía.
—¿Serías mi pareja, Chuuya, mi novio, mi amante, mi omega?
—Seré todo eso para ti, y más.
No había más lugar para las palabras, ni para las vacilaciones ni los temores. Unieron su rostros, juntaron sus labios sin moverlos, se sonrieron y, finalmente, se besaron. Sus labios encajaban como dos piezas de un viejo y ajado rompecabezas, con sencillez y precisión. Las manos de Dazai acariciaban la espalda ajena y lo pegaban más a él, degustando el sabor y las feromonas de su omega, sintiéndolo enteramente suyo por vez primera. Incluso aunque ya se había unido sexualmente con su pareja, era este el momento en el que sentía la total y devota entrega de Chuuya, jurándole con aquel beso que sus labios y todo él le pertenecían a partir de ese momento. Le había entregado en esta ocasión su vida íntegramente, sus sueños, sus miedos, su alma casi tan despedazada como la suya propia, su futuro.
Se besaron una vez más y se tomaron de las manos con aquella timidez intrínseca de los amantes inexperimentados. Pegaron sus frentes y Dazai le susurró con gracia:
—Qué omega tan difícil de conquistar has sido. Por eso y más me has encantado.
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Dije que me iba a tardar con los últimos capítulos, y justo por eso me terminé apurando mucho para no atrasar más y perderme en el hilo de mis ideas, y acabé haciendo todo más rápido de lo normal. Actualizaciones seguidas(?)
Esto es un pseudo final. Queda un pseudo final 2 ahre, y el epílogo.
Todavía sigo editando el epílogo, pero ya está teniendo 8000 palabras. Agárrense los calzones porque se viene largo ❤️
Les mando mi amor,
Serena
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