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20

El resto del día pasó sin precedentes. Estuvieron en esa posición durante muchos minutos hasta que Dazai, como siempre, decidió romper aquel silencio una vez que se sintió mejor, reconfortado y querido. Había decidido mostrarle a Chuuya todo de sí y, al hacerlo, no supo cómo reaccionar; se sintió muy contrariado, con intensos sentimientos de incomodidad por haberse dejado ver, y a su vez con la alegría de haberse revelado a alguien, y más aún por haber sido Chuuya. Todo había sido único y precioso, mas no pudo evitar sentirse demasiado entregado y, por ende, frágil, mostrando un lado que ni siquiera él quería ver, pero Chuuya lo valía. Fue un deseo propio al cual no le había medido la magnitud de las consecuencias.

—Ya me estás asfixiando, percherito —murmuró, simultáneamente soltando el agarre del omega—, y tu olor me está matando, sabes —declaró sin pudor y con una voz tranquila, con matices de dulzura y gracia. Chuuya asintió y se arremolinó hacia atrás, volviendo al lugar donde había estado reposado su cuerpo previamente a la situación.

—Espera, ¿no te pondrás vendas nuevas? —curioseó, hincando sus ojos en él y en su cuerpo que en ese momento estaba de perfil a él, pudiendo ver el lado derecho del cuerpo y del rostro del alfa que deseaba. Pudo notar en ese momento cicatrices que habían pasado desapercibidas para él veinticinco minutos antes. Se estremeció ante el reciente recuerdo.

—Eso debo hacer, pero me he quedado sin vendas en estos días que descansaste —comentó, buscando con su mirada su camisa para escapar de los ojos perspicaces e interesados de Chuuya—, por lo tanto tendré que lavar estas y esperar a que se sequen antes de poder ponérmelas de nuevo.

—¿Puedo... ayudarte con ello? —preguntó con audacia, analizando el reaccionar de su compañero y, a su vez, esperando una afirmativa. Dazai también lo inspeccionó. Luego de tanto tiempo, sentían el mar y la oscuridad fundirse. El mar sereno, la oscuridad más esclarecida.

—Yo... —comenzó, aún perdido en la mirada del omega, buscando algún indicio de arrepentimiento o temor, mas esos ojos eran temerarios y seguros, como siempre. Unos ojos que le gritaban que de verdad quería hacerlo. Ese endiablado omega, tan impulsivo, fuerte e imbatible—. considero que es mejor que te alimentes y luego descanses, Chuuya. La dueña de la posada te ha traído muchas cosas al verte en el estado en el que volviste luego de la misión.

—¿Cómo volvimos de la misión? —cuestionó intrigado.

—Pues te han traído tus familiares, los duendes mágicos —le contestó. Cuando vio a Chuuya rodar los ojos y hacer un ademán de moverse para golpearlo lo retuvo—. Espera, ni siquiera puedes moverte. ¿Qué respuesta esperas? Solo estamos los dos, por supuesto que te traje yo.

—Qué raro de ti, bastardo —le respondió, escrutando su rostro.

—Aunque hubiese querido dejarte allí, Mori me hubiese regañado.

—Ya —murmuró, acomodándose lentamente en la cama, con la delicadeza de no terminar de romper sus huesos dañados por la corrupción. Posicionó su cabeza sobre la almohada de una manera más cómoda y le contestó con una voz ligeramente decepcionada—. Por cierto, en mi bolso guardé un par de paquetes de vendajes nuevos. No será necesario que laves los tuyos.

Dazai se quedó estático, con los pies clavados al suelo. Miró a su compañero, quien en ese momento ya se encontraba volteado hacia el borde de su lado, dándole la espalda, y se sintió afectado. Creyó que no era necesario agradecerle un detalle tan significativo que era obvio que apreciaría, y caminó lentamente hacia el bolso de Nakahara. Rebuscó y encontró lo que había estado necesitando. Miró a Chuuya y dejó uno de los paquetes sobre la cama, a los pies, y se acercó a una mesilla cercana a la chimenea donde descansaba la comida que había estado guardando ante el inminente despertar del omega. Tomó la bandeja y la depositó en la cama, pegada a la espalda del otro. Tomó las vendas y encaró hacia el baño. Antes de ingresar al mismo, le dijo a Chuuya que comiera o que nunca crecería.

