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—Eres un omega, ¿verdad? —proseguía Dazai desde el otro lado. No había ni un mínimo deje de burla en su voz. Al contrario, era muy solemne y ronca.

Chuuya no respondía. Simplemente temblaba más y más sin poder controlarlo. Lo único que podía hacer era mirar el picaporte aterrado, con los ojos abiertos desmesuradamente. El picaporte comenzaba a ser jalado lentamente desde el otro lado.

—Chuuya —repetían desde el otro lado, con una voz que era cada vez más ronca  y demandante: la voz de un alfa. Sin embargo, seguía siendo serena, y no era muy poderosa, puesto que aun no la había desarrollado del todo ni la había utilizado antes.

El nombrado se sentía más atraído, segundo a segundo, a tratar con Dazai. Sentía una curiosidad que terminaría arruinándolo. Se moría por abrir la puerta, por conocer su desgracia. Pero no era él; era su instinto el que lo anhelaba, su maldito sentido omega que, a través de su celo, reinaba en él y en su actuar. Sin siquiera darse cuenta, avanzaba paulatinamente hacia la puerta, lento y dubitativo, casi por inercia. Su raciocinio estaba acabando paso a paso. Solo podía pensar en su alfa llamándolo, buscándolo y deseando poseerlo.

Dazai seguía gruñendo al otro lado de la puerta, cada vez más insistente, pegado a la puerta como si fuera parte de ella. Chuuya tenía ya la mano temblorosa en el picaporte, con una parte de su mente, una muy pequeña, que le rogaba que no lo hiciera. Sin embargo, esta voz interna se esfumó del todo al sentir las feromonas fuertes de su compañero a través de la madera. Cerró los ojos, ahogándose en la esencia, hasta que un grito dentro del dormitorio lo sacó de su trance.

—Aléjate de esa puerta, Dazai.

—Ozaki —respondió el nombrado, aún perdido en el aroma del muchacho que se encontraba encerrado en el baño. Le dirigió una mirada fría.

Kouyou no se quedó atrás. También era un alfa imponente, así que le dirigió la misma mirada. Sin embargo, no podía arremeter contra Dazai. Tenía dieciséis años, y hacía menos de un año que había descubierto su naturaleza; era claro que aún no podía controlar bien sus feromonas, y menos aún sabría cómo controlarse ante un omega en celo.

—Te he dicho que te alejes —repitió la mujer, impetuosa. No obstante, Dazai seguía empecinado en no soltar la puerta. Ella se habría abalanzado sobre el adolescente con tal de hacerse respetar como la gran alfa que era, pero las miradas entre ambos dejaron en claro que Osamu Dazai, cegado por la situación y totalmente fuera de sí, estaba dispuesto a reclamar a Chuuya, y no permitiría que ningún otro alfa se le acercara. Por lo tanto, optó por otro camino. Se acercó de a poco a la puerta del baño con la nariz tapada, porque ¡demonios! Chuuya liberaba un aroma increíblemente dulce y embriagador, y se encontraba esparcido por toda la habitación, y ella seguía siendo un alfa que, justo ahora, debía mantener la compostura más que nadie. Se acercó sintiendo los gruñidos del castaño, y le habló directamente al joven encerrado, rogando que él sí estuviera en sus cabales.

—Chuuya, querido, te he traído unos supresores. Te los pasaré por debajo de la puerta, y necesito que los tomes ahora —dijo con una voz dulce pero dando a entender que no podía desobedecer. Hizo un gran hincapié en la última palabra dicha—. De caso contrario, tu compañero no se calmará y, además, toda la organización te olerá.

Acto seguido se agachó ante la mirada atenta de Dazai, de manera cautelosa y manteniendo la vista en él, desafiante pero sin dar lugar a conflictos. Depositó con delicadeza y velocidad la tableta de medicamentos bajo la mirada. Todo esto aún con la precaución de taparse la nariz, y a pesar de todos los cudiados, seguía percibiendo en gran medida las feromonas por todos lados. Por supuesto que era imposible que Dazai, un alfa sin experiencia y en plena pubertad, no enloqueciera en tal situación.

