22
Luego de semejante acto que era, ciertamente, un punto de no retorno para ambos, permanecieron juntos cual tórtolos, abrazados y realizándose caricias el uno al otro durante un rato hasta que Chuuya cayó rendido por el agotamiento debido a que su cuerpo seguía dañado y exhausto.
Dazai le sonrió con auténtico afecto y besó su frente. Lo tomó en sus brazos, lo vistió y lo cargó hasta la cama de su habitación, donde lo depositó con una delicadeza de la cual no se creía poseedor. Se mantuvo en el lugar, parado y ligeramente inclinado al lado del omega durmiente y lo admiró una vez más como si de un acto prohibido se tratase; sus facciones gráciles, sus labios, sus cabellos finos, sus párpados que tapaban los ojos más bellos que había visto jamás, su bendito cuello, su cuerpo que abusaba de la fragilidad ante la apariencia. No podía creer que ese cuerpo había sido reclamado por su persona y su instinto alfa tan solo una hora atrás. Sonrió con amargura y se dirigió al baño a cambiarse las vendas por unas secas.
Al volver, su compañero seguía profundamente dormido, desparramado de par en par en aquella cama que debían de compartir. Sin intención de moverlo o de molestarlo, se recostó a su lado con discreción. Posicionó su cabeza junto a la de Chuuya y se permitió inhalar el dulzor de su aroma que, para su propio regocijo, estaba mezclado con el suyo propio. Al hacer el amor se habían unido ambos olores en el cuerpo de cada uno, y no podía negar que era un hecho que le alegraba en demasía. Apreció la belleza ajena por nueva cuenta, llenando así su impuro corazón con aquel amor del que no se consideraba merecedor, y se acurrucó a su lado en el borde de la cama, acercándose lo más posible sin invadirlo y para no caer. Estiró su brazo con duda sobre el pecho de su compañero y posó su mano sobre el costado del mismo. Sintió la respiración de Chuuya y se dijo a sí mismo que era seguro descansar, por lo que cerró los ojos y se dejó envolver por el sueño con la tranquilidad de que tenía entre sus brazos a su persona adorada.
Las horas pasaron y pasaron, y una conclusión sincera que Dazai podía adquirir de aquel viaje era que dormía un millón de veces mejor cuando tenía a Chuuya con él.
Nakahara se despertó entre sueño y sueño solo para notar a su compañero pegado a él y sosteniéndolo con sus delgados dedos en su pecho. Su corazón saltó al notarlo, y más aún al ver que este estaba cayéndose de la cama, sencillamente por no estorbarlo. Sonrió y se movió para darle más lugar para cuando desease moverse. No pudo evitar pensar en que ambos estaban comportándose como los adolescentes que eran, enamoradizos y ridículos; hasta unas semanas atrás tenía la creencia de que ese tipo de vida no estaba destinada para él, y que menos aún llegaría a vivirla con el bastardo de Dazai.
Sin embargo, acarició la delgada mano que lo sostenía y se sintió agradecido; con la gratitud de cómo se dieron las cosas, por haber conocido a Dazai, por haberse enamorado de él y por haberse permitido sentir aquello por él; incluso aunque ambos tuviesen miedo, nunca se habían creído capaces de sentir, por lo que aquello era el regalo más preciado.
Sonrió con el temor de que fuese demasiado bueno para ser verdad y se aferró a aquellos dedos largos para retomar su sueño.
Despertó Chuuya primero al día siguiente; pese a ser él el más cansado de los dos, el alfa dormía como un animal cuando compartían cama, unido a él sin ningún ápice de preocupación.
Esta vez no había apuro alguno en despertarlo, puesto que no tenían ninguna misión, además de que el omega seguía ligeramente adolorido por la batalla y aún más fastidiado por lo que sucedió con Dazai la noche anterior. No se arrepentía, pero sí le golpearía.
Se mantuvo en esa posición parsimoniosa, respirando profundamente, hasta que sintió a su compañero removerse y bostezar. Esperó a que este despertara del todo y levantase la mirada para unirla con la ajena y sonreírse con complicidad.