Al día siguiente, Nakahara se había despertado muy tarde, pero había despertado al fin y al cabo. Era una posibilidad pensar que la situación del día anterior, con las vendas, su despertar y las confusiones y avalancha de sentimientos lo hubiesen dejado exhausto nuevamente. Lo que sí era un hecho era que cuando Dazai salió del baño con las vendas, el omega había caído rendido ante el sueño de nuevo, con la bandeja de comida vacía y arrojada a un costado.

Cuando despertó era más allá de las seis de la tarde, con el atardecer dejándose ver por la ventanilla, empañada por el calor de la chimenea que nunca se apagó.
Miró a su alrededor y se percató de que se encontraba solo. Juntó fuerzas para sentarse en la cama y se dio cuenta de que ciertamente se sentía un poco mejor de los dolores. Estaba acomodándose cuando la puerta de la habitación se abrió para dejar pasar a Dazai, quien sonrió animado al ver despierto a su compañero. Había ingresado en silencio, mas al ver a Chuuya comenzó a gritar como un niño.

—¡Chuuya, no sabes lo que he visto!

—Diablos, bastardo —musitó con quejidos el aludido, simulando taparse los oídos—, deja de gritar.

—¡Es que debes venir conmigo! —exclamó, mas al ver la cara de pocos amigos de Nakahara, supuso que eso no sucedería—. ¡Al menos adivina!

—Olvídalo —respondió, sintiéndose cansado nuevamente.

—¡Aguas termales! —exclamó regocijado, a lo cual Chuuya únicamente respondió elevando una ceja, inquisitivo—. ¡La posada tiene un jardín hermoso, y más allá hay aguas termales!

—¿Y por qué tanta emoción, bastardo? —cuestionó malhumorado, cruzándose de brazos.

—Es perfecto para nosotros —explicó, aún con diversión—. Sabes, es romántico y es bueno para tu cuerpo, te hará sentir mejor y te aliviará tus dolores. ¿No es genial? Vamos, cámbiate.

—Alto ahí, para, para. Nunca he dicho que sí.

—Vamos, no seas amargado —insistió—. Te he dado buenas razones. Vamos, cámbiate la ropa. ¿O quieres que te cambie yo?

—Inténtalo y morirás.

—Ya veo —murmuró con una pequeña sonrisa—. ¡Vamos, Chuuuuuya!

—Diablos, de acuerdo, pero solo iré para relajar la tensión muscular.

—Sí, sí, como digas, dormilón —respondió, restándole importancia con un gesto de sus manos.

Diez minutos luego se encontraban afuera de la habitación; un Dazai pasado de revoluciones y un Chuuya apunto de patearlo escaleras abajo.
El omega caminaba muy lento y necesitó ayuda para bajar las escaleras; por más que eso dañara su orgullo, no estaba de humor para caerse y terminar de quebrarse.
Una vez abajo, Dazai lo tomó de la muñeca sin esperar autorización y, cuando iba a arrastrar a su compañero por toda la posada hasta el jardín, oyó la voz de la mujer llamándolos.

—Señor, cuánto me alegra verlo bien nuevamente —declaró, inclinándose ligeramente ante Chuuya, sonriente y cándida—. Su esposo me dijo que usted necesitaba reposar, mas las veces que pasé a preguntar por usted y a llevarle medicamentos y comida, usted siempre estaba inconsciente.

—Ya veo —musitó, girando sus ojos con fastidio hacia su compañero, quien le sonrió con complicidad—. Le agradezco infinitamente su preocupación —contestó solemne y con una tímida sonrisa. Sus ojos cansinos expresaban gratitud—. Así que... ¿mi esposo le dijo eso?

—Así es —afirmó con los ojos cerrados—. Usted es muy afortunado. En varias de las ocasiones que me presenté, su esposo se encontraba despierto junto a usted, mirándolo con una dulzura envidiable, ¿sabe? Y varias veces me pedía por favor que ingresara a la habitación por mí misma, puesto que él no quería soltar su mano.

—Le pido disculpas por esas actitudes irreverentes —intervino Dazai, intentando acortar el relato—. Se agradece —se inclinó. Cuando se levantó miró a un Chuuya anonadado, y ligeramente atolondrado le dijo —. ¡Podrías disculparte por preocuparla!