Claro que, la gran Ozaki sabía perfectamente qué estaba pasando, y estaba segura que el castaño lo entendería también una vez que descansara. Mas no estaba segura de Chuuya.

El omega, por su parte, recuperó un poco su cordura; la suficiente como para obedecer a su mentora. Podía oírla desde el otro lado tratando de calmarlo y, en cierta forma, obsequiarle un consuelo. Pudo adivinar por la forma en que se oía su voz que se había alejado unos pasos de la puerta, seguramente por culpa de Dazai.

Se sentó en el inodoro durante un rato que para él fue eterno. Inhalando profundamente, comenzó a recuperar su ritmo de respiración normal y sintió la temperatura de su cuerpo menguar un poco, solo un poco. No tenía idea de cómo haría para salir ileso de esa situación tan vergonzosa como comprometida, puesto que no sabía cómo controlar sus feromonas, y menos aún durante un celo. Todo era nuevo, y todo apestaba. En muchos sentidos.
Kouyou, del otro lado, dejó de oír los quejidos de Chuuya y comenzó a sentir que el ambiente comenzaba a hacerse más ameno con cada minuto que pasaba. Llegó un punto en el que pudo dejar de taparse sus fosas nasales y, por lo tanto, asumió que las feromonas del omega se habían calmado en gran medida. Lo suficiente como para poder sacarlo de allí.

Sin embargo, había un gran obstáculo, y era que Dazai no se alejaba de la puerta ni siquiera a pesar de que su compañero se había calmado.

—Dazai. Ya veo que por las buenas no me obedeces, y eso será un problema —le dijo Ozaki. Se dirigió a la puerta del dormitorio y la abrió un poco más, dejando ver que la habían acompañado algunas personas, tal vez dos o tres. Dazai los observó y los reconoció: subordinados de la alfa. Eran dos betas y un alfa.

—¿Por qué has traído un alfa, arriesgando a Chuuya? —escupió el castaño.

—Créeme, son mis personas de confianza. El mayor y único peligro aquí eres tú —respondió en seriedad. Era una situación difícil. Suspiró—. Dazai, te doy una última oportunidad. Aléjate de la puerta y deja salir a Chuuya, él vendrá conmigo y estará aislado durante unos días —no esperó respuesta—. En caso de que hagas caso omiso como lo vienes haciendo, me veré obligada a hacer algo que no quiero —se volteó y miró a su subordinado alfa—. Él es un alfa, como lo has notado, muy respetuoso y disciplinado. Pero es solo uno, ¿no es así? Si no te alejas en este preciso momento, lo dejaré pasar a él y llamaré a todos los alfas que encuentre en los aposentos de la Port Mafia para que vengan a ayudarme. Todos ingresarán a esta habitación y tendrán que sacarte a la fuerza. Pero claro, todos olerán a Chuuya y sentirán sus feromonas, y todos se enterarán que está en celo y querrán sentirlo más, y apuesto a que tú no quieres eso.

Dazai abrió grande los ojos y con un gruñido, acarició con recelo la puerta y la olfateó una vez más. Se alejó un poco, solo un poco, pero Kouyou alcanzó a tomarlo del brazo y lo sentó a la fuerza en la cama y lo sostuvo.

—Chuuya, querido, puedes salir. Apresúrate —gritó la dama que, al recibir una mirada de desconfianza del joven al que sostenía supo lo que tenía que hacer. Se volteó hacia la puerta del dormitorio y se dirigió a su subordinado alfa—. Tú, ya has cumplido. Te agradezco. Ahora, también aléjate de la puerta unos cuantos metros.