—¿Cómo has descansado, percherito? —preguntó con la voz ronca, mirándolo con aquella intensidad tan marcada entre ellos.
—Bastante bien, hasta que me aplastaste.
—Sinceramente, no eres muy cómodo —se burló, acercando su mano hacia el rostro de su compañero, mientras su sonrisa brillaba como la de un niño que tenía ante sus ojos lo que tanto había deseado.
—No te lo he preguntado, bastardo —alegó, bufando. Se acomodó un poco en la cama, empujando ligeramente al alfa—. Escucha, sé que has extendido la reserva pero siento que ya nos estamos excediendo.
—No seas aburrido, Chuuya —se quejó, aún con su mano acariciando el rostro ajeno. Aprovecharía todo el tiempo que Chuuya lo dejara sin pegarle un brusco manotazo.
—No lo soy —espetó, permitiendo ese tacto acariciarlo. Sentía una calidez bailar dentro de él—. Solo se trata de que no quiero poner a prueba la paciencia de Mori; yo sé que ésa es de tus actividades favoritas, mas no de las mías.
—Por un lado, detesto que seas tan correcto —comentó Dazai, analizándolo—. Y, por otro lado, me gusta; sabes, eres aquello de lo cual carezco en muchos aspectos.
—Ya, no empieces —murmuró, sintiendo ese calor abrumarlo repentinamente. Deslizó sus ojos hacia la ventana de la habitación, dejando ver un cielo tan claro y esperanzador como pocos, con los rayos del sol imperando. Le parecía que todo en aquella posada era salido de un cuento.
—¿Cómo la has pasado anoche, Chuuya? —inquirió como travesura.
—¡Que no empieces! —bramó con vergüenza. Llevó una de sus manos hacia su rostro y apartó la de Dazai de un empujón—. ¿Podemos volver esta noche?
—De acuerdo —aceptó Osamu, resignado. Separó su cuerpo del de su compañero y se acostó boca abajo en la cama, apoyando sus dos manos bajo su barbilla. Suspiró y observó al otro—. Sin embargo, tengo una condición.
—Si me parece correcta la tomaré; de caso contrario, te llevaré a patadas hasta Yokohama.
—Con tu fuerza bestial no me cabe duda alguna de que eres capaz de hacerlo —murmuró con gracia—. Solo quiero que me acompañes a un lugar.
—¿A qué lugar? —le increpó Chuuya, cruzándose de brazos y alzando una de sus cejas. Dazai no pudo evitar pensar que aquel día se mostraba más hostil de lo normal.
—Es una sorpresa.
—No me gustan tus sorpresas —afirmó, distante.
—Esta te gustará —le aseguró.
Chuuya bajó su vista y se encontró con la oscuridad rogándole. Inhaló y exhaló con pesadez y realizó una mueca de molestia. Le cabreaba ver cuán fácil lo convencía Dazai de unirse a sus tonterías. Se limitó a rodar los ojos y asistir con la cabeza. Su compañero sonrió en victoria.
—Muy bien.
-•-
El atardecer se mostraba imperioso como siempre, tan silencioso como la noche en que llegaron. Siendo la hora de la puesta del sol, las sombras comenzaban a cernirse sobre Doble Negro, provocando mayor cercanía entre ambos.
Se habían despedido de la dueña de la posada con una suma amabilidad e implorando disculpas por las molestias causadas, absolutamente todas, incluidas las que ella desconocía.
A su vez, en el momento en el que atravesaron la pequeña puerta, media hora atrás, cada uno sintió un escalofrío golpearle con violencia al percatarse de que aquello significaba el fin de ese pequeño viaje, en el cual se habían sincerado entre ellos y consigo mismos; que abandonarían la habitación en la cual habían tenido su primer beso como tal, tan torpe como feroz; esa misma habitación donde Dazai había mostrado sus heridas y Chuuya las había adorado a cada una; aquella pieza pequeña y hogareña en la que se habían dado cuenta de que, más que quererse, se necesitaban como el sol y la luna. Porque detrás de cada luz había una sombra, y ellos lo aprendieron a la perfección.
