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19

Chuuya despertó, mas era incapaz de siquiera mover los párpados. Sentía su cuerpo deshecho, reposado sobre algo suave que suponía que era una cama, una en la que había descansado antes. Sus músculos estaban casi atrofiados, o eso le parecía, y su piel dolía como un viejo ardor.

Respirar hacía que su cuerpo sufriera y que sus huesos rozaran su piel con dificultad y molestia. No obstante, percibió algo que hizo que su debilitado corazón saltara dentro de sí y recuperara su lividez. Al lado suyo había un cuerpo que, por la acompasada respiración, parecía estar descansando. No necesitaba pensar dos veces para reconocer el olor de su alfa.
Con un esfuerzo sobrehumano y la motivación consecuente, abrió sus ojos para poder confirmar y apreciar.

Lo primero que vio fue una habitación en penumbras, iluminada única y sutilmente por una pequeña chimenea en frente de la cama. Sus ojos escocieron ante la imagen luminosa, mas reconoció con claridad el lugar, y se trataba de la posada del pueblo. Dedujo que, seguramente, Dazai lo había llevado hasta allí luego de desmayarse. Giró sus ojos hacia el costado donde estaba su compañero en la cama, pero sin mover el cuello; no sabía si sería capaz o si lo rompería al hacerlo.

Pudo observar a Osamu Dazai, descansar a su lado, con una cara adormilada que reflejaba cansancio, con sus cabellos alborotados y su cuerpo vendado, desvestido en el torso. Se tomó el tiempo de escrutar aquello que era ciertamente nuevo para él, aquel cuerpo al que nunca había prestado atención, y tampoco había tenido oportunidad de hacerlo. No podía ver nada más que vendas, pero podía ver con mayor detalle la contextura delgada de Dazai, mirando con intriga y cariño, deteniéndose en su pecho y su respirar sosegado, que lo elevaba y descendía de una manera muy atractiva. Subió sus ojos de nuevo a su rostro y lo besó con la mirada, denotando una dulzura eterna y dejando escapar gratitud.

Los recuerdos de la pelea, del dolor, de los cadáveres y del final de la misión comenzaron a arremolinarse en su mente, todos de golpe. No sabía cuánto tiempo durmió, ya se lo preguntaría a su compañero, pero fue como si una sala negra que era su mente se hubiese llenado repentinamente de imágenes.

Su cuerpo medio inerte encontró fuerzas para estremecerse en contra de su voluntad en cuanto recordó los brazos de Dazai rodearle con cuidado; normalmente, lo sacaba de corrupción con simplemente tocarle el brazo y luego lo dejaba a su suerte, pero esa vez había sido muy diferente, y había sido amable. En cuanto su compañero lo abrazó y lo salvó, se sintió más humano que nunca, se creyó querido más allá de ser una arma; se vio apreciado por el otro y se sintió cuidado. Era la primera vez que alguien le prestaba esa atención y le trataba con semejante amor; porque sí, eso era, nada más y nada menos, que una auténtica y desinteresada muestra de amor por parte del alfa, y la única para Chuuya.

Miró a los ojos dormidos del otro y se dio cuenta que él era, efectivamente, su cable a tierra. Al lado de Osamu nunca sería un monstruo, y este tampoco lo vería así. Sonrió y sintió su corazón alborotarse en el regocijo de la idea de que, cada vez que Dazai lo tocaba, era humano, era un recordatorio permanente, y nunca antes lo había visto de esa manera hasta ese momento. Sonrió débilmente y sus pestañeos decayeron nuevamente, hasta caer en el sueño.

Lo primero que sintió al despertar mucho después fue que el cuerpo que había percibido antes ya no estaba. El dolor había menguado ligeramente, pero era imponente aún. Inhaló el aire de la habitación con intención de sentir el olor de Dazai, removiéndose cuanto su reducida movilidad le permitía y sintiendo el dolor al desplazar sus costillas.

—Chuuya, estoy aquí —susurró Dazai velozmente, como si hubiese esperado ese momento durante mucho tiempo. Su voz estaba rebosante de dulzura y anhelo. Se encontraba caminando por la habitación hasta que sintió la exagerada respiración del omega, y su manera de olfatear el ambiente le dio a entender que buscaba a su alfa. Aquello lo enterneció—. ¿Cómo te sientes?