El muchacho obedeció y solo ahí el adolescente dejó de estar tenso bajo el agarre de Ozaki. Hasta que oyó la puerta del baño abrirse. Se agitó entre los brazos de quien lo sostenía y comenzó a tratar de zafarse del agarre, acercando más y más su nariz hacia el lugar se donde provenía ese olor.

Chuuya se asomó temeroso y, al ver a los dos alfas tratando de controlarse en la cama, se asustó.

—Chuuya, vete, ahora —enfatizando la última palabra.

No necesitó más que oír la voz de su mentora para correr rápido hacia la puerta, donde ya visualizaba a dos betas esperándolo. Mas a mitad de camino sintió un tirón en su brazo.

Dazai lo había agarrado en su forcejeo con Kouyou. Sintió cómo una oleada de calor volvía a subir en su cuerpo, una latente desesperación por sentir más. Miró a Dazai con sus pupilas nuevamente dilatadas, con el rostro enrojeciendo lenta y sutilmente. Se quedó parado en el lugar, mirando los ojos del castaño, esos ojos oscuros e imponentes, que le gritaban que se quedara. Podía ver en ellos un universo de sentimientos que, más que seguro, era lo que Dazai mantenía oculto detrás de su diaria actitud indiferente y sus miradas frías de burla. Y dentro de el, podía observar un deseo que iba más allá de lo carnal y lo pasional, un deseo inmenso, y una desesperación por el anhelo de que no se lo llevaran lejos de él.

Chuuya se conmovió totalmente ante lo que veía, enternecido ante la idea de ver una mirada en su compañero que jamás creyó que conocería, aún menos dirigida a él. Se sentía invadido por una necesidad de permanecer junto a Dazai, aquel detestable ser que hacía de su vida una broma constante, que en ese preciso momento se encontraba generándole la mayor sensación de satisfacción y placer con un simple toque. Y por más que lo despreciara, le gustaba que fuera él quien despertara aquello en su persona. Se sentía increíble al tener los ojos de Dazai sobre él y sentirse deseado por aquel que, normalmente,  solo le obsequiaba miradas de burla y desdén. Se dio cuenta que aquel lado, aquel Osamu hipnotizado por él, era algo bello de ver. Su toque desprendía cariño y provocaba que lo viese con dulzura, como si, después de todo, su compañero no fuera tan molesto como creía, como si le gustase conocer más de aquel ser que lo enloquecía con sus ojos y sus dedos.

—¡Sáquenlo de aquí! —gritó Ozaki, ya metida en medio del aprieto.

La mujer se agarró con mayor fuerza a Dazai, quien volvía a ser manejado por su instinto alfa. Quería tomar su mano para alejarlo de su pupilo, pero se encontraba en una situación en la que no estaba segura de cuáles serían las consecuencias de, accidentalmente, tocar a Chuuya estando tan cerca del castaño que estaba completamente incontrolable.

Al ver a sus subordinados entrar a la habitación y tomar con delicadeza pero agilidad al pelinaranja, pudo enfocar sus esfuerzos en calmar a un Dazai ahora enfurecido por ver a esos betas tocar a su omega. La mujer siguió luchando con el alfa hasta neutralizarlo contra la cama.

Una vez en esa posición y notando un mejor ambiente, notó que Chuuya estaba a muchos metros de la habitación. Un alfa aún podría percibirlo, por supuesto, pero ya podría controlar la situación.
El muchacho acostado sintió la lejanía del omega y suspiró en resignación. Aunque aún detectaba a Chuuya, ya no estaba embriagado por su olor. Poco a poco comenzaba a calmarse, razón por la cuál la mujer de cabellos rojos lo soltó y se paró. Se acomodó su vestimenta sin mover su mirada del alfa entristecido y se dispuso a salir. Ya atravesando el marco de la puerta, se volteó y le dirigió unas últimas palabras.

—Chuuya estará bajo mi cuidado y el de los demás betas. Tienes mi palabra de que ningún alfa lo tocará. Y eso te incluye.