Luego de que se asentaron en la estación a esperar su tren, Chuuya no pudo evitar pensar que no sabía en qué momento Dazai había conseguido los pasajes, por lo que su única petición hacia la madre luna era que no terminaran en el otro extremo de Tokio.
—Has descansado bien, así que dudo que duermas en este trayecto —comentó Dazai, tratando de romper el hielo entre tanta inquietud. En otra circunstancia hubiese dicho cualquier otra estupidez, no obstante, en aquel momento ambos se sentían invadidos por esos pequeños recuerdos de esa semana que vivieron allí, y asimismo sabían lo que significaba y cómo se sentían y cómo todo había cambiado sin vuelta atrás, y eso los tenía de los nervios. Era, nada más y nada menos, que el verdadero temor a amar y perder.
—Así es —musitó Chuuya, posando su viste en el andén, a la espera. No quería mirar a Dazai y sentir su cuerpo sacudirse en consecuencia.
Ninguno de los dos intentó emitir palabra, simplemente se mantuvieron en silencio hasta que el tren llegó. Dazai observó de reojo las manos de Chuuya que, cubiertas por sus guantes, se mostraban temblorosas y con los dedos apretados. Sonrió con una mirada apagada y se paró, seguido por su compañero. Caminaron desde sus asientos en la estación hasta los asientos del tren, con pasos lentos y dubitativos. Ninguno quería retornar a la vida que en verdad les pertenecía.
Una vez acomodados en los asientos medios, uno al lado del otro, suspiraron en desilusión; pese a que jamás se permitían fantasear con aquello que no podían tener, aquel hospedaje en esa cabaña había causado un efecto en ello, algo que dañaba más que sanar. Se miraron y supieron que pensaban lo mismo. Chuuya se sintió desconsolado.
El vagón en el que estaban no iba vacío, mas había poca gente; y, además, nadie los miraba. Chuuya sintió una sensación opresiva en él por la tristeza y su cara se torció en un gesto que reflejaba su sentir, por lo que, sin vergüenza ni molestia, recostó su cabeza en el hombro de Dazai. Sabía bien que ambos sentían lo mismo y que, seguramente, el alfa percibiría su congoja en él y en su olor, por lo que tampoco temía que este fuese a burlarse.
Dazai sintió la calidez del otro y supo que este estaba atravesado por el pesar. De la misma forma en que Chuuya lo hizo, Osamu recostó su cabeza ligeramente sobre la del otro. Y así viajaron, reconfortándose el uno al otro a través del contacto y la unión de sus aromas, y compartiendo asimismo sus heridas.
El color anaranjado del atardecer que se colaba por las ventanillas se fue tornando paulatinamente en colores cada vez más oscuros, transformándose así en su campo de acción: la noche. En todo el trayecto, no se movieron de su lugar, pegados como estaban, ambos sintiendo la respiración de su par y consolándose con ello.
Dazai se percató de que ya estaban llegando y sacudió ligeramente su hombro para arrebatar la calma de su omega. Este lo entendió y elevó su cabeza a la posición normal, quitando así la cabeza del otro. Sin mirarse, suspiraron nuevamente y, otra vez, Dazai se paró para ser seguido. Se aproximaron a la puerta con sus bolsos en manos, sin mirarse pero pegando sus brazos para sentir su cercanía. Las puertas se abrieron y ellos salieron, en el mismo silencio sepulcral que los había acompañado aquel día. Se sacudieron las ropas, alejándose, y permanecieron en el lugar, aún pasmados. Luego de dos horas de viaje y sin hablar, las palabras ciertamente sobraban. Y allí, bajo la luz de la luna que recién tomaba su trono, Chuuya emprendió el camino desde la estación hacia la base de la Port Mafia, y ahí fue Dazai quien lo siguió.
Ninguno de los dos sentía la necesidad de llamar a algún móvil de la mafia paga que los recogiera. Sencillamente, preferían caminar a la par del otro, acompañados de manera única por el ligero viento que los acariciaba, y por la luz de la luna que atestiguaba cada una de sus acciones desde siempre.