—Maldito Dazai —masculló débilmente, abriendo los ojos muy de a poco e interrumpidamente, parpadeando con lentitud. Su corazón recuperó energías al ver la auténtica e inevitable sonrisa plasmada en la cara del otro, como si con sus ojos le gritara lo mucho que quería verlo despertar. Se veía tan bello, por lo que no pudo evitar que una pequeña y casi imperceptible sonrisa se postrara en sus labios—. Me siento como si el mismísimo diablo me hubiese pasado encima en motocicleta.

Dazai rio y se acercó aún más a su compañero. Cuando se dio cuenta de que había despertado, se había arrimado a la cama y acercado al rostro del otro a gatas, emocionado como si ver los ojos de Chuuya abrirse fueran como ver el amanecer nacer.

—Pues, se nota. Creo que es la primera vez que te excedes tanto con corrupción —razonó, observándolo aún con ternura y cuidado, como si el solo mirarlo de más fuera a romperlo.

—¿Cuánto he dormido? —inquirió con curiosidad, mirando con atención la habitación de su eterno descanso.

—No me creerás —rio.

—Ya, dilo.

—Han pasado cuatro días —explicó—. Tenía miedo de que pasara más tiempo del que tendríamos la reserva, por lo cual la extendí una semana más.

—¿De veras? —cuestionó con sorpresa. No obstante, su voz salía en forma de quejidos o como si esta luchara por salir—. Pero ¿la señora de la posada no querrá echarnos? Tal vez esperaba otros huéspedes.

—Aunque no lo creas, es muy grande este lugar —comentó—. Además, ella te vino a ver todos estos días, no estoy seguro de si hubiese consentido que abandonaras el lugar de descanso hasta estar mejor.

—Ya veo —comentó, sintiéndose levemente cansado de nuevo—. ¿Y Mori?

—Pues me comuniqué con él al día siguiente, y cumplimos con la misión a la perfección. Este descanso es lo mínimo que merecemos —dijo, con cierto orgullo. Lo miró directamente a los ojos y le acarició sutilmente el cabello—, o bueno, más bien, lo mereces tú.

—Ya —murmuró Chuuya, moviendo la mirada hacia el fuego de la chimenea. Era de día y la luz que ingresaba por las ventanas lo confirmaba, mas la leña alimentaba ese fuego para que no pasara frío en su descanso.

Dazai sonrió mirando a su omega y se paró a seguir con lo suyo. En ese momento, Chuuya, aún totalmente acostado, volteó a verlo y se percató de que el otro seguía semidesnudo, tapado todo su torso con las vendas. No pudo controlar el calor que sintió en su pecho al verlo así de nuevo, y más aún al observarlo bañado por la luz del sol de media tarde, tan radiante que hacía lucir angelical a aquel diablo. Demasiado angelical, siendo que se trataba del demonio prodigio de la Port Mafia.

Dazai se encontraba parado al lado del lecho, dándole la espalda a Chuuya, quien agradecía a Dios esa espalda ante sus bendecidos ojos. Y no era algo precisamente sexual, no, lo veía como algo sumamente atractivo, algo muy íntimo y lindo de ver. No pudo evitar preguntarse cuántas personas más habían tenido el lujo de ver ese cuerpo libre de atavíos. Sin embargo, sus ojos se abrieron de golpe, y su mandíbula casi se desacomodó de la sorpresa al ver que el alfa comenzaba a quitarse las vendas del torso, muy lentamente, como si incluso buscara que lo viera y lo disfrutara.

—Bastardo, ¿qué haces? —pronunció, con la voz más recompuesta, sintiéndose ligeramente incómodo ante semejante acto de confianza que jamás previó, girando su rostro hacia la ventana, al lado opuesto, inseguro de si poseía el permiso de observar semejante acto.

Dazai sonrió mirando hacia la pared, pese a que el otro claramente no lo veía, mas era una sonrisa solemne, sin ningún rastro de esa ironía que lo caracterizaba. Sin dar vuelta del todo su cuerpo y con sus manos aún sosteniendo sus vendas con decisión, volteó su rostro para mirarlo.