—Sí, lo lamento —se disculpó el más bajo, aún sintiendo su corazón saltando enfurecido en su pecho.

La señora se inclinó nuevamente, les pidió que disfrutaran de la estadía y que la buscaran ante cualquier inconveniente. Ambos asintieron y Dazai, quien no había soltado la muñeca de su compañero en todo ese rato, no lo dejó hablar e hizo lo que antes le fue interrumpido: arrastrar a Chuuya hasta el jardín.

Luego de la intercepción de la dueña de la posada al pie de las escaleras, Dazai lo llevó en dirección al amplio comedor donde había un par de personas, donde en el extremo del mismo atravesaron una puerta que los llevaba a la galería del jardín. Recorrieron la parte trasera de la posada por esa galería, admirando el bello panorama, lleno de flores y pequeños estanques, sintiendo el viento del anochecer naciente acercarse y bailar entre sus piernas.

Cada paso dado era resentido por las rodillas de Chuuya. Con cada uno se daba cuenta de que ese lugar tan hogareño era mucho más grande y bello de lo que imaginaba, aunque no estaba seguro de si ese pensamiento era una consecuencia del cansancio.
Cuando creyó que nunca llegarían y que Dazai se había drogado o le había mentido, llegaron. Eran unas aguas termales muy grandes, y el sector del jardín donde estaba situada era especialmente grande y rodeado de plantas y flores. Los dos quedaron boquiabiertos. Incluso Dazai, que se suponía que ya lo había visto.

—¿Y tú de qué te sorprendes, bastardo? —cuestionó Nakahara, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—Para serte honesto, no sabía que había aguas termales aquí —rio burlón e inocente a la vez—. Supuse que debía haberlas por el aroma y la fachada del lugar. Además, hoy bajé yo a buscar la comida y conocí lo que había fuera del comedor, mas no había recorrido más que eso —admitió—. ¡Pero es maravilloso!

—Te juro por Mori-san que si tuviera fuerzas te ahogaría en las aguas.

—Yo también te quiero, cariño —se burló, haciendo referencia al matrimonio que la dueña creía que eran.

Chuuya chasqueó la lengua y, luego de echar un vistazo al hermoso lugar, desde el cual se veía la magnífica muerte del atardecer, se encontró con un Dazai mirándolo expectante.

—¿Cuándo te desvestirás? —preguntó con una sonrisa ladina. La respuesta de Nakahara fue un sonrojo intenso.

¡Cómo había olvidado ese detalle! Cuánto le apenaba pensar en estar desnudo cerca de aquel alfa rabioso. Con los ojos abiertos de par en par, le gritó que se alejara y comenzó a pensar en alternativas, y la mejor seguía siendo ahogar a Dazai.

Osamu rio.

—De acuerdo, lo haré yo primero si eso te hace sentir más cómodo —explicó, alzando las manos, como si temiera que Chuuya le disparase; o, más bien, que disparase.

—¿Quién dijo que quiero verte desnudo, maldito bastardo? —le escupió, aferrándose a su ropa y con las mejillas aún enrojecidas. No le molestaba enseñar su cuerpo, puesto que incluso estaba muy orgulloso y no era una persona que se avergonzara ante la desnudez como el virgen que era. No obstante, ¡Dazai era diferente! Este nunca lo había visto sin ropa, y luego de todas las situaciones sexuales que venían posponiendo, tanto accidental como deliberadamente, no estaba seguro de que las cosas fueran a salir bien. Podía sentirse increíblemente sensual ante cualquier persona, mas la opinión del alfa se había convertido en algo de relevancia para él, a pesar de que detestara admitirlo.

Mientras Chuuya cavilaba, Osamu ya se encontraba desnudo en el agua, aunque, por supuesto, con las vendas puestas, observándolo con detenimiento; más que por picardía, era por la curiosidad de saber si Nakahara se metería o no.

—¿Chuuya? —preguntó, sentado contra el borde, dándole la espalda al nombrado, mas con la cabeza y su hombro volteados de manera tal que pudiera verlo.

—Ya iré —contestó hastiado—. ¡pero voltéate! Y tardaré, porque me duele mi cuerpo.

—Yo puedo ayudarte —sonrió.