Salieron de la estación y, pasando calle y calle, lograron vislumbrar el muelle a la lejanía. Chuuya encaró hacia allí a paso pesado y, siendo seguido por su compañero, cuando ya se encontraba apuntando en la dirección hacia la base, sintió que su mano era tomada con delicadeza. Sus ojos se abrieron de golpe y su corazón comenzó a galopar. No dudó en permanecer quieto, mas no volteó.
—Chuuya —entonó Dazai con la voz baja, como si le costase hablar luego de tanto silencio. Con su mano aferrada a la de su compañero, se sintió seguro—. Hay un lugar al que desearía que me acompañes antes de ir a nuestros aposentos.
En ese momento, Chuuya se volteó y miró los afligidos ojos de su acompañante, quien apretaba su mano y le sonreía sutilmente. Percibió sus intenciones en su tacto y, sin responderle, le sonrió de la misma forma y asintió con la cabeza sin soltar su mano. Dazai respiró una vez más y llevó al otro en la otra dirección del muelle, la parte más céntrica del mismo.
Nunca se habían percatado de lo enorme que podía ser el muelle de Yokohama, hasta ese día en que tuvieron que llegar hasta la otra punta, un sitio por el que no frecuentaban y el cuál Chuuya ciertamente desconocía.
Con cada paso que daban, Nakahara sentía más curiosidad y menos ganas de soltar la mano de la persona que tanto le gustaba, admirando su alrededor, el sonido del agua, el reflejo de la luna sobre la misma y el murmullo progresivo. Solo podía ver la espalda de Dazai, quien caminaba apremiado delante de él dirigiendo el camino, y solo con eso podía afirmar que lo quería. No le importaba ir detrás de nadie, mientras que se tratase de Dazai; en ese momento, solo creía que lo seguiría a todas partes si fuese necesario. Sonrió amargamente y, en cuanto se distrajo de esos pensamientos, notó que se veían luces y colores y multitudes en destino. Se extrañó de aquello y comenzó él también a acelerar su paso.
Cuando ya se encontraban lo suficientemente cerca, Chuuya habló por primera vez en esas horas.
—¿Qué es esto, Dazai?
—Es el festival de Yokohama —comentó, aún con paso seguro—. Los días que dormiste escuché a unos hombres en el comedor de la posada hablar de esto, y que justo coincidiría com estas fechas. Llegamos justo a tiempo.
Dicho eso, arrastró a Chuuya con velocidad hasta el centro del lugar. No estaban ataviados para la ocasión, por lo que sus ropas negras desentonaban en su totalidad con las yukatas de los demás presentes, tan arreglados como felices.
—Dazai, ¿qué hacemos aquí? De verdad... —comenzó, mas fue interrumpido.
—Nunca has estado en un festival, ¿no es así? —espetó el alfa, mirándolo de reojo aún con su mano agarrada, sonriéndole de medio lado, perspicaz—. Quería que los conocieras, y que lo vivieras conmigo. Además, es como llevar un chimpancé a la ciudad, ojalá pudieras ver tu rostro de desconfianza ante lo desconocido.
—¿Me estás llamando cobarde, maldito bastardo? —escupió molesto.
—Algo así —sonrió. Apretó la mano ajena y se alejó del otro—. Vamos a conocer.
Dicho eso, tironeó de Chuuya una vez más y lo llevó tienda por tienda, inspeccionando todo e interactuando con los vendedores y los artistas que mostraban sus obras.
Paso a paso, Chuuya se veía más inmerso en todo aquello y comenzó a apretar la mano de su pareja con emoción cada vez que veía algo bonito y novedoso para él. Caminaban riendo por las tonterías que hacía el alfa, y reían aún más al ver que la gente los observaba, no solo por su comportamiento sino por sus vestimentas.
En cada tienda veían comidas apetecibles para ambos, mas no podían permitirse comprarla porque habían quedado sin reserva de dinero luego de la misión.
O eso creía Nakahara.
Sucedió que en una distracción suya, Osamu desapareció como un niño que suelta la mano de su madre en una multitud. Cuando menos se lo esperó, vio a su compañero a la lejanía.
Resultó que sí les quedaba dinero aunque fuese poco, pero Dazai lo había guardado para gastarse todo lo que les quedaba en el juego para pescar los pececillos en el estanque, y no pudo cazar ninguno. Chuuya solo se limitó a reírse a la par del dueño de la tienda y, una vez lejos, reventar el pie de Dazai de un pisotón.