—Me cambio las vendas, Chuuya. ¿No es obvio? —preguntó, con un deje de burla. No obstante, el tono resultó inconsistente y su ironía pasó desapercibida.

—¿Y por qué frente a mí? —preguntó su compañero cautivado. Se sintió fuera de lugar por aquella situación tan novedosa, mas le gustó aunque siguiese anonadado. Realmente, no podía creer cómo estaban dándose las cosas entre ellos. ¿En qué momento llegaron a ese punto?—. Jamás lo habías hecho.

—Jamás lo hice frente a nadie —murmuró, para proseguir con su tarea, deslizando parte por parte.

—¿Por qué yo? Diablos —expresó toda su duda en voz alta, llevando su lánguido brazo hacia su frente, como si procesar todo aquello le hubiese costado demasiado esfuerzo a su hastiado cuerpo.

—¿Por qué habría de ser alguien más que tú? —cuestionó, sacando a flote ese Dazai dulce que se escondía dentro de sí, aquel del corazón roto que necesitaba ser amado y que hacía sentir especial al más bajo. Su voz se había tornado muy seria, como la voz que salía de su alma en cada ocasión que se sinceraba y se dejaba vulnerable ante Chuuya. Este último sonrió y sintió esa sacudida en su abdomen al percatarse de que ambos lograban ver lados del otro que nadie más había visto; ambos dejaban aflorar las heridas de cada uno frente al otro, ambos exponían sus almas rotas.

Ninguno emitió sonido alguno. Chuuya, con una fuerza fruto de la motivante vista, se sentó en la cama y se deleitó con el espectáculo que era conocer la piel de Dazai, quien seguía dándole la espalda y descubriendo cada rincón de su torso de manera muy lenta y delicada, como si incluso en aquel momento y frente a aquella persona le siguiese pareciendo algo difícil de hacer. Comenzó a tensarse con cada movimiento y a pensar en que no quería voltearse y ver el rostro consternado de Chuuya, y tampoco estaba seguro de querer saber qué pensaría el otro de él, mas dio un respingo al oír la voz ajena.

—Siéntate, Dazai —indicó con timidez—. Acércate a mí —su voz también había adquirido un matiz solemne y de contención. Extendió sus brazos de manera torpe. Osamu no supo qué hacer.

Con movimientos inseguros, como un perro asustado, se sentó en la orilla de la cama de su lado, aún dándole la espalda al otro. A sabiendas de que Nakahara no podía moverse mucho decidió permanecer lejos de él, pero se podía decir que igual había acatado su orden. Chuuya lo vio y lo maldijo internamente. A pesar de su debilidad, estiró su mano hasta el hombro de Dazai, desplazando así todo su dañado cuerpo y, soltando pequeñas quejas de dolor, lo estiró hacia él, tumbándolo boca arriba en la cama. Chuuya se inclinó como pudo para poder acercar sus rostros y le espetó otra orden.

—Te pedí que te acercaras —dijo con cautela—. Siéntate aquí, cerca.

Dazai obedeció y se sentó, solo que esa vez lo hizo en el centro de la cama, sintiendo su espalda rozar las piernas de su compañero y dejando colgar las suyas por el borde en el que anteriormente había estado sentado.
Cuando iba a proseguir con los tres cuartos de vendas que aún le quedaban, Nakahara lo sorprendió y, tomándole las manos, le transmitió un cariño al cual aún no era capaz de acostumbrarse.

—Déjame hacerlo, Dazai —murmuró con tranquilidad y esperanza, rogando por esperar una respuesta afirmativa. Sería un poco insistente por no dejar escapar esa oportunidad, mas sería igualmente respetuoso ante una negativa—. Por favor. Tú has sanado mis heridas y me has salvado la vida, pero me duele más saber que yo nunca he visto ni sanado las tuyas.

Dazai se estremeció y volteó a verlo con unos ojos que le acariciaron con la mirada, y que le exclamaban en súplica que por favor lo tocara. Él también quería sentirse humano.