—¡Ya cállate y mira al agua, bastardo fetichista! —el alfa rio y obedeció.

—¿Por qué fetichista? —cuestionó sonriendo, dándole la espalda totalmente—. ¿Cuál es mi fetiche ahora, específicamente? Creo que no sabes cómo se usa esa palabra aún, Chuuya.

Nakahara lo ignoró y procedió a desvestirse con lentitud y cuidado, atento a cualquier movimiento traicionero que pudiera ejecutar el alfa que ya se encontraba en las aguas. Al quitarse su camiseta comenzó a resentir tanto el frío como los dolores articulares y musculares; pese a sentirse bastante mejor y poder moverse por su propia voluntad y fuerza, sentía su cuerpo muy sensible ante el tacto y la fricción.
Tocó su torso, inspeccionándolo, dando miradas esporádicas a la espalda de Osamu. Se convenció a sí mismo de que ni siquiera estando destrozado dejaba de verse bien, y siguió con la parte baja de su cuerpo, apoyándose en unos bancos cercanos, donde ambos habían depositado sus cosas.

Una vez realizado todo el protocolo con la prudencia requerida, se encontró desnudo totalmente, con los vellos de su piel erizados, y no podía distinguir si era por el frío, por los nervios, o por ambos. Torció su rostro en una mueca de fastidio y se dirigió a paso calmo hacia el agua. Agradeció el silencio de Dazai en todo aquel ritual consigo mismo, y lo maldijo al mismo tiempo al pensar que, si no se tratara de él, toda aquella preparación no hubiese sido necesaria. Pero se trataba de Osamu Dazai, y siempre sería así.

—Ni se te ocurra girarte, bastardo —advirtió mordaz, una vez que estuvo parado a solo centímetros de la espalda de Dazai, con aquella lengua filosa que tanto le caracterizaba y que tanto le encantaba a su compañero—. Incluso, ¿sabes qué? Mejor cierra los ojos.

—No lo haré, Chuuya, pero no te miraré, si eso deseas —dijo, con una risa débil bailando en su boca. En verdad, Dazai ya estaba comenzando a sentir los olores de Chuuya con gran intensidad, y el hecho de saber que estaba desnudo al lado suyo lo estaba afectando severamente, mas estaba haciendo su mejor esfuerzo para que el otro no lo notara para que así no saliese espantado.

Chuuya no respondió, solo inhaló y exhaló con profundidad, gruñó y se paró al lado de la espalda de su compañero para luego sentarse en el borde, sintiendo los nervios punzarle y el viento sacudir su cabello y sobrecoger su cuerpo, acariciando su delgada figura e invitándolo a otra noche inolvidable que estaba viendo la tenue luz de las estrellas. Suspiró y se largó de lleno. Le dolió horrores el movimiento brusco, pero no se arrepentía. Se hundió en el agua solo dejando el aire para su rostro desde la nariz hacia arriba. Bajo el calor de las aguas, se encontraba encogido sobre sí, abrazando sus piernas. Lo único que Dazai podía ver era una cara de molestia y amenazante.

—¿Ya te puedo mirar? —preguntó Dazai, juguetón.

—Claro que no —dictaminó, mirando hacia el frente, apreciando el color lila del cielo que precedía a la noche. La luna, aquella frente a la cual frecuentemente se dejaba envolver por las virtudes de Dazai, imperaba.

—Igual lo haré —espetó, con una voz dulce. Dicho eso, giró su rostro hacia el omega que tanto ansiaba y lo admiró con ganas. Chuuya solo salpicó agua hacia su compañero para que corriera la mirada, pero este no lo hizo; con los cabellos levemente húmedos, le seguía sonriendo, mirándolo con unos ojos que perpetraban un crimen contra su persona, a pesar de solo estar viendo su bello rostro.

—¿Qué tanto miras, Dazai bastardo? —le increpó, mirándolo de reojo. Había sacado su mandíbula del agua y se había enderezado y recostado contra la pared para hablarle.

—Me gustaría ver más —arriesgó, con una risilla.