Siguieron caminando con curiosidad hasta que sintieron que la gente comenzaba a conglomerarse en lugares propicios para lo que se avecinaba. Dazai comprendió de manera inmediata y tomó la mano de Chuuya nuevamente para arrastrarlo lejos de esa gente y un lugar y que él consideraba que era igual de cómodo para ver los fuegos artificiales, en frente de las aguas del muelle, levemente alejados de lo que era el festival en sí.
—¿Por qué nos fuimos? —preguntó Chuuya, alzando una ceja—. La gente se estaba agrupando para ver algo, y yo también quiero verlo, maldito Dazai.
—Desde aquí también lo verás —anunció sonriente. También era el primer festival al que iba, pero había oído muchos comentarios al respecto, conociendo así las actividades que se acostumbraban a hacer en aquellos días. Además, había presenciado desde las afueras de la base de la Port Mafia los fuegos artificiales a la lejanía. Se había asegurado a sí mismo que alguna vez iría para saciar su curiosidad; al enamorarse de Chuuya, terminó de decidir que quería conocerlo a su lado.
Pasaron unos minutos donde la paciencia de Chuuya comenzó a agotarse. Iba a quejarse nuevamente e insistir que fueran hacia el centro del lugar nuevamente, hasta que oyó el estallido de los fuegos artificiales y vio los colores plasmarse en el cielo. Sus labios se entreabrieron y sus ojos se expandieron con sorpresa. Dazai lo miró con todo el anhelo que guardaba dentro de sí y sonrió. Porque las alegrías de Chuuya hacían a las suyas. Porque su sonrisa de auténtica felicidad era aun más bella y pura que el espectáculo en el cielo.
Chuuya curvó sus labios abiertos en una gran sonrisa, apretó la mano de su compañero y sus ojos se cristalizaron. Volvió a apretujar la mano del alfa y comenzó sacudirla.
—Mira, Dazai, ¡mira allá! —exclamó con dulzura, utilizando su mano libre para señalar el cielo—. ¡Y mira aquel, ese fue enorme!
Chuuya tenía sus ojos bajo la hipnosis del espectáculo, y sonreía más que cualquier otro concurrente. Veía el cielo teñido de decenas de colores, todo tan rápido como hermoso.
Y aquello le recordó a su amor con Dazai. Todo había sido igual de veloz, inesperado y precioso. Y a su vez, era lo que le daba color a la vida del alfa, colores tan vivos como Chuuya mismo.
Sin embargo, sabía que había una diferencia. Acarició la mano que lo sostenía y, despegando sus ojos del cielo por un segundo para mirar de reojo al joven que lo había llevado hasta allí, supo que su amor por él no era tan efímero como los fuegos artificiales. Su amor y cariño era bello, rápido, espontáneo y fuerte como los estallidos, pero no se perdería en la oscuridad de la noche; al contrario, permanecería inmortalizado por la luna que los observaba en aquel momento.
Dazai sintió el aroma de su omega, percibiendo en este mismo su dicha y su afecto y, mirando una vez más el cielo, tomó la otra mano de Chuuya, tomándolo así desde ambas. Le sonrió y le predicó todo su amor con aquellos ojos oscuros en los cuales se reflejaban los colores del cielo.
Entrelazaron sus dedos y Chuuya lo miró entregándole de igual forma todos sus deseos, clamándole su incondicionalidad y su gratitud. Ambos compartían el pensamiento de que el otro parecía una obra de arte pintada bajo las luces, la oscuridad y la luna. Se sonrieron con sus cuerpos alborotados. Estaban más que enamorados, no obstante, ninguno lo admitía ni lo negaba.
—Y con esto, Chuuya, doy por finalizado mi cortejo —declaró Dazai, mirándolo profundamente a los ojos, pegando su frente a la de su omega y cerrando los ojos. Con el sonido de la pirotecnia y el movimiento de las aguas decorando el ambiente, lo tomó más fuerte—. Ahora, la decisión es tuya.
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