Al ver un diminuto asentimiento, Nakahara prosiguió, soltando sus manos y dirigiéndose a tomar las vendas y seguir donde el otro lo había dejado. Se tomó el tiempo de apreciar la parte superior de la espalda que ya estaba descubierta y se atrevió a rozar con sus dedos esa tersa piel que había anhelado con locura sin siquiera saberlo hasta ese preciso momento en que la tuvo frente a él.

Ante el tacto ambos sintieron sus corazones rebelarse en una carrera desesperada, cual caballo al que sueltan las riendas. Deslizó esos dedos altivos unos centímetros más abajo, explorando más. Notó una que otra pequeña marca, pero aún no era nada de otro mundo.

Tener a Dazai con pocas ropas frente a él lo había dejado en un gran estupor, no solo por la invencible atracción entre ellos, sino porque podía sentir su aroma amargo emanar de él con fiereza, como si las vendas ocultaran en cierta forma su intensa esencia de alfa. Podía sentirlo muy naturalmente, y aún más por la cercanía. Era embelesador. Lo inhaló con ganas y siguió, sintiendo el cuerpo de Dazai reaccionar ante aquella muestra de disimulada sumisión.
Sus dedos recorrieron un poco más y retornaron a las vendas, a las cuales comenzaron a despegar del cuerpo ajeno muy lentamente, como si temieran que las vendas se acabaran y aquel ritual terminara.

A medida que que las quitaba con delicadeza, comenzaba a ver más piel y más heridas; heridas de bala en algunos lugares que parecían no ser letales, cortaduras, golpes recientes. Deslizó sus manos por cada una de esas marcas, como si pudiese curarlas con solo verlas y acariciarlas. No pudo evitar preguntarse cuándo y cómo había nacido cada una de ellas, mas no deseaba preguntar algo que no tendría respuesta. Ni siquiera estaba seguro de que Dazai lo supiera o que quisiera recordarlo.

Con cada segundo que pasaba admirando aquella obra que llevaba de nombre Osamu Dazai, más a gusto se sentía. A medida que desenvolvía el cuerpo de su compañero, sentía el palpitar del corazón ajeno cada vez que tocaba despojar el pecho. Pese a que Chuuya se encontraba a su espalda, con solo pasar su mano por la parte delantera del torso ajeno mientras seguía el recorrido de la venda, lo podía sentir. Y podía percibir, a su vez, cuánto este se alborotaba al sentir su cercanía. Sonrió con una pequeña emoción emergente e incontrolable, y siguió.

Toda esa situación lo tenía hipnotizado, encerrado en un juego donde su cordura y su cariño se ponían a prueba. Era una locura. Siguió bajando y a la altura de la mitad de su espalda comenzaba a ver más marcas, las cuales no dejó pasar sin una caricia previa. Sintió a su compañero estremecerse más ante el tacto de estas, tal vez siendo más recientes, tal vez siendo más dolorosas. Tal vez siendo más íntimas.

Las vendas que estaban ligeramente por debajo del ombligo de Dazai ya estaban comenzando a ser retiradas, y fue ahí cuando Chuuya se dio cuenta que entre tantos sentimientos cautivadores, ya se encontraba acercándose hacia el final de su labor. Eso hizo que sus movimientos entorpecieran y su voluntad flaqueara. Su mano, que en ese preciso momento en el que el pensamiento cayó como un balde de agua fría, se encontraba casualmente quitando las vendas del abdomen y no de la espalda, decidió reposar en su lugar, con miedo a continuar, con temor a ver el final.

Permaneció ahí, y el dueño de las vendas lo notó. Ninguno quiso respirar. Ninguno quiso alejarse. Ninguno quiso romper el momento que los estaba encapsulando hasta ese entonces. Entonces fue cuando Osamu posicionó su mano sobre la del otro.
La mano de Chuuya aún sostenía las vendas, y se tambaleó y aflojó el agarre en cuanto sintió la mano invasora. Así permanecieron unos segundos de calma interminable, sintiendo la cercanía, con la inmaculada belleza de la auténtica compañía que se brindaban el uno al otro.