—No quiero que nadie lo toque, no me importa si es un alfa o si es otro omega —interrumpió, agotado. No quería pensar en todo lo que había sucedido ni en todo lo que les esperaba. Tampoco quería razonar sus palabras.

—De cualquier manera, nadie lo hará. La única forma de que un omega soporte su celo es con un alfa, o los supresores. Sin embargo, dado que el resto de la Port Mafia es alfa o beta, es él el único omega, por lo tanto no sabemos qué tanto pueden ayudarlo los supresores ni si le serán eficaces para su cuerpo; es su primer celo y no hay algún omega con experiencia que pueda guiarlo. Por ende, no tomaré ningún riesgo —explicó Kouyou—. Ni yo, ni mucho menos tú, nos acercaremos a él. Lo soportará solo y sabrá conocer su cuerpo. Y aprenderemos de eso —concluyó. Le dirigió una última mirada despiadada—. Mantente lejos de mi niño, Osamu, no me obligues a cortarte ese desperdicio que tienes entre las piernas.

A varios metros de distancia se encontraba un muy confundido Chuuya contenido por los betas. Vio a Kouyou acercarse hacia ellos con un semblante serio. Habia tardado un poco en salir de la habitación, y no pudo evitar pensar en si el bastardo se encontraba bien, pero decidió que, ahora qe se encontraba con la cabeza fría, no le importaba. Tampoco quería pensar en todo lo que había visto y sentido.

—Muy bien, Chuuya —suspiró Ozaki—. Te llevaré a mis aposentos, donde contarás con la seguridad de estar alejado de las demás habitaciones y, además, tendrás la habitación impregnada en mi olor para calmarte un poco. No será suficiente puesto que no es el olor de Dazai —le sonrió. Chuuya abrió los ojos de par en par y sus mejillas ardieron. Instantáneamente frunció el ceño e iba a replicar, pero la mujer no le permitió interrumpir—. Pero servirá. Tu celo puede durar de tres a cinco días, y sobra decir que estarás encerrado durante todos esos días —Chuuya asintió decepcionado. Odiaba pensar en todas las misiones a las que Dazai iría sin él y que luego le echaría en cara—. Para hacer las cosas bien, yo tampoco me acercaré a ti, pero ellos dos son betas, puedes estar tranquilo. Ellos te servirán y te traerán ropas y comida. Tú solo concentrate en sobrellevar estos largos días.

Acordaron algunas pequeñeces más y se dirigieron hacia la habitación de la mujer, que se encontraba en la otra punta de la base de la mafia, realmente muy lejos de los demás. Debía ser comprensible, de cualquier forma, era uno de los líderes y una mujer excéntrica y delicada.

Al llegar, el joven no creía lo que veía. Era gigantezca, llena de cosas que podían valer más que todas sus pertenencias juntas y multiplicadas. Y cabía destacar que era verdad: la habitación llevaba el olor de su dueña por todas partes.

—Acá me despediré, Chuuya. Tienes teléfonos para comunicarte conmigo o con ellos —dijo señalando a los subordinados—. Y tienes más supresores si los necesitas en la mesa de luz. Pero déjame advertirte —le miró con reproche—, esta vez te ha salvado porque son las primeras horas, y por milagro. Pero a medida que avance tu celo, tu olor y tus sensaciones incrementarán, y más que seguro llegará un punto en el que las pastillas no harán ni el menor efecto.

—Sí, lo sé. Pero aún así lo intentaré. ¿Cada cuánto puedo tomarlos?

—Una vez al día. ¿Algo que quieres que te traigan para estos días abrumadores?

—Un vino, por supuesto.

—Eres menor, y sabes que no corresponde.

—Pero madame, por favor, piense en el sufrimiento que me espera estos días —suplicó el chico. La verdad, no tenía idea de cómo sería, pero ya una hora de su celo había sido un suplicio. Y si, encima, iba a empeorar, necesitaría estar ebrio. Sinceramente, no esperaba que la mujer aceptase, pero valía intentarlo—. Ya suficiente tuve que lidiar con casi ser violado por un alfa que, para colmo, es aquella momia suicida. Podría darme un pequeño gusto, ¿verdad?