Chuuya se ruborizó ante la idea y le arrojó de nuevo agua, con más violencia que la vez anterior. Nuevamente, permaneció en silencio, dejando su cuerpo sentir el movimiento y la temperatura del agua, sintiendo una relajación que valió todo el camino hasta ahí. Suspiró con placer y recostó la base de su cabeza, elevando la mandíbula y dejando a la vista su cuello y aquella bendita gargantilla que no se quitó.
Dazai se sentía desvanecer; entre el calor del agua y el calor de su erección, era una competencia, y él se sentía al borde de estallar, con sus labios entreabiertos escrutando cada centímetro de piel que su pareja dejaba ver paulatinamente, con cada movimiento y respiración. Definió con sus ojos aquel collar negro que le parecía irremediablemente atractivo y enloquecedor, y no pudo evitar imaginarse qué se sentiría poder estar pegado al cuello de ese omega todo el día, para sentir su calor y percibir su dulcísimo aroma. Dibujó un camino con su mirada que atravesaba los bordes del rostro de Chuuya, bañado por las aguas de cuando se sumergió, al igual que sus finos cabellos, y con rebeldes gotas de sudor que eran producto del vapor.

A pesar de estar pasmado por la oleada placentera de aquel masaje, Chuuya podía sentir el escrutinio de Dazai y las ligeras feromonas que este comenzaba a largar sin intención alguna. Por un lado, no pudo evitar sentirse gratificado al tener la certeza de que a su compañero lo estaba alterando verlo en esa situación, y se sintió inmensamente deseado, y a pesar de que minutos antes tenía un comportamiento muy pudoroso, sentir ese poder sobre Dazai lo liberó de esos nervios e inseguridades que solo él le producían. Comenzó a sentirse más cómodo.

—¿Cómo te sientes de tus dolores? —preguntó el alfa, con un poco de interés—. ¿Sientes alguna mejora en todo este tiempo que has estado haciendo caras sexuales?

—Estás exagerando —le recriminó con tranquilidad, luego de reír cortamente—. Y sí, me siento mejor.

Luego de eso, hubo otro silencio, donde la mirada voraz del alfa partía el rostro y el cuerpo sumergido del omega, aún poseyendo matices de una ternura y cariño inalcanzables. Chuuya sintió su cuerpo estremecerse ante la mirada tan vehemente que lo atosigaba. Abrió los ojos y se encontró con aquellos orbes castaños que no podían despegarse de él. Esos ojos oscuros le acariciaban cada facción de su rostro, le proclamaban un amor sin experiencia, procedente de un corazón que era virgen y temeroso. Chuuya se estremeció, mas no rompió la mirada. Pudo sentir su cuerpo alborotarse súbitamente, y pudo asimilar también el sentir de Dazai, quien le sonreía sutilmente.
El más bajo, con la mirada compenetrada en la de su pareja, preguntó.

—¿Lo que ella dijo era verdad? —aquella duda había paseado por su mente desde que sucedió, sin embargo no se dio la oportunidad de pensarlo hasta ese preciso momento.

—¿Qué cosa? —inquirió Dazai, con aquel falso tono inocente.

—¿Por qué no querías soltar mi mano? —reformuló Chuuya, conociendo a su compañero y entendiendo lo que no necesitaba escuchar para comprender. Los gestos de Dazai se ablandaron.

—No lo sé, sentía una opresión en mi pecho y un nudo en mi garganta —confesó—. No lo sé, los primeros momentos estuve bien, no es como si no estuviera acostumbrado a que quedes fuera de juego luego de usar esa habilidad, pero luego de un día comencé a estar más pendiente de tu respiración.

—¿Por qué, Dazai? —musitó.

—Ya sabes por qué —murmuró, sin romper la mirada—. Por primera vez sentí el miedo a perder ese cable tan corto que se esmera por atarme a la vida.

—Ya veo —murmuró el omega, comenzando a devolverle aquellas miradas a su compañero—. Espero que sigas teniendo cuidado —declaró—, no me gustaría a mí perder esas manos que se esmeran por hacerme sentir humano.

Sus miradas se fundieron como tanto les gustaba hacer, sus manos se buscaron bajo el agua y sus sonrisas se imitaron. Chuuya giró su cuerpo y se acercó peligrosamente a Dazai, quien no dudó en tomar su cintura y sonreírle con complicidad y añoro.
Pegaron sus frentes y el roce de las pieles fueron el propulsor definitivo para que Chuuya saltase hacia los labios del alfa que tanto anhelaba.

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