Nakahara, luego de sentir su pecho estallar en los mismos nervios que lo acribillaban al estar en ese tipo de situaciones con Dazai, optó por rendirse ante los mismos y permitirse suspirar una vez más en nombre del alfa, deslizando su frente hacia delante y pegándola contra el hombro de su compañero. Al hacerlo, se embriagó del olor a aquel alfa, a aquel olor amargo como el café de sus ojos; se ahogó en sensaciones que hincaron su piel por todas partes, se sintió atraído sin remedio, y ligeramente excitado. El aroma de Dazai, el contacto de piel contra piel al haber acercado Chuuya su pecho desnudo contra la espalda que estaba en iguales condiciones. Suspiró y se mordió sus labios, moviendo su frente de lado a lado contra el cuerpo del otro, como si buscara sosegarse. Aquel viaje iba a matarlo, en muchísimos sentidos, y de muchísimas formas.

Osamu sonrió.

—¿Vas a dejarlo ahí?

—¿Quieres que continúe?

—Quiero que acabes, Chuuya —contestó, con una voz calma, dulce, devota. El omega inhaló profundamente y retomó su trabajo.

Su mano que había sido secuestrada por la del alfa continuó. Acomodó su brazo contrario, que se encontraba también localizado entre las costillas y la parte interna del brazo de Dazai, para recibir el manojo de vendas y seguir desenvolviendo la espalda baja.

Esas últimas vueltas las dio lentamente, quejumbroso de que estaba al borde de terminar aquello, y con la tarea se acabaría ese momento único. Cuando tuvo las vendas sucias en sus manos y su cuerpo había tomado una pequeña distancia entre ambos, le dedicó una mirada a aquel Dazai semidesnudo, y, además de notar que poseía algunas heridas recientes que seguramente eran de la última misión, lo miró en su verdadera entereza por primera vez. Un Dazai encorvado en el borde de la cama, dándole la espalda, sin sus vendas y con el cabello tapando esos ojos oscuros que no querían verlo ni de reojo. Lo vio tan frágil como realmente podía ser, tan herido como verdaderamente estaba. Chuuya se vio a sí mismo conmovido ante tal pintura, una tan delicada y resquebrajada que reflejaba su belleza y sus debilidades a través de aquellas heridas. Aun a pesar de la frialdad que el alfa buscaba que vislumbraran en él, su pareja destinada podía verle temblar casi imperceptiblemente. Aún con el cuerpo adolorido, nada le dolía más a Chuuya que su propia alma al ver a Dazai de esa forma tan vulnerable ante él. Se movió como pudo y lo abrazó por la espalda, uniendo su frente contra el cuello del otro. Pudo adivinar que, para una persona tan reacia a expresar los sollozos de su alma, debía ser muy difícil exponerse de esa manera ante alguien, tan abierto, tan transparente, tan lastimado. Y lo abrazó más fuerte, olvidando el infernal dolor de sus músculos.

No pudo negar más que quería a Osamu, que lo quería y demasiado. No pudo rehusarse a aceptar que lo necesitaba tanto como el otro a él; no pudo deshacerse del hecho de que podía sentir lo que su compañero sentía, que su cercanía lo reconfortaba, y que él era su hogar, él era el lugar al que siempre querría volver para estar a salvo y sentirse un humano, una persona querida.

Chuuya, en ese momento, solo pudo sentir los brazos de Dazai aprisionar los suyos en un acto dulce de gratitud, pudo sentir los latidos de ese corazón descarriarse, su respiración tornarse profunda y su cuerpo detener paulatinamente su temblequeo, mas no se percató de las escasas lágrimas que bailaron por los ojos del alfa.



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Considero necesario este apartado para comentar que quedan aproximadamente 4/5 capítulos + epílogo. Creo.

El epílogo lo escribí el otro día y me quedó eterno, muy muy largo. Terminó siendo de una forma diferente a la que planeé cuando comencé la historia hace un par de meses, y actualmente estoy preocupada de que no guste, pero bueno, no puedo deshacer más de 4.000 palabras(?). También tengo una explicación posterior al epílogo para dar a entender mi decisión, pero aún falta

Gracias por leer ❤️

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