Kouyou suspiró. Ya había luchado mucho esa noche, no quería tener que lidiar con otro puberto lleno de hormonas.

—Te mandaré una botella sola, y nada más que una. Así que regula bien tus cinco días. Ahora, me retiro a descansar. Tú deberías hacer lo mismo, porque, según lo que he oído, en los siguientes días tendrás suerte si logras dormir —le sonrió la mujer con una falsa inocencia.

Chuuya torció su cara en una mueca. Cuando ella llegó a la puerta él ya se encontraba arremolinado en esa hermosa cama.

—Por cierto, gracias, madame. Me ha salvado.

—Lo sé. Pero no es nada, cariño. Es mi deber, estás bajo mi cuidado —sonrió—. Por cierto, llavea esta puerta en todo momento. Luego de que te traigan la comida, llaveas; luego de que yo me vaya, llavea; si vas a dormir, llavea.

—De acuerdo.

—Y bajo ningúna circunstancia dejes entrar a Dazai —sentenció.

—¡Madame!

—No me dirijas la palabra así, el que se quedó anonadado bajo su toque fuiste tú —se burló. Obtuvo una puchero de un avergonzado Chuuya que ya se encontraba envuelto en los mantos de su mentora—. Ahora, descansa.

Se sonrieron mutuamente, aunque la sonrisa del joven fue más de compromiso, y los dos betas y la lider abandonaron la habitación en silencio, cerrando la puerta tras su paso.

Chuuya recordó la orden y corrió, a su pesar puesto que no quería abandonar lo que él no sabía que ahora sería su nido, y llaveó la puerta, cuya llave ya estaba inserta en la cerradura. Sabía que las tres personas estarían afuera a la espera de que cumpla.

Cuando ya volvía tranquilo a a comodidad de su cama, recordó que el bastardo de Dazai sabía deshacer cerraduras en cuestión de segundos. Se volteó frustrado y buscó algo más para trabar la puerta, hasta que, victorioso, vio que le anorme y pesada puerta poseía cadenillas y cerrojos deslizables. Chuuya cerró todo para evitar cualquier tipo de abertura. Satisfecho, iba nuevamente a destino, hasta que de vuelta recordó al desperdicio de vendajes. Dirigió su mirada a los tres ventanales. Suspiró cansado; no creía que Dazai fuera capaz de llegar a tanto solo por él, pero no podía arriesgarse, puesto que el Dazai que había conocido esa madrugada era muy diferente al que creyó conocer, su lado animal lo transformaba en otra persona.

Su lado alfa hacía mirara solo a Chuuya, sin perderse ningún movimiento suyo, y no eran miradas frías y tajantes, ni mucho menos eran aquellas que el castaño le daba para tratarlo de tonto; eran miradas increíbles, que dejaban al pelirrojo a su merced, cargadas de emociones que jamás imaginó que Dazai tendría. Ni emociones que el mismísimo omega creyó que tendría. En otro punto de análisis, de su boca de alfa no salían burlas, sino una voz ronca y sensual que, además, no se la había otorgado a nadie más que a su omega.

Chuuya odiaba haber vivido todo aquella situación, odiaba tener que sentarse a pensar siquiera en esas cosas absurdas. Odiaba haber tenido que vivirlo por Dazai y junto a él. Odiaba ser un omega, odiaba su celo.
Exasperado, cerró todos los ventanales y se arrojó de lleno en su lecho.

Y recordó las palabras de Kouyou Onizaki cuando un par de horas luego se despertó porque el efecto de los supresores estaba terminando. Y maldijo a su mentora, se maldijo a sí mismo, maldijo su vida, maldijo al calor en su cuerpo.

Ah, pero el dueño de todos sus males, el más maldito y odiado esa noche fue Osamu Dazai.

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